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SABIDURÍA
ESPIRITUAL
ESPIRITUAL
según los
Padres del
desierto y la
tradición
monástica. Pedro
Latorre. (Laico casado)
Í N D I C E
Introducción pág.
3
1ª Parte:
LOS PADRES DEL DESIERTO
Los orígenes del monacato pág. 5
Comunidad y soledad 8
Una espiritualidad fundada en la realidad 9
Permanecer consigo mismo 14
Desierto y tentación 21
La ascesis 25
Silencio y juicio 27
El conocimiento de nuestros sentimientos 32
Apetitos y tendencias: gula, lujuria y avaricia 34
Los 3 “logismoi” de la vida emocinal: melan-
colía, ira y acedia 40
Los 3 “logismoi” del reino espiritual: vanaglo-
ria, envidia y orgullo 45
Modo de tratar las pasiones: contra la ira, el
miedo y la vanagloria 48
El orden en la vida espiritual 60
Tener la muerte ante los ojos 63
La contemplación como camino de sanación 66
La mansedumbre, señal del hombre espiritual 70
Visión global 73
2
2ª Parte
RETORNAR AL CORAZÓN
El camino de San Benito
San Benito de Nursia Pág. 77
Muchos senderos, un solo camino 80
Schola Caritatis : Escuela de Amor 81
La humildad en el amor 83
El corazón purificado por la Palabra 85
La oración que no cesa 87
Ser conducido por el Espíritu 88
Lectio Divina 89
La Palabra despierta el corazón 90
La ascesis 96
El trabajo de la obediencia 99
Silencio 106
Vigilias 107
La presencia de Dios 107
Ora et labora : trabajo y oración 109
Discretio : la capacidad de discernir 113
Paz benedictina 112
Con María, la Madre de Jesús 121
La Esposa del Verbo 130
3
INTRODUCCIÓN
4
5
Los orígenes del monacato
Ya desde las primeras comunidades judeo-
cristianas, comienza a instaurarse una forma de
vida particular seguida por ciertos cristianos. Su
rasgo más destacado es el celibato, razón por la
que son llamados “solitarios”, distinguiéndose
también por su intensa oración y sus ayunos. Du-
rante los tres primeros siglos, estos ascetas vi-
vieron insertados en la comunidad parroquial, y
su morada habitual era su hogar.
Hacia el siglo IV cesan las persecuciones con-
tra los cristianos y se establece una nueva prác-
tica. Algunos ascetas dejan la comunidad cris-
tiana para aislarse en completa soledad, pero son
reprobados porque su vida se considera incom-
patible con la necesaria permanencia en una “a-
samblea” eclesial.
6
Con el paso del tiempo estos ascetas serán
denominados “monachos” (monje), en sentido de
solitario o solo, o también uno o unificado, para
referirse al que ha logrado la unificación de su
ser en Dios.
7
en el marco de una vida fraterna en comunidad,
la llamada vida cenobítica.
EL MONACATO EN OCCIDENTE
Las primeras fundaciones monásticas se hicie-
ron en la Galia, hacia el siglo IV, por obra del o-
bispo san Martín de Tours, en Milán por san Am-
brosio y en Hipona por San Agustín. Juan Casiano
fundó diversos monasterios en Marsella a cuyos
monjes transmitió las experiencias de los anaco-
retas egipcios, que había conocido en sus viajes.
8
9
“Quien no sabe estar solo, debe cuidarse de la
comunidad.
Cuando Dios te llamó, estuviste solo. Solo debiste
aceptar la llamada de Cristo, cargar con tu cruz, lu-
char y orar. Y solo morirás.
No puedes huir de ti, porque Dios mismo ha queri-
do llamarte y separarte. Si te niegas a estar solo
rechazas la llamada que te hace Cristo y, por tanto,
no puedes tomar parte en la comunidad de sus ele-
gidos.
Quien no está en la comunidad, debe cuidarse
de la soledad.
La llamada de Cristo no se te ha hecho solamente
a ti; estás llamado dentro de una comunidad. Y si la
desprecias y rechazas a los hermanos, rechazas
también a Cristo.
Por lo tanto, sólo dentro de la comunidad cristia-
na aprendemos a estar solos en el sentido recto de
la palabra; únicamente en la soledad aprendemos a
ocupar el lugar que nos corresponde dentro de la
comunidad.
Ambas realidades comienzan simultáneamente con
la llamada de Cristo, y ambas realidades entrañan
graves peligros.
El que anhela la comunidad desechando la soledad
a la que es llamado, se arroja al vacío y al fracaso de
los afectos humanos. El que busca la soledad fuera
de la comunidad, perece en el abismo de la vanidad,
la autoidolatría y la desesperación”.
10
11
UNA ESPIRITUALIDAD
FUNDADA EN LA REALIDAD
“¿Quieres conocer a
Dios? Aprende antes a
conocerte a ti mismo”.
(Evagrio Póntico)
14
¿Cómo reacciona la humildad, por ejemplo,
frente a la ira? Puedo decirme a mí mismo que,
como cristiano, no debería enfadarme con tanta
facilidad y tendría que procurar controlarme y
ser amable, aunque, en el fondo, piense que los
demás son unos incompetentes o, simplemente,
inaguantables.
Sin embargo, la humildad me anima a mirar
más allá, a buscar la raíz de la tensión que me
hace saltar frente a la mínima contrariedad. ¿A-
caso me brota de las heridas que las personas y
la vida me han causado desde niño? ¿Tal vez he
concedido a los demás demasiado poder sobre
mí? ¿Me irrito cuando las cosas no salen según
mis deseos porque me asusta no tener el control
de los que me rodean y de los acontecimientos…?
15
limitación, allí está también mi mayor oportuni-
dad:
“ Tu caída será la que te eduque” porque
“nada sucede sin Dios… Él sabía que esto era
bueno para mi alma y por eso sucedió. De todo lo
que Dios permite, no hay nada que no tenga una
finalidad. Por el contrario, todo está lleno de
sentido y sucede según su plan” (Doroteo de
Gaza, 117s).
17
PERMANECER
CONSIGO MISMO
“Hijo, si quieres ser de
utilidad, permanece en tu
celda, mírate a ti mismo y a tu
trabajo. Salir no te servirá
tanto para progresar, como el
estarte quieto.”
(abad Serapión)
19
“Decía el abba Ammonio que
podría uno estar sentado en
su celda durante cien años
sin ha-ber aprendido cómo se
debe sentar en la celda.”
(Apotegma 670)
P
ermanecer en la celda no es tanto una ubi-cación
física, sino una actitud interior me-diante la que
me pongo delante de Dios y frente a mí mismo. Y,
de esta forma, no soy arrastrado por mis
pasiones y mis turbulencias interiores sino que se
me transmite firmeza. El sosiego exterior
ayudará a que se calme la tor-menta de mis
pensamientos.
1
“Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo
con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a
la Iglesia y mucho más agradarían a Dios si gastasen siquiera la mitad de ese
tiempo en estarse con Dios en oración... Cierto que entonces harían más y
con menos trabajo con una obra que con mil... Es más precioso delante de él
un poco de este amor y más provecho hace a la Iglesia que todas esas obras
juntas...” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 29, 2 y 3)
20
Los monjes sabían que antes de actuar pri-
mero se necesita permanecer, aguantar en la
celda y callar. Entonces, por medio del silencio y
de la paciencia, el agua se serena en la vasija y
cada uno puede ver en ella su verdad.
21
M
uchos siglos después de los padres del desierto,
el filósofo Blaise Pascal a-firmó que una causa
fundamental de las miserias humanas es que
nadie permanece en su habitación consigo mismo.
El hombre actual se halla desconcentrado,
distraído y agitado. Nada puede madurar, nada
puede crecer. La verdad no echa raíces porque
para ello necesita reposo.
22
descansa en una inmensa paz porque Dios mismo
habita allí.
23
Si un monje abandona negligentemente la
celda es porque antes ha dejado la celda inte-
rior del conocimiento de sí mismo, porque si hu-
biera permanecido en ella sería consciente de su
fragilidad, de los peligros que corre y de las fa-
tales consecuencias que le supondrá su teme-
raria decisión.
24
DESIERTO Y
TENTACIÓN
“Nadie puede entrar en el
cielo sin haber sido tentado.
Si quitas las tentaciones no
habrá nadie que pueda
encontrar la salvación.”
(San Antonio)
L
os monjes van al desierto para buscar a Dios y
estar a solas con Él.
26
La vida del hombre está sometida a cons-
tantes luchas e inquietudes. Todos es-tamos
expuestos a las tentaciones que lleva consigo
nuestra existencia.
29
LA ASCESIS
“Para limpiar el corazón hay que
ejercitarse en obras ascéticas…
Los ayunos, las vigilias, el con-
trol de nosotros mismos, la
meditación de las Sa-gradas
Escrituras, lo practicamos para
conseguir la limpieza de
corazón, que está en el amor. Lo
que hacemos lo hacemos para
amar. Por eso la medida de todo
es el amor. Este es el objetivo
de nuestro obrar.”
(Sartory, 108)
E
timológicamente, “ascesis” significa de-sarrollar
un ejercicio determinado para conseguir cierta
habilidad.
31
SILENCIO Y JUICIO
“Si quieres encontrar reposo,
has de repetirte a ti mismo
en cada momento: ‘Y yo
¿quién soy yo?’, y no juzgar a
nadie.”
(Apotegma, 385)
A un padre anciano le
preguntó un hermano: ‘¿Por
qué juzgo con tanta
frecuencia a mi her-mano?’.
Y él le respondió: ‘Porque
todavía no te conoces a ti
mismo. Quien se conoce a sí
mismo no ve las faltas de los
hermanos’.
(Apotegma, 1001)
E
l monje sabe que sólo practica bien la as-cesis si
no cae en el juicio. Por mucho que ayune y ore, no
le sirve de nada si juzga a los demás. En este
caso, la ascesis sólo le ha servido para creerse
más que los otros y ha de-satado su orgullo.
34
calmar las emociones impidiendo que nos manejen
y que determinen nuestros actos. Al callar, se
sosiegan los movimientos interiores y se serenan
los torbellinos emocionales.
35
El desprendimiento es el camino para encon-
trar la fuente interior, para descubrir la verda-
dera riqueza de mi alma: Dios mismo que me da
todo lo necesario para sostener mi vida.
36
EL CONOCIMIENTO
DE NUESTROS PENSAMIENTOS
Y SENTIMIENTOS
E
l encuentro con los propios sentimientos y con
uno mismo es una condición indispensable para el
encuentro con Dios.
APETITOS Y
TENDENCIAS
39
Evagrio distingue tres tipos de apetitos: la
gula o glotonería, la lujuria y la codicia.
41
En la Eucaristía nos unimos a Cristo y a Dios
por medio del pan. Los místicos describen esta
unión como “un gustar a Dios” . El comer, por tan-
to, es un acto básico para la persona, a través
del cual puede saborear a Dios.
LUJURIA
Según Evagrio, “por demonio de la lujuria se
entiende el ansia de dar gusto al cuerpo” .
42
Sexualidad y frustración van muy unidas.
AVARICIA
El impulso hacia la posesión es algo esencial
al hombre, y en esa tendencia se oculta la pro-
funda aspiración al descanso, porque gracias a la
posesión abundante espera no tener preocupa-
ciones y poder entregarse a una vida tranquila.
La experiencia demuestra, sin embargo, que
la codicia puede apoderarse del hombre y tras-
tornarle a causa de sus ansias incontrolables por
conseguir cada vez más.
43
una cadena como el perro. Aun siendo obligado a
ir de una parte a otra, lleva siempre consigo el
recuerdo de sus bienes como un terrible peso y
una carga innecesaria”
44
LOS TRES “LOGISMOI”
(tendencias-pasiones)
DE LA VIDA EMOCIONAL:
MELANCOLÍA, IRA Y ACEDIA.
MELANCOLÍA
La melancolía suele surgir cuando la persona
no logra satisfacer sus deseos o realizar sus pla-
nes, y es habitual que aparezca acompañada de la
ira.
46
presente para vivir en un mundo que se ha ido y
que nunca volverá, o que nunca ha existido.
IRA
47
le ha dado tanto poder en su mente que le per-
sigue siempre y a todas partes.
ACEDIA
49
LOS TRES “LOGISMOI”
(tendencias-pasiones) DEL
REINO ESPIRITUAL: VANAGLORIA,
ENVIDIA Y ORGULLO.
VANAGLORIA
ORGULLO
El orgullo provoca la ceguera del hombre,
pues quiere identificarse tanto con su propio
ideal que rehúsa ver la realidad.
Para los padres espirituales, el orgullo era la
causa de la peor caída del alma humana, porque le
lleva a no buscar en Dios la causa de su virtud,
51
sino en sí misma. Por eso, dirá Evagrio, que el
orgullo puede conducir a la persona a un estado
de locura y perturbación mental, introduciéndola
en un mundo ficticio compuesto por sus irreales
capacidades.
52
MODO DE TRATAR
LAS PASIONES
54
posibilidad que tenemos de hacerles frente co-
rrecta o incorrectamente.
55
Por eso, si se acoge la intranquilidad como
una reacción adecuada y espontánea, puede bro-
tar una paz profunda e, incluso, un acercamiento
a Dios.
56
CONTRA LA IRA
La ira y el malhumor nos dan preocupaciones
y trabajo constantes.
57
pensa-mientos, riñes con el
que te ha molestado”
(Evagrio)
58
te caos emocional le agota y deja su paz interior
hecha añicos.
CONTRA LA VANAGLORIA
La memoria es un método eficaz contra la
vanagloria porque nos recuerda de dónde veni-
mos, quiénes éramos y cuáles son las pasiones que
permanecen. Gracias a ello, nos hacemos
conscientes de que los éxitos o las victorias lo-
gradas no son mérito nuestro, sino más bien de
Cristo que nos ha protegido en nuestras luchas.
Así podemos reconocer que no tenemos nin-
guna garantía de triunfo, sino que todo depende
de la gracia de Dios.
59
La vanagloria se vuelve intrascendente si
permanecemos unidos a Dios mediante la contem-
plación serena, pues nuestro fundamento estará
en Él y ya no seremos estimulados ni sostenidos
por el reconocimiento ni la opinión que los demás
tengan de nosotros.
CONTRA EL MIEDO
El miedo es un sentimiento muy unido a la
condición humana, hasta el punto de que es el
primer estado negativo que aparece en la Biblia
(Gn 3,10).
Sin embargo, hay que aprender a convivir con
el miedo porque tiene un sentido y envía un men-
saje a la persona.
60
Generalmente, la raíz del miedo es el orgullo;
por eso, analizar reflexivamente el sentimiento
de temor puede acercar al hombre a la humildad,
a la aceptación de sus propias limitaciones, fal-
tas y debilidades. Una auténtica reconciliación
con la realidad verdadera e íntima de la persona:
“Sin duda que puedo fallar, pues no tengo por
qué poderlo todo, ni hacerlo todo bien”.
61
Para aceptar según las propias fuerzas una
decisión o un compromiso que parece demasiado
largo o importante puede ayudar, primeramente,
dar un “sí” a la situación, pero no un “sí” absoluto
y definitivo que nos tense y angustie demasiado.
Contentémonos con un sí para lo actual, para este
“hoy” que es el momento presente dispuesto por
la voluntad de Dios, a quien se debe solicitar la
fuerza para un solo día, para poder vivir el pre-
sente.
64
Sé un portero de tu corazón y
no dejes entrar, sin permiso,
a ningún pensamiento. A
todo pensamiento
pregúntale: ‘¿Eres uno de los
nuestros, o de nuestros
enemigos?’. Y si es de casa,
te llenará de paz. Pero si es
de los ene-migos, te turbará
con rabia o levantará en ti la
ambición. Así son los
pensamientos de los
demonios.
(Brief 11)
65
Yo puedo preguntar al miedo que me agobia
qué quiere decirme. Pero también puedo dirigir-
me a él con el salmo 118: “El Señor está conmigo,
nada temo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?”. Por
supuesto que este acto probablemente no acaba-
rá con mi miedo, pero puede ponerme en contacto
con la confianza que ya está oculta en mí. Porque
en mi interior no sólo hay temor, sino también
confianza, puesto que la imagen de Dios perma-
nece imborrable en mi alma y ella entiende el
mensaje de paz que le llega.
EL ORDEN ESPIRITUAL
DE LA VIDA
66
l buen orden del día, la sana alternancia de
trabajo y oración, es el camino de la paz interior
y dispone al hombre en una paz profunda.
Para los antiguos espirituales, la vida espiri-
tual significaba también llevar una existencia
sana, porque a través del orden exterior llega el
monje a un orden interior.
67
dor como una demonio” (N 558). “Donde no hay
humildad, tampoco está Dios” (Arm II 279 A).
68
al ritmo vital, se introducen costumbres insanas
que enferman a la persona. Los rituales sanos dan
confianza, protección y claridad a la vida. Donde
ellos prevalecen se puede vivir, se puede estar.
69
Un hermano preguntó al
anciano padre Ma-cario:
‘Padre, ¿cómo puedo
alcanzar la salva-ción?’. El
anciano le contestó: ‘Mira,
vete al cementerio y
menosprecia a los muertos’.
El hermano cumplió lo
ordenado, regresó y se lo
contó al anciano, y éste le
preguntó: ‘¿No te han dicho
nada?’. Él le respondió: ‘No’.
‘En-tonces continuó Macario
vete mañana y alá-balos’. Así
lo cumplió el hermano y
cuando re-gresó, el anciano
le preguntó: ‘¿No te han di-
cho nada?’. Él le contestó:
‘No’. Entonces, el anciano le
enseñó: ‘Ya ves que no te
han dicho nada ni cuando les
has insultado, ni cuando les
ha alabado. Así tienes que
ser tú si quieres alcanzar la
salvación. Sé como un
cadáver que no presta
atención ni a lo malo que
hacen los hombres ni a sus
alabanzas.’
(Apotegma 476)
70
Los monjes son conscientes de la muer-te, lo
que les hace interiormente más vivos y
presentes. El pensamiento de la muerte les libera
del miedo a la vida porque de-jan de depender
del mundo, de la salud y de la existencia; les
posibilita vivir conscientemente cada momento,
sentir que la vida es un don del que pueden
disfrutar diariamente.
71
intereses de los hombres, con su escala de valo-
res y sus juicios, no tengan ningún poder sobre
nosotros.
LA CONTEMPLACIÓN
COMO CAMINO DE SANACIÓN.
72
El Espíritu Santo se
compadece de nuestra
debilidad y viene
frecuentemente a nosotros,
aunque no seamos dignos de
ello. Si nos visita mientras
hacemos oración, nos llena y
nos a-yuda a liberamos de
todo pensamiento y razo-
namiento que nos aprisiona,
y nos lleva, así, a la oración
espiritual.
(Gebet, 62)
73
te descubrirán el sentido de
toda la creación.
(Gebet, 80)
75
Traduciendo a nuestro lenguaje las ense-
ñanzas de los grandes espirituales, todo esto
quiere decir que la verdadera terapia de nues-
tros problemas y llagas es la oración.
76
LA MANSEDUMBRE COMO
SEÑAL DEL HOMBRE
ESPIRITUAL
79
Los antiguos monjes desarrollaban una espi-
ritualidad que respondía al verdadero espíritu de
Cristo.
VISIÓN GLOBAL
80
Lo que nosotros podemos aprender de los
monjes es la nostalgia de Dios. Esta añoranza es
la que les obligaba a ir al desierto para luchar
contra las pasiones, y a soportar fielmente la as-
cesis. Los monjes tienen ansias de experimentar
a Dios, de unirse con Dios, de vivir en Dios la
plenitud de todo deseo, de la verdadera felici-
dad.
Para ellos Dios es sencillamente “la reali-
dad”, “aquello que existe realmente”, no sus pro-
pias fantasías o las historias virtuales elabora-
das por un corazón herido por el pecado. Ya han
gustado algo de Dios y no descansan hasta encon-
trarle.
81
El camino hacia Dios tiene como fundamento
nuestra propia realidad.
La enseñanza de los monjes es una espiritua-
lidad desde abajo, una piedad que tiene la valen-
tía de contar con todo lo que hay en nosotros, in-
cluidas nuestras sombras, y dirigirlo todo a Dios.
Ellos nos invitan al camino de la humildad por el
que, abajándonos a nuestra realidad, ascendemos
a Dios por medio de Jesucristo.
Para el apóstol Pablo también es éste el ca-
mino: sólo el que desciende primero, puede luego
ascender a Dios (Ef 4, 9s) para que Él nos trans-
forme en la imagen de Cristo, que es la imagen
que Dios ha hecho de cada uno de nosotros.
82
83
84
REDIRE AD
COR
(Retornar al corazón)
85
SAN BENITO
DE NURSIA
86
MUCHOS SENDEROS,
UN SOLO CAMINO.
Un hermano preguntó a un
anciano: ‘¿Qué es un
monje?’ Y el anciano le
respondió: ‘Monje es aquel
que cada día se pregunta
¿qué es un monje?’.
(Apotegma)
D
esde los comienzos la Palabra de Dios llama a
cada uno, lo rodea de una forma particular y lo
consagra a un servicio determina-do,
recreándolo. La Palabra está siempre al prin-cipio
de toda vida cristiana; causa una turbación
profunda y lo cuestiona todo.
88
Los monasterios son lugares proféticos, anti-
cipación del mundo consumado, anuncio constante
de un universo llegado a su plenitud, lleno sólo de
la caridad y la alabanza de Dios.
SCHOLA CARITATIS.
ESCUELA DE AMOR.
“Una escuela del servicio del Señor” ; así
ofrece san Benito su Regla a sus discípulos.
En efecto, no es un conjunto de costumbres
y preceptos a observar, sino una vida que ha de
ser vivida. Los consejos que da Benito son puntos
de referencia sobre un camino que él mismo ha
recorrido antes, guiado por la experiencia y pru-
dencia adquiridas en la vida diaria, y que ha ela-
borado poco a poco para que esa vida de fe se
transmita a los discípulos en el futuro; camino de
conversión del corazón y de la intimidad divina,
en la humilde caridad. Camino hacia el renaci-
miento en el Espíritu que Jesús le descubre a
Nicodemo. Haz esto y vivirás.
91
Confesando su pecado y el amor del Señor,
se descubre y se reconoce pobre y sin recursos;
y liberado de sí mismo, se vuelve compasivo con
sus hermanos, a imagen de Jesús.
92
EL CORAZÓN PURIFICADO
POR LA PALABRA
Antes de que la Palabra de Dios pueda dar el
fruto necesario en nosotros y llegar a conver-
tirse en oración, conviene que habitemos el lugar
profundo que nos ha sido dado para acogerla: es
preciso que retornemos a nuestro corazón.
93
existencia, es decir, porque ininterrumpidamente
salimos de sus manos.
94
LA ORACIÓN QUE NO CESA
En este lugar de Dios en mí está también el
lugar de la oración; una oración incesante mucho
antes de que yo sea capaz de conocer su exis-
tencia o de interesarme por ella. No soy yo quien
ora, sino el Espíritu Santo que no cesa de orar
allí con gemidos inefables (Rom 8, 26).
95
Por lo tanto, vivir en estado de gracia signi-
fica, a nivel profundo, vivir en estado de oración .
Todo mi trabajo consiste en que pase de ser in-
consciente a consciente. Nada más. Tengo que
dejarme envolver por ella desde dentro, a fin de
poder unirme a ella, acogerla y dejarme llevar
continuamente por ella.
SER CONDUCIDO
POR EL ESPÍRITU
El hombre es llamado a entrar en sí mismo y
a reencontrar su corazón para descubrir allí las
huellas de la vida de Dios y contemplar el amor,
en un reposo o quies que no podrá ser turbado
por nada.
96
Madurando la Palabra el hombre se encuen-
tra abierto a la fuerza de Dios; la misma Palabra
se hace oración en él, palabra que dirige al Se-
ñor.
Los Salmos son una palabra que Dios pone en
labios del hombre para que pueda invocarle de
forma infalible: la Palabra de Dios, convertida en
oración, sale del salmista tras haber recreado su
corazón, para volver a Dios.
LECTIO DIVINA
(Lectura divina)
Es cierto que Dios viene a nuestro encuentro
desde dentro de nosotros mismos; sin embargo,
este acontecimiento divino sólo despierta y se
activa por hechos exteriores a nosotros: deter-
minadas personas, esperanzas, fracasos, caídas,
pruebas... Todos estos acontecimientos reciben
su sentido y son iluminados por la Palabra de
Dios, a cuya luz verdaderamente creadora nace
en nosotros nuestro ser más profundo, que es
nuestro corazón viviendo según Dios.
LA PALABRA DESPIERTA
EL CORAZÓN
El poder que obra en la lectio divina y en la
oración, y el nuevo ser que nacerá de ellas, per-
tenece exclusivamente a la Palabra de Dios
El esfuerzo no corresponde en primer lugar
al hombre, como tampoco le pertenecerá el re-
sultado.
98
labra como es en verdad, pues el corazón del
hombre es el lugar de Dios.
99
Al final de todo resulta que nuestro corazón
era el lugar de Dios.
Dios estaba allí y no lo sabíamos porque
nuestro corazón dormitaba.
100
cretos de cada día y hacer que podamos expe-
rimentar su presencia de manera nueva en medio
de nuestra vida cotidiana.
101
LA ASCESIS
La ascesis, fundamentalmente, no es más que
nuestra participación ya desde ahora en el miste-
rio pascual de Jesús.
102
En este sentido, cada forma de ascesis está
cargada de una eficacia particular en un terreno
preciso, aunque todas tienden por igual a hacer
crecer la vida de Jesucristo, cuya fuente está en
lo más profundo de nosotros.
103
Es sorprendente constatar que todas las
formas de ascesis que han practicado espontá-
neamente los monjes a lo largo de su historia,
son las mismas que Cristo cultivó en un momento
u otro de su existencia terrena. Fue perfecta-
mente obediente en todo hasta la muerte, vivió
en el celibato, no quiso tener un lugar propio
donde reclinar la cabeza, conoció el ayuno in-
tenso, se retiraba frecuentemente a un lugar de-
sierto para adelantarse al día o pasar noches
enteras en oración...
104
Este punto muerto del agotamiento era de-
signado a veces por los Padres antiguos con el
nombre de acedia . Es una situación temible de
tentación que puede provocar la desesperación.
El monje, en algunos casos, puede llegar a revol-
verse contra sí mismo o contra Dios.
105
trata del resultado de la ascesis cristiana, ya sea
el celibato, el ayuno o la obediencia.
Dios lo realiza un día, de forma inesperada,
en el hombre que, por propia experiencia, sabe
que abandonado a sus solas fuerzas naturales,
esta lucha está fuera de su alcance. Su vocación,
como la de todo bautizado, es prestarse humil-
demente al milagro, con la alegría de un corazón
contrito, pero que espera confiadamente en el
amor de Dios.
106
dida de gracia en el camino de la adhesión a Je-
sús en su misterio pascual.
EL TRABAJO
DE LA OBEDIENCIA
108
No se trata, en primer lugar, de simples ór-
denes o mandatos que hay que encajar, se quiera
o no. Consiste en tomar la condición de servidor
en la oblación de uno mismo y hacerse, de este
modo, “obediencia”.
109
Ahora bien, entre Jesús y el Padre sólo exis-
te la lógica del amor. La voluntad del Padre no es
capricho ni dominación; es deseo de amor, desig-
nio de redención, entrañas de misericordia y
ternura.
110
enemigo que ha venido a golpear conoce la dulzu-
ra de un beso de amistad. “En esto se conocerá
que sois mis discípulos” (Jn 13,35). En el Evan-
gelio ya no queda lugar para otra lucha; sólo cabe
esta estrategia del amor. Entonces todo puede
ser posible.
111
A lo largo del día encuentra mil ocasiones de
ceder paso al deseo del otro, de escuchar y
aceptar la opinión de su hermano, para captar
esa parte de verdad que tiene el otro e intentar
unirse a él por encima de las diferencias.
112
Ahí, en la turbación y la humilde fidelidad,
con sencillez, sin llamar la atención, conquista su
prodigiosa libertad, según la medida de su alma:
“Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt
23,69).
113
El monje, de tal forma vencido, no tiene más
recurso que abandonarse al poder del Espíritu,
que en adelante realizará el trabajo y le condu-
cirá al reposo de Dios. Ponía la confianza en sus
propios recursos, y resulta que le era preciso
desprenderse de ellos. Por el abandono de la
obediencia, el Espíritu Santo llevará a cabo en él
la obra de Dios.
SILENCIO
El buen discípulo es un hombre de escucha.
El silencio aumenta la sensibilidad para es-
cuchar la palabra interior que el Espíritu Santo
no deja de pronunciar en el corazón.
114
VIGILIAS
Jesús sustraía una parte de su sueño para
velar durante la noche.
LA PRESENCIA DE DIOS
“Estemos ciertos de que Dios nos está mi-
rando en todo lugar” (San Benito).
Vivir en la presencia de Dios significa, ante
todo, que me dejo mirar constantemente por Él
en lo más íntimo de mi corazón; que le expongo
todos mis pensamientos y sentimientos para que
115
me haga saber hasta que punto estoy apegado a
mí mismo.
La vida en presencia de Dios es un proceso
de purificación mediante el que todo lo que hago
y decido queda ante la penetrante luz de Dios
para que Él lo ilumine. Por eso la vida ante Dios
conduce a un conocimiento personal cada vez más
profundo.
Bajo la luz de Dios nada queda oculto o con-
fuso, ningún sentimiento nebuloso, ninguna viven-
cia sin superar, ningún deseo auténtico sin sa-
tisfacer.
116
ORA ET LABORA.
TRABAJO Y ORACIÓN.
117
realizada se la entregamos a Dios para que haga
con ella lo que Él desee. La oración nos hace
libres para vivir totalmente en el presente, tanto
para insertarnos en el trabajo cuando corres-
ponde, como para que deje de ocuparnos inte-
riormente cuando sea necesario.
119
exclusión del mismo Cristo que llama a la puerta
en forma de hermano pobre. Una comunidad que
permite la existencia de miembros marginados,
se hundirá por su causa.
120
nuestra propiedad, sino como un don que nos ha
sido confiado por Dios.
Cuando conectamos entre sí oración y traba-
jo, también éste se convierte para nosotros en
un lugar de vida espiritual en el que no nos sepa-
ramos de Dios, sino en el cual podemos practicar
la actitud correcta con respecto a Él y a nuestro
prójimo: obediencia, serenidad, paciencia, con-
fianza y capacidad de perder la vida.
“DISCRETIO”:
LA CAPACIDAD DE DISCERNIR.
«Siempre debe tener muy presente el
abad lo que es y recordar el nombre con
que le llaman, sin olvidar que a quien mayor
responsabilidad se le confía, más se le
exige (Lc 12,48). Sepa también cuán difícil
y ardua es la tarea que emprende, pues se
trata de almas a quienes debe dirigir, y son
muy diversos los temperamentos a los que
debe servir. Por eso tendrá que halagar a
121
unos, reprender a otros, y a otros conven-
cerlos; y conforme al modo de ser de cada
uno y según su grado de inteligencia, debe-
rá amoldarse a todos y lo dispondrá todo de
tal manera que, además de no perjudicar al
rebaño que se le ha confiado, pueda tam-
bién alegrarse de su crecimiento»
(RB 2,30-32).
PAZ BENEDICTINA.
La imagen ideal del hombre para Benito no es
la persona eficaz y activa, ni la que posee unas
dotes extraordinarias, ni el gran asceta…, sino el
ser humano sabio y maduro que sabe poner en
contacto a las personas, quien genera a su alre-
dedor una atmósfera de paz y comprensión.
Sin embargo, uno mismo no puede pretender
por las buenas ser una persona creadora de paz,
pues sólo puede crearla quien ha establecido la
paz en su interior, quien se ha reconciliado con-
sigo, con sus debilidades y defectos, con sus ne-
cesidades y deseos, con sus tendencias y aspira-
ciones contradictorias.
Crear paz no es un programa que cualquiera
pueda ponerse como meta, sino que brota direc-
tamente de la paz interior, y ésta sólo se alcanza
mediante la lucha constante de la oración para
aceptar todo cuanto Dios desea respecto a la de-
bilidad propia y ajena.
123
Nuestra reacción normal ante la debilidad de
quienes nos rodean es el enojo y la cólera. El
hermano débil o torpe nos hiere en el honor y en
el orgullo. A todo el mundo le gustaría poder sen-
tirse orgulloso de sus hijos, de sus padres, de
sus hermanos de comunidad…
Cuando hay ovejas negras en el grupo no se
las reconoce y se les empuja hacia el margen. So-
bre todo para que los de fuera no las descubran,
pues ello perjudicaría la buena fama propia.
A veces nos sentimos personalmente ofendi-
dos cuando uno de los “nuestros” se comporta
mal.
124
tud amorosa ni la severidad y la reprensión, «re-
curra también a lo que es más eficaz: su oración
personal por él, junto con la de todos los herma-
nos, para que el Señor, que todo lo puede, le dé
la salud al hermano enfermo» (RB 28,4-5).
125
esto no queremos decir que haya discri-
minación de personas, no lo permita Dios,
sino consideración de las flaquezas. Por
eso, aquel que necesite menos dé gracias a
Dios y no se entristezca; pero el que nece-
site más humíllese por sus flaquezas y no
se enorgullezca por las atenciones que le
pro-digan. Así todos los miembros de la
comuni-dad vivirán en paz»
(RB 34,1-5).
126
salud psíquica un intenso cariño y solicitud huma-
na…
Cuando reconozco de tal forma mis necesi-
dades, es decir, no como derechos sino como li-
mitaciones o carencias propias, y además me
atengo a ellas a la vista de mi debilidad, vivo en
paz conmigo mismo; mis necesidades no se con-
vierten en un ataque contra quienes no las tie-
nen. Y, viceversa, quienes tienen menos necesida-
des y, por ejemplo, pueden comer menos, no han
de enorgullecerse ni considerarse superiores a
los demás. Ello sólo conduciría a una comparación
estéril que es la causa de toda discordia. Han de
dar gracias a Dios porque necesitan menos, pero
sin considerarse superiores a los demás. Enton-
ces la renuncia produce alegría interior.
Satisfacer las necesidades con agradeci-
miento y poder renunciar con la misma gratitud:
ahí se encuentra el camino hacia la paz con uno
mismo y, por tanto, hacia la paz con los demás. Y
esta actitud anula la murmuración, que amenaza
la paz dentro de la comunidad y paraliza todo
progreso espiritual.
127
128
CON MARÍA,
LA MADRE DE JESÚS.
Acogida de la Palabra
129
todas las gracias lleguen a los hombres por medio
de ella.
Por esta razón, amarla y conocerla es descu-
brir el verdadero significado de todo y tener ac-
ceso a toda sabiduría. Sin ella, el conocimiento
de Cristo son simples suposiciones. Pero en ella
se transforma en experiencia, porque Dios le dio
toda la humildad y toda la pobreza, sin las cuales
no se puede conocer a Cristo. Su santidad es el
silencio, el único estado en que Cristo puede ser
oído, y la voz de Dios llega a nosotros mediante
la contemplación de la Virgen.
130
ninguno. Y, con todo, podemos decir que somos
como ella. Esta semejanza no es solo algo
deseable, sino la cualidad humana más digna: pero
la razón de ello es que María, entre todas las
criaturas, fue la que restauró más perfecta-
mente la semejanza con Dios que Dios quería
encontrar en todos nosotros.
131
situara en el mismo nivel de Cristo. Pero esto es
completamente contrario a la verdadera doctrina
de la Iglesia católica, pues olvidamos que la prin-
cipal gloria de María esta en su nada, en el hecho
de ser la “Esclava del Señor” , que al convertirse
en la Madre de Dios actuó, sencillamente, en
amorosa sumisión a Su mandato, en pura obedien-
cia de fe. Es bienaventurada, no en virtud de
alguna mítica prerrogativa, sino en todas sus li-
mitaciones humanas, como la que ha creído. Son
la fe y la fidelidad de esta humilde esclava, «lle-
na de gracia», las que le permiten ser el perfecto
instrumento de Dios, y nada más que su
instrumento. La obra hecha en María fue única-
mente obra de Dios: «El Poderoso ha hecho
obras grandes por mi» .
La gloria de María es, pura y simplemente, la
gloria de Dios en ella; y la Virgen, más que nin-
guna otra persona, puede decir que no tiene nada
que no haya recibido de Él por mediación de
Cristo.
En efecto, esta es precisamente su mayor
gloria: que no teniendo nada propio, no conser-
vando nada de un «yo» que pudiera gloriarse en
algún mérito propio, no puso ningún obstáculo a la
misericordia de Dios y en modo alguno se resistió
a su amor y a su voluntad. Por eso recibió más de
Dios que ningún otro santo. Él pudo llevar a tér-
132
mino su voluntad perfectamente en ella, y su
libertad no fue dificultada ni desviada de su
finalidad por la presencia de un yo egoísta en
María. Era, por lo tanto, una libertad que obe-
decía a Dios perfectamente, y en esta obediencia
encontró la consumación del amor perfecto.
133
Toda nuestra santidad depende del amor ma-
ternal de María. Las personas que ella desea que
compartan la alegría de su pobreza y sencillez,
las que ella quiere que estén ocultas como ella
está escondida, son las que comparten su intimi-
dad con Dios.
Es, por tanto, una gracia inmensa y un gran
privilegio el que una persona que vive en el mundo
en el que tiene que vivir, de pronto pierda su
interés por las cosas que absorben a ese mundo y
descubra en su propia alma un hambre de
pobreza y soledad. Porque el más precioso de
todos los dones de la naturaleza y de la gracia es
el deseo de estar escondido, desaparecer de la
vista de los hombres, ser tenido en nada por el
mundo, despojarse de la propia consideración
autoconsciente y disiparse en la nada, en la
inmensa pobreza que es la adoración de Dios.
134
Todas las generaciones, pues, tienen que
llamarla bienaventurada, porque todas reciben a
través de la obediencia de María toda la vida y la
alegría sobrenaturales que Dios les concede.
135
de su corazón, una vida que se desarrolla pausa-
damente para tomar cuerpo en él.
136
una madre vela sobre el fruto que lleva en sus
entrañas, junto a su corazón.
137
Muchos se le acercan buscando una palabra
de discernimiento que sea semilla de salvación,
una palabra de profeta que les desvele el sentido
de los seres y las cosas, y que señale el camino
por el que Dios viene cada día al encuentro de su
pueblo.
138
que se unen incansablemente la de la Esposa y la
de cada fiel: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
139
que viene del interior, como reflejo de un fuego
que arde bajo la superficie. Es también la belleza
del espíritu, la belleza de Dios, de la cual no po-
seemos aquí abajo más que los rasgos aparecidos
en el rostro del Señor Jesús (2Co 4,6), y de
aquellos que caminan tras él, en su luz.
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Si quieres saber más:
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
Anselm Grun:
- “La sabiduría de los Padres del desierto”
- “Elogio del silencio”
- “Las fuentes de la espiritualidad”
- “San Benito de Nursia”
Thomas Merton:
- “La sabiduría del desierto”
- “Nuevas semillas de contemplación”
- “Vida y santidad”
André Louf:
- “Mi vida en tus manos”
- “El camino cisterciense”
- “Escuela de contemplación”
- “La vida espiritual
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