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Al Grupo Camino-Faro.

DE LA VIDA LÍQUIDA, EL NOMADISMO


Y LO SEXUAL-MORTAL DE ESE MOVIMIENTO
J. Enrique Quiroz Z.

Y Gandhi dijo una vez: ¿La civilización Occidental? Bueno, sería una
excelente idea…

Coloco un ejemplo un poco trivial pero necesario, antes de presentar los


tres puntos de vista acerca de lo Líquido de ésta Sociedad de Consumo,
que es a lo que soslayamente éste artículo alude: Arnold Schwarzenegger
(quise dejar en paz a Britney Spears) es una prueba fidedigna de la
Sociedad de Consumo: emigrado austríaco y oscuro halterófilo
atiborrado de anabolizantes que acaba emparentado con los Kennedy y
gobernador del estado más rico de los EE.UU, una nación de migrantes…
Del ejemplo tres cosas: la migración, el goce consumista del cuerpo, y el
éxito en pos de la perpetuidad. Pero dejemos eso allí (no lo olvidemos so
pena de volvernos solubles) y vayamos al libro “Vida Líquida”.

Cuando Zygmunt Bauman anuncia: “La sociedad moderna líquida es


aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian
antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas
rutinas determinadas”, aunque inteligente, no dice nada nuevo, es más,
¡dice más de lo mismo! Cabe revisar esto un poco:

Ya van algo más de tres generaciones formadas y educadas en la Sociedad


del Consumo. Mientras tanto, cada cierto tiempo aparece entre nosotros,
simples mortales, algún iluminado que con algo de perspicacia, de
elocuencia, fustigador o no (avispado diríamos por acá) acaba por dar
cuenta de lo que pasa, rotula magistralmente la situación, y vende muchos
libros. ¿Es lo líquido tan elocuente que explicaría la fama de Bauman, este
emigrado polaco, de pedestal judío, y postura de desengañado socialista
que no se terminó de acomodar a la capitalista Inglaterra?... bueno, eso
podría ser tema para otro “artículo”. Sigamos con éste (no le desechemos
tan pronto).

Eso, <<El consumo>> no es cosa nueva…


Intentaré argumentar-abordar esto, como dije antes desde tres puntos de
vista, para darle algo de solidez a lo aquí escrito, y aunque puedan parecer
discordantes, creo que he encontrado elementos coincidentes entre ellos y
la manera más redonda de exponerlos: por el un lado el Nomadismo como
‘migración consumista’; por el otro lo Sexual expresado en la perpetuidad
y en ‘el goce’; y, solidario e íntimo del anterior un tercero: ‘la muerte’.

EL NOMADISMO
Sobre los actores de ésta modernidad líquida Bauman dice: “son personas
que se sienten como en casa en muchos sitios, pero en ninguno en
particular. Son tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las
finanzas cada vez más globalizadas que las ayudaron a nacer y que
sostienen su existencia nómada”.

Inmediatamente al leer eso me he preguntado: ¿Es que persistió el


nomadismo epipaleolítico? ¡Pues podría ser que sí! Y encuentro, si se
quiere, evidencias antropológicas de esto en la migración: El hombre
desde que levantó la nariz del suelo ha visto más allá, y se ha movido.
Desde que salimos de África, rumbo a Asia y de allí a Europa, al tiempo
que a América, migrar ha estado en nuestra naturaleza, ha sido parte de
nuestra forma de vida. Y no acabó, como veremos, en el Neolítico.

Pero esa migración no ha sido gratuita, no, tenía (y tiene) un fin: la


supervivencia. El señor Bauman lo dice sin decir: “Alisado hasta formar un
presente perpetuo y dominado por la preocupación por la supervivencia y
la gratificación (se necesita gratificación para seguir viviendo y se necesita
sobrevivir para obtener más gratificación), el mundo que habitan los
lumpenproletarios espirituales no deja margen para preocuparse por
ninguna otra cosa que por lo que pueda ser consumido y disfrutado en el
acto: Aquí y Ahora”.

Cazadores-Recolectores
Hace mucho más de 20 000 años migrábamos para sobrevivir,
persiguiendo a las manadas de lo que podíamos matar, observando los
árboles-arbustos de vez en cuando para comernos sus frutos,
consumiendo y arrasando lo que encontrábamos a nuestro paso (más o
menos como ahora, con los supermercados y todo eso).

Pero el asunto tomó un cariz diferente cuando uno, cualquiera, (quizás un


Bauman cavernícola) se encontró, al dar vueltas por su mundo, perdido y
devuelto sobre sus pasos, con que donde habían comido, quedaron
semillas y habían crecido nuevos árboles-arbustos, y, que algunos de los
críos de los animales que mataban les habían seguido (tomándoles
probablemente como padres, ¡ja!), y así se toparon con la agricultura y la
ganadería. ¡Neolítico bienvenido!

No pretendo dar una clase de historia, apenas y recuerdo las lecciones de


la escuela, pero por allí va la cosa (¿Va? ¿A donde? ¿Otra vez el
movimiento? Ya me mareé). Bueno, como sea, el hombre se halló cara a
cara con la Sociedad de Producción, muchísimos siglos antes de la
Revolución Industrial signada por los historiadores, mucho antes, no a gran
escala claro, ya que los torpes movimientos de aquel entonces, y lo
efímero de la vida, no permitían tener una cosmovisión de ello.

Este hombre (Ahora un Bauman que tomaba leche y consumía guisantes)


necesitó de números para contar sus ovejas, o sus camellos, o sus cultivos.
Empezó a simbolizar. Se desarrolló su imaginación y empezó a enterrar a
sus muertos (algunas veces el difunto era el mismo papá de Bauman, a
quien había ‘petateado’ por tomar su poder y a su mujer). A la postre,
algunos años después, surgió la escritura. Ahora sí, a dar cuenta de todo.

Desde allí hasta cerca del 1800 la cosa se agilizó un tanto, no mucho,
recordemos a los caballos y su lento desplazamiento, que daban tiempo a
pensar durante el viaje (a diferencia de los trenes “bala” en los que
supongo que lo único que se alcanza a pensar es: ‘¡¿a qué hora me bajo de
esta máquina endiablada?!). Lo que pasó durante ese periodo sabemos
como ocurrió: Los Mesopotámicos y sus leyes, el bronce y el mar Egeo, La
agricultura técnica en América, Roma y su Senado, Los “vomitoriums”, la
Dinastía Xin, el Cristo Semítico, el Imperio Romano Germánico,
Constantino poseído por la cruz, Atila el conquistador, El islam y el Yihad,
La Guerra Santa y las Cruzadas, El Oscurantismo y su Inquisición, La
Papisa, Cristóbal Colón extraviado, Las Colonias, El Renacimiento. Guerras
y Conquistas por doquier. No vale la pena decir más…

Las motivaciones ocultas


Ahora sí, en el siglo XIX con la Revolución Industrial la cosa se puso color
de hormiga. El hombre se vio casi completamente estancado, en una
comunidad, atado a las máquinas de producción. Debía producir o morir.
Este hombre tuvo que acomodarse y acoplarse al orden constituido, debía
posponer, o mejor, entregar sus deseos a la sociedad, ser sujeto a la
sociedad para vivir salvaguardado en ella. Pero había en él (en el Bauman
industrial), un impulso que se resistía a ceder terreno. Tomó el pasaje de la
ciencia.

El camino de la tecnología ha sido pues, el salvoconducto para el hombre y


su compulsión por el movimiento. Con éste ya no tiene que movilizarse,
para moverse. Es decir, puede moverse sin movilizarse. Hemos inventado
una serie de aparatos que nos lo faciliten todo. ¿Quieres recorrer tu país?
¿A cuánto corre tu automóvil? Todos marcan más de 160 Km/h hoy en día.
¿Más velocidad? Toma el tren (¡Oh no, el terrible tren bala otra vez!).
¿Quieres estar en la China o en Montreal en unas pocas horas? Pues,
¡toma un avión!... si es Concorde mejor… ¿Qué el Concorde es muy
peligroso, que aún tenemos un cuerpo humano sujeto a leyes físicas, y que
ya no se permite? ¡Qué importa, te llevamos a donde quieras a través de
la Internet! ¡Videos conferencias! ¡Geishas! ¡Deportes! ¡Reality Shows!
¡Conversaciones con el Papa!... creerás que piensas y conoces… sentirás
que vives… ¡Sentirás que sientes!

Y mientras tanto el “El Homo Eligens”, como lo llama Bauman, sigue


moviéndose, y seguirá haciéndolo. Pero en ese movimiento se pueden
encontrar más allá de las motivaciones demográficas, sociales, políticas,
de poder, económicas o lo que fuera que conforme esa máscara de
propósitos, unas intenciones que no necesariamente están fuera de él.
¿Qué busca el hombre con la migración? Parece difícil saberlo, hacia fuera
de él sólo está el mundo, planeta-tierra, ya recorrido casi en su totalidad,
ya conquistado, casi en su totalidad.

He aquí donde fortalezco mi idea sobre la necesidad que parece tener el


hombre de moverse, de no quedarse: Ahora miramos hacia el espacio.
Hacia otros mundos (donde de seguro nos encontraremos con cucarachas
como las de Kafka), donde, y aunque nos cueste, llegaremos; más no
encontraremos lo que buscamos. Nunca encontraremos lo que nos falta
(aquí ya me volé, definitivamente… ya llevaba algunos cigarrillos encima).

¿La migración obligada?


Pero sigamos echando una mirada introspectiva hacia ‘los adentros’ de
ese hombre. ¿Qué es lo que le motiva a moverse? ¿Identidad, como
parecería sugerir, sin darse cuenta, el señor Bauman? No lo sabemos aún,
pero no está de más echar un vistazo: “Andrzej Szahaj, uno de los más
perspicaces analistas de las tremendamente desiguales probabilidades de
los actuales juegos identitarios, ha llegado incluso a sugerir que la decisión
de abandonar la comunidad a la que se pertenece es, en la inmensa
mayoría de casos, sencillamente inimaginable. Recuerda también a los
incrédulos lectores occidentales que, en el pasado remoto de Europa, en la
antigua Grecia, el exilio de la polis de pertenencia estaba considerado
como el castigo final (capital incluso). Los antiguos al menos, eran más
serenos y preferían la conversación directa. Pero a los millones de <sin
papeles>, apátridas, refugiados, exiliados y peticionarios de asilo o de
comida de nuestros tiempos (dos milenios más tarde), no les costaría
mucho reconocerse a sí mismos en esa clase de conversaciones”. Esto
sometido a los términos contextuales de Identidad, en la Aldea Global,
aunque teóricamente correcto, ya simplemente no funciona.

¿Nos hemos dado cuenta acaso de que le llamamos Aldea Global? No casa,
ni refugio, o firme castillo con muros de piedra, sino ¡Aldea!... Aldea con
carpas como viviendas, que podemos movilizar a donde queramos, como
Siúx’s o Cheerokes levantando las tiendas para continuar persiguiendo a
los búfalos, para continuar moviéndonos. Claro, que por acá en el ámbito
de los países llamados tercer-mundistas estamos como lejos de esos
fenómenos globales, pero ya nos están llegando, poco a poco. A través de
la Aculturación, la Transculturación, y de los desgraciados de los
economistas, que miran al mundo como un bazar árabe o peor aún como
un vulgar mercadillo.

Sentido de pertenencia
Te echo de menos.

El reciclaje de la identidad
Bauman habla de esto con mucha certeza. Por mi parte, hace unos días vi
a unos ‘gringos’ ‘youngers’ pintados y vestidos como un indígena Tsáchila
ecuatoriano, en una celebración indígena Tsáchila, con una multitud de
indígenas Tsáchilas, donde definitivamente pasaron desapercibidos… ¡ja!
¿Nadie notó que eran ‘gringos’? ¡Que va…! Bueno, ese es un mal ejemplo
para explicar como funciona la cosa. Actualmente se piensa, que la
identidad de cualquiera de los nuevos ‘individuos’ de esta generación será
como la de un Frankenstein, que toma las partes de los cuerpos de su
entorno inmediato (de las personalidades de moda o de las celebridades
del momento, de cualquier parte del mundo), y los hacen suyos.

Pero esa identidad es tan efímera, tan desechable, que realmente jamás
se alcanza una identidad: “Los objetos de consumo tienen una limitada
esperanza de vida útil y, en cuanto sobrepasan ese límite, dejan de ser
aptos para el consumo”. “A ambos extremos de la jerarquía, las personas
se ven acuciadas por el problema de la identidad”. “En la sociedad de los
consumidores, nadie puede eludir ser un objeto de consumo”, por citar
tres frases de Bauman.

Somos por el otro


¡Ah la cultura y su malestar…! En esto Bauman es punzante como espina
envenenada lanzada desde una cerbatana (sin saber, creo yo, a qué le
está dando): “el descontento de las culturas contemporáneas pasa por la
falta de Identidad. El yoga, el budismo, el zen, la contemplación, Mao” (los
libros de auto superación, el kamasutra),… “mediáticos remedios para
robustecer así las decaídas ganas de deseo”, no diferentes de los
antidepresivos, ansiolíticos, neurolépticos, y los neurodislépticos o hasta el
viagra, que prometen nuevas formas de gozar.

Se busca identidad, o se busca algo, alguien, una causa, algo que nos
unifique: Surgen por todas partes organizaciones colectivas en torno a
diversas consignas: ecologistas, motociclistas, diabéticos, gays, alpinistas,
bailarines, intelectuales, rockeros, filósofos postmodernistas, fans,
feministas, hippies, psicoanalistas, políticos, hinchas de tal o cual equipo…
etc, cualquier cosa que nos confiera una identidad, al menos temporal.

Bauman nos regala esta divertida introducción en uno de sus capítulos:


“Brian, el protagonista epónimo de la película de los Monty Python,
enfurecido por haber sido proclamado el Mesías y verse obligado a ir
acompañado a todas partes por una horda de adoradores, se esforzaba al
máximo (aunque en vano) por convencer a sus seguidores de que dejaran
de comportarse como un rebaño de ovejas y se dispersaran. <<¡Sois
individuos!>>, les gritaba, <<¡Somos individuos!>>, respondía obediente
y al unísono el coro de devotos. Sólo una vocecilla solitaria objetó: <<Yo
no…>>. Brian probó otro argumento. <<¡Tenéis que ser diferentes!>>,
voceó. <<¡Sí, somos diferentes!>>, asintió embelesado el coro. De nuevo,
una única voz objetó: <<Yo no…>>. Al oírla, la muchedumbre miró
enojada a su alrededor, dispuesta a linchar al discordante, pero incapaz de
distinguirlo entre aquella masa de imitaciones humanas”.

Hacia el porqué
Bueno pero hasta aquí no hemos llegado al meollo del asunto, me he
distraído un poco con eso de la identidad, más no en vano, puesto que nos
acerca a lo que estoy tratando de hipotetizar ¿Qué es lo que motiva al
hombre hacia el movimiento? No parece ser la identidad, ya que lo que la
falta de identidad nos anuncia, es la falta de “Referentes Identitarios” en la
cultura; sí, pero es la consecuencia de algo más, no es la causa. Bueno,
dejemos eso ahí y sigamos con lo del movimiento, pues al fin de cuentas y
a mi entender, existimos por el otro, y nuestros semejantes y nosotros
mismos nos seguimos moviendo, a la sazón no debería faltar relación
especular. Entonces: ¿qué es para el hombre el movimiento? ¿Qué es esa
palabra “movimiento”? (tenemos que ir a la palabra, para variar).

No, mejor no nos metamos con el DRAE: ‘movēre’ es acción o provocar


acción, y punto. Entonces se debe asumir que hay algo que nos impulsa a
movernos, algo, una ‘cosa’ que permanece latiendo siempre. ¿Dónde?
¿Fuera de nosotros? ¡No! Al menos ya hemos perdido miles de años
tratando de encontrarlo. No está afuera, le daríamos la vuelta al mundo
millones de veces, con todo e Internet incluido y no le encontraríamos.
¿Está dentro de nosotros?... Si, tan adentro que nos pasa desapercibido y
nos sobrevive, generación tras generación.

Eso da pie a la sospecha de que hay algo que nos impele a movernos, que
nos impulsa a sobrevivir, que nos lleva en la búsqueda de la causa de
nuestro deseo (y, voy a decirlo desde ahora, que en el trasfondo nos lleva
a morir, aunque suene contradictorio). El segundo punto de vista.

LO SEXUAL
Bien podríamos desear quedarnos en la paz de la nada, en la no-
existencia, en el no-ser. Pero nuestra naturaleza sexuada nos lleva hacia la
reproducción para perpetuar la especie. Para seguir moviéndonos. Dicho
de esa forma, esto me recuerda el caso de los niños, seres entendidos en
verdad (y que no necesitan de la razón), a los que se les pide desde muy
pequeños, ya que suelen andar siempre en constante movimiento, que se
queden quietos. Pero ellos sabiamente no lo hacen, se mueven. Entonces
les llamamos hiperactivos o algo así de trágico.

No se quieren quedar quietos, no quieren inmovilizarse. Quizá porque


algunos ya habrán observado en otros seres vivos que cuando mueren se
quedan inmóviles, rígidos, duros y fríos. ¿Es para ellos inmovilizarse igual a
morir? Ellos no quieren inmovilizarse, no quieren morir. Traen dentro de sí
una energía que les desborda y les empuja el movimiento (que por cierto
les provoca placer). Hay de eso prueba en un juego que se les permite: el
‘cogido’, ‘quemado’, ‘ponchado’ o ‘enfriado’, llamado según el contexto en
el que nos encontremos. En éste juego, el niño que es alcanzado debe
quedarse inmóvil, hasta que llegue otro que le saque de ese estado y le
permita seguir jugando-moviéndose (se parece al béisbol). Ellos juegan
interactuando risueñamente lo que les ha de tocar jugar en serio cuando
ya están grandes.
Estoy diciendo que parece ser que buscamos la “perpetuidad”, la
existencia eterna, o algo así de utópico dada nuestra condición mortal: “La
vida en una sociedad moderna líquida no puede detenerse. Hay que
modernizarse (…) o morir”. También: “(…) la vida moderna líquida es una
versión siniestra de un juego de las sillas que se juega en serio. Y el
premio real que hay en juego en esta carrera es el ser rescatados
(temporalmente) de la exclusión” citando a Bauman.

Se trata entonces de salvarse, no de la muerte solamente. Ella, la muerte,


está re-significada: se trata de ser considerados para la vida, de no
quedar a un lado. De ser considerados sujetos aptos, competentes y
capaces de continuar. Queremos vivir, movernos. Bauman lo expresa así:
“El truco consiste en comprimir la eternidad para que pueda caber, entera,
en el espacio temporal (o ‘atemporal’ diría un amigo con tendencia hacia
la física cuántica) de una vida individual”. Así que vivimos más rápido.

Bauman dice: “En un mundo pretérito en el que el tiempo se movía con


mucha mayor lentitud y se resistía a la aceleración., las personas
intentaban salvar la angustiosa distancia existente entre la pobreza de una
vida breve y mortal y la riqueza infinita del universo eterno mediante la
esperanza de reencarnación o de resurrección”. En la actualidad, lo que
pase en ‘el más allá’ interesa a la mayoría poco o nada, quizá por lo
incierto. Las grandes masas prefieren ahora vivir todo más a prisa, probar
todo, no perder tiempo en consideraciones innecesarias y en ejercicios
intelectuales ociosos y petulantes.

La sociedad de la vergüenza
Estar ‘in’ o ser ‘chic’, para no ser excluido, es la norma. Del libro
textualmente: “Para librarnos del bochorno de quedarnos rezagados, de
cargar con algo con lo que nadie más querría verse, de que nos
sorprendan desprevenidos, de perder el tren del progreso en lugar de
subirnos a él, debemos recordar que la naturaleza de las cosas nos pide
vigilancia, no lealtad”…: “¿se avergüenza de su móvil? ¿Tiene un teléfono
tan antiguo que le incomoda responder una llamada en público?
¡Actualícese con uno del que pueda presumir!”

“En esa sociedad (la del consumo), nada puede declararse exento de la
norma universal de la <desechabilidad> y nada puede permitirse perdurar
más de lo debido”. Esa necesidad de movimiento apremiante nos genera
angustia y estrés. No es gratuito. En esto que dice Bauman, las empresas
tienen el papel preponderante. Qué se les oye decir a los grandes
empresarios y a sus equipos de asesores, motivadores y psicólogos
industriales: “¡Hay que cambiar!” “¡El cambio es lo único permanente!”,
“¡Empresa que no innova, quiebra, muere!”. “¡Debes renovarte para ser
competente!”, ¿quien se ha llevado mi queso?... ¿la culpa es de la vaca?...
Cualquier payaso con corbata vende “ideas innovadoras”, ideas de
consumo.
En este esquema del “Consumo”, es cuando más toca estar atentos y
escuchar lo que la Sociedad tiene que decir. Escuchar-leer su discurso, un
discurso que poco a poco ha ido cambiando. Un eminente discurso social
que ya lleva algún tiempo entre nosotros, que ya no se trata del Discurso
Capitalista (que todavía es poderoso), y su esclavitud latente. Se trata de
una nueva forma totalitaria que ha recibido la posta del Capitalismo: El
discurso de los Mercados.

Este Discurso de los Mercados que se nos presenta como ley, una ley por
la que no hemos votado, una que tampoco es ley natural. Es una ley
creada a partir de nosotros sin darnos cuenta y ante la que permanecemos
pasivos pues sentimos que nada podemos hacer. En esta ley el ‘agente
Principal’ no es un empresario, como en el capitalismo, al que podemos
reclamar o hacerle huelga, el agente no es el Estado, o el presidente de
cualquier país, que solo es un romántico recuerdo del modelo anterior, así
como lo es la reina Isabel de Inglaterra, del discurso del Amo Feudal.

En las palabras de Néstor Braunstein: “En este nuevo orden constituido, el


agente del discurso no tiene rostro, la voz cantante es la de los
movimientos masivos de flujos de capital que se transmiten por vías
tecnocientíficas, telekinéticas, que van programando la vida de los seres
humanos, de sus maneras de vivir, de sus hábitos, de sus maneras de
vestir, de comer, en última instancia, de sus maneras de vivir la relación
con el cuerpo como cuerpo, es decir, de sus maneras de gozar”.

De éste modo, el sujeto es siempre incitado a obedecer consignas que


provienen de una especie de red global, de una manera de organización
corporativa transnacional, mundial (que hace lucir a la ONU y a sus
banderitas como regalo de feria). Ya no se trata de un empresario. Ellos los
empresarios obedecen también al discurso de los mercados no pueden
hacer otra cosa, y si le reclamas derechos laborales, y si les hace
sindicato, dicen: muy bien, me traslado con mis capitales a otra parte.

Flujos, bombardeo publicitario y libertinaje


El Discurso de los Mercados no tiene representantes naturales, se trata de
flujos de capital, cantidades impersonales, anónimas que se ubican aquí y
allá de modo ambulante, al compás caprichoso de la globalización, de la
Aldea Global. Como dice Braunstein: “Este discurso ya no nos conmina a
producir solamente, nos grita que consumamos, que gocemos, que nos
permitamos la libre ejecución de nuestros impulsos inmediatos
(¿nuestros?); y de rehuir los compromisos sociales, religiosos, políticos,
amorosos, familiares, a los que acusa de limitar la ‘libertad’ de quienes los
asumen”.

Pero, si se quiere afortunadamente, esa cultura que hemos citado, más


allá de lo pretencioso de la globalización, no es única, ni monolítica.
Existen subculturas, hay conflicto entre ellas, hay presiones
normalizadoras y hay posibilidades de desarrollo diferenciado. ¿A quien
culpamos? Nosotros los sujetos, los Mass Media, los merecadotecnistas y
publicistas, la tendencia a darle más importancia a la imagen que a lo
hablado, la creación de estereotipos colectivos, la política exterior versus
la despolitización masiva, la moda y sus íconos, las celebridades, el
desarraigo, las empresas y la búsqueda de mantener los deseos
insatisfechos, la educación y sus propuestas de construir
conceptualizaciones relativas y sucedáneas a cada quien.

Bueno sobre ésto último, se debe decir que la Universidad colabora con lo
suyo: Títulos de tercer nivel. Diplomados. Diplomados más grandes (estos
cuestan más por supuesto). Maestrías al cantar el gallo, dependiendo de
cuánto grano le tires.... cuarto nivel: Doctorados, pequeños y grandes.
¿PhD’s? ¿Philosophiæ Doctor? (¿Filosofía? de seguro los libros tienen todas
las páginas en blanco). ¿Educación por créditos y competencias?, suena a
carrera de caballos y a oscuros tratos con la superintendencia de bancos o
el FMI… Ah, y los temas: Gestión empresarial, Gestión educativa; Gestión
de salud. El primer módulo es: “¡Aprenda a saludar eficazmente y
gestiónese clientes!”.

Bueno ya me ensañé bastante. Volviendo a la idea que quiero denotar, en


todas estas manifestaciones sociales, externas, que nos invitan a no
rezagarnos, a no quedarnos obsoletos, hay una base oculta que compete a
cada individuo, a su realidad interna. Es ‘simplemente’ ésta: debemos
estar en el grupo de los considerados, de los elegidos, de los más aptos,
para perpetuarnos, para sobrevivir, para reproducir la especie. Y este
camino es sexual (pues hay que moverse-mostrarse), muy en el trasfondo,
pero a su vez matizado por las manifestaciones yoicas en respuesta a los
eventos de realidad externa.

Así, utilizando una analogía deportiva: para estar en el grupo de los once
que entran a la cancha, pues hay que correr rápido y ser mejor que los
demás, luego observar cómo se mueve el otro, anticiparnos a sus jugadas,
estar en permanente movimiento, para al final del juego ser declarados los
mejores, goleadores, ‘pichichis’ o lo que sea. Para destacarnos. Lucir
nuestras crestas, como los gallos, y ser llamativos para la reproducción.
Todas las especies lo hacen, ¿qué nos hizo pensar que nosotros no? Si
bien, el hecho de que nosotros disfracemos nuestras más básicas
motivaciones con la parafernalia del juego histérico social, es apenas una
diferencia de forma. Es que somos “humanos”.

Eso de “humanos” me hizo recordar algo que al parecer ya estaba listo a


dejar de lado, algo importante: El goce. Yo utilicé antes el calificativo:
‘simplemente’, para referirme al placer sexual como motor de la dinámica
del mundo interno manifestado exteriormente, entre otras formas, como
movimiento, búsqueda de perpetuidad, etc. Pero no es tan simple el
asunto, puesto que lo sexual no acaba allí (seríamos felices si así fuera, o
al menos tan felices como nuestros condóminos, los animales), sino que
hay algo que va más allá de la supervivencia, del juego del deseo y el
placer, que nos impulsan al movimiento. Algo que deviene del deseo pero
es supra-ordinado a él. Algo que le da paso a la muerte. Esto, que da pie al
tercer punto de vista.

LO MORTAL
El deseo del sujeto aparece en el cuerpo y en sus relaciones a modo de
síntomas, como diciendo de costado. Pero hay algo más que mueve al
sujeto, es decir que el sujeto es movido por algo que va más allá del
deseo. Es un impulso que le lleva a la destrucción, a la crueldad consigo
mismo y con los otros, a la violencia, a la disolución de toda expectativa de
relación armónica entre los países, las ciudades, las familias y los
individuos consigo mismos. Eso, polo opuesto del deseo, que lo calla (que
no nos envidian ni ‘apenitas’ los animales): El Goce.

Parafraseando al señor Braunstein: estamos orientados a consumir objetos


desechables, el goce ya no sólo se sitúa en el cuerpo de otro al que
podamos utilizar sin mirar su sufrimiento o explotación, El goce se sitúa
ahora en los objetos de consumo, en los “servomecanismos” propuestos
como dadores de goce, los que nos van a complacer (como-placer), ¿los
placebos?, a los que tenemos que obedecer. Somos el otro de esos
objetos.

Del goce el soporte es el cuerpo, e implica una renuncia, la renuncia al


deseo por efecto del discurso, Esto es, dejar de decir. Acaso, interpretando
a Braunstein: ¿No es la a-dicción, dejar de decir, dejar de manifestar
nuestro deseo y ser esclavos de algo que anula nuestra subjetividad?
Victimas de la publicidad, consumimos y somos consumidos sin saber lo
que se espera de nosotros. Nos volvemos dependientes de los objetos que
se nos brindan, somos víctimas del Discurso (ventrílocuo) de los Mercados.

¡Sub-objeto!
“El sujeto aparece así despojado de la consigna que le llevaba a vivir.
Despojado de la consigna del Amo, que instauraba un orden, ese que
tradicionalmente organizó las sociedades occidentales, despojado de la
imagen del capitalista explotador al cual oponerse, en torno a luchas
emancipadoras, comunistas o socialistas, despojado de la idea de alcanzar
metas” explica Braunstein. Ese sujeto (¿objeto?), ente de todos lados y de
ninguno, ya no sabe a dónde ir.

Y debo citar por fuerza algo ya mencionado anteriormente: Sobre los


actores de ésta modernidad líquida Bauman dice: “son personas que se
sienten como en casa en muchos sitios, pero en ninguno en particular. Son
tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las finanzas cada vez más
globalizadas que las ayudaron a nacer y que sostienen su existencia
nómada”. Esta vez ya no pregunto por el hombre epipaleolítico (Bauman
cavernícola), ni por el Hombre Agrario o Productivo, sino por el Hombre
Angustiado, a-dicto, que ya no puede decir, y que va a todos partes porque
no sabe a dónde ir, ni qué hacer, ni qué desear.

La droga a-dicción es el mal del hombre contemporáneo, los trastornos de


alimentación, la obesidad y la anorexia la misma cosa, la promiscuidad
que hace del amor productor de vacío, decepción, depresión, porque el
otro nada pide, porque al otro nada le importa, porque vive muerto en su
mundo de objetos que le dan goce. Objetos que transforman a personas en
objetos, por el morbo y el sensacionalismo. “Cada quien para sí” dice
Braunstein.

Los sujetos borderlines


El goce es gratificación a través del sufrimiento, de sufrir y hacer sufrir.
Antes se buscaba el goce a través de la sexualidad con otro cuerpo,
cuerpo a cuerpo, así no se puede decir cuál goza. Ahora se sitúa al goce
únicamente en el campo individual. Se ubica al significante en el
organismo, con estereotipos, con el culto al cuerpo, con cirugías estéticas
y todo eso. Se puede observar la díada como siendo ese punto de caída
donde todo pasa, donde todo huye. No hay más grande sin más pequeño,
ni más viejo sin más joven. Hay un goce perverso, todo caduca.

Bauman afirma: “Les encanta crear, (-yo digo sublimación sexual-) jugar y
estar en movimiento”. “Viven en una sociedad de valores volátiles,
despreocupadas ante el futuro, egoístas y hedonistas” (…) “Su indolencia
no es, en realidad, elegida. La fluidez y la elegancia van unidas a la
libertad (para moverse, para elegir, para dejar de ser lo que uno es y para
convertirse en lo que uno no es todavía). Las víctimas de la nueva
movilidad planetaria no gozan de tal libertad”. Esto se explica por un
hecho apenas básico que debemos meditar: ¡Toda elección es forzada!

Elegir libremente requiere de campos no delimitados. Es decir, que desde


el momento que se proponen opciones ya no se está eligiendo libremente,
se está eligiendo de forma forzada. O este vestido o el de acá. O esta
pareja u otra persona. O la sociedad o la vida solitaria ¿Realmente se
elige? Es como cuando estamos frente al tv con el control remoto en la
mano (¿tenemos el control?) éste nos ofrece un cúmulo de opciones, que
se limitan al número de botones que tiene. ¿Realmente elegimos? Quiero
decir, ¿Tenemos el control o es el control remoto con sus botones el que
nos controla condicionándonos al número limitado de alternativas que nos
ofrece?

Esto nos lleva, ya saliéndonos del tema in-significante del control de la tv,
consintiendo ese ejemplo como una analogía, para remitirnos a una de las
elecciones primitivas más básicas, a saber: el dilema de vivir en sociedad
o no. La sociedad exige cada vez más renuncias, renunciar a nuestros
deseos, sobre todo con nuestros vínculos primarios, que nos sujetan a la
sociedad, y por lo tanto se genera un Mal-estar. Un malestar que sigue con
nosotros, que tiene que ver con nuestros semejantes. Que no ha cambiado
después de tantos años.

Un malestar que prueba que, aunque hayamos entregado el secreto de


nuestros cuerpos a las ciencias médicas y mejorado las condiciones y
posibilidades de vida, aún nos sintamos mal, que aún a pesar de las
drogas (las drogas que nos callan, que no nos dejan decir) para calmar los
“dolores del alma”, la cosa no funcione. Un malestar que aunque hayamos
conseguido modificar a la hostil naturaleza, o casi anticiparnos a ella, no
nos brinde aún la tranquilidad para ser.

“La anatomía es el destino”


Ya a esta altura, se podría concluir que es la Cultura en contra de la
Naturaleza Humana lo que causa ese Mal-estar. Es la cultura que nos exige
abandonar nuestros impulsos eróticos en pos de la civilización. La cultura
que encadena al deseo (que al fin y al cabo es el deseo del Otro) y deja
insubordinado al goce. La cultura y sus requerimientos, que aprisiona lo
libidinoso y libera lo mortal de nosotros. Como si tuviéramos un botón de
autodestrucción.

Alguien podría decir: <pero si fuese así, ¡pues hay que empezar a amar
como locos por el mundo! (este tipo sería algo así como un Bauman
Hippie)>. Pues no. Ya van más de setenta y cinco años que se nos reseñó
cómo, hace más de 24 siglos uno de los pueblos más altos, culturalmente
hablando, le dio paso sin tropiezo a la satisfacción de los impulsos
sexuales, de cualquier tipo: La vida perdió sentido, el amor perdió todo
valor, su ejercicio se volvió vacío (mas o menos como ahora), e hicieron
falta muchos años y la llegada del ascetismo cristiano para rescatarla,
para restablecer los valores afectivos indispensables.

Aunque suene chocante en verdad, habría que pensar en la posibilidad de


que haya algo en la naturaleza del impulso sexual mismo, desfavorable al
logro de la satisfacción plena y la perpetuidad. Es decir, que el impulso
sexual es torpe al momento de acercarnos al bienestar. Que cada vez que
le requiramos sonará algo, como un ‘ring’ y una vocecita nos avisará:
<esto se autodestruirá en cinco segundos>. Ese algo es lo mortal, es el
goce, esa tendencia enfermiza a sufrir y a hacer sufrir que parece ser
parte de nuestra naturaleza.

Entonces, siempre serían a petición de la cultura, inevitables la renuncia y


el padecimiento. Ahora hablando de una cultura de rostro invisible. Que en
un lejano futuro (¿lejano?) veamos la extinción del género humano, en
manos de su civilización, de su cultura, por distintas vías: las guerras, la
indolencia, la no reproducción, o todas al mismo tiempo… es una fuerte
posibilidad.

Bauman dice en su libro: “Los objetos, las situaciones y las personas


continuarán pasando y desvaneciéndose en la distancia a una velocidad de
vértigo; que intenten o no aminorar su marcha no viene al caso”. También
dice: “Puede que vivir encamine a los vivos hacia la muerte, pero, en
realidad en una sociedad moderna líquida, a esos mismos vivos puede
resultarles una posibilidad y una preocupación más inmediata y más
agotadora (en energía y esfuerzos) que les encamine al vertedero”. La
vida líquida se seguirá alimentando de la insatisfacción.

Hasta aquí lo que puedo decir… Ah, pero me olvidaba de algo, cómo se me
iba a pasar por alto. Si bien nuestro impulso sexual parece enviarnos
‘derechito’ hacia la muerte, real o en vida, hay, en esa misma ineptitud del
impulso sexual para procurarnos una satisfacción plena tan pronto es
sometida a los primeros reclamos de la cultura, una fuente de los más
grandiosos logros culturales: La sublimación.

¿O no construimos pirámides, o pintamos exquisitamente, o cantamos


lindo en el karaoke, o buscamos crear alguna cosa interesante por allí?
¿No?

Creo que yo también he dicho nada nuevo.

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