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l atentado con coche bomba contra una patrulla del ejército espa-
ñol en el sur de Líbano el 24 de junio y el ataque suicida a un gru-
po de turistas españoles en Yemen el 2 de julio han vuelto a situar
España como objetivo del terrorismo de origen yihadista. Seis
años después de los ataques del 11-S, continúa el debate sobre el estatuto de
Al Qaeda y su papel en la construcción del movimiento yihadista global.
Tras el éxito de la intervención militar contra el régimen talibán en Afga-
nistán en 2001, ciertas voces auguraron una rápida desarticulación de la or-
ganización y su conversión en mera franquicia de grupos islamistas radicales
con menor capacidad para atentar contra el territorio de Estados Unidos. Es
cierto que este país no ha vuelto a sufrir un ataque desde entonces, y que los
sucesivos golpes contra Al Qaeda han permitido la detención de más de dos
tercios de sus dirigentes, acabando con su infraestructura en Afganistán. Sin
embargo, se minusvaloró la capacidad de adaptación y el dinamismo del mo-
vimiento yihadista.
Los máximos dirigentes de la organización, Osama bin Laden y Ayman al
Zawahiri, han logrado sobrevivir a la persecución, convirtiéndose en mitos
para la insurgencia islamista radical. La intervención militar en Irak dio un
balón de oxígeno a Al Qaeda que, desde entonces, ha conseguido realizar o
inspirar cientos de atentados en distintos lugares del mundo. Ha facilitado,
además, la constitución de una coalición de grupos insurgentes repartidos
por todo el arco musulmán, desde el Magreb a Indonesia. El creciente empu-
je de los talibanes en Afganistán y la incapacidad del gobierno pakistaní pa-
ra controlar las regiones tribales fronterizas con ese país han permitido a Al
corazón del mundo árabe tras años luchando en el exilio, en lugares como
Afganistán, Bosnia, Kosovo o Asia central. Irak es hoy escuela del nuevo
yihadismo transnacional, centro de entrenamiento y reclutamiento y polo
magnético para muchos terroristas. Ha provocado, además, la aparición de
una nueva generación de ideólogos salafistas que han elaborado un nuevo
conjunto de principios sobre el significado y los objetivos de la yihad, incor-
porándolos a la estrategia global de Al Qaeda.
La consagración de Abu Musaf al Zarqawi al frente de la insurgencia
yihadista en Irak, tras los atentados en agosto de 2003 contra la embajada
de Jordania y el hotel Canal, sede principal de las Naciones Unidas en Bag-
dad, facilitó la integración de parte de la insurgencia iraquí en Al Qaeda. An-
tiguo miembro de la organización, Al Zarqawi reclamó el apoyo de Al Qaeda
en una carta a Al Zawahiri en enero de 2004. En octubre de ese año selló su
alianza con Bin Laden tras el juramento de adhesión del grupo Tawhid wa
Yihad y la creación del Comité de Al Qaeda para Mesopotamia, coalición de
varios grupos insurgentes de origen salafista. La integración de la rama ira-
quí tuvo una serie de consecuencias para la propia Al Qaeda, que hizo suyos
los objetivos estratégicos de la insurgencia y las ideas de una nueva genera-
ción de ideólogos yihadistas centrados en la península Arábiga.
Al Qaeda en Mesopotamia ha conseguido sobrevivir a la muerte de Al
Zarqawi y hoy funciona de forma autónoma, siendo un foco de atracción pa-
ra miles de yihadistas en todo el mundo. En 2006 se produjeron 14.338 aten-
tados en todo el mundo que causaron más de 20.000 muertos. El 45 por cien
de los ataques y el 65 por cien de las víctimas se produjeron en Irak.
El principal representante de la nueva hornada de ideólogos yihadistas
fue Yusef al Ayiri, líder de Al Qaeda en Arabia Saudí hasta su muerte, en ju-
nio de 2003. Al Ayiri fue autor de numerosos libros y artículos sobre la estra-
tegia y los objetivos de la yihad. En su obra principal, El futuro de Irak y la
península Arábiga tras la caída de Bagdad, desarrollaba una nueva estra-
tegia que proponía no solo luchar contra Occidente y los regímenes impíos,
sino también contra el expansionismo iraní, cuya punta de lanza son las po-
blaciones de origen chií en todo Oriente Próximo, y muy especialmente en
Irak. Al Ayiri proponía también extender el círculo de la lucha yihadista a
los países limítrofes. Tras su muerte, varios académicos salafistas como Fa-
res al Zahrani, Abu Omar Seyf –ideólogo de los batallones de voluntarios
árabes en Chechenia– o Hamed al Ali han intentado recoger su testigo. Sus
textos circulan hoy por todos los foros yihadistas.
La nueva estrategia de Al Qaeda en Oriente Próximo se ha ido imponien-
do lenta pero inexorablemente. Arabia Saudí ha sufrido desde mayo de 2003
una cadena de atentados contra complejos residenciales, instalaciones petro-
líferas y edificios públicos que han provocado la muerte a más de 300 perso-
nas. El último, el pasado 26 de febrero, en el que murieron cuatro ciudadanos
franceses. Aunque la policía saudí ha logrado desarticular un gran número de
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llamamiento a sus seguidores para preparar una larga guerra contra los
cruzados en Darfur. En septiembre de ese mismo año, un grupo denomina-
do Al Qaeda en Sudán y África se hacía responsable del secuestro y poste-
rior decapitación de Mohamed Taha, director del diario independiente su-
danés Al Wifak. Al Qaeda mantiene, además, fluidas relaciones con las
milicias árabes janjaweed, responsables de parte de las masacres de civiles
de origen cristiano en Darfur.
Las tropas que desplegarán la Unión Africana y la ONU en Darfur serán
objetivo prioritario de Al Qaeda. Por otra parte, en junio de 2006, Bin Laden
aludía a Somalia e instaba a sus seguidores a hacer frente al gobierno provisio-
nal del presidente Abdulahi Yousuf Ahmed, apoyado por el gobierno etíope.
Poco después, la Unión de Tribunales Islámicos (UTI), coalición de diversos
grupos islamistas somalíes, se hacía con el poder en Mogadiscio. La interven-
ción del ejército etíope permitió al gobierno provisional recuperar el poder a
principios de este año. Sin embargo, la inestabilidad continúa en medio de un
desastre humanitario. Al Qaeda ha abierto un nuevo frente en Somalia, estable-
ciendo lazos con la UTI y aprovechando el santuario que ésta posee en la zona
comprendida entre el norte de Kenia y el sur de Etiopía y Somalia.
Por otra parte, Al Qaeda tiene una larga trayectoria en el sureste asiáti-
co. La participación de islamistas indonesios en la yihad afgana facilitó la
simbiosis de Al Qaeda con la Yemaa Islamiyya (YI), que lleva mas de 10 años
ligada a la organización. YI funciona hoy como una red de radicales islámi-
cos que se extiende a través del sureste asiático. En 2000 creó una organiza-
ción paraguas que agrupa en la actualidad a un buen número de los grupos
insurgentes de la zona, entre los que destacan el Frente Moro para la Libera-
ción Islámica de Filipinas, el movimiento Aceh Libre o la Yemaa Salafiyya
de Tailandia. YI es responsable de la mayor parte de los atentados que han
sacudido la zona. Bali, en octubre de 2002, con 202 víctimas; el hotel Marriot
en Yakarta, en 2003; la embajada australiana en Yakarta, en 2004; y nueva-
mente Bali, en 2005. Aunque la policía indonesia ha asestado varios golpes a
la organización, YI cuenta con un núcleo importante de activistas que man-
tienen en jaque a las autoridades indonesias.
Finalmente, cabe destacar a la organización Lashkar e Taiba en Cache-
mira, cuyos lazos con Al Qaeda son conocidos. Esta organización fue la res-
ponsable de los atentados a los trenes de cercanías de Bombay, que causa-
ron más de 45 muertos en agosto de 2006.
El poder de la comunicación
El proceso de descentralización del movimiento yihadista global no se en-
tiende sin una referencia a Internet, que se ha convertido en uno de sus pila-
res. Desde hace años, los grupos yihadistas hacen un uso intensivo de la red
con fines de comunicación interna, propaganda, adoctrinamiento, capta-
ción, financiación y apoyo operativo. Internet facilita el adoctrinamiento
ideológico y contribuye a que los individuos inmersos en la cultura yihadista
no se perciban a sí mismos como sujetos aislados, sino como miembros de
una amplia comunidad global.
Internet refuerza los valores del imaginario yihadista, justifica las con-
ductas transgresoras y deshumaniza al enemigo, al tiempo que mantiene
unidos virtualmente a yihadistas de diferentes países. Cumple, además, una
función de transmisión de conocimientos terroristas. La red se ha converti-
do en una verdadera universidad abierta para los yihadistas. La célula que
cometió los atentados de Londres fabricó los explosivos con fórmulas obte-
nidas en Internet. La proliferación de páginas web con contenidos radicales
facilita esta labor. Hasta el momento se han censado más de 5.000 páginas
en más de 40 países, y el número continúa aumentando. Hoy nadie discute
la idea de que Al Qaeda ha encontrado un santuario en el ciberespacio.
Internet también ha permitido a Al Qaeda desplegar una maquinaria
propagandística cada vez más sofisticada y efectiva que le permite estar
presente en todos los medios de comunicación. La política de comunica-
ción del movimiento yihadista gira en torno dos ejes. La dirección de Al
Qaeda y los distintos foros yihadistas impulsados por la nueva generación
de académicos salafistas en la península Árábiga. Tras varios años de co-
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España y Al Qaeda
Los atentados contra las tropas españolas en Líbano, el 24 de junio, y el pri-
mer atentado suicida contra una columna española en Afganistán, en no-
viembre de 2006, dejan pocas dudas sobre nuestra situación en la lucha con-
tra el terrorismo internacional. España está entre los objetivos del
movimiento yihadista y va a seguir intentando atacar los intereses españo-
les en cualquier lugar del mundo.
En diciembre de 2003, Global Islamic Media, el antecedente de GIMF,
distribuyó dos documentos en los que se comentaba la situación en Irak y
se recomendaba golpear a España. Poco después, se producían los atenta-
dos del 11-M. Desde entonces no hemos dejado de estar entre los objetivos
de Al Qaeda y el ritmo de las alusiones a nuestro país se ha incrementado a
partir de 2006. En diciembre de ese año, Al Zawahiri hacía un llamamiento a
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sus seguidores para liberar Ceuta y Melilla. En marzo de 2007, el GIMF pu-
blicó un comunicado exigiendo a los gobiernos de Alemania, Austria y Es-
paña la retirada de las tropas en Afganistán, y tras los atentados del 11 de
abril en Argel, Al Qaeda en el Magreb instaba a sus partidarios a recuperar
las tierras de Al Andalus. El pasado mayo, la misma organización volvía a
aludir a Ceuta y Melilla en un comunicado en el que amenazaba con más
atentados suicidas.
La amenaza no sólo proviene de los grupos insurgentes que conforman
el movimiento yihadista global, sino también, y muy especialmente, de las
redes de base que pueden constituirse en nuestro territorio. Los atentados
de Madrid marcan un antes y un después en la evolución del activismo yiha-
dista en España, que había sido hasta entonces una base de apoyo. Desde
esa fecha, la policía española ha detenido a más de 330 personas acusadas
de actividades ligadas al radicalismo islámico. Se han desarticulado varias
redes de apoyo al GSPC y al GICM que siguen siendo las organizaciones que
mayores riesgos plantean para la seguridad del país. También se han deteni-
do varios grupos ligados a Al Qaeda en Mesopotamia. Fuentes policiales es-
timan que más de 100 jóvenes musulmanes residentes en España podrían
haber sido reclutados y enviados a Irak. Entre ellos se cita a Belgacem Be-
llil, de origen argelino, responsable del atentado suicida que acabó con la vi-
da de 16 soldados italianos en Nasiriya. La creación de Al Qaeda en el Ma-
greb y las continuas alusiones a Ceuta y Melilla son señales de alarma.
Los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado han realizado un importan-
te esfuerzo en los tres últimos años para mejorar sus capacidades en la lucha
contra el activismo yihadista, y han conseguido importantes éxitos. El núme-
ro de detenidos así lo atestigua, aunque también muestra la extensión y el di-
namismo de las redes de base. El radicalismo islámico constituye hoy la prin-
cipal amenaza para la seguridad de España. El país está experimentando una
profunda transformación demográfica y la población de origen musulmán se-
guirá creciendo en los próximos años. La falta de integración de los recién lle-
gados y los problemas de identidad de los jóvenes musulmanes españoles de
segunda generación son factores de riesgo que seguirán siendo aprovechados
por el movimiento yihadista para potenciar la creación de redes de base.