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Eso es lo que hay que entender cuando se dice que el hombre tiene que
buscar la faz de Dios; se podría decir también, y sería un nuevo misterio,
"el corazón de Dios". No es fácil. Cuando empiezo a orar, tengo delante de
mí los objetos que me rodean, en mí el tumulto de mis pensamientos y de
mis sentimientos, y por lo demás es igualmente el vacío. La fe me dice bien
que Dios está presente; pero tengo de aquello raramente una conciencia
clara. Está ciertamente por todas partes, pero está, por así decir, siempre
del OTRO lado, en la oscuridad; en alguna manera tengo que ir a buscarlo
allá con la fe. Es detrás de la oscuridad, en el vacío, que mi fe tiene que ir a
buscar su faz vuelta hacia mí, su corazón que me habla, y dirigirle mi
oración. Tengo que encontrar la relación interior con Dios en el diálogo con
Él, y restablecerlo cada vez que lo he perdido; aquello pasa continuamente.
La oración degenera sin parar en monólogo; a menudo no hacemos más
que despachar palabras. La verdadera preparación, el esfuerzo a renovar
siempre para mantener la oración en la buena vía, es de regresar sin parar
el monólogo al diálogo.