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“OTRO MUNDO
ES POSIBLE”
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José M. Castillo
3. LAS COMIDAS DE JESÚS: LA VIDA COMPARTIDA
Por eso, este mismo autor dice, con toda razón, que seguramente
uno de los cambios de mentalidad más profundos que trajo consigo la
aparición del cristianismo en el mundo mediterráneo fue la enorme
importancia que se le concedió a un determinado banquete, la eucaristía.
Un banquete que, como se ha dicho muy bien, era una comida completa
y normal. Pero no sólo eso. Porque, además de eso, era también una
comida compartida, comunitaria, en la que los participantes tenían el
convencimiento de que Dios se hacía presente. Un Dios que compartía lo
que fue la vida y la muerte de Jesús (John D. Crossan).
Por esto, insisto en que, para comprender lo que nos quiere decir
esta comida (la eucaristía), hay que recordar lo que fueron las comidas
de Jesús. Cosa que, por otra parte, parece enteramente razonable. Si
Jesús tuvo, durante su vida, unos determinados criterios, una forma de
pensar, en lo que se refería a la comida compartida con otras personas,
es evidente que eso lo tuvo que tener en cuenta y se tuvo que poner de
manifiesto en la última de las comidas que compartió con sus más
íntimos amigos, precisamente en la comida más importante que celebró
con aquel grupo de hombres.
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Una información abundante
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Mt 3, 4; 4, 2; 4, 3; 5, 6; 6, 16-18; 6, 25; 6, 31-32; 7, 9-10; 8, 15; 9, 10-11;
9, 14; 11, 18-19; 12, 1; 12, 3; 14, 13-21; 15, 2; 15, 10-20; 15, 32-38; 16, 7; 22, 1-
10; 24, 49; 25, 10; 25, 31-46; 26, 6; 26, 17-19; 26, 20; 26, 23; 26, 26-29.
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Mc 1, 6; 1, 31; 2, 15; 2, 18; 2, 23-26; 3, 20-21; 5, 43; 6, 21; 6, 31; 6, 35-
44; 7, 1-2; 7, 15; 7, 19; 8, 1-9; 8, 16; 8, 17-20; 11, 12; 12, 39; 14, 3; 14, 12; 14, 20;
14, 22-25.
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Lc 1, 53; 3, 11; 4, 2; 4, 25-26; 5, 29-32; 5, 33-35; 6, 1; 6, 3-4; 6, 21; 6,
25; 7, 33-34; 7, 36; 7, 44-46; 9, 10; 10, 7; 10, 8; 10, 40; 11, 5-6; 11, 11-12; 11, 37;
11, 39; 12, 19; 12, 22; 12, 24; 12, 29; 12, 37; 12, 45; 13, 26; 14, 1; 14, 7-10; 14, 12-
13; 14, 15-23; 15, 2; 15, 14; 15, 16; 15, 17; 15, 23; 15, 24; 15, 27; 15, 29-30; 16,
19-31; 17, 7-8; 17, 26-27; 20, 46; 21, 11; 21, 34; 22, 10-13; 22, 14-20; 22, 21; 22,
24; 22, 27; 22, 30; 22, 35; ; 24, 30; 24, 41-42.
4
Jn 2, 1-11; 4, 7; 4, 8; 4, 13; 4, 31; 4, 33; 4, 46; 6, 5; 6, 5-13; 6, 26; 6, 31;
6, 32; 6, 34; 6, 35; 6, 41; 6, 48; 6, 49; 6, 50; 6, 51; 6, 52; 6, 53; 6, 54; 6, 55; 6, 56;
6, 57; 6, 58; 12, 2; 13, 2; 13, 18; 13, 26-30; 21, 12-13.
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indicador muy claro de la situación social de cada persona o de cada
familia, los evangelios nos dicen que Jesús rompió por completo con los
criterios que todo el mundo tenía entonces en relación a las comidas.
Esto, ante todo. Pero no sólo eso. Además, la comida era también un
indicador de la situación religiosa de los individuos o de los grupos. Y
sabemos que Jesús también rompió con esta creencia y con los usos y
costumbres que eso llevaba consigo. Es decir, Jesús no se acomodó a los
criterios, a las creencias y a los valores que se imponían entre la gente
de entonces. Estos criterios, creencias y valores se manifestaban, de
forma muy destacada, con motivo de las comidas. Pues bien, Jesús
rompió con todo aquello. Y, por tanto, expresó de esa manera que no
estaba de acuerdo con aquella sociedad, con aquel mundo. Jesús quería
decididamente otro mundo. Jesús vio que otro mundo es posible. Y lo
manifestó, entre otras cosas, mediante sus ideas y comportamientos en
cuanto se refiere a la alimentación y a los principios que en eso salen a
relucir entre las personas. Vamos a ver todo esto más de cerca.
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Los entendidos en este asunto piensan que Lucas es el que
recoge con más fidelidad lo que Jesús dijo. O sea, el Evangelio presenta
las cosas de manera que el proyecto de Jesús es que, en el problema
capital de la alimentación, la economía funcione de forma que los
hambrientos vean cubiertas sus necesidades, hasta sentirse plenamente
satisfechos. No se trata de “darle la vuelta a la tortilla”, es decir, que el
“hambre” y la “hartura” cambien de dueño. Porque, de ser así, en el
mundo seguiría habiendo hambre, en unos, y hartura, en los demás. No.
Dios no puede querer eso. Lo que Jesús anuncia es un orden económico
distinto. Y una forma de convivencia fundamentada en otros criterios. En
definitiva, un orden de cosas en el que, por fin, se acabe el hambre y
todos tengan abundancia y satisfacción de lo más necesario para vivir. En
el fondo y como ya he dicho, es el proyecto, hoy tan anhelado, de que
“otro mundo es posible”.
Por eso, en el juicio final o juicio de las naciones (Mt 25, 31B46),
la causa de salvación para unos y de perdición para otros está en la
sensibilidad o insensibilidad ante el hambre o la sed de quienes carecen
de casi todo. Lo que es tanto como afirmar que lo único, que Dios va a
tener en cuenta, al final de la vida, es la atención o la indiferencia que
hemos tenido al sufrimiento de los otros, ante todo al sufrimiento que es
producto de la pobreza, el hambre y la malnutrición. Exactamente la
misma enseñanza que se deduce de la parábola del rico que banqueteaba
a diario, mientras que, en el portal de su casa, el mendigo Lázaro se
moría de hambre (Lc 16, 19-31). De ahí que el criterio de Jesús, para la
organización de fiestas y banquetes, es que, cuando se organiza una
comida o una cena, no se debe invitar a amigos, parientes o vecinos
ricos, sino al contrario, a pobres, lisiados, cojos y ciegos (Lc 14, 12-13).
Lo cual quiere decir que, en la mentalidad de Jesús sobre la alimentación,
lo determinante no es cumplir con los usos e intereses sociales, sino
compartir mesa y mantel, o sea la vida, con los más desgraciados de este
mundo. Y no conviene olvidar que, si Jesús le dio tanta importancia al
tema de la comida y de eso habló tanto, es porque en ese asunto vio algo
que es central en su mensaje. Por eso no nos debe sorprender que
quisiera despedirse de sus más cercanos, los discípulos, precisamente
con una cena. Y que dejase a su comunidad de seguidores esa cena como
acto central para la Iglesia que nació a partir del movimiento que
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desencadenó el propio Jesús.
Pero los evangelios nos dicen algo mucho más fuerte sobre lo que
representa para nosotros la comida. Me refiero aquí, más en concreto, a
las comidas del propio Jesús. Con lo que nos metemos de lleno en el
problema de los criterios religiosos que, por lo que cuenta el Evangelio,
tuvo Jesús. Y, en consecuencia, debemos tener también los cristianos.
Para explicar con cierto orden lo que esto nos viene a decir, hay
que explicar cuatro cosas: 1) Lo que comía Jesús. 2) Cómo comía. 3)
Cuándo comía. 4) Con quién comía. ¿Qué podemos saber sobre cada una
de estas cosas? Y, sobre todo, ¿qué nos enseñan las costumbres de Jesús
en cuanto afecta a todo lo relacionado con la comida?
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En cuanto a lo que comía, no se trata de explicar aquí las
costumbres de los judíos del siglo primero sobre la alimentación. Pero
hay un punto que nos interesa. Como es bien sabido, en la religión judía,
como en otras religiones antiguas, había algunos alimentos que estaban
prohibidos, por ejemplo, la carne de cerdo. No es cuestión de contar
ahora la historia de esta prohibición. El hecho es que los judíos tenían el
convencimiento de que hay alimentos que dejan “impuro” al que los
come. Y eso es lo que Jesús rechazó de manera terminante. Lo dice el
evangelio de Marcos. Porque, para Jesús, lo que mancha y deja impuro a
un individuo no es lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón,
es decir, de lo más profundo de la persona, de sus sentimientos,
inclinaciones y deseos (Mc 7, 18-23). Por eso Marcos añade el siguiente
comentario: “Con esto declaraba puros todos los alimentos” (Mc 7, 19;
Mt 15, 10-20).
Por último, por lo que toca a con quién comía Jesús, la cosa es
mucho más seria. Por lo que cuentan los evangelios, con frecuencia Jesús
andaba con malas compañías, lo que se ponía de manifiesto, sobre todo,
en las comidas. Jesús solía comer con gentes de mala fama. Los relatos
hablan de “pecadores” y “publicanos” (Mt 9, 10-11; Mc 2, 15; Lc 5, 29-
32). Y no como algo ocasional, que sucedió una vez, sino como una
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práctica habitual, algo que era costumbre de Jesús y que lógicamente
causaba escándalo entre las personas observantes, como era el caso de
los fariseos (Lc 15, 2). Es verdad que Jesús fue un hombre tan libre, que
no tuvo inconveniente en aceptar la invitación que, en más de un caso, le
hicieron también los mismos fariseos (Lc 7, 36; 11, 37), por más que se
tratase de ambientes poco acogedores, en los que se sentía “expiado” (Lc
14, 1) o en los que no recibía el trato de respeto que era costumbre entre
personas bien educadas (Lc 7, 44-46). Pero lo cierto es que, por lo visto,
las gentes que Jesús frecuentaba eran precisamente personas de mala
fama. Sin duda que, entre aquellas gentes habría buenas personas (Lc
18, 13-14).
Ahora bien, Jesús acabó con todo esto. Porque, a juicio de Jesús,
la religión no puede servir ni para someter a la gente, ni para separar a
las personas o a los grupos humanos, sino, exactamente al revés, para
que las personas, sean de la cultura que sean y tengas las creencias que
tengan, se sientan más felices, más libres y vivan más unidos los unos
con los otros. Por eso Jesús se comportó, en lo referente a la comida, de
forma que siempre se puso de parte de los que más necesitan comer y
comer bien. Y siempre actuó con una sorprendente libertad, aun a costa
de escandalizar y de ser mal visto, pero con tal de conseguir que las
personas y los grupos más despreciados y peor vistos, esos
precisamente, se sintieran acogidos, acompañados y admitidos a la
misma mesa en que él se sentaba.
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PARA LA REUNIÓN COMUNITARIA
Porque tal como sea nuestra respuesta, así es el misterio de nuestra fe.
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