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EL “INSTINTO” DE LA RELIGIÓN

Benedicto XVI, durante la tradicional felicitación navideña a la Curia romana


en el Vaticano, celebrada el lunes. | Efe

Un libro defiende el papel de la fe en la evolución humana

Su autor es Nicholas Wade, prestigioso periodista científico del New York


Times

'El instinto de fe: Cómo la religión evolucionó y porqué sobrevive'

Julio Valdeón Blanco | Nueva York

Actualizado jueves 24/12/2009 07:23 horas

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La Navidad ilumina las calles de Nueva York, la selva de neones y adornos,


una ciudad donde, curiosamente, está mal visto decir 'Feliz Navidad'. Lo
correcto es exclamar 'felices fiestas', por aquello de la prodigiosa variedad
de creencias que pueblan su censo. Para avivar el fuego sagrado o
discutirlo, con ánimo polemista pero también corrección política, Nicholas
Wade acaba de publicar 'The faith Instinct: How religion evolved and why it
endures', o sea, 'El instinto de fe: Cómo la religión evolucionó y porqué
sobrevive'.

Dicho de otra forma, Wade, prestigioso periodista científico de 'The New


York Times', hace el recuento del gen de Dios, es decir, de la posibilidad,
cada día más confirmada de forma empírica, de que el nacimiento y
desarrollo de la religión esté relacionado con la evolución de la especie en
términos biológicos, con la idea de que el hecho religioso, la consolidación
de unas creencias en lo sobrenatural y la aparición de rituales, jerarquías,
etc., que apoyaran la naciente cosmogonía, haya sido fundamental en el
progreso del hombre. De esto, infieren Wade y muchos otros científicos, la
creencia en el más allá se ha transformado en instinto natural merced a la
selección natural. Creer en Dios, resumiendo, sería una cuestión de biología
lironda.

Cita el autor a Thomas Hobbes ("la religión nunca podrá ser abolida de la
naturaleza humana. Cualquier intento de abolir la religión conduce a que
nazcan otras nuevas a partir de las antiguas"). Aunque trata de buscar un
cómodo observatorio equidistante entre posiciones enfrentadas, concluye
que "la religión ha expresado los deseos colectivos de la sociedad, pasados
y presentes, en cuanto a cómo sus miembros deben comportarse a fin de
garantizar la supervivencia de la propia sociedad. Durante los 50.000 años
transcurridos desde que el hombre abandonara su tierra natal en el
noroeste de África, la religión ha guiado las acciones de los hombres".

Reglas prácticas morales

Más aún, para Wade, el elemento esencial del conocimiento religioso, desde
una perspectiva evolutiva, no es teológico, sino que está relacionado con
reglas prácticas morales, militares y de reproducción, algo así como un
decálogo de uso para tiempos revueltos que la fábrica social ha patentado y
perfeccionado a fin de perpetuarse.

Curiosamente, anota, no fueron las religiones más crueles y belicistas, caso


de la azteca, las que mejor subsistieron. Antes al contrario, el mono vestido
encontró de más provecho aquellas que ofrecían salidas de emergencia
relativamente compasivas. El que las tres religiones del Libro hayan
sobrevivido "corrobora la verdad emocional de sus mensajes y su
indeclinable valor para que las civilizaciones se construyan en torno a ellas".

"Sólo en los últimos 350 años, el 0,7 % de la existencia de la humanidad",


concluye el autor, la religión ha comenzado a decaer, en parte, dirá,
empujada «por las instituciones de los Estados seculares y en parte por la
erosión de sus premisas merced al avance del conocimiento". Sabe que la fe
se desploma en los países más avanzados, "especialmente entre sus clases
más educadas". Comenta asombrado que "el paulatino declive de la religión
en Europa podría presagiar un eventual declive incluso en Estados Unidos".

Si la religión nos ha ayudado a forjar las pautas de la especie, acaba


explicando Wade, si ha abrigado anhelos, fortificado fronteras, unido a los
miembros de la sociedad y otorgado un sentido último a la existencia, quizá
sería bueno, práctico, que sobreviva tras la preceptiva adaptación a los
nuevos tiempos, quién sabe si desprovista de dioses.

O sea, que la Navidad, un suponer, perviviría merced a su facultad para


sintonizar con nuestras emociones más profundas, inspirándonos a buscar
objetivos más allá del beneficio personal, pero, importante, sería una
Navidad operada, con el Belén vacío de criaturas celestes y Niños
redentores. Algo hay qué hacer, al menos desde el punto de vista de los
administradores de creencias religiosas, si no quieren ahogarse.

Se trata, en suma, de aceptar que aquella máxima según la cual


"deshacerse de su creencia en Dios les resultaría tan difícil como para un
mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes"
(Darwin), el gen de Dios, vaya, cede ya sin pausa ante la certidumbre de
que las serpientes son unos bellos reptiles que, para colmo, benefician el
ecosistema.

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