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¡OIGA, ANDÉMOSLE!

(Una exhortación al pueblo cristiano para el


evangelismo. Primera Clínica de Evangelismo
Explosivo en Neiva, mayo de 2009)
Hoy vamos a recordar dos grandes vidas a través de las
cuales Dios dispuso dos grandes Ministerios para la Gloria de
El. Una de ellas es conocida y admirada, seguida y difundida
por nosotros los cristianos y la otra un tanto desconocida,
ignorada y nada difundida.

Hablaremos de Pablo y de Ananías.

Ellos fueron hombres con Visión y Misión de lo alto. Dos


hombres a los cuales Dios les dio una visión poderosa,
especial y muy específica, y les encomendó misiones que
muchos de nosotros desecharían pero que, debido a la
obediencia de esos dos varones, hoy podemos recordar.

Ellos son ejemplo de que así hará Dios con cada uno de
nosotros. Ahora que estamos equipándolos con esta
herramienta hermosa de “Evagelism Explosion”, queremos
confirmarles que Dios dará a cada uno de ustedes no una
visión y misión cualquiera, sino una mega visión y una súper
misión para el ministerio que hoy empiezan, pues a Él le place
gloriarse en cada una de sus debilidades (2 Cor 12, 9).

Nuestro pasaje central será el de Hechos 9 del versículo 10 al


20.

“Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el


Señor llamó en una visión. ¡Ananías! Aquí estoy, Señor.
Anda, ve a la casa de Judas, en la calle llamada Derecha, y
pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto en
una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las
manos sobre él para que recobre la vista. Entonces Ananías
respondió: Señor, he oído hablar mucho de ese hombre y de
todo el mal que ha causado a tus santos en Jerusalén. Y
ahora lo tenemos aquí, autorizado por los jefes de los
sacerdotes, para llevarse presos a todos los que invocan tu
nombre. ¡Ve!, insistió el Señor, porque ese hombre es mi
instrumento escogido para dar a conocer mi nombre tanto a
las naciones y a sus reyes como al pueblo de Israel. Yo le
mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre. Ananías
se fue y, cuando llegó a la casa, le impuso las manos a Saulo
y le dijo: "Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció
en el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas
lleno del Espíritu Santo." Al instante cayó de los ojos de Saulo
algo como escamas, y recobró la vista. Se levantó y fue
bautizado; y habiendo comido, recobró las fuerzas. Saulo
pasó varios días con los discípulos que estaban en Damasco, y
en seguida se dedicó a predicar en las sinagogas, afirmando
que Jesús es el Hijo de Dios”.

1- SEAMOS PRESTOS PARA OÍR

Este Ananías del que se habla en el pasaje podría ser


calificado en la carne como insignificante, poco importante,
una persona cualquiera. Sólo es nombrado 2 veces en la
Biblia: aquí y en Hechos 22, 12, donde el propio Pablo narra
sobre su conversión. No sabemos nada más de él sino
únicamente lo que podamos descubrir en esas dos citas. Sin
embargo Dios le da una tremenda Visión y una Misión: poner
manos sobre Saulo de tarso, Pablo, para que recobre visión y
sea lleno del Espíritu Santo y sea bautizado.

Eso hubiera sido una misión fácil para cualquiera si el


personaje no hubiera sido precisamente Saulo de Tarso.
Recordemos que Saulo en ese momento era un matón de
cristianos, un hombre sin piedad que los encarcelaba, los
ponía a disposición de las autoridades eclesiásticas y civiles
para que ellos fueran castigados, torturados y aun asesinados.
Saulo había estado presente en el asesinato de Esteban
(Hechos 7, 58) y tenía por lo tanto una fama terrible entre los
del Camino. Algunos dicen que ya en ese momento en que se
le ordena por Dios a Ananías visitar a Saulo, éste ya había
nacido de nuevo porque le dice a Jesús “Señor” y después
Ananías le dice a Saulo “hermano”, pero yo no lo creo. El
apenas había tenido una tremenda experiencia con Jesús
quien se le manifestó diciéndole que El era a quien Saulo
perseguía. Saulo, ante tremendo suceso, apenas tuvo el
tiempo de darse cuenta que Jesús era el mismo Dios y en ese
momento no confesó su nombre como su Salvador y su Señor
y menos tuvo tiempo de arrepentirse porque Jesús no lo dejó
ni musitar palabra. Jesús simplemente le ordenó que entrara
en la ciudad que allí recibiría instrucciones (Hechos 9, 3 y ss).
Yo creo que la conversión de Saulo sucedió durante esos tres
días que estuvo sin vista, sin comer ni beber nada.

Pero sigamos en los zapatos de Ananías. El estaba recibiendo


instrucciones precisas (destaquemos aquí que Dios siempre
dará instrucciones precisas a su vida en todas las áreas
porque El es un Dios de orden y de coherencia y no de
desorden, de incoherencia o de incertidumbre) y serias de
Dios para que fuera a ministrar al famoso Saulo que perseguía
a la Iglesia de Cristo. ¿Usted qué haría ante una situación
similar? ¿Qué haría usted si Dios le hablara concretamente y
específicamente de ir por ejemplo a predicar el evangelio a
alguna región árabe de esas en donde encarcelan a los
cristianos o los matan? ¿Qué haría una persona reconocida
políticamente (como yo) si Dios diera instrucciones de ir a
buscar al Mono Jojoy (temible jefe militar de la guerrilla de las
Farc en Colombia) para predicarle su Evangelio? ¿Qué haría
usted si Dios le da precisas instrucciones de predicar a Jesús a
la persona que lo ha herido, que le ha hecho un daño que
usted recordará toda su vida? Por eso la actitud y la
respuesta de Ananías, parece, a todas luces, razonable. Pero
pasamos por alto lo que Ananías realmente contestó. Él le
dijo a Dios: “mire mi Señor que esa persona a la que me usted
me manda a ministrar tiene muy mala fama, y ahora
precisamente ha llegado aquí a esta ciudad con autorización
oficial expresa de fregarnos a todos los que en ti creemos”.
Ananías en ningún momento dijo a Dios que él no cumpliría
sus instrucciones o que él no estaba dispuesto a ir allá donde
el Señor lo enviaba. El simplemente razonó con Su Dios y
Señor. Le expuso razones como a un amigo. Su respuesta
solamente es un gran indicio de ¡la hermosa relación de
amistad y confianza que tenía con Dios! El conversa con Dios,
sin presentar disculpas como lo hicieron otros varones de
Dios. El sólo le da a Dios su punto de vista frente a Saulo,
pero espera con calma la respuesta de Dios. Y ella no se hace
esperar. Dios sencillamente le dice algo así: “ve allá porque
vas a ir a ministrar a uno de los grandes. No preguntes nada
más y ve. No compares el cierto temor que tienes de ir allá
con los sufrimientos que Saulo tendrá que padecer por mi
Nombre!”. Es decir, Dios inclusive le revela a Ananías el
propósito inmenso que tenía en la vida de aquel hombre. Con
esas Palabras Dios da tranquilidad y Ananías aparece en el
texto como un hombre muy atento a Sus Dichos, a Sus
Consejos y a Sus Decretos.

2- SEAMOS PRESTOS PARA IR

Claro, ese razonar de Ananías era de cierta forma una especie


de oposición, pero cuidándose de negarse a oír y a obedecer.
Esas reflexiones no sirvieron para que Dios cambiara de
parecer (pues El no es hombre para estar cambiando de
opinión) sino para que Ananías cobrara confianza y denuedo a
saber los propósitos de Su Dios. Al mismo tiempo Dios nunca
se negó a darle las razones por la que le encargaba esta
misión y le había dado esa visión sino que por el contrario fue
misericordioso en la explicación del fin que El tenía con todo
ello.

Ananías, como todo hombre obediente, al conocer el propósito


de Dios, no pone más temas de conversación, no demora más
su acción, no hace más preguntas, no trata de enredar a Dios
con más elucubraciones, ni mucho menos oye a Dios y hace
otra cosa como por ejemplo hizo Jonás. No. El no puso ni una
traba a Dios y tomó la decisión de ir. Además, en el
cumplimiento de su Misión y en el caminar hacía su visión fue
también exacto, como Dios lo había sido con él y puso de su
parte diligencia y eficiencia. Cumplió su misión con calidad,
expeditamente, limpiamente, claramente, sin agregarle ni
ponerle, sin desviarse a derecha o a izquierda. La Escritura
dice que efectivamente Ananías puso sus manos sobre Saulo,
explicándole que hacía eso por orden del mismo Dios que
Saulo había oído en su camino a Damasco y que lo hacía
porque Dios tenía el propósito con ello de que Saulo
recuperara su visión y fuera lleno del Espíritu Santo.
¡”Recuperara su visión”! ¡Claro! ¡Saulo había perdido su
visión con su actuar religioso, su comportamiento fariseo y su
compromiso con el mundo y no con el Señor al cual decía
servir! Ahora retomaba la verdadera visión de Dios. Una
grande, una poderosa, una de largo plazo, una para hacer
historia.

Y ¿qué hizo Saulo? Lo mismo que Ananías: oyó e hizo rápido y


tal cual Dios le había dicho. Primero entró a Damasco para
recibir las instrucciones prometidas por Jesús y luego de ser
rendirse a Jesús como su Señor y Salvador y ser lleno del
Espíritu santo empezó a predicar a Cristo, diciendo que El es
el Mesías, el Hijo de Dios, el mismo Dios hecho Hombre que
habitó entre nosotros, fue muerto en la cruz, resucitó y vive
para siempre.

Ahí tenemos dos casos de dos hombres con una visión y una
misión dada por directamente por Dios. Dos hombres
obedientes y que tuvieron una relación especial con Su
Salvador. Dos hombres prestos para ir.

3- NO HAY VISIÓN NI MISÓN PEQUEÑA SI VIENE DE DIOS.

Esto para decirles que nunca es pequeña la visión, si ella


viene de Dios. Las Visiones y misiones pequeñas, de bajo
impacto, de poco fruto son las que nos inventamos nosotros,
las que nacen en nuestra propia inteligencia, influidas por
nuestra carne y nuestro corto razonamiento. Las de El son
siempre supereminentes, extraordinariamente poderosas, con
el sello de la victoria aplastante sobre todas las dificultades y
obstáculos. Las de El son llenas de Gracia, llenas de Amor,
llenas de poder en el Espíritu y llenas de todos los recursos
necesarios para escribir grandes historias.

Por eso, si la visión y la misión que usted y yo desarrollaremos


vienen del Dios Altísimo, usted y yo podemos ser como Pablo.
El era hijo de un gran comerciante, pertenecía a “oligarquía”
del pueblo judío, tenía grandes credenciales, conocía como el
que más la Ley de Dios, tenía talentos especiales que Dios
había puesto en su vida par aun fin y él los había puesto a
funcionar para otro muy diferente. Tenía la ciudadanía más
valiosa en la época que era la romana. Tenía todo para ser
grande pero había escogido ser religioso y atrabiliario, hasta
que Dios le cambió su visión.

Usted y yo también somos ricos porque nuestro Padre es el


dueño de todo lo que hay en el universo, pertenecemos a la
“oligarquía” porque Dios nos ha designado reyes y
sacerdotes; tenemos talentos que nadie tiene porque Dios nos
hizo un diseño único e irrepetible, tenemos las mejores
credenciales pues no sólo conocemos la Escritura sino que
podemos oír, guardar y obedecer toda la Palabra que sale de
Su Boca. Tenemos todo lo necesario para ser grandes y hacer
cosas fenomenales. A nosotros nos toca decidir si hacemos
caso y vamos tras la visión y la misión que Dios nos da o
desaprovechamos nuestro ministerio, nuestros dones y
nuestras vidas corriendo detrás de las medallitas de cobre de
nuestros propios propósitos.

Claro que para ser de la medida de Pablo, ¡tendremos que


estar dispuestos a decir “sí”, cuando Dios nos muestre todo lo
que habremos de sufrir por su nombre! En 2 de Corintios 11,
él nos narra tan sólo algunas cositas que padeció: “¿Son
ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo). Yo más;
en trabajos más abundante; en azotes sin número; en
cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los
judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.
Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado;
tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he
estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas
veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los
de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad,
peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre
falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en
hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y
además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la
preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no
enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?
Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi
debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien
es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el
gobernador de la provincia del rey Aretas guardaba la ciudad
de los damascenos para prenderme; y fui descolgado del
muro en un canasto por una ventana, y escapé de sus manos.
Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las
visiones y a las revelaciones del Señor”.

Pero si Pablo pudo, ciertamente usted y yo podemos.

Usted y yo podemos ser como Ananías, un hombre común y


corriente, casi incógnito para nosotros pero con una relación
cercana y fiel con el Señor. Un hombre escogido para una
visión y una misión que involucrarían al hombre tal vez más
influyente del Nuevo Testamento. Un hombre al cual Dios dio
la tarea de ministrar a aquel que fundaría tantas iglesias, que
llevaría el Evangelio de Cristo al mundo conocido, por medio
del cual Dios obraría tantas señales y prodigios, que escribiría
la mayor parte del Nuevo Testamento, que influiría en cientos
y cientos de millones de personas a lo largo de toda nuestra
historia. No cualquiera podía ser escogido para confiarle una
misión tan especial. No cualquiera podía hacer algo tan
especial. Usted y yo, en nuestra labor evangelizadora
podemos ministrar algún día a alguien parecido a Pablo, que
tenga trazado un propósito divino que no alcancemos a
imaginar. En efecto, lo que quiero decir es que cualquier
persona a la que usted y yo compartamos el Evangelio,
cualquier persona a la que usted y yo ministremos la Palabra
de Dios puede resultar siendo en unos días, unos años o unas
décadas un hombre de unción y poder fabuloso para la
extensión del Reino. De pronto usted y yo no veamos en esa
persona nada especial, de pronto usted y yo ni lleguemos a
saber lo que esa persona hará, pero lo que no podemos hacer
es dejar de hablarle, menospreciarla para no compartir con
ella el Evangelio, callar, cuando Dios nos ha dado la
encomienda de hablar, de ir y de hacerlo discípulo
bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Pensemos solamente que cada una de esas personas
no sólo serán salvas como quiere Dios sino que cada una de
ellas tiene el potencial para hacer cosas aun iguales y más
grandes de las que hizo Jesús porque Él fue al Padre (Juan 14,
12).

Usted y yo podemos ser, también, como aquel que evangelizó


un día Ananías y que tal vez nunca supo que eso produjo un
fruto de la categoría del propio Ananías o mucho menos Pablo.

Lo que quiero dejarle muy claro, y con esto concluyo, es que


de todas formas, seamos como Pablo, como Ananías o como
aquellos que predican a los que serán Ananías y Pablos del
Reino, usted y yo haremos cosas grandes ¡porque así es el
Dios que usted y yo tenemos!!

Sencillamente seamos obedientes. Oigamos la Voz de nuestro


Señor y ¡”andémosle” porque el Señor viene pronto!

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