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capitalista
El modo capitalista de producción vive ya bajo los regímenes feudales, semiteocráticos
y de monarquía absoluta, y tiene como característica económica el trabajo asociado, por
el cual, cada obrero individualmente no puede efectuar todas las operaciones necesarias
para la confección del producto y estas en cambio son confiadas sucesivamente a
distintos operarios.
La revolución burguesa nace de este contraste, y es la guerra social que los capitalistas
desencadenan y dirigen para liberarse a si mismos de la servidumbre y de la
dependencia de las viejas castas dominantes, para liberar las fuerzas de la producción de
las viejas prohibiciones, y para liberar de las mismas servidumbres y de las mismos
esquemas a las masas de artesanos y de pequeños propietarios, que deben surtir el
ejército de los asalariados y que deben llegar a ser libres de llevar al mercado su fuerza
de trabajo.
El análisis dado por Marx en El Capital de este clásico tipo de economía capitalista
libre de cualquier vinculo estatal, y de las leyes de su desarrollo, facilita la explicación
de las crisis de superproducción a las que conduce la carrera sin freno hacia el beneficio,
y de las bruscas repercusiones por las cuales el exceso de los productos y la caída de su
precio determinan periódicas oleadas de crisis en el sistema, cierre y quiebra de
empresas, con la caída en la oscura miseria de multitud de trabajadores.
Con sus incurables contradicciones económicas, en el complicado proceso histórico
lleno de multiformes aspectos locales, de avance y retroceso, de oleadas y
contraoleadas, ¿tiene el capitalismo como clase social la posibilidad de reaccionar?
Según la clásica critica marxista, la clase burguesa no poseerá nunca una teoría segura y
un conocimiento científico del devenir económico, y debido a su propia naturaleza y a
su razón de ser no podrá instaurar una disciplina sobre las potentisimas energías que ella
ha suscitado, similar al clásico ejemplo del mago que no es capaz de dominar las
potencias infernales evocadas por él.
Esta fase fue prevista, ciertamente, por Marx, ya que el desarrollo de la producción
capitalista y la conexión de mercados lejanos son fenómenos originariamente e
históricamente paralelos, y dialécticamente el propio descubrimiento de las vías de
comunicación comercial ha sido uno de los factores principales del triunfo del
capitalismo.
Pero el análisis de las características de esta tercera fase, en coherencia completa con el
método marxista, nos lo ofrece Lenin en su ya clásico estudio sobre «El imperialismo
como más reciente fase del capitalismo».
Las características de este tercer estadio capitalista, que ya eran evidentes en el periodo
preparatorio de la primera guerra mundial, se hicieron aún más patentes después de ésta.
El sistema capitalista ha sometido a una revisión importante los cánones que lo
inspiraban en su fase librecambista. La expansión en el mercado mundial de la masa de
productos ha ido acompañada de un intento grandioso de controlar el juego desordenado
de las oscilaciones de sus precios, del cual podía depender el hundimiento del colosal
armazón productivo. Las empresas se sindicaron, salieron del individualismo
económico, de la absoluta autonomía de la empresa burguesa típica, surgieron los
carteles de producción, los «trusts», se asociaron con rigurosos pactos las empresas
industriales que producían las mismas mercancías, con el fin de monopolizar la
distribución y fijar los precios libremente.
Para entender el sentido del extremo desarrollo de ésta tercera fase del capitalismo
mundial, se debe, siguiendo a Lenin, relacionarla con el correspondiente desarrollo
de las fuerzas políticas que la acompañan, fijando la relación entre capital
financiero monopolista y estado burgués, y estableciendo sus conexiones con las
tragedias de las grandes guerras imperialistas y con la tendencia histórica general
hacia la opresión nacional y social.