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CONFERENCIA PRONUNCIADA EN LA “LIBRERÍA EUROPA”

Sábado, 20 de Febrero de 2010

INTRODUCCIÓN

Las Españas: Familia de Naciones.


Una visión diferente de España en la Europa de los Pueblos

Se trata en esta conferencia de ofrecer una opinión contra corriente y que,


precisamente por sostener lo que pocos osan decir, constituye un desafío frente a los
manipuladores de la Historia de España de uno y otro signo.

En esta intervención se disertará sobre lo que significa realmente España desde


el punto de vista estrictamente científico y objetivo, pero no por ello exento de amor por
la Gran Patria Hispánica, como una de las partes que conforman el Imperio de Europa.

Quiere esto decir que el concepto España va a ser contemplado sin prejuicios ni
exaltaciones, sin literatura hagiográfica ni demagogias de cualquier índole, sino con
espíritu de sana crítica, teniendo como objetivo, dentro de la modestia de este
conferenciante, sentar una doctrina que discierna con claridad lo verdadero de lo falso
para que todos aquellos que vivimos en esta tierra podamos emprender juntos y en
fraternal armonía, un camino decidido hacia el futuro compartido con todos los demás
pueblos de Europa.

Por esta razón, el subtítulo de esta conferencia dice “Una visión diferente de
España en la Europa de los Pueblos”, ya que esta “visión diferente” de España que
mostramos consiste precisamente, entre otras cosas, en cotejar nuestra historia y
estructura política con las de otros pueblos europeos en un intento de mostrar que no
somos tan distintos, que compartimos con ellos algo más que un simple continente
geográfico y que la revisión de la Historia de España que proponemos, así como la
propuesta de una nueva estructura político administrativa de la misma, deben ser
igualmente llevadas a cabo en todo el continente europeo

También argumentaremos la idea de “Las Españas” palabra esta que, a pesar de


haber sido utilizada durante siglos, puede parecer hoy una extraña novedad, ignorada
por los sectores más jóvenes de nuestra sociedad, dado que este concepto define mucho
mejor lo que fuimos y lo que todavía somos.

Esta conferencia puede considerarse en sí misma como una introducción o quizá


mejor como un complemento a la lectura del libro “Teoría de Las Españas”
recientemente publicado, por lo que aquellas personas que tengan interés pueden
solicitar el texto íntegro de la misma.

Esperando que lo que a continuación se dirá pueda colmar las expectativas de los
oyentes, quiero expresar a todos mi agradecimiento por el interés mostrado al acudir a
este acto.

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LAS ESPAÑAS
FAMILIA DE NACIONES.

Entre los graves problemas que se nos presentan en este momento de la historia,
que afectan a todo el continente europeo, pero muy especialmente a nosotros los que
habitamos la Península Ibérica, está el de la preservación de la identidad de nuestros
pueblos y si no lo resolvemos con un ilusionante proyecto colectivo, difícil, si no
imposible, será enfrentarnos a los demás. Porque, seamos realistas: La identidad de
España, el definir con acierto qué es lo que somos y quienes somos, es un problema al
que todavía no hemos sido capaces de dar solución satisfactoria. Y como este problema
sigue sin despejarse, aunque haya habido épocas de nuestra larga historia en que ha
permanecido latente, en cuanto se produce alguna crisis de cualquier índole, vuelve a
resurgir, como el fuego surge de las cenizas, aparentemente apagadas, al recibir la
menor ráfaga de viento.

Para sentarse a estudiar los problemas que nos afectan y aportar, en firme
consenso, las soluciones a los mismos, necesitamos la paz social. Y la paz social no
puede establecerse sin implantar antes el orden y la justicia. Implantar el orden no es
difícil, pues solo hace falta la fuerza. Lo difícil es lograr que este orden sea justo y no
una mera imposición de poder. Un orden sin justicia es pan para hoy y hambre para
mañana.

Ya conocemos la definición romana de la justicia: “Honeste vívere, alterum non


laedere et suum quique tribuere”

En el asunto que nos concierne hoy sobre la identidad de los pueblos de España,
ser honesto es tener la capacidad de mirar las cosas sin prejuicios, prescindir del
visceralismo y saberse uno poner en el lugar del otro, es decir tratar de entender como
sienten y piensan los demás.

No hacer daño a otros es, no solo no agredirles directamente imponiendo, “manu


militari”, nuestra propia opinión, sino también saber frenar los impulsos y abstenerse
del menosprecio, el insulto y la provocación.

Por último, dar a cada uno lo suyo es reconocer que no se puede aplicar el
mismo rasero para todos y que cada pueblo tiene su porción definida de territorio, sus
derechos históricos, su lengua y sus símbolos, los cuales son tan respetables como los
nuestros propios. En definitiva, practicar la justicia es solamente una cuestión de buena
voluntad.

Así pues, ante la necesidad de definir qué es España, cúmplenos el intento de


abordar este polémico y delicado asunto, con objeto de alcanzar, desde un orden social
regido por la justicia, las respuestas que nos permitan una correcta comprensión del
problema emprendiendo sin titubeos su resolución.

Confieso que he dudado mucho en decidirme a pronunciar esta conferencia, de


la misma forma que dudé en reflejar sobre las páginas de un libro un tema del que saltan
chispas y que toca las fibras más íntimas de los sentimientos y de los prejuicios.

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Las que ahora van a escuchar Vds. son unas ideas tan heterodoxas, son unas
posiciones tan atrevidas, con respecto a los tópicos a los que estamos acostumbrados y
que damos por verdaderos sin el menor intento de análisis y crítica, que cuesta trabajo
ciertamente ponerlos de manifiesto sin arriesgarse a sufrir insultos y hasta agresiones.

Se van a decir aquí verdaderas herejías para aquellos que comulgan con la
historia oficial y oficialista, tanto la tradicional conservadora como la progresista
liberal. Si se me permite la expresión, mi opinión, que afortunadamente es reflejo de
una nueva línea de pensamiento que se va extendiendo por Europa, es transgresora y
transversal y por ello me temo que quizá más de uno se va a levantar indignado y
abandonará esta sala como protesta ante mi osadía. Espero que no suceda así y que mis
argumentos, expresados con afecto y respeto, sean capaces, si no de convencer, sí al
menos de interesar y que sirvan para plantear un debate sereno para conciliar posiciones
y enfrentar juntos el peligroso futuro que nos espera.

Algunos creemos que ha llegado el momento de decidirse y lanzar a la arena


política una propuesta que acabe de una vez por todas con el problema de la
comprensión de España que, queramos o no, ha venido arrastrándose desde hace por lo
menos dos siglos y se ha acentuado tensa y agriamente en los últimos decenios,
revisando nuestros postulados ideológicos -mantenidos muchas veces por pura inercia y
pereza mental- y al mismo tiempo proclamar la necesidad vital de refundar España
sobre sus bases biológicas y culturales, dejando atrás el uniformismo nivelador y
jacobino, tan contrario a nuestras propias esencias étnicas y a nuestra tradición histórica
más genuina que es plural, foral y hasta federalista. Y tratando por las mismas razones
de poner en su sitio los disparates secesionistas de ciertos sectores. Nosotros no estamos
ni con el centralismo separador ni con el nacionalismo separatista. Esta conferencia, que
es un resumen condensado de lo que sostengo en el libro “Teoría de Las Españas”, es
solamente un intento honesto de lograr ambas cosas.

Desde que el hombre empezó a poner por escrito los acontecimientos, es decir,
desde hace más de tres milenios, siempre hay dos versiones de los hechos que se narran,
o sea, que, como dijo Honorato de Balzac, hay dos historias: La historia oficial que se
enseña “ad usum Delphini” y la historia real, en la que se encuentran las verdaderas
causas de los acontecimientos. O dicho en otras palabras, hay una historia de los
“buenos” y una historia de los “malos, una historia de los vencedores y una historia de
los vencidos, una historia dictada por las clases dominantes para justificar y legitimar su
dominio y otra historia, más difícil de encontrar y narrar por lo que supone de acto de
libertad y de rebeldía, que es la vivida y sufrida por el pueblo, objeto, sujeto y actor
secundario del drama de la existencia.

Estamos, pues ante un fenómeno común a todas las épocas: La manipulación de


la historia y en el caso que nos ocupa, la manipulación de la Historia de España. No
crean Vds. distinguidos oyentes, que la manipulación de la historia que hoy vivimos, es
obra de la progresía y el marxismo, como en efecto lo es, sino que también el ala del
otro extremo manipula con igual intensidad. Porque ambos sectores sociales llevan a
cabo la misma táctica: Primero establecen una ideología y luego intentan adaptar la
historia a esa ideología, es decir que destacan lo que les conviene y ocultan lo que les
contradice. Ambos, izquierda y derecha, por igual. Pero el que os habla, junto a otros
muchos, no estamos ni en la derecha ni en la izquierda, así como tampoco formamos
parte de esa deletérea y cómoda postura que se llama centro, porque si es mentira lo que

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dice la izquierda y también lo es lo que dice la derecha, el centro no es otra cosa que el
fiel de una balanza que equilibra ambas mentiras, de lo cual no se puede deducir una
verdad.

Para conocernos tenemos ineludiblemente que conocer bien nuestra historia,


pero ya hemos dicho que toda historia es fácil de manipular y de hecho ha sido
manipulada desde los tiempos más antiguos. Por eso tenemos que coger los cronicones
medievales con pinzas y leerlos con anteojos, hasta con microscopio. Debemos saber
ser críticos y no creer a pies juntillas todo lo que leamos solo porque el texto es antiguo.
Nunca debemos olvidar que prácticamente todos los historiadores medievales son
escritores “áulicos” es decir que, aun no perteneciendo muchos de ellos al Aula Regia,
no dejaban de depender de la aprobación y hasta financiación de ella y por eso lo que
leemos no es muchas veces otra cosa que la visión de los hechos tal y como el rey de
turno quería escucharlos. Debemos pues leer las antiguas crónicas, pero todas, no solo
en su versión hispánica cristiana sino también en versión árabe islámica porque esta nos
proporciona datos y pistas interesantísimos para entender ciertas cosas y al mismo
tiempo recurrir a la historiografía moderna, mucho más crítica, académica y científica
que en cualquier otra época anterior y no porque los historiadores modernos puedan
estar más libres de prejuicios, influencias ideológicas y subvenciones, sino porque
algunos se encuentran en capacidad plena de ser económicamente independientes y
disponen de más medios y conocimientos gracias a la tecnología aplicada a la
paleografía y a una muy avanzada ciencia arqueológica, ciencias ambas que pueden
hoy, de una forma indiscutible, descubrir falsificaciones e interpolaciones y derribar
mitos comúnmente admitidos.

Pues bien: Hemos realizado hasta aquí una introducción que creemos
indispensable, pero antes de entrar en materia, quiero que quede una cosa bien clara: Yo
soy español, me siento español y creo en España, pero la manera de ser español y
sentirse español no es una fórmula matemática precisa y exacta, igual para todos. Hay
modos y modos de ser español y sentirse español de la misma manera que la creencia en
España no responde a una definición absoluta, sino que se deriva o bien de tópicos y
prejuicios viscerales, subjetivos e interesados (que son los que han primado hasta casi
ayer y aun predominan en el inconsciente colectivo) o bien de un análisis frío,
estrictamente científico y objetivo (que es lo que algunos proponemos).

El título de esta conferencia es “Las Españas: Familia de Naciones”. Nótese que


ya desde el principio hacemos alusión a una pluralidad. Bien es verdad que para mí
decir España o decir Las Españas es decir prácticamente lo mismo, con la salvedad de
que cuando me refiero a España en singular estoy haciendo referencia a una entidad
geográfica muy bien definida, mientras que cuando digo Las Españas, me refiero a un
concepto histórico y político.

De acuerdo con el título de esta conferencia, yo veo a Las Españas como una
gran familia donde los hermanos no son clones, sino que cada uno tiene sus propias
características y su personalidad. Y en una familia bien avenida ninguno de los
hermanos tiene más derecho que otro para imponer al resto su autoridad y sus formas de
ver la vida. Nadie, ni siquiera el primogénito, tiene poder legítimo en una familia para
decir a sus hermanos como tienen que vestirse y en que lengua tienen que hablar. Todas
las cuestiones de convivencia deben resolverse en fraternal acuerdo y no de otra manera,
de lo contrario la familia acabará rompiéndose. Precisamente por no observar esta

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conducta –y de ello todos tenemos algo de culpa- la gran familia española está a punto
de disgregarse y, lo que es peor, enfrentarse en una atmósfera asfixiante de
incomprensión y de odio. Esto es lo que algunos tratamos de evitar con todas nuestras
fuerzas y para ello ponemos nuestra contribución, como esta conferencia, por ejemplo.

El concepto de Las Españas no es ningún neologismo para expresar determinada


ideología política ni tampoco una palabra de reciente utilización. Leí hace poco en una
página de Internet como un forista decía que le repateaba “ese invento cursi y ridículo
de Las Españas”. Se disculpa esta opinión en virtud de la juvenil edad del que tal cosa
decía. Llamar invento cursi y ridículo al concepto de Las Españas es llamar cursi,
ridícula e inventada toda la historia española desde el siglo XI hasta el siglo XVIII
porque esta palabra tiene solera y es españolísima. Todavía hay algún listillo que se ha
atrevido a sostener (y solo con la intención de negar la pluralidad de los reinos
hispánicos) que eso de Las Españas se refiere a la España peninsular y a la España
americana, ignorando que el título de Rex Hispaniarum ya fue utilizado en el primer
tercio del siglo XI por el rey navarro Sancho III el Grande (y no fue el único) y que
Felipe II y sus sucesores se titulaban “Cathólicus Hispaniarum rex et Indiarum Novique
Orbis Monarca potentíssimus” con lo cual está clara la diferencia que se hacía entre Las
Españas de la península y las Indias transoceánicas. Este título real de Hispaniarum rex
ya nos indica desde la Edad Media la conciencia de pluralidad de reinos y coronas que
los monarcas tenían de sus dominios y no solo de aquellos presentes en su tiempo sino
también como recuerdo da las antiguas provincias romanas e hispano-visigodas, pues
este convencimiento de que se reina sobre varios pueblos y no uno solo, dio a los
monarcas medievales la justificación de titularse imperatores.

¿Qué son, pues, Las Españas según la tesis que mantiene este conferenciante?
Lo resumiremos así:

Conjunto de pueblos de ancestrales raíces celtas, iberas y vasconas, que


habitan la Península Ibérica en toda su integridad y las islas pobladas por oriundos de
aquella, profundamente inmersos en la Romanidad, fuertemente estructurados por la
organización social germano visigótica y notablemente influidos por la religión
cristiana, los cuales como consecuencia de la invasión islámica y frente a esta, han
perfilado su actual personalidad étnica y jurídica hasta quedar perfectamente
configurados y delimitados en el siglo XVI.

Existen muchísimas personas, sobretodo en la que podemos llamar “España


central” que se rasgan las vestiduras, ponen los ojos en blanco y se llevan las manos a la
cabeza cuando escuchan que Cataluña, Vasconia o Galicia, por poner los ejemplos más
significativos, son naciones dentro de un estado que se llama España pues para ellos
solo existen en la Península dos naciones: España y Portugal, indiscutibles, indisolubles
e indivisibles, como si esto hubiera sido así por decreto divino desde la noche de los
tiempos o para los más moderados, desde el matrimonio de los Reyes Católicos don
Fernando y doña Isabel. Y ¡ay de quien lo dude¡ Caerán sobre él los improperios de
traidor, separatista, mal español, marxista y masón. Pero también existen otros muchos
que, con parigual visión torticera y sesgada de la historia, afirman que la idea de España
como ente político es cosa del franquismo o de los Borbones o, como mucho, forzada
imposición de los citados Reyes Católicos, por lo que tratan con displicente desprecio y
agresividad a lo que ellos llama españolismo. Craso error por ambas partes y voluntaria
ceguera en los dos bandos. Analicemos, pues, la cuestión desde su justa perspectiva:

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¿Qué son los estados modernos (y no solo España) sino artificiosos edificios
levantados con la pólvora de los mercenarios, el oro de los banqueros, la sangre de los
campesinos y la bragueta de los reyes, según acertada visión del escritor Joaquín
Bochaca?

¿Y qué son las naciones, las verdaderas naciones, sino armoniosos organismos
sociales formados por el devenir de la propia Naturaleza sobre la base de la etnia y la
geografía y guiados por su voluntad colectiva y soberana?

¿Podemos en estricta justicia y objetiva visión, hacer derivar la existencia de una


nación del capricho testamentario de un monarca, de una boda real, de la muerte casual
de un príncipe o del resultado azaroso de una guerra?

Pues esto es lo que ha sucedido en España y en muchos otros estados. Los


ejemplos de lo que decimos son tan apabullantes que sería excesivo y ocioso
presentarlos ahora aquí. El hecho es que hemos llegado a constituir un estado centralista
y nivelador por casualidades de todo tipo, por ambiciones dinásticas y por intereses
crematísticos y que los poderes fácticos han decretado que tal cosa sea una nación,
permaneciendo indiferentes ante el hecho de que por parecidas casualidades,
ambiciones e intereses, nuestro hermano Portugal sea un estado distinto y extranjero.

¿No nos damos cuenta de que nos estamos dejando llevar por los azares de la
historia, inducidos por los poderosos y por las pasiones irracionales, fomentadas por la
ambición de ciertas minorías, en lugar de guiarnos por la luz de la razón, por nuestra
propia naturaleza y por nuestra propia voluntad como pueblos soberanos?

Para intentar aportar una luz clara y precisa sobre tan complejo tema y con el
exclusivo ánimo de conciliar posiciones y sentar bases para un encuentro sereno y
cordial entre todos los habitantes de esta Península, sirvan las reflexiones que a
continuación desarrollamos.

En primer lugar hay que admitir que las apasionadas discusiones que suscita el
planteamiento de este problema vienen de la confusión o mezcla de los significados de
las palabras nación y estado, haciendo coincidir a ambas dentro del mismo concepto.
Por esto hay que dejar muy claro ya desde el principio que las citadas palabras tienen un
contenido semántico y un significado etimológico muy distinto.

El sustantivo nación viene del latín natio-onis, con el significado de pueblo,


clase, raza y también diosa del nacimiento (Natio). Y su raíz está contenida en todas las
palabras que hacen alusión al origen de cualquier ser vivo, como el verbo nasco-natus
sum, que significa nacer, provenir, proceder de, salir, surgir… y el adjetivo nativus, el
que nace, el que tiene un origen dentro de una comunidad determinada, aquello que es
natural, lo propio de la naturaleza, lo innato, lo recibido por la sangre y la herencia de
linaje genético.

Proveniente también del latín, la palabra estado (status) deriva del verbo statuo
que significa establecer, disponer, erigir, instituir, dejar sentado, decidir, decretar… y
también del verbo sisto que es consolidar, fijar, determinar.

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Queda, pues, clara la diferencia cuando empleamos correctamente estas palabras
en su sentido estricto original, pero en el uso corriente de ambas, su significado es
multívoco y entonces solo podemos deducir el sentido que se le da a una y otra palabra
analizando el contexto en que se están utilizando.

Sea como fuere, el significado correcto de la palabra nación cuando se refiere a


una comunidad dada, implica consanguinidad u origen común, mientras que la palabra
estado implica organización política.

Si se aceptan estas definiciones conceptuales, podemos deducir ciertas


conclusiones que vamos a exponer:

Una nación no es por si misma un estado y un estado puede comprender dentro


de su organización una sola nación o varias.

La nación es al estado lo que una persona física es a una institución. Una


persona es un ente físico. Una institución es un ente jurídico. La persona tiene unas
características físicas y anímicas que la hacen singular y única en relación con otras
personas y una institución tiene un carácter abstracto que se singulariza entre otras
instituciones por los estatutos que la rigen.

Así una nación es un conjunto de personas con características étnicas comunes


diferenciadas y un estado es una institución jurídica por cuyas normas se rige una
comunidad cualquiera, sea de una sola nación, sea de varias.

De lo cual se deduce que una nación puede no gozar de organización política, es


decir, no constituir un estado, pero sigue siendo una colectividad singular y
diferenciada.

¿Y qué sería considerado como una nación según esta misma tesis?

De acuerdo con el contenido etimológico y semántico que hemos desarrollado


antes y que entendemos que es exclusivamente científico, una nación es una
comunidad estable, étnicamente homogénea e históricamente formada que posee
un territorio propio bien delimitado y se distingue por un idioma, unas tradiciones,
una cultura, costumbres y carácter, reflejados en ciertos símbolos, manifestado
todo ello en un tácito o expreso consenso popular, tenga o no una organización
política propia e independiente.

Hagamos aquí un inciso, observando que el idioma original y exclusivo de una


nación puede ser muy determinante en la cultura e idiosincrasia de la misma en algunos
casos, muy especialmente aquí en Cataluña, pero no necesariamente, pues puede
haberse dejado de utilizar por muy variadas circunstancias y sustituido por otra lengua
compartida con otras naciones.

También una nación puede no poseer un territorio en propiedad -naciones


nómadas, naciones migrantes o naciones expulsadas- aunque todo pueblo tiende a
asentarse y disponer de un hogar colectivo. Por eso ni la lengua originaria, ni el
territorio, ni la soberanía, son esenciales para ser una nación. Lo más importante, a
nuestro entender, es la etnicidad y la voluntad popular, pues en este concepto se encierra

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todo el complejo mundo antropológico por el que los componentes de una nación son
reconocidos por otros y se reconocen entre sí mismos.

Esta etnicidad consiste mucho más en el convencimiento íntimo de pertenencia a


un grupo diferenciado que comparte, como hemos dicho, cultura, costumbres,
tradiciones, carácter y símbolos, que poseer un fenotipo determinado, aunque este a
veces también existe.

Por esta última razón, me ha parecido más consecuente y comprensible utilizar


un neologismo que sustituya la palabra “nación” por otra que, teniendo el mismo
significado, evite el confusionismo tendente a discusiones estériles y sin fin. Así,
proponemos definir la palabra nación como “área identitaria”, es decir, un grupo
humano con características diferenciales que habita un territorio históricamente
constituido, teniendo ambas cosas el apoyo de la expresa voluntad de ese grupo..

Y volviendo a la definición anteriormente expuesta nosotros nos preguntamos


¿puede aplicarse el hecho diferencial nacional o identitario al conjunto de todos los
habitantes de nuestro territorio peninsular? A nuestro entender, no. Tal definición
encajaría perfectamente en todos y cada uno de los antiguos pueblos de la vieja Iberia,
pero no puede aplicarse a la población ibérica de una forma colectiva. Ni tenemos todos
la misma etnia, ni hablamos un solo y único idioma, ni reconocemos como íntima y
carnalmente “nuestra” cualquiera de las regiones geográficas peninsulares -que además
son muy diferentes entre sí- ni tenemos en común las mismas tradiciones, cultura,
costumbres y carácter ni tampoco nos hemos visto todavía representados por unos
símbolos voluntaria y absolutamente aceptados por todos como propios y exclusivos. El
mismo don Marcelino Menéndez Pelayo, nada sospechoso de separatismo, lo vio así
cuando escribió: “…la Fe Católica… esta es nuestra grandeza y nuestra unidad. No
tenemos otra.” Quizá sea un tanto extremista esta aseveración, pero no le falta su razón
de fondo al gran polígrafo montañés.

Así un área identitaria es un concepto que entra dentro del campo de la


antropología mientras que un estado es, por el contrario, una entidad comprendida en el
campo del derecho político, entidad que se caracteriza por las leyes emanadas de un
determinado poder establecido, bien sea este un poder impuesto por la fuerza o un poder
voluntariamente pactado.

La constitución de un estado, bien por imposición bien por pacto, tiene su origen
en un momento determinado de la historia, es decir, tiene una fecha exacta de
formación, mientras que el origen de una nación o área identitaria no está generalmente
determinado en un momento exacto de la historia ni tiene una fecha de fundación,
aunque hay excepciones, porque es consecuencia de un lento proceso de desarrollo a lo
largo de un tiempo que pueden ser milenios o siglos, si bien es verdad que, a veces,
pueden bastar unos cuantos años para que una comunidad humana pueda reconocerse a
sí misma como una nación por un acto de consenso y voluntarismo político, tal como
sucedió en la fundación de los Estados Unidos de América, casi la única ocasión en la
historia en que estado y nación se fundan al unísono. Pero no es menos cierto que este
consenso de voluntarismo político no puede nunca llegar a buen puerto si previamente
no existe una notable homogeneidad étnica y una lengua única, por lo cual una nación
fundada sobre la voluntad política de una comunidad sigue teniendo como base esencial
unos aspectos biológicos y naturales.

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Lo que es un arbitrario concepto de la modernidad es el de nación igual a estado
o estado igual a nación, ideología esta que procede en primer lugar de las exaltaciones
del romanticismo decimonónico, hijo de la Revolución y en segundo lugar de la
disolución de los viejos imperios después de la Primera Guerra Mundial, porque una
nación puede vivir perfectamente sin constituir un estado, limitándose a ser un conjunto
de clanes o tribus o una comunidad cohesionada por la lengua, la etnia, la historia y la
tradición y con conciencia de ello, pero a su vez, cualquier nación puede,
voluntariamente o no, formar une entidad jurídica como estado o integrarse, también
voluntariamente o no, en una entidad jurídica más amplia formada por varias naciones
que constituyen un estado, llámese este monarquía, imperio o república.

Cabría introducir ahora un comentario del todo pertinente. Se trata de considerar


que la formación de un estado no implica la desaparición de las naciones que pueda
abarcar. Habrá una sola soberanía pero no por ello se esfuman en la nada las identidades
étnicas de los pueblos a ella sometidos.

Existen casos en la historia en los cuales una nación logra convertirse en estado
para luego perder esa cualidad política eliminada por una potencia exterior. Tal es el
caso de Polonia, troceada como estado y sin instituciones políticas propias después de
los conocidos “repartos” de esa nación entre las potencias vecinas en el siglo XVIII.
¿Podemos decir por eso que Polonia dejó de ser una nación por más de 200 años? ¿No
sería más exacto concluir que Polonia dejó de ser un “estado” pero que nunca perdió su
condición nacional pese a estar sometida y repartida entre el Imperio Ruso, el
Archiducado de Austria y el Reino de Prusia?

En el sentido apuntado y ya centrándonos en España, galaicos, astures, cántabros


y vascones, aun sin haber constituido unidades políticas propiamente dichas, son las
áreas identitarias más antiguas de España porque ya existían antes del Imperio Romano
y siguen existiendo hoy. Aquellos lejanos pueblos eran perfectamente distinguidos por
los foráneos y se distinguían mutuamente entre sí, aunque, como hemos dicho, no
constituyeran estado alguno y ni siquiera lo pretendieran. Los demás pueblos ibéricos
de la época pre-romana, han perdido sus nombres antiguos adoptando otros nuevos por
efecto de las vicisitudes de la historia, es decir, como consecuencia de la Reconquista,
pero en su más íntimo sustrato, siguen teniendo casi todos ellos las mismas raíces
étnicas que antaño los singularizaron, si bien es verdad que modificadas por efecto de
las repoblaciones medievales. Los pueblos no desaparecen por el hecho de cambiar de
administradores o dominadores. Los pueblos siguen vivos y mantienen sus tradiciones,
su costumbrismo, su tipismo, muchas veces incluso sus lenguas propias (como los
vascones) sea quien sea quien gobierne. Yo sostengo que si la invasión musulmana y
consiguiente Reconquista no hubiera tenido lugar, los pueblos ibéricos, como ya lo
habían hecho con la administración romana, habrían mantenido bajo la autoridad
política de la Monarquía visigoda, sus características étnico-culturales, sus usos y
costumbres, sus tradiciones antiguas, aunque profesaran todos la misma religión,
hablaran presuntamente un romance latino común y estuvieran sometidos a una misma
legislación general emanada de la Curia Regia y de los concilios de Toledo. No puede
ser de otra forma porque un pueblo es un organismo vivo con características propias que
solo deja de existir cuando es aniquilado físicamente o cuando, por efecto de un
mestizaje profundo, cambia la base biológica de sus orígenes. No creo que los túrdulos

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y turdetanos de la antigua Bética, cambiaran sustancialmente su identidad por el hecho
de que en Córdoba hubiese un emir en lugar de un duque visigodo.

Los primeros trescientos años de presencia musulmana se caracterizaron por una


relativa coexistencia (que no es lo mismo que convivencia) entre la población antigua
hispano-visigoda y los nuevos vecinos bereberes. Hubo en aquellas centurias, batallas,
correrías, avances y retrocesos, pero también hubo mucha aceptación voluntaria del
Islam por parte de los hispano godos, matrimonios mixtos entre las clases dirigentes,
convergencia de intereses, pactos y hasta situaciones de verdadera amistad. Teniendo en
cuenta además que la población invasora era minoritaria, compuesta principalmente por
bereberes (étnicamente íbero-atlánticos y no “moros” en el concepto actual de esta
palabra) con muy pocos árabes de raza, la composición étnica de los pueblos ibéricos no
sufrió alteraciones notables. No puede explicarse de otra manera –y esto ya en la
primera mitad del siglo XI- la amistad del Cid con el emir de Molina, que no era ni
árabe ni bereber, aunque sí musulmán y su servicio al emir de Zaragoza, descendiente
de visigodos, así como la hospitalidad que el emir de Toledo, un muladí o sea un
hispano converso al Islam, dispensó a Alfonso VI cuando huía de su hermano.

Las verdaderas invasiones vinieron después, durante los siglos XI, XII y XIII
(almorávides, almohades y benimerines) siendo las más peligrosas e importantes las dos
primeras y estas sí alteraron la antigua constitución étnica de los pueblos ibéricos,
provocando masivas emigraciones al norte, sobretodo al Reino de León, de mozárabes
cordobeses y toledanos e introduciendo gente del Sahel, negros africanos, cuya vista
causó conmoción entre los cristianos españoles que no había visto un negro en su vida..

Pongamos ahora un ejemplo de lo que sucedió prácticamente en todas partes.


Trataremos de la formación de Portugal, como uno de los nuevos estados de la
Cristiandad hispana. Como entidad jurídica, es decir, como estado, tiene una fecha
exacta de constitución y es la coronación como rey de don Afonso Enriques,
declarándose vasallo de la Santa Sede e independizándose de la monarquía leonesa. Sin
embargo, aquel territorio de la Corona leonesa no estaba vacío. Ya existía en él una
comunidad nacional o si se quiere proto-nacional, que no era otra que los galaicos
bracarenses. Los súbditos del rey citado eran, pues, gallegos que, al constituirse en
nuevo estado, fueron extendiéndose hacia el sur absorbiendo a los antiguos lusitanos.
Galaicos y lusitanos llegaron con el tiempo a fundirse, pero desde luego ya estaban allí
antes de que se formase el estado portugués como monarquía y hubieran seguido
estando aun cuando el condado galaico-leonés de Portugal no hubiera adquirido estatus
jurídico de Reino. Como también los vascones estaban allí antes de que se fundara el
Reino de Navarra. Por eso sostenemos que la nación es y está antes que el Estado y que
ya había identidades ibéricas diferenciadas antes de la formación de los Reinos
hispánicos del medioevo, siendo aquellas el sustrato sobre el que se construyeron estos.

Otro ejemplo de esto que decimos, fuera de nuestras fronteras, es Irlanda que fue
una nación desde hace muchos siglos aunque no tuvo nunca una unidad política
duradera ni constituyese un estado propiamente dicho. Porque los irlandeses, divididos
en clanes, se reconocían mutuamente a sí mismos como tales, pero solo en 1921
lograron tener un estado propio, habiendo estado sujetos durante ochocientos años a la
monarquía inglesa. ¿Podemos decir por ello que los irlandeses no han sido una nación
hasta bien entrado el siglo XX? Evidentemente no.

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Galeses y escoceses por el contrario sí que han tenido estados propios e
independientes con fecha de fundación aunque ya antes eran entidades nacionales muy
claras, de etnia celta, bien diferenciada de sus vecinos anglosajones. Y hoy, integradas
en el reino Unido de Gran Bretaña, es decir, no teniendo estado propio desde hace siglos
y sin quererlo tener pues han rechazado hasta la autonomía por sus altos costes, no por
ello han perdido su sentimiento nacional muy bien definido en todos los aspectos etno-
culturales. Ellos serán británicos pero nunca ingleses. No tendrán estado, pero serán
nación.

A nuestro modesto entender, en España se produce un caso muy similar. Hay en


ella naciones antiguas pre-romanas y otras que han surgido con el devenir de la
Reconquista. Pero tanto las primeras como las segundas no formaron estados hasta la
Edad Media. Creemos que a finales del siglo XVI ya estaban constituidas todas las
diversas áreas identitarias españolas, habiendo sido la última el reino de Granada, que
como tal reino, tiene su fecha de constitución el 2 de Enero de 1492 dentro de otro
estado, la Corona de Castilla; y como identidad penibética se ha ido decantando desde
entonces hasta hoy, diferenciándose tanto de Castilla como de Andalucía, que también
forma un área identitaria singular, desde su fundación como Reynos del Andaluzía
(pequeños “estados” o taifas de Córdoba, Jaén y Sevilla) dentro del gran estado de la
Corona de Castilla en el siglo XIII, hasta su peculiar carácter diferencial que creemos ya
bien formado y muy distinguible en el siglo XVII .

León y Castilla, tuvieron igualmente una fecha de fundación como estados en la


forma jurídica de “Reinos” y en cuestión de un par de siglos ya poseían cierto
sentimiento proto-nacional -perfectamente comprobable en los “Cantares de Gesta”-
que, con los años, fue consolidándose. En estos casos, la constitución de aquellos
estados fue una condición previa para el desarrollo identitario posterior. Pero esto fue
así porque antes los territorios sobre los que se fundaron los reinos ya estaban poblados
por gentes de un origen homogéneo aunque llevaran otros nombres en la Antigüedad.
Por ejemplo, la población del nuevo Reino de León, fundado el año 910, no apareció
allí por arte de magia, sino que fueron galaicos y astures los que lo sustentaron, pero
con el nuevo nombre de leoneses. Lo mismo sucedió con la fundación del Condado y
luego reino de Castilla. Las gentes repobladoras fueron étnicamente cántabras,
vascongadas y visigodas, pero con el nuevo nombre de castellanos.

Caso parecido es el de Valencia y Murcia, solo que aquí su identidad se formó


por la mezcla de los mozárabes que aun vivían allí con gentes procedentes de otros
territorios peninsulares, lo cual hizo que estos nuevos reinos no fueran meras sucursales
de su fundadores políticos, es decir, Castilla, Aragón y Cataluña, sino que adquirieron
una personalidad propia y definida.

El Reino de Mallorca y las islas de Ibiza y Formentera, tienen igualmente una


fecha de constitución jurídica dentro del estado que era la Corona de Aragón, aunque su
repoblación fue casi íntegramente catalana. Pero su carácter isleño ha hecho que
adquieran características propias que las diferencian de sus fundadores.

Extremadura fue sin embargo en un principio una mera prolongación política del
Reino de León por el oeste y de Castilla por el este, pero ya existía allí, antes, durante y
después de la Reconquista, una población autóctona de etnia vetona y ya en el siglo

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XVI se la identifica como “provincia fiscal” distintiva, diferenciada tanto de León como
de Castilla.

El reino de Toledo, dentro del gran estado que era la Corona de Castilla,
adquirió personalidad jurídica propia desde su reconquista y fue igualmente repoblado
por leoneses, castellanos y otros, además de contener una población mozárabe de
sustrato étnico carpetano, lo cual dota a este ente jurídico de personalidad propia, siendo
como era además, la antigua capital y centro geopolítico de la Monarquía visigoda.

La Mancha, perteneciente “de iure” al reino de Toledo, contiene elementos


antropológicos étnicamente oretanos, a lo que hay que añadir una singularidad
geográfica suficiente como para formar igualmente un área identitaria diferenciada,
además de que ya en el siglo XVI, como en el caso de Extremadura, se la distingue en
los mapas como “provincia fiscal”.

Lo mismo sucede con Aragón y Cataluña, de donde no desaparecieron por arte


de magia los antiguos pueblos ibéricos, además de visigodos y francos, que poblaban
esos territorios, ni siquiera cuando algunos de ellos aceptaron el Islam. Musulmanes o
cristianos seguían manteniendo, como es lógico y natural, sus raíces etno-culturales
antiguas, porque, no lo olvidemos, la mayoría de los musulmanes de la Península no
eran “moros”, ni mucho menos árabes, eran y siguieron siendo hispánicos de otra fe,
pero étnicamente hispanos al fin y al cabo.

Como ejemplo final, los vascongados por un lado y los vascones por otro,
forman desde tiempos antiquísimos una comunidad cultural y étnica unitaria, aunque los
primeros formaron voluntariamente parte de un estado, la Corona de Castilla y los
segundos constituyeron el suyo propio, el Reino de Navarra, lo cual no hace que vasco-
navarros dejen de ser un pueblo característico, es decir, un área identitaria homogénea
que se puede llamar con todo derecho y propiedad Euskal-Herría, siempre y cuando esta
entidad se logre por unánime y expresa voluntad popular.

Cabe hablar aquí del origen de la palabra “vascongadas”. Quiere decir


simplemente “terrae vasconicatae” es decir, “tierras vasconizadas” porque no es lo
mismo, hablando en puridad, vascón que vasco, aunque hoy no tenga importancia
alguna esta distinción. Vascones fueron los antiguos pobladores del Pirineo central que,
extendiéndose, se mezclaron con tribus celtas del Pirineo oriental y costa del Golfo de
Vizcaya (bárdulos, caristios y autrigones) resultando de ello una vasconización de estos
pueblos por la superioridad numérica de los vascones.

En resumen y concluyendo: Así como, a nuestro entender, no hay una “lengua


española” sino “lenguas españolas”, tampoco hay una “nación española” sino “naciones
españolas” o si lo preferimos así, áreas identitarias españolas. Dicho lo cual y siguiendo
la coherencia de nuestra argumentación, no hay -ni tiene por que haberla- una
concatenación nación igual a estado, por lo cual no vemos ni útil, ni prudente, ni justo y
ni tan siquiera posible, que las áreas identitarias españolas se transformen en estados
independientes entre sí. En primer lugar porque no existe una sola de ellas que, separada
de las demás por fronteras estatales, esté en condiciones de afrontar los retos y
necesidades de nuestra época, donde lo que marca la pauta son los grandes bloques
políticos, en nuestro caso Europa. Esto sería un suicidio se mire por donde se mire. Pero
además es que tenemos el imperativo moral de estar unidos por muchas razones:

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• Por compartir un territorio geográficamente muy definido como lo es la
Península Ibérica.
• Por intereses colectivos de carácter económico, comercial, laboral, fiscal y de
defensa militar.
• Por solidaridad natural entre pueblos hermanos y vecinos que hemos
compartido las misma vicisitudes históricas.
• Por los movimientos migratorios entre los pueblos hispanos que, aunque no
deseados, son una realidad que ha hecho más permeables las diferencias entre
unos y otros.
• Por la consanguinidad establecida a través de las innumerables uniones entre
hombres y mujeres de nuestros diversos pueblos, lo cual hace que millones de
españoles tengan orígenes diversos que los emparentan sentimentalmente con
dos o más pueblos de España.
• Por compartir una misma tradición en los ámbitos de las Artes, las Letras y las
Ciencias, pudiéndose hablar con toda propiedad de la existencia ante el mundo
de una cultura netamente española, por encima de los particularismos
identitarios.
• Por la vertebración espiritual que la religión católica ha logrado a lo largo de
centurias (mucho más de mil años) lo cual nos dota de unas creencias
fundamentales, unos valores morales y unas costumbres y prácticas religiosas
comúnmente compartidos, porque séase o no católico, nadie podrá dudar que
las Españas, como parte de la Cristiandad, han recibido del catolicismo romano
una grandísima herencia en su peculiaridad colectiva y esto nos enlaza
igualmente con los demás pueblos europeos, con los matices que pudieran
puntualizarse.

En resumen: España es plural. De esto estamos íntima y absolutamente convencidos


y la imposición por la fuerza del estado-nación, de origen liberal y decimonónico, con
raíces en la nefasta Revolución Francesa, es un error histórico y conceptual que no trae
más que consecuencias desastrosas. Pero España como ente colectivo no es un invento
de hace dos días como pretenden algunos. El sentimiento de “Comunidad Hispánica”
está presente desde hace siglos. Se aprecia ya en la Edad Media un sentimiento de
comunidad de origen, fundamentada en la Hispania Romana, desarrollada durante la
Monarquía Visigoda y consolidada en la Reconquista, como una comunidad de valores
y de temperamento. Por otra parte, hay una constante de respeto a los derechos y
libertades particulares de las varias identidades españolas, claramente plasmado en los
“Fueros”, en perfecta simbiosis con una fe religiosa unitaria, una territorialidad no
discutida -al ser España una península- y una ética social común. Es decir, que aunque
el concepto estado-nación es totalmente ajeno a la mentalidad medieval, hay que
admitir, sin ningún género de dudas, que desde los inicios de la Reconquista, sí se
entendía, al menos entre las clases dirigentes, que España era la Gran Patria Común de
todos los pueblos ibéricos y cristianos. Sentimiento que compartimos nosotros.

Por esta razón, proclamamos como fin irrenunciable llegar a un acuerdo colectivo, a
un pacto “inter-hispánico”, a un “foedus” en el sentido latino de esta palabra, para
establecer un estado común a todos que puede ser una república federal o ¿por qué no?
una monarquía foral.

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Las Españas, haz de pueblos y familia de naciones. Creemos que deberíamos
asumir sin reservas este concepto no solo porque responde a la realidad histórica y
étnica sino sobretodo porque es la voz y voluntad expresa de los ciudadanos.

Podríamos aquí dar por terminada esta conferencia, pero nos parece indispensable
añadir algo sumamente importante para nuestro futuro.

Esta gran familia de naciones que forman Las Españas, está integrada “volens
nolens” en la comunidad antropológica que llamamos Europa y nuestro destino está
necesariamente encadenado al destino de todos los demás pueblos europeos que
conforman lo que se ha llamado Occidente o más antiguamente la Cristiandad.

Ante el peligro inminente de la desaparición de la herencia etno-cultural de Europa,


ante la amenaza muy real de nuestra desaparición física en este solar de nuestra estirpe,
vemos como, ya no solo conveniente, sino absolutamente necesario y vital construir un
nuevo movimiento euroidentitario de carácter socialista y popular que se enfrente a esta
invasión tercermundista y alógena que nos anega, a la destrucción del entorno natural y
al desenfreno oligárquico de acumulación de riquezas.

Y decimos movimiento euroidentitario porque este adjetivo define una conciencia


eurogenética integrada en el tronco antropológico indoeuropeo que es la base sine qua
non de nuestra vida colectiva, de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestra
civilización.

También proponemos que este movimiento sea doctrinalmente socialista, es decir,


que tenga como preeminencia absoluta el interés de Europa sobre cualesquiera otros
intereses, de manera que se eviten las veleidades centralistas jacobinas, las
mezquindades nacionalistas que conducen al separatismo insolidario, la lacra del
capitalismo explotador y la infamia de la usura financiera.

Por último, preconizamos también un enraizamiento popular y fuertemente


patriótico y comunitario, en el sentido völkisch alemán, que implica la intervención y
control del pueblo en los asuntos del estado nombrando sus propios representantes
como Poder Legislativo así como sus delegados en el ámbito laboral, sindical o
corporativo y sobretodo, el derecho inalienable de ser consultado a través del
referéndum y del plebiscito y la autoridad para remover los cargos políticos así como
intervenir en la designación de los representantes del Poder Judicial. Es decir, no una
democracia al uso, sino un verdadero poder popular.

Y con esto termino, amables oyentes, no sin antes pedir perdón si alguien se ha
sentido ofendido por entender España de manera diferente a la mía. No ha sido nunca
mi intención herir los más profundos sentimientos de nadie en un tema que, como decía
al principio, es extremadamente delicado. Pero no puedo terminar mi alocución sin
lanzar una consigna que resume todo lo dicho en esta conferencia y que espero se vaya
extendiendo por toda la “Piel de Toro”:

¡ Viva España federal y arriba la Europa imperial ¡

Muchas gracias.

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