You are on page 1of 3

LAS NAVIDADES Y EL AÑO NUEVO

LAS NAVIDADES.
Apenas pasadas las fiestas de Todos los Santos y la Conmemoración del
Día de los Difuntos, las familias linenses se preparaban para celebrar con el
júbilo de costumbre, las fiestas navideñas. En los alrededores del Mercado
y en muchos puestos callejeros hacían su aparición como mercancía de fácil
venta, las zambombas y los panderos, instrumentos elementales, pero
imprescindibles en las fiestas cuya proximidad, anunciaba el frio que se
dejaba sentir cada día con mayor intensidad. Provistos de las ruidosas
zambombas y de los alegres panderos, la juventud se reunía en grupos de
familiares y amigos y organizaban en los hogares, alegres veladas que
transcurrían entre ingeniosas bromas y cantos de villancicos y alguna que
otra copita de anís, para
“ayudar a pasar” los
riquísimos dulces caseros
propios de las festividades
próximas a celebrar, cuyos
preludios festejaban de esta
forma. Y así, cada noche,
hasta el veinticuatro de
diciembre.
Este día, en muchos
hogares, se notaba la
animación desde la mañana. Los hornos de donde salían a diario las hogazas,
las teleras, los bollos y los “violines” que se vendían en los expendios de pan,
y en invierno los “molletes calientes”, que bien abrigaditos dentro de las
redondas canastas ofrecían por medio de típicos pregones, los vendedores
ambulantes, en las frías mañanas invernales, todos los hornos de nuestra
industria panificadora se llenaban de bandejas metálicas, que nuestros
artesanos construían para ser utilizadas en estos menesteres, los pavos y
las patas de cerdo preparados por las madres de familia, según los
particulares gustos, o el “leal saber y entender” de la responsable de la cena
familiar. Y, a lo largo del día, en años ya muy lejanos, -tradición que fue
perdiéndose hasta desaparecer casi por completo-, la solicitud de los
dueños de comercio, especialmente los de comestibles, correspondiendo a la
fidelidad de la clientela, obsequiando calendarios, botellas de vino o licores,
cajitas de mantecados y polvorones de Estepa o Antequera; tradición que
también se observaba con idéntica generosidad en el comercio de Gibraltar,

1
aunque allí el aguinaldo a su clientela consistía en una bolsa con mercancía
propia para preparar la cena navideña.
Muchos comercios cerraban sus puertas a temprana hora, para que los
empleados y los propios dueños pudiesen celebrar la festividad con la
solemnidad tradicional.
Efectivamente, pobres y ricos, cada uno en la medida de sus posibilidades,
se reunían en familia, animados, gozosos, felices, haciendo de aquella cena
tradicional algo espiritualmente hermoso. Un anhelo de amor y paz unía a
todos.
Muchas familias alargaban la sobremesa hasta que el cansancio iba
obligando, paulatinamente, a retirarse. Otras, especialmente los jóvenes
organizados en grupos, al son de zambombas y panderos, se echaban a las
calles, camino de la Iglesia, cantando villancicos, para asistir a la pintoresca
Misa del Gallo. Esa noche el templo rebosaba de fieles y los cantos,
acompañados por los folklóricos instrumentos, ponían una nota alegre,
rompiendo la solemnidad habitual en las celebraciones religiosas.
Finalizada la misa, la alegría desbordaba nuevamente las calles que se
animaban, iluminándose con el
sugestivo encanto de la poesía
popular, fondo y trasfondo del
alma soñadora del pueblo
andaluz.
Así celebrábamos en La
Línea de aquellos días el
advenimiento de La Pascua.

EL AÑO NUEVO
Por lo general, la llegada del
nuevo año era esperado por
las familias linenses, gustando
de la cena especial preparada con este fin. Se tomaban las tradicionales
doce uvas al son de las metálicas campanadas del reloj de nuestra Iglesia
Parroquial, se intercambian besos y abrazos con las felicitaciones de rigor.
Algunos años, las sociedades recreativas organizaban cenas-bailes, que
duraban hasta bien entrada la madrugada.
Pero, para muchas familias y especialmente para los jóvenes, la noche vieja
solía tener otro encanto. El del sortilegio del agua del mar. Una de las
tradiciones que con el tiempo fue perdiendo fuerza. En jubiloso romería
llegaban a la playa de San Felipe, y cuando todos los barcos anclados en la
bahía lanzaban al aires el alborozado clamor de sus sirenas, precisamente a
las doce en punto, recogían en las vasijas de que venían provistos la salada

2
agua del mar, que rociarían después en sus hogares para asegurar la suerte
en el año que acababa de nacer.
Cumplida la primera parte del ritual, las calles volvían a poblarse de risas y
canciones, en una alegría sana y contagiosa, saludando de esta forma la
llegada del nuevo año, esperanzados y jubilosos.

LA LÍNEA DE MIS RECUERDOS


Enrique Sánchez-Cabeza Earle.

i.h.m.

You might also like