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Educación y deporte 2010ko otsailaren 08a

La violencia en el deporte escolar gana por goleada


«¿Qué vamos a hacer?», gritan en corro jugadores de 11 años antes de empezar el
partido. «¡Gana, ganar y ganar!», responden al unísono. ¿Dónde quedó aquello de que
lo importante era participar? Dos expertos analizan para GARA la latente agresividad,
sobre todo verbal, en el deporte base.

Joseba VIVANCO

Varios espectadores del encuentro detallaron que la trifulca ocurrió a raíz de los
comentarios de uno de los entrenadores tras una falta pitada por el árbitro durante un
partido que disputaban los equipos de Arteaga y Askartza, de la categoría alevín de la
liga escolar de Bizkaia. Uno de los espectadores increpó y golpeó al entrenador del
Askartza y, tras ese incidente, intervinieron en la pelea varias personas más. En ese
momento, bajaron al campo un hombre y su hijo de 17 años para intentar mediar en la
riña, pero el menor recibió un puñetazo de uno de los seguidores del otro equipo».

Es el relato remitido por la Ertzaintza tras este incidente ocurrido en marzo del año
pasado. Un claro ejemplo de violencia en el deporte escolar en su máxima expresión. El
problema es que en menor grado, esa agresividad en los terrenos de juego, sea de fútbol
u otras disciplinas deportivas de equipo, ocurre más veces de lo deseable.

Un reciente estudio impulsado por la Diputación vizcaina con la colaboración de la


Federación de Fútbol del mismo territorio ha concluido que en un 15% de los partidos
analizados se dieron casos de violencia, fuera física o verbal. Se trata de una
investigación piloto que se llevó a cabo tras analizar 346 actas arbitrales de la
temporada pasada en categorías que iban desde benjamines hasta infantiles.

Según el resultado de este estudio, en la mitad de los casos en que se produjo algún tipo
de violencia, ésta se dio tanto dentro como fuera del campo, si bien fuera del mismo lo
que predomina es la agresión de tipo verbal. «¡Vete a la peluquería!», le gritaba hace
unos días el padre de un jugador de 11 años a una joven colegiada que arbitraba un
partido en la liga vizcaina. Y en un terreno de juego se suelen escuchar cosas peores.

Apenas hay prevención

La idea del Comité Vasco contra la Violencia en el Deporte, dependiente de Lakua, es


que el análisis se extienda también a Araba y Gipuzkoa durante la presente temporada y,
al mismo tiempo, impulsar un programa dirigido a monitores deportivos. Algo similar
ya se hizo en 2004 en las disciplinas de fútbol, balonmano y baloncesto, chequeando
más de 11.000 partidos. Entonces, se detectaron 758 casos de presencia de violencia
verbal y 130 de violencia física, focalizándose la mayoría de casos en actividades
masculinas y entre los participantes de más edad.

Cualquiera que asista un fin de semana a algún partido de estas categorías -hablamos de
menores de 14 años- puede encontrarse con alguna de estas imágenes poco
recomendables para los jóvenes deportistas. «Si insultas al árbitro, desprecias a los
contrarios, discutes con los espectadores o contradices al entrenador, es muy probable
que ellos también lo hagan», advierte una guía titulada ``Cuando son tus hijos e hijas los
que están en juego'', elaborada en su día por, entre otros, la actual sicóloga del Athletic
Club, María Ruiz de Oña.

Un documento del que también es coautor Luis Mari Iturbide, profesor de Sicología
Dinámica y Sicología del Deporte de la UPV-EHU. «El deseo de ganar, el interés por
derrotar a un determinado equipo, la importancia de un partido para la clasificación
final... hace que algunos padres o entrenadores olviden la vertiente lúdica y formativa
del deporte y se comporten de forma poco didáctica, convirtiendo lo que tenía que ser
una agradable experiencia para el niño en un lamentable espectáculo», se lamenta.

Si se rastrea en Internet en busca de programas o iniciativas encaminadas a prevenir la


violencia a estos niveles deportivos, uno se encuentra con... nada. «Realmente, la
principal atención en relación con la violencia en el deporte la recibe el deporte
profesional, y en particular el fútbol», responde uno de los pocos investigadores en este
terreno a nivel estatal, el sicólogo de Ciencias de la Salud y el Deporte de la
Universidad de Zaragoza, Fernando Gimeno Marco. Aragón es una de las pocas zonas
donde existe un programa específico de prevención de la violencia en el deporte base y
otro dirigido a padres y madres. Una idea, la primera, que el año pasado se trasladó a la
categoría cadete del fútbol en la capital gasteiztarra.
Es escolar porque debe ser educativo

En Araba, el Departamento foral de Euskera, Cultura y Deportes ha ampliado este curso


de tres a ocho centros educativos la participación en el programa de prevención de la
violencia en el deporte escolar. Está dirigido a monitores de menores con edades entre
los 8 y los 12 años y pretende también implicar a los padres. «Prevenir situaciones de
violencia en el deporte escolar alavés y reducir los incidentes», resumió recientemente
el objetivo de esta actividad la diputada Lorena López de Lacalle. Una de las iniciativas
es el llamado «balón deportivo», por el que los jugadores entregan balones de cartón,
con mensajes incluidos, a sus padres y al público antes de cada encuentro.

«En el deporte base -explica el propio Fernando Gimeno- casi todas las comunidades
autónomas tienen programas de divulgación para fomentar la práctica deportiva y, con
ella, el juego limpio, pero muy pocos, realmente, profundizan para comprender y dar
respuesta al fenómeno de la agresividad y de la violencia».

Una idea que comparte Luis Mari Iturbide. «Lamentablemente, y a pesar de que existen
meritorias excepciones como el programa de prevención de la violencia del Comité
Vasco contra la Violencia en el Deporte, estamos todavía muy lejos de conseguir que se
materialice esta declaración de intenciones y se aplique realmente este código de juego
limpio para el deporte infantil».

Solitarios goles contra la violencia en el deporte base. Como escribiera Luis Solar, hasta
no hace mucho coordinador de la cantera de Lezama, «el deporte llamado escolar no
tiene este apellido por tener lugar en centros educativos, sino por constituir un medio de
la educación».

Si uno fija la mirada en el deporte base, lo que se suele ver lo dibuja Iturbide al afirmar
que, por lo general, «se persigue el resultado y la victoria por encima de otro tipo de
objetivos formativos. La organización de eventos responde más a los intereses y al
prestigio de los clubes, colegios y asociaciones que a un proyecto educativo
consensuado. Y la competición se convierte en una práctica elitista y selectiva, para la
que tan sólo son aptos los mejores».

Precisamente, esa competitividad mal entendida es uno -eso sí, uno más- de los
embriones de una agresividad y una violencia que, casi siempre, tienen a los jóvenes
deportistas como testigos mudos. «Efectivamente, la grada y los entrenadores son
factores que explican más del 50% de la agresividad y la violencia en el deporte base»,
afirma. En cualquier caso, aclara que se trata de un fenómeno «multicausal». Por ello,
matiza que «querer explicarlo únicamente sobre la base de uno de los posibles
determinantes, por ejemplo, la obsesión por ganar, supone limitar su comprensión, pero
sobre todo la forma de actuación en cuanto a estrategias de prevención antes de que
ocurra el incidente y cuando ya ha ocurrido».

Padres y entrenadores ¿culpables?

¿Qué hay, entonces, detrás de esos comportamientos? Está, defiende este experto,
«junto a la obsesión por ganar, el entender el deporte de competición de una forma
limitada, parcial y reduccionista en el sentido de que sólo se es bueno o se ha jugado
bien cuando ganas al contrario».

Pero, además de este afán mal entendido por la victoria, «encontramos también otros
factores como no soportar la frustración de no conseguir el objetivo que se pretende, la
ansiedad social de, por ejemplo, el entrenador que no quiere «quedar mal» o «en
ridículo» delante de su afición o sus jugadores, entender al jugador o equipo contrario
como «el enemigo a batir», la proximidad física de las aficiones o de la grada con
respecto al terreno de juego, la deficiente formación técnica y sicológica de los
entrenadores que les lleva a suplir sus carencias con estrategias de fuerza y de tipo
autoritario, el desconocimiento de las reglas de juego....». Un fenómeno «multicausal»,
repite el sociólogo.

Su colega Luis Mari Iturbide reconoce, no obstante, que madres y padres «desean lo
mejor para sus hijos en todos los aspectos de la vida, y el deporte no es una excepción».
El problema radica en que, «con más frecuencia de la que sería de desear, la ansiedad
asociada a la consecución de ese deseo les conduce a manifestar conductas que pueden
tener una influencia negativa en el proceso formativo inherente a la práctica deportiva
de sus hijos o hijas». Y ocurre lo que ocurre. «Amparados en el anonimato que
proporciona el grupo, pierden la cordura, la educación y el sentido de la
responsabilidad», sentencia.

Otro tanto les sucede a muchos entrenadores. «A pesar de algunas honrosas


excepciones, la realidad es todavía más reveladora y desalentadora: la mayor parte de
las personas que encontramos entrenando a niños y niñas en el deporte de base no tienen
ningún tipo de preparación sico-pedagógica».

Una realidad que se está tratando de revertir por parte de las federaciones deportivas.
Pero, insiste, «no deja de ser una situación paradójica: las personas a las que confiamos
y encomendamos la educación deportiva de nuestros hijos e hijas no están preparadas
para llevar a cabo tal menester».

En el fondo, quién sabe, quizá resida una idea equivocada por parte de padres y
entrenadores, que parecen creerse los protagonistas del juego. «Estoy de acuerdo»,
responde Fernando Gimeno. Luis Mari Iturbide también lo tiene claro: «Devolvamos el
protagonismo a quien nunca debió perderlo, los niños y niñas. Que jueguen, progresen y
crezcan; que aprendan a participar y a competir con deportividad, a respetar a los demás
y a las reglas del juego; que entablen nuevas amistades y, sobre todo, que se diviertan,
porque si no se lo pasan bien, enseguida abandonan».

Así las cosas, Iturbide da un último consejo para el próximo fin de semana: «Insistir
demasiado en la trascendencia de un partido o en la obligación de ganar es un error, casi
tan grave como enzarzarse con otros padres en discusiones bizantinas, que suelen acabar
en escándalo y disputas».

Carta de un niño a su padre

«No sé papá... ya no es como antes. Ahora no me das una palmadita cuando termina el
partido ni me invitas a un refresco. Vas a la grada pensando que todos son enemigos,
insultas a los árbitros, a los entrenadores, a los jugadores, a los padres del equipo
contrario...

¿Por qué has cambiado? Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor,
que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que
solo vale ganar.

Ese entrenador del que dices es un inepto, es mi amigo. El que me enseña a divertirme
jugando y a amar éste deporte.

El chaval que el otro día salió en mi puesto.. .¿te acuerdas?... sí hombre, aquel a quien
estuviste toda la tarde criticando porque no sirve ni para llevarme la bolsa, como tú
dices. Ese chico está en mi clase. Cuando lo vi el lunes, me dio vergüenza.

No quiero decepcionarte. A veces pienso que no tengo suficiente calidad, que no llegaré
a ser profesional del fútbol y ganar cientos de millones como tú quieres. Me agobias.
Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero me gusta tanto...

Por favor, no me obligues a decirte que no vengas a verme jugar».

15%

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