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SANTA
AÑO 2006
Pregonero:
Manolo Pleguezuelo Alonso.
Invocación
San Juanillo, Evangelista colorao y apóstol amado. Apuesto lomero, reflejo y modelo de
la juventud cofrade, a Ti me aferro esta tarde, y en tu firmeza busco la sinceridad de
mis palabras, el ímpetu y el impulso del quehacer diario sin desfallecer siguiendo al
Nazareno. Reclinas tu cabeza sobre el pecho de Jesús en la última Cena. Desde lejos
has seguido su Pasión, no te has escondido, lo ves expirar por la calle de las Tejeras, y
acompañas a su Madre en la calle Ancha, sin encontrar consuelo para calmarla. Nos
transmites el evangelio más profundo y, en sueños, visionas a la Virgen del Saliente
pisando al dragón de las siete cabezas. Palma sin martirio, Hijo del trueno y testigo. “El
que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que
vosotros también creáis”.Ave rapaz de la palabra. Constancia, fortaleza y contundencia
en las garras del águila que se posa a tus pies cada Viernes de Calvario lomero. Hijo
menor del Zebedeo, palma erguida, discípulo joven, locura desbordante por el mensaje
de Cristo, a Ti me confío.
Prólogo
El cofrade de los Negros que considera que la Semana Santa termina la madrugada
del Jueves Santo cuando la Virgen de los Dolores vuelve a su nave del templo, junto a
la Puerta Colorá, no adivina que ese Cristo atado a la Columna que cae por tres veces,
tiene que ser crucificado en la Loma, llorado en los brazos de su Madre y ser enterrado
por los Moraos.
Convocatoria
Os llamo a despertar del letargo latente en el que vivimos todo un año hasta hoy, en la
recién estrenada Primavera, cuando la luz, las flores, la música y la voz que se me ha
dado anunciamos, en nombre de Albox, la llegada anual de Dios a este pueblo.
Os llamo al idioma de amor de los detalles, a la música que tensa las emociones de un
pueblo expectante ante un evangelio escenificado y una teología hecha escultura.
Os llamo al aroma de canela en el arroz con leche, al paladar de roscos fritos y torrijas.
Y al hornazo.
Os convoco a lo efímero que se lleva el aire, a la sensación de brisa que nos deja el
trono al pasar, remediando toda promesa rota, todo desamor...
Sería imposible describir todos los momentos que cada cofrade y cada albojense
espera. Qué más quisiera que llegar a vuestros oídos y llevaros el pregón que
esperáis, el vuestro, el que os llegue al alma.
El viejo templo de nuestro corazón será demolido y vuelto a edificar por Él en esos tres
días, y el pueblo de Albox será una vez más paño de lágrimas para su Madre Dolorosa.
Es Albox mismo quien quiere sangrar la sangre de Cristo, sentir los clavos y las
espinas, sentirse abandonado y tener sed, quien persigue recibir la lanzada, porque no
quiere que nada suyo le sea ajeno.
El Caño de San Felipe nos remonta a un Albox que se nos escapa. Alpargatas de
esparto que se arrastran por calles pedregosas. Cortijeros de luz. Patios de aureolas,
esparragueras y cintas. Macetas viejas. Pasillos de cemento para untiempo de
trasiegos y estraperlos en tonos ocres. Hogueras de San Antón. Tortas de la
Candelaria. Fanegas y celemines. Devocionarios. Artesas y romanas. Aguamanil y
jofaina. Fotografías en sepia. Reconstrucción de la ilusión de una tierra devastada, más
seca y contrariada que nunca. Cuaresmas de velo y carraca. Ayuno y sermones
moraos. Semanas Santas recatadas, obligado renacer de las cenizas.
Una chiquilla de pelo rizao y ojos grandes juega con dos trapillos a las muñecas. ¡Niña!
-la llaman- sube conmigo a la cámara, que vamos a sacar las ropas de la Virgen. Bajo
el techo de yeso y cañizo, un arca contenía maravillas de tela que su casera, Doña
Brígida, había adquirido para el Paso Negro. Ensueño de terciopelo, oropeles que la
cría presentía bordados en el cielo. La saya y el manto de la Virgen de los Dolores se
guardaban en ese baúl de su casa. Ensimismada, la zagala pasaba horas
contemplando la ternura de cada puntilla, y se recreaba viendo ese ajuar acariciando la
divina imagen. Esa chiquilla, que es mi madre, no imaginaba que los siete puñales del
corazón de la Dolorosa se tornarían en siete desvelos en el suyo propio, en siete
presencias que somos mis seis hermanas y yo. Por ello, una túnica negra da
faldonazos cada Jueves Santo, subiendo de mi casa, calle arriba, camino de la Iglesia.
La procesión infantil del Paso Blanco es, cada Miércoles Santo, una realidad, más o
menos arraigada, de la que puedo presumir haber sido artífice junto a mis amigos de la
infancia. Aprendimos, sin saberlo, a vivir la Pasión según los niños, que es otra manera
maravillosa de acercarse a los acontecimientos de nuestra Fe.
Aquellos chiquillos de siete u ocho años jugaban con pasos sobre dos tablachos, y con
una imagen plateada de la Pequeñica que les gobernara Pedro del Ama, el abuelo de
uno de ellos. Con tambores hechos de latas de gasolina, en los días de Pascua, y
envueltos en brisa luminosa de las tardes de Abril, recibieron el maravilloso regalo de
jugar a la Semana Santa.
De Granada les trajeron una imagen de las Angustias, y una escena del sueño de San
José de un belén murciano hizo las veces de Oración en el Huerto.
Teatros, festivales, rifas, mercaíllos... Cualquier excusa era buena para hacerse más
amigos preparando, organizando, disponiendo, con la vista puesta en el Miércoles
Santo siguiente.
Soñaban despiertos ser algún día maragullos de los mayores y por ello se desvivían
entre correrías y juguescas. Querían ser anderos de su Paso, pero las madres los
frenaban, argumentando la tierna consistencia de sus huesos, aún por terminar de
formarse.
Estos niños bajaron el antifaz y cubrieron su rostro, dejando atrás la ingenuidad propia
de la algarabía. Sus túnicas crecieron dobladillo a dobladillo, como si continuasen
siendo las mismas que cosieran las abuelas con el mimoso contoneo de un pedaleo
hoy olvidado.
Así comenzó esta historia, como empiezan las cosas más de verdad de este mundo,
entre críos, entre amigos.
“Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis - decía Jesús-pues el Reino
de los cielos pertenece a los que son como ellos”.
Pilares de Fe viva
Si existe Semana Santa es, primero, porque Dios quiere, y ,segundo, gracias a la Fe
cristiana de tantos hermanos anónimos que dejaron este mundo habiendo contribuido
con su generoso esfuerzo al diario engrandecimiento de las cofradías.
Las hermandades son las mismas que hace siglos en fines e ideas, pero adaptadas en
la Fe al tiempo que nos toca vivir. Han pasado más de veinte siglos y cambiado la
concepción del mundo y sus ideas, pero ninguna ha sustituido a Cristo. La
Resurrección es el hecho más trascendente e importante de la historia, y cada Semana
Santa no es sino un reflejo de la absoluta inmensidad y grandeza de Dios.
Las cofradías no son más que fieles laicos que en virtud del derecho de asociación que
brota del bautismo, se han asociado para la mejora y propagación de la vida cristiana,
así como para el fomento del culto público expresado a través de las imágenes que
procesionan.
Somos Iglesia, piedras vivas de nuestros templos, pueblo de Dios en camino, con
Cristo a la cabeza y con el precepto antiguo y siempre nuevo del Amor como Ley.
Somos proclamación constante del misterio de la Encarnación.
Las cofradías deben ser llama que avive la lumbre de Fe recibida de los mayores,
alentada por tanta gente de buena voluntad, dispuesta y afectiva, modesta, entregada.
Grupos de auténticos hombres y mujeres comprometidos, con las ideas muy claras,
que saben perfectamente el camino que deben seguir, que no es otro que vivir la Fe en
Cristo durante todo el año, transmitirla y dar testimonio público de ella en nuestras
celebraciones de Semana Santa.
Pero por otro lado, el culto, aunque sea la finalidad principal de una asociación
piadosa, no puede absorber todas las energías. Más allá, su autenticidad se verifica en
la práctica real del amor fraterno. Hay que tomar la palabra y hacerla social y cotidiana.
Cuaresma de proyectos
Mi cuaresma se inicia con ecos lejanos de burlas y bocinas que ensayan a la orilla del
Segura. La Murcia barroca y huertana que inspirase a Salzillo me ofrece un rosario de
citas nazarenas que me transportan a mi rambla, a mis tejados ocres, a mis tardes
amarillas, a mis maragullos...
Domingo de Ramos
Santos Oficios que inician el Triduo Sacro, primer acto de la obra de la Redención.
Gozamos de la presencia viva del Señor, de la sencillez litúrgica que conmemora la
primera misa de la historia. Instauración de la Eucaristía y última cena del Señor.
Monumentos de celindas y pilistras. Damascos y brocados, luz y silencio. Espigas de
gloria germinadas en la pobreza fértil de los campos de las Estancias.
Santa cena de doce y Dios. Pascua renovada. Prodigio de amor que da aliento al pan
partido y compartido. Hogaza cortijera amasada en la tahona celestial, cuerpo
entregado por amor a nosotros. Vino del país extraído de las cepas inmortales de la
Fuente Seca, sangre derramada por nuestra salvación.
Albox quiere ser patena viva para acoger al pequeño sol de Dios, al anhelo, al redondo
pedazo de cielo.
Jesús lava los pies a sus discípulos con agua de Los Caños, que se vuelve acequia de
disponibilidad y servicio. Amor de hermanos. Amor al prójimo. Amor fraterno. Amor de
Dios. Dios es Amor. Dios se hace Amor.
Oración en el huerto
Nuestra rambla es el torrente Cedrón que cruza Cristo con sus discípulos para buscar
el sustento de la oración, sintiendo pronta su partida. “Todos caeréis esta noche y no
sabréis qué pensar de mí.” Y se apartó, pidiendo que velaran por él.
El verde espléndido de las huertas albojenses se conjuga con el verde del olivar teñido
de sangre en el estertor agónico de Getsemaní. La primavera nocturna se torna tarde
blanca en Albox. Destellos de amapolas, campanillas e hinojos alfombran las rodillas
hincadas de Cristo orante, que deja resbalar la vida que presiente se le escapa con las
lágrimas.
El arroyo susurra como niño dormido mientras Getsemaní crece su aceituna. El olivar
bebía la madrugada clara, y Dios agonizaba con tristeza de muerte. “Aparta de mí este
cáliz, Padre mío. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú”.
Todos duermen mientras Él ora al Padre por nosotros, que también dormimos nuestra
Fe y dormitamos en nuestra manifestación de vida cristiana.
El trazo más rural de nuestra Semana Santa. Aroma de olivar. Salmuera y almazara.
Los romanos y sayones que vienen a detenerlo con lanzas y palos parecen venir a
varear el olivo, a coger la aceituna más que a arrestar a Cristo.
Y lo prendieron. Aceituna amarga que se hace noche larga y luna que oculta su llanto
con nubes mientras discípulas sombras huyen su amor por los bancales. “Herido el
Pastor se dispersarán las ovejas.”
Dios cercano, representado con gallardía divina pero con semblante humano. Poder,
pero Amor. Dolor, pero serenidad. Crudeza de Pasión pero mansedumbre de Salvación
El rostro de Dios se hace como el de cualquiera de nosotros para que lo
comprendamos mejor. Lirio morado crecido en Judea, clavel de Almería que aromatiza
el anochecer, Dios encarnado, Cristo mismo hecho hombre que pasa a nuestro lado,
que camina descendido de los cielos. Desde la presencia terrena de Jesucristo, Dios
no es igual, Dios es más entendible, más asequible, más humano.
Conmociona a los fieles que lo aman sin idolatrías y lo veneran sin misticismos.
La sombra de la Cruz se encoge en el callejón de la Iglesia, y se arrastra sigilosa por
las encaladas fachadas de un Albox que se nos va, filtrándose por cancelas
entreabiertas, impregnando de negrura luminosa los balcones que reciben su
presencia.
La calle de la Amargura se hace cuesta hacia San Antonio, vía crucis de bendición
desde el Cerro Castillo.
El Señor está pasando, cargado con las culpas mías y vuestras y de todos, lleno de
bondad y espinas. Pasico a paso, pena quieta, oro sobre rosas de resignación en flor.
Regresa abatido. La madrugada más larga se adentra por la calle del Muro mientras su
cabello recio se resbala hacia su rostro, cada vez más denostado.
Nazareno Morao, Salvador desfallecido, apoya en este pueblo tu madero, que Albox
quiere ser una nueva Cirene y los albojenses cirineos que te aliviemos el peso mismo
de la muerte.
Descalzo sigue andando el buen Jesús, las fuerzas le flaquean. Sus dolores se
acrecientan. Suspira hondamente y los latidos de su corazón, manantial de vida eterna,
se van a extinguir. Tres deslices, tres tentaciones, tres heridas, tres caídas. Sus
rodillas, las mismas que sostuvieron a la chiquillería, se hincan ahora en la tierra
baldía. Nuestro Padre Jesús de Humildad y Silencio se desmorona por tres veces y al
apoyar en tierra los cinco dedos de su mano, abre el surco de las calles que parten de
la plaza de San Antonio.
Aquel que llenó de Dios el pan se derrumba un año más camino del Calvario, en su
recorrido anual por nuestras calles, que se hacen arterias vivas de Jerusalén, afluentes
agrestes del Jordán, depósitos del lago Tiberiades, riscos calizos del monte Tabor y
prolongación del sendero pedregoso de Emaús.
Con la cara ensangrentada, heridas las sienes, pálido de luna llena, empapado de
sudor frío, caído de pena. Señor del Silencio, dile al silencio que se calle.
Señor, deja que en mi vida me levante como Tú, después de cada caída.
Llegados al lugar indicado, relieve de roca inmortal, se reparten sus vestiduras y echan
a suertes su túnica. Jesús mío, te vas de este mundo como llegaste a él: desprovisto
de vestido y de cobijo.
Te adoramos Cristo, y te bendecimos, que por tu santa Cruz redimiste al mundo. Cruz
mesiánica, reparadora. La forma más humilde para morir en ese tiempo. Esa humildad
es su fuerza, el infamante suplicio de la Cruz convertido en santo madero. Dios
atravesado por un dolor vertical que apunta al cielo y otro horizontal que acoge a todos
y hace su muerte asunto de todos. Cristo hacia el Padre y entre nosotros.
El árbol nuevo de la nueva vida emerge entre los tejados ocres de la Calle Salitre,
besando el alma de quienes contemplan el crujir de sus maderas.
Clavado en la viga de la soledad, el Hijo del carpintero quiere hacer saltar los clavos
que le cosen a la Cruz y abrazar al mundo con dos manos que se vuelven inertes y
llagadas. Manaderos de sangre pura y santa fluyen de aquellos pies que tanto
anduvieron para anunciar a los pueblos la Buena Nueva.
Dios mayúsculo de las pequeñas cosas, que los albojenses hacemos nuestro en las
entrañas de la Virgen del Saliente, Dios de los adentros y de la intimidad. Perdón
encarnado, misericordia hecha persona. Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Delicado pelícano que da de comer su propio cuerpo a sus polluelos. Amor Crucificado.
Dueño inmenso de los aires desgarrados por tus brazos que nos abres desde la Cruz.
Desde la hora sexta hubo oscurecido toda la tierra hasta la hora nona.
Dios mío por qué me has abandonado... Inclinó la cabeza. Tengo sed... Y expiró. Todo
está cumplido. En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu. Y lo entregó.
Campanean las diez. Los Moraos entierran a Cristo, embalsaman su cuerpo sin vida, lo
amortajan y portan ese sagrario de oro en el que es conducido la noche de Viernes
Santo. Pebeteros que arden para iluminar un firmamento coronado de espinas.
Túnicas de amatistas con capas de nácar en la sobria noche en la que el Yacente nos
muestra su costado abierto, del que brota la sangre de la vida, flores rojas en el
nombre de un Dios que es Amor.
El Santo Entierro pasaba por la puerta de mis abuelos, y la hacendosa Isabel abría la
cancela para dejar que la estampa de Jesucristo inundara cada rincón de su casa
mientras mis hermanas, desde los balcones, asomaban luceros para iluminar la pena.
Décadas más tarde, y durante años, la única salida de esta viejecica era para esperar
en su sillón de mimbre el paso del Señor durmiente, y asomarse a la esquina, en la que
el amigo Víctor le traía un clavel que temblaba también, junto a los pies de Cristo.
No se precisan palabras, pues sólo Dios sabe cómo tocar el alma de los albojenses y
abrir esa puerta que transmite al gentío esperanzas de vida eterna.
Y María
Cuando Albox le habla a Dios se dirige a su Madre del Saliente. Cada oración o
súplica, cada agradecimiento, antes de subir al cielo, pasa por el cobijo de gloria y
candor que son las manos de la Pequeñica.
Cada Semana Santa, nuestro pueblo se dirige a la Virgen en las distintas imágenes
que la representan, viva expresión de la bondad de Dios. Bendita entre las mujeres.
¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Albox se enorgullece
de que María inunde sus calles de ternura como cada cinco primaveras, cuando la
rambla se tiñe de hermosura y fervor por la Pequeñica.
Hay cosas que se explican por sí mismas, y cualquier pretensión de explicación sólo
puede contribuir a empobrecer su natural expresividad. Es lo que sucede con la divina
presencia de Nuestra Señora entre nosotros, mecida con cariño por los anderos,
envuelta en nubes de incienso. Mi lengua no se cansa de pregonar la belleza de sus
pasos, diciendo lo mismo que otros ya dijeran antes. Penas sobre Dolores. Dolores
sobre penas. Amarguras sobre angustias y angustias sobre amarguras. Esperanza,
Redención. Y Soledad.
Volvamos nuestra mirada a María, pero no miremos tanto a sus mantos ni a sus
coronas. Fijémonos en sus ojos y en su corazón, como la discípula perfecta que hace
una insistente invitación: “Haced lo que Él os diga”.
Mater Dolorosa
Reina y Madre de Misericordia
Filas de maragullos de luto y luz. Ciriales de plata que parecen quemar los esfuerzos
de todo un año desbrozan el camino para que brote la Eterna Flor Inmarchita.
Entre varales de plata, con siete cuchillos dentro, diadema de doce estrellas y luna
llena de ensueño, llora a lágrima viva la Viuda de Dios.
El umbral de Santa María son las puertas del cielo. La rambla se asoma por el muro en
la tarde de Jueves de amor fraterno, para verla salir y aliviar con su brisa el eterno
desánimo de la Madre Dolorosa.
Albox arde en deseos de acercarse y prestarle su propio pañuelo para enjugar las
lágrimas que corren por sus mejillas. Ya está en la calle, y los anderos quieren mecerla
para que su dolor se transforme en dulce sueño y la candelería se consuma lentamente
en sollozos en la capilla de la calle y en el templo de una noche de Abril. Palcos de
angostura de la calle del Pósito. Voz rajada de mis ancestros que piropean a la
Doncella de Nazaret.
Espinas donde ayer flores. Enfila la calle Escuadra, cuestas del cielo, zaguanes en
ofrenda abierta. Reina de los Mártires en la plaza del mismo nombre, Señora del Barrio
Alto.
No hay quien quede indiferente al verla. Hasta el cirio llora su luz con la cera más
amarga.
Cuando pasa a nuestro lado, hace que todo nos sea ajeno, y que sólo seamos capaces
de fijarnos en su cara, y en la luz que refleja. Esa cara que es dueña de nuestras
almas, de nuestras pasiones, oraciones y sentimientos. Porque todo cambia cuando
cruzamos nuestra mirada con la mirada perdida de la Dolorosa.
Qué mejor recompensa que el instante en que la luz de la cera gastada ilumina su
rostro incomparable y sus ojos cobran vida, mirándonos con maternal comprensión.
Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos.
Primer Dolor
Mas si mi amor te olvidare, Tu no te olvides de mi
Viendo a Jesús despojado de sus vestiduras, María recuerda los pañales de Belén. Ve
a su Hijo desnudo e indefenso, muriendo en la misma pobreza con que nació.
Siente que el martillo en los clavos de la Cruz la taladran por dentro. Brazos abiertos en
suspiros de desahogo ante la incomprensión doliente.
Y al pie del madero ofrece su sacrificio y consuelo. Mujer, ahí tienes a tu Hijo. María
sigue fiel a aquel sí que pronunció en la Anunciación, y que como un eco comprometido
vuelve a sonar ahora en nuestro Gólgota lomero. Ahí tienes a tu Madre. Una lanza
traspasa el corazón del crucificado, como la espada se clava en el suyo, sintiendo el
vacío y la ausencia. Fiel hasta llegar el final. No le pueden hacer más daño.
Las campanas de la Concepción quieren tocar a muerto, pero el latir de los tambores y
clarines se vuelve claridad sonora que enmudece al mediodía.
Virgen del Primer Dolor, vista alzada al infinito, como la Virgen del Saliente, para buscar
en las nubes y vencejos que decoran el cielo de Albox alivio a su corazón traspasado.
Milagrosa que derrama la gracia de la entereza.
Crujir de nobles maderas en la calle lo Alto. Delicadas tallas y estallido floral. Explosión
de color para esta Dolorosa a la intemperie, con el palio de oro de la mañana de
Viernes Santo.
Virgen de los Coloraos, memoria de los Dolores de Nuestra Señora. Devoción hecha
ermita hace más de tres siglos. Presencia mariana en el barrio franciscano y
concepcionista.
Tu efigie dormía sin tallar dentro del tronco de madera, árbol erguido, sin saberlo más
que el cielo, sin besarlo más que los pájaros. Con el soplo de Dios, manos de
esperanza te hicieron visible entre la neblina cotidiana. Taller de entusiasmo, gubia de
admiración y querencia. Pátina de sentimientos. Aparejos de serenidad. Dúctil
recogimiento. Emociones contenidas. Desvelo encantado. Visión misma de la gloria.
¡Hermosa mía!
Entre incienso y entre gente, Tu silueta se recorta por las luces encantadas surgidas de
blanca cera que arde en compases de aliento y reconciliación. Penitentes sombras
envuelven tu perfil. Ascua de luz soberana, claridad de nuestra existencia apagada.
Capirotes esmeraldas forman el cortejo con destellos de piedras preciosas en la tarde
nazarena, recordando que tras la muerte hay esperanza de vida, que después del
sacrificio de Cristo perdonando los pecados se intuye la recompensa de abrirnos la
gloria eterna.
Salve hecha carne, letanía hecha figura, Causa de Nuestra Alegría, que con la Fe y la
Esperanza reparte la Caridad a manos llenas.
Gracias, bendita madre de la Esperanza, por haberme permitido llegar a este atril para
alabarte.
En mi casa, mi padre nos enseñó a ser de los Blancos, como sus padres, devotos
granadinos de la Señora de las Angustias, que veían en esta imagen el reflejo de la
piedad ancestral de sus encalados pueblos de sierra.
Los Blancos descienden a Jesús, desclavan sus muñecas, lo desatan, curan las
heridas, y se lo ponen a María entre sus divinos brazos. Cristo del Perdón, vencido y
yacente, es ungido por el mejor bálsamo imaginable, el de la compasión de la Virgen.
Jesús muerto se desliza en la rodilla de su Madre como un cuerpo fatigado después del
trabajo más trágico. Y Ella lo mece susurrando entre sollozos la más terrible canción de
cuna. Aquellos pañales que ayer sirvieron para envolver el tierno cuerpo de Jesús niño,
hoy se hacen sudario mortuorio, mortaja para la muerte temprana del Hijo de sus
entrañas. Le parece mentira que aquel niño que tantas veces acunó, arrulló y estrechó
contra su pecho, luzca ahora como despojo humano. Lo besa y acaricia aun sabiendo
que no siente. Cristo durmiente al que pronto besará la nueva primavera. Quiere
borrarle el horror con su ternura. Al mirarlo así posado, inmóvil en sus brazos, sólo
piensa que vivió para amar y que esa era la prueba más grande de su amor.
Sublime eucaristía, María es el más digno altar que ya abrigara su vientre: Este es su
cuerpo, Carne de su carne envuelta en el sudario. Esta es su sangre, sangre de su
sangre derramada y redentora. Chorro de desaliento.
Arriba sólo queda la Cruz con los palos extendidos en promesa de abrazar al mundo.
Inmortal e invicta. Caricia y guía, madera herida, sombra de vida, ultrajada a latigazos.
Clavos que quieren proclamar redención cumplida. Lienzo de amarguras y tristezas.
Sábana escogida. Sudario hilado de constancia. Bandera que el viento roza en la Plaza
de los Luceros. Confianza ciega hecha tela que se cose al madero. Virgen de las
Angustias, en Ti Dios se hace regazo, se hace madre y se hace abrazo.
Con las hebras de sol de la media tarde se asoma para encontrarse con los muchos
corazones que la esperan y ansían todo un año. Esperan pupilas y un cielo por el que
revolotea un puñado de aves de candidez. Esperamos un año para que el aire de su
ternura desborde nuestras venas como cauce caudaloso en cada encuentro entre el
Viernes Santo y la Señora. Pórtico de expectación, piedra atenta. De nuevo, al verla en
la calle, anderos de toda condición sentimos haber vencido al tiempo, contando otro
año con la dulce carga de su amor sobre nuestros hombros. Somos los pies de la
Virgen.
Debajo del paso, en mi varal, como el crío que jugaba a los tronillos, busco entre el
ruido humano la satisfacción de encontrarme con los ojos de mis padres. Trago saliva.
Miro al infinito. ¡Al cielo con Ella!
Ya está en la plaza, entre palmeras galileas, en el lugar donde pasan los años sin que
nadie los cuente y donde la vida parece una correría de la niñez. Donde se abren las
cancelas de nuestra vida albojense, donde se siente sola ante la muchedumbre y el
atardecer se pulveriza derramando gotas de brillo a su alrededor.
Hay años que hasta el cielo no puede contener su llanto, y se descarga en lamentos de
lluvia.
Paseo de vida. Camino Interior. Procesión por dentro. Y piropos. Dolor de María,
angustia de una madre. Vacíos los lacrimales. Llaga viva del dolor sin dejar de ser
amor, que refugia el cuerpo muerto del Hijo de Dios.
De vuelta, al oír el último golpe del martillo, la alfombra de pétalos del trono parece
consciente de que es el último tramo, y el umbral se encoge para no dejarla entrar.
Coraje de hombre de trono. Otro año. Otra rosa.
María quiere buscar entre las estrellas, a través de la celosía de su palio, el reflejo del
último estertor de su Hijo.
Plata repujada de las entrañas del cielo resguarda a María Santísima de la Redención.
Capitana de hermosura, rosario de penas. Paso de palio que se acerca. Volumen de
fuego andaluz en el que se vislumbra el calor de María. Su cara es capricho que crea
ilusiones visuales. Es calor y es luz, cobijo de sombras en el templo, en la calle caja de
resplandores que no dejan cobijo a la tiniebla. Y es ternura. Hilo humeante que
asciende con ecos de música y alimenta las esquinas secretas del alma. Ascua de
estrellas, fuego de impaciencia que se acerca hacia nosotros.
No hay título más hermoso para María que Virgen de la Redención, Madre de la
Salvación. No hay nombre más adecuado para llamarla, pues por su íntima asociación
a la persona y a la obra de su Hijo, Ella es colaboradora en la salvación del género
humano. Redención que se realiza mediante la Pasión y Muerte que conmemoramos
estos días.
Mujer del Nuevo Testamento que deshace los nudos de desobediencia e incredulidad
atados por Eva, Mujer del Antiguo Testamento.
Cubierta de azul como llena de gracia, la inmensidad de los cielos y los océanos la
rodea proclamando que su Maternidad es universal, al igual que la Redención realizada
por el Nazareno.
Vestida de gracia, transita junto a la Puerta Colorá siguiendo las estrecheces del alma,
perfumando de confianza cada cancela que se abre a su paso.
Mecida por sus moraos con la misma suavidad con que el viento mueve a las nubes,
parece acariciar el suelo que la Cruz ha ido rasgando por delante, colmando de
perfumes celestes la noche de Viernes Santo albojense y cubriendo con aromas de
misericordia la desnudez hiriente de la muerte humana.
Soledad
Oh, Dulce Virgen María
El negro manto de la noche abraza a las calles, y los portales se hacen quejío y
plegaria. Los luceros taparon su rostro para que no se colara ni uno sólo de sus
destellos, y la luna gitana se colocó su velo opaco impidiendo que la luz crease
sombras. Las tinieblas se hicieron y Ella es la única luz en el destierro, la Fe necesaria
en el oscuro barranco de la desmotivación y la rutina.
La noche es bóveda muda. Habla el silencio. Y se oye crepitar la cera que arde y se
funde en el asfalto, formando regueros de contemplación. Otro desfile de colores que
también saben lucir el luto, es otra forma de entender la Semana Santa. El silencio
acompaña a la Señora por las calles con un respeto sobrecogedor. En el ruido actual
es en silencio como se distingue mejor la voz franciscana de Dios.
Resurrección
Reina del cielo, Alégrate
Desde el cielo nos salpica el alma una gracia desmedida. La bóveda azul se abre en
serena transparencia. Otro mundo mejor, más claro y más hermoso parece que se
acerca. La naturaleza se vuelve júbilo, y entonan glorias golondrinas y campanas. La
rambla se coloca su refajo de flores de baladre. El taray y la retama presienten el rumor
de un agua nueva. Los cortijos se cuajan de narcisos, calas, galanes y geranios. La
naturaleza explota milagrosamente al despuntar el Domingo Victorioso.
Gran prodigio asombra los ojos de los hombres, y suavísimo temblor, cual gota de rocío
que destilan las azucenas, parece arrullar el alma que espera.
Las santas mujeres, antes de nacer el día, se acercan con aromas y ungüentos al
Sepulcro y lo encuentran vacío. San Pedro suelta las llaves y salta de júbilo en su
hornacina. El joven Juan baja impetuoso, descubriendo las vendas por el suelo. Pedro
entra, y ve el sudario, plegado en lugar aparte. Juan le sigue. Y así vieron, y creyeron.
Y las dos figuras celestiales que flanqueaban la sepultura se quedaron para siempre a
los pies de María, custodiando a la Madre del Saliente, que eligió los grisáceos cerros
de este pueblo como su Buen Retiro.
Las mujeres llevan la prisa en sus labios para contar lo que han visto y sentido.
Domingo de esplendor.
Hace décadas corrían las andas por las calles del Rosario y de Cervantes. Los santos
realizaban los acatamientos, en un alarde de alegría y expresión popular del Misterio
principal de nuestra Fe. Vítores. Clavellinas que bailan la dicha de los primeros
cristianos. Velo de Luto que se destapa. Reina del cielo, alégrate, porque el Señor, a
quien has merecido llevar en tu seno, ha resucitado según su palabra, goza y alégrate,
Virgen María.
La piedra del sepulcro, luna redonda y fría de madrugada, ha rodado brillando auroras.
Resucita el resucitador. Y se queda para siempre con nosotros en la Eucaristía,
eternamente preso de amor y cautivo del Sagrario.
Es Albox mismo quien resucita con Cristo sobre la muerte y la indiferencia cada
Domingo de meriendas; y sale, pletórico de vida, al encuentro con la naturaleza, con
los aromas de limón de los huertos del Almanzora. Con el taray, la flor de adelfa y de
romero. Con la frescura del jazmín pequeño y la elegancia de cañas y juncos. Con la
palabra que rebrota como el trinar de los pájaros en los sembrados de la amistad. Con
la albahaca y la luz.
Y así se torna de cielo el rostro de su Madre gloriosa. Albox ofrece la más bella
diadema que se pueda soñar a la representación más maravillosa que de la Santísima
Virgen pudiera concebir inspiración humana, la Madre del Saliente, que resplandece
desde la Sierra como espejo de virtudes y mediadora de la gracia. En la explanada del
Roel ofrenda de vida de nazarenos albojenses. Oro y platino, ámbar de la Oración en el
Huerto, topacios del Nazareno, brillantes granates del Flagelado, esmeraldas de la
Esperanza, rubíes de los coloraos, perlas y nácar de las Angustias, amatistas del
sepulcro, zafiros de la Redención, azabaches de los Dolores. Postrados ante tus
plantas, coro de alondras, el sentimiento negro, la expresividad colorá, la Fe, la
Esperanza y la Caridad blanca, y la constancia morá.
Como termina el Evangelio de Juan, “muchas otras cosas podrían contarse...”, pero
para ello se renueva este pregón cada año, con voz distinta en un atril como éste, del
que yo ya me separo dejando reposar en él mi más extraordinario sueño y mi
agradecimiento sincero.
Fuente: http://angustiasalbox.blogspot.com/