You are on page 1of 81

Comentarios de un extranjero de visita en el país

Venezuela: La aventura de vivir / Primera parte


Manuel Tapial

Indice

1. El Despertar; Caracas
2. Los Barrios
3. San Félix. Una de Nobles
4. Hacia El Dorado; Donde los Muertos Resucitan.
5. “Roberto y la Dignidad de los no Vencidos”.
6. De El Dorado a El Callao; La cuna del Oro.
7. Una de Masones, Ciegos y Madres.
8. El Delta: Donde el Orinoco se esconde. Los caños.
9. Maturín, Cumana y el lujo de sus costas.
10. Mochima. Entre el turismo venezolano y el exotismo del Caribe.
11. Barcelona, Boca de Uchire y El dia D.
12. Charallave, “La Ciudadanizacion del Gobierno”.
13. Aragua: Ocumare de la Costa. El mejor Cacao del Mundo.
14. El Carácter de la Oposición.
15. El Burro. Puerto Carreño: el miedo de las sombras.
16. El fantasma del pasado.
17. Samariapo. Un mundo entre cuatro casas y diez barcas.
18. Amanaben.
19. San Fernando de Atabapo. Los Mercaderes del río.
20. De Colonos, mercenarios y militares corruptos
21. Yopo.
22. Casiquiare.
23. Donde la solidaridad brilla por su presencia.
24. Orinoco en esencia.
25. El Retorno.

Introducción

Entre los meses de Octubre y Diciembre, tuvimos la ocasión de hacer un viaje de investigación
por casi toda Venezuela. Desde Caracas, donde coincidimos con las elecciones a las
gobernaciones y ayuntamientos el dia 30 de octubre, hasta el estado Amazonas; no sin antes
pasar por Apure, Bolívar, Sucre, Monagas, Aragua, etc.

La motivación de este viaje surgió a raíz de contrastar la información que de este país venia a
nuestros medios por diferentes cauces. Los medios de comunicación de masas nos ofrecían
una imagen de Venezuela de caos, desorden y dictadura. Todo esto reflejado en el presidente
Hugo Chávez Frías. Mientras, los canales más alternativos nos contaban lo lindo del proceso
Bolivariano y de las nuevas ilusiones que se estaban generando. Ahí fue y a través de estos
canales donde conocimos otra conciencia diferente de la realidad política que se vivía en
Venezuela.

Hugo Rafael Chávez Frías había sido reelegido y confirmado presidente hasta en 8 ocasiones.
En el mes de agosto del año 2004, en el referéndum revocatorio del dia 15, rompió todas las
expectativas de la oposición y dobló en votos a éstos, para desesperación de la administración
Bush. En las elecciones regionales, en las cuales estuvimos presentes de observadores, los
partidos de carácter chavista ganaron 20 de las 22 regiones en las cuales se divide Venezuela.

Estos escuetos datos pueden servir de introducción a la situación política real que se vive en
este país.

A lo largo del siguiente escrito, se pretende dar a conocer nuestra experiencia de encuentro
con la gente, el carácter de nuestro viaje e incluso algunas experiencias reveladoras en las
cuales nos vimos inmersos, como consecuencia de la metodología que utilizamos para
acercarnos a estos núcleos de personas. Nos parece importante reseñar, que las experiencias
vividas son únicas y los análisis de campo están hechos desde nuestra propia percepción en
función a estas experiencias.
Los viajes en auto-stop, los viajes en autobús, las búsquedas de alojamiento y las convivencias
con personas de los lugares por los que pasamos, generaban situaciones abiertas y aleatorias
con diferentes capas de la sociedad consiguiendo información de manera objetiva.

El texto está dividido en dos partes: en la primera de ellas se reflejan nuestras experiencias en
la civilización criolla y en la segunda parte pretendemos reflejar nuestras experiencias en zonas
indígenas fronterizas en los ríos.

Estas líneas son un reflejo de esas experiencias que han supuesto un aprendizaje
extraordinario tanto en la manera de entender la vida como en la puesta en práctica de unos
valores diferentes basados en el apoyo mutuo y en la solidaridad, algo que no dejamos de
practicar y recibir en todo el viaje. Un aprendizaje que nos ha permitido avanzar en la
profundización de la cultura de una parte de América Latina y en nuestras propias vidas
habiendo sido parte de los otros, nuestros nuevos amigos que nos facilitaron un viaje que sin
ellos hubiera sido imposible.1

1. El Despertar; Caracas

Al llegar al aeropuerto nos encontramos con una realidad a años luz de la que proveníamos.
Aterrizar en Maiquetía significaba que comenzábamos un viaje de iniciación a una concepción
de la vida totalmente diferente, y que los descubrimientos de los cuales seríamos protagonistas
nos harían testigos de realidades inimaginables en una sociedad como la europea.

El aeropuerto Simón Bolívar es algo así como un aeropuerto de los años 50, en proceso de
renovación, situado entre el Parque Nacional del Ávila y el Océano Atlántico, tiene vecino de sí
miles de “casas de cartón”2 en sus espaldas. Este fue nuestro primer contacto con la realidad a
la que veníamos, una forma de vivir y de construir hogar para nada anecdótica.

Hace no muchos años, durante una lluvia torrencial, miles de estas casas en La Guaira fueron
víctimas de un desastre de proporciones catastróficas. Cientos de personas murieron y miles
de ellas perdieron su hogar. Aún así, en pocos días los habitantes del cerro rehicieron sus
casas y volvieron a la ladera. Esto no es algo aislado. Todos los años durante la época de
lluvias se repite este suceso en diferentes zonas del país con casi el mismo balance de
víctimas.

Una vez en el aeropuerto estuvimos esperando a nuestro contacto, el cual debía venir a
recogernos, pero por un error y por falta de conexión en nuestros móviles, tras un buen rato de
espera decidimos adentrarnos en la ciudad a buscar un alojamiento y descansar un rato
después de nueve horas de viaje. Al día siguiente contactaríamos con Henry, nuestro guía
inicial en Caracas y miembro de una coordinadora de movimientos sociales en Venezuela.

Henry es una persona de cabello corto y moreno, curtido en muchas batallas y militante
comunista desde su juventud más rebelde. Parte de su familia había muerto en combate en las
guerras de El Salvador, Nicaragua, Honduras y Guatemala. Él mismo, tenía marcas de heridas
de bala en varias partes de su cuerpo. Nunca supimos en qué contexto le hirieron, pero desde
luego era una persona dura y noble. El comportamiento que tuvo con nosotros fue admirable.

En el aeropuerto, durante el tiempo de espera, no pararon de acercársenos diferentes


trabajadores ofreciéndonos cambio de moneda. Solo faltó que los miembros de ejército que
andaban por la zona se hubiesen ofrecido. Como no teníamos bolívares y una azafata en el
avión nos había recomendado cambiar en el mercado negro, después de varias ofertas
decidimos cambiar una pequeña cantidad de euros al precio que más o menos nos había
orientado esta azafata: dos mil setecientos cincuenta bolívares por euro.

Ya podíamos pagarnos nuestros billetes de autobús y adentrarnos en la ciudad.

Nos alojamos en un hostal cerca de la Plaza Venezuela, el hotel Ritz, un hotel de dos estrellas
que por lo visto era de lo más económico en la ciudad. Por treinta mil bolos3 al día teníamos
habitación con cama amplia, baño y aire acondicionado. Ahí nos dimos cuenta que el aire

1. Nota del autor


2
Con “Casas de cartón” nos referiremos de aquí en adelante, a las casas construidas con ladrillo en las
colinas o cerros en torno a los núcleos urbanos. En muchos casos, estas mismas casas generan núcleos
urbanos. En Caracas se estima que más de la mitad de la población vive en este tipo de casas.
3
Bolívares.
acondicionado implica calidad de vida y por ello el coste de las habitaciones es mayor. El hotel,
situado en la calle Las Palmas semiesquina con la Avenida Libertador, no quedaba muy lejos
de Chacao4. Pasamos descansando parte del día.

Al anochecer, decidimos dar un paseo por la zona e impregnarnos del ambiente nocturno del
Boulevard de Sabana Grande, de sus terrazas, sus tiendas y por supuesto de los buhoneros5.
En este momento comenzamos a tomar conciencia de qué tipo de sociedad nos rodeaba, las
miradas indiscretas, los trapicheos en las esquinas, coches destrozados circulando por las
calles, “autobuses discoteca”6. Estábamos en una ciudad donde se alternan los submundos
venidos de los cerros con los profesionales y clases medias (medias-medias, medias-altas)
atrincheradas en zonas cerradas y concretas de la ciudad.

Los cerros de El Valle, el 23 de Enero, la Vega, Petare……. todos son visibles en las zonas de
paso de la ciudad a través de los buhoneros. Zonas de paso, donde se encuentran los vivos y
los muertos. Bellas Artes, con su mural de la Historia de Venezuela y punto de encuentro de
diferentes tendencias identitarias; la Candelaria, la privilegiada zona española de Caracas
donde en su tiempo el arte y la gastronomía mediterránea encontraban la fusión; Altamira7, hoy
día zona de copas occidentalizada donde las clases medias altas se encuentran entre el
glamour de los casinos, las discotecas, los complejos residenciales con seguridad privada y los
grandes coches deportivos. Sin duda, estábamos en otro mundo completamente diferente de
donde proveníamos, no encontramos en ningún caso similitudes con nuestra realidad.

Al día siguiente, nos recogió Henry en el Hotel y nos llevó a diferentes colegios donde se
estaban produciendo las votaciones para la gobernación. Pudimos entrevistarnos con Bernal,
candidato a la alcaldía de Caracas y con miembros de la UBE8. Se nos presentó como
observadores internacionales provenientes de una asociación en España y en ningún caso
tuvimos problemas para acceder a colegios, preguntar a ciudadanos o hacer nuestro trabajo.

Después de una larga ruta por Caracas y visitar varios colegios, nos llevaron al edificio de la
televisión publica VIVE TV, donde nos hicieron una entrevista en directo, a Henry como
representante de organizaciones populares de Venezuela, y a mí como miembro de la
Asociación Haydee Santamaría en España.

Pasada esta entrevista nos invitaron a participar en otra para el Canal 8 también de ámbito
estatal, realizada en la azotea del edificio. Edificio en el centro de la ciudad frente al Museo de
Simón Bolívar, abandonado desde hacia tiempo y ahora ocupado para dar vida a este proyecto
de comunicación.
Uno de los encuentros más interesantes del día fue con el vicepresidente de la televisión
pública VIVE TV, Rosauro, el cual nos explicó el porqué de la creación de este nuevo canal que
salió al aire el 11 de noviembre del año 2003: la prioridad de transmitir unos nuevos valores
como son los educativos, informativos y culturales, dando la posibilidad de participar
activamente en los medios a la población, difundiendo el cooperativismo como forma de
organización dando tiempo y programación a este movimiento que hoy día es de vital
importancia, potenciando la tolerancia ya que se da cabida a todas las ideas de pensamiento
sin exclusiones haciendo que los televidentes sean entes activos y no meros entes pasivos. En
definitiva, nos explicó un modelo de comunicación de masas basado en la participación, 100%
financiado por el estado, fuera de presiones comerciales, y con valores y principios por
bandera.

También nos detallaron el porqué de la necesidad de crear este medio: la manipulación


informativa que sufría Venezuela9.De la televisión pública nos dirigimos con Henry al centro de
datos electoral situado en el Ministerio del Interior donde pudimos seguir el recuento y

4
Chacao se encuentra en la zona este de la Caracas. Es uno de los bastiones de la oposición a Chávez y
donde se originan los piquetes contra éste. En esos momentos, nada más llegar, no sabíamos realmente en
qué zona de la ciudad nos encontrábamos.
5
A los Buhoneros también haremos referencias en este texto con frecuencia. Los buhoneros son los
vendedores ambulantes o también llamados “Gestores de la Economía Informal”. En las ciudades de
Venezuela es imposible caminar sin encontrarse con ellos. Desde tenderetes para llamar por teléfono
hasta comida rápida, pasando por los top manta.
6
“Autobuses discoteca” fue el término que durante el viaje le pusimos a los buses ya que siempre
llevaban la música a un volumen que hacia imposible la comunicación.
7
Altamira es también el eje central de operaciones de la oposición gubernamental en Caracas. Sus
residencias y chalets de lujo contrastan con el resto de la ciudad de manera notoria.
8
Unidad de Batalla Electoral.
9
Testimonios que recogimos nos harían ver esta realidad.
conversar con otros compañeros. Espacio muy vivo y donde se podía apreciar en el ambiente
lo que no pocos sentían; las candidaturas chavistas estaban ganando por amplias mayorías en
todos los estados.

La noche terminó en el domicilio familiar de este compañero, en el cual pudimos compartir con
su familia una parrilla y una buena charla en torno al proceso bolivariano: las razones, las
necesidades de este cambio, la realidad que se venía sufriendo en Venezuela (que no
viviendo), etc. También seguimos los resultados electorales definitivos, y fuimos testigos de
cómo se anunciaba por todos los canales la aplastante victoria chavista en veinte de los
veintidós estados de Venezuela. Únicamente los Estados de Zulia (Maracaibo) y de Nueva
Esparta (Isla Margarita) no habían sucumbido al chavismo.

Uno de los detalles de esta cena fue cuando nos mostraron, a través de la ventana de la
cocina, la entrada a un complejo residencial bastante curioso y, al parecer, bastante extendido
en Caracas. Su entrada se hallaba bajando unas escaleras por las alcantarillas. Allí la madre
de uno de los contertulios hacía trabajo social.

Nos contaron que en esa situación vivían miles de personas: en el subsuelo de la ciudad
existen ciudades invisibles. En ese momento recordé algún documental de los que alguna vez
ponen en televisión a cerca de las “casas de cartón” en Brasil. Más tarde me recordaron que
esa es la realidad no sólo de Brasil, sino también de Bolivia, Colombia, Venezuela, Perú y
prácticamente toda América Latina. En esta casa conocimos a Fior, ex compañera de Henry,
con la que días más tarde compartiríamos un viaje en autobús hasta Ciudad Guayana y nos
daría cobijo y calor humano en su casa donde vivía con sus dos hijos.

-¡Qué cerca estamos de lo que hemos visto por la televisión alguna vez! - pensé en voz alta
mientras se me caían las lagrimas por ver algo que con mi mentalidad burguesa y europea me
rompía los esquemas, mientras Lucá me seguía explicando las diferentes iniciativas en las que
trabajaban: que si el Banco de la Mujer, que si el Banco de los Indígenas, que si el Mercal, que
si las Misiones……Tantos proyectos sociales que no era capaz de asimilarlos.

Más tarde iríamos descubriendo y profundizando en algunos de esos proyectos. Sin duda, las
conversaciones en esa noche en torno a la parrilla y al ron, se sucedieron a la par que nos
íbamos sintiendo más integrados en la sensibilidad del lugar. Nuestros sentidos se despertaron
y nuestra sensibilidad afloró al igual que nuestra prepotencia de europeos humanitarios perdía
su sentido en torno a una realidad viva...una realidad de momento en tercera persona del
plural...unas realidades que ya nos iban adelantando lo que más tarde descubriríamos: esas
primeras personas del singular.

Una vez conocidos los resultados electorales, nos fuimos todos juntos a Miraflores10 y nos
encontramos con una tarima a modo de escenario donde en breve Chávez haría acto de
presencia. Miles de personas abarrotaban la avenida que desembocaba en Palacio.
Callejeando llegamos hasta una posición cómoda, a no más de veinte metros de la plataforma.
Cientos de pancartas dirigían a Chávez deseos, llamaban a la solidaridad, pedían justicia
social, revolución socialista, etc.

Chávez apareció rodeado de guardaespaldas pero en aparente tranquilidad y las miles de


personas que le seguían por pantallas gigantes comenzaron a corear eslóganes y consignas
de apoyo. Recuerdo que Henry hizo un comentario acusando de loco a Chávez por no tomar
más medidas de seguridad. No entendí en ese momento, pero un mes más tarde,
encontrándome en el estado de Amazonas, asesinaron con una bomba al fiscal general Danilo
Andersom. En ese momento recordé esas palabras de Henry.

Venezuela se encuentra en un proceso de guerra encubierta, solo apreciable tras un


concienzudo análisis de investigación. Las necesidades de los bandos enfrentados hace que
los hoy débiles, tengan que recurrir al terror para mantener sus posiciones privilegiadas, bien
como empresarios o bien como altos cargos en el poder.

Llevábamos solo dos días y la intensidad se había apoderado de nosotros. Las emociones, la
manera de sentir, las ideas preconcebidas; todo había cambiado de repente. Estas nuevas
realidades habían provocado un despertar en nuestras conciencias.

Me sumergí en mi interior y recordaba preguntas que el periodista me había hecho en la


entrevista por la mañana. El periodista, un reconocido analista internacional, me preguntaba

10
El palacio de Miraflores es la residencia del gobierno
que si como observadores internacionales seguíamos el protocolo de la Fundación Carter para
procesos electorales, y en ese momento mi respuesta fue que no era partidario de hacer un
seguimiento ni evaluación de un proceso electoral sin tener en cuenta la situación social y
económica de la población, uniendo así las necesidades sociales a los cambios políticos y
económicos de un país y contemplando de igual manera las formas en la que los cambios se
producen.

Pensaba en ese momento en Cuba y su revolución sin tener conocimiento en primera persona
de lo que sucedía en Venezuela. Conocimiento que iba adquiriendo según pasaban las horas y
compartía con las personas cercanas en estos momentos.

Después de esta convivencia en la casa de la familia de Henry, la respuesta al periodista se


hacia más fuerte y sostenible. Al fin y al cabo, en Venezuela se ha producido un cambio
democrático; por Sufragio Universal, lo que significa que el proceso bolivariano está (o debe de
estar) legitimado internacionalmente, independientemente de quien observe y de los criterios
para observar que se quieran contemplar.

La noche terminó en casa de la hermana de uno de los inquilinos, donde hasta las seis de la
mañana estuvimos charlando a cerca de una fundación en la que ella trabajaba y la
problemática que se les presentaba por la falta de hábitos en la administración de recursos
dentro del movimiento de las cooperativas. Ahí descubrimos también otros valores que eran
ejes de la estructura del pueblo venezolano: el Carpe Diem.

El tener que vivir en la inseguridad permanente, el tener que comer todos los días, el estar
fuera de los núcleos de poder y el instinto de supervivencia habían generado una sociedad
prácticamente clandestina donde la incapacidad de administración de recursos y la
dependencia de la institución son notables.

El sentimiento de acumulación (o la práctica de acumulación de capital) es inexistente. Esto


hace que la problemática en la eficacia de proyectos financiados de momento esté en relieve,
aunque poco a poco, según nos contaba esta compañera, hay cooperativas que van cuajando
y sirven de ejemplo a otros colectivos. El proceso es joven y está madurando diariamente.

¡Vaya segundo día en Caracas! Elecciones, convivencias, debates, entrevistas… ¡Qué facilidad
de acceso a las élites de poder, a los entes gestores! Me paro y pienso:

- ¿Tendría tanta facilidad para conocer al alcalde de mi ciudad de tú a tú?-, - ¿Me harían una
entrevista en la televisión si quisiera observar y preocuparme por la manera en que se
distribuye la riqueza en mi país? -. Ingenuo de mí, sin duda la respuesta es fácil: no. El
concepto de poder y de democracia que tenemos en estos llamados países democráticos (a
secas), no permite este tipo de relaciones. Nuestros gestores son inaccesibles y blindados a la
ciudadanía. La burocracia participativa los hace inaccesibles. Qué de nuevos conceptos
enriquecen mi vocabulario: Burocracia Participativa, Democracia Participativa,
Cooperativismo…

2. Los Barrios

Antes de tomar la decisión de salir de Caracas, decidimos explorar las posibilidades que la
ciudad nos ofrecía. Los barrios, los parques, las licorerías, los pool e incluso alguna tienda
deportiva para ver la posibilidad de cambiar un frontal que habíamos traído desde Madrid para
el cual no teníamos baterías, aunque sólo pudimos comprar otro nuevo al no encontrar unas
compatibles con el modelo necesario.

Salimos del hotel en dirección al centro. Era nuestro segundo día “liberados” de compromisos y
responsabilidades, y teníamos la ocasión de acercarnos por nuestra cuenta a áreas de la
ciudad que nos permitirían descubrir más detenidamente lo que habíamos sospechado en días
anteriores.

Los comentarios que nos llegaban a cerca de Venezuela antes de salir de Madrid, y en
concreto de Caracas, eran su nivel de violencia en el ambiente. Esto nos generaba algo de
inseguridad y de alguna manera condicionaba inicialmente nuestro acercamiento a los
buhoneros y otros personajes de la ciudad. El miedo rápidamente desaparecería, no sé bien si
por el desconocimiento de la ciudad, si por el bienestar entre la gente que habíamos
encontrado o por la rapidez con la que aprendimos los códigos de comunicación.
Llegamos a la Plaza de Bellas Artes, donde al mediodía ya había puestecitos de comida rápida.
Nos colocamos frente a uno de estos puestos a leer la oferta gastronómica y Sonia, mi
compañera de viaje, no tardó mucho en decidir cual sería su bocado: un diablito. Yo ante la
duda de qué representaban cada uno de esos nombres nuevos para mí, decidí pedir un par de
huevos fritos con carne.

Nos sentamos en una mesa justo al lado del tenderete e inconscientemente nos dimos cuenta
de manera más fehaciente de dónde estábamos. Teníamos frente a nosotros dos moles de
hormigón, torres de oficinas que en algún momento habian servido de albergué de algún
ministerio, y dejaban entre ver tras ellas uno de esos cerros de “casas de cartón” que sin duda
nos dejó helados. Un cerro lleno de miles de hogares donde más tarde descubriríamos que en
esos hogares el tiempo no se mata, la vida preside todos y cada uno de ellos.

Charlando mientras esperábamos los nuevos manjares, se nos acercó uno de tantos
desheredados de la tierra pidiéndonos que le cambiásemos unas monedas por un billete. Este
personaje, se sentó con nosotros y comenzó una breve pero intensa charla a cerca de nuestro
origen y de su deseo de viajar a nuestro país. Después de cambiarle se marchó, no sin antes
desearnos una buena estancia en Venezuela con una sonrisa como la del trotamundos con la
única ambición de conservar ese buen momento compartido de la manera más noble. No iba a
ser el único personaje que nos abordase en la calle, muchas personas como ésta se cruzarían
a lo largo de nuestro viaje. Hoy día no tendría capacidad para valorar cual de todas estas vidas
sería la más interesante y dura al mismo tiempo.

Debíamos de estar en un buen sitio pues, rodeados de otros puestos callejeros que
comenzaban a hacer presencia, éramos el centro de las miradas de los transeúntes. Tal vez
las mochilas algo abultadas, las camisetas mojadas del sudor y nuestra inevitable tez blanca
hacían patente que no éramos de la ciudad. Después del pasaje del trotamundos se nos
acercó una mujer con aspecto indigente que nos pidió una lata de refresco que teníamos vacía
sobre la mesa. Sin entender muy bien el porqué, se la ofrecimos y la mujer introdujo la lata en
una bolsa de plástico donde aparentemente las acumulaba y desapareció entre la multitud.

Miles de preguntas venían a nuestra cabeza; - ¿Para qué desearía esta mujer una lata vacía? -
, - ¿Qué finalidad tendría? -. No todo era lo que parecía. A través de las misiones se habían
puesto en marcha proyectos de reciclado sirviendo para integrar socialmente a una parte de la
sociedad con la recogida de residuos.

De la plaza de Bellas Artes nos dirigimos a Petare, barrio que en días anteriores habíamos
conocido con Henry. Necesario es decir que el día de las elecciones regionales, recorrimos
todo Caracas con él en coche, y más o menos nos hicimos una idea de los sitios que nos
interesaría conocer. Petare nos impactó.

Petare es uno de esos sitios donde se mezcla la vida cotidiana, con el romanticismo de la
historia. Con la iglesia colonial en el centro del barrio y la fachada del ayuntamiento llena de
carteles electorales todavía, se notaba que no estábamos en un barrio cualquiera.

La impresión que nos causó fue que, aún siendo un barrio, la violencia era inapreciable a
simple vista. Se intuía que en ese barrio, cualquier persona podía hacer su vida casi sin temor
a perderla por un disparo extraviado. Entramos en un café donde pedimos un negrito11 y
entablamos conversación con el camarero, un señor de alrededor de unos cincuenta años, tez
curtida, amplio y firme bigote, y labios gruesos que al sonreír marcaban una estampa singular
reflejando los años vividos.

Le preguntamos a cerca del nuevo gobierno y él rápidamente se dio cuenta que éramos
españoles. Nos preguntó si éramos turistas y como excusa, y por el hecho de no dar
explicaciones, dijimos que sí con la boca pequeña. Como el café estaba vacío, nos atendió
desde el otro lado de la barra de manera cortés y simpática. No sólo nos habló del gobierno,
también nos contaba anécdotas del barrio como por ejemplo cuando una vez entraron los de la
metropolitana12 por diferentes calles a la plaza, y los chamos13 apedreaban sus vehículos para
evitar las detenciones de sus compañeros.

11
Café solo.
12
La Policía Metropolitana es un cuerpo de seguridad dependiente del ayuntamiento de la ciudad. Este
cuerpo tiene fama de ser bastante violento. No son pocos los antecedentes de asesinatos e intervenciones
desmesuradas en tiempos pasados no muy lejanos.
13
Como llaman a los jóvenes.
Más tarde nos enteramos que había barrios donde la metropolitana no entraba por su propia
seguridad. También nos contaba este señor, como el 11 de abril del año 2003, el barrio se
echó a la calle para defender a Chávez y reclamar su libertad cuando éste fue secuestrado por
la oposición. Miles de personas que habitan en el barrio, se sumaron a otros tantos que
bajaban de otros cerros para defender la legitimidad del gobierno y las reformas emprendidas
por Hugo Rafael Chávez Frías. Las calles y avenidas de Caracas se mancharon de rojo al igual
que el quince de agosto del 2004 (fecha del revocatorio contra Chávez). La población se
movilizó como los soldados al toque de corneta. Armados con banderas, cacerolas, pancartas y
todo tipo de instrumentos, después de varias horas de tensión, consiguieron su objetivo y el
gobierno legítimamente elegido retomó el control de la situación.

Según nos contaba las historias más recientes del barrio, la complicidad crecía y percibíamos
sin ninguna duda la simpatía que este señor cincuentón sentía por el gobierno bolivariano. Tan
entusiasmado hablaba él contándonos anécdotas e historias, que no tuvimos ocasión ni
necesidad de generar discusión o debate. El hecho de que fuéramos extranjeros y
estuviésemos interesados en la situación de su país lo hizo todo.

Esta misma actitud que el camarero transmitía, fue la tónica general para bien o para mal que
nos iríamos encontrando.

Sentados en la plaza, hacíamos tiempo hasta que nuestro nuevo amigo Henry viniese a
recogernos. Los portadores de los carritos de helado llamaban la atención, - ¡Chupi, chupi!14 –
y los adolescentes recién salidos del colegio manchaban la plaza de azul. Los estudiantes, con
camisetas de algodón azules, se intercalaban en los diferentes bancos de la plaza con abuelos
e indígenas venidos a la ciudad.
El calor iba en aumento y encontramos una agradable sombra producto del campanario de la
iglesia.

Al cabo de un rato, decidimos pasear por nuevas calles del barrio. En la esquina de una de
ellas, en su parte más alta, podíamos apreciar otras colinas con sus casas de cartón
coloreadas. No hacía mucho se había vivido la fecha decisiva del referéndum revocatorio y se
veían en la distancia las gigantescas pintadas en las fachadas de estas casas con el eslogan:
“Chávez no se va”. No eran pintadas aisladas. Los coches particulares, los autobuses, los taxis,
los colectivos15, las tiendas de comercios... En cualquier sitio se podía ver esta pintada, lo que
daba una idea de lo que tenía que haber supuesto el referéndum para la población. Nadie se
quedó al margen.

Imaginaba historias oídas a amigos de mis padres sobre El Salvador o Nicaragua, donde los
pueblos “liberados” o en manos de los revolucionarios, hacían de las paredes sus medios de
expresión. Incluso recordaba los murales reivindicativos que adornan las carreteras del País
Vasco, haciendo que las paredes hablen allá donde las personas no son capaces.

Nos pusimos a bajar por la calle, nos quedaba algo más de media hora hasta que nos
recogiesen, así que decidimos aprovechar el tiempo y meternos en un mercado vecino a la
boca del metro de Petare. Un zoco en toda regla. Comerciantes regulares entremezclados con
la economía informal hacían del sitio un lugar singular.

Era imposible abstraerse y no ser víctima del acoso de alguno de éstos: - ¡A la orden señor, a
la orden señora! - . Cada puesto que pasábamos significaba que el comerciante siguiente ya
estaba dispuesto a satisfacer nuestros deseos consumistas. No duramos mucho en el zoco.
Había que volver a subir a la plaza del ayuntamiento. En nuestra cuesta arriba, pudimos
apreciar el cielo que cubría Caracas, percepción sólo comparable a nuestro aterrizaje en La
Guaira, donde ya nos llamó la atención.

Teníamos frente a nosotros un cielo celeste, con alguna nube blanca con sus bordes grisáceos,
un cielo sin esos matices blancos que el techo de Madrid siempre tiene en sus días más claros.

En ese momento, nos miramos Sonia y yo como si nuestros pensamientos hubiesen coincidido.
Ese era el cielo que iba a albergar nuestra aventura por Venezuela, el que iba a ser testigo de
nuestras vivencias y que nos protegería (según las creencias indígenas) de los malos
presagios.

14
Sorbete de sabores congelado.
15
Se llama colectivos a coches de particulares o de línea que al igual que los autobuses, cobraban billetes
por subir pasajeros. Estos medios de transporte son los únicos posibles de utilizar para subir a las partes
más remotas de los barrios.
Algo que nos llamaba la atención era, que con todas las historias que habían llegado a
nuestros oídos a cerca de la inseguridad, no veíamos casi policía por las zonas de la ciudad en
las que andábamos. Comentábamos este detalle cuando de repente comenzamos a escuchar
gritos que decían; - ¡Al perro, al perro! – gritos acompañados de unas especie de sirenas que
salían por la boca de otros, que servían para alertar por donde el supuesto perro iba pasando.
El perro era un ratero, de no más de dieciocho años, que al parecer había sustraído una caja
de pilas a uno de los muchos buhoneros por allí afincados. El joven, fruto del sentirse
descubierto, corría de manera veloz con una expresión en su cara que reflejaba el miedo de
ser atrapado, no tanto por la policía en este caso como por la multitud…aunque nadie en
ningún momento hizo un solo movimiento de intentar atraparle.

Daba la impresión de que la gente con sus gritos simplemente pretendiese evidenciarle
públicamente a través de una bronca sonora, como si el hecho en sí fuera una simple travesura
de adolescente. Nos quedamos con la duda de si la metropolitana hubiese actuado de igual
manera.

Nos recogió Henry. Para ese día habíamos quedado con su esposa, a la cual íbamos a
recoger, para comer juntos y charlar sobre la situación del país. Estabamos muy verdes y
necesitábamos recoger información para tener unos mínimos recursos que nos sirviesen para
entablar conversación con la gente del lugar, y qué mejor manera para ponernos al dia. Nos
llevaron a una arepería16 donde comimos por primera vez las famosas arepas, de las cuales
tanto nos habían hablado los amigos venezolanos que tenemos en Madrid.

Coincidía que televisaban un partido de fútbol de la liga española y por la misma casualidad
jugaban el Real Madrid frente al Getafe. Nos echamos a reír y Henry nos explicó que en la liga
de fútbol española había un jugador venezolano llamado Arango, y que este hecho hacía de
nuestra liga de fútbol un acontecimiento nacional. Los últimos años, el fútbol casi se había
equiparado al deporte nacional, que como en Cuba, es el béisbol. Conversamos a la vez que
degustábamos las arepas y discutíamos de política internacional, cultura y organizaciones
sociales.

Nos contaba Henry cómo, previo al referéndum, la gente se había auto-organizado en sus
bloques de viviendas, sus barrios y sus fábricas para hacer campaña por el No. Se llegó a
sacar una canción o más bien un eslogan con ritmo que decía:

¡Uh, Ah, Chávez no se va!

Eslogan al cual, después del referéndum, salió otro de misma sintonía que decía;

¡Uh, Eh, Chávez no se fue!

Para desesperación de la oposición, estos eslóganes con música se coreaban en licorerías, en


los barrios, en emisoras de radio comunitaria e incluso se leían en grafities callejeros.

Hablamos del nuevo camino que había emprendido Venezuela siete años antes. De las nuevas
relaciones internacionales que se estaban manteniendo y de la esperanza de que con España,
ya Zapatero en el gobierno, se normalizasen las relaciones. Las relaciones con China también
estuvieron encima de la mesa. China se había convertido, junto con Cuba, en el principal socio
comercial de Venezuela.

Henry comentó que Venezuela se había nutrido de veinte mil médicos cubanos, organizados
bajo la “Misión Barrio Adentro”17. Estos acuerdos de colaboración firmados entre Fidel Castro y
Hugo Chávez habían hecho que entre Cuba y Venezuela se entablasen unas relaciones
preferenciales en la zona. Venezuela le suministraba petróleo a Cuba a bajo coste y Cuba le
suministraba profesionales sanitarios y de la educación a Venezuela. A lo largo del viaje, nos
encontraríamos con médicos y educadores cubanos en alguna de estas misiones, y podríamos
comprender con más precisión lo que esto implicaba, así como la conducta del gobierno
cubano.

16
La Arepa es la comida rápida del país. No pasa de ser una torta de trigo tostado rellena de diferentes
delicias. Es lo más popular que se puede encontrar en toda Venezuela siendo el sustento alimenticio, junto
con la Yuca, de miles de familias.
17
La Misión Barrio Adentro es un programa de atención sanitaria a nivel estatal. Principalmente
compuesta por médicos voluntarios cubanos, se ha convertido en uno de los frentes de actuación del
gobierno para que la sanidad pública se extienda por toda Venezuela.
Al anochecer, quedamos con los sobrinos de nuestro amigo y nos fuimos a una de las avenidas
principales de la ciudad donde había una especie de discoteca y era el punto de reunión de la
pandilla del barrio en el que ellos habitaban. Previo a llegar a la discoteca, nos dirigimos a la
Candelaria, donde había un salón de juegos y pudimos cambiar más euros por bolívares.
Conseguimos un muy buen cambio y también una pequeña reprimenda, eso sí, de manera muy
educada. Nos invitaron a salir cuando nos diesen el cambio ya que yo iba vistiendo un pantalón
corto y debía de ser que los shorts18 no estaban bien vistos cuando uno salía por la noche a
pools, discotecas y demás sitios de ocio. La pandilla estaba compuesta principalmente por
militantes de diferentes organizaciones políticas y sociales. Militantes del PPT19, del MVR20 y
de varias organizaciones más.

Alguno de estos militantes ostentaba cargos de responsabilidad en el nuevo gobierno y


pudimos profundizar en lo que representaba Chávez como cabeza de un proceso. Me
comentaba el miembro del PPT que Chávez había logrado unir a la izquierda en Venezuela.
Desde los trotskistas, los humanistas y las diferentes iglesias evangélicas hasta los tupamaros,
que en su día vinieron a refugiarse a Venezuela y crearon sus propias plataformas políticas.
Chávez representaba ese pensamiento de Bolívar que tanto añoraban tantos y tantos miles de
personas en América Latina, de hecho no es casualidad las nuevas relaciones
gubernamentales que se dan en el sur del continente: Lula, Kichner, Chávez, Toledo, Tabare
Vázquez.

Su procedencia, el ejército; su trayectoria de vida como fundador en los años setenta de un


movimiento bolivariano clandestino, sus primeros discursos públicos al lado de altos mandos
del ejército por los cuales posteriormente fue represaliado, y su viaje posterior por toda
Venezuela explicando su proyecto político, hacían de Chávez el hombre más capaz en los
últimos años para dirigir una revolución y retornar al pueblo la ilusión de mejorar su calidad de
vida. Así nos comentaba este nuevo amigo cómo Chávez se había convertido en el nexo de los
diferentes movimientos, en otro tiempo enfrentados.

Mientras hablábamos, caí en la cuenta de cómo se iban desarrollando casi todas las
conversaciones que teníamos. Cada vez que Chávez salía a relucir, el tono de los contertulios
se moderaba y el lenguaje expresaba un tremendo respeto y a la vez exaltación de su figura.
Esto nos daba materia de análisis a cerca de la sociedad venezolana. Una sociedad que
durante cientos de años había contado con una amplia mayoría de excluidos, principalmente
indígenas. Excluidos al servicio de las oligarquías, educados en la sumisión y el personalismo.
Vicios de sociedad inmadura. Ese tipo de sociedad que no se la deja crecer porque no interesa.
Si una sociedad no crece es manejable y servil.

En ese tipo de sociedad, comenzábamos a tener la impresión, de que se había convertido la


sociedad venezolana. El modelo educativo francés, modelo que aún se mantiene en muchos
centros educativos, había funcionado para las élites pero no para la mayoría.

Esa impresión de estructura social se haría patente en algunas ocasiones en las cuales no
pudimos más que hacer de quijotes, y conocimientos que habíamos adquirido sobre nuevos
derechos del pueblo, explicarlos y ayudar a ponerlos en práctica a más de una persona en el
transcurso de nuestro viaje. Los anteriores gobiernos se habían preocupado más de unas
buenas relaciones de subordinación a intereses extranjeros y a un buen reparto de la riqueza
entre ellos, que de reinvertir la riqueza generada en su propia población.

Nos explicaba el nuevo amigo que Chávez había ordenado la compra de miles de cabezas de
ganado para poder alimentar a millones de venezolanos. Y no sólo eso: el ganado serviría para
crear una nueva especie en el tiempo de tal manera que pasase a ser autóctona. A parte de
ganado, Chávez había encargado la compra de millones de pollos a Brasil para combatir el
hambre en muchas regiones del país.

El salario social llegaba a las casas. La educación es ahora gratuita, las misiones volvían a
aparecer en esta conversación: Misión Sucre y Misión Robinsón21. Misiones en las cuales la
temática se da a través de vídeos y libros de trabajo. Estas temáticas están elaboradas en

18
Pantalones cortos en inglés.
19
Partido Patria para Todos
20
Movimiento Quinta República
21
Misiones educativas de diferente grado. La finalidad de estas misiones es la de afalbetizar a personas
adultas facilitándoles el acceso a estudios superiores.
Cuba y la aplicación de las materias y contenidos están bajo supervisión de asesores en
educación cubanos.

La impresión que nos dio la información que el nuevo amigo nos daba, era que en Venezuela
se estaba viviendo la creación de unas estructuras de gobierno paralelas a las existentes. La
educación, por ejemplo, estaba obsoleta y era restringida a las posibilidades de algunos; a
través de las misiones y bajo el nuevo modelo llegaba a todo el mundo, se estaban creando
estructuras de inclusión. La sanidad pública estaba en el caos, no en todos sitios había
médicos. Había zonas en Venezuela que existía un medico por cada veinte mil habitantes y
hoy día, gracias a los veinte mil médicos cubanos, había un médico por cada cinco mil
habitantes. Es más, muchos de estos médicos se encontraban en las zonas más hostiles para
vivir: las zonas rurales y los barrios de casas de cartón.

La verdad es que este encuentro con el nuevo amigo, se produjo en un sitio tan insólito como
una discoteca. No por eso dejamos de compartir y conocernos. Después de casi dos horas
hablando, salimos del sitio dirección al hotel a descansar. Ya en la calle le comenté a Sonia a
cerca de pasear los dos solos por la ciudad e intercambiar impresiones. Cojimos un taxi y nos
dirigimos al veintitrés de enero.

El veintitrés de enero es uno de esos barrios que lo es sin serlo. Está compuesto de torres de
más de diez plantas, unas detrás de otras con lo que a simple vista parece un pueblo de la
zona sur de Madrid. El taxi nos dejó en la puerta del colegio electoral en el que vota Chávez.
Los murales volvían a hacer presencia. Me llamó la atención uno que decía:

“Para los poderes, cinco mil jóvenes bailando, bebiendo y fumando los fines de semana no son
un problema. Lo peligroso sería que los jóvenes emplearan esas energías en exigir un puesto
de trabajo”.

Daba la impresión, por el desgaste de la pintura, que el mural llevaba años escrito. Reflejaba
épocas duras y se notaba por los dibujos que lo adornaban, que había estado escrito por
trabajadores sociales muy conscientes.

No fue el único mural que vimos en el barrio. Palestina, el país Vasco, la guerra de Irak,
mártires del barrio asesinados por la metropolitana en manifestaciones... todos tenían su
pedazo de pared.

Caminábamos los dos y comentábamos conversaciones paralelas que habíamos tenido en la


discoteca. Nicola, Carlos, Miguel…todos de alguna manera o de otra estábamos encantados
de habernos conocido. La información había fluido de manera natural, creándose una
comunicación cómoda e interesante.

Llegamos a un muro desde el cual divisábamos gran parte de la ciudad. Nos sentamos en él y
observamos las millones de luces que alumbraban los cerros. Teníamos ante nosotros un
paisaje precioso y desolador a la vez, dependiendo del criterio que deseásemos aplicar. Nos
parecía preciosa y espectacular la vista de tantos millones de luces mirases donde mirases,
pero de igual manera nos aterrábamos al pensar que anualmente morían cientos de personas
víctimas de las lluvias, de la policía o de los ajustes de cuentas en las calles de esos barrios.

Barrios sin ley, con códigos de conducta y de comunicación propios. Barrios llenos de vida, de
vida clandestina. Personas sin nombre y con rostros marcados de alguna reyerta del pasado.
Personas con pistola en mano en los escalones de entrada de algunas casas. Grupos de
seguridad vecinales que guardaban por la seguridad de sus convecinos. Millones de personas
obligadas a auto-organizarse con sus medios para sobrevivir en una ciudad, Caracas, que les
había dejado de lado. Esta idea nos hacía profundizar en conocer más sobre Venezuela,
aparentemente un país rico, con petróleo, oro, diamantes y una de las cuencas fluviales más
importantes del mundo: el Orinoco.

Volvimos al hotel y a la mañana siguiente regresamos al Veintitrés de Enero. Paseando entre el


tumulto, y ya de día, el paisaje era otro completamente distinto. Llegamos en el metro hasta la
parada de El Valle y nos pusimos a caminar entre buhoneros y colectivos aparcados esperando
transeúntes. El tono de voz de la gente hablando hacía de las calles un gallinero pero a la vez
denotábamos un barrio vivo y alegre.

Los murales que habíamos visto el día anterior, reflejaban un barrio rebelde. Hoy, otros
murales nos decían que el barrio estaba libre de “narcos, policías corruptos y personas
intrigantes”.
Llegamos a unos soportales en los cuales, carteles de homenaje a dos vecinos asesinados en
el barrio por la policía nos pusieron los pelos de punta. Los carteles, de tamaño enorme,
presidían la entrada a un local de una de las coordinadoras sociales más dinámicas de
Caracas: la Coordinadora Simón Bolívar, de carácter bolchevique y que aglutinaba a diferentes
asociaciones del barrio. Llamamos a la puerta y rápidamente salieron a atendernos. Nos
presentamos y nos invitaron a pasar y compartir con ellos un rato de conversación.

Este colectivo nos introdujo en el conglomerado de siglas que el Movimiento Bolivariano posee:
MVR, MCM, PODEMOS, PPT, TUPAMAROS, MEP, UPV… entre otros. También nos
introdujeron en las siglas de la oposición: PRIMERO JUSTICIA, COPEI, A. DEMOCRATICA,
MAS, BANDERA ROJA, etc.

El encuentro con esta organización nos supuso conocer también algunos organismos de poder
como el CLPP22, la Controlaría Social23 o las cooperativas. Todos ellos instrumentos al servicio
de los ciudadanos y de carácter comunitario.

La charla no duró más de una hora pero fue intensa como todas las anteriores.

De una manera o de otra, no había forma de salir del entorno político en el cual nos
encontrábamos. La sensación del ambiente que respirábamos, era que habian un alto grado de
politización de la sociedad. No en vano, los últimos siete años de Venezuela se habían hecho
notar en el plano internacional por sus vaivenes gubernamentales y las noticias de golpes y
contragolpes que saltaban sus fronteras. De alguna manera se tenían que reflejar estas
circunstancias en su ciudadanía.

Era difícil no hablar de política en Caracas. Los medios de comunicación privados, Venezolana
Televisión y otros, no dejaban de ridiculizar al presidente Chávez y de generar opinión contraria
al Gobierno mientras éste intentaba construir un contrapoder político y social a través de sus
bases en los barrios. Pensando en estas particularidades, llegamos a la conclusión de que muy
mal tenían que estar las cosas realmente en Venezuela en lo social para que la presión de los
medios de comunicación hacia el gobierno chavista, no hubiera cosechado los frutos
esperados por la oposición en referéndums y elecciones.

En Caracas especialmente, no existe lo no político. La política rige muchos de los actos de las
personas y la actualidad social es cambiante gracias a los programas sociales del gobierno de
Chávez. La actuación en los barrios a través de las misiones, las organizaciones de voluntarios
sociales que dedican su tiempo a la comunidad, el relevo en los aparatos de seguridad que
aseguran una actuación policial medida y acorde a los delitos (sin abusos, etc.) están haciendo
de Caracas una ciudad que posiblemente vuelva a brillar en un futuro no muy lejano.

3. San Félix. Una de Nobles

Desayunamos en la estación de autobuses de La Bandera situada en el oeste de la ciudad muy


cerca de El Valle. Nos dirigíamos a Ciudad Guayana, donde nos encontraríamos con el Padre
Matías, un cura de Villafranca afincado en Venezuela seguidor de la Teología de la Liberación.
Manolo Espinar había recogido testimonios suyos en un vídeo que elaboró en un viaje a
Venezuela meses antes y deseábamos tomar contacto con él.

Días anteriores, en la casa de la hermana de Henry, habíamos quedado con Fior para realizar
este trayecto juntos, ya que ella vivía en San Félix y era conocida de este párroco. Ella nos
haría de enlace.

Esperábamos a Fior mientras divagábamos a cerca del mundo sumergido que rondaba las
estaciones de autobuses. Los busca-taxis, las tiendas y chiringuitos en los pasillos, los busca-
dólares, etc. hacían de la estación un sitio digno de estudio sociológico. El ambiente era de una
transitoriedad permanente para algunos, lo que hacía que dentro del propio mundo de la
estación se diesen varios submundos paralelos. Situaciones que de igual manera se dan en
España, pero esas mismas situaciones y mundillos se multiplican por quinientos en Venezuela.

22
Consejo Local de Planificación Pública
23
Este organismo se encarga de recoger las quejas de los vecinos y da potestad a los mismos de paralizar
una obra u cualquier otro objeto si se considera que está mal hecho o afecta negativamente a la
comunidad. Esto es sólo un apunte de otras muchas más competencias que da a los ciudadanos para
decidir acerca de lo que les afecta directamente.
De repente apareció Fior con uno de sus hijos, Gabriel, y rápidamente sacamos los billetes
para San Félix.

El autobús no pasaba desapercibido. Pintado por fuera con frases de gracia divina y varias
bocinas en el frente que hacían de él uno de esos autobuses galácticos de la época de los
hippies en Europa.

La gran diferencia eran los motivos: en Europa se llamaba a la vida en la carretera y se


decoraban los autobuses de manera bohemia, con pegatinas y motivos relativos a la naturaleza
y la paz, en Venezuela la mayoría de los autobuses utilizan motivos religiosos para su
decoración. Algo tendrán que ver en esto, pensaba mientras miraba el autobús, las miles de
diferentes iglesias que tienen en este país sus pequeños nidos.

Muchas de ellas de carácter evangelista y sectario provenientes de los EE.UU. Días después,
en el Alto Orinoco, tendríamos un encuentro con alguna de estas sectas que se aprovecharon
durante años de los indígenas Yanomamis para la extracción de oro en el Amazonas
venezolano.

Hicimos uso de nuestros asientos, numerados consecutivamente. Fior y yo, nos sentamos en
los asientos que daban al pasillo de autobús, de manera que mientras Gabriel y Sonia dormían,
ella y yo charlábamos sobre nuestras vidas y sueños.

Comenzamos a proyectar posibles ilusiones que se me habían despertado y que de ser posible
podríamos poner en práctica, ella en el estado de Delta Amacuro (desembocadura del Orinoco)
y yo desde España.
Surgieron mil ideas durante el viaje. Hablamos de Manolo Espinar y de su encuentro con él.
Fior destacaba la nobleza de éste y los buenos ratos y las risas que se habían echado durante
su encuentro. Habían echo la revolución mundial durante sus conversaciones. Hablaron de la
democracia participativa, de la historia de Chávez, del posicionamiento del ejército ante los
vaivenes sufridos, de relaciones personales.

Mientras Fior me describía este encuentro, yo me percataba de la añoranza a tanta frescura


venida de fuera. Ella se perdía en detalles mientras yo me adentraba en mi mundo y pensaba
en la dureza de la vida de ser mujer en este país. Un país machista, donde las mujeres eran
simples seres para el uso del hombre. No es casualidad que el índice de madres que no pasan
los veinte años sea elevadísimo. Fior, tiene dos hijos y creo que habían matado algún otro año
antes en una reyerta. Mujer dura y culta en materias revolucionarias, había trabajado en
proyectos de carácter social durante años y en estos momentos se encontraba desempleada y
viviendo con sus dos hijos, Henry y Gabriel. Esta mulata, de tez oscura y de grandes nalgas,
me hablaba de cómo había recobrado la fe en la iglesia, en la iglesia que el padre Matías
representaba. Un cura que cada vez que habían tenido problemas con el ejército o la policía
años antes, salía a la calle y se ponía en medio de las avenidas a oficiar misa. Esto generaba
que los más atrevidos le siguieran y salían de sus casas a rezar con el cura. No eran muchos,
pero los que iban perdiendo el miedo, también entablaban relación entre ellos y les ayudaba a
sentirse menos solos y más capaces de auto-organizarse. La admiración que esta mujer sentía
por el padre Matías era comprensible según se expresaba y hablaba de él.

Así transcurrió el viaje hasta San Félix, entre sueños expresados y otros sin expresarse,
mudos, pero con una conversación profunda llena de recuerdos para Manolo y de elogios al
padre Matías, al que veríamos horas después.

Llegamos a San Félix. La estación se encontraba a las afueras de la ciudad no muy lejos del
aeropuerto Simón Bolívar. Nos dirigimos en taxi, previa indicación especial de ruta para que
viéramos la anchura del río Orinoco a su paso por la ciudad y mientras Fior nos introducía en el
contexto social de la ciudad.

La ciudad dentro de la cual está incluida San Félix se llama Ciudad Guayana. San Félix es la
parte pobre de la ciudad y está distribuida en suburbios. Fior vivía en una zona tranquila, donde
los asesinatos y secuestros no se dan con mucha frecuencia. Nos decía que muy de vez en
cuando escuchaban algún tiroteo pero que ya estaban acostumbrados.

- ¿Cómo alguien se puede acostumbrar a vivir así?-, pensaba mientras me lo contaba.

No vivían muy lejos del cementerio, donde en pocos días tendría que ir a hacer una ofrenda a
su padre por el día de todos los santos.
Llegamos a su casa. Una casa baja con techo de Uralita. Imaginaba que ese tipo de
construcción seria el equivalente de aquí de las casitas adosadas, pero no, las casitas
adosadas de aquí son el equivalente a las casas de clase media de Altamira o Las Mercedes
en Caracas.

La casa se componía de un patio frontal, tres habitaciones pequeñas, una terraza cubierta y un
habitáculo cerrado en la parte posterior, donde en alguna ocasión habían tenido gallinas y hoy
día, guardaban tres morrocoy24 que nada más llegar sacaron al patio.

Nos ofrecieron una habitación en la cual dejamos las mochilas y nos pusimos a cocinar.
Mientras Fior sacaba los utensilios, Henry, su hijo, fue a buscar unas latas de Polar ice25 a casa
de una vecina, que en su propia vivienda se había montado una especie de taberna casera.

Mientras cocinábamos, llegaron a casa tres niñas de no más de doce años y se sentaron en el
sofá de la terraza cubierta. Eran vecinas, debe de ser que el concepto de propiedad privada
exacerbado que tenemos aquí en Europa, allí directamente no saben ni lo que es.

El sentimiento comunitario del uso de las casas y espacios, abarca todas las facetas de la vida.
Las niñas se integraron a la comida y como no había mucho pollo, Sonia y yo en una mirada
cómplice decidimos privarnos de comer en demasía y ceder nuestra parte a las niñas.

Nosotros cogimos el compromiso de hacer una parrilla de carne para la cena e invitar a
nuestros anfitriones.

A la tarde, Fior nos llevó a una carnicería para hacer la compra de la cena. Detrás de la
máquina registradora, el comerciante tenía en lugar bien visible dos carteles. Uno de ellos era
de Simón Bolívar “El Libertador” y el otro de Hugo Rafael Chávez Frías.

Mientras esperábamos que nos sirviesen, por la avenida en la cual estaba situada la tienda,
transcurría una manifestación de no más de cuarenta personas reclamando una revisión en el
escrutinio de las elecciones ya pasadas.

El partido que lideraba la manifestación era el Bandera Roja, partido de la oposición que no
debía de estar muy contento con haberse quedado fuera del marco regional según nos
contaron. Fior se reía mientras los veía pasar y de manera confidencial nos decía que la gente
que iba en esa manifestación estaba pagada por dos caciques de la ciudad que eran los más
perjudicados de la desaparición parlamentaria de este partido en la asamblea regional.

Hicimos la compra y nos dirigimos a la parroquia en la que debía de estar el padre Matías.

Al llegar, lo primero que vimos fue una sala de estar en la entrada con cerca de veinte fieles
esperando ser recibidos. Un asistente de la parroquia nos atendió de inmediato y se fue a
informar al padre Matías de nuestra presencia. Mientras esperábamos, dimos un paseo por el
patio interior de la parroquia, decorado con un pasillo cubierto y franqueado por tiestos y
enredaderas que unía las estancias con la iglesia.

En la parte derecha del patio, se hacían presentes dos churuatas26 en las cuales los niños
estudiaban la catequesis, y las madres impartían seminarios de planificación familiar. La
parroquia daba cobijo también a un pequeño ambulatorio, a una ONG, y a clases de Judo y
Karate.

Salió el Padre Matías a recogernos y nos adentró en su estancia.

Dos mujeres mulatas atendían al cura de manera voluntaria y cuatro niños menores de diez
años revoloteaban en torno a nosotros llenos de curiosidad.

Posteriormente se uniría a la comitiva un hombre indígena de alrededor de cuarenta años, con


unas cuantas cervezas que decidió compartir con nosotros.

En torno a la cerveza, a los niños y a la agradable compañía del Padre Matías, Sonia y yo nos
sentíamos abrumados de tanta consideración y bienestar.

24
Tortuga de gran dimensión, pacifica y con la coraza amarilla y negra. Destaca por sus colores y por ser
tortuga protegida a nivel nacional. Muchas familias optan por este animal como animal de compañía.
25
Cerveza venezolana.
26
Construcción de barro, palos de madera y paja en su parte superior.
Parecía que los Ángeles habían decidido bajar a aquel templo a iluminarnos y hacernos pasar
una de las veladas más maravillosas del momento.

La solidaridad y la manera de sentir de aquel cura, nos hacia ver que otro mundo era posible,
ese mundo en el cual lo material no importa, ese mundo donde las ideas pasan a la acción y se
proyectan priorizando a las personas por encima de cualquier otro interés.

En la estancia del cura, después de un rato, nos encontramos sentados a la mesa dos mujeres
indígenas que nos atendían, cuatro niños no mayores de diez años, un cura evangélico de
EE.UU. que estaba de gira presentando un libro, el guía del cura evangélico, Sonia, Fior y yo.
En definitiva, algo que nosotros pensábamos que iba a ser de a tres y de manera rápida y
protocolar se convirtió en una convivencia de a once que duró parte de la tarde.

Mientras unos comían, (los niños y las mujeres), nosotros tomábamos cerveza y charlábamos.
Matías nos contaba anécdotas de sus tiempos en Petare, como por ejemplo la visita del Papa a
la cárcel, en la cual él era el encargado de la presentación, o de cómo él, con otras
organizaciones de base, habían promovido el levantamiento de fosas comunes en “La Peste”,
donde estaban enterrados cerca de tres mil personas asesinadas en unos disturbios en los
barrios de Caracas el lunes 27 de Febrero del 89 (El Caracazo), donde alrededor de las tres de
la tarde, según nos contaba, era imposible acceder a Petare. Estas acciones habían generado
una crisis de gobierno y personalmente le habían supuesto como castigo el envío a la
parroquia de San Félix, a compartir y educar a otros pobres, dejando atrás una vida de entrega
en el Barrio de Petare.

Ningún regalo mejor le podían haber hecho a este hombre. Una vida entregada a los pobres, a
los desheredados de la tierra al estilo de Monseñor Oscar Romero o de Paolo Freire.

Recordaba una grabación que habían traído de Venezuela en la cual entrevistaba al párroco. El
padre Matías explicaba en este documental cómo vivió el golpe de estado contra Chávez el 11
de Abril del 2003, que dos días más tarde el pueblo tumbó. Recordaba con indignación cómo el
Cardenal Velasco y el autodenominado presidente Carmona, presidente a su vez de
Fedecamaras, firmaron una constitución provisional elaborada por el Opus Dei, derogando los
decretos que daban la soberanía al pueblo venezolano a través de programas sociales.

También relataba en este documental, cómo el 12 de abril llamó a Petare y se puso al habla
con el presidente de la junta municipal José Gregorio Sánchez para ver el transcurso de los
hechos en Caracas. José Gregorio le dijo que miles de personas estaban bajando de los cerros
para buscar al presidente. La población desorientada y sin noticias, bajó armada en su busca al
cual un día más tarde liberaron.
Matías y sus compañeros, sólo pudieron imaginarse en San Félix cómo iba transcurriendo la
situación política de su país. Ningún canal de televisión o radio transmitió o informó de la
situación que se vivió en Caracas durante esos dos días.
También nos hablaba de las misiones, otra vez las misiones: Rivas, Sucre y Robinsón27, Piar28,
Vuelvan Caras29 , Barrio Adentro30, etc.…

Nos despedimos por el momento de Matías. Por el momento, porque es una de esas personas
de las cuales uno nunca quiere peder el contacto ni la referencia de qué hace con su vida.

Volvimos a casa de Fior a preparar la cena. Henry junior ya tenía la lumbre preparada e
incordiaba a las morrocoy mientras sacábamos la compra. Hicimos una nueva compra de
cervezas y pasamos la noche bebiendo y charlando a cerca de lo que hasta el momento
habíamos vivido.

Al dia siguiente nos acompañaron a la estación de autobuses donde cogeríamos un bus


destino Santa Elena de Eiguaren, la ciudad más al sur de Venezuela y frontera con Brasil.
Tendríamos que atravesar toda la Gran Sabana hasta llegar allí después de trece horas de
viaje.

27
Misiones educativas de diferente grado.
28
Misión que apoya y ayuda en la gestión para la creación de cooperativas en el ámbito de la minería.
29
Misión que aboga por el cambio del modelo productivo potenciando las cooperativas y el cambio de
modelo económico para transformar el entorno.
30
Misiones de Salud avaladas por miles de medico cubanos que hacen trabajo voluntario en las zonas mas
inhóspitas.
El autobús, al estilo venezolano, tenía las ventanas tintadas y nada más comenzar a andar,
apagaron las luces, encendieron el aire acondicionado y pusieron música. Hacía un frío
tremendo pero nadie protestaba al conductor, debía de ser tradición pues todo el pasaje lo
tenía asumido. Muertos de frío, a oscuras y cada uno tapándose como podía pasamos el viaje.
Yo tenia de vecino a un indígena Pemón, César, el que durante el viaje me ofreció ser guía
nuestro y enseñarnos la Gran Sabana. Como no teníamos intención de hacer turismo rechace
la oferta y entablamos conversación varias veces durante el viaje. Realmente me costaba
entenderle pues su lengua natal, el Pemón, le salía con frecuencia cuando intentaba hablar en
castellano.

Conseguí entenderle que venía de Caracas de la Oficina de Atención Indígena, de hacer unas
gestiones para conseguir financiación. En su comunidad tenían como idea explotar la artesanía
y el turismo como fuente de ingresos, y alguien les había ayudado a desarrollar un proyecto
para este fin. Me preguntaba cómo se había echo entender en Caracas, ciudad donde el 70%
de los habitantes son mestizos, si en una conversación de tú a tú conmigo, a mí me costaba un
esfuerzo terrible llegar a entenderle. César se bajó en San Francisco de Yuruaní, una
comunidad indígena que días después visitaríamos.

Pasamos San Francisco y a escasos cien kilómetros de Santa Elena, encontramos una
alcabala31 del ejército. El autobús paró y los militares subieron a bordo. Nos mandaron bajar,
sacar nuestras cosas del maletero y nos dividieron en dos filas: una de mujeres y otra de
hombres. Cada uno con nuestros bultos aguardábamos nuestro turno para que nos hicieran
revisión. Mi indignación crecía al sentirme sospechoso no sé muy bien de que, y mi actitud se
hizo eco en el sargento de guardia, persona al mando en la alcabala. El sargento me replicó
que si tenía prisa, a lo que conteste que no entendía tanto celo en revisar las mochilas de unos
turistas o los paquetes de los indígenas. No obtuve respuesta alguna y ahí se quedó la
discusión. Después de una hora y media de espera y de revisar todo el equipaje del pasaje nos
dejaron continuar.

Llegamos al amanecer a Santa Elena de Guairén. Habíamos pasado toda la noche de viaje y
no habíamos podido disfrutar de la Sabana, un paisaje nuevo para nosotros que días después
descubriríamos… no sin apuros.

Encontramos un hostal en el centro del pueblo bastante económico para lo que estábamos
acostumbrados en Caracas.

Santa Elena es uno de esos pueblos pequeños, que vive de la gasolina y del turismo,
especialmente del turismo de élite. Pudimos comprobar como éste tipo de turismo hace de
Santa Elena uno de sus puntos de encuentro. Tour operadores de todas las partes del mundo
ofertan este pueblo como punto de referencia para Canaíma, El Salto del Angel, Roraima o los
Tepuis de la Sabana.

Todos los destinos eran exquisitos y jugosos pagando unas cantidades elevadas de dinero.
Evidentemente, nuestro turismo se limitó a la carretera y a conocer y compartir con algún
personaje de la zona, como había sido nuestra tónica hasta el momento.

Santa Elena, llena de alemanes, holandeses y hasta un grupo de madrileños del barrio de
Lavapíes, era una pequeña cosmopolita en medio de ninguna parte. Lo más llamativo eran las
largas colas existentes en las dos gasolineras de las afueras del pueblo. Vehículos venidos
desde Boa Vista y pueblos aledaños, hacían cola con bidones de mayor y menor capacidad a
la espera de su turno. Ahí tomamos conciencia de lo importante de ser productor de petróleo y
basta poner un ejemplo: cuarenta y cinco litros de gasolina cuestan en Venezuela un euro. Esto
hace que en las zonas fronterizas, los foreings hagan colas de uno y dos días para llenar sus
depósitos o bidones de cien litros.

4. Hacia El Dorado, donde los muertos resucitan.

Salimos de Santa Elena con destino a San Félix y el viaje nos lo planteábamos en

auto-stop (o en “colita” como se llama allí), como siempre.

Después de esperar casi dos horas en la estación de autobuses por alguien que llevase
nuestro destino, San Fernando, decidimos coger un taxi colectivo por cinco mil bolívares por
cabeza que nos llevó hasta la comunidad de Pemones.

31
Puesto de carácter militar.
San Fernando es algo así como un pueblo fantasma. Una comunidad indígena donde las
raíces culturales no encuentran reflejo físico. Dos churuatas presiden la entrada al pueblo y un
mercado de artesanía al borde de la carretera recorre los cuatrocientos o quinientos metros
que abarca la longitud del pueblo.

Las familias viven en casas bajas unifamiliares y algunas tienen construcciones con maderas y
ramas secas detrás de las mismas. Imaginamos que estas construcciones serían una
representación de sus viviendas originales, hoy día en desuso.

Más tarde descubriríamos que los indígenas de hoy, en algunas regiones donde los criollos y
descubridores habían hecho presencia e influenciado, bebían primeras marcas y querían vestir
con Levi´s y Niké. Ademas, habían descubierto la televisión.

Preguntamos en una especie de bar, que no dejaba de ser una casa familiar, por el Capitán32
para pedirle autorización para estar en la comunidad y poder compartir con algún miembro de
la misma. Nos indicaron una casa dos calles paralelas a la carretera.

Como el calor comenzaba a ser terrible, nos descargamos de las mochilas bajo la sombra de
las churuatas y fui en busca del capitán. Justo en ese momento se iba en el coche de la
comunidad y no pudimos hablar, pero nos autorizó a estar en la comunidad sin problemas.

Entre el calor y la curiosidad, decidí volver en busca de Sonia por otro camino diferente y así
hacerme una idea de su forma de vida y sus infraestructuras.

Caminando me encontré con el centro de salud y lleno de curiosidad entré. Me recibió un


doctor de origen cubano que sorprendido por mi visita me invitó a un café mientras
charlábamos en su despacho. Me explicó que era originario de Santa Clara y que actualmente
llevaba casi dos años allí. Me habló de la Misión Barrio Adentro y de las carencias en
materiales que tenían. Siendo las misiones un proyecto a medio plazo, en su origen, es difícil
cubrir todos los materiales que éstas precisan. Después de un rato le pedí la posibilidad de
entrevistarle y este declino la oferta, no estaba ahí para hacer política sino para curar a la
gente.

Nos despedimos con un abrazo y una curiosa petición del médico: que cuando regresase a
España, le hablase bien a las mujeres de ese pueblo para que se pasasen por allí de visita.

De camino a la sombra de la churuata donde había dejado a Sonia, me iba cruzando con niños
de no más de seis años los cuales me miraban con tremenda curiosidad. Niños de tez mestiza
y de ojos negros. Ingenuos ante mi visita a su comunidad, me sonreían y observaban mis
atuendos. Eran cuatro, tres niñas y un niño, descalzos sobre el camino y sin casi ropa que les
cubriese.

Al llegar me encontré a Sonia hablando con César, el indígena que tuve de compañero en el
autobús. César, vivía en el sector Tüpü de la comunidad, el grupo de casas más próximo a la
carretera. Nos volvía a ofertar ser nuestro guía y llevarnos a unas cascadas que no estaban
muy lejos de la comunidad. Más por él que por nosotros accedimos y nos pusimos a caminar
por la carretera, una carretera desértica desde donde podíamos visualizar los Tepúes a los dos
lados imponiéndose en los fondos rozando el cielo. César nos explicaba sus deseos e ilusiones
a la vez que nos contaba la evolución que había tenido la comunidad en los últimos años.
Tenía veinte años y quería aprender inglés, seguir de voluntario en la huerta colectiva y en un
futuro, ser guía turístico en la zona. Nosotros éramos sus cobayas. No podía hacer otra cosa
que pensar para mí, en la suerte que tendría si llegaba a hacer alguna de esas fantasías
realidad. Después de haber conocido su comunidad, en la cual habitaban no más de
trescientas personas, y ver la carencia de infraestructuras (un colegio y un centro de salud era
lo único que tenían) y con déficit a todos los niveles, y ver cómo pasaban la vida tumbados
permanentemente en chinchorros33, me costaba mucho trabajo ver la posibilidad real de que
llegase a poder realizar tan siquiera una de esas ilusiones.

Después de casi una hora y media caminando nos desviamos por un camino de tierra y
comenzamos a ascender. Oíamos el raudal del río en la distancia. El sonido del romper del
agua contra las piedras nos aceleraba el corazón y, hasta que no lo vimos con sus tres
churuatas al lado, no nos dimos cuenta de lo que realmente teníamos frente a nosotros.

32
Término que recibe el representante colectivo de las Comunidades Indígenas.
33
Hamacas.
Nos sentamos a descansar en el interior de una de las churuatas y nos mirábamos Sonia y yo
de manera cómplice diciéndonos; - ¡Por fin hemos llegado! - . Evidentemente ni estabamos
acostumbrados a tanto calor, ni a ese paisaje medio africano.

Los tepues al fondo nos indicaban que eran la fuente de semejante caudal y las piedras en las
cuales el río rompía en su caída, eran testigo inerte del paso del tiempo y escondite de una de
las faunas acuíferas más importantes del planeta. La cascada de agua no tendría más de siete
metros pero su fuerza casi impedía ver el origen. El paisaje nos trajo paz a nuestro interior. Un
vacío se apoderó de nosotros, de tal manera que decidimos, casi hipnotizados, quedarnos a
pasar el resto de la tarde en el lugar.

César desapareció y al rato volvió con una piña recién cortada para deleite de nuestros
paladares. Sorprendido (nunca me había preguntado a cerca del origen de las piñas), me fui
con él a cortar otra y ese fue nuestro menú del día: piña fresca con piña fresca.

Arreglamos con César y se despidió de nosotros dejándonos solos. Nos bañamos durante un
rato. El agua estaba helada pero se agradecía después de tanto calor. Nunca antes me había
secado tan rápido al aire recién salido del agua. Era salir del río y prácticamente al instante el
calor que hacía te dejaba seco y áspero. Así transcurrió parte de la tarde hasta que decidimos
partir carretera arriba dirección al norte.

Nos sentamos al borde de la carretera esperando algún vehículo dirección a Km.88. que según
nos habían contado por el camino, era algo así como un gran bazar donde se podían comprar
desde monos hasta jaguares, y evidentemente oro y diamantes. No habíamos pensado en que
estabamos en medio del desierto y que la frecuencia con la que pasaban coches por esa
carretera, la única existente en la Gran Sabana, era mínima. Después de pasar dos horas
esperando, vimos que se acercaba un convoy del ejército y decidimos intentarlo, aun después
de la mala experiencia pasada previamente en la alcabala. Podría ser la única opción de salir
de allí. La furgoneta paró a nuestra altura y nos invitaron a subir. Un sargento, un teniente y un
distinguido eran los ocupantes del vehículo, una furgoneta con la parte de atrás al aire y
cubierta en su parte superior con una lona. Eran del cuerpo de fronteras y se dirigían a su
cuartel situado a unos doscientos kilómetros al norte, en Luepa, lo cual nos venía perfecto.

De camino a Luepa, los militares nos iban haciendo una ruta turística en toda regla a la vez que
hablábamos de las perspectiva que tenían con el nuevo gobierno y de por que habían decidido
ser militares. Pensaban que sobrevivir en Venezuela no era fácil sino participabas de alguna
manera en algún cuerpo militar. Cuerpos en los que te proporcionaban una educación, un
salario estable y una utilidad a la población.

En Venezuela había pocas industrias que otorgaban esa calidad de vida. Las mas deseadas
eran o bien PDVSA, empresa encargada de extracción y gestión del petróleo, o bien el Ejército
y la Guardia Nacional. La Guardia Nacional, es un cuerpo militar que deriva de la Guardia Civil
española y se remonta a sus casi cien años de historia.

Los militares pararon a refrescarse en un complejo turístico a orilla de la carretera. Ese


complejo, financiado por el Estado para el desarrollo turístico de la zona, tenía como atractivo
un salto de agua de más de cuarenta metros de altura, el Salto Kama. Una vista increíble, a no
más de diez metros de la carretera. Con una Polar en la mano, y un Belmond34 en la otra,
admirábamos la obra de una naturaleza todavía virgen. Imaginaba esa vista desde el aire, ante
el desierto de la sabana debía de verse una culebra inmensa de vegetación alrededor de los
ríos que íbamos atravesando. La vista debía de ser alucinante.

Luego nos explicaron los militares que desde Ciudad Guayana, seguramente se podrían
alquilar vuelos para visitar el Salto del Angel desde el cielo, sobrevolar Canaíma y descender
en otro aeropuerto diferente. Cuando nos enteramos del coste del capricho decidimos que ese
tipo de tours se lo dejábamos a los gringos. Y es que Venezuela tiene un turismo muy de élite,
o tenia… el miedo a la situación política ha provocado una quiebra en los grandes hoteles de la
costa y del interior. Los gringos temen a la plebe y eso hace que se potencie otro turismo
diferente, el turismo social que estábamos haciendo nosotros.

Seguimos el viaje y llegamos a Luepa. El soldado del puesto de control del cuartel, se cuadró
ante el sargento. Nos invitaron a bajar y a esperar en la entrada del cuartel a que saliera algún
otro vehículo que nos acercase a Km.88. El sargento le ordenó al soldado que nos buscase

34
Marca de cigarrillos.
una colita con celo. En cuestión de diez minutos conseguimos otro vehículo hasta nuestro
siguiente destino. Cuando le dijimos al nuevo chófer nuestro destino, nos miró asustado y nos
invitó a ratificar destino; - Sí, ahí queremos ir; a Km.88 -, le dijimos.

En el transcurso del viaje contrastamos con él las informaciones que teníamos a cerca del sitio:
lo del gran bazar, los animales en venta, los minerales, etc. Él nos confirmó la certeza de la
existencia de todo este mercado clandestino, pero también nos hablaba del riesgo del sitio, de
los malandros35, de la suciedad del lugar, de que no había carreteras ni agua potable…
Durante casi una hora que duró el viaje, ésta fue la tónica; nosotros con la curiosidad de
conocer este sitio y el chófer, un soldado que comenzaba su permiso, intentando quitarnos la
idea de la cabeza. Llegamos al pueblo y la verdad es que la entrada fue algo así como la
entrada a un pueblo fantasma.

El chófer nos dejó en el principio del pueblo y Sonia y yo nos adentramos en la ciudad por la
carretera principal. No se había equivocado ni un poquito el soldado. El pueblo debía de medir
de principio a fin no más de seiscientos metros y la única carretera era la que lo atravesaba
dirección a Las Claritas. Nos adentramos en la calle paralela a la carretera sin asfaltar e
inundada por los desagües. El olor era insorportable pero la gente parecía estar inmunizada, no
sólo al olor sino también a la pelea de los perros callejeros que no cesaban. Lo único que
pudimos comprar fue una cerveza para refrescarnos. La carencia de agua potable y de
canalizaciones hacía de Km.88 el pueblo más insalubre que habíamos visitado hasta el
momento. No conseguimos ver el famoso mercado clandestino. Preguntamos de manera
discreta a más de un residente pero sin frutos. La gente nos miraba con desconfianza, con esa
desconfianza de quien oculta algo a unos desconocidos. Cuando fuimos conscientes del
ambiente enrarecido del lugar, decidimos marchar y salir como habíamos llegado, de manera
sigilosa. Era imposible no llamar la atención con dos mochilas de setenta y cinco litros llenas, y
en el caso de Sonia, con una tez blanca (lo cual en San Félix le había provocado el apodo de
“la blanquita” por parte de los niños en casa de Matías) y que atraía las miradas allá por donde
pasábamos. Comenzamos a caminar por la carretera dirección a El Dorado, nuestro próximo
destino, con la ansiedad de dejar tras de nosotros lo mas rápido posible Km.88.

Después de casi cuarenta minutos caminando, nos paró un coche en el cual viajaban un
hombre y dos mujeres, y muy cortésmente nos invitaron a subir.

Se dirigían a Tumeremo a ver la posibilidad de trabajar en torno a una mina de la cual tenía la
concesión una empresa americana. No hablamos más que superficialmente de nuestro origen,
nuestro viaje, etc. Por primera vez nos sentíamos cansados y retraídos a comunicarnos. En
poco más de una hora y media llegamos a El Dorado. Otro pueblo fantasma, lleno de
fantasmas y de busca fortunas. Por primera vez en mi vida me sentiría el protagonista de una
película, una película del genial actor y director Charles Chaplín; “La Quimera del Oro”. Imagino
que se tuvo que inspirar en algún lugar como éste para escribir el guión y decidir ponerla en
escena.

Estaba anocheciendo cuando llegamos a El Dorado. Una ciudad de quince mil habitantes más
o menos: la mitad visibles por la ciudad y la otra mitad escondida por la selva buscando bullas36
donde hacerse ricos.

Como estábamos muertos de cansancio, Sonia se quedó en la mesa de un bar y yo me fui a


buscar algún lugar donde alojarnos. Encontré una especie de hotel por diez mil bolívares la
habitación, con baño pero sin agua ni aire acondicionado. Toda una experiencia dormir aquí.
Franqueados por cucarachas del tamaño de un ratón, arañas del tamaño de pájaros y un
ventilador como única defensa. No sabía cómo decirle a Sonia las características del lugar que
había encontrado, así que tome la determinación de no decirla nada: ya lo vería.

Cenamos pollo a la parrilla, lo mas fácil de encontrar y lo mas económico. Charlamos en torno
a unas cervezas con la anfitriona, una mujer originaria de Maturín que llevaba pocas semanas
en la ciudad. En ese momento, nos dimos cuenta de dónde estabamos. Una ciudad como
Km.88, donde todo se multiplicaba por cien: los olores, los llamados malandros, las
deficiencias, las injusticias, etc.

Cenamos y nos acercamos a una licorería vecina de la cual salía una música latina muy
agradable de escuchar. Al acercarnos a la barra me percaté de que alguien hablaba en inglés y

35
Se llaman así a los entes marginales de la ciudad. Los buscavidas.
36
Minas de Oro o diamantes a cielo abierto.
rápidamente acerqué la oreja. Sonia pidió dos cervezas y comenzamos a charlar entre
nosotros.

Sin tardar mucho, uno de los contertulios anglosajones se acercó y nos preguntó el origen
(pregunta recurrente durante todo el viaje), al cual yo contesté en inglés.

Comenzamos a hablar y Miké, nos contó que era canadiense y trabajaba para una empresa de
su país que tenía una concesión para la explotación de una de las muchas minas que había
por la zona. Él era técnico y estaba esperando los nuevos auxiliares que debían de llegar en
los próximos días a la ciudad. Charlamos hasta tarde y finalmente acabamos en una discoteca
a la orilla del río hasta el amanecer. Al día siguiente descansaríamos hasta tarde. No había que
perder la ocasión de entablar relación y recordar como se vive a la europea y Miké nos daba la
oportunidad. Llevaba dos años en el pueblo y aún siendo considerado por muchos de sus
vecinos como un gringo, su saber estar le había echo ganarse el respeto de la gran mayoría.
Era protegido por ex-presidiarios (El Dorado estaba provisto de una prisión a la otra orilla del
río), por traficantes, por molineros, por comerciantes…. Desde luego era una persona singular
y así lo pudimos comprobar en la discoteca. Nos presentó a un ex-presidiario que había
pasado en prisión quince años por matar a dos policías, nos presento a dos chicas de no más
de veinte años las cuales no dejaban de rondarle y no nos dejó pagar ninguna ronda de las
muchas que bebimos. Sonia y yo nos reencontramos como alguna de esas veces por
Lavapíes, que habiendo estado de cañitas nos chocábamos con las paredes de sus estrechas
calles. Llegamos al pseudo hotel y hasta la mañana siguiente, Sonia no se dió cuenta de los
animalitos que nos acompañaron durante toda la noche en la habitación.

En la charla con Miké la noche anterior, le pregunté a cerca de la posibilidad de visitar una
mina de oro a lo cual me contestó que era imposible. Para acceder a las instalaciones de la
empresa canadiense, hacía falta un carné que acreditaba que trabajabas en la mina. Aún así
nos orientó para ir a una nueva bulla que había surgido bajando el río Cuyuní en dirección a la
Guayana, sita en Payapal. También nos habían advertido del riesgo de ir a aquella zona por los
malandros y el tipo de gente que había. Aún así, decidimos desafiar los pronósticos y buscar la
manera de llegar hasta allí.

En la orilla del río, y vecino a la discoteca en la que habíamos estado la noche anterior, se
podían coger bongos colectivos o lanchas rápidas colectivas que nos dejarían cerca de la bulla.
Pagamos nuestro pasaje y, junto con dos nuevos mineros, emprendimos camino por el río a
primera hora de la mañana (en días como ése, primera hora son las doce del medio día). Nos
dijeron que serian dos horas de lancha y luego otras dos horas por la selva hasta la bulla.
Según nuestros cálculos, podríamos estar de vuelta en el pueblo antes del anochecer. Durante
el viaje en lancha, no dejamos de ver loros, papagayos, monos y pequeñas comunidades
indígenas a orillas del río. Las mujeres lavaban la ropa sacudiéndola con un palo mientras los
niños jugaban y se bañaban en la orilla.

Nos cruzamos con alguna mina en el centro del río que era explotada desde una pequeña
embarcación fabricada con dos bongos que sostenían una especie de plataforma que sacaba
tierra del fondo y la crivaba.

El calor se hacía insoportable y decidimos mojar nuestras ropas con el agua del río. Agua
cargada de mercurio, pero en aquel momento no caímos lo que implicaba estar en zona
minera.

Llegamos al punto donde debíamos comenzar a caminar. Nuestros traseros se habían


quedado duros del viaje y ahora había que estirar las piernas. Un camino de tierra se habría
paso desde la orilla hasta el interior de la selva. Según comenzamos a subir por el camino, los
ruidos de los generadores se hacían notar cada vez más. El concepto que teníamos de selva;
(ruidos de animales, silencios, etc.) no existía aquí. Los generadores mataban todo el sonido a
naturaleza que en algún momento existió en esa zona.

Las explotaciones y los agujeros en la tierra nos empezaban a dejar atónitos. No sabíamos
muy bien el aspecto que una mina debía tener pero tampoco imaginábamos que iba a ser
aquello que encontramos.

Después de una hora caminando, encontramos a un señor de unos cincuenta años, moreno y
fornido al cual le preguntamos cómo llegar a la nueva bulla. El señor se paró con nosotros a
hablar y nos enseñó una piedra que debía de ser de unos ocho gramos de oro puro. Era una
piedra de color dorado similar en textura a la piedra pómez. Desde luego si nos hubiésemos
encontrado esa piedra por el suelo, seguramente la hubiésemos dado una patada a lo sumo.
Nunca hubiésemos imaginado que el oro fuera así. Después de descansar un rato en una
sombra y de charlar con este hombre seguimos el camino. Según nos acercábamos, los
primeros ruidos de los generadores se hacían mudos y escuchábamos a los pájaros y a los
monos por las copas de los árboles. Uno de esos monos hizo nuestras delicias dejándose ver.
Era un mono viudo, totalmente negro, de cara redonda y nariz esponjosa. No tardó mucho en
buscar otra rama a la que encaramarse y así estar más seguro y lejos de los curiosos
visitantes.

Llegamos a la bulla. Era algo así como un poblado de casas de palos y plásticos donde la
gente andaba descalza y permanentemente cortaba ramas de los árboles para hacer nuevas
casas. Casas que reflejaban la transitoriedad y el estilo de vida de la gente del lugar.
Preguntamos a uno de los mineros que andaban por el sitio a cerca de quién nos podría
informar de qué hacían allí, la historia de esa mina y demás información que nos hiciese
aparecer interesantes a los ojos de los residentes. No habíamos olvidado todas las alarmas
que nos habían reflejado en torno a ese sitio así que había que buscar alguna manera de
integrarse en el lugar durante el tiempo que estuviésemos y desde luego que lo hicimos.

El minero nos remitió al capitán de la bulla, o sea, la persona que había comenzado a excavar
allí. Roberto, que así se llamaba, nos miraba desconfiado pero sin preguntar tan siquiera nos
ofreció un sitio al lado de donde él estaba trabajando cortando unas maderas para asegurar la
entrada al agujero que teníamos delante. Los ayudantes que tenía, se pararon en torno a
nosotros y escuchaban con atención mientras yo saqué un paquete de cigarrillos que dejé
encima de un tronco para que cada uno se sirviese.

5. “Roberto y la Dignidad de los no Vencidos”.

Roberto era una persona de en torno a unos cuarenta años pero aparentaba más de cincuenta
castigado por las drogas, el alcohol y el trabajo duro. Llevaba más de veinticinco años
trabajando en las minas.

Había protagonizado levantamientos mineros en la zona de El Dorado y El Callao. Había


perdido a la mayoría de sus amigos en hundimientos de minas o riadas en las crecidas de los
ríos. Y ahora por primera vez en su vida, había dejado de sentirse perseguido y como un
delincuente para pasar a tener una concesión minera en forma de cooperativa gracias a la
Misión Piar.

Estuvimos más de dos horas de charla. Roberto contaba cómo hacia más de doce años él
había trabajado en esa misma bulla, por aquel entonces propiedad de una empresa americana
que no dejaba explotarla. Cientos de mineros habían ocupado las tierras y se habían puesto a
trabajar las minas por su cuenta. La empresa enviaba de vez en cuando a policías privados a
desalojar las tierras pero los mineros siempre volvían. Un día comenzó a llover y después de
varios días, los barrancos que los mineros habían abierto se derrumbaron. Los que
sobrevivieron al desastre tuvieron que irse por la imposibilidad de seguir trabajando. Hacía tres
años Roberto se enteró de las misiones y de la Ley de Minas que el gobierno de Chávez había
desarrollado en la nueva Constitución. Se documentó a cerca de las cooperativas, se informó
de la misión que ayudaba a su sector y así presento un proyecto que avalado por su
experiencia encontró el apoyo y la financiación necesaria para conseguir los materiales y abrir
esta nueva bulla. El final de la conversación fueron varias frases de agradecimiento a Chávez
por dejarles ser personas y trabajadores, y yo deduje también que esas frases tenían algo de
agradecimiento por dejarles vivir y ver en el horizonte la no necesidad de volver a huir y
sentirse perseguido de nuevo. Las emociones de éste momento fueron algo nunca antes
percibido a lo largo de este viaje. Roberto me había enseñado sus entrañas y la dureza de su
vida clandestina. Me había enseñado el coste de su trabajo, la pérdida de amistades, la guerra
de guerrillas en la selva contra las grandes corporaciones, la lucha por el derecho al trabajo de
la gente de su clase, los menos favorecidos y su lucha personal por aprender lo que le afecta
directamente de su país. Se despidió diciéndonos que ellos también eran personas. Ahí nos
rompió el alma.

Las lágrimas se me comenzaban a caer de la profundidad que la conversación había


alcanzado y por ser consciente de la impotencia que sentíamos tanto Sonia como yo.

¿Qué no habría pensado o pasado este hombre en su vida para remarcarme esa coletilla? ¿En
algún momento alguien habría dudado de su condición de persona? Se me pasaron varias
decenas de proyectos para desarrollar allí con ellos: un comedor popular, unas canalizaciones
de agua desde el río con su potabilizadora, un centro de primeros auxilios, etc. Proyectos que
por el momento debían esperar. Hay que tener en cuenta que el sitio donde la bulla se
encuentra es totalmente inaccesible. Los víveres llegaban vía fluvial primero y en manera de
porteadores posteriormente. Era posible salir de la jungla por el camino de tierra pero se
llevaba cerca de cuatro o cinco horas, atravesando zonas de puentes hechos de troncos sobre
afluentes del río principal, siendo muy inestable. También habría que tener en cuenta las
épocas de lluvias que provocan que a todas luces el camino sea intransitable.

Después de la charla, Roberto se disponía a adentrarse por el hueco que le conduciría al


interior de la mina. Sin vacilación alguna me dirigí a él y le dije;

- !Oye Roberto¡ Si tu entras ahí yo quiero entrar contigo, ¿Es posible? -.

A lo cual él me contesto, - ¿tienes cámara de fotos?, si es así cógela y haces unas fotos ahí
dentro a los chamitos - .

Así hice. Agarre mi cámara y me adentré con él hasta lo más profundo de las galerías. Treinta
metros de profundidad en vertical y veintisiete metros en horizontal de galería.

Me sentaron en un palo atado horizontalmente a una soga y me ayudaron a descender hasta


donde comenzaba la galería. Ahí me agarraron otros dos compañeros de Roberto y me
introdujeron a la galería desatándome.

Las galerías no tendrían más de un metro y medio de altura y setenta centímetros de anchura...
Un tubo de plástico hacía de canal de ventilación. El tubo en su origen, o sea en la parte de
acceso, tenía un ventilador que generaba el aire que respirábamos dentro.

Al llegar al final de la galería, encontramos a un chico de no más de diecisiete años peleándose


con la arcilla de la cual estaba compuesta esa parte de la pared. Empuñando un martillo
eléctrico forcejeaba con la pared y al ver que estábamos presentes paró su actividad, creo que
más bien en señal de respeto a Roberto por lo que le pudiese decir que por otra cosa. Roberto
nos presentó y me invitó a que le hiciera unas fotos al chico.

Hice varias fotos del interior de la mina y no hay semana que no me acuerde de este momento
de mi viaje.

Roberto se despidió de mí con un fuerte apretón de manos lleno de ternura y complicidad e


hizo el relevo del muchacho. Yo salí de la mina con la ayuda de sus compañeros.

Nos disponíamos a caminar cuando se nos acercaron varios miembros de la comunidad


ofreciéndonos frutas que habían recogido y algo de beber. Nos sentamos con ellos y nos dimos
cuenta que el número de trabajadores y de trabajadoras, al menos en esa mina, estaba
bastante equilibrado. Me volví a meter en mi interior y me acordaba de todos los avisos que
nos habían dado. ¡No vayáis allí que os van a robar!, ¡No vayáis que están todos los
malandros!

Sin embargo, estos malandros, me demostraron una humanidad y un conocimiento de la


realidad que muchos otros de buen parecer quisieran para ellos. Se comportaron con nosotros
de manera ejemplar y la dignidad que mostraron defendiendo su vida y su trabajo,
seguramente esté bastante por encima de la media en Venezuela.

Nos pusimos en marcha. Habíamos decidido volver a El Dorado por el camino de tierra
confiando en que pasase algún coche o camioneta que nos sacase de allí. Después de un rato
no muy largo, apareció un coche azul, sin cristales ni delante ni a los lados y con una pintada
en el cristal posterior de VOTA NO, referente al pasado revocatorio contra Chávez.

El conductor paró y nos preguntó donde íbamos. Nuestras direcciones coincidían (solo había
una posible, la carretera) así que nos invitó a subir en la parte de atrás.

Este fue un viaje cuanto menos singular. El polvo del camino entraba en el coche por todos
sitios y decidimos cubrir nuestras cabezas con las camisetas para al menos ver algo y filtrar el
aire que debíamos respirar. El ruido ensordecedor que hacia el coche, un Malibú de mas de
veinte años, y el humo que desprendía, serían fundamentales para no ver un mínimo animal en
las cuatro horas que duró el viaje de bache en bache. El conductor, apodado “el pollo”, era el
dueño de un par de asadores de pollos en el pueblo y además tenía varios molinos a los cuales
acudían los mineros con sus sacos de tierra para cribar. El ser molinero tenía sus ventajas. El
molinero se apoderaba por la criba de entre el quince y el veinte por ciento de lo que los
mineros encontrasen. Además, si el molinero les llevaba provisiones, el trabajo de los mineros
veía reducida su ganancia al cincuenta por ciento, del cual había que descontar el coste de las
provisiones.

Sin mediar palabra en todo el viaje, este tipo tosco, duro y sin duda evangelista nos dejó en el
centro del pueblo, otra vez anocheciendo.

Nos sentamos a la orilla del río, desde donde veíamos las luces de la prisión a la otra orilla e
imaginábamos cuantos Robertos quedarían entre esas alambradas y muros.

6. De El Dorado a El Callao; La cuna del Oro.

A la mañana siguiente, Sonia se había levantado temprano y desapareció por el pueblo.

Me levanté, y después de haber dejado las mochilas en la recepción del pseudo hotel, salí en
busca de un desayuno y de mi compañera de viaje. Paseando por el pueblo, la encontré en
una peluquería cortándose el pelo. Negocio regentado por gays y algún travestí, dando a
entender lo que parecía su punto de encuentro en el pueblo. Con el descaro de quien se siente
liberado se paseaban por un pueblo lleno de gente dura, pero en el que todo el mundo
encontraba su lugar de alguna manera.

Recogimos las mochilas y nos pusimos en marcha por la carretera de en busca de una nueva
colita. Nuestro próximo destino, El Callao, debía de ser la ciudad más grande de los
alrededores y una de las más antiguas de la zona.

No tardamos mucho tiempo en encontrar nuevo vehículo que nos llevaría hasta Guasipatí, a
dieciocho kilómetros al sur de El Callao. Desde allí nos llevaron en vehículo oficial, miembros
de la Guardia Nacional hasta El Callao.

En San Félix, el padre Matías nos había dado el contacto del cura de una parroquia de El
Callao, el padre César, con el que consideraba nos gustaría conocer y tener un encuentro. Nos
había orientado bien Matías, - le encontrareís en la iglesia de la plaza de Bolívar- , había dicho.
Y en dicha plaza nos encontrábamos. Una gran mole de piedra al final de la plaza nos indicaba
dónde la iglesia de origen colonial se encontraba. Nos acercamos y entramos en la zona de
residencia preguntando por el padre a una mujer mulata y cuarentona, que fue en su busca.

El padre estaba en la iglesia con un grupo de jóvenes que ensayaban cantos y coros. Nosotros
desde fuera nos deleitábamos de la guitarra eléctrica y de las voces de las muchachas
mientras le esperábamos.

Al cabo de un rato se presentó. Era un cura de entorno a cuarenta años, culto, de aire libertario
y entregado a su causa. Atendido por varias beatas del pueblo que debían de ver en él esa
fuerza de quien se siente con la verdad y práctica la justicia social. Viéndonos españoles, nos
invitó a esperarle un momento porque tenía que acabar el ensayo con los catequistas y se
pondría en camino con nosotros para ir a comer juntos.

Sonia y yo, nos dirigimos al otro lado de la plaza, a un hotel; este sí con aspecto de cómodo y
limpio. Dejamos nuestras cosas en nuestra la nueva habitación y nos fuimos a un cyber café a
enviar un resumen de lo vivido hasta el momento a nuestros amigos.

César nos vino a recoger al cyber con dos jóvenes catequistas que habían llegado también hoy
desde Valencia (Venezuela) y nos fuimos a una hamburguesería casera en la parte posterior
de la parroquia. El ambiente en el que nos veíamos envueltos era de lo más agradable. César
era un cura joven y culto, y eso nos permitía charlar de la globalización económica, de los
problemas que los mineros de la zona habían tenido con los anteriores gobiernos, de la
planificación familiar inexistente en los núcleos rurales. Desde luego el cura era un trabajador
social y de los buenos. Tenía todo el pueblo bajo control. Se había convertido en el referente
de los pobres y en la bestia de las multinacionales de la zona por su liderazgo años antes en
las protestas mineras por el derecho a explotar las concesiones; o dicho de otra manera, por el
derecho al trabajo y a no morirse de hambre. Según iba transcurriendo la conversación, me di
cuenta que tanto él como yo habíamos monopolizado el tiempo que nos correspondía a todos.
Sonia con su hamburguesa por un lado y los dos catequistas por el otro, cenaban plácidamente
atentas a nuestra conversación mientras a nosotros dos se nos quedaba la cena fría envueltos
en nuestra pasión activista.

César nos situaba en dónde estábamos. El Callao era una ciudad minera, fundada en mil
ochocientos cincuenta y tres, fruto de una de las fiebres del oro más importantes de la historia.
Pueblo famoso por sus minas y su orfebrería exquisita, aunque hoy día en decadencia por las
sucesivas crisis en la minería que han obligado a cerrar muchas de las joyerías que antes
abarrotaban todas las calles de la ciudad. Los carnavales también eran famosos acudiendo a
ellos miles de personas desde todas las partes de Venezuela.

César nos contaba a modo de anécdota alguna de las crisis del pueblo que le había tocado
vivir, y por ende, convertirse en protagonista. Por ejemplo nos contaba que no hacía muchos
años los mineros se habían dirigido a él para decirle que se iban a encerrar en la iglesia porque
no conseguían trabajo. Las empresas que habían recibido las concesiones de explotación de
las minas del pueblo, americanas, no daban trabajo ni tampoco las explotaban generando en la
zona una gran hambruna ante la cual los trabajadores decidieron ocupar los terrenos y ponerse
por su cuenta a trabajar. El ejército desalojó los terrenos y secuestrándole a él, con su
beneplácito, y encerrándose en la iglesia, los mineros comenzaron una campaña de presión
que acabo obteniendo difusión nacional.

Mientras escuchaba ésto, recordaba a Roberto y todo lo que él me contaba que le había tocado
vivir. Las concesiones volvían a estar encima de la mesa. Debía de ser que anteriormente se
apalabraban determinadas cantidades de dinero para mantener el terreno muerto o
improductivo, independientemente de las necesidades de los trabajadores del sector,
ocasionando así unas crisis y hambrunas que a gente como Matías o César no los podía dejar
al margen de lo que su rebaño padecía. Tanto uno como otro debían de haber tomado
conciencia junto a Oscar Romero, Leonardo Boff, etc. y por necesidad se habían convertido en
referente para la lucha por la dignidad de los débiles y en protectores de sus derechos.

La manera que tenía de expresarse César mientras hablábamos, hacía que nos contagiásemos
e incluso que nos transportásemos a esos momentos de tensión vividos.

Imaginábamos a César de interlocutor negociando con el mando del ejército la desocupación


de su iglesia. El cura en calidad de rehén. En juego las futuras concesiones en forma de
cooperativa para los mineros, hablaban de expropiaciones de tierra a las multinacionales para
garantizar el trabajo de la clase llana.

Imaginábamos la cara del mando del ejército diciéndole a Cesar que lo que estaba haciendo no
estaba bien y que se iban a ver obligados a entrar en la iglesia y disparar. Imaginábamos a
César haciendo llamamientos a los soldados a desobedecer las órdenes y a unirse a los
trabajadores apoyando así la ocupación de tierras.

Imaginábamos que veíamos una película pero la verdad es que estábamos siendo testigos de
una realidad que se vivió en El Callao no hace mucho tiempo. Realidad en la que los
misioneros jugaban un papel fundamental en la defensa de los derechos de los débiles. César,
se había jugado la vida enfrentándose al ejército y dejando que los mineros se encerrasen en
su iglesia.

Mientras acabábamos nuestra comida, el párroco nos daba las razones de por qué la
necesidad del cambio de gobierno en Venezuela y de la buena organización que se estaba
emprendiendo a través del cooperativismo y de la Ley de Minas, que reconocía el derecho de
quien se lo trabajaba, garantizando así el trabajo y los derechos de los mineros.

La globalización económica también había ocupado parte de nuestro tiempo. China como
nuevo eje comercial de Venezuela en detrimento de EE.UU.… lo que había enfurecido a la
administración Bush… hablamos de religión donde Sonia y yo nos declaramos
agnósticos…También en este punto me reconocí no creyente tal vez siendo consciente que mi
realidad no dependía de creer en algo o no, al fin y al cabo en Europa o en los países más
industrializados, las facilidades de vida y de desarrollo son superiores a las posibilidades que
en América Latina se ofrecen. Encontré una justificación a mis creencias en ese argumento y
en la comparativa de mi vida frente a la de la gente que nos encontrábamos. Los tintes
intelectuales que la conversación cogía me hacían sentir cómodo y disfrutar del momento. La
intensidad de los encuentros y la experiencia de nuestros anfitriones, nos hacían ser parte de
toda esa historia desconocida, de esos anónimos que son los que realmente hacen la historia,
tumban procesos y levantan otros. Estábamos pasando a ser testigos y partícipes de una
manera de vivir, de una entrega por el prójimo como eje de la vida. ¡Qué riqueza se alzaba ante
nosotros!

Me preguntaba donde esta esa gente en Madrid. Tiene que haberla. No hablamos de casos
especiales y únicos sino de gente que ha sido parte de la transformación no solo de su realidad
sino también de la realidad de sus vecinos y de sus pueblos. Me acordaba de un texto que leí
alguna vez pero que venia en tiempo a lo que nos tocaba vivir:

“Como dice un verso de Shakespeare, - La hierva crece de noche, y cuando los ricos salen a
pasear al dia siguiente, entre las losas del atrio ha crecido la hierva - . Así entiendo yo la
historia. El mundo no ha cambiado jamás por la generosidad de los que mandaban: el mundo
ha cambiado a pesar de los que mandaban. Y todos los colosos tienen los pies de barro.”37

A este texto se le podría incluir que la gente como César, Matías y Henry son los que conducen
los cambios históricos, tal vez muy localistas en este caso pero es su ámbito de influencia. Esa
actitud de servir, de ser útiles a su comunidad, esa es la actitud que de alguna manera genera
esos cambios.

Así terminó nuestro encuentro con César. Un encuentro que dejaría poso en nuestras
conciencias y en nuestra manera de entender el mundo, al igual que nos pasó con Henry en
nuestros primeros días o con Matías y sus pobres.

7. Una de Masones, Ciegos y Madres.

A la mañana siguiente, salimos a la carretera principal y sin andar mucho llegamos a una
alcabala de la Guardia Nacional. Nos habían dicho que preguntásemos allí y que rápidamente
la guardia nos ayudaría a conseguir colita para llevarnos donde deseásemos. El guardia, un
sargento de pelo moreno y bigote negro bien poblado que estaba mas preocupado por ligar con
la cocinera que de sus quehaceres, ordenó a un distinguido buscarnos un coche. Por fin, ya
volvíamos de nuevo en la civilización y pasaban coches con bastante frecuencia. El que esta
vez conseguimos, era conducido por un sargento de la Guardia Nacional que, no sin recelo
inicial, aceptó llevarnos por cortesía gremial.

Este sargento, de aparente duro caracter, nos haría vivir otra experiencia digna de contar. Para
empezar tardamos en hacer un viaje de no más de dos horas, alrededor de unas nueve horas.
Eso sí, las convivencias que el sargento nos brindó merecieron ese tiempo, y en algún caso
algo más para poder digerir lo que vivimos. El tipo de viaje que veníamos a realizar, nos
permitía poder regalar nuestro tiempo y ser todo sentido para nuestros anfitriones o guías
espontáneos.

Una vez en carretera, comenzamos charlando, como siempre que teníamos un nuevo
encuentro, de nuestros orígenes, las intenciones de nuestro viaje de conocer Venezuela y
siempre recalcábamos lo precioso del país de sus gentes y demás. Éste recalcar nos permitía
aparentar ser turistas y que los conductores se crecieran en su ego abriéndonos más puertas
para acceder a sus vidas y a sus percepciones. Así paso también con el sargento, que de no
mediar palabra alguna pasó a enseñarnos una hoja en la cual reflejaba los intentos de soborno
que había tenido en los últimos años. ¡Un sargento de carácter patriota que quedaba por
encima de la corrupción! Yo todavía no era consciente del problema que la corrupción supone
en Venezuela y tal vez por eso, simplemente me pareció una anécdota.

Más tarde la viviría en mis carnes y sería testigo de cómo esta práctica era una fuente de
ingresos importante para los miembros de los cuerpos uniformados hasta el punto de sentir mi
integridad física en peligro por mediar a favor de un comerciante.

El viaje, durante los primeros quince minutos, transcurrió sin sorpresas. En breve el sargento
nos haría participes de la primera de sus visitas antes de llegar a su casa en San Félix.

Paramos en un bar al borde de la carretera. Un bar que en realidad era una casa con una
decoración en su terraza exterior exquisita. Daba la impresión que era la casa de una familia
culta y viajera. Salió a recibirnos un perro muy cariñoso que nos saludaba a la vez que
esperábamos a la inquilina. Después del perro, salió un señor mayor de unos setenta años y
con piel curtida por el sol. Nos saludó de manera muy cortés y apareció por fin la inquilina, una
mujer de más o menos cuarenta y cinco años, pelo rizado, piel morena y de cutis y cuerpo
cuidados. Elegante ella, nos ofreció unas cervezas mientras comenzó a charlar con el
sargento.

Nos llamó la atención que en ningún momento el sargento nos había dicho su nombre y el que
esta elegante mujer tampoco lo llamó de ninguna manera.

37
Del Dialogo con José Luis Sanpedro en el libro; “Ciudadan@s de Babel, Diálogos para otro mundo
posible”. Fundación Contamíname.
La conversacion transcurrió sin más. Nos tomamos un par de cervezas mientras Sonia y yo no
dejábamos de admirar la terraza y su decoración.

Seguimos de viaje y al cabo de media hora hicimos una nueva parada muy cerca de un pueblo
más menos grande donde existía un cuartel importante de la Guardia, cerca de Upata.

Paramos en una casa al borde de la carretera, en cuya fachada se exhibía una portada del
diario cubano Gramma. La portada hacía referencia a una manifestación del primero de mayo
de ese mismo año, dos mil cuatro, y más tarde nos enteraríamos que los inquilinos de la casa
habían traído el periódico desde Cuba. La historia que envolvía esa portada nos hizo encoger
los corazones.

El sargento nos presentó como unos turistas españoles, pero en el transcurso de este
encuentro, mostraríamos nuestro principal interés por conocer la manera de sentir de los
venezolanos, de la opinión a cerca de su gobierno, de sus condiciones de vida, etc. y por
supuesto de convivir.

Los inquilinos eran dos mujeres mayores de unos treinta y nueve años, un abuelo, un señor de
unos cuarenta y cinco años de bigote marcado y dos chicos jóvenes. Pregunté con simpatía a
cerca del periódico pegado en la pared y una de las mujeres me contestó que lo habían traído
de Cuba y que lo tenían de homenaje a ese país por lo bien que habían tratado al abuelo. Mi
curiosidad iba en aumento. Volví a preguntar de manera mas directa por su situación: de qué
vivían, qué cambios habían notado con este nuevo gobierno, qué le sucedía al abuelo, etc. En
ese momento, el sargento me miró con cara de sorpresa. Me había dado a conocer y el
concepto de turista se había desvanecido. Las mujeres, al ver el interés por sus vidas, llenas
de ternura se apresuraron a contestar y contar sus historias. Intercalándose comenzaron a
hablar. La visita del sargento había quedado relegada al vacío por nuestra osadía de meternos
en su vida. Osadía bien entendida. Una osadía valiente como la del que quiere aprender y
conocer. La osadía del que no le vale lo que le cuentan, esa que tiene todo aquel quiere vivir la
vida a través de los ojos de los demás.

Primero comenzó una a contarme a cerca de sus hijos. De cómo antes no podían estudiar
porque ni existía el salario social, ni tenían plata para inscribir a sus hijos en la escuela. El
coste de la matrícula era de veinte mil bolívares en un país en el que los salarios no pasaban
de trescientos mil en el mejor de los casos. Los hijos estaban condenados al trabajo en las
minas o a los trabajos más duros y desde que llegó Chávez al poder, todo el mundo podía
estudiar. No había que pagar matrículas para la escuela, el salario social ascendía a
trescientos mil bolívares por persona y la sensación de inseguridad que vivían las familias
había desaparecido. Por fin alguien se preocupaba por los pobres.

Mientras esta mujer nos contaba ésto, a Sonia y a mi se nos humedecían los ojos del
sentimiento y la fuerza que la mujer expresaba con sus palabras. A ella nadie le iba a decir que
Chávez era un dictador ni nada parecido. Esta mujer había revivido y era una de las muchas
personas privilegiadas hoy en dia por los mandatos del presidente. Había pasado de la
incertidumbre plena, con sus dos chamos, a la tranquilidad de sentirse querida y considerada.

El señor del bigote volvió a la escena con un paquete de cazabe38 el cual nos ofreció.
Habíamos roto el hielo y pasado a formar parte de su familia, como esos hermanos que no se
conocen pero que se sienten, que se sienten cerca y se tienen en cuenta.

La otra señora nos comenzó ha hablar de su abuelo, el que estaba presente. El abuelo sufría
de cataratas en los ojos y en Venezuela no había encontrado la manera de tratarse. Dentro de
las nuevas relaciones de Venezuela con terceros países, con Cuba como ya expuse antes, se
habían entablado una relación preferencial que dentro del terreno sanitario, no solo consistía
en los médicos cubanos sino también en la asistencia en la propia isla. El abuelo se había
beneficiado de este acuerdo. En el mes de enero había viajado a Cuba a operarse de cataratas
y había recuperado sustancialmente la vista. No había sido la primera vez que iba. En los dos
últimos años había visitado Cuba tres veces, de ahí derivaba ese especial calor que sentía por
la isla, cediendo un espacio de la pared de su casa al diario oficial Gramma. La historia del
abuelo nos humedeció los ojos a estos dos turistas indiscretos.

El sargento, llevaba rato abstraído charlando al margen con el señor del bigote.

38
Torta seca a base de Yuca.
Las gallinas y los perros revoloteaban alrededor de la casa mientras mojábamos la tertulia con
cerveza para no perder la costumbre que habíamos adquirido desde nuestro primer dia en el
país y así rebajar el calor que teníamos.

Después de esta tertulia, nos despedimos calurosamente de nuestros anfitriones y seguimos


camino con el sargento, al cual comenzábamos a ver algo cargado de alcohol. Tanto fue así
que incluso tuvimos un susto saliéndonos de la carretera que se resolvió sin percance alguno
salvo una ligera aceleración de nuestros corazones. Desde este momento Sonia y yo decimos
dejar de tomar cerveza si hubiese más paradas por si la casualidad quería que nuestro chofer
se controlara así. Media hora más tarde paramos de nuevo, ahora en el margen derecho de la
carretera. Era el bar de un español, un señor de Tarragona que llevaba mas de treinta años en
Venezuela. Debía ser de esos inmigrantes de los setenta que se había instalado y rehecho su
vida en este lado del océano. Nos presentó como compatriotas suyos y mientras al sargento le
ofrecía una cerveza, nosotros dos nos pasamos a la naranja como habíamos acordado. El bar
era de características reducidas: una barra de no más de dos metros de largo, una cocina
cuadrada y una sala con seis mesas bien dispuestas. En la barra a parte del sargento y
nosotros, se encontraban un alemán y un uruguayo. En resumidas cuentas, debíamos de estar
en un bar donde los clientes principalmente eran inmigrantes que en otros tiempos habían
recalado en Venezuela. El uruguayo rápidamente me miró a los ojos y comenzó a entablar
conversación conmigo. Le debí de resultar interesante y fue directo al grano. Me pregunto a
que credo pertenecía, lo cual me sorprendió. Me identifiqué como un anarquista con muchas
influencias de carácter comunista por la familia, pero que mi esencia era anarquista: no en
balde había vivido varios años en el norte de Europa en estos círculos. Al verse respondido él
se identificó como masón y a partir de ahí surgió un nuevo debate. Nos contó que en
Venezuela existían noventa logias masonas, hoy en dia regularizadas con la nueva constitución
y que podían operar con plena libertad. Nos contó la represión que se había ejercido contra la
masonería en tiempos pasados, teniendo muchos de sus miembros de mayor grado que huir
del país. La complicidad se apoderó de la conversación y el sargento seguía ejercitando su
hígado a través de la cerveza. Debíamos de ser lo más curioso que le había sucedido al
sargento en muchos años. Allá donde parábamos nos integrábamos perfectamente en el
ambiente, participábamos activamente de las conversaciones y la gente nos invitaba a volver a
visitarles. El sargento se sentía cómodo con nosotros, le habíamos roto su monotonía y no
mostraba impaciencia alguna por llegar a la casa de su esposa. Más de siete horas de viaje
llevábamos encima y en un solo dia habíamos coincidido con personas totalmente diferentes
unas de otras, pero todas con algo interesante que decir para ampliar nuestro conocimiento de
la realidad en Venezuela. Nos despedimos de nuestros nuevos amigos y salimos del bar. El
sargento había sacado una bolsa con varias botellas de cerveza para el resto del camino. Su
estado de embriaguez había crecido y con el nuestra preocupación en igual medida. Decidimos
ayudarle a acabar la cerveza, bebiendo el doble que él para nuestra propia seguridad. Al fin y
al cabo, nosotros no teníamos ni compromisos ni teníamos que conducir.

El día estaba prácticamente acabado, con el enriquecimiento y las convivencias que los amigos
del sargento nos habían brindado. En el transcurso del viaje, ya sin más paradas, el sargento
quiso participar con nosotros dentro de la intimidad que generábamos, de lo que él pensaba o
de su posición con respecto al gobierno, a los indígenas, a la nueva constitución, etc. Ahí me di
cuenta de que con él no nos habíamos comunicado como con el resto de las personas que nos
habíamos encontrado. Me encogí de hombros mirando a Sonia mientras el sargento hablaba.
Hasta que no llegó al tema indígena, por ahora bastante desconocido para nosotros, no
consiguió mi más extrema atención.

Expresaba la opinión de muchos urbanitas en Venezuela: los indígenas eran unos vagos, que
no querían aprender, que por qué tenían que tener más derechos que los demás, etc. Sacó un
ejemplar de la constitución de la guantera y nos enseñó un artículo que reconocía el derecho
de los Yanomamis a atravesar el Río Orinoco desde su nacimiento hasta su desembocadura
obligando a cualquiera que se cruzase con ellos a prestarles la ayuda que pudieran necesitar.
Sin duda había tocado un tema que me interesaba y comenzó un intenso debate. Yo me
remontaba a la historia para reconocerles esas concesiones y derechos, y él se limitaba a
enfocar el tema desde la postura de integración o no integración. Así fue el debate con
momentos de acaloramiento fruto de la cerveza, y sin llegar a puntos de opinión común.

Lo más curioso fue la constitución que guardaba en la guantera tamaño de bolsillo, a la que
recurrió en más de una ocasión, lo que indicaba que era un nuevo referente de valores que
más tarde o más temprano calarían en nuestro amigo castrense.

Llegamos de nuevo a San Félix, esta vez por el sur. El sargento nos llevó a la casa de su mujer
que no nos esperaba y se sorprendió de la visita. La mujer tenía comida para dos y a instancias
de su marido, nos preparó un menú especial para Sonia y para mí. Nos invitó a sentarnos en el
patio. Estábamos medio borrachos después de todo el día bebiendo cerveza y el esperar
sentados se agradecía. Aguantamos bastante bien el tipo en comparación al sargento que ni
tan siquiera esperó a comer; se tumbó en la cama y no tardó más de tres minutos en comenzar
a roncar.

La mujer, había estado todo el dia cocinando y decidió poner la mesa para tres. Sin hacer
preguntas, comimos y charlamos con ella mientras el sargento descansaba. Serian cerca de
las seis de la tarde y ya estando en San Félix, no nos importaba esperar un poco más para
volver a casa de Fior.

Nos dedicamos a tomar el sol hasta que el sargento hizo acto de presencia en el jardín. Cogio
la manguera se dio una ligera ducha para espabilarse, ofreciéndose a enseñarnos la orilla del
Orinoco previo a llevarnos a la casa de nuestra amiga.

Frente al Orinoco y de pie, que a esa altura no se encuentra muy lejos de su fin, no dábamos
crédito a lo que nos parecía un mar por las dificultades de apreciar la otra orilla. Mas tarde,
tendríamos que cruzarlo en la chalana para dirigirnos al Delta, allá donde desemboca.

Estuvimos no mas de diez minutos, sin mediar palabra, los cuatro. El cielo que se habría con
algunas nubes estáticas, el sol que hacia brillar unas aguas ya negras y contaminadas en este
tramo, y las aguas abrigando las bases de las chalanas39 , nos hacían darnos cuenta de lo
insignificantes que éramos donde la naturaleza había prescindido de nosotros para mostrar su
belleza.

Nosotros solo podíamos poner poesía a esos momentos que el paisaje nos brindaba.

Más adelante tuve ocasión de sentir estas sensaciones en su más pura esencia en el Alto
Orinoco, donde el Amazonas comienza antes de extenderse por Colombia y Brasil.

Llegamos a la calle donde Fior vivía. Paramos el coche frente a una terraza amplia, bar y punto
de encuentro de jugadores de dominó. Entramos y resulto ser el bar de un amigo del sargento.
Tomamos otra cerveza y mientras nos la ponían en la mesa, me fui a avisar a Fior de que
estabamos ya en la ciudad.

Al dia siguiente seguiríamos viaje dirección al Delta y queríamos pasar la noche y la cena con
ellos. Nos despedimos del sargento y de su esposa y nos retiramos.

Esa noche fue dura. Sabíamos que una vez saliésemos de San Félix, ya tendrían que pasar
años hasta que volviésemos a ver a Fior, a sus hijos y a Matías.

La noche transcurrió entre la tristeza de nuestra partida y la alegría y el agradecimiento de


haberles podido conocer. Nos quedaba una mañana por compartir con Fior y sus hijos. Una
mañana que también nos marcaría.

Las lecciones que habíamos aprendido compartiendo, no solo con ellos sino también con los
mineros, con Cesar; el cura de El Callao, con Cesar; el indígena Pemón, etc.

Dejábamos el Estado de Bolívar atrás siendo personas nuevas y mirábamos a Delta Amacuro
con la confianza del saber estar y del sentirnos aceptados por una sociedad rica en vida. Los
miedos que hubiésemos podido tener en algún momento, se difuminaron.

Las personas eran personas aquí, allí y en todas partes. Solo había que saber escucharlas.

39
Barcos de metal destinados al transporte de vehículos y mercancías.
Comentarios de un extranjero de visita en el país
Venezuela: La aventura de vivir / Segunda parte
Manuel Tapial

8. El Delta: Donde el Orinoco se esconde. Los caños.

Al despertarnos, nos encontramos con el desayuno hecho. Un desayuno al estilo ingles;


huevos fritos con cerdo y un zumo de naranja.

Fior nos esperaba para que la acompañásemos al cementerio a la tumba de su padre. Era el
día de todos los santos y era tradición hacer visita a los pasados.

Cojimos un taxi y nos llevo hasta la puerta del cementerio. El camino era una romería de
personas y un reguero de pequeños puestos con flores a ambos lados de la carretera. Al llegar,
había un transito enorme a través de las puertas del cementerio. Miles de personas circulaban
por los diferentes paseos que este disponía.

Nada mas cruzar la puerta empezaron nuestras sorpresas. Niños de no más de nueve años se
ofrecían, cepillo y machete en mano, a limpiar las tumbas de los difuntos. Otros se ofrecían a
pintarlas. Miles de niños deambulaban por el cementerio en busca de un trabajo y de algunos
bolívares que echarse al bolsillo. Algo que a nosotros nos parecía alucinante, en este mundo
de los difuntos era de lo más normal.

Había quien hacia carreras universitarias, había quien aprendía oficios y había quien hacia
carrera en los cementerios.

Personas adultas, mostraban su maña en la limpieza de las tumbas. En cuestión de pocos


minutos quitaban las malas hiervas que crecían a su alrededor y cepillaban la tierra que el paso
del tiempo generaba sobre las lapidas.

Las imágenes que encontrábamos nos hacían vibrar a Sonia y a mí. No estábamos
acostumbrados a estas escenas y nos parecía alucinante ver el comportamiento de las familias
para con sus difuntos. Me preguntaba si una vez que yo falleciese tendría a gente alrededor de
mi tumba cantándome canciones o recitándome poemas libertarios como hacia Fior para con
su padre.

Seguramente no. Nuestra sensibilidad esta pervertida. Nosotros metemos a nuestros mayores
en residencias y una vez nos dejan pasan al olvido. Nuestra cultura tan progresista y avanzada
nos exige vivir y producir pero no compartir o recordar.

Después de esta escena tan emotiva, nos acompañaron a la parroquia de Matías donde nos
recogió esté para llevarnos en su pequeño coche a la estación de autobuses. Nos despedimos
emotivamente de todos sabiendo que tardaríamos tiempo en volvernos a ver, pero pasaría
mucho más tiempo antes de olvidarlos si algún día se daba este caso.

Una vez en la estación y ya solos, Sonia y yo decidimos probar otro camino para llegar a
Tucupita. Cruzaríamos el Orinoco en la chalana que antes habíamos visto con el sargento.
Cojimos un taxi y nos llevo hasta el muelle desde donde podríamos coger la chalana.

Para los peatones el coste era cero así que aprovechamos el viaje para ver el cruce de las
aguas del Orinoco y del Caroní. Se entremezclaban los colores de los dos ríos. El Caroní de
color marron y el Orinoco de color negro.

Al llegar al otro lado, estábamos desorientados. No sabíamos muy bien donde debíamos de ir,
ni cual era la carretera que nos llevaría hasta Tucupita, así que mientras pensábamos que
hacer decidimos tomar una cerveza en uno de los puestos que se encontraban por los
alrededores.

Después de un par de cervezas, nos organizamos para probar varias posibilidades, una vez
informados de las diferentes opciones. Solo había una carretera principal que mas adelante se
bifurcaba en varias según los destinos. El nuestro era el destino mas largo y la única opción era
coger un taxi colectivo. Sonia emprendió la marcha en busca de uno mientras yo hacia auto
stop por si había suerte. En poco tiempo apareció Sonia haciendo valer el fruto de su
búsqueda; había encontrado un colectivo que por diez mil bolos por cabeza nos llevaría, solo
faltaba una persona mas para llenar el taxi y partir.

Nos arrimamos a donde estaba el taxi para no perder la plaza por alguien mas vivo que
nosotros. Mientras esperanzamos a otra persona se acercaron dos criollos ofreciéndose para ir
en el taxi con nosotros con una historia bastante creíble para el país en el cual nos
encontrábamos.

La pareja nos comentaba que habían matado al hermano de uno de ellos y que necesitaban ir
a Tucupita a reconocer el cadáver. Visto los índices de criminalidad suena bastante creíble
pero solo había plaza para uno.

El taxista nos había utilizado de paraguas para no llevarles y rápido me di cuenta del fregao en
el cual nos había metido. El taxista pretendía que fuésemos Sonia y yo, por vernos como
turistas, los que les dijésemos que no había sitio en el coche. Me dirigí al taxista y furioso le
recrimine su actitud invitándole a dar la cara frente a esta pareja, al fin y al cabo, nosotros
éramos dos de cinco y nuestra decisión importaba poco. Al final discutí con el taxista y con los
otros dos sin más incidentes que ellos se quedaron en tierra y el taxista nos rebajo el coste del
viaje para salir de inmedíato y dejar de discutir.

En el coche viajábamos cuatro personas. Un minero especializado en díamantes, un


comerciante de ropa de aspecto bastante desaliñado y nosotros dos.

El viaje paso sin pena ni gloria excepto con la salvedad de que el minero nos invito a darle
nuestro contacto en España ya que tenia en su poder un díamante de bastante peso y
pretendía salir de Venezuela destino Europa para venderlo. Incrédulos le dimos nuestro
teléfono pensando que era una de esas veces que coincides con gente que luego nunca se
vuelve a cruzar por tu vida.

Llegamos a Tucupita al atardecer. Era domingo y el pueblo estaba desierto. Ni un alma por la
calle, ni un perro ni nada. Solo nosotros dos buscando un hostal o algún sitio donde alojarnos.

No tardamos mucho en visualizar un cartel vertical que indicaba un hotel. Cojimos una
habitación y nos perdimos por la vereda del río, mas bien por la vereda de un caño. A esta
altura, el Orinoco ya no es río nunca mas, más bien son ciento de caños que llevan sus aguas
hasta el océano. Vegetación frondosa, miles de mosquitos o “puri-puris”, caimanes, monos,
delfines de río, furtivos, etc. una mezcla de diferentes especimenes que hacían que esta parte
de Venezuela y en especial del Orinoco, fuese de las mas peligrosas. En el paseo del río, se
juntaban decenas de diferentes puestos de comida rápida; en especial parrillas. Todos los
vivos del pueblo se debían de reunir allí y nos sumamos a uno de estos chiringuitos a cenar.
Detrás nuestra justa, reconocí un acento familiar. Era de un tal Juan, asturiano él, que llevaba
veinte años en Venezuela. Nos saludamos y comenzamos a charlar un rato. Evidentemente
debíamos de satisfacer nuestra curiosidad de investigadores. Le preguntamos a cerca del
referéndum revocatorio contra Chávez y nos comento que el estaba seguro que los resultados
se habían amañado. Las maquinas electrónicas con las cuales se había votado eran de una
empresa española, Indra, y él afirmaba que habían venido desde España trucadas. Sonia y yo
nos miramos incrédulos y prácticamente nos parecía que estaba tan quemado por no poder
hacer sus chanchullos bajo el nuevo régimen que de alguna manera tenia que reflejar su
lustración. Comimos y nos dimos un paseo en busca del muelle de las lanchas colectivas para
al día siguiente adentrarnos en el delta. Nuestra idea era llegar hasta Pedernales, frente a la
isla de Trinidad y Tobago. Nuestras expectativas se vieron frustradas pues no había lanchas
hasta pasados dos días y no queríamos estar en este pueblo fantasma ni un día más.
Decidimos que a la mañana siguiente decidiríamos a donde nos dirigíamos. Nos pusimos en
camino por las calles del pueblo una vez que habíamos localizado el muelle. Tucupita era una
ciudad de aspecto sucio, con una comunidad de indígenas importante. Indígenas que estaban
hacinados en una especie de reserva en la entrada del pueblo donde se dedicaban
principalmente a hacer colgantes y bisuterías varias para vender al por mayor. Rápidamente
nos dimos cuenta que la mayoría de personas alcoholizadas en el pueblo eran indígenas. El
alcohol y el desarrollo de la piratería en la zona habían contribuido decisivamente en matar las
raíces y la cultura de este pueblo. Las instituciones pertinentes no habían contribuido
favorablemente en nada para preservar los hábitos naturales ni los procesos de crecimiento
normales de estas personas y sus comunidades. Mas adelante en el Amazonas podríamos
comprobar más de cerca estas afirmaciones. Paseando, encontramos un bar con un gusto en
la decoración exquisito. Varios cuadro de paisajes adornaban las paredes laterales y un retrato
del Ché se imponía en nuestro frente. Decidimos entrar y ver si encontrábamos una
conversación interesante.

Nos acomodamos en unas sillas alrededor de una mesa y pedimos dos jugos de maracuyá.
Preguntamos a la mujer quien había pintado y decorado el espacio y nos dijo que su hijo, el
cual al rato salio del interior de la casa.

Le preguntamos por unos videos que exhibía en una estantería detrás de la barra a cerca del
ALBA y de las brigadas culturales en Cuba. Nos comento que el había estado acabando de
estudíar trabajo social en Cuba y que recién había vuelto a Venezuela. Se nos caía la baba de
escucharle hablar de Cuba.

Una persona culta e interesante en una zona de furtivos y piratas. Imaginábamos que algún
proyecto desearía desarrollar en la zona.

La conversación dio para poco, estaba demasiado ocupado, deducimos, para dedicarnos un
rato de conversación.

Nos retiramos al hotel a descansar. Al día siguiente nos esperaban varias horas de lancha.

Al amanecer, no mas tarde de las seis de la mañana, ya estábamos en pie y con las mochilas
recogidas. Dispuestos a adentrarnos caño arriba, nos fuimos al muelle que el día anterior
habíamos localizado.

Solo una de las compañías tenía la venta de ticket disponible y preguntamos los destinos. A
pedernales no podíamos ir, no estaba en la ruta así que compramos dos ticket destino a Boca
de Uracoa, el final del trayecto y no muy lejos de Tucupita, al menos saldríamos de esta ciudad
que no nos había reportado absolutamente nada.

Nos montamos en una lancha de unos cuatro metros de largo por dos de ancho, con dos
motores Yamaha de cuarenta caballos cada uno. En la lancha no viajábamos solos. Indígenas,
criollos, crías de cerdos, gallos, mineros y entre todos ellos, Sonia, yo y una cocina que se
hacia hueco entre nosotros.

El viaje duro unas cuatro horas. Íbamos parando en pequeñas comunidades donde se apeaban
del viaje algunos pasajeros. La mayoría de las comunidades estaban al borde del río. Cada vez
que nos deteníamos, disfrutábamos del deleite de la vida de sus habitantes. Las mujeres
lavando ropa en las orillas, los niños bañándose y jugando en el agua, los hombres pescando.

Un señor que se sentaba a mi lado, entablo conversación con nosotros. Para el resto de
pasajeros resultábamos algo exótico, pues esta zona no era de especial interés turístico y los
pocos turistas que la frecuentaban, no compartían ni lanchas, ni conversación y mucho menos
una sonrisa con sus pobladores. En estas condiciones era normal la curiosidad que
suscitábamos.

El señor nos preguntaba sino teníamos miedo y seguidamente nos contó un suceso que les
toco sufrir a dos franceses. Los franceses se habían adentrado por los caños y fueron
atracados por furtivos. Uno de los franceses se resistió y lo asesinaron de dos disparos. Y es
que esta zona estaba llena de cazadores furtivos al acecho de pequeños caimanes o de lapas1
. La caza y la pesca era el sustento alimenticio principal de las comunidades y sus familias.

El suceso que el señor nos había relatado, nos había echo ponernos en Guardia de lo que
pudiésemos encontrar en el camino.

Nos dispusimos en la parte delantera de la lancha ante un sol aterrador pero que nos relajaba
sobremanera. Era la única parte no cubierta de la lancha por lo que no teníamos competencia
por ocupar el espacio. Desde esta posición observábamos a todos y cada uno de los viajeros.

Me llamaron dos la atención dos mujeres de características distintas pero con aparente vida
dura. Una de ellas, era una indígena anciana de piel curtida como nunca antes habíamos visto.
La mujer nos miraba y sonreía. La sonrisa dejaba entrever la carencia de dentadura haciendo
de esta mujer una imagen digna de retratar. Por respeto, no hicimos ninguna foto pero ganas

1
Animal con similitudes a una rata pero de aspecto gigante. No más grande que un jabalí.
no nos faltaron. La anciana debía de vernos una pareja enamorada y por su cabeza debían de
pasar recuerdos de juventud.

La otra mujer debía de tener en torno a cuarenta años. Me miraba fijamente y sonreía cuando
nuestras miradas coincidían. No llegue a averiguar ni a imaginar tan siquiera un razón del
porque esta sonrisa que buscaba mi complicidad. Su tez era de carácter indígena y sus ojos
claros. Debía de ser mestiza. Un cesto lleno de provisiones se apoyaba sobre sus piernas. Al
llegar a su destino la esperaban un hombre de la misma edad más o menos y dos niños que se
acercaban a ella corriendo sobre el muelle de madera que se adentraba en el río. La ayude a
bajar y me agradeció con otra sonrisa.

Al cabo de un buen rato llegamos al punto final del viaje; Boca de Uracoa. Los niños que se
bañaban en el embarcadero salieron corriendo dirección a los chiringuitos de comida rápida
que se apilaban en el paseo (y única calle del pueblo) al grito de:

- ¡Que vienen los Gringos! -

Mientras salíamos del bote, comenzaron a llegar jóvenes y no tan jóvenes a curiosear quienes
eran los gringos. Sonia y yo nos miramos incrédulos por la expectación que habíamos
levantado y sonriendo nos acercamos a uno de los chiringuitos a comer algo y pensar que
hacer en este nuevo pueblo, hasta el momento desconocido.

Nos sentamos en torno a una mesa dejando las mochilas bajo nuestros pies.

Un grupo de jóvenes se sentó en una mesa vecina y sin duda éramos el centro de sus miradas.
Más bien, nuestras cosas eran el centro de sus miradas. Rápido me percate y le hice una seña
a Sonia para que me acercara una bolsa en la cual llevábamos el dinero y algún articulo de
autodefensa. Increpe a los jóvenes poniéndome a su altura:

¡Que, ¿os gusta la mochila?! – Dije, a lo que una chica, la que parecía ser la líder del grupo
respondió, - ¡Y tus botas también! -.

Ante esto decidí recurrir a un lenguaje más sutil y agresivo para dejar cosas claras.

Mira nosotros no somos turistas de agencia así que borrar cosas raras de vuestra cabeza y
dejadnos en paz, id en busca de los gringos que nosotros somos castellanos -.

La chica no sabia ni lo que eran los castellanos y ni lo que hacíamos por allí sino éramos
turistas de agencia, pero por mantener el estatus de líder entre su grupito ni pregunto. Se
fueron de nuevo al muelle a seguir bañándose y no nos molestaron más.

Por un momento habíamos tenido unos niveles de tensión que no habíamos tenido en ningún
otro lado ni habíamos imaginado encontrar. Aunque ya nos había avisado uno de los pasajeros
de la barca de lo que les había sucedido a los franceses, así que desde este momento
nuestros sentidos se habían multiplicado.

Después de la comida, nos fuimos a buscar algún alojamiento para la noche y así deshacernos
de las mochilas. Preguntamos en varios lugares y al final acabamos en una bodega donde los
carteles del MVR no dejaban espacio libre en las paredes.

En este lugar nos tomamos unas cervezas y le preguntamos al “camarada” por algún lugar
donde dormir. Su hijo se comprometió a llevarnos en un rato a las afueras del pueblo a una
residencia económica y limpia, cerca de Temblador. En ese momento nos relajamos y nos
dejamos llevar. El “camarada” nos ofreció tabaco de mascar y como nunca lo habíamos
probado aceptamos. Nos aviso de no tragarnos la saliva pues podríamos ponernos enfermos.
La siguiente medía hora la pasamos escupiendo, y por como nos dejaba los dientes de negros,
comprendimos porque los indígenas perdían sus dientes tan jóvenes.

El hijo del señor del bar, nos monto en su furgoneta y nos llevo hasta la puerta de la residencia.
Residencia vecina a un mercado de ganado donde se debían de hacer exhibiciones de
diferente tipo de ganado y acuerdos millonarios por las características e infraestructuras del
recinto.
Los indígenas, el español, los caños y los desiertos urbanos marcaron esta etapa. No solo eso,
el paisaje del Caroní confluyendo al Orinoco, y el cielo abierto, son imágenes que marcan un
periodo de esta aventura.

Salíamos de Delta Amacuro dirección al Caribe, no sin nuevas sorpresas que de inmedíato
encontraríamos.

9. Maturín, Cumana y el lujo de sus costas.

En la residencia nos recibió una pareja de unos cuarenta y tantos años, que al enterarse de
que éramos españoles nos brindaron de cenar, de beber y terminamos esa noche algo tocados
por el alcohol y bailando los cuatro en la soledad del salón principal de la residencia, mientras
nuestros inquilinos añoraban de manera reiterada a su familia que residía en España y nos
hacían sentir permanentemente parte de ella.

La propietaria, tenía familia en Sevilla y regentaban varios hoteles de la ciudad.

La residencia no estaba en ningún lugar preferencial ni tan siquiera era hospitalaria. Con caño
al lado hacia del lugar un nido de animales acuáticos, mosquitos, ranas y sapos que durante la
noche dificultaban la conciliación del sueño.

A la mañana siguiente, nuestra intención era seguir viaje hacia el estado de sucre y muy
cortésmente la pareja se ofreció a llevarnos. Emprendimos viaje dirección a Maturín. Como no
teníamos más bolívares, necesitábamos cambiar euros por moneda nativa y ellos se ofrecieron
a cambiarnos. Primero debíamos de ir a su casa, en una urbanización en las afueras de
Maturín donde tenían su caja de caudales y allí apañaríamos.

Transcurrieron dos horas de viaje durante las cuales pudimos contemplar las tierras, a la
entrada de Maturín, que el gobierno había liberalizado para los sin hogar. Tierras que ahora
estaban demarcadas por pequeñas chabolas que indicaban que estaban ocupadas. Esto me
planteo algunas dudas como por ejemplo; ¿Cómo controlaría el gobierno que esas tierras
estaban bien distribuidas? ¿Un pedazo de tierra para una persona o varios pedazos para la
misma? ¿Tierras para familias o tierras para individuos? Desde luego la impresión que daban
esos terrenos era que no había ningún control sobre el uso de los mismos.

La pareja hacían de guías turísticos, sin ningún nivel político; de las pocas personas que nos
encontramos así, eran meros gestores de una pequeña residencia aparentemente en auge en
las ferias de ganado y muerta el resto del año. Pequeños comerciantes sin mas inquietud que
hacer dinero e imagino que viviendo a costa de ilusiones como vía para caminar.

Llegamos a su casa donde nos invitaron a una cerveza y abrieron su caja de caudales para
cambiarnos trescientos euros. Nos cambiaron y nos ofrecieron acompañarnos y levarnos hasta
Caripe, a la cueva de los Guacharos.

Cueva descubierta en su día por el naturista Humbold. Naturista amigo de Simón Bolívar que
en el siglo diecisiete exploro Venezuela y descubrió zonas de vital relevancia; El Origen del río
Orinoco, la cueva de los guacharos, etc.

Aceptamos la compañía de esta pareja por la facilidad de desplazamientos que nos ofrecían y
ser buena gente para la cual éramos una novedad.

Desde Maturín hasta Caripe, la carretera nos ofrecía un paisaje precioso. Paisaje montañoso,
carretera con diferentes desniveles, curvas de ciento sesenta grados, un lago, y por fin Caripe y
Caripito. Pueblos adornados con casas de estilo tiroles las cuales no llegamos a conocer muy
bien como habían llegado hasta allí siendo construcciones alpinas, pero desde luego llamaban
la atención. Volvimos hacia atrás y nos desviamos hacia la cueva de los guacharos.

La cueva llevaba el nombre de unos animales parecidos a las lechuzas o búhos, los cuales no
nunca salían a la luz y vivían en la plena oscuridad de la cueva. Al entrar en la misma, el ruido
que estos animales hacían era ensordecedor. Mientras Sonia y yo intentábamos hablar,
sentíamos una vulnerabilidad total al ruido de estos animales.
Caminamos unos novecientos metros, recorrido permitido de una cueva que tiene unos diez y
siete kilómetros explorados. Se dice de la misma que a través de ella los guacharos llegan
hasta Brasil, pero no deja de ser leyenda y difícilmente comprobable.

Al salir de la cueva, la pareja nos ofreció dejarnos en manos de la policía para que está nos
apañase una colita hasta Cumana, ciudad histórica y parada obligada para llegar a Mochima.

En el cruce de la carretera entre Maturín, Cumana y Caripe, nos despedimos a la vez que
esperábamos un nuevo vehículo que nos llevase de camino a la costa; el Caribe.

El policía, habituado a los malos vicios del pasado, esos que el presidente Chávez intentaba
erradicar, nos consiguió una colita (la cual nos costo diez mil bolívares, que nos cobro por el
esfuerzo de su trabajo) con un trabajador de PDVSA. Era el primer contacto que teníamos con
un trabajador de la empresa petrolera venezolana y la verdad es que yo estaba entusiasmado
por saber su visión del proceso venezolano y en que y de que manera les había afectado a
estos trabajadores.

PDVSA había sufrido un paro sonado hacia un par de años como forma de presión de la
oligarquía para derrotar a Chávez y expulsarle del gobierno. Esta empresa, aun siendo pública
en su pasado, destinaba el 20% del beneficio para el estado y el 80% lo destinaba para ella
misma. Chávez había invertido los porcentajes y suprimido los privilegios de los cuales
gozaban los trabajadores.

Privilegios plasmados en zonas de ocio privadas; campos de golf, residencias de lujo para sus
trabajadores, pagas extraordinarias de elevadas cuantías, etc. Todos estos privilegios habían
quedado o en nada o en la socialización para toda la población de las zonas de ocio y de las
residencias.

Los trabajadores que apoyaron el paro fueron despedidos, unos diez y siete mil de ellos. Cabe
decir que los trabajadores despedidos eran trabajadores que gozaban de un estatus
preferencial dentro de la empresa. Eran técnicos de primer grado los cuales siguiendo las tesis
de la oposición secuestraron y boicotearon la empresa generando un gran daño al suministro
petrolero de todo el país.

Ricardo, el nuevo amigo que nos llevaba en su coche, se presento nada mas aceptarnos en su
coche. Nos preguntaba si éramos mochileros y que hacíamos por esas tierras y le
comenzamos a contar nuestro viaje hasta este mismo día omitiendo partes que no
considerábamos de momento oportunas de contar.

Comencé a preguntarle a cerca de su medio de vida y fue cuando se identifico como miembro
de la empresa petrolera. Mis ojos se abrieron como platos y fue el inicio del bombardeo de
preguntas a cerca de las nuevas tecnologías, de su postura frente a Chávez, de su postura
frente al paro petrolero, etc.

Estábamos en una zona donde se mirase donde se mirase se observaban las chimeneas con
la llamita que daban a entender que ahí se explotaba gas o petróleo. Ricardo nos contó que él
era técnico en una planta en Delta Amacuro en la cual habían encontrado una bolsa de
petróleo pesado la cual se estimaba que duraría unos 300 años.

Era un petróleo pesado con el cual intentaban llegar a un acuerdo con China para la
exportación. Este petróleo seria usado para transportes pesados, calefacción o como
complemento en la fabricación de neumáticos u otros materiales de similares características.
También nos contaba de los intentos de los EE.UU. de bloquear este tipo de operaciones entre
Venezuela y China y de la firmeza de Chávez en la defensa de sus recursos naturales.

Ricardo, era una persona más bien sin posicionamiento político claro. Entendía las reformas de
Chávez y la perdida de privilegios que los trabajadores de su empresa como él mismo habían
sufrido. Se le notaba algo de rencor al hablar del tema pues pasar de tener unos privilegios que
generaban una clase social en si misma a ser ciudadanos como cualquier otro, debía de ser
difícil de digerir, aunque en ningún momento se expresaba con disgusto y desagrado. Entiendo
que era un factor moral lo que impedía expresar el rencor de manera abierta.
Hablando de estos temas y tomando cerveza durante todo el viaje llegamos a Cumana, más
bien a las afueras. Ricardo nos llevo a un albergue cercano a la ciudad en la misma carretera
de la costa que nos llevaría a la mañana siguiente hasta Mochima.

El Albergue, estaba contiguo a un cuartel del ejército y comunicado por varias puertas con él.
De hecho formaba parte del cuartel el cual, había habilitado esta zona para el turismo. Era
bastante económico y ofrecían bungaloes a precio muy económico. Cercano al albergue, nos
rodeaban hoteles de extremado lujo, síntoma de que alguna vez las clases medías altas habían
usado esta zona como punto de encuentro y de negocio.

Nos despedimos de Ricardo invitándole a cenar en el restaurante de nuestro complejo como


agradecimiento por el viaje y la compañía.

Una vez duchados e instalados, nos fuimos a pasear por la playa. La playa se situaba justo a la
vera posterior de la Av. Universidad, donde todos los complejos hoteleros, desde los más caros
hasta los mas baratos, se situaban.

La noche caía sobre la bahía y al fondo distinguíamos las luces de la península de Araya en el
lado derecho y de una de las puntas de la Bahía de Mochima en nuestro lado izquierdo.

Estábamos en el Caribe por primera vez en nuestra vida y de momento, por haber llegado de
noche, no distinguíamos la transparencia del agua pero la calma con la que el agua llegaba a la
costa nos hacia pensar que el paraíso debía de sonar de esa manera.

A lo largo de la playa, veíamos en nuestro lado izquierdo lo grandes complejos hoteleros de


lujo.

Eran sus partes posteriores y todos ellos estaban protegidos por guardias de seguridad
privados lo cuales cargaban unas escopetas de gran calibre. Se nos ocurrió acercarnos a la
puerta posterior de uno de ellos y para nuestra sorpresa nos vimos encañonados por los
guardias pidiéndonos identificación.

Ambos, Sonia y yo, nos asustamos de sobremanera y chillamos al unísono que éramos turistas
españoles ante lo cual las armas volvieron a su posición natural. Los guardias nos invitaron a
entrar por la puerta principal y conocer las instalaciones deshaciéndose en disculpas.

Decidimos entrar en uno de estos lujosos hoteles; el Hotel Cumanagoto.

Nos lo tomamos como un trabajo de campo para ver de qué manera había afectado el proceso
a las elites que solían frecuentar estos hoteles.

En el bar del hotel hicimos relación con el músico amenizadaza el lugar que al viendo que
éramos españoles se hizo participe de nuestra compañía. Ramón, que así se llamaba, nos
venia a decir lo mismo que otros nos habían dicho antes en el Dorado u en otras
localizaciones, lo malos que son la gente de los cerros, que si desde que esta Chávez el
negocio es una ruina, etc. No hicimos comentario alguno. Tomamos una cerveza y salimos del
hotel ante las miradas de los recepcionistas y porteros. No íbamos con la vestimenta
“adecuada” y llamábamos bastante la atención; pero a sus ojos éramos europeos y eso nos
hacia intocables en este mundo.

De camino a nuestro humilde alojamiento no dejaba de pensar en lo que Ramón nos había
dicho y lo contrastaba con las percepciones que yo tenia sobre lo que había ido conociendo del
país.

Un país en el cual los índices de analfabetismo eran tremendos, el poder adquisitivo de una
familia medía era mínimo, donde los bienes de la población se reducían a lo que los
ayuntamientos o gobernaciones les financiaban, o más bien a lo que conseguían resolver en la
calle.

¿Quién podría ir a este tipo de hoteles? La respuesta era fácil, las clases medías europeas o
americanas. Es cierto que la imagen que se había dado de cara al exterior de Venezuela era
de estado dictatorial, un estado de inseguridad política y económica total, y todo esto en su
conjunto había generado miedo a hacer turismo en este país.
Evidentemente los trabajadores del sector hotelero tenían razones para estar preocupados por
su futuro, pero su error era achacarle esta problemática al gobierno, mas bien debían de
pensar en la imagen que gobernantes extranjeros dan de Venezuela en sus países de origen
en vez de tirar piedras en su propio tejado atacando al gobierno.

Desde luego la paranoia con la que se vive en estos espacios de lujo es más que latente.

Nunca antes me habían encañonado con un arma a una distancia de menos de diez metros
como me había sucedido aquí. Las policías privadas forman auténticos ejércitos con el objetivo
de generar la sensación de seguridad en los residentes y turistas. Aunque realmente me cuesta
trabajo el pensar que ningún ratero se le ocurriera entrar en un sitio así a robar. Imagino que la
seguridad llevada a este extremo se deberá a estudios psicológicos en el ámbito del turismo.
¿Qué inquieta a los turistas?, ¿Por qué?, etc. Desde luego, a mi me genero una mala
sensación el sentirme tan protegido. Tantas armas y agresividad en los trabajadores de la
seguridad me generaban inquietud y desasosiego. Era algo así como tener la sensación de que
cualquier cosa negativa podría pasar en algún momento inesperado.

De vuelta en nuestro pequeño refugio, (este protegido por el propio ejercito, quien nos recibía
en la puerta y patrullaba el recinto por nuestra seguridad y la de los residentes) nos acostamos
y la ternura entre Sonia y yo comenzó a aflorar.

El Caribe nos había traído nuevos aires y con ellos una paz interior que antes no habíamos
conocido a lo largo del viaje.

A la mañana siguiente partiríamos hacia Cumana, ciudad colonial que había estado bajo
autoridad española durante algunos años.

Ciudad fundada por Gonzalo de Ocampo en 1520, es una de las ciudades más antiguas de
América Continental aunque carece de edificaciones antiguas como consecuencia de dos
terremotos. Únicamente el castillo en la parte más alta de la ciudad refleja parte de la historia
de esta ciudad.

Nos despertamos temprano como consecuencia del calor y del ritmo de viaje que habíamos
asumido. Después de dejar la habitación recogida y las mochilas hechas, salimos a la carretera
a esperar el autobús que nos llevaría a la ciudad; Cumana, la segunda ciudad de Venezuela
después de Coro.

Llegamos a la plaza Simón Bolívar y desde ahí recorrimos la ciudad.

Comimos en el puerto donde posteriormente cogimos un barco destino a la Península de


Araya, principal fuente de salinas de Venezuela y uno de las áreas de principal cultivo de Aloe
Vera. Península muy deteriorada, en estado de aparente abandono donde los niños tienen
como principal fuente de ocio subirse en las barandillas de los ferries para que los turistas les
tiren monedas al mar y ellos las recojan.

Volvimos a Cumana y subimos al castillo donde un guía nos explico la historia de la ciudad y
del propio castillo En la visita nos acompañaban militares, guardias nacionales y algún turista
despistado. El castillo reflejaba toda una historia de batallas, cárceles, torturas varias y era el
emblema de la ciudad. Uno de los rincones del castillo se había usado como cárcel.
Cárcel sin ventanas y con unos conductos de ventilación milimétricos los cuales estaban
ubicados de tal manera que impedían divisar la luz exterior. Los cuartos habían servido para
romper las voluntades de los disidentes en la época de ocupación española y mas de un
celebre había pasado por esos cuartos antes de ser asesinados.

En la plaza de Simón Bolívar cogimos un autobús con destino a Mochima, pueblo situado a
orillas de una bahía la cual lleva su nombre.

En Mochima encontramos esa paz que tanto habíamos ansiado. Nuestra soledad de pareja,
nuestras propias posibilidades y otra forma de entender la vida que hasta ahora
desconocíamos.

10. Mochima. Entre el turismo venezolano y el exotismo del Caribe.


El camino hasta Mochima lo hicimos en un microbús de no más de veinte plazas. El conductor,
al estilo latinoamericano, no entendía de límites de velocidad ni de señales viales y un pasajero
entrado en años le llamo la atención por su manera de tomar las curvas.

No era muy larga la distancia que nos separaba de Mochima, pero la carretera, estrecha y llena
de curvas, si obligaba a tomarse su tiempo para llegar especialmente en el tramo final en el
cual teníamos que descender desde lo alto de las montañas del Parque Nacional de Mochima
hasta el pueblo sito al nivel del mar.

Mochima es un pueblo que vive económicamente del turismo, turismo principalmente


venezolano. Al pasar varios días en el pueblo pudimos entablar relaciones con sus habitantes y
profundizar así en sus medios y estilos de vida.
Nada mas llegar, se nos acercaron unos lancheros ofreciéndonos a Sonia y a mi llevarnos a
una de las playas desérticas de la bahía sin antes darnos tiempo tan siquiera de deshacernos
de las mochilas y encontrar alojamiento previo. Como traíamos un contacto que nos habían
dado nuestros anfitriones de Temblador, hicimos caso omiso y decidimos pasear por el pueblo
en busca de alojamiento.
Decidimos alojarnos en una casa rural (Posada) en forma de escalera. La posada estaba
compuesta de diferentes niveles simulando una escalera, montando unas habitaciones sobre
otras ofreciendo diferentes terrazas en cada nivel. Una casa decorada en su fachada con
pizarra tintada lo que le daba un toque rustico que hacia mas acogedor si cabe el lugar.
En el último nivel se encontraba una cocina comunitaria donde los residentes podíamos cocinar
y compartir la enorme mesa de madera envejecida que la presidía.

Nos alojamos en el tercer nivel donde se encontraban dos habitaciones; una la ocuparíamos
nosotros, la otra ya estaba ocupada por una pareja inglesa de Manchester a la cual no
conoceríamos hasta la noche. Las vistas desde la terraza eran espectaculares. Divisábamos
parte de la bahía con sus dos islotes en el medio los cuales en la marea baja dejaban entrever
el fino pasillo de agua que los separaba. Mas adelante, el nuevo amigo y protagonista del lugar
nos explicaría las riquezas que ocultaban estos islotes.

Nos deshicimos de las mochilas y salimos en busca de Miguel, antiguo compañero de Liko de
trabajo y del cual teníamos su teléfono y algunas referencias. Entendíamos que cada vez que
nos daban un contacto fuera de las redes de solidaridad, solo podríamos entablar relaciones
comerciales en un principio y según se desarrollasen los encuentros nos facilitarían más menos
nuestras breves estancias. Así fue con Miguel.

Preguntamos por él en el embarcadero y nos mandaron sus compañeros a una pequeña tienda
de flotadores y materiales acuáticos la cual regentaba. Allí nos presentamos y con cara de
estupefacción nos atendió. Creo que nunca antes le había sucedido nada parecido; un par de
jóvenes españoles preguntando por él en el pueblo para que fuera nuestro lanchero. Nos dio la
impresión por la cara de sorpresa que puso cuando nos dirigíamos a él llamándole por su
nombre que era algo que le pasaba por primera vez en su vida.

Después de negociar un día entero de paseo por las diferentes playas de la bahía a un precio
para nosotros bastante económico (y a resultar por el asombro que reflejo la cara de nuestro
amigo al escuchar nuestra oferta, bastante ventajoso para él), nos dirigimos a por unas cajas
de cerveza y algo de comer para soportar el terrible calor que nos atormentaría durante todo el
día.

Miguel necesitaba una hora para hacer los preparativos, la hora que dedicamos a pasear de
principio a fin del pueblo.

Mochima nos enseño no solo las bellezas de sus playas también nos enseño que existían otros
deportes arraigados en Venezuela, la Pelea de Gallos.

El pueblo disponía de una especie de corral a la entrada del mismo en el cual todos los
sábados por la tarde se disputaban peleas con fuertes sumas de dinero en apuestas en la
temporada alta de turismo. También pudimos comprobar el mal funcionamiento de Inparques,
el organismo encargado de la gestión de los parques nacionales en el cual no nos pudieron ni
dar un mapa de la zona ni conseguir información de cómo llegar a otros parques.

Regresamos al punto de encuentro que habíamos establecido con Miguel en el muelle y


cargamos las cervezas y unos aperitivos que habíamos comprado para el viaje en la lancha,
una lancha con un motor de 45 caballos que en algunos momentos nos hizo botar en los
asientos.

Ayudamos a Miguel a empujar la lancha desde la orilla hacia en interior del agua, desde donde
de un salto subimos a ella.

Según nos alejábamos de la orilla y veíamos el pueblo desde otro plano.

A nuestra espalda, colinas llenas de vegetación con un pequeño pueblo que daba nombre a un
Parque Nacional en su base, los embarcaderos de los pequeños hoteles y restaurantes que
ofrecían visitas cronometradas a playas desérticas y posibilidades de “snorkeling”2 y los
alcatraces en los muelles de embarque a la espera de pescado; alcatraces que mas tarde nos
seguirían a lo largo de nuestro recorrido posándose en los salientes de las rocas en los
acantilados.

De camino a mar abierto, bordeamos los dos pequeños islotes que presidían la salida y entrada
en la bahía. No entablamos comunicación inicial con Miguel, el cual asumió el rol inicial de
taxista; ni preguntas ni conversación.

Nos fuimos a la parte más lejana que podíamos llegar en función a la gasolina que teníamos y
ya desde allí vendríamos haciendo paradas en tantos sitios como quisimos, más alguno más
que el propio Miguel se tomo la licencia de llevarnos. Sitios que solo los lugareños conocían, y
ya con el hielo roto, Miguel nos ofreció en confianza.

Llegamos casi hasta las Islas Chimanás. En una playa de arena blanca y casi virgen, hicimos
nuestra primera escala para remojarnos y suavizar el tormento de calor que nos caía encima.
Hay comenzamos a charlar con Miguel a cerca de su vida y del que hacer díario en su pueblo.
Nos comentaba que poco había que hacer sino matar el tiempo.

Miguel estaba casado con una maestra que trabajaba en una de las misiones con niños.
Tenían dos hijos de 5 y 10 años.

Miguel regentaba la tienda de artículos acuáticos en la cual le rompimos su monotonía y


pasaba gran parte de su tiempo pescando pequeños atunes o más bien todo aquello que caía
en sus enormes anzuelos, anzuelos del tamaño de un dedo anular de la mano. Todos los días
sacaba atunes, peces espada, palometas, etc. y esto constituía la principal fuente de
alimentación de los residentes en el área. El mar daba de comer a las pequeñas colonias que
vivían en las playas o islotes, haciendo de los residentes auténticos despreocupados de la
economía y dando una calidad de vida interesante a los nativos. Aquí desde luego el estrés
solo sabían lo que era por lo visto en las televisiones.

Miguel nos prometió echar los anzuelos a ver si sacábamos la comida del día.

Nos dimos un par de baños y nos dirigimos a mar abierto de nuevo con destino otra especie de
bahía. En este pequeño rincón se encontraba una colonia de delfines. Sonia y yo no sabíamos
nada de esto y nos dejábamos llevar por las decisiones Miguel. El mensaje que le habíamos
transmitido era claro; - ¡Queremos conocer todo aquello que nos este machacado por los
turistas y forme parte de la vida cotidíana de vosotros, los que aquí vivís!- . Miguel entendió el
mensaje y nos fue enseñando esos rincones que queríamos encontrar.

La velocidad de la embarcación descendía lo que interpretábamos que nos estábamos por


casualidad en medio del mar. A los cinco minutos de estar paseando a unos trescientos metros
de los acantilados de una de las muchas islas de la zona, Miguel nos indico que mirásemos a
nuestra derecha, momento justo en el que una pequeña colonia de delfines saltaban sobre el
agua a unos quince metros de la embarcación. Nunca antes había visto en su hábitat a estos
animales y la emoción que sentí en ese momento casi me hace caer de la lancha. Los
seguimos durante casi diez minutos pudiendo apreciar perfectamente el tamaño de los
animales y la textura de su piel. En ningún momento cambiaron su ruta o se asustaron por
nuestra presencia o el ruido del motor haciendo valido el mito de animales sociales.

2
Buceo desde la superficie para ver corales y peces a poca profundidad.
Abandonamos este punto para dirigirnos a una pequeña colonia de pescadores en una remota
playa.

Al llegar, Miguel nos presento al cacique de la comunidad, una persona adulta de unos sesenta
años que nos saludo cortésmente y nos invito a descender de la barca. La comunidad estaba
compuesta básicamente por hombres, no fuimos capaces de ver a ninguna mujer y tampoco
preguntamos pero si nos extraño.

El aspecto de los anfitriones nos hacia entrever que eran pescadores y que vivían aislados de
cualquier núcleo urbano de importancia. Habían hecho de la playa su hogar y con la vegetación
de la zona sus casas. En los altos de los acantilados habían construido casetas desde donde, a
través de guardias, divisaban cuando había movimiento de atunes para salir a alta mar.

El aspecto primitivo del lugar y de sus gentes llevaba a equivoco. La sutilidad y los
conocimientos ancestrales sobre la pesca, les habían permitido sobrevivir al margen de
cualquier tipo de cambios durante generaciones.

Pensé que este tenía que haber sido uno de esos refugios de piratas por aquellos tiempos en
los que se abordaban barcos en busca de fortunas y seguro que no andaba muy
desencaminado.

El respeto que esta gente le mostraba a Miguel, y por ende a nosotros, nos decía que eran
viejos conocidos.

Le comentamos a Miguel a cerca de comprar una langosta lo cual trasmitió al cacique y en


pocos minutos apareció una frente a nosotros. Una langosta de tamaño enorme y con unas
antenas de más de un metro de largo.

Después de pagar un precio ridículo por ella, nos despedimos y seguimos adelante camino de
Playa Blanca, donde “la Negra”, amiga de Miguel que regentaba un chiringuito en la playa, nos
la prepararía.

Miguel echo los anzuelos a ambos lados de la lancha con la esperanza de pescar algo más y
así preparar una buena comida. En el rato que tardamos en llegar, conseguimos pescar una
dorada y seis atunes de pequeño tamaño.

Playa Blanca, sí era una playa turística y conocida. Nos encontramos con tres chiringuitos que
ofrecían comida y bebida a precios razonables a nuestros ojos. Chiringuitos franqueados por
palmeras, monos, camaleones e iguanas.

El paisaje era el mas exótico que hasta el momento habíamos visto y “la negra” una de las
mujeres con las que me quede con ganas de profundizar en su vida. Regentaba el negocio con
dos de sus hijos adolescentes. Era una mujer de tez oscura, piel curtida por el sol e imagino
que por la dura vida que había debido de llevar. Ser mujer y valiente en Venezuela debía de
tener sus consecuencias.

La negra se ofreció a prepararnos el pescado y la langosta así que la ofrecimos el cubo que
almacenaba el pescado y nos desentendimos por un rato.

Compartíamos playa con una pareja de alemanes de edad avanzada y con una mujer francesa
que acababa de llegar a Cumana hacia pocos días en su velero desde Cabo Verde. Según nos
dijo había tardado 13 días lo que a nuestro parecer era muy poco para atravesar tantos miles
de kilómetros.

Entablamos conversación con la francesa, una mujer de unos cuarenta y cinco años que debía
de ser profesional en su país. A parte de un velero de unos quince metros de largo, nos
comentaba que se había comprado una casa colonial en la parte antigua de Cumana por unos
veinte mil dólares. Estaba acompañada por un joven venezolano el cual supusimos que debía
de ser su amante. Desde luego sabia vivir esta mujer y debía de podérselo permitir. Para ella
Venezuela era algo así como un paraíso en el cual venia a pasar todos los veranos (inviernos
en Europa). Interesante personaje.

La negra nos mando llamar a través de uno de sus hijos y acudimos de inmediato: teníamos
que probar los frescos manjares que nos había cocinado. Les invitamos a comer al igual que a
la pareja de ancianos alemanes que se integraron con una grata sonrisa. Rápidamente
montamos una pequeña y breve en su duración, comuna intergeneracional e internacional
donde a través de la comida compartimos un rato de silencio en el cual las miradas y los gestos
hablaban por si solos.

Agradecimos a la negra su hospitalidad y nos despedimos del resto de visitantes de playa.


Miguel nos llevo a una cueva que ocultaba su entrada en el mar. Nos indico donde estaba la
entrada y como acceder a ella. Debíamos de bucear durante unos diez metros hacia delante a
una profundidad de unos dos metros y entonces ascender. Así hicimos.

Tanto Sonia como yo nos quedamos asombrados de la belleza del lugar y nos preguntábamos
como se había encontrado ese lugar. Un lugar que no aparece en ningún guía de turismo, ni
está anunciado. Solo los habitantes de Mochima y la gente de mar del lugar conocen de su
existencia.

Los dos, dentro de la cueva y rodeado de estalactitas nos creaba un ambiente de lo mas
sensual. Como Miguel nos había dicho que no tuviésemos prisa y que explorásemos la cueva
hasta aburrirnos, decidimos aprovechar el tiempo de otra manera.

No se cuanto tiempo transcurrió desde que entramos a la cueva y salimos pero Miguel, nos
esperaba con su camiseta humedecida en el agua sobre la cabeza aliviándose del duro sol que
ya comenzaba a descender avisándonos de que debíamos regresar al pueblo.

En el camino de vuelta, Miguel nos explico lo que escondían en sus raíces los arbustos que se
aglutinaban en las dos pequeñas islitas que hacían de puerta de entrada y salida del pueblo.
Eran criaderos de ostras que en pocos meses deleitarían los paladares de sus habitantes.

Miguel también nos contó como el gobierno le financiaba la compra de dos nuevos motores
para su lancha favoreciéndole así sus posibilidades de trabajo.

Nos despedimos de Miguel y nos fuimos al hotel en busca de una ducha fría para aliviar
nuestro calor.

Al día siguiente descansaríamos del viaje, cocinaríamos para nosotros y lo dedicaríamos a


ordenar las experiencias vividas hasta el momento.

Esa noche conocimos a la pareja que teníamos de vecinos con los cuales tomamos unas
cervezas y nos echamos unas risas. Falta nos hacia este momento de distensión.

A la mañana siguiente el día amaneció gris. El cielo amenazaba tormenta y al medio día
comenzó un diluvio como hasta el momento ni Sonia ni yo habíamos vivido nunca. El torrente
de agua generaba una capa que impedía ver más allá de unos metros. Ese día disfrutamos del
paisaje desde el porche de nuestra tercera planta de la posada acompañados de un buen libro
cada uno.

Al anochecer, nos despedimos de nuestros vecinos ya que al día siguiente saldríamos de viaje
con destino a Barcelona, ciudad semi-costera en la cual descubriríamos uno de los pilares del
proceso bolivariano.

Mochima, había sido para los dos el punto de inflexión de un viaje que estaba llegando a su fin
para Sonia. En pocos días ella volvería a España y yo comenzaría mi viaje en soledad.

11. Barcelona, Boca de Uchire y El día D.

Salimos de Mochima temprano en la mañana con destino Barcelona. Desde el autobús


divisábamos un paisaje espectacular. Las islas que dos días antes nos habían acogido y
habíamos disfrutado de sus playas, ahora nos despedían en la distancia. Atravesamos Playa
Colorada; llamada así por el color de su arena, Santa Fe, Arapito y Puerto de la Cruz hasta
llegar a Barcelona. La sorpresa fue mayúscula cuando al llegar nos vimos rodeados por
militares, guardia nacional, policía de asalto y civiles en posición de columna militar. Incluso
nos asustamos en un principio de que tanto orden y tanto militar se debiese a algún movimiento
en pro o en contra del gobierno debido a la situación del país. Rápidamente nos dimos cuenta
en que el origen de todo movimiento estaba unido a una fiesta en la región en la cual todo el
pueblo participaba; desde los niños hasta los militares. Únicamente, la poca población indígena
de la zona, venida de otros lugares para vender su artesanía, no tenía ningún sentimiento de
celebración. Ajenos, con la vista perdida y sentados en las aceras, veían pasar el desfile sin un
atisbo de interés.

Tampoco nunca antes habíamos tenido la ocasión de ver semejante enjambre de personas;
unas uniformadas y otras no, en posición de desfile.

Esto es lo que se llamaba “acá” un desfile cívico-militar.

La población se echaba a la calle en lo que era una ofrenda al libertador de la ciudad. Los
jóvenes, los estudiantes de las misiones, los militares, los revolucionarios, los trabajadores, la
Guardia, los pioneros, etc. todos juntos llenaban las calles de color en lo que algunos medios
interpretarían un desafió o una muestra de fuerza frente a EE.UU., pero nada mas lejos de la
realidad. Simplemente semejante concentración de medios y de gente se debía a una
celebración festiva que servía de excusa para compartir durante un fin de semana un
sentimiento festivo intersectorial e intergeneracional.

Nos llamó mucho la atención el ver en las diferentes columnas que configuraban el desfile,
jóvenes y mayores; unos ataviados con camisetas en homenaje a Ernesto Che Guevara y otros
vestidos de escolares. Desde luego no era ni casual ni imparcial el desfile.

Sonia y yo nos perdimos entre la gran multitud que se agolpaba ordenadamente en la avenida
principal. Tardaríamos un buen rato en encontrarnos de nuevo.

Saque mi cámara y me decidí a enterarme de primera mano de lo que acontecía. Me acerque a


un mando del ejercito, imagino que era un mando por la cantidad de condecoraciones que
vestía, y le pregunté. Me aclaro que era el día festivo por excelencia en la ciudad y que todos
los ciudadanos participaban en el.

Grabe a dos soldados que tocaban el xilofón y eran la vanguardia de una de las columnas.
Recogí testimonios de la policía explicando el origen del desfile y así uno tras otros. Todos
reconocían este desfile como un punto de encuentro de toda la población.

Al final del paseo, me encontré con Sonia de nuevo y decidimos tomar un refresco en un
parque que teníamos frente a nosotros.

Mientras tomábamos el refresco pasaron frente a nosotros unas escolares a las cual me dirigí
invitándolas a decirnos unas palabras frente a la cámara a cerca de las misiones. Cual fue mi
sorpresa cuando la respuesta que me dieron se elevaba sobre mis expectativas. Cogiendo la
constitución como guía me explicaron que la constitución las obliga, una vez acabado el
bachiller, a dedicar un año a afalbetizar a una persona adulta. No daba crédito, unas niñas de
no más de 16 años, tenían un conocimiento pleno de la constitución de su país y lejos de
criticar lo que supone una obligación, dan por valido y bueno esta imposición de entrega de
tiempo a beneficio de otros.

Este encuentro me emociono sobremanera. Sonia me miraba como queriéndome decir que me
relajase. Las chicas no dejaban de hablar a cerca de las misiones. Venían de informarse a
cerca de las mismas para ver donde el año que viene prestarían sus servicios.

Después de ver la capacidad de convocatoria en la población, decidimos emprender viaje. Era


mediodía y teníamos tiempo de avanzar hacia otro sitio y así conocer algo más. Llevábamos
varios días desconectados de la realidad venezolana y Barcelona nos había integrado de
nuevo en el rol de observadores curiosos.

Después del paso por Mochima, habíamos dado por finalizado el tiempo para nosotros y la
responsabilidad para con nuestros compañeros en Madrid exigía la búsqueda del
conocimiento.

En la estación central de autobuses cogimos un autobús destino a Boca de Uchire. Pueblo


costero fronterizo casi del Estado de Anzoátegui y el Estado Miranda.

El viaje transcurrió tranquilo, exceptuando la música ensordecedora que impedía hablar y los
baches de una carretera que por momentos se convertía en camino de tierra.
Después de un par de horas de viaje, llegamos a un pueblo fantasma.

Previo a la llegada al pueblo, habíamos dejado a nuestra derecha cerca de cuatro kilómetros
de casas rurales y posadas lo que nos daba a entender que en temporada alta, este pueblo
dejaba de ser fantasma para tener una vida festiva y vacacional.

En el lado derecho y frente a estos hospedajes, habíamos dejado un lago de agua dulce en el
cual, varios pescadores en la mitad del lago, echaban una red. La imagen a contraluz, con las
montañas del un parque nacional en el fondo, se convertía en la imagen de la jornada por su
belleza.

Nos dedicamos a buscar un alojamiento en el pueblo y solo encontramos un hotel que, como
casi todos los que habíamos visto anteriormente a lo largo del viaje, nos ofrecía cucarachas y
bichos varios.

Nos relajamos en una pizzería y el camarero nos ofreció un alojamiento en la carretera, uno de
los muchos que antes habíamos visto desde el autobús.

La noche se nos echaba encima y cogimos un taxi que nos dejo en uno de los muchos
alojamientos del lugar. Como las condiciones no cumplían con lo ofrecido decidimos mendigar
alojamiento en alguna otra posada. Utilizando una ligera dosis de picardía, convencimos al
casero a que nos diese una habitación doble a precio de individual. Imagino que influyo en la
facilidad de convencer al casero el grado etílico que este sostenía.

El alojamiento incluía el uso de la piscina, salida en su parte posterior al mar y uso de las
infraestructuras varias que el recinto poseía como barbacoas, enganches de luz, etc. Por
veinticinco mil bolívares pudimos relajarnos y descansar músculos para emprender viaje al día
siguiente hacia el epicentro de Venezuela; el Estado de Mérida, donde descubriríamos las
radios comunitarias, las asambleas de la democracia participativa y uno de estos núcleos
activos de la llamada Democracia Participativa.

12. Charallave, “La Ciudadanización del Gobierno”.

Salimos de la costa camino del interior. Para salir del pueblo, cogimos el autobús con destino
Charallave. Después de un par de horas por la carretera llegamos a la estación de autobuses.

Charallave es una ciudad relativamente moderna. Desde la estación de autobuses nos pusimos
a caminar y después de un rato encontramos un edificio aislado repleto de pancartas y una
fachada pintada con carácter rebelde.

La pancarta pedía el voto para la candidata del MVR; -“Marisela a la alcaldía”- y en la fachada
vecina, las pintadas anunciaban que en ese lugar se encontraba una radio; Radio Zamora
Libre.

Nos sentamos en el suelo, muy cerca de este edificio, y mientras Sonia descansaba se me
ocurrió ir a investigar el espacio. En uno de los laterales, los cristales se hacían opacos con
carteles reivindicativos llamando al fin de la ocupación en Irak asemejando la situación de los
iraquíes a la sufrida por los vascos en el bombardeo de Gernika. Carteles, fotos, pasquines,
etc. impedían ver el interior de esa sala. Camine pocos metros más sin dejar de observar
detenidamente toda esta exposición de solidaridad y encontré un hueco por el cual mirar hacia
el interior.

Una asamblea de no menos de cuarenta personas transcurría y sin ninguna duda atravesé una
puerta que tenia a mi lado y me introduje en la habitación. Me senté al en una silla al lado de
una mujer joven de alrededor de unos 24 años. El resto de los participantes me miraban pero
ninguno me pregunto que hacia ahí o quien era. Tuve que ser yo quien, al no contener mas mi
curiosidad, pregunte a mi vecina que era esa asamblea y sobre que debatían. Me explico que
estaban debatiendo la previsión de presupuestos para el año 2005. En la asamblea
participaban miembros de asambleas locales, vecinos a titulo individual, miembros de la
alcaldía y miembros de los consejos sectoriales. Por casualidad había encontrado uno de esos
focos donde estaba siendo testigo de lo que se ha venido a llamar Democracia Participativa.

Mi nueva amiga, al ver mi cara de asombro mientras me contaba lo que estaba presenciando,
me invito a que la acompañase. Salimos de la sala y nos dirigimos a una sala vecina en la cual
se encontraba la Dirección de Educación de Charallave. Como en el lugar de la asamblea no
me había presentado, lo hice en este momento antes de entrar por la siguiente puerta.

Entramos y salio a recibirnos una mujer también joven de tez morena y ojos penetrantes,
Rosita Morales.

Esta mujer era una promotora social en la ciudad y fue la que me presento al resto del equipo;
Diego Hernández, voluntario y fiel creyente del proceso bolivariano, quien me repetía una y otra
vez la necesidad de que Venezuela se mantenga como país libre y soberano frente a los
EE.UU.; Manuel Pérez, educador que a través de su trabajo mostraba su compromiso con el
país ayudando a los mas desfavorecidos; Humberto, quien era la persona mas formada del
grupo, voluntario social que remarcaba el paralelismo de Venezuela con otros procesos
latinoamericanos acontecidos anteriormente como Nicaragua (con el FSLN), El Salvador (con
el FMLN), etc.

Casi dos horas duro la reunión en la cual yo ejercía de entrevistador y todos ellos frente a mi se
turnaban para ir respondiendo las preguntas.

El eslogan; “Frente a la globalización económica Solidaridad” había echo de Venezuela un


referente en América Latina. La economía había sido el eje principal del proceso y así lo
reflejaba lo que estas personas me transmitían. Me documentaron a cerca de los créditos
blandos (o mas bien al infinito los llamaría yo) que concede el gobierno. De igual manera me
documentaron a cerca de los Consejos Comunales de Participación; los cuales se componen
de asambleas de barrio donde se sacan conclusiones para llevarlas al consejo Municipal,
donde participan los ciudadanos, los concejales y el alcalde. Se pueden trasladar las
propuestas también a los Consejos Sectoriales para su discusión, siendo estos los más
amplios. De esta manera se da la oportunidad de participar a los ciudadanos en los gobiernos.

Me volvieron ha hablar de las misiones, principalmente de la misión Vuelvan Caras a la cual


llamaban “La Madre de las Misiones” por ser esta la que capacita a los ciudadanos para ejercer
labores empresariales. El gobierno había depositado confianza infinita en esta misión pues
piensan que puede ser la que reviva el sistema productivo del país.

La historia de las misiones me daba esta vez un dato añadido; el como habían tenido que crear
estas estructuras por qué los organismos internacionales (Banco Mundial y FMI) no habían
concedido a Venezuela ninguna ayuda para salir del paso por considerarla un país rico. Este
dato era fundamental para comprender la batalla del gobierno y de la propia población por
superarse de manera autónoma.

También me hablaron del desarrollo de las nuevas tecnologías y la implantación de estas


facilitando así, la socialización de la información y la horizontalización de la misma. Esto lo
pude comprobar días posteriores en el estado de Amazonas donde a través de los “infocentros”
habían llevado el Internet vía “satelital” hasta el corazón de la selva para facilitar así el acceso
a la información a las comunidades indígenas.

El encuentro con estos educadores me dio nuevas claves en el viaje y me apaciguo una
inquietud que tenia desde que tome conciencia de mi continuación del viaje en solitario; podría
comunicarme con el exterior desde la selva una vez que Sonia volviese a Madrid.

Nos despedimos con abrazos y agradecimiento por su parte dándome las gracias por el interés
mostrado, al igual que me pidieron que comunicase en mi país lo que estaba sucediendo en
Venezuela para así romper el bloqueo informativo, el cual estaba comenzando a ver
claramente pues ni por asomo había conocido todos estos datos en los medía de mi país.
Acepte el reto de comunicador comprometiéndome a enviarles noticias de las crónicas que
fuese escribiendo, como así hice.

De Charallave nos dirigimos al Edo. De Aragua. Nos habían comentado durante el viaje que en
este estado encontraríamos la riqueza del cacao. Nuestras inquietudes por conocer las
materias primas mas valoradas de Venezuela se habían declinado por el Café o el Cacao y por
razones de proximidad decidimos explorar Aragua.

Aragua no solo nos ofrecía cacao, también nos ofrecía el Parque Nacional Henry Pitier y una
muestra de las playas del norte del país.
En las afueras de Charallave nos pusimos ha hacer Auto-Stop y un camionero se ofreció a
llevarnos. Sin prisas ni complejos nos dio un tour por carreteras secundarias hasta llegar a
Maracay, donde cogeriamos un bus con dirección a el Playón.

13. Aragua: Ocumare de la Costa. El mejor Cacao del Mundo.

En Maracay volvimos a vivir el sub-mundo de las estaciones de autobuses. Decenas de


trabajadores voceaban invitando a diferentes destinos y nosotros sabíamos donde queríamos ir
pero no cual seria el autobús que nos llevase. Preguntamos a uno de estos voceros y nos
invitaron a subir a un bus azul pintado muy llamativamente. Un bus donde durante las dos
horas y medía de viaje la música no paro de sonar al igual que el ron no dejo de correr de
asiento en asiento. Decenas de jóvenes se dirigían a El Playón a pasar la semana y como
buenos venezolanos lo celebraban mojándose en ron.

Salimos de Maracay y en seguida entramos al Parque Nacional Henry Pitier. Un Parque desde
el cual divisábamos el Lago Valencia y sus delimitaciones en todas direcciones. El bosque de
plantas exóticas cubría ambos lados de la carretera y en un momento decenas de monos de
gran tamaño impedían ver más allá de ellos en el lado izquierdo del autobús. En el transcurso
del viaje encontramos varios coches parados en la cuneta de la carretera con sus ocupantes,
prismáticos en mano, observando aves pues este parque debía de ser una riqueza en esta
materia.

La música del autobús ni asustaba a los monos ni a las aves, Sonia y yo todavía no
acostumbrados a semejantes fiestas sobre ruedas, éramos los intimidados.

Llegamos en la tarde noche y nos encontramos con una ciudad costera no muy diferente de
cualquiera de las del mediterráneo. O tal vez sí, no existía tanta opulencia ni construcciones
masivas a pie de playa.

Cientos de hostales, residencias y casas de alquiler hacían que el Playón de Ocumare fuera un
hervidero de gente joven, jipéis vendiendo pulseras y colgantes y músicos de la calle a orillas
del mar.

Buscamos un sitio donde alojarnos e inicialmente encontramos un Ecohostal que nos llamo
tanto la atención que decidimos entrar a preguntar. Estaba lleno y confirmamos que era el lugar
más caro del lugar. Preguntamos a uno de las decenas de personas que andaban ofreciendo
alojamiento para que nos llevase a un hostal como así hizo. Por quince mil bolívares nos
encontró una habitación con aire acondicionado cercana a la playa. Cenamos y nos fuimos a
pasear por entre los músicos y los travellers3 que poblaban la orilla del mar.

Al día siguiente nos levantamos temprano como era costumbre y nos dirigimos a Ocumare, el
pueblo que daba nombre a El Playón.

Caminando por el pueblo encontramos la fachada de un afinca la cual tenia rotulado en madera
Central del Beneficio del Cacao.

Por fin habíamos encontrado, aunque por casualidad, un punto donde nos podrían informar a
cerca del cacao.
Entramos y nos recibió una negrita de alrededor de cincuenta años, con labios gruesos y piel
cuidada. Si no nos hubiese contado su vida hubiésemos pensado que esta mujer nunca había
pisado el campo bajo el sol.
Esta mujer se nos presento como la coordinadora de la Asociación de Productores de Cacao
de la Costa de Aragua, en la cual hay integrados mas de 60 socios de los municipios de
Chuao, Ocumare, Kama y Choroní.

La coordinadora nos explico las funciones de la asociación, los determinados tipos de cacao
con los que trabajaban, el proceso de elaboración del cacao, como el relevo generacional se
estaba produciendo desde unos años atrás, los diferentes momentos que habían atravesado
los productores de cacao remontándose cuarenta y dos años atrás, e incluso nos contó pasajes
de su propia vida por la simpatía que la despertábamos.

3
Termino usado para denominar a viajeros de origen Anglosajón.
El recinto, una antigua finca colonial, estaba acondicionado para suministrar todos los procesos
que el cacao necesitaba para ser consumido. Los productores, traían el producto recién cogido
de la mata en sacos de cincuenta kilos para que los trabajadores de la asociación lo
manipulasen.

Este trabajo, encontraba la remuneración del 7% que los productores se comprometían a donar
a la asociación de cada cien bolívares de beneficio a la venta de su producto. Gracias a este
7% los asociados veían su cacao salir adelante, encontraban ayuda social, asesoría y
protección en caso de necesitarlo.

Los productores habían aprendido a organizarse excluyendo del proceso de comercialización


del cacao a los intermediarios, grandes beneficiarios en el pasado, pasando a ser ellos mismos
a través de la propia auto-gestión los que veían el fruto de su trabajo. Así nos lo contaba Celia,
la agradable negrita que nos enseñaba la finca y los diferentes pasos del proceso del cacao; la
Fermentación, el Secado, la diferenciación de la calidad, etc.

Mientras caminábamos por el interior del recinto, iban llegando productores con sus cosechas y
dejando las sacas apoyadas en los cajones de madera dulce que próximamente iban a
albergar su cacao. Un señor mayor, con bigote y gorra era el encargado de seleccionar el cajón
en el cual se depositarían las diferentes sacas.

El olor, ácido por los microorganismos, del cacao fermentando impregnaba toda la estancia.
Cada vez que se removía para medir su temperatura o se levantaban las hojas de palma para
verificar el color del mismo, el olor aumentaba considerablemente como si el cacao cobrase
vida y no quisiera que el protagonismo que la estancia le brindaba se difuminase por nuestra
visita.

Nos acercamos a los secaderos donde Martín removía los granos. Era el sitio donde una vez
atravesado los diferentes cajones para su fermentación, reposaban los granos durante tres o
cuatro días para su secado. Los granos, bien ordenados en diferentes montones, estaban
cubiertos durante parte del día por un techo de cerámica, el cual corría por unos carriles a
ambos lados de las planchas del suelo. Según los diferentes momentos del día se destapaban
o cubrían.

Cada no mucho tiempo había que mover los granos para que el secado se hiciera por igual en
la parte alta o baja del montón. El ruido de los granos chocando entre si equivalía a unas
maracas de gran tamaño. Un ruido ensordecedor y repetitivo que no dejaba indiferente a
personas no familiarizadas con él como nosotros.

La negrita nos contaba mientras paseábamos por la finca como, en los últimos años se había
revalorizado el precio del cacao pasando a venderse en la actualidad a siete mil bolívares el
kilo, siendo el cacao venezolano el mejor cacao del mundo. Tres tipos de cacao existían en
Venezuela; el Criollo, el amazónico y el trinitario siendo el criollo el de mas y mejor calidad
siendo Chuao la cuna de estas matas de cacao.

Algo que nos llamo la atención fue como había comenzado la asociación (ASOPROCAR). En
dos años había pasado de gestionar la ilusión a gestionar trece millones de bolívares y de
quince socios a ser más de sesenta en seis años de existencia.

Terrenos que habían sido siempre del cacao pasaron a ser de otro tipos de cultivos como el
tomate, la caña o el algodón que al ser de rendimiento mas rápido permitía subsistir a las
economías mas pobres, no así el cacao que necesitaba de hasta ocho años para poder
explotar las matas. Este dato fue de vital importancia para imaginar lo que había sido años
atrás esta zona donde el abandono del campo por parte de los productores había generado un
gran deterioro.

Los productores habían pasado a trabajar dentro del campo del turismo, la construcción o los
servicios buscando el sustento en estas áreas en detrimento del cacao. Los asociados habían
luchado por asociar a los productores y buscar salidas conjuntas a sus problemáticas en el año
noventa y seis, consiguiéndolo en el año noventa y nueve con la revisión de los precios, la
financiación a los productores y unos primeros créditos para comenzar el proyecto de
asociación cooperativa de productores del cacao en el estado de Aragua.
La suma total de cacao que maneja la asociación paso a ser de unos doscientos kilos al año a
treinta toneladas habiendo plantado unas seis mil matas el ultimo año lo que pronosticaba un
futuro prometedor a este sector, viéndose además favorecido por la integración de nuevas
generaciones de jóvenes que ven futuro en este cultivo.

El encuentro con estos jóvenes de espíritu, adultos entrados ya en la tercera edad con vidas
duras, en algunos casos expulsados años atrás por el afán militar de sus ciudades de origen
como era el caso de Manuel. Manuel era un abuelo negro antiguo residente de Maracay. Se vio
desplazado de su casa por el afán militarista de Pérez-Jiménez que expulso a inquilinos de sus
casas para ampliar cuarteles militares.

El caso de Manuel no era único en el área. Muchos de los que aquí residían hoy fueron
desplazados de otras épocas. Personas que en las laderas del Henry Pitier habían encontrado
medios de subsistencia, nuevos amigos y sus capacidades de sobrevivir.

Hoy habían demostrado que seguían siendo capaces y que ello hacia que el mundo encontrase
un lugar para ellos.

14. El Carácter de la Oposición.

Salimos de Ocumare caminando por la carretera con nuestras mochilas en la espalda. El


encuentro con estos mayores que habían sido capaces de levantar la economía de una región
gracias a su empeño y organización, nos había dado fuerzas para seguir creyendo que todo
era posible. Íbamos comentando mientras hacíamos la seña para conseguir que algún vehículo
nos recogiese de la carretera y nos devolviese a Maracay pues Sonia debía de coger el avión
de vuelta en un par de días y no podíamos entretenernos más.

Después de un rato caminando en paralelo al río, llegamos a unas piscinas naturales que el
propio río generaba y decidimos darnos un baño. Teníamos un bar cerca y compramos unas
cervezas para acompañar.

No tardamos mucho en comenzar a caminar de nuevo y en pocos minutos paro un coche a


unos metros de nosotros ofreciéndonos colita. El coche, un Honda de importación nos decía
que conoceríamos a un nuevo estereotipo de persona que hasta el momento no habíamos
tenido ocasión de encontrarnos.

Nos acercamos y una mujer rubia con acento extraño nos pregunto donde íbamos a lo que
respondimos que dirección Caracas pero que cualquier sitio de camino nos vendría bien. Se
ofrecieron a llevarnos hasta Maracay.

La pareja en cuestión era alemana pero residentes en el estado de Zulia desde hacia treinta
años. Se les notaba cultos y durante las conversaciones que tuvimos se vislumbraba que
sabían perfectamente de lo que hablaban.

Tuve más dificultades de lo normal para comunicarme con estas personas. Me encontré
incomodo en un principio sin saber muy bien de que hablar o como sacar a relucir mis
inquietudes por saber que opinaban ellos de los cambios que tenia el país y demás. Hasta el
momento solo habíamos encontrado personas que se habían favorecido del nuevo gobierno y
sus ideas revolucionarias.

Nada mas subir al coche nos identificaron como turistas, rol que en ningún momento nos
deshicimos de él.

La pareja, era un matrimonio alemán que hacia treinta años se había afincado en Venezuela y
a través de varias empresas habían alcanzado un status casi aristócrata. Hablaban español
perfectamente aunque no habían perdido el acento alemán; eso les delataba. Después de
varias discusiones superfluas decidí romper el hielo y pasar a hablar de cosas que a mí me
interesaban más sin dejar la perspectiva del turista de lado.

Le pregunte a Mark, que iba conduciendo y era quien más hablaba, que opinaba del nuevo
gobierno ante lo cual la pareja se miro y después de unos segundos (que a mí me parecieron
minutos) contesto:

-Mira, nosotros pertenecemos a lo que llaman la Oligarquía estos prehistóricos-.


Se había cumplido el deseo de encontrarme con alguien que pensase diferente de lo que me
había encontrado hasta ahora.

Mark siguió hablando, siempre en primera persona, de lo que habían hecho o dejado hacer
desde la oposición. Hablando también de lo que opinaba de los indígenas y lo bien que vivían
en sus hamacas (¿Para que les vamos a hacer casas?), de los buhoneros (todos unos
traficantes y furtivos según él), del presidente Chávez; -esté loco enfrentándose a los amigos
americanos y aliándose con el dictador de Fidel que va a llevar al país a la ruina- , de la
gasolina; -¡¡¡que es eso de regalar la gasolina!!!-, etc.

Mark hablaba y hablaba y nosotros desde los asientos de atrás escuchábamos. Así pasaron no
menos de veinte minutos hasta que comenzó ha hablar de las alternativas a Chávez. En ese
momento le hice una señal a Sonia para que encendiera la grabadora de la cámara que tenia
en su bolso y esta de manera sigilosa y sin que ellos se dieran cuenta así hizo.

Nunca imaginamos que iba a ser tan interesante lo que Mark soltase por su boca. De un
momento para otro, como si no tuviéramos idea alguna de lo que pasase en Venezuela y este
nos intentase convencer de que su partido era lo mejor (Alianza Democrática), comenzó ha
hablarnos de todo lo que habían intentado contra Chávez.

Durante los últimos años le habían seguido por las diferentes rutas que el presidente tomaba
en Caracas para dispararle, habían intentado poner bombas cuando este iba al Beisball,
habían hecho acuerdos con militares colombianos para que entrenasen en la región
colombiana de Santander a paramilitares para una ofensiva golpista en Venezuela, entre varios
empresarios habían echo una caja económica de la oposición para pagar a los paramilitares
que se están desarmando en Cúcuta por cada cabeza de dirigente chavista que decapitasen
en los estados de Zulia y Táchira, etc.

Realmente no sabemos que pasaría por la cabeza de este alemán para contarnos tanta
información.

De un momento para otro, él mismo se dio cuenta que estaba hablando mas de la cuenta y
paso ha hablar en tercera persona del plural desvinculándose así de todo lo que nos había
contado pero sin dejar de tomar posición clara al respecto.

Durante mas de una hora sin interrupciones, este empresario alemán residente en Zulia, se
había declarado colaborador, participe y cómplice de actos que iban desde la conspiración
hasta el asesinato y nosotros habíamos sido testigos de sus palabras e incluso las habíamos
grabado inocentemente y las teníamos registradas.

Sonia se dio cuenta de esto y paro la grabadora disimuladamente. Solo yo me di cuenta pero
mis piernas comenzaron a temblar al pensar en lo que la cámara llevaba dentro de si.

Recordaba cuando los opositores dieron el golpe a Chávez, y el criterio del presidente Aznar
con respecto a los EE.UU., tan similar al del alemán. ¿No habría participado España de alguna
manera en ese golpe? En el caso de pedir ayuda la oposición ¿No hubiera sido más fácil
hacerlo a un país como España antes que a uno anglosajón? ¿Habría estado el embajador
español envuelto en aquella conspiración?

Cientos de preguntas me venían a la cabeza para completar tanta información pero no me


atrevía a hacerlas para no romper la confianza que habían depositado en nosotros. ¿Quien
sabe si una pregunta indiscreta podría haber acabado con nuestras vidas yendo en el coche
con semejantes personas? Personas que por su forma de hablar y la cantidad de datos que
expresaban se hacia entrever su calidad de dirigentes políticos de la alianza Democrática.

Nos hablaron también de una fundación la cual él presidía y de las labores humanitarias que
ejercían desde ahí regalando equipamiento deportivo a niños para que pudieran jugar al
football. Me acordaba en ese momento de los niños que habíamos visto en comunidades
indígenas y a la vez de fundaciones utilizadas en mi país para favorecer intereses económicos
o especulativos de sus dirigentes aunque usadas de cara al exterior como ONG´s.

Daban miedo Mark y Emma. Tan afables con nosotros europeos y con un discurso tan radical y
violento para con los débiles.
Me puse a calcular las edades que tendrían y en que periodo podrían haber llegado a
Venezuela. Si rondaban los sesenta años y llevaban treinta años allí tendrían que haber venido
en los años setenta. En esos años Europa se encontraba agitada por los disturbios en Paris y
Berlín entre las oligarquías de la época y los movimientos revolucionarios. ¿Vinieron huyendo
de aquello? ¿Habrían tenido una educación Nazi en algún colegio privado de Berlín antes de
salir de Alemania? ¿Vendrían realmente de Alemania o eran familiares de los nazis alojados en
Argentina o Chile en los años cincuenta huyendo de los juicios de Nuremberg? ¡¡¡Preguntas,
preguntas, preguntas……!!!

El haber conocido a Mark y a Emma nos decía que en Venezuela existía una guerra encubierta
a la cual habíamos sido ajenos pero de aquí en adelante no pasaría desapercibida.

Ahora nos encontrábamos en posesión de una declaración que no sabíamos muy bien que
hacer con ella, lo que si sabíamos era de la importancia de haber encontrado en nuestro
camino esa sensibilidad hasta ahora inexistente o al menos no mostrada.

Pensábamos también que si la oposición debía de recurrir a métodos tan mafiosos, muy
desesperada tendría que estar de no verse capaz de ganar democráticamente al bloque
Chavista.

Mark y Emma nos llevaron hasta la misma plaza de Venezuela en Caracas, muy cerca del
hotel que nos había recibido catorce días antes. La casualidad había hecho que conociésemos
los métodos y formas de pensar de una oposición hoy día inexistente en Venezuela aunque
extremadamente peligrosa.

Al día siguiente Sonia saldría destino a Madrid y yo saldría destino Ayacucho en Edo.
Amazonas. Era nuestra última noche y decidimos perdernos en la Candelaria donde quedamos
con Carlitos y Nicola, los sobrinos de Henry para despedirnos de ellos en torno a unas
cervezas y algo de Bachata.

15. El Burro. Puerto Carreño: el miedo de las sombras.

Nos despertamos temprano recogimos nuestras cosas y emprendimos marcha hacia el


aeropuerto. Intente convencer a Sonia de alargar su estancia mas y seguir el resto del viaje
juntos pero no hubo manera. La despedida fue traumática ya que si las cosas salían como
había previsto, tardaríamos varios meses en vernos de nuevo.

Directamente desde el aeropuerto me fui a la estación de autobuses donde justo en breve


saldría el bus destino San Fernando de Apure primero y Puerto Ayacucho después.

Me toco un asiento de ventanilla en el bus al lado de una mulata preciosa que sujetaba en sus
brazos un bebe de nos mas de un año de edad. Su madre se situaba detrás de mí y un niño de
unos nueve años a su lado. El niño debía de ser el hermano de mi vecina de asiento y el bebe
el nieto de la señora.

Notaba la falta de Sonia. Ya no tenía ese apoyo permanente, ni esa seguridad de estar
viajando con alguien. Ahora tendría que aprender a lidíar yo solo con la adversidad, con lo
nuevo y conmigo mismo en lugar ajeno.

Durante el viaje de autobús no entable conversación con nadie. Me sentía ausente y solo me
motivaba el ir a cumplir el sueño de conocer la región del Amazonas, un sueño que tenía desde
pequeño y ahora con treinta años me disponía a cumplir. Esta motivación me mantuvo al
margen de mis vecinos de viaje, ocupaba todo mi pensamiento e imaginaba que encontraría,
que indígenas seguirían habitando la región, que influencias capitalistas tendrían sus
habitantes, etc. Sabia que solo encontraría carretera hasta Samariapo, al sur de Puerto
Ayacucho, y luego, contra más me adentrase en la selva, más difícil serian los
desplazamientos.

Hasta el paso de El Burro, estuve abstraído por completo. En este paso, donde el río Meta y el
río Orinoco confluyen, nos toco esperar a que la chalana viniera a por nosotros ya casi
anocheciendo. El paisaje anticipaba lo que en breve me envolvería, una gran masa vegetal que
le haría sentir a uno el ser más diminuto de la tierra.
Desde el paso de El burro divisaba el primer pueblo de Colombia (que posteriormente
descubriría), Puerto Carreño, a la orilla del Meta.

Mientras esperábamos a la chalana, entable conversación con la vecina que había tenido en el
asiento contiguo al mío. El bebe estaba intranquilo y me puse a hacerle monerías bajo la atenta
mirada de la abuela que con gestos de complicidad me asentía. La familia se dirigía a Caicara
y debían de esperar a otro autobús varias horas en este punto. El transporte por acá era de lo
mas precario; autobuses cada cuatro o cinco horas y solo dos rutas posibles; Caicara o
Ayacucho. En el burro uno podía apaciguar la espera deleitándose de carne en vara4, un
refresco y conversación con los pasajeros vecinos. Así pasamos las casi dos horas de espera.

Ya quedaba poco hasta Ayacucho, en una hora y medía más o menos llegaríamos hasta la
estación de autobuses en las afueras de la ciudad.

En el camino, divisaba diferentes señalizaciones que indicaban comunidades indígenas de la


etnia Piaroa, eran los primeros indígenas que encontraba en el Amazonas. Mas tarde tendría la
ocasión de entablar comunicación con el capitán de una de estas comunidades el cual me
explicaría parte de su cultura y me enseñaría la artesanía de su pueblo.

Llegamos a Ayacucho y tras recoger mi mochila me dirigí al teléfono público de la estación.


Días antes en San Félix, en la parroquia de Matías Camuñas, coincidí con Santiago, miembro
de una ONG, el cual me invito a contar con él una vez que estuviese en la ciudad. Así hice, le
telefonee y en pocos minutos apareció en la estación para recogerme. Me llevo a su casa y me
presento a su compañera Nancy, nos duchamos con el agua que tenia recogida de las lluvias
en un gran barril de plástico y nos fuimos los cuatro a cenar al centro de la ciudad. Santiago me
recordaba su paso por España y su encuentro con estudiantes de Ingenieros sin Fronteras y lo
bien que lo paso en su compañía. A la vez, me iba introduciendo en la historia de Amazonas,
de los indígenas y de algunos personajes que habitaban la ciudad reconocidos por sus
capacidades varias. Poco a poco en los días siguientes, me iría presentando a algunos de
estos y me llevaría a conocer el museo indigenista de la ciudad, regido por un amigo suyo.

Después de cenar me llevaron a un hostal económico y limpio en cual me alojaría varios días:
el tiempo suficiente de compartir sin alterar la vida de mis nuevos amigos y el tiempo necesario
para conseguir mi visa para entrar en Colombia.

A la mañana siguiente me reuní de nuevo con Santiago y me llevo a un cybercafe para enviar
nuevas fotos para España y revisar mi correo electrónico. En el cyber café nos encontramos
con un amigo suyo, militar en la reserva de la guardia nacional y chavista de corazón. Me
presento como un compañero de España y entablamos una conversación llena de simpatía
sobre la solidaridad que Venezuela venia recibiendo de cientos de sitios.

Después de chequear el correo y enviar las fotos nos fuimos a desayunar a una pastelería
situada en el local contiguo. Mientras desayunábamos apareció otro amigo de Santiago, un
concejal del MVR en el ayuntamiento de Ayacucho al que también me presento y trato de
organizarme una entrevista para hablar de la situación y de los nuevos cambios de la región.

Tanta entrevista y tanta situación global me empezaba a agobiar. Al igual que en Caracas me
empezaba a sentir ajeno a la gente del lugar con tanto cargo y tanto análisis. Mi inquietud
empezaba a decirme que debía de apremiar mis cosas en Ayacucho; visado colombiano,
mapas, contactos nuevos para adentrarme en la selva, etc.

Tras el desayuno nos dirigimos al Museo Indígena. Mientras visitábamos las salas, Santiago
me explicaba historia sobre las diferentes etnias que habitaban en el Amazonas: Yanomamis,
Piaroas, Arawak, Curripacos, Yekuanas, Banivas, Warekenas, Piapocos, etc. Hasta sesenta y
dos etnias reconocidas, de las cuales solamente los Yanomamis siguen viviendo según sus
creencias y tradiciones y en todas las comunidades. Me explicaba que por desgracia,
solamente en el alto Orinoco existían este tipo de comunidades. El Parque Nacional Parima-
Tapirapeco era de los últimos refugios que estos indígenas habían encontrado.

Santiago me hablaba mientras yo alucinaba de los artilugios que estos indígenas trabajaban.
De hecho, había comunidades que lo mas avanzado en su tiempo que tenían era el barro y el
trabajo de la madera. El metal brillaba por su ausencia.

4
Carne de vacuno asada. Típica del estado de Apure.
En este museo empezaba a tomar conciencia de hasta donde quería llegar. Ausente y en
silencio comencé a tramar un plan de viaje y de acción para el Amazonas. Al salir del museo
me despedí de Santiago hasta la tarde y me dirigí al consulado colombiano en Ayacucho. Al
entrar, pregunte por el cónsul que muy cortésmente pero con cara de sorpresa me recibió.
Debía de ser la primera vez que un español pasaba por ese consulado.

Le explique al cónsul la ruta que quería hacer por su país ante la cual se negó a dame el
visado por lo peligroso de mi viaje según él. Después de reclamarle mi derecho a moverme
libremente por Colombia según tratados internacionales, el cónsul decidió enviarme a Puerto
Carreño a la oficina de la DINA, donde atenderían mi petición. Mas tarde Nancy me explico
cual había sido el problema; no había insertado dólares entre las hojas de mi pasaporte cuando
se lo enseñé. El cónsul había considerado peligroso que entrase en Colombia por la selva
amazónica por estar infestada de “Rebeldes Subversivos” según sus palabras.

Como no estaba dispuesto a renunciar a mi viaje y aun era pronto, cocí un bus destino al Burro
para coger una lancha y así cruzar a Puerto Carreño. Tendría que cruzar no solo el Orinoco
sino también el Río Meta.

Al llegar de nuevo a El Burro, la guardia fronteriza me pidió la documentación y me informo de


los horarios de las lanchas para poder regresar. Me di por enterado y salte dentro de una de las
lanchas colectivas que me llevarían hasta Colombia. Mis compañeros de viaje eran
contrabandistas de gasolina. El olor que desprendían les delataba aunque debían de haber
acabado la faena y volver solo con el dinero conseguido al ver su escueto equipaje.

Al llegar a Carreño el ejército colombiano nos recibía en el muelle. Mi primera impresión fue de
pánico al ver tanta ametralladora apuntando hacia nosotros. Estaba el sexto en la cola y pronto
me toco confrontar un interrogatorio. Que si donde iba, que de donde era, que si conocía a
alguien en el pueblo, que cuanto tiempo me quedaría, preguntas y mas preguntas que iba
desmontando con soltura aunque de manera molesta al ver como el militar del puesto hacia las
siguientes. Después de pocos minutos así me dejaron entrar en la ciudad.

Puerto Carreño es la ciudad de sur de Colombia situada más al este. La impresión que me dio
la ciudad fue que estaba desnaturalizada. Indígenas, americanos, militares de paisano,
personas armadas en todas las calles, policía. Daba la impresión de ciudad fortaleza y en
guerra. El cuartel y la comisaría de policía se encontraban atrincherados con sacos de arena a
su alrededor. Varias torretas de vigilancia con ametralladoras en sus partes altas presidían las
diferentes plazas de la ciudad.

Mi asombro crecía cuando intentaba conversar con alguien y sin medía palabra se cambiaban
de mesa en los bares para no tener que hablar conmigo. O por ejemplo cuando pregunte por la
DINA y un policía que me escucho se apresuro a contestar mientras el criollo al que pregunte
salía corriendo. Sin más y con algo de miedo me dirigí a las oficinas del gobierno donde se
encontraba el oficial que debía de autorizarme a entrar en Colombia.

Las oficinas se encontraban en una casa baja precedida por la bandera oficial. En su interior,
dos mapas de Colombia llamaban la atención; uno político y otro físico. Una joven atractiva
ejercía de secretaria preguntándome que deseaba a lo que la conteste que un visado de tres
meses para circular por el país. La chica cogió el teléfono y después de mantener una breve
conversación me dijo que debía de esperar ala llegada de su superior que se encontraba de
camino.

En pocos minutos se presento un joven de unos treinta y pocos años, bien parecido y con
formas arrogantes. Cogio mi pasaporte que antes había entregado a la secretaria y me
pregunto por mi ruta y el porque de mi insistencia de viajar por esta ruta. Me adentre dentro de
mi y me empecé a preguntar sino sabrían ya de antemano las respuestas.

¿Por que el vacío que había recibido desde que había llegado al pueblo? -¿sabrían ya quien
soy, de donde vengo y a donde voy?-

No me podía permitir dudar. Sabia que Colombia se encontraba con un conflicto armado y en
este momento me encontraba en la zona nacional la cual tenía relaciones diplomáticas con mi
país a lo cual me agarré. Le explique al oficial que me encontraba haciendo turismo de
aventura y que el objetivo era ascender por el río Putumayo hasta los Andes. Sobre el mapa
físico que se encontraba en la pared, le marque la ruta y le explique el especial interés de
atravesar por San Felipe, frente a San Carlos de Río Negro, e ir visitando diferentes
comunidades indígenas para un trabajo sobre organización social que estaba elaborando.

El oficial asombrado, teléfono y pasaporte en mano, me invito a esperar. Llamo a Bogota a la


oficina central, dio mis datos a alguien que escuchaba al otro lado (imagine que era algún
superior por el trato sumiso que ejercía el oficial) y en un breve espacio de tiempo colgó. Saco
un sello y me lo estampo en el pasaporte. Con un argumento increíble había conseguido mi
visado de transito para tres meses.

Eran casi las siete de la tarde hora venezolana y debía de correr a coger mi lancha para
regresar a Ayacucho. Al llegar al muelle me di cuenta que se habían terminado y se me cayo el
mundo al suelo. No disponía de dinero para pagarme un hostal, todas mis cosas se
encontraban en el hostal de Ayacucho y aquí en Carreño, no había conseguido hacer ningún
nuevo amigo.

Me dirigí a un oficial de policía que se encontraba en el muelle y le explique mi situación. Como


veía que me hacia poco caso, recurrí al rol de turista indignado el cual había sufrido un engaño
por parte de la guardia venezolana cuando me informaban de los horarios. Al ver el guardia
que comenzaba a hablar un lenguaje culto y que me defendía díalécticamente (o lo que es lo
mismo; que no era un gallimpeiro o contrabandista de los habituales de la zona), me ofreció
facilitarme un alojamiento para pasar la noche a lo que acepte sabiendo que no iba a haber
manera de cruzar.

Le acompañe hasta un hostal cercano. El oficial hablo con el propietario y este, sin mediar
palabra conmigo, me llevo hasta mi habitación y me dio la llave antes de desaparecer para no
verle más en toda la noche.

Deje mi pequeña mochila de mano en la habitación y me fui a pasear por el pueblo.

Santiago me había comentado que el cura de Carreño, pese a ser muy conservador, estaba
muy documentado a cerca de los indígenas y que participaba del Foro Social amazónico. Me
dirigí a la iglesia que presidía la plaza central y desde ella podía divisar los cuarteles y la
comisaría con sus trincheras en los alrededores. La imagen era dantesca. Saque mi cámara
del bolsillo y desde detrás de una de las columnas que presidían la iglesia tome varias
instantáneas con el cuidado de no ser visto desde ningún punto de vigilancia y así evitar
problemas.

Entre en la iglesia y pregunte en la vicaria por el cura. El secretario me informo que se


encontraba de viaje y sin insistir mas me abandone a la ciudad y a sus pools intentando
entablar conversación con alguien. Al rato de caminar, me percate de que tenía dos personas
siguiéndome. Eran de tez blanca casi rosácea, pelo rubio y corto y de alta estatura. No eran
colombianos, seguro. El miedo se apodero de mí pero al ser consciente de que no podría
esconderme decidí no darme por enterado y dejar que la noche transcurriera para ver que
acontecía.

Me encontré una disco-terraza al aire libre donde pedí un ron-cola. En la pista de baile me
pareció ver una cara conocida. Era el oficial que un rato antes me había puesto el sello en mi
pasaporte. El me reconoció también y soltándose de su pareja de baile se dirigió hacia mí para
saludarme. Enardeciendo a su país por lo hospitalario que era habiéndome concedido el
visado, blasfemo a cualquier otro por los impedimentos que ponían a los colombianos para
viajar. Sin hacer comentarios, me despedí para sentarme en una mesa a beber mi ron. En la
mesa vecina tenia a un grupo de chicos jóvenes, que no debían de pasar los veinte años, ya
borrachos los cuales al percatarse de mi presencia me invitaron a un trago al cual acepte. Era
la primera ocasión en las cuatro horas que llevaba en la ciudad de poder compartir con alguien.
Tomamos unos tragos de un licor muy fuerte parecido al tequila originario de la zona y al rato
intente mantener una conversación inteligente con el que mas suelto andaba de palabra. Le
pregunte a cerca de las FARC, a cerca del ELN y a cerca de los Paracos.

Englobe a los tres cuerpos disidentes y armados en la misma pregunta y en ese momento se
callaron todos me miraron, posteriormente miraron a una de las puntas de la barra del bar
donde se encontraba una persona adulta de grueso bigote el cual les hizo una seña e
inmediatamente se levantaron de la mesa sin tan siquiera despedirse.
Ante esta situación que me hizo sentirme en peligro, decidí marcharme al hotel y gastar el resto
de la noche viendo el televisor. En breve el sueño se apodero de mí.

Había conocido la Colombia Oficial. La Colombia mestiza donde los agentes de la DEA y de la
CIA se movían como pez en el agua, bien por el respeto que imponían o bien por el miedo que
inspiraban. La Colombia donde los extraños hacían de los pueblos, pueblos sin voz; pueblos
sin identidad propia, identidad comida por los señores del norte.

Deseaba con toda mi alma desaparecer de Carreño y dejar de sentirme seguido, perseguido e
ignorado. Deseaba volver al otro lado del Orinoco, allá donde los otros mestizos si me
hablaban, si estaban deseosos de compartirse y de darse.

A la mañana siguiente cogí la lancha de vuelta a El Burro a eso de las seis de la mañana. Atrás
había dejado uno de los días más vacíos de mi viaje. El sentimiento de guerra que viví en
Carreño me hizo ver esa Colombia de la que hablan algunos libros más que la Colombia
(oficial) linda y pacifica de la que hablan los periódicos. Durante más de cuarenta años
Colombia se encuentra en guerra con los grupos guerrilleros de las FARC, y Carreño no estaba
al margen. Imaginé de los hombres pálidos de tez rosa que bien podrían haber sido de la CIA,
o bien de la agencia antidroga de la DEA, o bien asesores militares, o bien……..el caso es que
no tuve ocasión ni tan siquiera intente comunicarme con ninguno de ellos.

Quien sabe, lo cierto es que entre el decorado de la ciudad, la sensación de sentirme seguido y
el vacío que el pueblo entero me hizo daba pie a imaginar lo peor de lo peor.

16. El fantasma del pasado.

De regreso ya en Ayacucho, me dirigí al hotel donde me di una ducha para espabilarme y por si
acaso me había traído un mal aura de tan poco reseñable experiencia. Como era muy
temprano y no quería molestar a Nancy y a Santiago, me fui a la cafetería vecina al cybercafe
para desayunar y hacer tiempo hasta que esté abriera.

Con mi zumo de naranja, daba vueltas en mi cabeza a lo que me había acontecido el día
anterior intentando encontrar alguna lógica a lo vivido. No entendía esos comportamientos
siendo los latinos gente tan abierta y sociable. Hasta el momento solo me había encontrado
hospitalidad y no entendía como de un lado al otro del río podía haber tanto cambio de actitud y
carácter.

Pase pagina y comencé a pensar que hacer durante el día. Debía de cambiar euros por
bolívares, buscar medio de transporte hasta el interior de la selva; bien una avioneta o bien un
barco que me subiera río arriba, visitar el mercado indígena vecino a la gobernación……….

Me puse a pasear por el pueblo pensando que el propio pueblo me ofrecería posibilidades y me
generaría nuevas necesidades que gustosamente aceptaría. Al ser la primera vez que me
adentraría en la selva, no era realmente consciente de que necesitaría para sobrevivir en
ambiente tan hostil. En España solo me había provisto de mosquitera y de spray antimosquitos
que era lo que imaginaba mas necesario pero que error el mío, y ¿para dormir?, ¿y para
comer?

En la puerta de una casa de aspecto humilde vislumbré un cartel que decía:

“Se lava y plancha ropa”

Recordé que llevaba varios días sin lavar la mía y no encontraba ni lugar ni ocasión para
lavarla así que me acerque y pregunte a la señora que presidía la casa sentada en su tumbona
por el coste del anunciado servicio. La señora con carácter complaciente me invito a dejarle mi
ropa y volver a por ella en un par días.

Al ver la actitud complaciente de la señora la pregunte por algún lugar donde cambiar dinero y
me mando a un comercio regentado por árabes en el cual me cambiarían sin problemas. El
comercio era una tienda de electrodomésticos regentada por árabes. Lo primero que me
preguntaron cuando me acerque a cambiar era cuantos miles de euros quería cambiar, como si
lo normal fuera cambiar por miles. Hasta ahora había ido cambiando de doscientos en
doscientos sin haber tenido más necesidad y adecuando mi nivel de vida al de los habitantes
del país. Desde Caracas no había tenido necesidad de cambiar más dinero.
Cambie doscientos euros, dinero que según mis cálculos debía de durarme todo el viaje en el
Amazonas. Imaginaba que en la selva no me seria fácil de conseguir bolívares, así que me hice
un calculo de necesidades económicas y decidí ajustarme a el. Tendría que alquilar algún
bongo, pagar algunas lanchas, pagar por alimentos y en el peor de los casos alquilar alguna
avioneta para salir de algún pueblo inhóspito. Con seiscientos mil bolívares tendría que tener
suficiente para todo esto y tal vez para algo más. De momento no era consciente de las nuevas
necesidades que el viaje me traería.

Después del cambio, me dispuse a pasear por el mercado indígena, ya montado a las ocho de
la mañana. En el mercado había artesanía de todas las comunidades cercanas; Piaroas,
Yekuanas, Curripacos, etc. Todos estaban representados. Se podía comprar al por mayor, de
hecho; muchos mayoristas venían de Caracas, Maracaibo y otras ciudades a por artesanía
para vender en sus pequeños comercios. De repente me percate de un pequeño puesto que se
notaba no era habitual. Un indígena de rasgos muy marcados ordenaba collares detrás de el.
Me acerque y me llamo la atención que los collares estaban hechos de semillas y en su centro,
todos tenían colmillos. Le pregunte al indígena de que eran los colmillos y uno a uno me fue
señalando y explicando;

“Estos son de mono, estos son de jaguar, estos son pereza, estos son de lapa, estos son
caribe, estos son baba, estos……”-

Así uno a uno de más de veinte collares que tenia sobre la mesa. El indígena venia de una
comunidad yanomami del alto Orinoco. Como no entendía bien castellano, decidí comprarle
dos collares y despedirme con una agradable sonrisa que él agradeció.

Más tarde me encontré con Santiago y le comente mi encuentro con el yanomami y el impacto
que me había causado. Santiago me comento que esta gente no se ha integrado en el sistema
como casi el resto de las etnias, es más; viven al margen, tienen sus propias leyes y es la etnia
que mayor reconocimiento tiene en la constitución bolivariana. Me explicaba, que si un
yanomami decidía remontar el río Orinoco desde su origen hasta su desembocadura, cualquier
ciudadano venezolano que se lo encontrase y le omitiese socorro o ayuda podría incluso ir a
prisión. Los Yanomamis habían sido la etnia más explotada, humillada y masacrada de
Venezuela y la nueva constitución les reconocía no solo sus derechos de ciudadanos
venezolanos sino también les protegía y les reconocía el derecho a sus territorios. El más
importante de ellos era el Parque Parima-Tapirapeco.

Según me hablaba Santiago mi curiosidad por esta gente se despertaba y mas necesitaba salir
de Ayacucho, una ciudad como cualquier otra, para adentrarme a la convivencia con estas
comunidades tan singulares que habían sobrevivido a los españoles del siglo XV, a los
esclavistas de siglos posteriores, a científicos sin escrúpulos del siglo XX y a evangelistas
explotadores que los engañaban para la extracción de oro que posteriormente se llevaban a
EE.UU. bajo la indiferencia de las autoridades pertinentes. Los Yanomamis se habían
fortalecido como etnia y habían conseguido mantenerse en su gran mayoría al margen de la
contaminación de su civilización por parte de los criollos, escondidos en la selva en
comunidades inaccesibles para cualquiera de nosotros, mimetizados en el entorno con sus
caras pintadas y palitos atravesados en sus mejillas, sus cortes de pelo a tazón y sus ojos
expresivos que sin hablar hablaban. Mas tarde los encontraría en su entorno y un mar de
sorpresas me ahogaría.

Un amigo de Santiago nos saco del sueño Yanomami cuando se nos acerco y comento que
habían puesto una bomba en caracas al Fiscal General del Estado Danilo Andersom. Era un
rumor que la televisión se encarga de verificar. Habían asesinado al Fiscal que llevaba los
casos contra los golpistas de Abril contra Chávez. La oposición había actuado.

De repente me sobrevino mi encuentro con Mark, el alemán que nos llevo a Sonia y a mí a
Caracas: ¿Estaría el implicado? Un escalofrió recorrió mi cuerpo.

Estábamos en pleno centro de Ayacucho, frente a la gobernación, y cientos de personas


acudían en manifestación espontánea clamando justicia. En sus manos, velas encendidas en
honor a un hombre que había hecho frente a los golpistas pro americanos y había pagado su
osadía con la vida. Estaba atónito sin saber muy bien que hacer o decir, la marea humana
estaba ocupando la plaza y dejando las velas en la puerta de la gobernación. En un bar
cercano retransmitían en directo imágenes del caso, explicaban la vida del fiscal y enaltecían
su figura. Jesse Chacon, el ministro de interior y justicia lamentaba su perdida a la vez que
intentaba calmar a las masas que habían tomado las calles céntricas de Caracas pidiendo
justicia. El cementerio donde enterrarían al fiscal estaba ya lleno de gente haciendo honores a
su persona y mas tarde, podría ver durante la retransmisión del entierro, como en primera fila
del velatorio, junto a las personalidades mas altas del estado se encontraban ciudadanos de a
pie que frente a las cámaras de televisión avisaban a la oposición de que no habría perdón.

Todo esto me sobrecogió de manera extrema. Pocos días después explotarían dos aviones del
ejército; uno con civiles de Ayacucho lo que haría del pueblo otro gran velatorio y el otro en el
aeropuerto de Caracas. En el pueblo se rumoreaba que habían sido sabotajes de los militares
corruptos pero la verdad nunca se supo.

Me despedí bajo la excusa de hacer unas compras. Lo vivido hasta el momento me había
hecho temblar y necesitaba pensar sobre ello. Ni estaba en mi país de origen ni podía evitar
identificarme con toda aquella gente pero mi sensibilidad había tocado limite y necesitaba
desconectar.

Me dirigí a un mercado en una de las avenidas centrales de la ciudad. Santiago me había


comentado el día anterior que había un español que tenia ganado en Manapiares5 y que todas
las mañana temprano salía hacia allá en su avioneta. Este español tenía una carnicería en el
mercado y me disponía a ir en su busca a ver si me facilitaba el viaje hasta allí. No tenia
destino fijo una vez saliese de Ayacucho así que bien podría empezar a explorar desde
Manapiares y luego ir bajando hacia el sur.

Pregunte en una carnicería y de esta me enviaron a otra varios puestos mas atrás. El
dependiente me indico que el señor no se encontraba en esos momentos pero me facilito su
teléfono y le llame.

Me presente como un turista de Madrid que me habían comentado de sus viajes matinales en
los cuales yo estaría interesado. Rafael, que así se llamaba, me invito a viajar con él a la
mañana siguiente sin problemas pero justo en ese momento recordé mi ropa la cual me
imposibilitaría viajar hasta pasados dos días. Le agradecí la oferta quedando en vernos en otra
ocasión pues hasta pasada una semana el no estaría de vuelta y yo no sabia donde ya me
encontraría.

Salí del mercado y me encontré de frente con una casa de apuestas de caballos situada en la
terraza de un primer piso de la cual salía un ruido ensordecedor del animador. Decidí subir a
tomar un café y ver este vicio para mi extraño. Una gran barra de bar presidía la entrada en su
lado izquierdo. Frente a mí, unas treinta mesas cuadradas llenas a rebosar de gente, todas
mirando hacia varios televisores colocados en paralelo a la barra, en los cuales se
retransmitían las carreras de caballos. Y al final, la taquillas donde se hacían las apuestas.

Me vino a la cabeza la película de “El Golpe” en la cual Robert Redfort y Paúl Newman hacen
de picaros y consiguen el golpe de su vida por la avaricia de un confiado apostante. ¡Cuantos
de estos se encontraban en esta sala!. Los caballos, al igual que en EE.UU. o en Gran Bretaña
tenían su cantera.

No me tome ni el café. Había quedado con Nancy para asistir a un desfile cívico militar en la
puerta del cuartel de la Guardia. Por primera vez la Guardia Nacional iba a celebrar su día con
los civiles de ayacucho, dando un cóctel y una degustación de carne en vara a sus habitantes.
La ciudad estaba invitada pero los ánimos no presagiaban mucha asistencia. De igual manera
nosotros asistimos, pues uno de los organizadores era amigo íntimo de mis anfitriones.

Pasamos la tarde noche hablando sobre indigenismo, Chávez, los EE.UU. y su hostilidad para
con el proceso, sobre los guerrilleros colombianos, etc. Lo social y lo político nos ocupó gran
parte de la velada. También apareció Liborio6 en la conversación y su fama de hombre
controvertido e imprevisible rumoreada en la ciudad. Aquí comencé a pensar que este estado
debía de tener mucha historia conocida por todos pero aparentemente inexistente; nadie
hablaba de ninguna problemática que le resultase cercana. La corrupción es algo practicado
por casi todos, por todos asumida y ante la que todos son indiferentes. Ni la nueva controlaría

5
Pueblo en el interior de la selva; estado de Amazonas.
6
Gobernador del Estado de Amazonas.
social, ni los nuevos aires de moral y vergüenza habían calado de momento en algunos
políticos.

Comenzaba a tirar del hilo de la realidad de en este estado y como no quería incomodar a mis
anfitriones pase ha hablar de otros temas mas banales.

Así pasamos la noche, entre vino, cócteles, carne en vara y buena conversación y compañía.
Me despedí para retirarme al hostal donde me daría una ducha y me dedicaría a estudíar mis
mapas. Necesitaba ver donde estaba Manapiares, que pueblos podrían ser posibles destinos
para salir de Ayacucho, y como llegaría hasta ellos. De momento no tenia casi nada claro,
únicamente que necesitaba salir ya de allí.

Echado en mí cama comencé a volar en mi interior intentando imaginar que sentiría rodeado de
vegetación, que nuevas satisfacciones me esperaban, que nueva gente conocería, y sobre
todo: si tuviese que viajar por el río, como mi cuerpo reaccionaría. Sobre el mapa, me daba
cuenta que las carreteras tenían su fin en Samariapo. De ahí en adelante solo podría viajar
sobre el agua.

Seguía sin ser consciente de mi nueva realidad.

Hasta ahora, el dinero me había valido para alimentarme, para dormir en colchones
medianamente cómodos, para refrescarme, para desplazarme, etc. Me empezaba a preguntar
si en esos pequeños puntos que mi mapa reflejaba el dinero me seria igual de útil. San
Fernando de Atabapo, Yavita, Maroa, San Carlos de Río Negro, las comunidades del caño
Casiquiare, Amanaben, San Felipe, Santa Bárbara, Tama-Tama, la Esmeralda,
Ocamo……..Pequeños puntos que solo habían aparecido en un mapa que había conseguido
en el Museo Etnologico de Ayacucho y porque me lo habían fotocopiado de otro, elaborado a
mano por un cartógrafo que hacia años trabajó allí.

¿Se podría comer el dinero? ¿Podría vivir sin camas confortables? ¿Serviría el trueque como
moneda de cambio por desplazamientos allá donde no encontrase otras vías? De momento no
habían talado todos los árboles, ni secado todos los ríos, ni comido todos los animales, ni
matado a todos los habitantes de la selva. Intuía que aprendería a vivir como la gente de esos
lugares donde me háyase y que a través del respeto y la comunicación no tendría ningún
problema.

Me dormí no sin antes planificar una primera incursión al inicio de la selva en Samariapo,
puerto de Ayacucho a un par de horas de distancia en autobús. Allá me podría hacer una idea
real de a donde me adentraría y las necesidades reales que el terreno me obligaría a tener en
cuenta.

17. Samariapo. Un mundo entre cuatro casas y diez barcas.

Me volví a despertar temprano siguiendo la tónica general del viaje y me fui a desayunar a mi
sitio ya elegido los días anteriores. No sabia muy bien donde debía de coger el autobús que me
llevase hasta Samariapo, pero lo que si sabia es que la dirección era hacia el Tobogán de la
Selva, atracción de origen natural que servia los fines de semana para que los jóvenes
acudieran en masa a bañarse en el río.

En la avenida principal había varias paradas de autobús y decidí esperar en una de ellas.
Pregunte a una señora que autobús me podría llevar y me oriento con acierto.

Llego mi autobús y me subí. No era el único extranjero del autobús, una pareja madura de
alemanes de sentaban en los primeros asientos.

El autobús salio de la ciudad, paso por el aeropuerto y seguidamente se dirigió camino del
Tobogán de la Selva, donde a la vera de una gran roca paro para que se bajase la gran
mayoría de los pasajeros. El tobogán era la vertiente de un río que por la inclinación y la base
musgosa hacia de pasatiempo para los turistas ocasionales. Únicamente yo y un indígena
seguimos camino hasta Samariapo.

Al llegar, nos encontramos con una alcabala del ejército en la cual nos tuvimos que identificar
tanto los indígenas como yo sin más problema que la molestia de tener que sacar el pasaporte
de mi mochila de mano.
Samariapo era un pueblo completamente artificial que se ajustaba a la transitoriedad de su
posición de muelle de pasajeros. Hasta él, dos líneas acuáticas de pasajeros llevaban
personas desde San Fernando de Atabapo hasta Samariapo y viceversa. No solo estas líneas
operaban, varios indígenas ofrecían sus bongos para ir hasta Isla Ratón o a alguna otra
comunidad no muy lejana. Rápidamente me di cuenta que no iba a tardar mucho en poder salir
desde allí hasta algún lugar río arriba. El pueblo lo componían cuatro casas que a su vez
hacían de tiendas de comestibles, de restaurantes y de bares. En la orilla del río, varias barcas
de tamaño medio estaban siendo cargadas de mercancías mientras otras de tamaño inferior
contenían familias enteras de indígenas. Por vez primera me encontraba con indígenas del
Amazonas sin saber a que etnia pertenecían. La familia estaba compuesta por dos mujeres de
edad muy avanzada, piel áspera y curtida, ojos profundos, bocas sin dentadura y arrugas que
marcaban el relieve de los años. Cuatros niños desnudos revoloteaban a su alrededor con una
sonrisa inocente mientras dos adultos cargaban los bultos que debían de ser la compra
realizada en Ayacucho.

Me senté en el exterior de uno de los bares frente a la orilla y con una cerveza en la mano para
apaciguar el calor me dedique a observar la orilla de una punta a otra. El paisaje y sus
componentes no tenían desperdicio. Si hubiese sido sociólogo, solo en este punto podría haber
encontrado materia suficiente para realizar una tesis doctoral sobre la selva y sus habitantes.

Pescadores, transportistas, chóferes ocasionales, indígenas de etnias diversas, patronos de


barco, porteadores. Todos se fusionaban con el paisaje de una manera magistral. Imaginaba
sobre las diferentes vidas de unos y otros, fantaseaba sobre sus orígenes. En el caso de los
indígenas la atención fue mayor. Me impresionaba que las familias viajasen enteras para hacer
las compras; los ancianos, los jóvenes, los intermedios y así hasta cerca de veinte personas
por bongo. Yo mismo los bautice como familia al ver el trato que entre ellos se infligían. La
manera ordenada de trabajar, la suavidad en las relaciones que se daban entre ellos, la libertad
que daban a los niños y el sentimiento súper desarrollado de comunidad que mostraban me
decía que la convivencia con estas etnias iba a ser de lo más educativa.

Al no aguantar mas me levante y me dirigí a la orilla para preguntar a uno de estos indígenas
por el destino que llevaban. Me contesto diciéndome que se dirigían a una comunidad Piaroa
río en el río Cuao. El acercamiento me sacio varias dudas. Eran indígenas de la etnia Piaroa y
no todos hablaban castellano. Tanto los niños como las ancianas no me entendieron cuando
pregunte pero me sonrieron con curiosidad y aceptación. Los adultos no curiosearon sobre mí,
ni tan siquiera se interesaron. No así los niños que tocaban mi llamativa mochilita y mis
pantalones como si no hubiesen visto nunca algo similar. Sonriendo me alejé para no molestar
a los adultos que me miraban con recelo. Imagino que se preguntarían para ellos lo que a mi
no me quisieron preguntar.

Comparaba para mí el tipo de relaciones que se daban entre los indígenas y lo comparaba con
la manera de relacionarnos que tenemos en Europa. A ellos se les veía sin miedo, con la
claridad de quien se sabe querido y aceptado, de quien sabe cual es lugar dentro de su
sociedad, se les veía a gusto y felices, resignados a su vida colectiva y para su colectivo,
adaptados sosteniblemente al entorno. Pensaba como nos comportábamos entre nosotros en
Europa; miedosos y cobardes, vendiendo nuestra vida en la economía insostenible de
subsistencia, abandonando a nuestras familias, rodeados de bienes materiales inútiles,
sumergidos en las necesidades infinitas, sin conocimiento del amor colectivo y marginando a
quien lo encuentra. La tristeza se apodero de mi al saber que ese era mi punto y final del viaje,
la vuelta a la jungla del asfalto donde las personas son anónimas dentro de sus comunidades
de hormigón, donde uno no importa, donde a uno le cuidan y tampoco nadie duda en decirle
que molesta, la vuelta al mundo de los seres fríos y grises, donde se compra el prestigio y se
comercializa con las personas como si de meros productos se tratasen. ¿Quién cargaría con la
anciana del bloque? ¿Quién pescaría para dar de comer a los niños del vecino? ¿Quién
compartiría su comida con el vecino de enfrente?

Imagine que los indígenas que tenía delante de mí, formarían un núcleo de origen de
civilización y me preguntaba: si ése era el origen, ¿el progreso consistiría en la
desestructuración de la comunidad por el individualismo?

Me volví a sentar, esta vez a la orilla del río donde el muelle de las líneas de transporte se
situaba. Tenía junto a mí, en el lado derecho, a un señor con pelo rizado y gorra echando un
cigarro y aproveche para pedirle fuego. Tenia aspecto de venezolano pero al presentarse y
ofrecerme su mano me di cuenta que el acento era diferente de los que antes había
escuchado. Entablamos conversación y resulto ser colombiano cuya misión era esperar tres
días en el puerto a que volviese una delegación de salud que había venido a traer hasta
Samariapo. Dicha delegación venia desde Inirida7 a la prisión de Ayacucho para visitar a los
presos colombianos y conocer su estado así como medicarlos en su caso.

El lanchero había sido contratado para singular viaje. Llevaba dos días ya de espera haciendo
vida en este espacio de transitoriedad y al día siguiente debía de partir cuando llegasen los
delegados. Le comente si le importaría llevarme a mí también ofreciéndome para ayudarle en
lo que hiciese falta a lo que accedió. Ahora serian los delegados que le habían contratado los
que tendrían que dar el visto bueno atener un nuevo pasajero.

Si todo salía bien y salíamos puntuales a las once de la mañana, podríamos llegar a San
Fernando de Atabapo a las siete de la tarde, antes de anochecer. Hice mis cálculos y el viaje
duraría entre nueve y diez horas Orinoco arriba.

Mis pelos se pusieron de punta. Nunca antes había navegado tantas horas ni me había
imaginado en una situación así.

Seguimos hablando banalmente a la vez que no perdía de vista el bongo de metal que tenia
vecino al que nos llevaría al día siguiente a nosotros. En ese bongo se hacinaban en hamacas
siete indígenas jóvenes de la etnia warekena. Desde las hamacas lanzaban cordel con
anzuelos al río y en pocos minutos conseguían sacar pescado para alimentarse, pescado que
iban metiendo en un recipiente con hielo. Esto me despertó de repente esas nuevas
necesidades que intuía se me iban a generar. Si un viaje de dos horas en lancha (dos horas
desde Samariapo hasta San Fernando en voladoras) tardaría en hacerlo en un bongo de metal
con un motor de cuarenta caballos casi diez horas, necesitaría una hamaca, cordel y anzuelos
para mantenerme en los ríos. Seguramente tendría que confrontar viajes de varios días mas
adelante.

Incite al lanchero a que me hablase de su vida antes de despedirme de él para saber algo más
de con quien realizaría mi viaje. Me intrigaba el saber sus orígenes, como había llegado a ser
lanchero de alquiler y si tenia familia y demás. Era de aspecto frágil así que plantee mis
inquietudes de manera que se sintiera cómodo hablando.

Nunca imagine que iba a ser tan interesante este hombre. Era proveniente de la provincia de
Santander al norte del país. Durante años había tenido que soportar el chantaje, el robo y los
asesinatos en su aldea por parte de los Paramilitares8. Habían asesinado a su hermano y a uno
de sus hijos, y cuando le prendieron fuego su casa decidió salir de la región con su esposa y
refugiarse en Inirida. En esta ciudad llevaba tres años y había vuelto a conocer lo que era vivir
tranquilo.

Después de esta breve exposición que me hizo y de contarle algo sobre mi vida y mis viajes
pasados, me despedí de mi nuevo amigo y me subí al autobús que acababa de llegar y ya casi
marchaba destino Ayacucho. Debía de comprar una hamaca ligera, el cordel y los anzuelos
antes de que cerrasen.

Había pasado la mañana y parte de la tarde en Samariapo y me había instruido lo suficiente


para hacerme una ligera idea de que hacer, como hacerlo y sobre todo; de que me iba a
encontrar río arriba.

El río Ventuarí, el cerro Autana (origen de la vida según leyendas indígenas), el río Culebra, el
alto Orinoco, el río Atabapo, el río Guainia, el río Guaviare, el río Cuao, etc. Todos puntos de
destino desde Samariapo, destinos llenos de vida en su profundidad.

Vida anónima, culta a su manera y sobre todo sostenible y mimetizada con el entorno.

18. Amanaben.

7
Ciudad de Colombia a orillas del río Inirida.
8
Cuerpos armados por el gobierno para luchar contra las FARC. Hoy día unos grupos están en fase de
desarme y otros andan sin control a lo largo Colombia ahondando el conflicto armado en el país.
Regresé a Ayacucho justo antes de que cerrasen las tiendas. No me fue difícil encontrar una
hamaca ligera y un par de rollos de cordel para pescar con sus respectivos anzuelos. Hice la
compra y me pase a ver a la anciana que me había atendido la ropa. Un día antes de lo
previsto pude recoger mi ropa y preparar la mochila para partir a la mañana siguiente.

Gasté el resto del día paseando e intentando encontrar los puntos negros de la ciudad, sin
mucho éxito. Había quedado por la noche con Nancy y con Santiago para despedirme así que
debía de hacer tiempo hasta que ellos acabasen su jornada diaria.

Comenzaba a anochecer y decidí acercarme a cenar a uno de los muchos restaurantes


regentados por árabes de la ciudad. La oferta del día era un pollo entero con un refresco de
litro por cinco mil bolívares, lo que me parecía bastante económico y me deje llevar por el
anuncio.

Pensaba en los pocos turistas que se veían en la ciudad. Solo me había encontrado con la
pareja de alemanes del autobús en los dos días que llevaba por Ayacucho. Antes de sentarme
a cenar, me había dirigido a un par de agencias de ecoturismo que tenían sus sedes en la
ciudad a ver si encontraba algún mapa mas detallado de la zona amazónica. Las agencias
estaban cerradas. La principal atracción que estas ofertaban eran excursiones de varios días al
cerro Autana, el origen de la vida. Este cerro había sido el protagonista de varios libros que
muchos de nosotros habíamos leído de pequeños. Supuestamente, en él se encontraba “el
árbol de la vida”. Un árbol milenario en lo alto del cerro el cual había sobrevivido a todos los
acontecimientos atmosféricos en estos miles de años, además, había protegido a los indígenas
de las comunidades vecinas de tantos males que son inimaginables; los Warekenas, los
Yekuanas, los Piaroas, hacían ofrendas al cerro en diferentes épocas del año por los cuidados
que recibían de él.

Al terminar de cenar me di cuenta que llegaba tarde al encuentro con mis amigos. Apresure el
paso y al llegar al punto de encuentro me di cuenta que Santiago no estaba. Nancy me explico
que como participante y organizador del Foro Social Amazónico, se había tenido que marchar a
Brasil, sede ese año del Foro. Santiago me había comentado en nuestro encuentro en San
Félix de este foro invitándome a asistir como observador teniendo así la oportunidad de
conocer a todas las etnias indígenas representadas en él. La idea me resulto en su momento
atractiva pero no entraba en mis planes de viaje.

Lamente la no presencia de Santiago pero eso me dio la oportunidad de conversar con Nancy,
que hasta el momento no había tenido ocasión. Nancy trabajaba en una escuela de pedagoga
y a la vez tenia que asumir la mayor parte del tiempo el cuidado de su hijo, niño ya de unos
siete años. Esto la había apartado del mundo del activismo. Hablamos sobre los diferentes
conceptos y valores que estaban pujando en Venezuela. Nancy me explicaba la opinión que
tenían de la familia los americanos los cuales les acusaban de mal criar a sus hijos por vivir en
una casa hasta varias generaciones e incluso, acoger en sus casas a vecinos, indígenas y a
casi cualquier persona que pasase. Nancy, y creo que la mayoría de los venezolanos,
recriminaba a los americanos por su insensibilidad y falta de cariño y aprecio para con sus
familias. Según ella, eran un pueblo horrible, de jóvenes metían a sus hijos en escuelas
durante todo el año viéndolos de cuando en cuando, delegaban la educación de sus hijos a
personas extrañas. De mayores, los hijos metían a sus padres o abuelos en residencias para
que no molestasen. Expresaba autentico pánico en sus palabras.

Me adentre en mis pensamientos intentando hacer alguna valoración de lo que estaba


escuchando. Ciertamente, en el tiempo que llevaba en Venezuela, había podido observar ese
sentimiento colectivo, no solo para la familia sino también para con los vecinos y los extraños
en general. Todos cuidaban de todos. Solo en las grandes ciudades, Caracas o Maracay por
ejemplo, esto pasaba más desapercibido. Los valores del imperio habían calado. En estas
zonas más rurales esos valores de solidaridad y amor parecían puros. Mas adelante conocería
casas donde vivían hasta seis personas de las cuales solo tres eran familia biológica, las
demás eran indígenas que un día pasaron y se quedaron a formar parte de esa vida colectiva.

Los modernos, americanos y europeos, delegábamos en instituciones o comprábamos con


dinero las atenciones requeridas. Algo que en esta parte del mundo resultaba abominable e
inhumano.

Nancy me hizo pensar sobre cosas de las cuales yo era participe de alguna manera y nunca
antes había visto desde esta perspectiva. También me dio una argumentación diferente de la
necesidad del proceso bolivariano. El motor del proceso bolivariano no era solo el económico,
sino también los nuevos valores enfrentados radicalmente a los valores de los países más
“modernos”. Se proclamaba la necesidad de una nueva humanidad, de que se parase el
mundo, de que no era necesario progresar y avanzar a costa de todo, que las pequeñas cosas
también requerían su tiempo y tenían su belleza. Los venezolanos habían llegado a tal punto
de locura los años anteriores que ahora veían otras necesidades. Querían volver a confiar,
querían volver a sentir miedo únicamente por las películas de terror o por los sapos y no por la
violencia importada de otros sitios, querían recuperar lo perdido. No concebían que los
derechos humanos fueran únicamente para estafadores, asesinos o torturadores y que para los
ciudadanos honestos o menos pudientes solo existieran deberes ilimitados.

Nancy me hizo una reflexión tan profunda que lamente no haber dedicado mas tiempo a hablar.
Me decía;

¿Qué paso con nosotros? Profesores maltratados en las aulas, comerciantes amenazados por
traficantes, rejas en nuestras puertas y ventanas.

Así de contundente se mostraba Nancy dejándome perplejo por la claridad de ideas mostrada y
sumido en un cúmulo inacabable de contradicciones.

Nos despedimos con un abrazo y deseando volvernos a encontrar en un futuro.

Marché al hostal a darme la ducha de todos los días y descansar, pues al día siguiente
comenzaba una nueva aventura en mi vida, el remonte del Orinoco.

Amaneció y los primeros rayos del sol entraron por la ventana de mi habitación. Eran en torno a
las seis de la mañana y me puse en marcha a la parada de autobús. Todo era entusiasmo en
mí. El primer viaje en bongo por el Orinoco además con gente tan interesante como médicos
de prisiones hacia que la experiencia a vivir se saliera de lo común siguiendo con la tónica de
encuentros con diferentes tipos de personas de manera aleatoria.

Llegué a Samariapo a las nueve de la mañana y ahí estaba el lanchero colombiano esperando.
Me ayudo a bajar la mochila del pequeño bus y la echo en la proa del bongo. Un bongo que
medía doce metros de largo por dos y medio de ancho en su parte más holgada. Juntos
esperamos la llegada de los delegados de salud colombianos, echando unas cervezas para
aliviar el sofocante calor.

Tuvieron que pasar dos buses más hasta que aparecieron los delegados. Me observaban
dentro del bongo con cara de sorpresa. Al ver que nadie hacia las presentaciones, decidí coger
la iniciativa y presentarme a mi mismo y mis intenciones de viajar con ellos, a lo que ninguno se
opuso; mas bien celebraron el tener nueva compañía en tan largo viaje. De hecho, no era el
único polizón del bongo. Con ellos venia una joven colombiana que habían encontrado en
Ayacucho y se dirigía a una comunidad indígena en el lado colombiano del río a supervisar un
proyecto que una fundación sita en Bogota desarrollaba allá.

La distribución del espacio se hizo de la siguiente manera. En la parte más cercana al motor,
nos situamos el lanchero y yo que ya habíamos hecho química. En el espacio cubierto del
bongo se colocaron los delegados y la nueva polizón colgando sus hamacas de un lado al otro
del bongo. Y en el frente, todo el equipaje. Yo mantuve conmigo mi pequeña mochila de mano
y colgué mi hamaca por encima del depósito de combustible permitiéndome hablar tanto con el
lanchero como con los delegados haciendo de puente entre ellos.

Salimos de Samariapo con destino Inirida. Habría que hacer dos paradas obligadas por el
camino: una para dejar a la cooperante en su comunidad, pasado Isla Ratón y otra para
dejarme a mí en San Fernando de Atabapo.

El camino inicialmente transcurrió tranquilo. Tuve que ser yo quien tomase la iniciativa de
hablar con los delegados, ellos al fin y al cabo tenían muchas cosas en común; habían
estudiado medicina, vivían en Inirida y trabajan en lo mismo. Tanto el lanchero como yo, nos
sentíamos al margen de su pequeño grupo y decidí romper el hielo y provocar una
comunicación fluida que nos incluyera a nosotros dos también. Irrumpí en la conversación
pidiendo opinión sobre los sitios que quería conocer y saque varios nombres que yo sabia eran
conflictivos lo que provoco que toda la atención se dirigiera hacia mí. Primero comenzó ha
hablar la persona que por edad, yo entendía debía ser el coordinador del grupo,
aconsejándome que cambiase la ruta por encontrarse las FARC en aquella zona. Me habló de
los secuestros a europeos, lo cual utilizaba las FARC para darse a conocer, presionar al
gobierno de Uribe y recaudar fondos para su causa. Seguido a esté, otro de los acompañantes
intervino para explicarme como funcionaban los controles. Esté se extendió mas y me hablo de
los diferentes controles que debía de encontrarme y como confrontarlos. Las FARC, el ejército
y los paramilitares tenían sus propios puestos de control en carreteras, ríos y provincias
enteras. La visión que este personaje me dio del asunto era de cómo si hubiera un acuerdo
tácito entre el gobierno y los grupos armados para repartirse territorios donde unos y otros
tenían influencia. Mientras hablaba este hombre, los demás asentían confirmando sus
palabras.

Por primera vez en el viaje, alguien me hablaba del conflicto colombiano desgranando la
realidad. En Puerto Carreño no tuve ocasión, y deje esa ciudad pensando que debía de ser el
centro de operaciones de una de las facciones en discordia. Personalmente tenía interés por
encontrarme con algún bando guerrillero y poder recoger su visión de la sociedad y del estado
de las cosas en su país, fuera de propagandas baratas o cuadros de captación y por lo que me
estaban comentando estos compañeros, tendría ocasión en algún punto del viaje de satisfacer
mis deseos.

No sentía miedo ante la posibilidad de un secuestro o un encuentro de especial violencia. Tenia


la auto confianza en pleno apogeo, sobre todo cuando miraba hacia atrás y veía los encuentros
que ya había tenido los días pasados. Especialmente cuando recordaba las palabras de mas
de una persona previéndome de robos y atracos en aquellos lugares donde quería adentrarme
para que desechase el deseo de ir. Esos lugares en los que luego se comportaron conmigo con
excelente nobleza. Mi capacidad de adaptación había sido espectacular y eso hacia que mirase
al frente con especial optimismo e ilusión.

Pasamos Isla Ratón y seguidamente nos encontramos con los Raudales de Atures donde el
bongo, tal vez por su peso extra tanto de pasajeros como de equipaje, sufrió bastante para
superarlos. El motor comenzó a echar humo blanco y mi ignorancia me daba tranquilidad. No
así la cara del lanchero que se batía con la dirección del motor intentando encarrilar el bongo y
mantenerlo recto. Pasaron varios minutos hasta que conseguimos atravesarlos. Desde este
punto se veía a lo lejos el Cerro Autana, una gran mole de piedra que se erigía hacia arriba por
encima de la frondosa vegetación. La vista comenzaba a ser impresionante. Decidí subirme a
la parte cubierta del bongo para así disfrutar del silencio del motor, ya que ahí no se oía, y de
paso observar los monos y diversos animales que habitaban en la orilla derecha del río. El
paisaje desde aquí arriba era increíble; una gran masa vegetal cubría ambos lados del río y
podría existir una distancia aproximada de unos ochocientos metros de distancia. Era algo así
como un gran lago si final en el frente. De vez en cuando se vislumbraba un final al frente lo
que indicaba que venia una curva pronunciada. El bongo nunca caminaba en línea recta. De
esquina en esquina hacia diagonales como una técnica para evitar piedras y ahorrar gasolina.

Al rato de estar sobre la cubierta, decidí bajar a al interior por la imposibilidad de aguantar el
sol. Mis compañeros se encontraban envueltos en medio de una partida de domino a la cual
me invitaron a participar. Acepte con mucho gusto. Así transcurrió las siguientes horas del
viaje. A eso de las cinco de la tarde, vi en la cara del lanchero un gesto de preocupación. El
motivo era que no estaba seguro de llegar de día hasta San Fernando de Atabapo tan siquiera
así que ni se planteaba finalizar en Inirida. Ajeno a las consecuencias, seguí con la partida.

En las horas que llevábamos de viaje no había hablado todavía de los enfermos a los cuales
mis compañeros venían de visitar y pregunte por ellos. El coordinador, un gordito con gafas de
unos cuarenta años de edad, me comento que eran mineros que habían sido detenidos en el
cerro yapacana, donde había una mina ilegal de oro y se encontraban en espera de juicio. -
Otra mina-, pensé recordando a El Dorado. Este dato hacia mas interesante mi incursión en el
territorio amazónico. Son muchas las noticias que hacían notar la deforestación del amazonas
pero ninguna hacia referencia a Venezuela, todas hablaban de Brasil como el principal territorio
explotado. Esta noticia aumento mi curiosidad por adéntrame más al interior: hacia allá me
dirigía.

Comenzaba a anochecer y a lo lejos distinguíamos unas luces que nos decían que estábamos
llegando a San Fernando. Hacía pocos minutos que nos habíamos salido de río Orinoco para
comenzar a ascender por el Atabapo, río que daba apellido a San Fernando. Comenzaba a
pensar donde podría colgar mi hamaca al llegar a puerto cuando en vez de virar y dirigirnos
hacia las luces, el lanchero se dirigía en dirección opuesta, hacia la orilla derecha. Había
surgido un problema, el puesto de control de la Guardia Nacional ya había cerrado y no podían
ni salir ni entrar barcos en puerto. Debía de hacer noche en el lado colombiano, en un pequeño
pueblo llamado Amanaben.

El lanchero ancló el bongo y todos descendimos a estirar las piernas. Un bar que hacia a su
vez de restaurante nos sirvió de excusa para tomar una cerveza y despedirnos. El resto del
pasaje debía de continuar viaje durante algo más de una hora en la oscuridad del río Inirida
hasta su destino, la ciudad que daba el nombre al río.

Decenas de fantasmas se paseaban entre la oscuridad por este pueblo que en pocos minutos
descubriría, daba cobijo a gallinpeiros colombianos y brasileños. Ahí en medio me veía yo, con
mi mochila de setenta y cinco litros, mi pequeña mochila de mano y con el cansancio
acumulado de la restricción de movimientos que el viaje imponía. Cené en este amago de
restaurante y como no se veía nada por la oscuridad del lugar, pregunte por una residencia o
algo similar para dormir. Me indicaron cinco casas mas adelante bordeando el río y allí me
dirigí. No me percate de un detalle que daría a este pueblo un encanto especial, las casas
estaban elevadas del suelo entre dos y tres metros con mástiles macizos que las hacían ser
seguras en épocas de lluvias o de crecidas del río.

Llegué a una casa de madera con una pequeña terraza exterior y al llamar a la puerta apareció
una mujer joven, delgada y con aspecto de haber salido de un largo letargo. Con cara de
sorpresa me pregunto que deseaba y le pedí una habitación a la cual me llevo con cara de
incredulidad. Ya me había dado cuenta que no era el tipo de clientes que solían tener pos estos
lugares, así que sin decir nada seguí a la mujer por un pasillo hasta una habitación diminuta
que me ofreció por cinco mil pesos, los cuales pagué en bolívares.

Hasta el momento no había tenido ocasión de dormir en una habitación tan pequeña con
avisperos en cada esquina. Me quede inmovilizado por completo al ver el lugar donde debía de
pasar la noche. Me imaginaba atacado por un ejército de avispas, comido por sapos o ratas de
campo o atacado por culebras venenosas. Un ataque de pánico se apodero de mí y para
romper el miedo me puse en movimiento. Deshice la mochila y lo primero que saque fue la
mosquitera que colgué del techo y deslice por ambos lados de la cama, saque los spray
repelentes de insectos y me bañe en ellos pensando que me evitarían picotazos, el olor que
desprendía era tan desagradable que ni yo mismo lo soportaba. Esto me dio tranquilidad, si no
aguantaba yo el olor menos lo soportarían las avispas. En estas condiciones me metí en la
cama justo en el momento que la luz se apagaba por completo a las nueve de la noche. La
casa se alimentaba eléctricamente con un generador, como todas las casas del pueblo y a las
nueve de la noche se hacia la noche cerrada y solo los vivos caminaban por el pueblo.

A la mañana siguiente, me despertó el ruido del generador. A las cinco de la mañana, a la vez
que amanecía, el generador empezaba a funcionar para que los mineros se duchasen antes de
tener que sortear a las “pirañas”9 para acceder a la mina. Mina ilegal situada en el cerro
Yapacana sobre la cual caía una terrible leyenda de robos y asesinatos. Leyenda sobre la que
más tarde me informaría por alguien que fue protagonista de la misma y salvo su vida por
casualidad.

Salí de la residencia con mis cosas y me paseé por el pueblo. Las calles del pueblo estaban
conformadas por pasillos de madera, elevados del suelo unos dos metros. La sensación de
caminar sobre estas calles me hacia sentir extraño. Una iglesia era el destino de la mayoría de
los caminos sobre puestos. Iglesia cerrada en la cual figuraba un cartel anunciando el año de
edificación; mil novecientos cuarenta y dos. Desde un punto de uno de estos pasillos, divisaba
como tres bongos de madera cargados con unos diez pasajeros cada uno y sus bultos
correspondientes, se adentraban en la fusión del Orinoco y el Atabapo en busca de la mina.
Los puestos fronterizos y las respectivas guardias no habían comenzado sus turnos lo que
facilitaba que los mineros consiguieran su objetivo. Como ya había conocido este mundo de las
minas en la zona de El Dorado, no me apetecía volver a revivirlo por la dureza del mismo así
que me fui al muelle del pueblo a esperar la llegada del primer bongo con destino San
Fernando de Atabapo en el lado venezolano del río. Días más tarde, conocería la otra cara de
Amanaben, esa cara que ha hecho de Colombia uno de los países mas militarizados del
mundo. No solo Colombia es exportadora de café o coca, también es importadora de petróleo y
gasolina. Esta zona era propicia para vivir una experiencia clandestina y conocer a sus
protagonistas. Coca, gasolina y oro, eran los bienes mas preciados en esta parte del planeta y

9
Lanchas rápidas del ejército Venezolano o colombiano.
casi por casualidad me encontré la posibilidad de vivir la manera de entender la vida de los
mercaderes del río.

19. San Fernando de Atabapo. Los Mercaderes del río.

A las seis de la mañana comenzaron los servicios de línea de un lado al otro del río. Pagué mi
pasaje con bolívares y accedí a un bongo con techo de palma que me llevaría hasta el otro
lado.
Al llegar a San Fernando tuve que presentar mi pasaporte en la alcabala del puerto donde una
pareja de guardias nacionales organizaban a la gente y sellaban lo que mas tarde descubriría
era el visto bueno al transporte de mercancías.

En el puerto se hacinaban bongos de todos los tamaños y las dos voladoras que prestaban
servicio desde San Fernando hasta Samariapo. Una de ellas estaba ya cargando gente para
partir a las siete de la mañana.

Estaba desorientado. De espaldas al río me encontraba en el frente con la entrada a un nuevo


núcleo urbano, donde la presencia de indígenas era mayoritaria. Indígenas que se les veía
caminar como perdidos por el puerto en busca de no se sabe muy bien qué. Una amplia terraza
en el frente a mi izquierda, hacía de balcón donde ya desde primera hora del día, los curiosos y
desocupados sujetaban la barrera apoyando su cuerpo. En mi lado derecho encontraba uno de
los cuarteles de la Guardia que abarcaba unos ciento cincuenta metros y seguido a él, el
depósito de gasolina fuertemente escoltado por el ejército.

Me decidí a adentrarme en el pueblo subiendo por la rampa de acceso y me encontré en la


plaza Simón Bolívar. Plaza que ya a estas horas denotaba un trasiego de niños e indígenas. La
plaza albergaba varias tiendas de comestibles, un cuartel del ejército, una iglesia y una
escuela. La escuela daba lógica a tantos niños y niñas con uniformes azules. Me senté en un
banco a observar a mí alrededor intentando clarificar ideas. Se notaba que no estaba en un
pueblo cualquiera, aquí todo se reducía al mínimo: las posibilidades de comunicación, la
comprensión a la hora de hablar con alguien, las posibilidades de desplazamiento, etc.

El pueblo debía de tener no más de dos mil habitantes entre la gente de las comunidades
adyacentes, los residentes en el núcleo urbano y los militares. Para apaciguar el sentimiento de
desorientación, decidí ponerme a funcionar; debía de encontrar un sitio para alojarme, un lugar
con conexión a Internet y teléfono para comunicarme con mi familia y debía de comenzar ha
hacer amigos que me posibilitaran conocer mejor el lugar. Pregunte a la Guardia Nacional
situada en el puerto por una residencia y me puse a caminar por las indicaciones que me
habían dado. Como si un ángel de la guarda mirase por mí, en una de las calles me abordo un
joven de unos diecinueve años que al verme cargado con los bultos me preguntó mi país de
origen. Resulto ser un joven criollo que llevaba casi toda su vida en San Fernando, sitio al que
había venido con su madre. Era mecánico y tenía un taller en el pueblo. Marco, que así se
llamaba, me invito a dormir en su casa y a enseñarme rincones del pueblo. Marco se
convertiría en mi amigo visible y en la persona que me abriría el camino a conocer a los
lugareños.

Llegamos a su casa, casa que a la vez era taller mecánico envuelto en el caos. Las
herramientas se hacinaban por el suelo y sobre las mesas al igual que las piezas de los coches
que almacenaba en el porche de la casa. Marco dormía en una cama pequeña y para mi colgó
una hamaca hecha de moriche de una punta a otra de la habitación a forma de litera por
encima de su cama. Una vez ubicados me invito a desayunar en el bar del aeropuerto
regentado por el “portu”, un portugués que llevaba treinta años residiendo en Venezuela y a
parte del oficio de hostelero tenia otros negocios. Desayunamos y ese día entero lo pase con
Marco. Me presento a los dueños de una de las empresas que operaban con lanchas destino a
Ayacucho. Me invito a comer en la casa de su tía, una criolla que vivía con dos indígenas de
invitadas permanentes que al pasar un día por delante de la puerta de su casa se quedaron, su
hija y la hija de una vecina. La hija, una atractiva joven de dieciocho años tenía unos ojos
espectaculares, negros como el carbón que acompañaban a son a la bella sonrisa que nunca
borro de su cara en mi presencia. Cual fue mi sorpresa al descubrir que la hija de esta señora,
prima de Marco, tenía una criatura de tres años.

Me ofrecieron para comer pollo y una especie de empanadas envueltas en una hoja de palma
atada con una cuerda.
Después de comer, sentía que debía de corresponder a tan agradable familia y marche con
Marco en busca de unos helados para tomar un postre. Así pasamos el medio día y como si de
España se tratase, la ciudad se paró hasta la tarde. Paseando por las calles de San Fernando,
me daba cuenta que en el interior de las casas unas cuerdas tensas se movían, eran las
hamacas balanceando a sus moradores en forma de siesta.

Volvimos a casa de Marco, ese día lo tomo libre para enseñarme la ciudad, presentarme entre
sus amistades como un amigo de España y bombardearme a preguntas sobre mi vida,
inquietudes y sobre Madrid, ciudad que quería visitar para hacer dinero y volver como un señor.
Le debía de alguna manera ese tiempo y respuestas acordes a sus deseos. El haberle
conocido me había permitido caminar solo por la ciudad sin la sensación de perdido, al fin y al
cabo ya no era un extranjero ni un turista, era el amigo de Marco y la gente a la que me había
presentado me trataba ya como uno mas de la familia.

A la tarde noche, fui a comprar una botella de ron Santa Teresa la cual nos bebimos entre risas
y bromas antes de caer borrachos y rendidos en la cama y en la hamaca respectivamente.

A la mañana siguiente, decidí hacer una excursión a Inirida y dejar a Marco trabajar en lo suyo
sin que sintiese que de alguna manera se debía ocupar de mí. Desde el puerto salían
voladoras que me llevarían hasta allí en poco más de medía hora. Al llegar, un control del
ejército colombiano nos daba la bienvenida. Mi pasaporte ya con mi visado me abrió las
puertas y los buenos deseos a mi estancia por parte de los militares. No sabía muy bien que
me encontraría en esta ciudad, únicamente los comentarios que los delegados de mi anterior
viaje habían hecho de la ciudad me servían de referencia.

Al salir del puerto para adéntrame en el núcleo urbano, un gran miedo me sobrevino al ver una
torreta con un cañón asomando en su punta. Las imágenes grabadas que me había traído de
Carreño me volvían a la cabeza imaginándome otra ciudad igual. Tras un breve paseo y un
café en un pequeño puesto callejero, volví al puerto y retorné a San Fernando. No quería volver
a pasar por el vacío total y no podía esperar mucho más de las ciudades fronterizas sino iba
con alguien que conociera el terreno y me integrase de alguna manera.

Llegue hasta San Fernando de nuevo, a las dos horas de haberlo dejado y como tenia todo el
tiempo del mundo para mi, decidí apoyarme en la barrera de la terraza del puerto a observar.
Uno de los guardias, de turno en el puesto fronterizo, se fijo en mí y vino derecho a charlar
conmigo. Después de las cuatro preguntas de rigor (edad, país, motivo del viaje, etc.), y las
correspondientes respuestas a mi antojo y conveniencia, me ofreció sentarme con ellos y
charlar tomando unos refrescos. Refrescos que invite yo, a cambio de poder observar de cerca
el trato que les dispensaban a los mercaderes del río, indígenas y transeúntes (no pocos en
estas latitudes). Charlamos de mujeres, de política, de alcohol y de muchas otras cosas
banales y sin importancia para mí. Lo que para mi si era importante era ver el uso que se hacia
del tener poder en territorios sin ley. Saque el tema de la dichosa mina del Yapacana y al sentir
los oficiales la suficiente confianza dejaron de ocultarse en sus practicas. Me confirmaron que
era una mina tolerada desde los mandos, de vez en cuando hacían alguna redada casi siempre
coincidiendo con la llegada de alguien de Caracas pero que por lo general se les dejaba
trabajar; eso sí, debían de pagar el impuesto al teniente, que oscilaba entre cien mil bolívares si
se era venezolano hasta trescientos mil bolívares si se era de otra nacionalidad. Empezaba a
alucinar que un Guardia me hablase claramente de la corrupción pero eso no era todo lo que
debía de ver u oír. Llego una lancha desde Inirida cargada de pasajeros y a la vez que
entregaban su cédula y agarraban un numero que la Guardia les daba, que debía de ser como
el permiso para transitar en el día por el pueblo, con la cedula entregaban unos billetes de diez
mil bolívares a forma de soborno que la Guardia cogía gustosamente. Con los barcos de
mercancías pasaba algo parecido. Para que pudieran salir de puerto y seguir su trayecto,
debían de tener sus papeles sellados y eso costaba una parte de la mercancía. El robo más
salvaje me tocaría presenciarlo mas adelante, en el puesto del ejército poco antes de llegar a
Yavita. Un tercio de la mercancía de un bongo que llevaba cincuenta millones de bolívares en
provisiones, jamás llegaría a su destino.

En ningún momento tuvieron escrúpulo alguno por estar yo presente, generándome unos
deseos tremendos de haber intercedido pero sabiéndome inútil en esa situación y momento.

Al darse cuenta uno de los guardias que estaba pendiente de sus chanchullos, se limito a
decirme que era lo habitual. Que su salario de trescientos mil bolívares no les alcanzaba y que
esta era la forma habitual de complementarlo.
Yo no dije nada, me limite a asentir y me despedí a comer a una terraza que ofrecía una parrilla
espectacular.

Me senté en una mesa y frente a mí tenia una tienda Mercal10 cuyo dependiente al fijarse en
mí, vino a compartir mesa conmigo. Hablamos poco, era como si la compañía silenciosa lo
dijese todo sin necesidad de palabras. Comimos juntos y con las mismas nos despedimos con
un hasta luego. A la que se levantaba este señor, un insecto verde y grande vino ha hacerme
compañía durante el café posándose sobre la mesa, una Amantis Religiosa hacia una llamada
a la belleza y me recordaba que había una enorme iglesia en el pueblo donde tal vez me
encontraría a un Cesar o a un Matías. La Amantis me acababa de ayudar a trazar mis próximos
pasos.

En la vicaria de la iglesia pregunte por el cura y me apareció un señor de unos setenta años
bien conservado interesándose por quien era yo que preguntaba por él. Después de
presentarme en el hall, se presento él como un cura nacido en Elizondo (Navarra), residente en
Venezuela por los pasados treinta y cinco años. En la iglesia vivían él y su hermano también
sacerdote. Eran jesuitas y desde luego nada que ver con Matías o Cesar. Absorbidos por el
evangelio y por las prácticas más dogmáticas de él mataron toda mi curiosidad con los cinco
primeros minutos de conversación. Me despedí y me fui a buscar el infocentro donde poder
enviar un mail a mi familia y hacerles saber mi nueva ruta.

Empezaba a anochecer y había quedado con Marco en la puerta de una discoteca del pueblo
para tomar unos rones. No fueron unos rones los que cayeron esa noche, mas bien diría que
fueron unas botellas en compañía de su prima y una vecina de esta. En la pantalla de la
discoteca estaban echando videos musicales y me emocione al ver las calles de Madrid en uno
de ellos. La emoción se convirtió en exaltación indicando a mis nuevos amigos mi lugar de
procedencia.

Marco y sus amigas se despidieron pero yo, mas vivo que durante el resto de la tarde, solo
pensaba en como alargar la noche. Le pregunte a un chaval si era posible conseguir coca a lo
que este se echo a reír. Hicimos amistad y me invito a participar en una aventura en la cual
podría probar lo que ansiaba. Acepté, puesto que sin nada más que hacer, al menos esta
aventura me facilitaría conocer otras realidades.

El plan era que debíamos de hacernos con un bongo prestado para cruzar a Amanaben un
barril de petróleo lleno de gasolina y traer de vuelta unos fardos de coca. Yo me planteaba las
consecuencias sobre mi persona al verme sorprendido en semejante aventura y después de
hacer las valoraciones accedí a participar, al fin y al cabo yo no debía de hacer nada,
simplemente iría en la barca y punto, como si de un turista nocturno se tratase. El punto de
encuentro seria la puerta de la discoteca a las tres de la madrugada. Quedaba una hora así
que remoje la espera en más ron.

Apareció este nuevo amigo con una chica de unos veinte años y otros dos chamos, uno de no
más de quince y otro de unos veinte. Ya habían conseguido el bongo e incluso cargado el barril
de gasolina, simplemente venían en mi busca. De un salto me puse de pie y los seguí hasta el
bongo. La oscuridad era nuestra aliada y solamente el ruido de los remos nos podría delatar
ante tan tenebroso y terrible silencio. El susurro tomaba protagonismo. En condiciones
normales, este viaje se realizaría en tres minutos con una motora, nosotros tardamos una hora
en llegar al otro lado apoyados por dos remos y el miedo típico que la transgresión de las
normas conlleva.

Estaba excitado y a la vez tenso. No conocía a nadie de las personas que me acompañaban y
estaba saltándome las normas del país que tan gratamente me había acogido. Me entro un
ataque de pánico que la oscuridad me ayudo a disimular no así mis palabras. La tranquilidad
que mis compañeros de viaje profesaban me generaba inquietud. ¿No estarían compinchazos
para robarme? ¿Tendrían algún acuerdo con la Guardia? ¿Nos esperaría alguien al otro lado?
Algunas más preguntas vinieron a mi cabeza y decidí meterme en el rol de persona dura. Hice
un gesto como si llevase un revolver conmigo insinuando que no iba a ser presa fácil a lo que
un gesto del compañero que llevaba en frente me aclaro que ellos tampoco. Levanto una

10
Mercado de Alimentos. Tiendas de marcas blancas donde se puede comprar productos de alimentación
y limpieza a precios muy económicos. Dependiente del gobierno.
manta que iba en el suelo y dejo a la vista un kalasnikov11. En ese momento pensé que si no lo
había utilizado ya, no tendría nada que temer. Me relaje y me dedique a observar las siluetas
de la vegetación sobre la noche clara. Un tercio de luna nos acompañaba lo que facilitaba la
visión tanto del destino como de nosotros.

Llegamos a una de las playas de Amanaben. Al estar entrando en el verano, los ríos
comenzaban a descender en caudal lo que creaba playas naturales a sus lados. El paisaje era
precioso. Mientras los tres chicos descargaban el barril, la chica me cogió de la mano y me
llevo con ella rampa arriba. De repente me vi frente a la residencia paraíso llamando a una
ventana. Antes de que la casera abriese, la chica me apoyo a la pared para que no me viese y
me puso un revolver en la mano depositando su confianza en mi de que sabría que hacer en
un momento de apuro. En ese momento desperté. Ella era la que venia a coger la coca
mientras sus compañeros llevaban la gasolina al sitio convenido. Inmóvil apoyado en la pared,
no tardamos en hacer nuestros deberes mas de dos minutos que a mi me parecieron horas. La
chica, ahora con una bolsa en la mano, me cogió del brazo con la otra y me llevo dirección a la
barca. Nos sentamos a unos veinte metros de la barca a esperar que vinieran sus amigos y me
pregunto;

¿Tienes miedo?-

No, simplemente todo esto es nuevo para mí.- Contesté sabiendo que la forma de hablar me
delataba.

La chica sonrió y de la bolsa saco un paquete envuelto en papel de aluminio. El paquete era
del tamaño de un adoquín. De la misma bolsa saco una lata de refresco vacío la cual doblo por
la mitad haciendo un agujero en su mitad. Rasco con una uña, una de las esquinas del paquete
y deposito sobre el minúsculo agujero una parte de una pasta entre marrón y gris que empezó
a quemar con un mechero a la vez que absorbía por la boquilla de la lata. Una vez hizo ella la
operación me pasó la lata a mí para que operase yo. En cuestión de un minuto mi boca se
durmió y un estado de relajación total me sobrevino. Los dos nos tumbamos en la playa
mientras amanecía. Ella posó su cabeza sobre mi estomago y mi mano pasó a acariciar su
pelo. Los otros tres compañeros de viaje llegaron al momento. Los cinco sentados nos
mirábamos cómplices de lo que acabábamos de hacer. Mientras los otros tres fumaban pasta
de coca, yo y la chica contemplábamos la claridad que nos traía el este y la silueta remarcada
de la vegetación en la otra orilla del Atabapo. Curioseaban sobre mi vida y el valor mostrado y
uno de ellos me pregunto si conocía a Mao, a sus escritos. Sonreí y dije que sí, por referencias
mas que porque formase parte de mis lecturas. Mao Tse Dong había marcado una época en
Europa cuando la guerra del Vietnam y siempre quedaban referencias que debían de pasar
siglos para pasar al olvido. Ahora entendía el Kalasnikov y sobre todo el arrojo de estos
jóvenes. Me comentaban que ellos trabajaban en la mina y de cómo los mineros pasaban a las
oficinas de compra – venta de oro que varias empresas americanas tenían en Inirida
comprando el gramo de oro a diez mil bolívares. Ellos se ganaban la vida llevando todo tipo de
provisiones a la mina a la vez que de vez en cuando conseguían algún adepto a su causa
hablándole de Mao. Me confirmaban que tanto Venezuela como Colombia reunían las
condiciones objetivas para una revolución social, argumento que yo compartía por lo que había
conocido. Debatimos durante un rato sobre formas de vivir y sobre la dureza de vivir en la selva
hasta que nos dimos cuenta de que empezaba a clarear demasiado y había que volver antes
de que las pirañas estuvieran operativas y de que el dueño del bongo lo echase en falta.

Al llegar al pueblo nos despedimos a sabiendas de que no nos podrían ver hablando juntos ni
tan siquiera compartiendo unas cervezas. Este encuentro había sido casual y casi mágico.
¡¡Con tan pocas palabras habíamos compartido tanto!!

Dos días después, me encontraría a la chica en un bongo camino de la mina en busca de


chicos jóvenes con los que hacer trabajo social. Nos saludamos a lo lejos con una seña que
solo ella y yo comprendimos.

Llegue a casa de Marco cuando él se levantaba. Quedamos en vernos para cenar a la noche
donde le contaría lo que se podía contar de la noche pasada.

Mientras retozaba en la hamaca tomaba decisiones sobre que hacer los dos próximos días. Me
había propuesto salir en dos días del pueblo pues ya conocía y había vivido lo necesario para

11
Fusil de asalto de origen ruso.
hacerme una idea de los medios de vida del lugar. Hacia mis análisis y estructuraba ideas. Me
encontraba en una zona donde no había industria, ni movimiento de dinero, ni nada de nada. El
medio de vida de la gente era el tráfico de gasolina, la pesca, la mina ilegal, la caza y el
turismo. El turismo hacia años que no llegaba y cuando llegaba pasaba por encima de la gente
sin dejar ninguna riqueza. La mayoría de la gente vivía de subsidios del ayuntamiento y los
indígenas de la caza y la pesca principalmente cuando no de las limosnas. Los niveles de
depresión de esta zona daban sentido a mis nuevos amigos de la noche pasada.

A la tarde siguiente, me desparte con mal cuerpo creo que por la falta de costumbre y de
tolerancia a las drogas en estado puro. Me fui al bar del portu y me invito a tomar un té, que
según el repondría el cuerpo. Ya estaba anocheciendo así que me pasé por el punto de control
de la Guardia a preguntar por algún barco que al día siguiente partiese río arriba dirección
Maroa. Por suerte, había un bongo que llevaba esa dirección y el Guardia se comprometió en
hablar con el motorista12 para que me llevasen. Agradecí el detalle y me subí a la terraza a ver
anochecer. Desde la terraza distinguía la mezcla del agua de la confluencia de los ríos Inirida y
Atabapo; uno marrón y el otro negro. La vista, al detalle, era espectacular. Ni en el mejor de los
documentales se podría reflejar semejante belleza a la puesta de sol. De repente apareció un
bongo de metal con casi una comunidad entera de indígenas Yekuanas vendiendo pescado
fresco provocando una aglomeración de personas a su alrededor. Me acerque e hice mi
pequeña compra para así invitar a cenar a Marco y a su familia agradeciendo de esta manera
su hospitalidad y ya despedirme de ellos.

Mientras cenábamos, la prima de Marco me instruía sobre las diferentes comunidades


indígenas de la zona; Piaroas, Banivas, Warekenas, Curripacos hacían de sus comunidades la
periferia de Atabapo. Indígenas olvidados a los que al menos hoy en día no se les perseguía,
se les dejaba vivir eso si, debían de vivir según las costumbres venezolanas. El gobierno les
tiraba sus casas, hechas de adobe y moriche principalmente y les construían casas de
cemento detrás de las cuales volvían a hacer sus construcciones. Así llevaba siendo los siete
últimos años y tenia tintes de que seguiría sucediendo durante décadas. Los indígenas no
habían perdido del todo su estilo de vida.

Al volver a la casa de Marco pase por el punto de control para verificar mi marcha. Debía de
estar a las ocho de la mañana para comenzar un viaje que duraría río arriba tres días. Viajaría
con un empresario y su hijo, un indígena curripaco (guía del camino) y un motorista. No sabia
que me esperaba pero dudaba que pudiera ser mas intenso que mi estancia en Atabapo.

20. De Colonos, mercenarios y militares corruptos

A la mañana siguiente estaba puntual en el puesto de control de la Guardia donde me


aguardaban mis nuevos compañeros de viaje. El empresario: joven de no mas de cuarenta
años: el hijo de unos doce años: el motorista, un colombiano curtido en los ríos ya cercano a la
tercera edad: y el indígena, un anciano que nunca había salido de la selva lo que hacia de él
uno de los mejores guías que pudiésemos encontrar. No entendía muy bien la necesidad del
guía pero la larga travesía me lo haría entender. El río Atabapo desemboca como tal pero
según se surca río arriba, el río desaparece entre cientos de caños de diferentes dimensiones,
haciendo que solo expertos conocedores del terreno se permitan el lujo de atravesarlo de
principio a fin. Cada uno de los pasajeros teníamos una misión y la mía era descargar la
mercancía una vez llegados a Yavita donde un grupo de porteadores nos esperaban para
echar la mercancía en camionetas y llevarla por un camino de tierra por el medio de la selva
hasta Maroa.

Salimos de San Fernando y durante la primera parte del trayecto no intercambiamos palabra
alguna. Mientras el guía y el motorista se alojaban en la cola del bongo, en la punta nos
encontrábamos el empresario, su hijo y yo compartiendo nada más que alguna sonrisa en el
cruce de nuestras miradas. La frialdad con la que el viaje comenzaba no auguraba ninguna
aventura ni mucho menos una convivencia gustosa.

Así transcurrió todo el día sacándome del aburrimiento las constantes curvas del río y las
diferentes comunidades que dejábamos en las orillas donde según avanzábamos se notaban
construcciones diferentes en las casas al igual que indumentarias.

12
Responsable del bongo y de las cargas que estos portan.
El barco transportaba cincuenta millones en mercancías varias hasta Maroa, destino final. La
mercancía estaba compuesta por baterías de cocina, utensilios de campo; machetes, palas,
etc., baterías eléctricas, hamacas, y cualquier cosa imaginable para rellenar los almacenes de
las tiendas cercanas. El empresario, con la intención de conocer el camino que sus mercancías
debían de hacer, era la primera vez que hacia esta ruta siendo la aérea su vía habitual. Los
siguientes viajes debían de hacerlos el guía y el motorista solos.

Al anochecer, no más tarde de las cinco y medía de la tarde, nos deslizamos hasta el margen
izquierdo del río donde anclamos el bongo y sacamos nuestras cosas. A unos cuatrocientos
metros tierra adentro, nos protegía las espaldas una comunidad de curripacos que al vernos
amarrar el bongo ni tan siquiera se dieron por enterados. Debían pensar que éramos turistas y
se atrincheraron en su pequeño poblado.

Mientras yo sacaba mis cosas, el indígena guía cogió un machete y se fue de pesca. Al cabo
de un rato apareció con ocho peces del tamaño de un brazo que había conseguido escarbando
entre las rocas con el machete. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi aparecer a aquel hombre
al cual iluminé con mi frontal. La imagen era esperpéntica: un señor de unos sesenta años con
ocho peces enfila y enganchados con una rama por los ojos a modo de anillo. Mientras yo
estaba ocupado acomodándome sobre las rocas de la orilla con mi modesto saco, el motorista
se encargaba de hacer un fuego donde cocinar el pescado y el empresario y el hijo se
acomodaban su espacio.

Esa noche cenamos pescado fresco sacado a machete del río.

Antes de amanecer, el motorista y el indígena ya habían preparado el desayuno a base


mañoco13 y uno a uno nos fueron despertando al jefe y a mí para que desmontásemos
nuestros pequeños espacios que la noche anterior habíamos conquistado.

Salimos de viaje al rato por algo que ya comenzaba a ser un caño por el cual, de vez en
cuando, encontrábamos afluentes de los cuales yo nunca sabia cual debía de ser el camino
correcto al parecerme todos los caños iguales tanto en tamaño como en aspecto. Pero el
indígena no tenia duda alguna, siempre orientaba con acierto. De no haber árboles en las
orillas, hubiera jurado que estábamos en un gran pantano. Lo poco que la vista me daba a
profundizar orillas adentro desde el bongo, en ningún momento deje de ver agua en la base de
los arbole. Ocasionalmente encontrábamos alguna explanada y en ella, una comunidad
indígena. Indígenas que vivían aislados y según me confirmo nuestro excelente guía, no
aceptaban ni visitantes ni ellos mismos salían de sus comunidades excepto para pescar o
cazar en los caños adyacentes. En alguna ocasión encontramos niños en sus pequeños
bongos cercanos a las orillas pescando, o trampas con entrada pero sin salida para dejar
atrapados a peces o tortugas.

Así transcurrió el viaje. De vez en cuando llamaba mi atención estos pequeños encuentros o
algún ave exótica e incluso algún mono viudo o pereza que asomaban en las copas de los
árboles. De momento ni caimanes cocodrilos, pero más adelante en el Casiquiare y en el
Orinoco si tendría ocasión de desquitarme.

Nos estábamos acercando a la noche y nos quedaba poco para llegar a nuestra segunda
noche durmiendo en el exterior. Pararíamos en la comunidad de un familiar de nuestro guía
donde aquí sí, salieron niños corriendo a recibirnos y el capitán de la comunidad a darnos la
bienvenida. No fue como en las películas donde a uno le agasajan a collares con flores y con
regalos aunque yo si agradecí enormemente que nos ofrecieran una cabaña echa con adobe y
hoja de palma para colgar las hamacas y dormir, mucho mas que los collares y regalos.

Los niños curioseaban a mí alrededor y hablaban en su idioma sin darme la oportunidad de


entender absolutamente nada. Algo gracioso dijo una niña, vino el guía y me tradujo algo así
como que cuanto pelo tenía. Ciertamente llevaba tres días sin ducharme y casi un mes sin
afeitarme. No me había dado cuenta hasta ahora que mi barba estaba crecida y mi aspecto era
mejorable. Entre emoción y emoción había olvidado afeitarme.

Los indígenas carecen de pelo en la cara por lo general y para conseguir una pequeña perilla
deben de estar años y años cuidándose los pequeños pelos que de vez en cuando asoman
como si de únicos se tratasen. Estos niños nunca habían visto a nadie con barba según me

13
Derivado de la yuca.
confirmo posteriormente el guía. Con esta sorpresa y con los bultos, nos dirigimos todos a la
cabaña que nos cedían para pasar la noche. Yo me adelante con los niños a mí alrededor y al
alumbrar hacia la puerta de la cabaña, una especie de tigre enorme se levanto del suelo y
emprendió el galope hacia el interior de la selva. Al ver aquel animal los niños corrieron detrás
de él y yo tuve un sentimiento contradictorio; me encanto ver mi primer gran felino fuera de un
zoológico a la vez que me asuste y pensé que seria mejor cerrar la puerta de la cabaña.

Tarde en conciliar el sueño. El ver ese gran felino me volvió hacer despertar. Me encontraba en
“la selva”, en la mayor reserva natural del mundo y no estaba preparado para sobrevivir en ella.
Nadie nunca me había enseñado que debía de hacer o que debía de traer para sobrevivir aquí.
Lo documentales de la televisión o las tiendas especializadas en este tipo de viajes poco
ayudaban en la realidad cuando uno caía enfermo, o tenia ataques de pánico, o se encontraba
con animal enorme frete a él, o cuando no eras bienvenido en una comunidad y no tenias mas
sitios donde ir porque la próxima quedaba a no se cuantos días de ahí y el calor o la tormenta
te había sobrecogido, o……..Esto pensamientos me hicieron, a la fuerza coger mas seguridad
de que debía de acabar mi ruta: de Maroa a San Carlos de Río Negro, de San Carlos subir por
el río Casiquiare hasta Tama-Tama y de ahí hasta la Esmeralda en Alto Orinoco. Si superaba
esta propuesta que me había hecho seria capaz de vivir en cualquier parte del planeta y
ahuyentaría gran parte de los miedos que todos llevamos dentro: la soledad, la aventura,
compartir, sentirnos libres, entregarnos, tomar posición en conflictos, etc. Este viaje me haría
mejor persona y mas libre sin duda solo tendría que acabarlo, pensaba mientras los ojos caían
ya por su propio peso.

Yavita quedaba a tres o cuatro horas lo mas de la comunidad donde nos encontrábamos pero
antes debíamos de pasar por el punto de control del ejercito Santa Bárbara. No estaba
preparado para presenciar lo que me tocaría sin posibilidad de mirar hacia otro lado.

Nos despertamos y emprendimos camino antes de que nadie de la comunidad se levantase.


Salimos al caño y a la hora más o menos de haber emprendido la marcha, llegamos al punto
de control. El motorista amarro el bongo y salio de él hacia la mesa donde se encontraba el
distinguido con el listado de cosas que llevaba entre la mercancía. El distinguido hizo una seña
de que todos debíamos de bajar para presentarnos ante él y así hicimos. Al ver mi pasaporte y
explicar que yo era viajero accidental, me hizo retirarme y el motorista me hizo una seña de
que me apartase del barco y me sentase a un lado. Hice caso sin saber muy bien que es lo que
quería decir. El distinguido llamo a dos soldados y juntos se acercaron al barco, levanto la
capota que cubría la mercancía comenzó ha hacer una selección que en un principio yo
entendía debía de no figurar en el listado. El empresario miraba con perplejidad pero sin
intervenir en ningún momento en lo que estaba sucediendo. Una vez hecha la selección, los
dos soldados se dedicaron a sacar la mercancía del bongo e ir apilándola en el lateral de la
pequeña churuata que les cubría el puesto. Tardaron cerca de quince minutos en dejar un
hueco en el bongo de dos metros cuadrados ante la pasividad del empresario y la impotencia
del motorista. Yo pensaba si existiría alguna palabra que definiese la suma de impotencia, odio
e indignación esa es la que expresaba mi sentimiento. Estaba siendo testigo de un robo
descarado además al débil por parte de las fuerzas militares de Venezuela. Después de lo visto
en San Fernando y ahora aquí, mi sentimiento por los cuerpos militares era de desprecio total.
Cuanto mas débil era el otro y con más poder se sentían ellos, más abusaban. ¿Qué pasaba
aquí con la filosofía bolivariana de una única patria para todo el latino americano? ¿No
formaban parte de ella estos trabajadores de los ríos? Se me hacia insoportable el seguir mas
tiempo aquí y con cara de desprecio mire al distinguido, la cual notó, y me metí en el bongo. No
hubo comentarios y nos dejaron seguir. En el bongo ya, el motorista me enseño una lista de
folio y medio con lo que les debía de llevar la próxima vez que volviese a pasar por este puesto
a lo cual ya me acabo de amargar el resto del viaje hasta Yavita. ¿Cómo se podía ser tan
abusones, déspotas y mezquinos?¿Como se atrevían a imponer autoridad para robar y
saquear a los transportistas con uniformes del ejercito bolivariano?

El empresario solo hizo un comentario. A él le daba igual que le robasen mercancía, el coste de
lo que se habían quedado se lo añadiría al resto de productos. El no iba a perder, los
consumidores acabarían pagando el capricho de los militares.

De todas maneras, no era la mercancía del empresario lo que mas me preocupaba sino la
situación en la que quedaba el motorista. Algo que el empresario no me había dicho era que a
parte de subir el precio del resto de productos, el pago que le correspondía al motorista por
transportar los víveres y demás productos, vería una importante merma, tal vez no en este
caso en el que el empresario estaba presente en el robo sino en las siguientes veces que le
transportase mercancía y no llegase completa. Bajo la excusa de que le podía regalar
mercancía a algún familiar o amigo, los empresarios descontaban parte de los víveres de los
salarios de los transportistas.

Llegamos a Yavita. Tuvimos que esperar que llegase la camioneta a por la carga durante una
hora, tiempo que aproveché para lavarme un poco en el río, preguntando antes por pirañas,
caimanes y demás bichos peligrosos que pudieran poner mi integridad en peligro de lo cual
estaba exento el caño.

Yavita era un puerto al cual rodeaban cuatro casas. Puerto comenzado a ser usado como tal
en el siglo XVIII por un militar con afán colonizador, el mismo militar que abrió un sendero hasta
Maroa que hoy en día era un camino forestal de dos metros y medio de ancho en su parte más
holgada. El camino atravesaba puentes sobre caños que no eran tales sino maderos macizos
volcados de una parte a la otra por los cuales solo cabía una rueda a modo de carriles. Al llegar
la camioneta la cargamos entre todos y ante la falta de espacio me toco ir en la parte superior
de la cabina, sentado encima de la posición del conductor. Durante todo el viaje tuve que
esquivar ramas de los árboles, insectos que se estrellaban sobre mi cara y ante todo, tuve que
controlar el pánico cuando atravesábamos los carriles de madera sobre los caños, estos sí,
plagados de Caribes14. El viaje duro unas tres horas y al llegar a Maroa, mi estomago vacío,
estaba descompuesto y me fui a buscar un sitio donde comer. Ninguno de los dos bares del
diminuto poblado tenía comida y en uno de ellos me enviaron a una casa a preguntar por la
negra quien gustosamente me cocinaría algo que me dejaría satisfecho. Así hice y cuando la
negra me vio en su puerta me tuvo que leer la cara ya que antes de decirla nada me ofreció un
pedazo de carne que tenia sobre lo que yo supuse que era una nevera. Sonreí y se lo acepte
con gusto ofreciéndola unos bolívares que ella rechazo. Me calentó una sopa de cabezón15 que
ya tenia echa y mientras comía no dudo en empalizar conmigo bombardeándome a preguntas
que contestaba entre cucharada y cucharada. La sopa tenía un sabor dulce y la textura del
cabezón me era familiar. Termine asociando la textura a la del calamar, tal vez algo más
gelatinoso pero de sabor exquisito.

Nos despedimos y me dirigí al puerto donde justo cuando llegaba se disponía a salir una
voladora con destino San Carlos. El motorista me llevaría con gusto según me dijo el militar del
puesto de control como así fue. Dejaba atrás de mi San Fernando de Atabapo, Santa Bárbara,
las comunidades de Curripacos, Maroa y al empresario insensible. Me dirigía al nacimiento de
Río Negro, el mayor afluente del río Amazonas, donde conocería el misticismo del Yopo16 en la
más intima compañía de todo el viaje.

21. Yopo

En la voladora viajaban el motorista, dos mujeres indígenas y yo, tardando poco más de una
hora y medía hasta San Carlos. Con el ruido del motor no hubo ocasión de charlar, aún así,
antes de salir le había dicho al motorista que por favor me avisase cuando atravesásemos la
entrada al caño Casiquiare; uno de los ríos mas peligrosos del Amazonas, lo que así hizo. En
ese momento comencé a imaginarme mil y una aventuras para emprender, aventuras que a
estas alturas del viaje tendrían que esperar para otra ocasión. El cansancio acumulado y la
intensidad de la vida diaria por esta parte del mundo comenzaba ha hacer mella tanto física
como psicológicamente.
La llegada a San Carlos fue interesante por el nuevo paisaje que divisábamos. En el lado
izquierdo San Carlos, con el cuartel del ejercito en la orilla del río y en el lado derecho San
Felipe, dando con su presencia un paso a la selva colombiana y enseñando en su muelle una
decena de barcos de madera llenos de ganado, barcos con bandera brasileña la mayoría.
Desde San Carlos, me encontraba a unas dos horas Río Negro hacia abajo de la Piedra del
Cocuí: frontera con Brasil, a menos de cinco minutos (cruzando el río) de Colombia y a dos
días de la Esmeralda, puerta del Alto Orinoco.
San Carlos de Río Negro, era una ciudad indígena casi en su totalidad. Solo dos o tres
pequeños comercios estaban regentados por criollos fruto de su exilio de grandes ciudades ya
con ambientes irrespirables para ellos. El ejército y la Guardia aumentaban el porcentaje de
criollos en el pueblo siendo el resto de mortales indígenas. Indígenas de diferentes etnias:

14
Nombre con el que se conoce a las Pirañas.
15
Tortuga agresiva y muy valorada entre los indígenas por sus infinitas propiedades nutrientes.
16
Polvo derivado de diferentes raíces de plantas amazónicas que esnifado produce alucinaciones. Usado
por los indígenas para comunicarse con sus antepasados y también para festejar en determinadas fechas
simbólicas para ellos.
Banivas, Curripacos y Yanomamis, siendo esta última la etnia mayoritaria, estando
influenciadas las unas por las otras habiendo perdido parte de sus raíces. No en vano, San
Carlos era ruta de paso de mercaderes, mercenarios y en algún momento de su historia fue
capital de departamento, lo que generaba un transito importante en detrimento de los
indígenas.
Sentado en el borde de un muro asombrado por una gran churuata, observaba el ir y venir de
un lado al otro del río e intentaba hacerme una composición mental de mi nuevo destino.
Notaba un ambiente vivo y tranquilo roto por las obras que se acometían en ese momento en el
puerto. El ayuntamiento había comenzado a pavimentar una rampa desde el borde del pueblo
hasta la orilla del río y sorprendí a una comerciante que regentaba un puesto de comida rapida
hablando con un señor bigotudo y robusto sobre las molestias que las obras ocasionaban a su
negocio. En ese momento me vino a la cabeza de repente la Controlaría Social y lo que esa
mujer debía de hacer, pero no me atreví a intervenir en la conversación, acababa de llegar y no
me apetecía hacer de quijote haciendo ruido en un pueblo del cual desconocía absolutamente
todo, no estaba tan impregnado al fin y al cabo del centenario que se celebraría el próximo año
en mi país a cerca de Cervantes del cual se llevaba hablando varios meses en Madrid.

Me acerque al puesto en busca de un café y así buscar algún tipo de complicidad en este
nuevo pueblo, mi aspecto desaliñado y la mochila hacia que llamase mucho la atención siendo
el foco de las miradas de los transeúntes del puerto. Me senté en una de las pequeñas mesas
que tenia el puesto y pedí mi ardiente consumición. La señora ya entrada en años me sirvió el
café en una pequeña tacita de plástico deleitándome de la típica sonrisa que tantas veces me
había encontrado ya durante el viaje, una sonrisa de bienvenida. El señor que la acompañaba
se sentó en una silla vecina y comenzó a curiosear sobre mí olvidando la conversación que
mantenía con la que posteriormente descubrí que era su reciente esposa. Le conté al señor
parte de las aventuras que ya había vivido y mi interés por conocer a las comunidades
indígenas de la zona, hablamos de la inseguridad de las grandes ciudades y ahí, en ese
momento, la mujer participo de la conversación contándome su odisea en Valencia donde tuvo
que salir huyendo de su barrio por los asesinatos permanentes que acontecían. Ella regentaba
un restaurante en la ciudad y en una semana mataron a sus dos hijos, a un vecino y a dos
capos de la droga, esto fue lo que la hizo venir a San Carlos de Río Negro, una ciudad
pequeña y tranquila donde todos se conocían y aparentemente parecía reinar un acuerdo
común de convivencia.

Así paso un buen rato y entre tema y tema pregunte por un sitio para alojarme. El señor se
ofreció a llevarme a una residencia en forma de posada. Posada acondicionada de manera
rustica, con habitaciones bastante limpias y camas cómodas, situada entre la plaza principal y
el aeropuerto. Deje mis cosas y me dispuse a caminar por el pueblo.

Rápidamente me di cuenta que me costaría trabajo encontrar conversación e incluso entablar


relación con alguien que no fuera un comerciante así que decidí buscarme algún bar que
pudiese ser el punto de encuentro de los lugareños y disfrutar de la puesta de sol sobre el río.
Así llegue a un bar construido íntegramente de madera sobre una piedra en la orilla del río el
cual estaba regentado por una joven familia indígena de la etnia curripaco. Me llamaba la
atención el ver a indígenas detrás de una barra, hasta el momento solo me los había
encontrado en el lado inverso y no en muy buen estado.

La decoración del bar llamaba la atención. Utensilios que fácilmente deduje eran indígenas, se
apoyaban en las paredes; arcos, flechas, cocinas de barro, plumaje del mas diverso, remos
artesanos, ropas y abalorios, hacían del lugar un sitio entre romántico y salvaje sintiéndome de
lo mas cómodo en este lugar. Nunca antes había encontrado un lugar tan exótico el cual podría
haber servido de inspiración para escribir alguna novela de aventuras. Mientras recorría con mi
mirada el lugar, la pareja que regentaba el bar me seguía con la mirada sorprendidos por mi
inesperada visita. Pedí una cerveza y me salí al exterior buscando el borde de la piedra.
Comenzaba a anochecer y el río hacia de espejo a la vez que permitía al sol adentrase en su
fondo poco a poco. El joven indígena se decidió a salir detrás de mí y se sentó en el borde de
la roca junto a mí. Me hizo las preguntas de rigor y me contó parte de su historia. Walter como
le habían bautizado los evangelistas encontró en mi la complicidad que buscaba y compartimos
cerveza mientras la noche se hacia profunda. No pasaban de las nueve de la noche y solo las
luces desde el otro lado del río, San Felipe, nos iluminaban.

Me retire despidiéndome hasta el día siguiente a la pequeña posada que me había acogido.
Otro día había pasado y por una vez, el tiempo de viaje por el río me había resultado casi
inapreciable. No había encontrado fuerzas para recorrer la parte alta del pueblo pero era el
plan de la mañana siguiente.

Desperté temprano como acostumbraba por estas calidas tierras y me puse a caminar calle
arriba con el afán de inspeccionar el aeropuerto y sus calles adyacentes. Descubrí la escuela,
el cuartelo de la Guardia nacional, el aeropuerto y vecino a esté un restaurante que haría mis
delicias visuales. Una pareja joven de etnia Baniva, había construido una churuata de grandes
dimensiones y la había acondicionado como espacio hostelero de la manera mas rustica
imaginable. Una puerta de de hierro daba paso a un pasillo cubierto de hoja de palma que tras
quince metros desembocaba en una gran churuata con una barra de bar en su fondo cubriendo
en su colocación una cocina. La churuata iluminada con luces tenues invitaba a un encuentro
romántico o a ser visitada para relajarse uno. Pensé en acercarme mas tarde para comer.

Descendí por la calle paralela a la que había subido y llegue a la plaza de Bolívar. Me senté en
un banco a leer un libro que unos días antes me había dado el padre Matías en San Félix a
cerca de un informe que unos jesuitas amigos suyos habían elaborado sobre las matanzas del
ejercito sobre los indígenas guatemaltecos. Con la mente distraída y mis ojos perdidos en el
paisaje la lectura se me hizo imposible y de repente me di cuenta que había llegado por la
rampa del puerto un nuevo viajero. Un joven de unos 30 años y una gran mochila a su lado,
dibujaba en un cuaderno algo y sorprendido me dirigí hacia donde el se encontraba para saciar
mi curiosidad. Me senté a su lado y me presente. Resulto ser de un pueblo de Navarra, Estella,
y se encontraba de viaje dirección a Manaos. Nos alegramos mutuamente de habernos
encontrado y le invité a compartir habitación y a comer en la Gran churuata que antes me había
emocionado. Compartimos comida, charla, rutas y sobre todo nuestras ansias de
comunicación. Asier llevaba dos meses de viaje solo por Venezuela y se dirigía hasta Río de
Janeiro. Se había dado seis meses para realizar el viaje y al igual que yo, no se había
encontrado con nadie con quien compartir como estamos acostumbrados. Realmente fuimos
un gran desahogo el uno para el otro.

Comiendo en la churuata, el muchacho que nos atendió nos invito a participar por la noche en
una fiesta que había en la escuela y mirándonos asentimos muy gratamente.

Habíamos pasado la tarde juntos y había surgido una química entre nosotros bastante
interesante. Asier intentaba convencerme para que siguiera de viaje con él y yo me resistía por
mi afán de conocer el Casiquiare. Terminamos en la pensión dándonos una ducha antes de ir a
la fiesta de la escuela. Poco antes de salir, Asier me pregunto a cerca del consumo de
psicotrópicos y dije que dependía de que, de cuando y de con quien a lo que sonrió y saco de
una pequeña mochila que le acompañaba un trapo que a forma de envoltorio cubría una
Yopera. Había visto ese artilugio antes en el mercadillo indígena de Ayacucho pero no me
había provocado la curiosidad suficiente en aquel momento. Asier comenzó a contarme que
era y para que era utilizado. Me hablo del Yopo, una sustancia extraída de raíces de árboles
que una vez secas y molidas se convertían en polvo. Polvo que al ser aspirado provocaba unos
efectos alucinógenos a modo de Ayahuasca.

Me invito a probar. Decidí aventurarme en este nuevo reto desconocido para mí. La confianza
que Asier me inspiraba y la curiosidad de vivir algo nuevo, tal vez a modo de viaje interior me
hizo tumbarme en la cama mientras Asier me preparaba el polvo en la punta de la caña para
soplar a través de la que incrustar la pequeña cantidad de polvo en mi cabeza. El efecto fue
instantáneo. Según me contó posteriormente Asier, mis ojos se volvieron blancos, mi pelo
corporal se erizó, el ritmo cardíaco se acelero y mi frente se convirtió en una fuente que
derrochaba sudor.

No fui capaz de recordar nada de lo que me aconteció durante los cuarenta minutos que estuve
fuera de juego pero cuando se me pasaron los efectos me sentí otra persona, como hubiera
tenido un encuentro conmigo mismo que me hubiese descubierto nuevas opciones. Mi mente
había descubierto nuevas ventanas pero me encontraba desconcertado sobre el paisaje interior
que me había encontrado.

Salimos de la pensión con destino a la escuela donde nos encontraríamos con la pareja de la
churuata. De camino, Asier y yo nos planteábamos el día siguiente conjuntamente: iríamos a
San Felipe en el otro lado del río.
Encontramos a nuestros nuevos amigos en la discoteca improvisada en uno de los recintos de
la escuela. Habían situado en una especie de pabellón, una barra de bar en uno de los fondos
y una pista de baile en su centro, estando el pinchadiscos en el otro extremo del pabellón.

Entre cerveza y cerveza hablábamos de la historia de San Carlos, de proyectos posibles de


llevar a cabo en la zona y de ilusiones de unos y otros. Esa noche acabamos borrachos y nos
tuvieron que guiar hasta el hostal.

Una vez en la habitación, mientras yo me hacia sitio en la cama, Asier se hacia un porro de
marihuana y me comentaba pasajes de su vida en el campo donde el vivía. Me hablo de su
homosexualidad y de su antigua relación de pareja para desembocar en una declaración que
me situaba en el centro de su deseo. No pude decir mas que desde no hacia mucho, había
descubierto mi heterosexualidad pero que ciertamente había mantenido relaciones con
hombres con plena satisfacción pero sin pasar a ser mas que una mera experiencia de
adolescencia.

Entre caricias mutuas nos dormimos. Tantos días en soledad había ablandado nuestra
sensibilidad y era imposible negarse a unos momentos de ternura.

Desayunamos en el bar del puerto de los indígenas y nos dirigimos al puesto de la Guardia
para asesorarnos sobre San Felipe. El Guardia nos indico que no debíamos de encontrarnos
problemas, no obstante nos contó una anécdota que le sucedió hacia unos días a un cámara
de National Geographic al cual le robaron todo su equipo por filmar a los habitantes que allí se
encontraban. Nos sirvió como aviso y con ese dato nos subimos al pequeño barquito que a San
Felipe nos pasaría. En poco más de cinco minutos llegamos y nos toco enseñar nuestra
documentación a un joven de no más de diez y ocho años que nos pidió la cedula de identidad
nada más desembarcar. El joven, sentado en la puerta de una tienda de campaña, daba la
impresión de ser cualquier cosa menos policía de fronteras, aún así sin hacer preguntas
obedecimos sin hacer preguntas y nos adentramos en el pueblo. Nos sentamos en una terraza
de un café a pensar que hacer, pues el pueblo compuesto por dos calles y una pista de
aterrizaje de un vistazo ya estaba visto. Sin pasar mucho tiempo, se sentaron en una mesa
vecina tres hombres con grandes collares de oro alrededor del cuello a los que se unieron
cuatro más en pocos minutos. Todos con aspecto ostentoso nos miraron sin decir palabra y
presumiendo de sus grandes joyas. Me sentí incomodo y así se lo hice saber a Asier para
marcharnos sin demora.

Nos dirigimos al final del pueblo donde la pista de aterrizaje se encontraba. Junto a ella, las
paredes de una caseta abandonada nos decían que habían sido fruto de un hostigamiento
intenso con armas de fuego. Al cruzar la pista se encontraba la selva y un indígena que nos
encontramos saliendo de ella nos aviso que la comunidad más cercana se encontraba a más
de cinco horas caminando. Al mirarnos mutuamente Asier y yo nos leímos el pensamiento y
nos dimos la vuelta destino San Carlos.

Hicimos los planes para el día siguiente y especulamos sobre lo que nos encontraríamos en
nuestros respectivos viajes.

Disfrutamos del resto de la tarde siendo conscientes que tal vez no nos volviésemos a ver
jamás. Nos habíamos encontrado en un lugar mágico y de tal manera habíamos compartido sin
pedirnos nada pero siempre ofreciéndonos. De esa misma manera nos despedimos a la
mañana siguiente. El marcharía a las cinco de la mañana según había acordado con el patrón
de un barco dirección Manaos y yo buscaría desde el puerto cuando me levantase a alguien
con mi mismo destino: la profundidad del Río Casiquiare con final en Tama-Tama.

22. Casiquiare

Con lágrimas en los ojos nos despedimos Asier y yo en el puerto poco antes de que él
embarcara en el barco que le sacaría de Venezuela con destino Brasil. Habíamos pasado dos
días de plena intensidad y de si como dos amigos se separasen, la emoción nos había
sobrecogido.

Me quede en el puesto de Guardia del puerto a sabiendas que cualquier persona del pueblo
que quisiera salir de él debía de pasar por el mismo. El Guardia de turno se ofreció a ayudarme
y así fue. Cuando llego la tercera persona a por el sello para salir del pueblo con destino
Esmeralda, le invito a llevarme. Sin pensarlo dos veces acepto por una pequeña suma de
dinero y me puse en marcha con mi mochila a cuestas detrás de él.

Este nuevo personaje se llamaba José y era de la etnia curripaco. El y su esposa se debían de
dirigir a una escuela que los salesianos tenían en Esmeralda donde se encontraba su hijo
mayor estudíando. Era un internado al cual los indígenas llevaban a sus hijos a estudiar y dos o
tres veces al año debían de recogerlos para pasar días juntos. En este caso se acercaban las
fiestas de navidad y eran unas fechas señaladas donde los chavales cogían vacaciones.

No me podía imaginar como seria un internado en la selva y desde luego la sorpresa fue
mayúscula cuando llegamos.

José debía de preparar la gasolina para el viaje y llevar hasta la pequeña voladora los víveres y
el equipaje para los tres días que duraría el viaje. Me quede en la voladora esperando mientras
él traía los bultos. En poco más de una hora la voladora arrimaba los bordes al agua por el
peso y José sonreía viendo mi cara de susto. La esposa se presento en su lengua y no fui
capaz de recordar su nombre en todo el viaje.

Salimos de San Carlos y en poco más de una hora giramos hacia la derecha. En la confluencia
del Guainia y el Casiquiare dejábamos atrás el Río Negro, el principal afluente del Amazonas.
El ruido del motor no permitía apreciar los sonidos de la selva aunque a pocos kilómetros del
principió del casiquiare tuvimos que detenernos en la comunidad de Solano, donde José debía
de presentar su cedula y mostrar su equipaje. En este caso los soldados se comportaron
honestamente. Yo me pasee por la comunidad y aquí si hacían los sonidos de las aves una
especie de orquesta de la selva teniendo de tenores a los titis17. Revisaron el equipaje, tomaron
nota de mi pasaporte y nos dejaron seguir. Transcurrieron hasta seis horas hasta que nos
detuvimos en un campamento en medio del río. Era un campamento turístico y aquí
pasaríamos la noche. Los responsables del campamento conocían a José y nos ofrecieron un
espacio para colgar las hamacas. Espacio habilitado con cocina, y vecino a unas habitaciones
llenas de hamacas vacías pero debían de ser los alojamientos de los visitantes de pago. El
campamento estaba bien cuidado en una isleta de gran tamaño en el medio del río, tenia
diferentes rutas por en medio de la gran vegetación. Árboles de más de treinta metros
presidían las alturas y las lapas y los monos eran los anfitriones. Los visitantes y los animales
habían aprendido a convivir.

Por la mañana, no mas tarde de las cinco de la mañana ya estábamos en pie. El día era largo y
debíamos de llegar hasta Tama – Tama. Nos lavamos la cara y echamos los anzuelos para
sacar la comida del día. Cual fue mi sorpresa que conseguí pescar un Caribe18 ante el asombro
de José y su esposa. Mientras me ayudaban a sacar el pez, llegaban con su pequeño bongo
dos de los responsables del campamento con una lapa un roedor de gran tamaño.

Sacamos varios peces más de diferentes especies y colores. El Casiquiare era el río que se
suponía que más pirañas tenía en proporción a su tamaño. Conseguí sacar hasta cinco pirañas
y tuve que poner hasta seis veces anzuelo nuevo al haber sido rotos los anteriores.

Salimos de viaje y tras siete horas paramos en una de las orillas donde se encontraba la casa
de un conocido de José. Era un indígena que vivía principalmente de la pesca de tortugas y
lapas. José se había detenido a comprar un Cabezón para hacer una sopa con él. Tras adquirir
el nuevo manjar, avanzamos río arriba medía hora más y paramos a comer. La mujer de José
saco un cuchillo de gran tamaño y corto la cabeza de la tortuga mientras José se preparaba
para cortar con un hacha la concha. Yo estupefacto miraba como operaban a la tortuga.

Prepararon un pequeño fuego a modo rustico donde posar la cazuela rellena de agua del río y
de la carne de la tortuga.

Comimos la gelatinosa sopa y seguimos hasta Tama-Tama. El Casiquiare se iba estrechando


según avanzábamos hasta convertirse en un caño donde los árboles de ambas orillas se
juntaban sobre nuestras cabezas. Ahora si apreciaba los sonidos de los animales a pesar del
ruido del motor de la voladora. La vida que esta parte de la selva albergaba hacia que los pelos
se pusieran de punta imaginando jaguares, monos de diferentes tipos y tamaños, aves
exóticas, etc.

17
Monos de pequeño tamaño.
18
Piraña.
Saliendo del caño confluimos con el río Orinoco y nos encontramos de frente con una
comunidad llena de casas blancas de reciente construcción y bien cuidadas. No me imaginaba
quien podría estar alojado en semejantes chalets, todos con aire acondicionado y estructurados
como si de una urbanización se tratase.

José paro su motora en un pequeño muelle y nos dirigimos al cuartel de la Guardia a presentar
nuestras credenciales. Aprovechando el tiempo de espera, pregunte a uno de los militares a
cerca de quien vivía en esas casas y me comento que eran evangelistas norteamericanos
aunque ya se habían ido la mitad de los residentes. No debían de ser muy amigos del gobierno
chavista y se fueron yendo poco a poco hasta dejar dos tercios de la urbanización vacíos.

Me quedaron bastantes dudas que en el resto del camino se me irían aclarando. Comencé a
recordar lo que me habían comentado en Ayacucho a cerca de los evangelistas que se habían
estado aprovechando de los indígenas para explotar las minas de oro y mientras ellos, los
evangelistas, sacaban el oro del pais a espaldas del gobierno. Se habían comenzado a tomar
medidas contra los religiosos por estas cuestiones y tal vez, eso fue lo que había echo emigrar
de vuelta a Norte América a parte de la comunidad de Tama-Tama.

Antes de llegar a Esmeralda paramos junto a unas rocas a bañarnos. Después de haber visto
los peces que frecuentaban esta agua, me abstuve de meterme muy adentro y nadar como
veía que hacían mis compañeros de viaje. Desde luego no les merecían mucho respeto los
caribes y demás peces peligrosos que albergaba el río.

Seguimos viaje y en pocos minutos nos encontraríamos con una tonina19 que nos acompaño
parte del viaje haciendo mis delicias visuales. Estampamos casi llegando a Esmeralda y José
me reconocía que llevaban más de tres meses sin ver a su hijo. La escuela se ocupaba por
completo de los niños sin coste alguno para los padres así que los padres en agradecimiento
siempre llevaban algo para los curas, bien fuera pescado o algún mamífero producto de una
mañana de caza. José llevaba caramelos y golosinas para una fiesta de despedida que habría
en la escuela para los niños que la abandonasen hasta después del año nuevo. Era una
manera de aportar algo a esa comunidad que los religiosos habían formado a través de la
misión.

Llegamos a Esmeralda, situada en una de las curvas del Orinoco, donde se encontraba una de
las pistas de aterrizaje más bellas del mundo. Íntegramente realizada con cuarzos, antes de ser
asfaltada, había brillado con luz propia iluminando todo cuan estaba a su alrededor los días
soleados. Luz apagada hoy en día por el progreso.

Repartimos los pescados que unos y otros habíamos pescado en nuestra parada del
campamento y nos despedimos deseándonos suerte. Mas tarde me volvería ha encontrar con
José y su familia en la misión ya todos reunidos.

23. Donde la solidaridad brilla por su presencia

Nos habíamos despedido y como ya era tarde, pregunte por el hospital donde un amigo me
había comentado que tal vez me dejarían dormir. Me llamo la atención ver que todas las
personas que encontraba movían sus brazos sin parar sacudiéndose uno y otro. Mas tarde
descubriría que era un “tic” muy efectivo frente a los Puri-Puri. Tuve que atravesar la pista de
aterrizaje viendo a ambos lados, en las zonas no asfaltadas, miles de pequeños cristales que
aun brillaban en la puesta de sol.

El paisaje era espectacular: detrás de mi el río Orinoco enseñaba su potencial con miles de
hectómetros cúbicos de agua en su caudal, y frente a mi, al fondo, el Cerro Duida Marahuaca
se elevaba de manera imponente limitando la vista hacia el infinito.

Cruce la misión, albergue del hijo de José, llamándome la atención lo gigantesco de la misma.
Mas de 300 niños de todo el Amazonas estudiaban aquí rodeados de crucifijos y santos pero
también seguros de los malandros de los ríos.

Justo detrás de la misión se encontraba el hospital. Debía de preguntar por Andreina que
según me habían dicho era la coordinadora del centro y seria la persona que me admitiría en la

19
Delfín de río
residencia o no. El complejo del hospital estaba compuesto por ocho churuatas que hacían de
habitaciones para los ingresados. Habitaciones cuanto menos singulares pues no poseían
camas, ni enganches de oxigeno ni nada de lo que en Europa estamos acostumbrados. Unos
ganchos para colgar las hamacas y una pila a modo de lavadero eran todas las comodidades
que las habitaciones ofrecían. El Hospital lo componía también un ambulatorio donde se
encontraban las consultas y la residencia de los médicos.

Me presente en la residencia de los médicos y pregunte a un señor a cerca de la posibilidad de


dormir allí ante la cual me remitió a la coordinadora la cual accedió y me dejaron las llaves de
una de las churuatas. Coloque mis cosas y me senté en la puerta a ver como el sol se
escondía hundiéndose en el río Orinoco como si un agujero se lo tragase.

En la puerta del ambulatorio varios indígenas de la etnia Yanomami esperaban noticias de un


familiar enfermo que se encontraba en la camilla de una de las consultas. Varios niños semi
desnudos revoloteaban a su alrededor.

Se acercaba la hora de la cena y agradecido por dejarme hospedarme en la churuata, me


acerque a la residencia de los médicos con la bolsa llena de pescado ofreciéndome a cocinar e
invitarles a cenar detalle que agradecieron y sin dudarlo me facilitaron toda clase de
condimentos. En este momento se encontraban en la residencia la coordinadora venezolana,
dos médicos cubanos de la misión barrio adentro y un asesor de educación cubano. Me
acogieron como uno más de ellos y habilitaron la mesa para cena mientras yo freía el pescado.

Cenamos como en familia mientras debatíamos de política internacional, del proceso


bolivariano y de las misiones. Andreina me explicaba como se había sentido engañada cuando
secuestraron a Chávez y los canales de televisión anunciaban el nuevo gobierno sin hablar de
las manifestaciones en la calle pidiendo su libertad. Gracias a una amiga despertó del engaño y
desde entonces había dejado la política a un lado entregándose por completo a la sanidad. Los
medico cubanos me hablaban de sus misiones anteriores en el Congo, Somalia, Etiopia y
Brasil de igual manera que el asesor de educación, el Profesor Eduardo desgranaba sus
anteriores destinos, todos países humanitariamente pobres donde los profesionales cubanos
habían dejado varios años de sus vidas entregándoselos a los mas necesitados.

Me sentía triste y feliz a la vez. Triste por qué me sentía inútil frente a tanta generosidad y feliz
porque me había descubierto integrado en el mundo de la solidaridad. Pasamos el resto de la
noche hablando de las condiciones que se daban en Venezuela para arraigar el proceso
revolucionario que se estaba dando a lo que concluimos que era imposible sufrir una involución
y que solo cabía profundizar aun mas en lo ya comenzado: la guerrilla de las misiones
culturales y sanitarias.

La velada termino con unos rones mientras me explicaban diferentes rutas que podría hacer
por la zona. Me hablaron de las minas de cuarzo, del cerro Duida, de las comunidades y de la
composición de la sociedad de la Esmeralda donde los Yekuanas y los Yanomamis eran los
verdaderos anfitriones. Decidí que al día siguiente me perdería hasta la base del Duida pues no
podría subirlo en menos de tres días y no me encontraba con fuerzas para afrontarlo en
solitario.

Me comentaron que si quería podría ver Internet en la Misión información que me sorprendió
pues no me imaginaba que a un lugar tan remoto hubiesen llegado ya las nuevas tecnologías.
Solamente se podía conectar a Internet por las tardes a partir de las ocho y por un tiempo limite
de medía hora así que hasta el día siguiente no tendría opción.

Me retire despidiéndome de los presentes a descansar pues el día ya había sido demasiado
largo e intenso. Me tumbé en la hamaca contento por lo vivido y por haber podido conocer a
personas tan nobles y humanas como estas cuatro personas que me dieron calor humano,
conversación y conocimiento desconocido hasta el momento para mí.

A la mañana siguiente, antes de dirigirme dirección al cerro, me acerque a la misión a ver si


podría hacer una llamada de teléfono. Ricardo, uno de los médicos, me acompaño.

Conseguí llamar a Madrid para dar noticias pues ya hacia varios días que no sabían nada de
mí. El cura que me facilito el teléfono para llamar era de origen polaco y de muy avanzada
edad. Según me comento posteriormente el profesor Eduardo, debía de llevar en esta misión al
menos cuarenta años.
La misión no era como yo me había imaginado y nada cerca estaba de las misiones que
aparecían en las películas basadas en hechos del siglo XVI. Era una misión moderna, con un
campo de fútbol, jardines interiores, comedores separados para niños y niñas, dormitorios
separados por sexos también, un hall que hacia a su vez de altar para las misas o para las
funciones de teatro o música que de vez en cuando organizaban y lo que mas me llamo la
atención es que también disponían de un Info Centro. Lo que ya había conocido en Atabapo y
en otros lugares también lo tenían aquí, la posibilidad de tener Internet en medio de la selva me
impresionaba. Era de construcción bastante reciente y la conexión dependía del tiempo que
hiciese pues era vía “satelital”, pero ya era un logro poder ver el correo electrónico en medio
del Amazonas.

Hice mi llamada y me despedí de Ricardo hasta la noche. Atravesé la misión, el hospital y un


pequeño barrio yekuana para llegar hasta las minas de cuarzo. Sorprendido de tantos millones
de cristales me puse a recoger prismas de diferentes colores y tamaños pensando que cada
uno que cogiese debía de ir destinado a un ser querido a modo de presente. Así me llene los
bolsillos bajo la atenta mirada del cerro Duida frente a mí.

Detrás de Esmeralda y antes de llegar a la selva que rodea al cerro Duida, se abre camino una
pequeña sabana donde los tragavenados son las reinas. Emprendí camino por esta sabana
llegando a ver el cerro desde diferentes perspectivas aparentando desde cada una de ellas un
animal mitológico diferente. Pasaron casi tres horas bajo un sol de justicia hasta que divise en
lo alto de una pequeña colina una casa que por la construcción debía de ser de un indígena.
Contento por mi hallazgo acelere el ritmo pensando en que cuanto antes llegase antes me
refrescaría y me libraría del sol. Tuvieron que transcurrir cuarenta minutos más para que aquel
pequeño punto en la lejanía se pusiera frente a mí. Una pequeña verja delimitaba el terreno de
la casa y dos caballos hacían de Guardianes de la puerta.

Chillé preguntando si había alguien en casa y en breve salio un indígena yekuana con cara de
sorpresa sin dar crédito a lo que tenía delante. Parecía que era la primera vez que tenia una
visita de alguien como yo. Me abrió la puerta de la pequeña verja y me invito a pasar
ofreciéndome agua y reposo en una de las hamacas que se deslizaban desde el techo de la
casa. Casa construida íntegramente de barro y paja. Utensilios de caza cubrían las paredes
dando a entender que este señor debía de ser un cazador. Hablaba muy limitadamente mi
lengua y a través de sonrisas y buenos gestos conseguimos comunicarnos y mantener una
cierta armonía el tiempo que fui su invitado. No pasaron más de treinta minutos cuando me
levante para despedirme pues el sol estaba bajando en busca de pequeño agujero y me
quedaban unas cuatro horas de marcha. El Yekuana parecía estar más agradecido que yo de
haberme encontrado y me regalo un collar realizado con semillas, regalo que tuve a bien de
agradecer regalándole lo único que llevaba conmigo y que pensaba para mí que de poca
utilidad le podría servir, una brújula. Se quedo sorprendido de ver aquella aguja moverse sin
sentido y de la lupa que la acompañaba. No me esforcé en enseñarle a manejarla pues la
comunicación no era nada fluida y con un apretón de manos nos despedimos.

Llegue a Esmeralda ya de noche y me estaban esperando para cenar en la residencia de los


médicos, lo cual agradecí. Al día siguiente quería salir de allí destino Orinoco arriba y quería
pedirles asesoramiento a los médicos de lo que me podía encontrar. Rápidamente se
apresuraron a decirme que la Esmeralda era el último sitio al cual me permitiría el gobierno
acceder pues río arriba era territorio indígena y solo los indígenas decidían quien lo podía
frecuentar. De todas maneras me remitieron al teniente encargado de la zona a pedirle un
permiso y tal vez así podría lograr pasar hasta Ocamo.

Así hice a la mañana siguiente, me dirigí al cuartel de la Guardia situado a la orilla izquierda de
la pista de aterrizaje y pregunte por el teniente. Le explique mis intenciones y me denegó el
paso por no tener “objeto científico”. Me di la vuelta y rápidamente comprendí que mi viaje
Orinoco arriba había terminado aquí. No obstante, le pedí a Ricardo fotografías de los sitios
donde el había subido alguna vez por el río Ocamo. El ya me había dicho que pasando de
Esmeralda hacia arriba era como viajar a la edad piedra.

Me dejo sorprendido con las fotos que me enseño y desde luego me di cuenta que nada tenia
yo que hacer de turista en sus comunidades. Más tarde me presentaría al capitán de la
comunidad yanomami de Yeisibibeteri que había bajado a Esmeralda a por gasolina para el
generador de su comunidad. Le pregunte a cerca de ir de visita a su comunidad (mas por ver la
reacción y la respuesta que por deseo real mío) a lo cual me negó la posibilidad y me
argumento la negativa por las sucesivas veces que los habían engañado siendo una de las
veces mortal para decenas de miembros de su comunidad. Unos supuestos antropólogos
estadounidenses se presentaron en su comunidad con el pretexto de vacunarles. La realidad
fue que fueron a robarles los genes y a experimentar con ellos una vacuna que resultó mortal.
Después de esto, se corrió la voz por todas las comunidades negando el acceso a criollos y
extranjeros a las mismas. Ante tal argumento, no tuve respuesta y agradeciéndole los minutos
prestados me despedí.

Nos volvimos desde el depósito de gasolina hasta el Hospital, hoy ya sin ron y con una breve
despedida y agradecimiento a todo el equipo del Hospital de la Esmeralda, me quedé en mi
churuata pensando en el barco de Transportes Manapiares que me llevaría hasta Samariapo,
según acababa de acordar con el patrón del mismo en el muelle. Si quería ir con ellos debía de
estar a las cinco de la mañana en el muelle y así seria. Como no sabía cuando volvería a tener
otra ocasión de conseguir otro barco, ni me lo pensé.

Había cumplido otro día más en el corazón del Amazonas venezolano. Ya saldría de viaje a la
mañana siguiente con destino de vuelta a Samariapo, de ahí a Ayacucho y de ahí con destino
Caracas. Aquí comenzaba el regreso a casa y un tiempo para digerir todo este viaje que había
resultado una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.

En siete días estaría de vuelta en el estado español y conmigo, una mina en conocimiento y
experiencia que para próximos viajes a América Latina me serían de gran utilidad. La
radiografía de la sociedad venezolana que este viaje me daba, sin duda serviría para
enriquecer el debate y la comprensión a cerca de todo lo que se vive en este país desde una
perspectiva objetiva e incluso, tal vez, podría llegar a servir para mejorar las condiciones de
vida allá en los sitios, donde realmente lo único que encontré fue olvido y chantaje.

24. Orinoco en esencia.

Dieron las cinco de la mañana y me encontré en el puerto de Esmeralda con Luis y con el
motorista que terminaban de amarrar los últimos cabos del barco. El cielo comenzaba a
iluminarse siendo infinito su alcance.
Los kilómetros al frente que dejaba vislumbrar el Orinoco nos decían que el viaje seria largo.
Según me confeso Luis, tardaríamos tres días en llegar a Ayacucho así que de nuevo se me
ofrecía una nueva oportunidad de conocer a dos personas mas de manera intima compartiendo
el día a día y aprendiendo de sus vidas.

Luis y Walter llevaban años trabajando para una empresa de transporte fluvial y conocían todos
los rincones del río. En estas fechas en las cuales el Orinoco rebajaba su caudal, era
importantísimo conocer donde estaban los raudales y las piedras para no encallar y desde
luego que lo sabían. Se comenzaban a ver las playas en las orillas configurándose un paisaje
espectacular en su belleza.

Lo primero que hice, a indicación de Luis, fue colgar mi chinchorro entre dos mástiles de acero
que sujetaban la cubierta del barco. Pasaríamos horas colgados en el chinchorro surcando el
río y sin nada que hacer así que los chinchorros nos harían más cómodo el viaje.

Nuestra relación en las primeras horas no paso de medías sonrisas de afecto o simpatía
sabiéndonos no tener nada que ver e incluso sin saber de que hablar. El calor se hacia
poderoso y Luis me enseño como rebajarlo. Cogió un cubo atado a una cuerda y a modo
pescador lo echo al agua impulsándolo de inmediato para arriba ya lleno de agua la cual echo
sobre su cabeza. Así hice yo seguidamente casi cayéndome al agua conseguí remontar el
cubo a la cubierta del barco y me di el refrescón.

El barco llegaba en su bodega cientos de kilos de palma para las partes altas de las churuatas.
Pasadas unas horas comenzamos a charlar sobre lo que había vivido hasta ahora en
Venezuela, los sitios donde había estado y que lugares tan bellos me había encontrado.
Comenzar una conversación superficial, a la fuerza debía de llevarme a ir intimando mas en
sus vidas las cuales debían de contarme en los días venideros.

Así transcurrió el día, entre mis anécdotas vividas hasta el momento y las expectativas que
pensaba me depararía la bajada del Orinoco hasta Ayacucho, tumbados en los chinchorros y
dándonos baños con el cubo de cuando en cuando mientras hablamos de mis aventuras por su
país.
Pasamos la alcabala de Tama-Tama y me despedí del caño Casiquiare al pasar a su altura
sabiendo que pasaría mucho tiempo hasta que lo volviese a remontar. Recordé los Caribes y a
los curripacos, recordé el cabezón, recordé el campamento turístico y los mineros que había
encontrado en busca de los pozos dorados. Iban pasando las horas y con ellas la frialdad de
los desconocidos se iba disipando. Luis preparo unos cafés y unas bolas de mañoco mientras
me retaba a un concurso de pesca para la cena el cual acepte.

Esta noche dormimos en el medio del río amarrados a unas rocas que sobresalían en su
centro. Sentados en las rocas, tanto Luis como yo preparábamos nuestros aparejos para sacar
la cena. El primero en sacar un pescado fui yo haciendo que Walter se mofase de Luis. Volví a
sacar dos peces más antes de que Luis sacase el primero. El reto de esta primera noche lo
gane yo por cinco a tres enorgulleciéndome como un crío de mi gesta.

No serian más de las seis de la tarde cuando ya estábamos en el chinchorro clamando por el
día siguiente.

Cuando me desperté ya estábamos río abajo. El olor de un café caliente y un calor sofocante
me sacaron de los sueños. Eran pasadas las siete de la mañana y estábamos a la vera del
cerro Yapacana. Luis me confeso que él había estado buscando oro en las faldas del cerro.
Aquí comenzaba otra historia de una vida por casualidad que comenzaba a desnudarse.

Hacia un par de años que Luis se ganaba la vida con un amigo suyo en las faldas del cerro. Un
cerro maldito por la cantidad de vidas que se había llevado consigo. Se decía que había más
de tres mil personas muertas en sus faldas y enterradas en fosas comunes. Su muerte no
había sido ni accidental, ni por las lluvias torrenciales, ni tan siquiera por desprendimientos. Las
balas de los militares habían sido las asesinas. Esperaban a los mineros a la vera del río y
cuando estos se querían ir con el oro recogido los mataban y les robaban. Luis había
conseguido salir ileso pero no así su amigo que murió acribillado. El relato me puso los pelos
de punta y comencé a sentir la misma impotencia que había sentido días antes con los
mercaderes del río. Luis había abierto su corazón a una persona desconocida sabiendo que lo
que estaba diciendo era una acusación muy grave. El motorista lo confirmo y mas tarde en
Ayacucho mis nuevas amistades me lo confirmarían de nuevo. Era un secreto sabido a voces
pero nadie se atrevía a denunciarlo. Había más de tres mil personas asesinadas en el Cerro
Yapacana y nadie había reclamado sus cuerpos. Algún día la historia los reivindicaría.

El cerro se nutria de gallinpeiros del Brasil, de mineros colombianos y de algún venezolano,


siendo estos los trabajadores minoritarios. Era normal que los muertos fueran de los países
vecinos teniendo en cuenta la cercanía de los mismos y la dificultad de que alguien los
reclamara pues entraban de manera ilegal en territorio venezolano.

No salía de mi asombro y Luis me noto afectado por la conversación que teníamos así que
cambio de tema y comenzó ha hablarme de otro trabajo que tuvo anteriormente. Había
trabajado en un complejo turístico que tenia el empresario Cisneros a la vera del Orinoco. Su
trabajo había consistido en pasarle las páginas de los libros cuando este leía uno. Rompimos
en carcajadas pensando en lo vago que debía de ser este hombre, el más poderoso de
Venezuela.

Con esta anécdota se nos comenzaba ha hacer la noche y Walter hecho el barco a un lateral
del río. Luis me volvió a retar a sacar la cena del río. Herido en su interior, Luis cogió un
machete y comenzó a recorrerse la orilla. Uno, dos, tres y hasta cuatro peces de gran tamaño
consiguió sacar a base de machete. Esta noche no tuve la fortuna de la anterior y ningún pez
se dejo engañar por mi anzuelo y su bolita de mañoco.

Al día siguiente llegaríamos a Samariapo casi al atardecer y ahí terminaría mi viaje. No quería
dejar la puerta cerrada con mis dos nuevos amigos así que les pedí los teléfonos de contacto
para en futuras ocasiones contratarles, si había ocasión, como lancheros y guías por los ríos
del Amazonas. Habían demostrado un conocimiento exacto de los ríos y sus cauces siendo de
completa fiabilidad.

Mientras nos comíamos los peces que habíamos sacado del río, Luis hecho mano de la
pequeña mochila que le acompañaba y saco un pequeño amuleto que me ofreció a modo de
regalo. El amuleto, un diente de tigre, cayó en mi mano emocionándome sobremanera. No me
hubiese imaginado esta sorpresa pero debía ser que Luis había encontrado a un gringo con el
cual podía hablar sin sentirse inferior y nuestros ojos se encontraban con una perfecta
complicidad y un profundo respeto mutuo.

Nos acomodamos en los chinchorros y me quede en compañía de la preciosa luna que nos
alumbraba. Las sombras de la vegetación en la orilla de enfrente y los sonidos de los animales
llenaban de misterio la noche. Caía en un sueño profundo mientras en mi cabeza cientos de
imágenes de lo vivido hasta el momento hacían que mis parpados se volviesen pesados.
Imaginaba los tres mil mineros asesinados en la falda del cerro yapacana, uno a uno iban
dejando de ser anónimos en mi cabeza. Según pasaban por delante mía les iba poniendo
nombre y rostro a modo de reivindicación de sus vidas y de denuncia de sus muertes.

Me desperté ya con el barco en marcha. Había pasado una mala noche de pesadilla en
pesadilla y tenia el cuello dolorido de las malas posturas que había ido cogiendo.

Walter me ofreció un café de desayuno y Luis un cubo lleno de agua para lavarme la cara,
cubo que me eche por encima para espabilarme de golpe ya que el sol comenzaba ha
hacernos sudar.

El día transcurrió tranquilo. De vez en cuando nos cruzábamos con algún bongo con destino a
las minas o alguna voladora de pasajeros con destino Atabapo. Llegamos a la altura de Isla
Ratón y recordé a la doctora que allí trabajaba y días antes había coincidido con ella en
Ayacucho. El cerro Autana se elevaba a nuestra derecha haciendo de el río Cuao una de sus
puertas de entrada.

Llegamos a Samariapo de noche y tras amarrar el barco nos dirigimos al bar del puerto, bar
ambientado como el mejor de las novelas de Vázquez Figueroa, lleno de trabajadores del río,
humo y olores cargantes. Después de haber estado durante semanas comiendo pescado, Luis
me recomendó pedir para cenar un plato de pollo y sin duda alguna le hice caso. Me ofrecí a
pagarles la cena y unas cervezas como agradecimiento por haberme traído desde las
profundidades del Amazonas hasta la puerta de la civilización. Pasamos unas horas de risas,
de pool y de cervezas hasta que llego un taxista ofreciendo viaje hasta ayacucho. Me despedí
de Luis y de Walter hasta otra ocasión y marche.

El viaje y la convivencia con Luis y Walter habían sido de las mejores y mas profundas de todo
el viaje y de aquí en adelante entraba en una cuenta atrás de pocos días antes de volver a
Madrid.

25. El Retorno

Llegamos a Ayacucho e invite al taxi a dejarme en el hotel donde me había alojado días antes.
Los clientes habían cambiado y en esta ocasión compartían morada con dos peruanas que
habían vivido unos días agitados en la ciudad y habían ido de problema en problema con la
policía. Hice rápida amistad en la propia recepción del hotel con una de ellas la cual me puso al
día de su situación mientras tomábamos una cerveza en la nocturnidad del hotel. Habían sido
robadas en otro hotel de la ciudad por unos policías de todo su dinero. Al día siguiente de esto,
los policías volvieron y les retiraron los pasaportes. No se atrevían a ir a denunciar por miedo a
sufrir algún tipo de agresión sexual o algo peor. Su situación era kafkiana, ahora debían de
conseguir llegar a Caracas esquivando los controles por carretera ya que no poseían
documentación alguna. La peruana me contó su historia pensando que yo hallaría alguna
forma de ayudarlas pero me resulto tan subreal la historia que directamente le reste
importancia o me desmarqué deseándoles suerte. Después de todo lo que había visto hasta
ahora, tal vez me pareció demasiado involucrarme más de lo que ya había hecho
escuchándola.

Me retire a mi habitación ligeramente perjudicado por las cervezas digeridas y coloque la


mosquitera por encima de la cama sujeta al techo de la habitación.

A la mañana siguiente me debía de ver con Santiago y Nancy para despedirme de ellos y
comentarles algunas de mis experiencias vividas, pedir consejo y dar agradecimientos.

A las seis de la mañana, me despertó el servicio del hotel y después de recoger las cosas por
si acaso salía este mismo día, marche a desayunar al café vecino al cyber. Debía de hacer
tiempo durante algo más de una hora para poder dar señales de vida a mi familia y amigos en
el estado español; tenía tantas cosas que contar. Me notaba con la ansiedad por las nubes, en
un par de días me estaría de nuevo en Madrid con mis compañeros de la asociación Haydee
Santamaría, con mis padres, con Sonia que tanto la eché de menos en la segunda etapa de mi
viaje, etc.

Tome mi jugo de naranja y mi café solo sintiéndome desubicado estando de nuevo en


Ayacucho. La sensación de los primeros días en la ciudad, cuando todo era desconocido,
había desaparecido por completo. Me sentía capaz de identificar a chivatos, policías ocultos
entre la población, a traficantes, a comerciantes adinerados, etc. En cuestión de unas semanas
en la selva, los encuentros que había tenido con la gente me habían servido para hacer una
radiografía profunda de la realidad en esta parte de Venezuela. La impunidad, por la escasez
de autoridad y por la escasez de medios para la población, generaba una jungla humana donde
la supervivencia era la meta en un medio de buitres y uniformes. La supervivencia no solo
consistía en tener acceso a medios o no tener problemas con los uniformados, la supervivencia
también consistía en saberse resolver en una zona donde no existía industria (al menos legal o
visible), ni servicios. El turismo, el comercio y la economía informal pasaban a ser la principal
fuente de ingresos de los habitantes de Edo. Amazonas, un estado que no superaba los veinte
y cinco mil habitantes.

Desde luego que me había cambiado la selva. Sentidos atrofiados por la urbe habían
despertado. Sentía que tanto el odio como la vista se habían aliado en la búsqueda de
respuestas, configurándose en mi ese sexto sentido que comenzaba a decirme que no merecía
la pena apurar mas tiempo en un país en construcción y que, aun con las ansias de participar y
de intentar aportar algo positivo a un proceso de transformación social tan lindo como el
bolivariano, hoy día no se daban las circunstancias en mi persona para tan noble empresa. No
había sido capaz todavía de asimilar todas las problemáticas que me había encontrado y
mucho menos había acabado de comprender todas las ramificaciones que estaban naciendo
para poner el país en marcha.

Me adentre en el cyber a mirar el correo electrónico, decenas de correos preguntaban por mi


localización y por mi estado pues llevaba semanas sin dar señales de vida y se había
despertado la preocupación. Conteste pacientemente uno a uno y seguidamente llame a mi
familia y a Sonia. Echaba de menos voces conocidas y una conversación en mi lenguaje.
Acababa de dar el aviso de mi vuelta a Madrid, incluso antes de tener el billete reservado, para
el primer vuelo que encontrase desde Caracas con destino a Madrid. Inmediatamente me puse
a buscar por Internet y encontré vuelo para Madrid para el día siguiente por la tarde. Debía de
salir ese mismo día hacia Caracas.

Me dirigí a casa de Santiago para despedirme de el y de su compañera Nancy. Solo ella se


encontraba en casa y para sorpresa mía Santiago había partido para Brasil a preparar el Foro
Social Panamazonico. Tomamos un te juntos hablando de nuestras vidas y sobre todo de mis
impresiones. Nancy se burlaba de mi por mi ingenuidad cuando la decía que tenia que chillar
hacia algún lado las injusticias que había vivido en los ríos, los abusos a los mercaderes del
río, la soledad de los médicos cubanos en la esmeralda donde sin medios curaban lo incurable,
los abusos de las nuevas tribus para con los indígenas,…….eran tantas cosas que denunciar.

Nancy se limito a escucharme y después de mi monologo me cogió la mano y serenamente me


invito a regresar a España y hacer publico de alguna manera mi viaje, pues había conocido a
viajeros de mil diversos colares pero ninguno con la sensibilidad que denotaba en mi. No sabia
como tomar estas palabras pero el abrazo y la invitación a volver me dejaron claro que habían
sido palabras sinceras y llenas de ilusión, pues ella había visto en mi a un aventurero de
carácter social dispuesto a seguir caminando por las sendas de la justicia social, deseoso de
aprender y sobre todo de compartir.

Me acompaño a la estación de autobuses pues a las tres de la tarde saldría el autobús con
destino Caracas y había decidido, sin nada más que hacer en Ayacucho, salir cuanto antes de
la ciudad. De vuelta en el hotel me esperaban las venezolanas para invitarme a una cerveza y
sorprendidas de mi marcha, me regalaron un colgante a modo de amuleto deseándome buen
viaje. Recogí mi equipaje y marche al mercado indígena ha hacer unas compras y terminar con
parte de los bolívares que aun me quedaban. Compré tantos motivos indígenas que a la
mochila tuve que añadir dos cajas de cartón de gran tamaño que los taxistas tendrían a pesar
suyo, tuvieron que ayudarme a cargar con ellas.

Subido al autobús, no dejaba de pensar en Luis y en Walter, en la familia que me remonto el


Casiquiare, en los médicos cubanos, en Marco del cual no tuve ocasión de despedirme, y en
tanta gente que me había encontrado en ambos lados de los ríos. Esa gente que me había
enseñado la ternura y la crueldad en diferentes grados y versiones, en esos indígenas que me
habían enseñado el origen; el origen de las civilizaciones, en los huidos y los clandestinos que
me habían enseñado la supervivencia en su estado mas puro y difícil……Mis lagrimas
comenzaron a brotar cuando estos recuerdos demasiado cercanos se convirtieron en anhelos.
Sabia que mi regreso a Madrid significaba una nueva prueba. Antes de emprender el viaje
había dejado demasiadas cosas en el aire y de alguna manera, mi escapada por Venezuela
había sido una ruptura con un patrón social que me había dominado los dos años anteriores.
Este viaje me había cambiado mis impresiones de Venezuela e incluso de la humanidad, me
había codeado con los sin rostro, con los sin nombre, con revolucionarios y con resistentes de
la vida como Roberto, el minero de Payapal, me había codeado con los sin tierra, con los huele
pega, con curas; ¡y vaya curas Cesar y Matías!, con la nueva elite del gobierno bolivariano, con
militares y policías, con trabajadores sociales, etc. No me había encontrado en este viaje con
los modelos de las televisiones, ni con ricos terratenientes, ni con los famosos de las
telenovelas. Había compartido con los comunes, con esos que forman la masa llamada pueblo.
Justo lo que buscaba e intuía que me iba a dar una visión objetiva de que sucede en
Venezuela ¡¡¡Había sido tan completo mi viaje, sentía que había aprendido tanto!!!

Pasamos El Burro y la próxima para seria San Fernando de Apure en Los Llanos. El ambiente
en el bus era demasiado tranquilo para lo que había vivido en otras zonas del país, la música
inexistente aunque había algo que hacia este viaje similar a otros anteriores, el factor nevera.
El aire acondicionado se hacia notar y no tarde en sacar una pequeña manta que Nancy me
había regalado previendo esta situación. Conseguí dormir hasta Caracas.

No tarde en encontrar un taxi gracias a la ayuda de uno de los muchos busca taxis de la
estación de autobuses. El Ritz me esperaba.

Conseguí la misma habitación que había tenido en mi llegada a Caracas desde Madrid. Las
vistas no eran de lo más motivantes, una escalera exterior de incendios en el bloque de
enfrente me decía que para mejores vistas debía de salir a darme un paseo. Dudaba si llamar a
Nicola o a Henry para despedirme, la verdad es que no me apetecía demasiado pues
realmente estaba saturado y necesitaba soledad y asimilar tantas experiencias. Decidí salir
solo por Caracas y me dirigí a la Candelaria en busca de una discoteca o pub donde tomar algo
y tal vez conocer a alguien.

Cual fue mi sorpresa que al intentar entrar en una de las varias discotecas de la zona, no me
dejaron entrar por carecer de chaqueta americana aunque el portero en un amago de
amabilidad se dirigió al guardarropa y me saco chaqueta que en mi retiro debería de devolver.
Pase la noche con unos cuanto cuba libres deleitándome la vista con las maravillosas
bailarinas que copaban la pista de baile. Creyendo cumplid el día me retire al hotel.

En el camino de vuelta, millones de pequeñas luces rodeaban la ciudad en sus partes altas.
Los barrios se llenaban de vida nocturna, las casa de papel reivindicaban su existencia. Me
senté en la plaza de bellas artes y entre dos torres enormes de oficinas se vislumbraba uno de
esos barrios. Pensaba en todo lo que debía de estar sucediendo en cada rincón de sus calles y
casas y me venia a la cabeza una película que había visto no hacia mucho tiempo, “Huele
Pega”. Intentaba cambiar el guión de la película en mi interior deseando otro final u otras
realidades a modo de sueño, de tal manera que el niño protagonista no fuera expulsado de su
casa por el padrastro alcohólico, ni que ese niño tuviese que estar abocado a la delincuencia,
ni que ese niño nunca tuviese que coger armas. Soñaba con que Oliver20, o cualquier otro de
su edad, fuese interceptado por un trabajador social que le integrase en una de las muchas
misiones educativas que hoy tiene Venezuela, soñaba que Oliver comenzaba a percibir un
salario social mientras ejercía su periodo de formación, soñaba que Oliver tenia el amor de su
madre y su apoyo, soñaba que Oliver tenia amigos sanos y que entre ellos hablaban de cómo
hacer el bien a la comunidad. Soñaba que tal vez algún día, todos los niños que viven en
barrios como el de Oliver, no tendrían miedo y de que podrían desarrollar vidas sin el temor de
perderlas. Soñaba que todo lo que había visto en el Dorado, en Ocumare, en la Esmeralda, en
San Félix, en el Callao, en Charallave no eran espejismos y que simplemente eran la
vanGuardia del fin del miedo.

Me quedé con ese sueño y comencé a caminar sonriendo entre lágrimas. Estaba siendo testigo
del fin del miedo. Este pensamiento me hizo sentirme feliz. Estaba plenamente convencido que

20
Nombre del niño protagonista de Hule Pega
en Venezuela nacía una experiencia exportable a otros países como Bolivia, Perú, Brasil…. El
fin del miedo había llegado y los pueblos del V Centenario habían despertado. Colón había
sembrado las cosechas que venían a España en el siglo XV con la sangre de los indígenas y
hoy los indígenas (urbanos y no urbanos) estaban dando una lección de moral, ética y
humanidad a sus vecinos del norte.

Perfilaba estos pensamientos cuando llegue al hotel. Puse el televisor y hay estaban Hugo
Chávez y Fidel Castro en la Habana. Tumbado en la cama pensaba en como Fidel Castro
había conseguido desde una pequeña isla, construir el mayor imperio jamás conocido de
exportación de solidaridad. Me parecía increíble y digno de admiración aun solo por este
detalle. No tarde en cerrar los ojos pues el cansancio del viaje y el paseo nocturno por la
ciudad me habían agotado.

Amaneció temprano, como siempre. De camino al aeropuerto, el taxista me había preguntado


por el motivo de mi viaje: ¿Negocios o turismo? No supe que decirle, el silencio impregno el
ambiente hasta el aeropuerto. Sumergido en mi interior intentaba responderme a las millones
de preguntas que me acosaban y poco a poco a iba encontrando las respuestas. No estaba
para nadie, una semilla estaba germinando en mí, una semilla llamada esperanza, con la cual
cogí el compromiso de regarla díariamente para no dejarla marchitar. Mi primera decisión en
honor a este compromiso seria tirar mi televisión a la basura a mí vuelta en Madrid. Entre las
muchas cosas de las que había tomado conciencia estaba la manipulación mediática, teniendo
en las TV el mayor de sus referentes.

El taxista no debía de entender nada de nada y subió el volumen de la radio para que el vacío
del coche no fuera tan evidente.

Estaba a punto de concluir mi segundo gran viaje y sabía que debía de pasar no menos de un
año para asimilar tanta experiencia. Pasado este tiempo, estaba dispuesto a comenzar otra
nueva aventura de impregnarme de realidad, de esa realidad que solo las personas de a pie
serian capaces de contar.

Agradecimientos

A Sonia por su compañía y valor al aguantarme durante los quince días que compartimos viaje,
A Laura por aguantarme mis noches de insomnio,
A mis padres por ser como son,
A los venezolanos que me facilitaron los contactos y recursos para moverme en su país y
comprender a lo largo del camino,
A los médicos cubanos y a todos los solidarios que a través de su tiempo y dedicación están
haciendo que Venezuela vuelva a brillar y me dieron más de una lección,
A Henry, a Nicola y a Carlitos que, haciendo brillar alguna estrella de nuestro lindo cielo, seguro
que con ello estará haciendo sonreír a una mujer.

You might also like