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como l) y pone fin al altercado: dos pjaros muertos de un solo tiro. Pero para eso, es
necesario reconocer que tanto l como yo podemos equivocarnos
Si vieres a alguno pecar pblicamente, o cometer cosas graves, no te debes estimar
por mejor: porque no sabes cunto podrs t perseverar en el bien. Todos somos flacos;
mas t no tengas a alguno por ms flaco que a ti (La Imitacin de Cristo, I, 2, 4).
5. Admite tus limitaciones y necesidades:
Es parte de la naturaleza humana querer dar la impresin de ser fuerte y autosuficiente;
eso normalmente no hace ms que dificultar las cosas. Si manifiestas humildad pidiendo
ayuda a los dems y aceptndola, sales ganando.
Esto de no fiarse del propio parecer nace de la humildad. Por ello, el cap. II de los
Proverbios dice que donde hay humildad, hay sabidura. Los soberbios, en cambio,
confan demasiado en s mismos (Santo Toms de Aquino, Sobre el Padrenuestro, l.c.,
142).
6. Sirve a los dems:
Ofrcete a ayudar a los ancianos, los enfermos y los nios, o a prestar algn otro servicio
comunitario. Saldrs beneficiado, pues aparte de adquirir humildad, te ganars la gratitud
y el cario de muchas personas.
Cuando se te presente la ocasin de prestar algn bajo y abyecto al prjimo, hazlo con
alegra y con la humildad con que lo haras si fueras el siervo de todos. De esta prctica
sacars tesoros inmensos de virtud y de gracia (Len XIII, Prctica de la humildad, 32).
7. Reconcele a Dios el mrito de toda cualidad que tengas y de todo lo bueno que
te ayude a hacer:
Es importante abrir los ojos del alma y considerar que no se tiene nada nuestro de lo que
debamos gloriarnos. Lo nico que realmente tenemos es pecado y debilidad. Los dones
de la naturaleza y de gracia que hay en nosotros, solamente merecen ser agradecidos a
Dios, que nos lo ha dado cuando ha pensado en nosotros al crearnos.
Nadie confe en s mismo al hablar; nadie confe en sus propias fuerzas al sufrir la
prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra sabidura proviene de Dios,
y si sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es tambin don suyo (San
Agustn, Sermn 276).