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El Dios cautivo
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El Dios cautivo

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En este macizo y corajudo estudio histórico, sólidamente basado en abundante documentación de primera fuente y testimonios de muchos testigos, recogida con esmero y dedicación en Iquique, Lima y un sinnúmero de pueblos de la Pampa, el conocido sociólogo e historiador tarapaqueño Sergio González, sin un ánimo de reabrir viejas heridas, se adentra en un episodio sórdido y subterráneo, desconocido para la mayoría de los chilenos. El autor analiza, con oficio y rigor académico, el surgimiento, apogeo y declinación de las Ligas Patrióticas que practicaron lo que hoy día podríamos denominar una "limpieza étnica" en las provincias nortinas, años después que Chile las anexara gracias al triunfo militar en la Guerra del Pacífico. Esta violencia xenófoba fue uno de los muchos infaustos sucesos acaecidos durante la larga posguerra que se extendió entre 1883 (Tratado de Ancón) y 1929 (devolución de Tacna). Fue un período de álgida confrontación, caracterizado por aprestos bélicos de ambos bandos, rompimiento de relaciones diplomáticas y consulares, reclamaciones ante la Liga de las Naciones, etc.
LanguageEspañol
PublisherLOM Ediciones
Release dateAug 5, 2004
ISBN9562826961
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    El Dios cautivo - Sergio González Miranda

    Inmortalidad

    Prólogo

    Recién hemos terminado de leer esta otra obra del historiador Dr. Sergio González Miranda, quien con su proverbial rigurosidad, despliega una notable factografía, para aquello que nos ha acostumbrado en todos sus escritos, esto es, su rigor en el buen manejo de las fuentes, que dan cuenta de hechos tan sólidamente documentados que pareciera que en sí mismos estos archivos lo conducen, en este caso, a la revelación del episodio más aterrador que se recuerde de violencia estatal y civil, ejercida sobre la sociedad peruana de la postguerra salitrera. Algo se sabía de las persecuciones de las así llamadas Ligas Patrióticas, ocurridas a comienzos del siglo XX, entre archivos medios ocultos y voces acalladas, primero en la clandestinidad y luego en la pena de sentirse exiliados en lo que recién había sido su propia tierra.

    Desde el título queda claro que se trata de sucesos dramáticos ocurridos en la comarca tarapaqueña, como si aquel Dios Cautivo anterior a los Incas, el travieso Tarapacá, hubiera marcado para siempre el destino cautivo de la región, trasladándose hacia la Colonia cuando el Señor Cristiano es abatido y cautivo por los Moros del autosacramental de la Tirana y se libera al fin de los diablos figurines para transformarse luego en la sociedad tarapaqueña. Esta vez cautivo en las provincias que pasaron a ser chilenas y que para desperuanizarlas cayeron en manos de los demonios xenófobos organizados en un movimiento pronacista orientado a martirizarlos y expulsarlos por vencidos, cholos y complotadores. Por lo mismo, es un segmento gris de una historia regional no incluida en las Historias Generales y que sería irrepetible y casi incomprensible en las otras regiones enmarcadas en el modelo del Reyno de Chile.

    Ahora se puede entender de dónde viene ese afán integracionista y bolivariano del autor, quien como sujeto y objeto de su propia historia, recoge a sus hermanos de los países vecinos, porque él sabe que esta comarca fue construida por indios, negros, españoles, criollos y mestizos desde la colonia y que la modernidad salitrera atrajo a emigrantes andinos y europeos como trabajadores o capitalistas, es decir, todos en la construcción de una región bien llamada multiétnica y plurinacional. Comparable a una California en donde al menos sus trabajadores tenían trabajo estable, alimentación suficiente y educación para sus niños, además de otra oficina cercana para rearmar su payasa sin descontar ese juego moderno que los ingleses de la pampa llamaban foot ball

    El autor nos llevará a la identificación de una comarca con un destino minero-colonial y decimonónico, sostenida por la pujanza de familias criollas y peruanas de esa naciente nación que con sus gentes tarapaqueñas iniciaron la asombrosa conquista de la pampa salitrera, espacio nunca ocupado, ni siquiera por los pueblos indígenas. Así, nos enseñaron a crear riqueza, fundar pueblos en el medio de la nada y de paso inaugurar los primeros puertos que establecerían las conexiones capitalistas con los mercados más importantes del primer mundo de esa época.

    Claramente, la sociedad tarapaqueña no tenía pares en el Perú rural, preñado de suspiros limeños y estilos de vidas coloniales. Los tarapaqueños no solo pusieron sus viñas y fincas al servicio de una explotación minera a escala industrial, sino que asimilaron rápidamente las influencias ejercidas localmente por el arribo de agentes de cambios capitalistas y tecnológicos, que implantaron en este escenario las virtudes de la revolución industrial inglesa.

    Así era la sociedad tarapaqueña derrotada en la guerra, emprendedora y responsable del tremendo sacudón ejercido sobre las tradiciones culturales y tecnológicas, derivadas del régimen colonial y su ascenso a la más moderna explotación salitrera, como los más genuinos pioneros, constituyendo una identidad absolutamente particular, distante y distinta del resto del Perú, siempre asociada a un sentimiento de lealtad territorial sea cual fuere el destino de las campañas militares. ¿Cómo desperuanizar entonces a un sentimiento tarapaqueño que ya cumplía cerca de 400 años de memorias compartidas, entre oasis y desiertos aislados, en el confín más inalcanzable tanto colonial como republicano? ¿Cómo destruir la imagen de pertenencia de la más autónoma y progresista comarca surperuana?

    De esta lectura se desprende que si bien es cierto la guerra entre guerreros de verdad terminó por el año 1883 con la campaña de la sierra, esta otra guerra interior, civil y solapada, destinada a expulsar a una población no intrusa ni conquistadora, sino la verdadera dueña de casa, recién se iniciaba por el año 1910. Era la gran fiesta del centenario de Chile y la exaltación del recurrente hipernacionalismo cayó al desierto de tal manera que hasta, incluso, en los santuarios católicos se elevó el Himno del Yungay… y fue entonces cuando se procedió a aplicar la más grande limpieza étnica que se recuerde en la historia patria, sustentada por el poder de los vencedores tras una política deliberada de violencia institucionalizada.

    Sergio, el más dilecto iquiqueño e historiador de nacimiento, se filtró entre los archivos y testimonios vivientes, porque él sabe recorrer todas las metodologías de las ciencias sociales no como divertimentos teóricos, sino como instrumentos objetivos para revelar reconstrucciones reales con carne y hueso en el decir de Sonia Montecinos… y después de recorrer todos los escenarios de estos tristes sucesos casa(o) a casa(o), lugar por lugar, gente a gente, nos abre esta ventana indiscreta que nos deja ver por primera vez aquello que se rumoreaba en voz baja entre nuestras familias. No es fácil comprender lo patético de esta notable investigación. Si tan solo nos imagináramos hoy una ocupación, primero militar y luego civil con expulsiones perentorias, de tal modo que al volver de nuestro trabajo se nos ordenara sacar una maleta y subirnos a un camión con destino al aeropuerto y en 24 horas decidir qué haremos con nuestras vidas en Chiloé… Fue así, 40.000 refugiados peruanos-tarapaqueños desembarcaron en Callao al son de bandas musicales para luego ser trasladados a locales abandonados sin más ayuda, apiñados entre el hambre y la pena en lo que después sería la Urbanización Tarapacá. Sergio debió emocionarse al leer los nombres de sus calles, todas con recuerdos de la tierra cautiva y que, poco a poco, los llevó a crear un país imaginado bajo el ideario de un retorno victorioso ofrecido por el populismo del Presidente Leguía, aunque esos sueños legítimos desde la peruanidad se fueron alejando cada vez más a través de hijos, que nacidos en El Callao o en Tarapacá en el nuevo escenario de postguerra, perdían para siempre la nitidez del memorial bien encubierto y, por cierto, de las terribles Ligas Patrióticas.

    En esta obra, las hazañas del matonaje de la más granada selección de peloduros y malandrines a sueldo, es testimoniado con una documentación casi íntima que nos cuenta de la expulsión de sacerdotes, de la destrucción y del manejo criminal del periodismo de la época, de saqueos de casas y bienes privados, expropiación de recursos naturales y las listas negras del terror institucionalizado que sacudían el alma de tantos pampinos, portuarios y vallesteros¹ . El autor analiza esta cuestión en el marco del discurso civilizatorio de la corriente Balmacedista acerca de un territorio marcado como cholo, hasta el triunfo de la sensatez y talento social del León de Tarapacá, quien de un rugido electoral borró en buena medida aquello que en este libro se lee sin rodeos como la desperuanización de la provincia , xenofobia patriotera y chilenización de almas. No en vano desde este tiempo la China del Carmen, el único baile chileno que inicialmente venía desde el norte chico, es sacada en procesión encabezada por los Chinos promesantes. Esta vez con la conducción de los primeros capellanes chilenos. En verdad, no hubo organización ni institución alguna, ni la propia educación, que no se pusiera al servicio de la limpieza étnica, oportunidad en que la mentira comunicacional llegó hasta anunciar una nueva guerra para justificar tanta injusticia, frente a un Estado nacional victorioso que no sabía qué hacer con estas regiones anexadas…

    Las conclusiones más que búsquedas de responsabilidades y desborde de amargura por los doblemente vencidos, son únicamente preguntas inteligentes que darán lugar a otras investigaciones que se derivarán de esta historia. Entre éstas jerarquizamos aquella que queda como corolario siempre latente: ¿Qué debió ocurrir entre los que se quedaron, con sus descendientes, para construir un nuevo y legítimo país nórtico, inseparable de la nueva nacionalidad chilena y, a su vez, no perdieran los afectos con la otra ausente? ¿Cómo los refugiados lejos de Tarapacá pudieron armar con pedazos de recuerdos un imaginario regional, radicándose en un país que era y que no era su pequeña patria tarapaqueña?

    La reunión clandestina del Comité Pro Patria comenzó temprano cerca del muelle de Caleta Buena a fines de abril del año 1918, y con voz firme y marcada, el señor Dubois señalaba los nombres de los trabajadores peruanos que debían abandonar el puerto. Higinio Núñez, del Valle de Quisma, hace ya cinco horas que está arrinconado con su familia en una casucha en la Puntilla de Iquique, agotado después de una larga caminata con otros caletinos a la espera de lo peor. A la tercera amanecida, las puertas aparecen marcadas con una cruz de alquitrán negro. Les espera un vapor con cientos de refugiados con destino al Callao. Cada persona solamente con una sábana a modo de atado, llena de las más queridas pertenencias y nada más… Tres días después las bandas de música y gloria a los héroes tarapaqueños; cuatro horas más, todos apiñados en recintos abandonados por insalubres… Al próximo día, todos a cargar donde sea para vivir en un país que los llamaba chilenos… Su esposa Vernal, de San Lorenzo de Tarapacá, se enloqueció de pena y yace en el cementerio del Callao; su hijo Santiago se resbaló cargando verduras en la recova y vivió limitado para siempre; su otro hijo José, chileno de nacimiento y sabedor que legalmente puede hacer su servicio militar en Chile, se escapa a Iquique. Higinio y Santiago dejan su Perú, porque nunca lo entendieron y porque así lo exige el vals criollo todos vuelven a la tierra en que nacieron... Ahora el hijo de José, y nieto de Higinio, puede escribir este prólogo pero ya es demasiado tarde para creer que la historia los absolverá… Nos basta con que Sergio González haya revelado tanta violencia innecesaria y que ambos no demostremos ni un pedacito de resentimiento, pero que nunca jamás gente alguna justifique esa imagen de aquellas dos señoritas Loayzas, aterrorizadas detrás de la mampara de la casa de Mr. Locket, a la espera de la peor turba antiperuana, esperando al Corvo y su defunción escrita entre risa y juerga , en el rey de los pasquines: El Lucas Gómez.

    Gracias, Sergio, por enseñarnos que el dolor del terror fortalece a nuestros pueblos, cualquiera sea su nacionalidad, y que aún es posible proponer los más insospechados reencuentros de verdadera integración subregional, con ethos compartidos, y gracias, también, por estos escritos que engrandecen a nuestras historias regionales casi olvidadas. El himno peruano estaba vivo en una victrola piqueña y lo cantábamos casi en silencio en el día del país del nunca jamás… y los más jóvenes descubríamos que de tanto olvidar, habíamos aprendido a amar intensamente a la nueva patria prometida.

    Dr. Lautaro Núñez Atencio

    Premio Nacional de Historia 2002

    Universidad Católica del Norte San Pedro de Atacama.

    Notas

    ¹ Refiérase a la gente que vivía en el Valle de Quisma.

    Presentación

    El libro del Dr. Sergio González es una publicación que tiene a mi juicio múltiples méritos, que me parece importante resaltarles a los lectores desde un comienzo. En primer lugar, cuenta con rigor histórico y metodológico, que está respaldado por un amplio uso de fuentes primarias, de citas textuales, una bibliografía extensa y actualizada, así como también un completo anexo, que contiene documentos de la época. Aquí, entre muchos otros escritos, se incluyen extractos de testimonios personales; noticias e informes oficiales aparecidos en distintos periódicos de Iquique y Pisagua; cartas suscritas por autoridades militares, policiales y gubernamentales; todo lo cual permite recrear, con gran cantidad de detalles, el período en estudio.

    En segundo lugar, no obstante este rigor metodológico, se trata de una lectura amena y apacible, que tiene la capacidad de situar al lector en el centro de este período histórico, de hacerlo conocedor de sus principales personajes, hechos históricos, problemas y circunstancias en que ocurren los fenómenos. Adicionalmente, estamos en presencia de una investigación multidisciplinaria y como tal tiene resultados de importancia no solo para la historia, sino que también para otras disciplinas de las ciencias sociales, como son la sociología, la psicología y las relaciones internacionales.

    Hay que enfatizar también que la obra de Sergio González aborda cuestiones que son de trascendencia, no solo para la región de Tarapacá, sino para el conjunto de Chile y los países vecinos, en un período que se sitúa antes, durante y después del primer centenario de la República. Primero, está el tema de la inmigración y la construcción de identidades. El propio autor describe la pampa tarapaqueña como un lugar de cita de inmigrantes llegados de todos los rincones del planeta; la pampa como impulsora de una nueva identidad: la identidad pampina. En especial, como él mismo lo señala, hace referencia a los tarapaqueños peruanos, afirmando que el presente libro es la historia de estos habitantes, de su partida forzada, que describe como una expulsión punitiva.

    Segundo, la cuestión de la xenofobia y el racismo, siendo la matanza de Santa María de Iquique un hito histórico que afectó por igual a peruanos, bolivianos y chilenos. En esta dirección, el autor estudia las acciones xenófobas promovidas por las Ligas Patrióticas, no solo contra los peruanos, sino también en contra de los chilenos considerados o visualizados como peruanos y en contra de otras nacionalidades. El objetivo que persigue González en este libro es claro y está explicado desde las primeras páginas del mismo: intentar develar la historia oculta de este actuar xenófobo de las Ligas, de modo de restituir en parte la memoria trizada de nuestra región.

    Al mismo tiempo, busca ser una crítica a este nacionalismo compulsivo y xenófobo, no importando si éste sea peruano o chileno. El autor data el comienzo de este tipo de nacionalismo en el año 1910, a partir de la expulsión de los curas peruanos en las provincias ocupadas por Chile y la consiguiente ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países. González ahonda en las cicatrices de la Guerra del Pacífico y sus consecuencias para la población de tarapaqueños, peruanos y no peruanos, manifestadas en la ruptura, separación y persecución. Hay de fondo y de trasfondo un paradigma del odio y de la exclusión, que no hace distinciones entre nacionalidades, grupos étnicos y clases sociales.

    Es importante detenerse en el título del texto –El Dios Cautivo– y la justificación del mismo que nos entrega el propio autor a partir de dos explicaciones. Una, referida al nombre de la vieja provincia de Tarapacá, que alude a Tunupa-Tarapacá o Tarapaco, una noción utilizada por las comunidades indígenas para identificar al principal Dios andino, a Wiracocha. La segunda razón radica –nos dice este sociólogo– en que, tanto para los tarapaqueños refugiados en Perú como para las autoridades peruanas, Tarapacá era considerada como una provincia cautiva hasta 1922. Además, para las víctimas de las Ligas Patrióticas había un Dios en cautiverio, conformado por el Tarapacá construido, por la Patria chica, por la comunidad imaginada. A partir de estas realidades, el autor entiende la región no solo como un territorio geográfico, sino también como un espacio socialmente construido, como un sentimiento, como una identidad.

    Esta obra, presentada y narrada con un rigor cronológico, analiza año tras año los principales hechos relacionados con la región de Tarapacá y los tarapaqueños, en una contextualización que considera los acontecimientos que tienen lugar en el resto de Chile, los que tienen consecuencias para las relaciones con Perú y Bolivia, y también los que dicen relación con el orden internacional de la época. Particular trascendencia adquiere el análisis de la situación de Tarapacá y de las relaciones bilaterales de Chile y Perú en consonancia con los paradigmas idealista y realista que se suceden en la política exterior de Estados Unidos, al pasar de la administración del presidente Woodrow Wilson a la de Calvin Cary Coolidge.

    Partiendo con la anexión de Tarapacá a Chile, el autor ahonda en el proceso de chilenización de la región, al que describe como un desarrollo de socialización de la identidad nacional, a partir de la importancia estratégica y económica que tiene la provincia para Chile. Si bien el autor señala que la sociedad peruana de Tarapacá se opuso a la anexión estipulada en el Tratado de 1883, no deja de mencionar también aquellos acontecimientos en la provincia que unieron tanto a chilenos como a peruanos, entre los que cita la huelga de Iquique de 1890, la guerra civil de 1891, el incendio de Iquique de 1891, la peste bubónica de 1905, la huelga obrera de diciembre de 1907, entre muchos otros. Además, explica cómo en este período, previo al primer centenario, lo que predominó entre chilenos, bolivianos y peruanos fue una solidaridad de clase que estuvo por encima de las diferencias de origen étnico o nacional.

    En sus referencias a las Ligas Patrióticas y sus acciones xenófobas contra la población, Sergio González analiza con especial profundidad y fundamento los hechos acontecidos en los años 1911, 1918 y 1919, considerados como años primordiales en la violencia xenófoba. El año 1911 marca para el autor un período de inicio de la chilenización violenta, a partir de una serie de asaltos llevados a cabo por las Ligas en la ciudad de Iquique. Aquí se marca un momento culminante de la xenofobia, al ser saqueados establecimientos comerciales y casas particulares de peruanos residentes. Este año es también importante, nos dice el sociólogo, porque las Ligas dejan de ser solo una sociedad de caballeros de Iquique que solían reunirse para conmemorar acciones bélicas mediante actos deportivos, en los que participaban autoridades y oficiales del ejército. A partir de ahora se embarcarán también en una violencia física en contra de la población peruana, para incluir a los nacidos en Tarapacá antes o después de la guerra, a los chilenos considerados defensores de estos grupos y a los chilenos o extranjeros emparentados con peruanos. Sin embargo, como bien lo señala el autor, la violencia xenófoba no queda reducida solo a 1911. El año 1918 se caracteriza porque los hechos de violencia superaron todo lo previsto por las autoridades regionales, generando un clima de tensión que puso en riesgo la situación internacional del país. Los problemas de violencia, agrega el autor, llegaron a otros campos, como el religioso y el educativo, y la xenofobia alcanzó también a otros extranjeros, además de los peruanos, y a chilenos supuestamente peruanizados. Con gran detalle, Sergio González nos narra los sucesos de violencia llevados a cabo por las Ligas en Iquique, Pisagua y otras ciudades de la región, para concluir que las acciones de violencia de 1918 en Tarapacá pudieron generar un conflicto internacional de consecuencias insospechadas, pues pudo llevar a impugnar por parte del árbitro, el presidente de Estados Unidos W. Wilson, el Tratado de Ancón de 1884, lo que hubiese sido el gran triunfo peruano.

    Además de esta violencia física, que caracteriza el año 1918, el autor analiza también otro tipo de violencia, la psicológica, la que se da a partir del año siguiente, con la aparición de una serie de periódicos patrióticos: El Eco Patrio, El Roto Chileno, El Chancay, El Corvo. González nos señala que los redactores de estas publicaciones difundían amenazas sin tener mayores datos que el rumor o la denuncia anónima, lo que afectaba por igual a los peruanos, así como a los chilenos y extranjeros acusados de aperuanados. De este modo, nos describe un escenario en el cual ninguna colonia se sintió libre de la violencia patriótica, ni siquiera la inglesa, que era la que tenía mayor poder real en la provincia. Para González, los sucesos de 1918 y 1919 son complementarios, puesto que al miedo que generó la violencia física en 1918 siguieron las intimidaciones y amenazas del año siguiente, completando un cuadro de beligerancia y violencia generalizada, en cuyo campo de fuerzas la escuela tuvo un papel fundamental: el disciplinamiento de los niños chilenos y la reproducción del ideario patrio para el futuro.

    El autor nos señala que esta investigación finaliza en 1922 porque a partir de este año los tarapaqueños dejaron de recibir el apoyo político del Estado peruano y, por lo tanto, se dieron cuenta de que sus esperanzas sobre un Tarapacá reincorporado a su país se perdieron definitivamente con las negociaciones en Washington. Además, nos recuerda que este año Chile y Perú recibieron una invitación de Estados Unidos para realizar la Conferencia de Washington, que considerará como válido el Tratado de Ancón, reconociendo la soberanía de Chile sobre Tarapacá. No es casual que el libro de González, previo a sus conclusiones, termine recordando que en 1922 llegaba al poder en Italia el fascismo, encabezado por Benito Mussolini.

    Además del importante valor académico ya señalado, estamos en presencia de un documento histórico y sociológico que nos permite una doble proyección. Por una parte, junto al análisis detallado y riguroso de la xenofobia llevada a cabo por las Ligas, la importancia que se otorga en delinear las distintas identidades en la región, la presentación de los paradigmas idealista y realista que darán cuenta importante de los sucesos de la época, el libro visualiza y contiene ya los principales antecedentes que marcarán el nacimiento del movimiento nacista chileno en los años siguientes. En el libro se presentan con precisión los aspectos de prejuicio, discriminación, racismo, xenofobia, que caracterizarán a parte de la sociedad chilena y que llevarán, en definitiva, a la formación de un movimiento nacista que, siguiendo la tesis de Víctor Farías, será el más importante y el mejor organizado de América Latina. Por otra parte, al estudiar algunos de los efectos de la Guerra del Pacífico y abordar las relaciones entre Chile y Perú, con sus consecuencias para Bolivia, el autor nos entrega ya algunas premisas significativas para comprender los desafíos y potencialidades que deben hacer frente las relaciones entre estos tres Estados, así como la integración regional en esta zona del mundo a los inicios del tercer milenio.

    Isaac Caro

    Sociólogo. Doctor en Estudios Americanos.

    Instituto de Estudios Internacionales Universidad Arturo Prat

    Santiago, abril 2003

    Introducción

    La imagen de la cubierta de un barco atestada de gente, llena de trastos viejos, enseres, perros, incluso cerdos, con grupos familiares cocinando, cubiertos por alguna carpa improvisada, puede ser la típica imagen de un enganche hacia las salitreras del norte chileno. La imagen de esos hombres y mujeres que llevan entre sus cosas la esperanza de días mejores en el desierto, a pesar de que les han dicho que es el más seco del mundo y que el sol al mediodía golpea en el espinazo como patada de caballo. La imagen de aquellos que partieron de ese desierto que de seco se hizo querido, a pesar de esos campamentos de calamina que quemaban en el día y congelaban en la noche, pero que al atardecer eran embriagados por una brisa suave que invitaba a conversar en las puertas hasta la llegada de la camanchaca. La esperanza que los acompañaba era la de llegar pronto a las salitreras porque sabían que en la gran ciudad les esperaban los conventillos o el rancho mortecino en el campo. En la pampa se era más libre que en ninguna parte, se comía cuatro veces al día y se tenía a los amigos y los ideales, algunos escribían poemas² , otros cantaban en las estudiantinas o bailaban en la filarmónica. Muchos se empamparon, no en el sentido de perderse en la pampa y morir derretidos por el sol hasta transformarse en una mancha negruzca en el desierto, sino en el sentido de amar la pampa hasta en su silencio más profundo.

    En la pampa se dieron cita migrantes venidos de los cuatro rincones del planeta. Hasta allá llegaron marineros de clípers, cansados de navegar por el mundo, o simplemente porque su barco no pudo zarpar a sus puertos europeos debido a la guerra. Los campesinos chilenos del sur se vieron las caras con los q´ochalas de Cochabamaba. Los mineros del Norte Chico trajeron sus costumbres y sus cofradías de la virgen de Andacollo para ponerlas al servicio de la chinita de La Tirana. Los arrieros argentinos llegaban con los mulares y esos toros pequeños, cruzando todas las cordilleras que le pusieran por delante. Los chinos cantoneses habían inaugurado la ruta al sur del Perú vía Macao desde la época del guano, y en la época del nitrato llegaron como comerciantes a los pueblos del desierto, haciéndoles competencias a los austríacos, quienes, hoy lo sabemos, eran en realidad

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