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Encarcelados y, sin embargo,

ST 97 (2009) 707-719

¿libres?
José María FERNÁNDEZ-MARTOS SJ*

Me piden que reflexione –¡a mí!–: ¿Sentido de la libertad para el pre-


so? ¿Cómo vivir la falta de libertad? ¿Cómo trabajar la libertad interior
para no rendirse ante las dificultades y derribar los muros? Lo haré en
cuatro apartados.

Los de cartas marcadas: nacidos y crecidos con cadenas

«Son los encadenados por siempre desde siempre».


(MIGUEL HERNÁNDEZ, Las cárceles)

La mayoría de los presos que conozco crecieron con las cartas marca-
das. Su cautiverio empezó años antes de pisar la cárcel. Unos, por cre-
cer en familias desestructuradas que no les enseñaron a moderar los im-
pulsos más primarios: «¿Por qué doy puñetazos a las paredes cuando el
funcionario se retrasa?»; otros, por pobreza: «Mi madre, siendo yo ni-
ña, me dejaba en el suelo atada con una cadena y se iba a trabajar. Ve-
nían las ratas y mordían mis orejas. Mire, nunca aparto el mechón de las
orejas, para que no vean los trozos que faltan». Hay quien cae en pri-
sión y empieza a liberarse. Me decía una traficante con hachís: «Cuando
me cogió la policía, levanté los ojos al cielo y di gracias a Dios porque
me sacaba de la espiral en que me había metido; ganar cada vez más di-
nero para construir más casas a mis parientes en mi país».
Sin embargo, con el primer ingreso, a «Punki» y a todos se les ca-
en los muros encima. Retención de pertenencias. Ventana con barrotes
que da a un patio de puro cemento con muros de siete metros. A lo le-
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jos, la torre de vigilancia acristalada, con su «picoleto» paseando. Nin-


gún campo ni pueblo a la vista. Si, en la noche, se oyen las olas del mar
o el silbido de los trenes, duele más la prisión. La puerta doble –una de
rejas (el «cangrejo»), y la otra de acero, con un ventanuco de 15 cms.
para poder observar. La mesa y la cama fijadas al suelo. Para ducharse
o pasear, horas marcadas. Veinte horas, o algo menos, de soledad en el
chabolo.
Así habla «Punki». «Me cogieron sin avisar a mi familia. ¿A quién
llamo? ¿A mi hija de trece años? ¿Y dinero para la tarjeta? Cuando me
detuvieron, «el compi se abrió» con mi bolsa y mis teléfonos. Sólo re-
cuerdo el del hombre con el que conviví ocho años y del que no quie-
ro saber nada, porque me maltrató. Toco el timbre. Espero. Tardan en
venir. Llega la funcionaria y pregunta: «¿Qué quiere?». «Tengo el mo-
no y no tengo dinero, ¿me daría un cigarro?». «Vale, toma dos, pero
adminístralos, son los últimos» (...y los primeros, pienso). Me tumbo
en la cama, envuelta en la manta para olvidar. Se me va la mente al río
cerca de mi pueblo, cuando hice «pellas» con unas amigas, fuimos a
coger nidos y fruta en las huertas. Me siento libre corriendo, saltando.
Sin saber por qué, se me va la cabeza al pueblo de al lado, y allí me
veo en fiestas y bailando con los mozos. ¡Qué alegría! Me echo a llo-
rar. ¿Por qué? Aquella noche, ese chico me ofreció mi primer porro.
¡Qué risa! Después otro, y otro. Me viene su nombre, su rostro. Me
arrebujo más para olvidar. La fantasía me evoca los pasos que me tra-
jeron aquí. Me levanto, tomo un papel y pinto una chica sin brazos, sin
piernas, sin suelo. No sé por qué, pero ésa soy yo. Nada puedo alcan-
zar por mi cuenta; a ningún sitio puedo ir. La funcionaria me invita a
pasear. ¿Sola? Dudo. Hace frío. «Señorita: ¿puedo quedarme?». «Sí».
Elijo no salir con los escombros de mi libertad. Oigo voces por la ven-
tana, tres chabolos más allá»: «¿Cómo te llamas? ¿De dónde te han
traído? ¿Tienes tabaco? ¿Tu “marrón” es muy gordo? ¿Te gustan los
hombres o las mujeres?...» Estoy asustada. En juego mi menguada li-
bertad. Me hago la sorda. Duermo agotada del viaje y del cambio. Me
caen lágrimas; veo a mi madre, que me dice llorando: «Hija mía, casi
no te reconozco. Me das miedo. Vas a acabar mal». Me duermo en sus
brazos.
Pregunto: ¿será buena para Punki la privación de libertad Institu-
cional? Pienso –con muchas reservas– que la privación de libertad co-
mo sanción por el delito puede ser compatible con la obligación del
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Estado de salvar la dignidad de toda persona humana. Ahora bien, la


Sociedad y en su nombre el Estado delinquen si no crean los medios
para cumplir con otros fines de la condena: retribución, prevención es-
pecial y general y reinserción social. Tras años visitando cárceles múl-
tiples desde 1959, las formas de privación que he contemplado, se ale-
jan en demasiadas ocasiones de las exigencias de la mínima dignidad.
Tomemos la resocialización. ¿Quedará la Punki resocializada o
más «carcelera» y marginal? Para no parecer parcial tomo la opinión
del fiscal Antonio del Moral: «No supone ningún descubrimiento cons-
tatar el fracaso del sistema penitenciario como elemento de resociali-
zación. Ni me lo propongo ni sabría sistematizar las causas. Pero es
claro que la cárcel en nuestro país, hoy por hoy, no resocializa, lo que
no significa que no existan internos que sí se resocializan. [...] Es una
ingenuidad acallar la conciencia social haciendo creer que la estancia
en prisión tiene una virtud regeneradora por la eficacia del tratamien-
to»1. La «privación de libertad», quizá válida en origen, se pervierte
por atrofia, aplastamiento, humillación de la libertad que se quiere re-
socializar. Más aún si esas personas vienen con grandes heridas en el
corazón mismo de su libertad. ¡Pedirían orfebres de la restauración!
Punki creció entre gritos, amenazas, palizas2. ¿Resocilizarla? Será
en el siglo XXIV3. Algunas –políticas o etarras o del Grapo, se traga-
ron el brutal error de que su ideal les da derecho a pisar el de todos los
que no piensen como ell@s. ¿Piden respeto a su libertad ignorando la
ajena? Reeducar esas libertades es harto complejo. Pide sabiduría téc-
nica, cariño y toneladas de paciencia. ¿Lo encuentran?

* Amigo de presos. Director del Colegio Mayor Comillas. Madrid.


<jmartos@upcomillas.es>.
1. Prólogo de Antonio del Moral García al libro de Julián Carlos RÍOS y Pedro
José CABRERA, Mirando al abismo. El régimen cerrado, Univ. Pontificia Co-
millas y Fundación SM, Madrid 2002, p. 14.
2. Se giró una interna, lesbiana, de 35 años, en su «chabolo» y observé su espal-
da doblada y deforme: «¿Y eso?». Responde: «Mi padre era un herrero muy
bestia. Cuando tenía ocho años, me tiró un martillo de hierro a la espalda y me
dejó así. De rodillas, un domingo me pidió perdón porque se iba a suicidar. El
jueves siguiente, lo hizo». ¿Escogió ser lesbiana o aniquiló su padre la imagen
de bondad en el hombre?
3. Haciendo la señal de la cruz sobre la frente, se me hundió el dedo. «Oye, ¿y
esto?». «Soy atracadora. Un disparo de un madero. Se abrió el compi, me de-
jó sola, y me defendí disparando». ¿Edad? 16 años.
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Primera liberación: aceptar acogiendo. Libera quien los quiere tal


como son, por despreciable que sean sus delitos. Eso sólo es posible
por un cariño más que humano. Con el Archimandrita Spiridón (no es
broma), ha de «tener una caridad absolutamente excepcional»4. Cuesta
mucho tratar con una mujer que ha entregado, durante años, a su pro-
pia hija al abuso sexual de su propio marido y padre de ella. Aumenta
el horror si sabes que al cruzarse esa madre con su hija, en el juzgado,
le echó ácido en el rostro y se lo destrozó por denunciarles. Debes «li-
berarte» del horror y acercarte como a todas, si buscas liberarla. Si al-
guien mató a su madre a hachazos, te debes «liberar» de la imagen nor-
mal del ser humano y de todos tus juicios y condenas. Ése me contaba
los vericuetos de su fatídica relación con su madre: «La odié a muerte
desde pequeño, pues ella quería tener a una niña y me tuvo a mí. Me
maltrataba y me despreciaba. A mi hermana la trataba como una reina.
Puesto de coca durante años, un día en que estaba “p’allá” me fui con
el hacha adonde estaba sentada. Se escondió detrás de una cortina. Lo
último que le oí fue: “¿Vas a matar a tu madre?”».
Segundo paso: liberar del estigma de ser un delincuente: oír decir
a un intern@ «Me han caído quince años de condena» te hace pregun-
tarte: «Qué habrá hecho?». «Quince años» alude a sangre de por medio
o acumulación de delitos. Si el otro se adelanta a decir: «Chema, es que
soy atracador de bancos desde los 18», habrá que espantar las imágenes
de atracadores de tu memoria y el «estigma» de la tal «profesión». El
atracador –«desviación social»– rompe tu sistema social y tus estánda-
res morales. El «atracador» no es un mero «infractor» que comete un
acto desviado aislado. Ejerce la desviación como hábito: es el resultado
final de un largo proceso, posee un carácter, un rol y un calificativo pú-
blicos, un modo de estar en el mundo. ¿Puedes ayudarle a liberarle de
ese estigma y de ese modo de vivirse? Larga tarea, pero posible.
Tercero: cuidar tu actitud. La cartera con el tabaco, libros y cara-
melos a repartir ese día en la cárcel, la puedes cerrar recelosamente tras
su confesión o pedirle colaboración para repartir con los «carros» (bol-
sas que cuelgan de los «chabolos» para intercambiar cosas y mensa-
jes). Si le pides que «te eche una mano» para repartir y mantienes tu

4. Archimandrita SPIRIDÓN, Recuerdos de una misionero en Siberia, Sígueme,


Salamanca 2003, p. 67.
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cartera abierta y con tabaco, empieza a hacer algo que le saca de su pa-
pel aprendido y de su estigma... Más tarde aprenderás cómo ha entra-
do en ese modo de vivir y cómo, antes de hacerse «atracador», sufrió
muchos «atracos» en los hábitos más elementales del vivir: cariño fa-
miliar, trabajo, estudio...
Cuarto: dejar que te enseñen. Los lisiados por el pasado dan mu-
chas lecciones de libertad5. Tomo algo que me pasma y me avergüen-
za: enorme capacidad de aguante. Hoy día –palabra espantosa – le lla-
man «resiliencia». Conocí a... digamos Icíar. Hace de todo. Toca la gui-
tarra, se viste de estatua de «La Libertad» (¡oh, sorpresa!) para comer y
repartir caramelos a los niños, recorrió media España en bicicleta; tiene
guía de soportales «para dormir». ¡No se queja de nada y lleva los con-
tratiempos con una fuerza increíble! Si le regalo algo, rápido lo com-
parte. Si le digo: «Era para ti». Me dice: «Tú harías lo mismo».
Quinto: hacer algo útil (coser, estudiar, pintar...). ¡Hay monjas
ocupadoras increíbles! En España estudian formación reglada el 27%
de los internos. La mayoría (17,2%), formación básica. Presos sin es-
tudios son el 8%. Hay 1.300 matriculados en la UNED. En 2008, sie-
te obtuvieron el título. Sabemos que fracaso escolar y falta de forma-
ción se correlacionan con delincuencia. La redención de penas por el
estudio desapareció en 1995, pero facilita permisos y adelanta la liber-
tad condicional. Algunos aprenden a leer y a escribir. Para muy pocos,
una carrera. Para todos, volcar su libertad en el propio desarrollo.
Sexto: ayudar a que ayuden. A una del comando Nafarroa que le
cayeron más de mil años y que se reponía de sus heridas en la enton-
ces cárcel política de Carabanchel, le pregunté: «¿Se te ocurre algo que
te gustaría hacer mientras dura tu convalecencia?». Me dijo: «Me gus-
taría hacer punto; me enseñó mi abuela». Le llevé lanas y modelos. Me
hizo un jersey espléndido, precioso y gordo. Lo pienso usar... si voy al
Ártico... ¡Con qué amor me tomaba medidas!
Séptimo: Enseñarle sus derechos, como magistralmente hace
Julián Ríos6.

5. «El carcelero los cogió a aquellas horas, les lavó las heridas y se bautizó en-
seguida con los suyos; luego los subió a su casa, les preparó la mesa y cele-
braron una fiesta por haber creído en Dios» (Hch 16,33-34).
6. Julián C. RÍOS, Manual de ejecución penitenciaria, Cáritas, Madrid 2001.
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Octavo. Encontrarse con Dios libera. Silvio Pellico, en Mis pri-


siones, cuenta cómo, en los diez años preso en Spielberg, su decisión
de declararse «cristiano en lo venidero» cambió su vida. Ya no se per-
mitió el «menor murmullo contra los jueces», sino que intentó hallar
palabras consoladoras para sus semejantes. Reconquistó en la fe la se-
renidad de su alma. Todos los domingos oigo cinco o seis confesiones
recias en la cárcel. ¡Cuánto peso y cuánta liberación para quien des-
carga en Dios sus culpas...!7
«El Belar» murió de sida, con 29 años, en el Hospital San Carlos.
Ganó libertad cuando le asignamos la misión de animar los viajes de
las presas del Psiquiátrico de Yeserías. Colocábamos su carrito junto al
chófer, y allí cantaba y contaba cosas pintorescas. Un día, en la Euca-
ristía, tocó leer las Bienaventuranzas. Asistía respetuoso, pero no co-
mulgaba, porque no había hecho la primera comunión. Tuve la homi-
lía y, al dar la comunión, llegué a él –campa de Sonsoles (Ávila)– y me
detuvo: «Padre José María, hoy me da a mí la comunión porque “ese”
–y señaló la forma que yo sostenía enfrente de él– piensa como yo».
Primera comunión inolvidable... y última también, porque al poco mo-
ría. Fue ensanchando su libertad espiritual según disminuía la física.
Quería cartones de tabaco para repartirlos a los otros enfermos, para
darse el gusto de «morir haciendo algo bueno».

2. Indómitos: Presos por salvar su libertad y sus convicciones

«Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.


Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma»
(MIGUEL HERNÁNDEZ, Las cárceles)8

A los verdaderamente libres, no hay cadenas que los aten del todo.
Traigo algunos «presos indómitos». En mi Biblia tengo la foto de uno
de ellos. Desconocido: Osman Kazazi, líder albanés que aguantó 42
años en la cárcel por su rechazo del marxismo. No tenía ni cama ni col-

7. Experiencia impagable: ver posarse la misericordia de Dios en un corazón que


viene de muy lejos.
8. M. HERNÁNDEZ, Obra poética completa, Ed. Zero, Bilbao 1976, p. 363.
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chón, ni un pedazo de madera, ni nada para cubrirse. En las noches del


crudo invierno bajo cero, se acostaba con la cabeza sobre un zueco, los
pies sobre otro zueco, y el trasero sobre un libro. Así evitaba el frío
suelo de cemento.
Fray Luis de León, preso bajo la Inquisición en tiempos de Felipe
II (1572). Su delito: traducir el Cantar de los Cantares, contra la prohi-
bición del Concilio de Trento de poner en romance la Biblia. Libre él,
se atrevió a decir que la Vulgata de San Jerónimo tenía muchas erratas.
Para colmo, era de linaje converso. Fue apartado de su cátedra y en-
carcelado en Valladolid cinco años. En 1576 regresó a su cátedra con
su famoso «decíamos ayer...». En Los nombres de Cristo siguió de-
nunciando libremente los excesos de la Inquisición. Uno de los mejo-
res poetas líricos del Renacimiento, no se andaba con poesía a la hora
de arrostrar males en su lucha contra la intolerancia.
Miguel de Cervantes aprendió en sus cinco años de cautiverio, a
«tener paciencia en las adversidades». En 1575, al volver a España, cae
en manos de corsarios turcos con su hermano Rodrigo. Llevado a Argel
como esclavo, al encontrarle cartas de recomendación de Don Juan de
Austria, piden 500 escudos de oro por su liberación. Amante de su li-
bertad, intentó cuatro escapadas, y otras tantas veces le aprehendieron.
Capturado, usaba su menguada libertad, asumió la responsabilidad del
intento y prefirió la tortura a la delación. Su madre consiguió dinero
para liberar a un hijo: «escogió» seguir preso y liberar a su hermano.
Otro intento de huida, y cinco meses de cadenas y 2.000 azotes perdo-
nados por la defensa de sus compañeros. Fray Juan Gil lo liberó por
500 denarios, cuando zarpaba con «dos cadenas y un grillo» para
Constantinopla. Se dice que el Quijote lo escribió en la cárcel...
Nelson Mandela pretendió equiparar a negros y blancos: 28 años
de cárcel y, después, cadena perpetua. Considerado peligroso criminal,
rechazó la libertad que le ofrecían a cambio de pactar. Sólo aceptó ser
libre si lo eran sus hermanos negros, con la eliminación del apartheid.
Es lo que había soñado cuando, en 1964, se defendió ante la Corte
Suprema: «Toda mi vida me he dedicado a esta lucha del pueblo afri-
cano. He peleado contra la dominación blanca y he peleado contra la
dominación negra. He buscado el ideal de una sociedad libre y demo-
crática, en la que todas las personas vivan juntas en armonía e igualdad
de oportunidades. Es un ideal que espero poder vivir para ver realiza-
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do. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy preparado para


morir»9.
Viktor E. Frankl10, deportado en 1942 y liberado en 1945. Su es-
posa y sus padres mueren en el campo de concentración. Ya libre, es-
cribió El hombre en busca de sentido, donde expone que, incluso en las
condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hom-
bre encuentra una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual.
De aquí nace la Logoterapia, apoyada en tres ejes: 1: Libertad de la vo-
luntad para tomar las propias decisiones y escoger su destino. 2: Volun-
tad de sentido frente a todo determinismo. 3: Sentido de vida, que no
se pierde bajo ninguna circunstancia. La terapia descubre lo que da
sentido a la persona, desmonta actitudes dañinas y descubre otras nue-
vas. Es clave descubrir la presencia ignorada de Dios, que no es un re-
fugio. No hay nada más enfermizo que una vida incoherente. La fuer-
za de la decisión radica en la propia existencia y es irrenunciable, pues
carga con todo lo que fuimos, somos y seremos.
Entre Havel, agnóstico, y Frankl, creyente, la fe. La cárcel sin fe es
doble cárcel. ¡Qué diferencia entre las latinoamericanas –naturalmen-
te creyentes– y las españolas, de fe destrozada por el ateísmo domi-
nante! Veamos esto en insignes creyentes encarcelados.

9. Otro preso que llegó a Presidente de su país fue Vaclav Havel: opuesto a la in-
vasión soviética de Checoslovaquia, fue encarcelado. Más tarde, presidente de
la República y primer presidente de Chequia. Escribe a su mujer: «Otra carta
tuya, pero no me la entregarían, porque contenía salutaciones de... conocidos...
Tampoco las fotos. Lástima... Es la tercera vez»; «las cartas son lo único que
uno tiene aquí, las lee diez veces, les da mil vueltas, y cada detalle le llena de
ilusión o le atormenta»; «por primera vez he llorado desde 1977; ...me retor-
cía de dolor y me negaron poder acostarme después del trabajo». Havel no de-
jó encadenar la parte desde la cual buscaba sentido: «Aquí las cosas y las per-
sonas se revelan en su verdadera sustancia. Desaparece la mentira y la hipo-
cresía»; Havel, agnóstico, carece de la discreta presencia de Dios: «Se abre an-
te mí el abismo de lo infinito, de lo inseguro, de lo misterioso. Ya no hay tie-
rra firme que pisar; el próximo paso conducirá inevitablemente al vacío, al
precipicio».
10. Viktor E. FRANKL, La voluntad de sentido, Herder, Barcelona 1988.
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3. Cristianos, de calidad, encarcelados

«Atado está a una columna,


hecho retrato de Cristo,
de la cabeza a los pies
en su misma sangre tinto».
(M. DE CERVANTES, Los baños de Argel)11

Pablo y las cadenas que él teme. Sus cartas desde la cárcel (Efesios,
Filipenses, Colosenses, Segunda a Timoteo y Filemón) impresionan
por la total ausencia de queja sobre sus miserables condiciones. Por lo
visto, no había ninguna humedad, ningún maltrato, ningún ratón, nin-
gún lecho duro, ninguna cadena. Agradece las visitas: «Me ha dado
tantas veces aliento y no se ha avergonzado de que esté en la cárcel; al
contrario, al llegar a Roma me buscó sin descanso hasta dar conmigo»
(2 Tm 1,16-17). Está preso por ser seguidor de su amigo Jesús. No pi-
de que envíen ropa, sino oraciones, para que «el Señor Jesús nos dé
ocasión de predicar y exponer el secreto del Mesías, por el que estoy
en la cárcel» (Col 4,3-4). Allí gestó textos que alimentan al pueblo de
Dios por los siglos, y también discípulos: «te ruego en favor de este hi-
jo mío, Onésimo, al que engendré en la cárcel» (Flm 1,10). Lo que pa-
ra él es duro puede alentar a otros: «esto que me ocurre más bien ha fa-
vorecido el avance de la buena noticia, pues... ven claro que estoy en
la cárcel por ser cristiano, y la mayoría de los hermanos, alentados por
mi prisión a confiar en el Señor, se atreven mucho más a exponer el
mensaje sin miedo» (Flp 1,12-14). Desde la miseria de su encarcela-
miento anima a estar «alegres, como cristianos» (Flp 3,1). Y exclama
«¡Bendito sea Dios, porque le ha bendecido con toda bendición del
Espíritu!» (Ef 1,3).
Pablo teme las cadenas del miedo: «liberar a... los que, por miedo
a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos» (Heb 3,15); las ca-
denas de la «carne» que afligen a los «llamados a la libertad» (Ga
5,13); de las cadenas de la Ley que impide vivir como hijo en la casa
del Padre (Ga 4,5); de las cadenas las del infantilismo que esclaviza a
«lo elemental del mundo» (Ga 4, 3).

11. Miguel de CERVANTES, Los baños de Argel, p. 132.


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Boecio (480-524) Su obra más famosa es De consolatione Philo-


sophiae, diálogo con la Filosofía para aclarar por qué los malvados
triunfan y los justos no. Aprende que la felicidad consiste en el des-
precio de los bienes del mundo y en la posesión del bien imperecede-
ro. Fue compuesta en la cárcel un año antes de ser ejecutado con 44
años Sin citar la Escritura ni a Jesucristo, es obra cristiana. Busca con-
suelo, luz y sabiduría para distinguir los bienes aparentes –que desa-
parecen en la cárcel– de los verdaderos, que duran en ella. El bien más
elevado es Dios, después la amistad verdadera y la belleza. El final del
De Consolatione impresiona: «Luchad, por tanto, contra los vicios; de-
dicaos a una vida de virtud orientada por la esperanza que eleva el co-
razón hasta alcanzar el cielo con las oraciones alimentadas de humil-
dad. La imposición que habéis sufrido puede mudarse, si os negáis a
mentir, en la ventaja enorme de tener siempre ante los ojos al juez su-
premo que ve y que sabe cómo son realmente las cosas» (Libro V, 6:
PL 63, col. 862).
Decía de él Benedicto XVI (2008): «torturado hasta la muerte por
el único motivo de sus propias convicciones políticas y religiosas,
Boecio es símbolo de un número inmenso de detenidos injustamente
en todos los tiempos y en todas las latitudes; es, de hecho, una puerta
objetiva para entrar en la contemplación del misterioso Crucifijo del
Gólgota».
Dietrich Bonhoeffer, dos años preso. En sus cartas se respira li-
bertad. Expresa sin miedo cuanto vive, siente y piensa. Encadenado,
traza la «estaciones en el camino hacia la libertad»12 como regalo a un
amigo. Primera etapa, disciplina: «Nadie sondea el misterio de la li-
bertad, a no ser por la disciplina». La segunda, la acción: «No hay que
flotar en lo posible, sino emprender con valor lo real». La tercera, el
sufrimiento: «¡Maravillosa transformación! Tus manos fuertes, activas,
atadas están. Impotente..., ves el fin de tus actos. Mas tomas aliento y,
tranquilo y confiado, entregas lo justo a manos más fuertes y quedas
aliviado». La cuarta, la muerte: «Ven ya, fiesta suprema en el camino
hacia la suprema libertad; muerte, abate las molestas cadenas y mura-
llas de nuestro cuerpo mortal [...]. Libertad: te hemos buscado largo

12. D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión, Ariel, Barcelona 1969, pp. 216-217.


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tiempo en la disciplina, la acción y el sufrimiento. Moribundos ya, te


reconocemos en la faz de Dios».
Escribe a sus padres sin «cerillas, ropa interior y toalla», pero «to-
do lo demás es maravilloso». «Me he dado cuenta de lo poco que (se)
necesita para subsistir». Se vive rodeado de Poderes bienhechores, y
«esperamos confiados lo que venga. Dios está con nosotros mañana y
noche y en cada nuevo día». Esta fuerza interior brilla en ¿Quién soy?:
«¿Quién soy? Me dicen a menudo / que salgo de mi celda / sereno, ri-
sueño y firme, / como un noble de su palacio. / ¿Quién soy? Me dicen
a menudo / que hablo con los carceleros / libre, amistosa y francamen-
te, / como si mandase yo / ¿Quién soy? Me dicen también / que sopor-
to los días de infortunio / con indiferencia, sonrisa y orgullo, / como al-
guien acostumbrado a vencer»13...
F.J.Nguyen Van Thuan14, obispo, encarcelado 13 años en Hanoi,
que al final de su cautiverio saca las notas escritas en la cárcel, a las
que denomina «gotas de agua fresca que el Señor ha dejado caer para
revitalizarme durante la dilatada peregrinación por el desierto»15. Es-
cribe en Testigos de esperanza16: «Lo he experimentado en la cárcel.
Cuando vivía momentos de sufrimiento extremo físico y moral, pensa-
ba en Jesús crucificado. A los ojos humanos, su vida es derrota, de-
cepción, fracaso. Confinado a la inmovilidad más absoluta, ya no pue-
de dialogar con las personas, curar a los enfermos, enseñar... Pero a los
ojos de Dios, ese momento es el más importante, porque es allí donde
él ha derramado su sangre por la salvación de la humanidad».
Etty Hillesum17: rompe sus cadenas descubriendo su misión desde
Dios. En una cárcel de miserias y necesidades (Auschwitz) se pueden
hacer mil cosas buenas. Escojo algunos textos de El corazón pensante
de los barracones: «¡Dios mío, confías a mi custodia tantas cosas pre-

13. Ibid., pp. 210-211, 240-241.


14. F.X. NGUYEN VAN THUAN, Oraciones de esperanza. Desde la cárcel vietnami-
ta. Monte Carmelo, Burgos 2002.
15. F.X. VAN THUAN, op. cit., p. 9.
16. F.X. NGUYEN VAN THUAN, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva, Madrid 2000,
p. 226.
17. Etty Hillesum Un itinerario espiritual: Amsterdam 1941–Auschwitz 1943, Sal
Terrae, Santander 2000; El corazón pensante de los barracones. Cartas,
Anthropos, Barcelona 2001.
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ciosas! Esperemos que tenga buen cuidado de ellas y que las adminis-
tre con discernimiento» (4-10-42); «son tiempos de terror... Voy a ayu-
darte, Dios mío, a no pararte en mí... No eres tú quien puede ayudar-
nos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti» (12-7-42); «Me has
enriquecido tanto... Permíteme también dar a manos llenas. [...].
Lágrimas de gratitud inundan mi rostro» (6-9-43); «Quisiera estar pre-
sente en todos los campos de que está cubierta Europa, presente en to-
dos los frentes» (3-10-42); «Al atravesar hoy estos pasillos abarrota-
dos, he sido presa de un impulso repentino: he sentido deseos de arro-
dillarme en el suelo en medio de la gente. Es el único gesto de digni-
dad humana que nos queda en esta época terrible: arrodillarnos ante
Dios» (23-7-42); «el menor átomo de odio que añadimos a este mun-
do nos lo hace más inhóspito» (23-9-42); «he sufrido mil muertes en
mil campos de concentración... Y, sin embargo, encuentro esta vida
hermosa y llena de sentido» (29-6-42); «Las amenazas exteriores se
agravan sin cesar, el terror crece de día en día... Yo me refugio en la
oración..., y salgo de ella más concentrada, más fuerte, más unificada»
(26-6-42).
En su cumbre, escribe: «He roto mi cuerpo como el pan y lo he re-
partido entre los hombres, pues estaban hambrientos y venían de lar-
gas privaciones». En su último viaje a Auschwitz dejó caer sobre la vía,
por las rendijas del vagón, papelitos escritos a lápiz: «Christien: Abro
la Biblia al azar y me encuentro con esto: el Señor es mi Cámara Alta18.
Estoy sentada sobre mi mochila, en medio de un vagón de mercancías
abarrotado. Papá, mamá y Mischa van algunos vagones más lejos....
Hemos abandonado el campo cantando, papá y mamá con mucha cal-
ma y valor...»19.

18. La cita de de Etty no es literal; es posible que sea el salmo 17 (18): «El Señor
es mi roca y mi baluarte».
19. En ese tren viajaban 987 personas. De los judíos, sólo sobrevivieron ocho.
sal terrae
ENCARCELADOS Y, SIN EMBARGO, ¿LIBRES? 719

4. Y nosotros, paseando por la calle:


con alguna libertad de sutiles cadenas

«Del hombre el alma está a la carne atada, y así en su ser mejor,


pero no maniatada; que nunca una pradera se siente encarcelada
bajo un arco iris; ni el hombre por sus huesos al ser resucitados».
(G.M. HOPKINS, La alondra enjaulada)20

Libertad es lo muy poco que podemos hacer de nosotros con lo mucho


que otros ya esculpieron en nosotros. No es un todo compacto que se
posee o no. Somos libres en áreas, pero atados –sutilmente– en otras
muchas. Hay quien sale, entra, viaja, cambia de lugar, de pareja... y en
todos esos escenarios le apresa el «qué dirán». Hay quien trabaja fre-
nético para hacer un día lo que quiera y está preso del furor de ganar
dinero. Juego, bebida, comodidad, cobardía... son cadenas. La libertad
es tierra prometida, siempre más allá, «cuando desterremos de noso-
tros los cepos, empezará a brillar nuestra luz» (Is 58,9.10). Hay quien
cree campar y manipular a su antojo; Dios los desvela: «pensaban los
malvados que controlaban a la nación santa, mientras yacían prisione-
ros de las tinieblas, en el calabozo de una larga noche» (Sab 17,2). La
libertad verdadera es temida21.
Romper sus cadenas es romper las propias: «El ayuno que yo quie-
ro es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los
cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos... Entonces
romperá tu luz como la aurora, enseguida te brotará la carne sana...;
pedirás auxilio, y te dirá: “Aquí estoy”. Cuando destierres de ti los ce-
pos, ...brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía»
(Is, 58,6-10)

20. Gerard M. HOPKINS, Antología Bilingüe, Trad.: Manuel Linares, Sevilla 1978,
p. 163.
21. E. FROMM, El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona 199821.

sal terrae
ST
EDITORIAL

Apartado 77 39080 Santander ESPAÑA

EDAD
NOV

ANSELM GRÜN
La confianza

160 págs.
P.V.P.: 10,00 €

La confianza tiene una importancia vital en la existencia humana, des-


de la infancia, en todos los pueblos y en todas las culturas. Pero ¿cómo
se puede fortalecer la confianza y sostener la fe en la vida cuando, en
medio del ajetreo y la agitación de la existencia cotidiana, se desvane-
cen los vínculos íntimos y familiares, y las relaciones se encuentran so-
metidas a nuevas presiones y situaciones estresantes? Anselm Grün,
maestro del arte de vivir, ofrece en este libro caminos espirituales que
conducen hacia una mayor alegría de vivir, fortalecen la confianza en
nosotros mismos y en los demás y renuevan nuestra fe en Dios.

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