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El Militante

III. El Estado (2)


autor El Militante
miércoles, 22 de enero de 2003

El poder obrero

El surgimiento de elementos de poder obrero es una característica invariable de cualquier proceso revolucionario. En la
revolución rusa, en la revolución española de los años treinta, en Chile en 1973, en Mayo del 68, asistimos al surgimiento
de estos organismos de poder obrero.

En la historia oficial burguesa sobre la Revolución de Rusa de 1917, la acción de las masas es sustituida por una
“conspiración bolchevique” según la cual Lenin se sacó de la manga unos soviets y dio un golpe de Estado
a través del cual implantó una dictadura comunista.

Pero la verdadera historia fue diametralmente opuesta. La revolución rusa empezó en febrero de 1917 con el estallido de
una huelga de trabajadoras del sector textil en Petrogrado. No era, ni de lejos, el sector más organizado de la clase
obrera. Pero la huelga se generalizó y los intentos de reprimirla no hicieron más que transformarla en una insurrección,
los mandos perdieron el control de la tropa y se formaron comités de soldados, de obreros y de campesinos: los soviets.
Cuando las masas se pusieron en acción, actuaron instintivamente y recurrieron a la memoria de la revolución de 1905,
cuando por primera vez se crearon estos órganos de poder.

En Rusia estos elementos de poder obrero, que surgen en cualquier proceso revolucionario, acabaron transformándose
en un Estado obrero con la destrucción total del viejo aparato del Estado burgués. Sin embargo, en el caso de la
Revolución Española el proceso acabó con el triunfo de la contrarrevolución fascista. La explicación de tales diferencias
tiene bastante que ver con la actitud de los dirigentes de la CNT, en un caso, y la dirección del Partido Bolchevique, en el
otro, hacia la cuestión del poder y del Estado.

El doble poder

La aparición de estos órganos de poder obrero no significan el triunfo automático la revolución, sino que desemboca en
una situación de “doble poder”, pues aún se mantienen los elementos de poder burgueses, restos del
antiguo ejército, la policía secreta, etc. Lo que caracteriza una situación de doble poder es su inestabilidad. O gana uno o
gana otro en un periodo de tiempo relativamente breve.

La Revolución de Febrero supuso la creación de los soviets, que eran elementos de poder obrero pero que no detentaban
todo el poder sino que lo “compartían” con los restos del poder burgués. Al principio, los bolcheviques ni
siquiera tenían mayoría dentro de los soviets y el gobierno provisional estaba en manos de la burguesía, con el apoyo
directo del partido menchevique y de los socialrevolucionarios.

En la Revolución Española la situación de doble poder se dio dentro del campo republicano. La experiencia de la II
República no había satisfecho a nadie: los campesinos seguían sin tierra, los trabajadores explotados y con salarios
miserables, la cuestión nacional no se había resuelto... para la burguesía la república ya no servía para evitar la revolución
social, y la libertad sindical y política ya se hacía demasiado molesta como para seguir permitiéndola. Cuando se
produce el levantamiento militar, el 18 de julio de 1936, la burguesía ya había decidido acabar con “el juego
democrático” e instaurar una dictadura militar. Si estos planes no tuvieron un éxito inmediato fue única y
exclusivamente por la heroica respuesta de la clase trabajadora que salió a la calle, desplegando el ingenio y la valentía
que le son propias, asaltando los cuarteles, confraternizando con los soldados —que organizaban
motines—, etc.

Por la acción de las masas el golpe militar fracasó en buena parte del país. Si el enfrentamiento al golpe hubiera dependido
de la actitud de Azaña y su gobierno, Franco hubiera triunfado sin problemas en poco tiempo. De hecho el gobierno
republicano había censurado a los periódicos obreros que denunciaban los persistentes rumores del levantamiento
fascista y les quitaba importancia, diciendo que eran en todo caso pronunciamientos aislados, etc.

La respuesta de los trabajadores llevó, igual que en la Rusia del 17, a una situación de doble poder. Por un lado las
milicias obreras y los comités obreros, por otro lado el gobierno, la guardia de asalto, unidades del ejército, etc.

Dos ejemplos históricos

¿Cómo actuaron los dirigentes bolcheviques y cómo actuaron los dirigentes anarquistas en esta situación? ¿Cuál fue su
postura hacia la cuestión del poder, que se plantea en toda su crudeza precisamente en una revolución?

La orientación fundamental de los bolcheviques, desde abril de 1917 era “todo el poder para los soviets”.
Mientras tanto era necesario ayudar a que las masas comprendiesen la necesidad de poner en práctica esta idea sin
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otorgar ninguna confianza hacia la política del Gobierno Provisional, que continuaba con su programa burgués y
proimperialista. Para Lenin esta tarea de “demolición” de la antigua “máquina” del Estado
estaba realizada sólo parcialmente, los trabajadores y los campesinos habían comenzado a destruir el viejo aparato
estatal pero era fundamental derribarlo del todo para garantizar las conquistas de la revolución y empezar a poner en
marcha la organización socialista de la economía. Obviamente esto significaba en primer lugar la consolidación del poder
obrero, de sus organismos de defensa y ejecutivos, la guardia roja y los soviets, para garantizar el fracaso de cualquier
intentona contrarrevolucionaria. En la práctica se trataba de establecer un Estado de transición, el Estado obrero que
desde el primer momento iría disolviéndose en la medida en que las bases materiales para la explotación de clase
desaparecieran con la expropiación de la burguesía.

El anarquismo, por principio, está en contra de todo poder, sea cual sea su carácter de clase. Desde su teoría, el
anarquismo considera posible la transformación social sin sustituir el viejo Estado burgués por ningún poder, pero como
explicó Lenin en su obra El Estado y la Revolución, ¿qué es la organización armada de los trabajadores defendiendo la
revolución sino un ejemplo de Estado obrero?

¿Cómo soportó la teoría anarquista la prueba de la revolución? En primer lugar, a pesar de todas las concepciones
anarquistas y su arraigo en el movimiento obrero, a partir de julio de 1936 existía una situación de doble poder. Una ironía
de la historia es que los elementos de poder obrero, como las milicias, estaban en gran medida controlados por la CNT y
los propios dirigentes anarquistas.

Esto fue especialmente cierto en Catalunya, donde la respuesta de las masas contra la intentona militar fue tan virulenta
que toda la situación estaba controlada por las milicias de la CNT. El 21 de julio éstas habían acabado con todos los
focos de reacción. El gobierno de la Generalitat, presidido por el burgués Lluís Companys quedó “suspendido en el
aire”. Esa misma mañana Companys, que se había destacado como represor de los anarquistas, tuvo que llamar
a los dirigentes cenetistas: “Fuimos a la sede del Gobierno catalán” cuenta Abad de Santillán,
“con las armas en la mano (...) Algunos de los miembros de la Generalitat temblaban, lívidos (...). El palacio de la
Generalitat fue invadido por la escolta de los combatientes”. Lluis Companys dijo: “Siempre habéis sido
perseguidos duramente, y yo, con mucho dolor, pero forzado por las realidades políticas (...), me he visto forzado a
enfrentarme y perseguiros. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los
militares fascistas (...) Habéis vencido y todo está en vuestro poder. Si no me necesitáis o no me queréis como
presidente de Cataluña, decídmelo ahora”. La respuesta de los dirigentes cenetistas fue concluyente, en
palabras de Abad de Santillán: “Pudimos quedarnos solos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca
la Generalitat y colocar en su lugar el verdadero poder del pueblo, pero no creíamos en la dictadura cuando se ejercía
contra nosotros, y no la deseábamos cuando podíamos ejercerla nosotros mismos a expensas de otros. La Generalitat
habría de quedar en su lugar con el presidente Companys en la cabeza”*.

Renunciando a acabar con el poder de la Generalitat e inhibiéndose de instaurar el “poder del pueblo” lo
que se estaba haciendo en realidad era dejar a la burguesía una preciosa ventaja para retomar la iniciativa y reconstruir
su propio Estado, seriamente maltrecho en el campo de la república. La victoria del fascismo fue posible en la medida
en que la revolución fue traicionada en el campo de la república. Después de “renunciar” al poder,
después de dejar el trabajo “a medias” la contrarrevolución retomó la iniciativa con la inestimable
colaboración de los dirigentes estalinistas, de los sectores más derechistas del PSOE y también con los dirigentes de la
CNT, que participaron en el gobierno de la II República y de la Generalitat, facilitando su labor de disolución de las
milicias, el reestablecimiento del ejército regular y la liquidación de los órganos de poder obrero en las fábricas y en el
campo.

Una idea incorrecta se convierte en reaccionaria

En las palabras de Abad de Santillán no querían ejercer el poder “a expensas de otros”. ¿Qué otros?
¡Esos otros eran la burguesía!

En épocas “normales” —es decir, cuando el único poder que realmente existe es el poder
burgués, ejercido a través del Estado burgués—, defender la lucha “contra todo tipo poder” o la
idea de que “todo poder es intrínsicamente malo”, a pesar de ser un tremendo error tiene un coste
práctico menor. Ahora bien, en una situación revolucionaria —que es la verdadera prueba para cualquier ideología
que se pretenda revolucionaria— proclamar la indiferencia u hostilidad hacia cualquier tipo de poder es,
independientemente de las intenciones subjetivas, una idea tremendamente reaccionaria, porque deja la iniciativa a la
clase que realmente tiene claro la necesidad de detentar el poder: la burguesía.

Incluso desde un punto de vista moral ¿cómo no va ser infinitamente más justo el poder de la mayoría de los oprimidos
contra un puñado de privilegiados que el poder de ese mismo puñado contra la mayoría de la sociedad? En un
contexto normal decir “pues ni una situación ni la otra” no afecta gran cosa a la realidad. Pero decir eso en
un contexto revolucionario, que se caracteriza por una situación de doble poder, que sólo puede desembocar en la victoria
del uno sobre el otro, tampoco afectaría gran cosa a la realidad... ¡excepto si quien lo proclama es quien de hecho tiene
el poder en sus manos!, como los dirigentes de la CNT en Catalunya en julio de 1936.
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Una combinación de factores históricos, políticos y sociales dieron, a través de la CNT, la mejor oportunidad que el
anarquismo pudo desear para poner en práctica sus ideas sobre la revolución social sin poder político, la desaparición
inmediata del Estado, etc... Dispuso del apoyo del proletariado enormemente combativo, con arraigadas tradiciones
insurreccionales, que dio su vida para acabar con el capitalismo y por construir una sociedad más justa. Dispuso de
una organización que reunía a la mayoría del proletariado desde el principio de la revolución, de dirigentes forjados por
años de experiencia... y sin embargo fracasó.

Sería injusto atribuir la responsabilidad de la derrota exclusivamente a los dirigentes de la CNT. Igual o mayor
responsabilidad tuvieron los dirigentes del PSOE y del PCE, pero eso no cambia para nada las cosas. Sin el propósito
decidido de tomar el poder es imposible culminar con éxito una revolución, no digamos renunciando de antemano al
poder.

La teoría es una guía

para la acción

No hay nada peor, para justificar los errores de orientación política, que subestimar la fuerza de la clase obrera y su
capacidad de lucha y exagerar las dificultades y las fuerzas del enemigo. Los bolcheviques también tuvieron que
vérselas con sus reformistas, con las maniobras de la burguesía, con la superioridad militar del ejército capitalista, si
cabe en mucha mayor medida que en el caso de la Revolución Española. También pudieron cometer errores de
apreciación a la hora de tomar tal o cual decisión. Pero una cosa tenían muy clara, en una revolución, para la que se habían
preparado durante años, es cuando se produce el mayor despliegue de autoritarismo y de fuerzas que en cualquier otra
situación y el deber de cualquier revolucionario es estar preparado para ella, para saber utilizar el enorme caudal de
fuerza que despliega la clase obrera y utilizarla de una forma adecuada contra la burguesía.

En la teoría marxista, la única forma de combatir el poder de la burguesía, de destruir el Estado a su servicio, es
enfrentándolo al poder de la clase obrera. Pero para el marxismo la teoría es la generalización de la experiencia real, no
una inspiración del cielo, ni la revelación de principios morales de convivencia entre los hombres.

Concretamente, la teoría marxista del Estado, es producto del estudio de la Comuna de París, en la que, por primera vez
en la historia, el proletariado, actuando de una forma independiente de la burguesía y contra la burguesía —en la
época de las revoluciones burguesas el proletariado apoyaba a la burguesía contra el feudalismo— creó su propio
embrión de Estado obrero. El problema radicaba en que en 1871, el proletariado era aún demasiado débil para extender
su poder y mantenerse en él y la burguesía pudo aislar la revolución. Pero el desarrollo de la clase obrera era cuestión de
tiempo. La lección más importante de la gesta heroica de la Comuna fue que la clase obrera, al luchar contra el régimen
capitalista y enfrentarse al aparato represivo de la burguesía, creaba sus propios órganos de poder, y no le bastaba con
utilizar el viejo aparato del Estado en su beneficio. Como Marx explicó, la Comuna reveló la necesidad de destrozar el viejo
aparato estatal y reemplazarlo por los órganos del poder popular.

Es más, aunque a una escala inferior, incluso en situaciones no revolucionarias, la cuestión del “doble
poder” se da. En una huelga en una fábrica, por ejemplo, siempre surge la cuestión: ¿quién manda aquí, el
empresario o los trabajadores? En una huelga general, también, ¿quién es el dueño de la calle? ¿Los manifestantes o
la burguesía? Si el enfrentamiento es más duro y la burguesía intenta disolver la manifestación, los trabajadores
intentarán protegerla, organizando un servicio de orden. Ahí tendremos, una situación de doble poder de baja intensidad.
Son ejemplos que normalmente están limitados en el tiempo y en el espacio pero, que en determinadas circunstancias
se elevan a una escala cualitativamente diferente y determinan quién tiene el control efectivo de la sociedad.

La teoría anarquista del Estado, a diferencia de la teoría marxista, enfoca la cuestión del poder desde un punto de vista
moral y al margen de las tareas prácticas que la clase obrera se encuentra en su camino hacia la revolución. En general
todos podemos estar de acuerdo al preferir la libertad a la imposición. No es necesario ni siquiera considerarse
anarquista o comunista para simpatizar con esta idea, cualquier persona medianamente culta la hace suya.

Todos podemos estar de acuerdo en que el Estado, en general, implica violencia. Eso es evidente, el ejército, que está
a la vista de todo el mundo, no existe como figura decorativa, como tampoco lo eran las milicias en los años 30 o los
soviets. Pero la cuestión es imposición de quién contra quién, violencia de quién contra quién. El poder es una cuestión
de clase.

Sin haber leído a Marx, los trabajadores de todo el mundo percibieron instintivamente el carácter de clase del Estado
soviético nacido de la Revolución de Octubre de 1917. Vieron el triunfo del Estado obrero en Rusia como una conquista
colosal de la humanidad, vieron que era posible un deseo que parecía imposible: que aquéllos que no tenían nada
pudiesen acabar con la opresión de la burguesía. Ese torrente de inspiración fue el que estuvo presente en buena parte de
los procesos revolucionarios de nuestro siglo en el que participaron no pocos obreros y jóvenes anarquistas.

El Estado obrero
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Si al día siguiente de haber acabado con el régimen burgués, el Estado obrero embrionario se autodisolviese,
automáticamente la burguesía, ansiosa por recuperar sus privilegios, volvería a reconstruir un aparato de represión para
acabar con la revolución, con el apoyo de la burguesía de otros países.

La experiencia de la Revolución Rusa, así como la de la Comuna de París demostraron que el esquema anarquista
‘Revolución Social - Destrucción del Estado Burgués - Anarquía’ no se correspondía con la realidad, y no por
ninguna conspiración bolchevique sino por las leyes de la propia revolución.

Marx, polemizando con los proudhonianos y los ‘antiautoritarios’ sobre el Estado obrero señalaba:

“...Si la lucha política de la clase obrera asume formas revolucionarias, si los obreros sustituyen la dictadura de la
burguesía con su dictadura revolucionaria, cometen el terrible delito de leso principio, porque para satisfacer sus míseras
necesidades materiales de cada día, para vencer la resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y
transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo...”*.

El Estado obrero tiene características esencialmente distintas del Estado burgués. Sólo tiene en común que sigue siendo
un organismo de opresión, pero no ya de una minoría sobre una mayoría sino al revés y que además, ya no tiende a
fortalecerse más y más, como ocurría con el Estado burgués anteriormente, sino que tiende a extinguirse en la medida
en que desaparecen las clases sociales, y por lo tanto, la necesidad misma de reprimir. Desde un primer momento el
Estado obrero es mucho más democrático que el más democrático Estado capitalista.

Lenin señalaba al respecto: “A medida que las funciones del poder son las del pueblo entero, este poder no es
tan necesario. La abolición de la propiedad privada de los medios de producción elimina la labor principal del Estado
formado por la historia: la defensa de los privilegios de la minoría contra la inmensa mayoría”*.

Lenin defendió que este Estado transitorio, para evitar caer en la burocratización, debía tener una serie de características:

1.- Los funcionarios debían ser elegibles y revocables en cualquier mo-mento.

2.- El salario de los funcionarios no podía pasar del salario medio de un obrero cualificado.

3.- Rotatividad en las funciones administrativas: “si todos somos burócratas nadie es burócrata”

4.- Sustitución del ejército permanente por el pueblo en armas.

Durante un tiempo el Estado obrero nacido de la Revolución Rusa era un Estado bastante democrático aunque con
alguna deformación que Lenin insistía en combatir.

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