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Boron*
Clase inaugural
Por el necesario (y demorado)
retorno al marxismo
ADVERTENCIA PRELIMINAR
Abordar un tema como el que aquí se desarrolla requiere de algunas po-
cas pero necesarias palabras iniciales. Al fin y al cabo, ¿cómo entender
el significado de este regreso a una fuente tan fundamental e irreem-
plazable del pensamiento crítico como el marxismo? Si se habla de re-
greso, ¿por qué habrá sido que muchos se alejaron, y ahora retornan?
Además, ¿se regresa a lo mismo, o a otra cosa? O, también, ¿de qué
fue que nos alejamos? En fin, las preguntas podrían sucederse en una
secuencia interminable, en donde se entrelazarían reflexiones que tras-
cienden al campo meramente intelectual, o de la mal llamada “historia
de las ideas” –mal llamada, porque las ideas no tienen una historia pro-
pia independiente de las condiciones sociales que les dieron origen y las
sostienen a lo largo del tiempo–, para adentrarse en la historia contem-
poránea en sus múltiples dimensiones. El destino del marxismo como
teoría crítica –o, parafraseando a Jean-Paul Sartre, como el necesario
e imprescindible horizonte crítico de nuestro tiempo– no ha sido indi-
ferente a los avatares de las revoluciones socialistas del siglo XX, ni a
los auges y reflujos de las luchas populares durante sus convulsionados
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LA PARADOJA DE LUKÁCS
Ahora bien, si las anteriores no parecen ser razones suficientes, bus-
quemos otro camino. Supongamos, a pesar de todo lo dicho, que un
conjunto de recientes investigaciones hubiera refutado todas y cada
una de las tesis de Karl Marx, tal y como lo conjeturaba Lukács en su
brillante Historia y conciencia de clase. En tales circunstancias, un mar-
xista “ortodoxo” podría aceptar tales hallazgos sin mayores problemas
y abandonar sin más las tesis de Marx, sin que tal actitud cuestionara su
identidad teórica ¿Cómo explicar semejante paradoja –conocida como
“la paradoja de Lukács”? La respuesta que nos ofrece el teórico húngaro
es la siguiente: el marxismo “ortodoxo” (expresión que él utiliza sin las
comillas que a nosotros nos parece conveniente agregar) no supone la
aceptación acrítica de los resultados de las investigaciones de Marx, ni
la de tal o cual tesis de su obra, ni mucho menos la exégesis de un libro
“sagrado” (aquí las comillas son de Lukács). Por el contrario, la ortodo-
xia marxista se refiere exclusivamente a la concepción epistemológica
general de Marx, el materialismo dialéctico, y no a los resultados de una
indagación en particular, guiada por la metodología que fuera. Para
Lukács, esta concepción se expresa a través de numerosos y variados
1 Un excelente correctivo para la falacia positivista que afirma que las debilidades de la
teoría se corrigen acumulando “datos” y evidencia empírica se encuentra en el excelente
libro Manual de metodología, producto del curso dictado en el Campus Virtual de CLACSO
por los profesores Ruth Sautu, Paula Boniolo, Pablo Dalle y Rodolfo Elbert (2005).
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cindir del examen del vínculo entre Hegel y Marx. Conviene, por eso
mismo, comenzar retomando algunos planteos metodológicos de Marx
no siempre debidamente recordados y, sin embargo, sumamente escla-
recedores. En el epílogo a la segunda edición de El Capital, publicado en
1873, Marx alude explícitamente a su relación con Hegel y a su concep-
ción del método dialéctico. En un pasaje de dicho texto, que citamos a
continuación de manera abreviada, Marx afirma que su “método dialéc-
tico no sólo difiere del de Hegel [...] sino que es su antítesis directa. Para
Hegel el proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de
idea, en un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real” (aclaremos, por
las dudas, que la expresión “demiurgo” significa “principio activo del
mundo”). Y prosigue Marx diciendo, para marcar sus diferencias:
Para mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material traspuesto y tra-
ducido en la mente humana. Hace casi treinta años sometí a crítica
el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana, en tiempos en que
todavía estaba de moda. Pero precisamente cuando trabajaba en la
preparación del primer tomo de El Capital los irascibles, presuntuo-
sos y mediocres epígonos que llevan hoy la voz cantante en la Ale-
mania culta dieron en tratar a Hegel [...] como a un “perro muerto”.
Me declaré abiertamente, pues, discípulo de aquel gran pensador y
llegué incluso a coquetear aquí y allá, en el capítulo acerca de la teo-
ría del valor [¡nada menos que en ese capítulo!], con el modo de ex-
presión que le es peculiar. La mistificación que sufre la dialéctica en
manos de Hegel en modo alguno obsta para que haya sido él quien,
por vez primera, expuso de manera amplia y consciente las formas
generales del movimiento de aquélla. En él la dialéctica está puesta
al revés. Es necesario darla vuelta, para descubrir así el núcleo racio-
nal que se oculta bajo la envoltura mística (Marx, 1975: 19-20).
Marx concluye este luminoso pasaje diciendo:
En su forma mistificada la dialéctica estuvo en boga [...] porque
parecía glorificar lo existente. En su figura racional, es escándalo y
abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, por-
que en la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio
tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina; porque
concibe toda forma desarrollada en el fluir de su movimiento, y por
tanto sin perder de vista su lado perecedero; porque nada la hace
retroceder y es, por esencia, crítica y revolucionaria (Marx, 1975: 19-
20; las cursivas son nuestras).
Estas líneas permiten apreciar en toda su magnitud la importancia de
la conexión Hegel-Marx y, aún más importante, la íntima relación entre
teoría y método. Veamos esto con cierto detalle.
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del buen sendero de la historia, no son sino los grandes hitos que, al defi-
nir el provisorio resultado de los antagonismos sociales, marcan los mo-
mentos fundantes de su derrotero. Claro está que, llegados a este punto,
es preciso recordar la diversidad de las contradicciones y antagonismos
que se generan en las sociedades capitalistas y, por eso mismo, la gran
variedad de los sujetos que los encarnan.
2 Respecto del carácter fuertemente conservador de algunas teorizaciones, como las de La-
clau y Mouffe, supuestamente interesadas en “superar” los vicios del marxismo, remitimos
al lector a nuestro Tras el búho de Minerva (Boron, 2000: 73-102). Partiendo de una crítica a
ciertos pasajes, sin duda polémicos, de la obra de Marx, estos autores culminan su travesía
de forma asaz paradojal: adhiriendo a una concepción de la democracia análoga a la pro-
ducida por el saber convencional de la academia norteamericana. Pagan cara su ardiente
impaciencia por llegar a la tierra prometida del “post-marxismo”: al disociar por completo
su reflexión sobre la vida política de las condiciones materiales sobre las cuales aquella se
sustenta, retroceden un par de siglos, más exactamente a la era “pre-marxista”.
3 En efecto, nunca había ocurrido que una teoría sobre el imperialismo, presuntamente
crítica del mismo, fuese acogida con tanto entusiasmo por los principales intelectuales
orgánicos del imperio y sus representantes políticos. Por supuesto, esto no ocurrió a co-
mienzos del siglo pasado, cuando vieron la luz las obras clásicas de Lenin, Luxemburgo,
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Bujarin y tantos otros. Y menos aún cuando aparecieron, ya en la segunda mitad del si-
glo XX, importantes aportes sobre el tema escritos, entre otros, por Samir Amin, Arghiri
Emmanuel, Ernest Mandel y, más recientemente, Immanuel Wallerstein; para no citar el
“ninguneo” sistemático a que fueran sometidas las teorizaciones desarrolladas en América
Latina por Pablo González Casanova, Agustín Cueva, Rui Mauro Marini y, en general, los
teóricos de la dependencia. Sin duda, la tesis central del libro de Hardt y Negri, “hay im-
perio sin imperialismo”, explica en buena medida la jubilosa recepción de su obra en las
clases dominantes del imperio.
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