No es extraño que después de las primeras semanas de entusiasmo y estímulo, el
nuevo convertido se encuentre a sí mismo atravesando un período de pruebas y dudas. Durante este tiempo, algunos pecados que pensabas haberte quitado de encima de una vez y para siempre, reaparecen en tu vida. Te sientes confundido y aturdido, y el fracaso parece estar sellado sobre tu nueva vida cristiana. ¿Es eso el fin? ¿Te amará Dios todavía y se fiará de ti? La respuesta es: No es el fin, y Dios nunca deja de amarte. Afronta el hecho de que has caído. El pecado en el cristiano es un fallo: un fallo en lo que se refiere a amar, honrar, servir y obedecer a Dios. Dios no desecha a los que fallan. Un fallo estorbará tu santificación por un tiempo, pero no afectará tu justificación. Todavía eres salvo. Aún eres hijo de Dios (véase el capítulo 30). Las Escrituras están llenas de ejemplos de cristianos que fallaron lastimosamente, pero a los que Dios continuó utilizando poderosamente. Toma, por ejemplo, a Juan Marcos. Aquí tenemos a un hombre que falló lastimosamente. Lee Hechos 12:25-13:13. Abandonó a Pablo y Bernabé en Perge, y Hechos 15:36-41 deja bien claro que desertó de ellos. Los problemas y pruebas de extender el Evangelio fueron demasiado para él, y huyó. A causa de esto, Pablo rehusó llevar consigo a Marcos en el siguiente viaje misionero. Marcos había fallado. Pero aun así, años más tarde Pablo se refiere a Marcos como su compañero en el Evangelio (Colosenses 4:10,11), y aun hoy nosotros nos beneficiamos del trabajo de Marcos para Dios al leer el segundo libro del Nuevo Testamento. Aquí tenemos un fallo para bien. Cobra ánimo con esto. Tenemos a un Dios amante y perdonador que no nos desecha por nuestros fallos tan rápidamente como nosotros podemos hacerlo mutuamente. ¿No falló Pedro (Marcos 14:68)? Aun así, mira en el libro de los Hechos y observa cuán poderosamente fue utilizado por el Señor posteriormente. Los fallos no deben desecharse como carentes de importancia. Son terribles. Afligen a Dios y causan problemas a otros cristianos (Hechos 15:39). Pero no significan el final de nuestra utilidad en el servicio de Dios. Debemos tener especial cuidado en no permitir que los fallos pasados se conviertan en una carga pesada que estorbe nuestro crecimiento presente y futuro (Filipenses 3:13,14). Aprendiendo de los fallos ¿Has fallado en algún aspecto de tu vida cristiana? Si es así, debes aprender de ese fallo. Averigua dónde erraste, y determina no volver a hacer lo mismo otra vez. El diablo trata de utilizar los fallos para descorazonarte, pero por la gracia de Dios puedes utilizarlos como un trampolín para la victoria. Deja que tus fallos te enseñen tu necesidad de una dependencia completa de Jesucristo (Juan 15:1-5). En el Antiguo Testamento, Eben-ezer fue el lugar del mayor fallo de Israel, y también el lugar de una victoria. En Eben-ezer el pueblo de Dios perdió el Arca del Pacto a manos de sus enemigos, los filisteos (lee 1 Samuel4:1-22). Aquí hubo un fallo terrible, y fue el resultado directo de ser negligentes con las cosas de Dios. Lee ahora el capítulo 7 de 1 Samuel y observa cómo Eben-ezer (v.12) se convirtió en el lugar de la victoria. Era el mismo Dios, el mismo lugar, el mismo pueblo, y el mismo enemigo; sin embargo, en vez de derrota y fracaso hubo victoria. ¿Por qué? v.2 se lamentaron delante de Dios: buscaron a Dios, clamaron a Dios vehementemente. w.3-6 se arrepintieron del pecado que había causado la derrota y el fallo. v.8 pusieron su confianza en el Señor, y sólo en El. El resultado fue que todo lo que había sido perdido fue recuperado (vv.13,14). La próxima vez que caigas, ¡recuerda Eben-ezer! Aquí erijo mi Eben-ezer, Hasta aquí por tu ayuda he venido, Y espero por tu buena voluntad Llegar sin peligro al hogar. Propenso a errar, Señor, me siento, Propenso a dejar al Dios que amo; Toma mi corazón, oh tómalo y séllalo, ¡Séllalo desde tus atrios celestiales!