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Fadhila Mammar y Ana María Romero de Campero,

Directora Ejecutiva de la Fundación Unir_Bolivia, en La Paz


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Fadhila Mammar

Interculturalidad: las diferencias no


son una amenaza, son un aporte
Fadhila Mammar es una filóloga tunecina que hace 17 años vive en España,
donde es Directora Técnica del Servicio de Mediación Social Intercultural de
Madrid, un espacio interdisciplinario dedicado a la intervención en el ámbito de las
migraciones, las relaciones interétnicas y el desarrollo social.Llegó a La Paz
invitada por la Fundación UNIR Bolivia y el pasado 31 de octubre disertó sobre el
tema “Respondiendo interrogantes: Migración e Interculturalidad”, que hoy el
Banco Temático ofrece in extenso.

Voy a intentar un dibujo escueto sobre la migración en España, especialmente en


estos momentos en los que el colectivo latino llega en gran número y en plazos
breves. Haré también algunas reflexiones sobre los procesos migratorios de otros
colectivos, en particular del mío, la comunidad árabe—musulmana, que se inscribe
en el mismo marco, aunque con algunas diferencias. Y hablaré de por qué pienso
que en el marco de las migraciones, la interculturalidad es un aporte muy
interesante para la gestión de la diversidad. Lo haré pensando –porque además lo
creo— que estos aportes pueden ser válidos para una sociedad como la boliviana.
Me llama mucho la atención lo difícil que es entender que las migraciones nos
afectan a todos los países. Desde Europa hay una visión muy egocentrista que
considera que aquello de las migraciones sólo afecta al mundo occidental, al
mundo desarrollado. No se dan cuenta que el proceso perjudica a todos los
países. Eso es, en Bolivia también hay inmigrantes de otros países; Chile iniciará
un proceso de regularización de la población peruana y boliviana; Ecuador –que
envía un número importantísimo de personas a España, el ecuatoriano es el
colectivo más numeroso— ha recibido, en menos de tres años, 300 mil
colombianos en la ciudad de Quito y allí se plantea un proyecto de integración de
aquellos inmigrantes. En países del oriente medio, con la guerra de Irak, países
como Siria y Jordania han recibido –un millón y medio, Siria, un millón, Jordania—
a desplazados irakíes. Por lo tanto, desgraciadamente, parece ser que siempre
hay un país que está peor que el tuyo. Y esto no se reconoce.
Pero lo más difícil es aceptar que en cuestión de desplazamientos y migraciones,
todos somos co-responsables. Sobre todo desde Europa y otras regiones, porque
éstos se dan por el desequilibrio norte—sur. En estas condiciones, resulta difícil no
indignarse por los muros que se construyen en México. En España hay una valla
para impedir que los africanos entren a la península. Es difícil no indignarse ni
sentir vergüenza cuando ves esas vallas, porque decididamente el mundo tiene
miedo y vergüenza de nuestros pobres y su dolor y, en mi opinión, una sociedad
que guarda esos miedos es una sociedad enferma pero –sobre todo— es una
sociedad que enseña sus debilidades.
La política migratoria española, obviamente, se inscribe dentro del marco europeo
(“las grandes directrices las da Europa”). Es un error pensar que España tiene
plena autonomía para gestionar los flujos migratorios. España es, junto a Italia y
Grecia, la última puerta de entrada a Europa y, a Europa le interesa mucho que se
blinden esas puertas. Por lo tanto, el marco es europeo, y algunas gestiones –muy
pocas— pertenecen al gobierno español. Esa es una realidad que debe
reconocerse.

La migración, hoy
El marco para los latinos que llegan a España es muy difícil, mucho más que hace
15 ó 16 años, cuando yo llegué. Entonces, en la ciudad de Madrid la migración
extracomunitaria era del 0.5%. En 16 años hemos pasado de 0.5% al 17% y eso
es mucha gente en muy poco tiempo. Nada que ver con los procesos franceses,
alemanes o del Reino Unido, etc. Pero a la vez, el abanico de nacionalidades es
absolutamente impactante. En Madrid hoy existen 168 nacionalidades diferentes.
Si hace 15 años se requerían dos años para asentarse –quiero decir regularizar su
situación, obtener un trabajo estable tener una vivienda digna— hoy día a un
emigrante eso le cuesta entre cinco o seis años. Y en ese tiempo pasan muchas
cosas, allá o aquí, en las familias. Este hecho influye enormemente en los
procesos migratorios.
Las personas llegan con una idea, con algún proyecto y si ven que éstos se
dilatan, muchos terminan frustrados. Se improvisa mucho, las personas son
reactivas, no son dueñas de sus proyectos migratorios, tienen que improvisar y
adaptarse continuamente a los procesos que se dan en estos cinco años. Por
ejemplo, una persona que ha salido el momento “x” pudo contar con el apoyo de
su familia para el cuidado de sus hijos, por ejemplo, los abuelos o los tíos. En seis
años pasan cosas a los abuelos, a los tíos, tías. Por lo tanto las familias se
reagrupan, a veces en las peores condiciones. Hay que improvisar mucho y,
cuando el contexto es difícil, la improvisación no es buena. Hoy es imposible llegar
a España y regularizar su situación de inmediato. Quien llegue como emigrante ha
de estar un mínimo de tres años sin papeles.
Otra dificultad que no conocimos hace 10 ó 15 años, es la enorme competitividad
que hay en los sectores laborales que se brindan a la migración. La mayoría de los
emigrantes –de donde vengan, sea del Este de Europa, África o América Latina—
se insertan en el sector de la agricultura, la construcción, la hostelería, la
restauración, aunque en puestos menores. Hay mucha competencia. Las
personas sin papeles son tomadas a subcontrato y siempre existe alguien cuya
situación es peor a la tuya y está dispuesto a realizar el mismo trabajo por un
sueldo menor. Esta situación también crea conflictos con españoles. Ellos tienen
la sensación de que pierden derechos adquiridos. Es decir, si para tal trabajo se
había fijado un pago de 12 ó 15 euros, con los inmigrantes sin papeles, ahora
puede hacerse por 6 euros. Eso es malo, porque se crean conflictos entre
trabajadores, aunque si hay responsables esos son los empresarios. Pero el
objetivo de las iras son los emigrantes.

Las camas calientes


La vivienda en España es demasiado cara y esto afecta mucho a los inmigrantes.
Al no tener papeles no pueden alquilar un piso, por lo que tienen que subalquilarlo
a menudo a paisanos que ya tienen papeles. Y éstos les explotan. Sobre todo en
la población latina hay un fenómeno de hacinamiento, al punto de –no sé si habéis
escuchado lo de las “camas calientes”—que se alquilan camas, no habitaciones.
Esto implica 16 personas rotando en un piso de 60 metros cuadrados. Pueden ser
las personas más respetuosas y más lindas del mundo, pero poner la lavadora a
las 3 de la mañana, porque es cuando te toca ponerla o preparar tu comida porque
tienes que ir al trabajo, es muy molesto para el resto del piso. Hay otro problema,
el de los niños, por ejemplo. Viven hacinados, no disponen ni siquiera de un metro
cuadrado para hacer sus deberes, no tienen tranquilidad, hay mucho trajín,
muchas caras nuevas...
En estas condiciones, el proyecto migratorio acaba comiéndote el proyecto vital.
Las personas, cuando migran, es porque tienen un proyecto vital, anhelan mejorar
su situación, incluso a crecer. Son personas espléndidas, fuertes, inteligentes, que
terminan renunciando a su proyecto vital, a sus ambiciones, a seguir sus estudios,
a salir del sector laboral en el que están. ¿Por qué? Porque están confrontadas a
un cotidiano muy duro. Eso sin contar que deben enviar remesas. Porque estos
proyectos migratorios no son individuales, son familiares, hechos colectivos que
comprometen a uno. Es doloroso ver cómo un país que, de otra manera podría
brindar oportunidades, no lo hace y las personas, que habían llegado con
ambiciones, se quedan como emigrantes. El trabajo de mi equipo busca
empoderar a esas personas para que recuperen su proyecto vital.

Las claves de la migración


Esta situación es paradójica porque el nivel de estudios de la población emigrante
en España es superior a la media de los españoles. No obstante no hay
promoción de los emigrantes. España no es un país que promocione, siendo que
también ha tenido varias llamadas de atención por la cuestión de la homologación
de los diplomas. Van personas con doctorados, licenciaturas y cuando España
homologa, lo hace siempre “a la baja”. Eso quiere decir que para una persona de
35 años, que ha luchado mucho para estudiar, que tiene niños, con jornadas
laborales muy pesadas (los emigrantes que ganan dinero es porque trabajan
muchas más horas que los españoles), volver a la universidad porque no le han
reconocido tres o cuatro materias, resulta muy difícil.
Pero a pesar de eso, la gente sigue adelante. Alguien me sugirió que los
bolivianos en España son “marginales”. No se puede hablar de los emigrantes
como “marginales”. No lo son. Son trabajadores que viven situaciones difíciles,
complicadas, es un colectivo vulnerable, no podemos permitir que les digan
marginales; ellos participan en la sociedad, trabajan, sus niños están en la
escuela, son parte de la vida de la calle. Pero son un colectivo vulnerable porque
la situación es muy difícil. Tienen una capacidad de adaptación y si caen volverán
a levantarse. Tal vez porque, aún si allí la vida es difícil, ellos habrán decidido que
vale la pena. Por lo tanto, creo que merecen un homenaje, porque –cuando
desconoces las claves de la sociedad donde vives—no es fácil manejarte en ella,
al fin y al cabo, no es fácil tirar tu vida en un mundo desconocido en un momento
difícil.

Racismo institucional
En España los latinos obtienen la nacionalidad española al cabo de dos años. No
sucede lo mismo con todos los colectivos. Hay otros colectivos que están pasando
lo peor. Eso sucede con el mío. El colectivo árabe—musulmán está en
condiciones peores. Vivimos un marco de islamo—fobia que cala profundo en la
sociedad europea. Son tiempos adversos para nuestro colectivo. Gran parte de la
sociedad cree que cada musulmán es un terrorista en potencia. Si el colectivo
latino es muy visible, los árabe—musulmán prefieren excluirse. Viven su vida, se
relacionan muy poco con la sociedad española y habitan circuitos cerrados, de
manera que se enfatiza la visión sobre su imposibilidad de integrarse con la
sociedad europea. Realmente es una voluntad de invisibilización y auto—
exclusión.
Pero a la vez, asoman algunos rasgos de racismo institucional. Hace ya un año
que vengo denunciando esta situación hacia los negros y los árabes, en España.
Hay una segregación en el acceso laboral por colectivos. España tiene convenios
referenciales con países latinos y no los quiere tener con países del norte de
África o del África negra. ¿Qué quiere decir eso? Que las multinacionales de la
alimentación, los supermercados españoles, sólo emplean a ecuatorianos.
Grandes cadenas de restauración sólo emplean a latinos y no hay convenios con
ningún país africano. A la vez existe un reproche continuo porque los colectivos
negros y árabe—musulmán no quieren integrarse.

Hijos de la migración
Pero, en este momento, los hombres y mujeres que han salido de su país, que
han llegado a España que, al fin y al cabo hacen su vida contra viento y marea, no
me preocupan. Me preocupan sus hijos. Ya tenemos niños que han nacido en
España y muchos jóvenes han sido reintegrados por sus padres. Esos jóvenes no
quisieron ir, ellos han sufrido varias rupturas, cuando sus padres se fueron ellos
quedaron a cargo de los abuelos y tíos. Y cuando los reagruparon, los separaron
de los abuelos y tíos con quienes habían vivido. No pidieron ir y hoy están con
muchas dificultades. Hay momentos muy dolorosos para estos jóvenes. Primero,
porque la escuela no se ha adaptado todavía a ellos, no los ha terminado de
incorporar pero, además, pasan muchas horas solos. Sus padres trabajan más de
12 ó 14 horas diarias. Y pasan solos muchas horas.
A la vez es una juventud bella, son dinámicos, muy creativos, son capaces –sin
analizarlo—de hacer una simbiosis de culturas. Pero tienen pocos apoyos en la
escuela, en la calle y poco apoyo de sus padres. Una de las tareas de nuestro
servicio es hablar con los padres para que apoyen más a sus hijos. Estamos
perdiendo niños en procesos de escolarización, perdemos jóvenes y lo que
planteamos a los padres es que, si han pasado por todo esto y no son capaces de
hacer que sus hijos se sientan bien allá donde estén, quizás no hubiera valido la
pena hacer todo esto.
El otro reto que plantean estos jóvenes es muy interesante. Ellos nunca van a
aceptar trabajar en los puestos que no quieren los españoles ni trabajar en
condiciones tan duras como lo han hecho sus padres, porque finalmente son
españoles. Entonces, la gran pregunta es ¿está preparada la sociedad española a
que mañana sus hijos españoles compitan en condiciones de igualdad con los
hijos de los inmigrantes. Ese es el reto. Hoy los padres lo están haciendo bien.
Están trabajando. El gran reto es saber si España está preparada a que el hijo de
un inmigrante boliviano, marroquí, rumano, le gane un trabajo a su hijo español.
Allí estará lo conflictivo.

Los marcos adversos


España no es el marco más adverso para hablar de interculturidad, ni mucho
menos. Más adverso es el marco suizo, ahora el francés. Hoy España cuida
muchos aspectos pero, justamente, en un mundo tan desigual ¿cómo atreverse a
hablar de interculturalidad? Pienso que justamente por eso, porque es un mundo
adverso, tenemos la responsabilidad histórica de hablar de interculturalidad. No
me rindo a la idea de entregar este mundo –mi mundo— a la adversidad. Hay que
buscar otros caminos. Y el de la interculturalidad me interesa porque es
integrador, porque habla de todos, porque habla de las diferencias y de la
importancia que éstas tienen para nuestro crecimiento. Una sociedad que excluye
tan siquiera a uno de sus miembros es una sociedad malsana.
Por lo tanto me interesa hablar de las diferencias, me interesa vivirlas como un
aporte. No son una amenaza las diferentes maneras de vivir las calles de los
latinos, el vivir el ocio de los latinos, son aportes a la sociedad. No entender esto
es multiplicar las pérdidas de saber. Me parece obsoleto, me parece algo que va
contra la modernidad y yo como árabe—musulmana, sé muy bien lo que es el
concepto de modernidad. Considero que la migración brinda muchas
oportunidades de crecimiento a España, porque la interculturalidad habla de las
diferencias y la importancia que tienen, pero también habla de lo que tenemos en
común. Si me quedo en la reivindicación de mis diferencias, voy a crear
fragmentación y autoexclusión. No voy a construir sociedad. Hay que trabajar
sobre las diferencias y sobre lo común. Lo común, eso que nos interesa por
compartir este territorio, porque tenemos niños, porque nos interesa que este
territorio crezca.
La interculturalidad me interesa porque dice que todos son importantes y porque
en un marco de migración y de no—ciudadanos conseguimos que una persona sin
papeles también pueda expresar su derecho a la ciudadanía en lo cotidiano, lo
comunitario. La interculturalidad nos habla de discutir nuestras diferencias no
desde la confrontación, no desde el enfrentamiento. Nos habla de dirigir nuestras
energías hacia algo positivo, hacia al diálogo. Tenemos que poner nuestras
diferencias sobre la mesa, tenemos que decir qué no nos gusta. Y lo vamos a
hablar y quizás antes de hablar nos vamos a escuchar. Y vamos a empezar a
dibujar juntos un marco común en el que estén nuestras diferencias y nuestros
intereses comunes.
¿Qué diferencia hay entre una mujer boliviana de 35 años, con tres hijos, un
marido sin empleo, que trabaja diez horas fuera y llega cansada, y una mujer
española, con tres niños, su marido sin empleo y llega a su casa después de diez
horas de trabajo? ¿Qué diferencia hay entre una boliviana, una española y una
árabe que viven en condiciones similares? ¿Qué diferencia hay si su Dios se llama
Alá y pide a la vida, o a Dios, que su marido tenga trabajo y sus niños tengan
buena salud?
Nos están engañando. Más que diferencias, los seres humanos tenemos mucho
en común.

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