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LUCIANO GALLINO DICCIONARIO DE SOCIO | = * | ; & ABCDEFGHIJKLMN NOPQRSTUVWXYZ siglo xxi editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 218, DELEGACION COYOACAN, 01310, MEGEO.DF siglo xxi editores argentina, s.a. TUCUMAN 1621, 7 N. C10S0RAG, AUENOS AIRES, ARGENTINA edicion al euidado de alejandro reza portada de maria Iuiss martinez passarge primera edicién en espaftol, 1995 tercera edicion en espaol, 2008 © siglo xxi editores, sa. de ev. isbn 968-23-1742-8 primera edicién en italiano, 1978 Ecgunda edicion en italiano, revisada y corregids, 1983 ‘© 1983, unione tipografico-editrice Lorinese, turin ishn $8-02-03850-3 titulo original: dizionario de sociologia derechos reservados conforme a fa ley impreso y hecho sn mexico/printed and made in mexico aburguesamiento del proletariado. v. OBREROS, C; PROLETARIZACION, C acclén social (al. soziales Handel action sociale; ing). social action; azione sociale) A. Secuencia intencional de actos con senti- do que un sujeto individual 0 colectivo (a menudo designado como “actor” o “agen: te”) Heva a cabo escogiendo entre varias al- ternativas posibles, con base en un proyecto concebido anteriormente pero que puede evolucionar en el transcurso de la misma a., con el fin de conseguir un objetivo. o bien de transformar un estado de cosas existente en otro estada mas agradable, en presencia de una determinada situacién (v:) —compuesta por otros sujetos capaces de a. y reaccién, normas y valores, medios y técnicas operati- vas utilizables para tal fin por parte de obje- tos fisicos—, la cual es tenida en cuenta conscientemente por el sujeto en la medida en que dispone de informaciones y conoci- mientos al respecto. El concepto de a. social ¢s histérica y analiticamente contrario al de comportamiento social (v.); uno y otro se en- contrardn en el concepto de interacelén (v:). B. Las razones, las causas, los motivos, el sentido de Ja a. humana, sus relacioncs con la voluntad y la responsabilidad, con las ne- cesidades y los deseos han sido estudiados en detalle por la filosofia desde los tiempos de Aristoteles (cf. Care y Landesman, 1968). Sin embargo, cs necesario llegar a la filoso- fia politica del siglo xvu para encontrar los primeros andlisis sistematicos dela relacién entre la a. humana, con sus diversas deter- minantes y caracteristicas, y la estructura de la sociedad, del gobierno, del estado, de 1 de una teoria de la a. social. Para Hobbes, la a. humana est4 guiada tinicamente por las pasiones, tiene como fin inmediato la con- quista del maximo poder, y para tal fin se sirve de los medios més eficientes a su al- cance, © sea la fuerza y el fraude. El inci- piente estado de guerra de todos contra to- dos que de ello deriva encuentra remedio solamente en un pacto social y cn la consti- tucién de un gobierno fuerte y soberano que monopolice el uso de la fuerza y castigue a los transgresores. Mas que en lu necesidad de una funcidn represiva por parte de un go- bierno, Locke puso el acento en el incentive de las ventajas que la asociacién, ¢l contrato social, proporcionan a cada uno, imputando asi al hombre no sélo —como Hobbes— la capacidad de lograr racionalmente sus fi- nes, sino también la de sacrificar los intere- ses inmediatos en favor de objetives mas ge~ nerales. El utilitarismo ha representado otra aportacién importante en el desarrollo de la teoria de la a., tratada por primera vez en clave especifica. Para Bentham (A table of the springs of action, 1817; Deontology or the science of morality, 2 vols., 1834, postumo), Jas dnicas fuerzas en condiciones de motivar Jaa. humana son la basqueda del placer y la huida de! sufrimiento; la anticipacién de las consccuencias agradables o dolorosas es el mecanismo que lleva a escoger una a. en lu- gar de otra. En la economf{a clésica un tema utilitarista similar se estaba claborando como centro de una teoria dirigida a explicar conjuntamente ya sca cl comportamicate del 2 ACCION SOCIAL, homo oeconomicus, productor y consumidor, ya scan los mecanismos a través de los cua- les su comportamiento “egoista" se trans- formaba en un beneficio colectivo. EI racionalismo politico del siglo xvu, el utilitarismo y la economia clasica tienen en comiin un componente positivista ¢ indivi- dualista, o sea la propensién a imputar al in- dividuo un conjunto de cualidades connatu- rales a ¢l c inmutables, independientes de las estructuras sociales. Dado este plantea- miento, el perfeccionamiento de la teoria de la a. podia venir solamente o de la introduc- cién de cualidades antes no consideradas como habia hecho Bentham con la “huida del sufrismicnto”—, o de un estudio mas pro- fundo de los resultados derivados de la com- binacién inconsciente de innumerables ac- ciones individuales, como habian intentado hacer Smith y Ricardo. En ambos casos, laa. humana resultaba estercotipada, incapaz. de transformarse, de cambiar con el tiempo; mas adn, se exclufa formalmente que esto pudiera ocurrir. Seran Saint-Simon, y en la misma linea Marx, aun prefiriendo en lugar del térming “a,” ¢l mas genérico y compren- sivo de prdctica o praxis, los que van a histo- rizar de modo definitive la teoria de la a. —convertida en estos autores en verdadera- mente social, o sea, movida por un proyecto dirigido a otros sujetos— colocando la mis- ma a. en el contexto del desarrullo historico de las sociedades, El significado que el agente atribuye a la a., sus preferencias por el uso de determinados medios, la eleccién del objetivo, son todos ellos elementos histéricamente condicionantes, que cambian de una épaca a otra, reflejandose en ellos la estructura de las principales relaciones econémicas y poli- ticas existentes en un determinado estadio de desarrollo de una sociedad dada. Para ex- plicar una a., es necesario por ello analizar no solamente sus diversos elementos —cl ac to, los medios, la situacion presente, el obje- tivo— sino también el contexto en el que el sujeto y sus motivos se han ido formanda. En Las reglas de! método sociolégico (1895) Durkheim analiza cl lado institucio- nal de la a. social, observando que todo suje- to se encuentra vineulado en su accién con actos, normas (v.), representaciones colecti- vas que preexisten y lo confrontan con su objetividad de hecho, “como si fueran co- sas” (v. hecho social). El poder normativo y constrictivo del ambiente social se manifies- ta ya sea en la ineficacia de las a. que no son adecuadas, ya sea en las sanciones que afec- tan a aquellas a. que violan las normas vie gentes. Pareto, que empezd come economis- ta, dedicd gran parte de su Tratado de socialogia general (1916) al andlisis de las a. “légicas” y“‘no légicas”: se da “el nombre de acciones lOgicas alas acciones que unen légi camente las acciones con el fin, no sélo res~ pecto del sujeto que lleva a cabo las accio- nes, sino también respecto de aquellos que tienen conocimientos mas amplios... Las otras acciones sc Hamaran no légicas, lo cual no quiere decir que sean ilégicas” (Tra- tado, par. 150). En resumen, son Idgicas aquellas acciones en las que el fin objetivo es idéntico al subjetivo; no logieas, aquellas en las que cl primero dificre del segundo. Entre las a. logicas, se han de incluir obvia- mente la mayoria de las a. estudiadas por la economia politica, pero también muchas “o- peraciones” militares, politicas, juridicas, cientificas, artisticas, La clase residual de las a. no Iégicas queda practicamente exter- minada, y la categorizacién intentada por Pareto en cuatro tipos, segtin tengan abjeti- va 0 subjetivamente un “fin logic”, es de poca utilidad para profundizar en el andlisis estructural y dindmico de laa. social (v. resi- duos y derivaciones). Un salto decisivo de ca- lidad en este sentido se produce con la obra de Max Weber. En Econamta y sociedad (1922) Weber presenta una tipologia de la a. social que representa un primer paso decisi- vo hacia 1a transformacién de peculiares formas historicas de a. social cn categorias analiticas utilizables para “comprender”* todo tipo de a., cualquiera que sea la ¢poca ola sociedad en Ia que se desarrolle. Weber habla de “determinantes” (o motives, en el lenguaje contemporanco) dela a. social y ba- sandosc en ellos distinguc cuatro tipos fun- damentales de a.: a] determinada de modo racional respeeto de wn fin: b] determinada de modo racional respecto de un valor, cuales- quicra que sean las consecuencias; d deter- minada por la afectividad, o sea por el pre- dominio del sentimiento inmediato; dj deter- minada por Ia tradicién, o sea por los habitos adquirides (Weber, 1922; ed. it. 19682, vol. 1, p. 2iss.). La operacién intciada ACCION SOCIAL 3 por Weber fa completa Talcott Parsons en La estructura de ta accidn social (1937) y en varias obras posteriores (Parsons, 1951; Par- sons y Shils, 1951). Enlas obras de Marshall, el economista neoclisico, de Durkheim, de Pareto y de Weber, Parsons descubre con- vergencias sustanciales en la direccion de una tcorfa unitaria de laa. social que supere las aporias propias del determiaismo positi- vista, del hedonismo de los utilitaristas y del voluntarismo de los idcalistas. La formula: cién actual del concepto de a. social se debe, mas que a cualquier otro autor, al trabajo de sintesis de estos clasicos —a los que mas tar- de se aiiade Ténnies— Wevado a cabo por Parsons. Sin embargo, su intento de tipifica- cién de todas las formas posibles de a. so- cial, especialmente en El sistema social (1951) y en otras obras de aquel mismo pe- riodo mediante una obsesiva integracién, desarrollo y permuta de las cuatro catego: rias weberianas —la racionalidad instru- mental, Ja racionalidad moral, la afcctivi- dad, la adhesién a la tradicion, mas las categorias toenniesianas de comuntdad (v.) y sociedad (v.)— ha sido considerado por la mayoria como un fracaso, por dos razones. La primera es que estos tipos se refieren exclusi- vamente a las a, sociales institucfonales, 0 sca. aquellas normativamente reguladas 0 acepta- das por la mayoria, que constituyen “sistemas de a.” estables, excluyéndose asi del andlisis sociolégico muchisimas a. de la misma impor- tancia social que las institucionales y sistémi- cas; la segunda, que dichos tipos son en gran medida inaplicables en la investigacion empi- rica, porque no tode “tipo” de a. social tiene sentido si no va acompaiiado del examen de la situacién en la que se desarrolla. Decir, por ejemplo, que una determinada a. esté marca- da por el predominio de la afectividad (la al- ternativa afectividad/neutralidad afectiva es uno de los “dilemas” de la a. claborados por Parsons con base en las tipologias weberiana y toenniesiana) no significa nada si no se es- pecifica que es o no es apropiada para una si- tuacién dada, provoca o no ciertas consecuen- cias, etc; pero esto solamente puede hacerse con un andlisis contingente de todos los ele mentos de la a. social (v. variables estruc- turales). El primer texto de sociotogia en cuyo titulo aparece el término a. social —Social actions (1936), de Florian Znaniecki, coautor del Can pesino polaco— habia precedido en un afio a Ia obra de Parsons. Znaniecki polemizaba por un lado contra la concepeién determinista —ciertamente ya superada en aque! ticmpo—, segin la cual el agente se presenta “empuja- do” por fuerzas individuales o ambientales que hacen insignificante su voluntad; por el otro, contra Ia concepcién teleolégica segin la cual el agente se imagina a priori un objetivo neto y definido, y por lo tanto cscoge los me dios mejores para alcanzarlo, de modo que pa- rece “'jalado” por él. A esta concepcién Zna- niecki contraponia una concepciéa “creativa"™ de laa. social, segiin la cual ésta se caracteriza por la formacién gradual de un propésita que se realiza a medida que se va formando. La afinacién ulterior del concepto de a, social se debe sobre todo a un critico literaria, Kenneth Burke, y a un filésofo, Alfred Schutz. En The grammar of motives (1945), Burke utiliza una serie de cinco términos dramaticas —agente, acto, escena, instrumento y proposito— simi- lar en sustancia a la serie de elementos en los que se descompone actualmente la a. social desde el punto de vista sucicligico (v. la defi- nicién en A), para mostrar cémo la mayor par- te de las cscuclas filoséficas y de las doctrinas politicas se distinguen segin el peso que dan a.unou otro término como determinante dela a. eocial (asi, por ejemplo, el peso atribuido por el marxismo alas “condiciones materiales de la existencia” para la formacién de la con- cia social muestra que éste considera de- terminante la “escena”, Ia situacién externa del actor), y de la relacién dialéctica que esta- blecen entre todas los términos del quinteto de clementas. Schutz, uno de los mas impor- tantes investigadores de Husserl, emigrado de Austria a Estados Unidos en el periodo nazi, ha profundizado especialmente, en clave feno- menolégica, las condiciones de la intersubjeti- vidad de los significados, sin la cual un agente no estd en condiciones de prever cdmo ser acogida su accién por los otros, ni de interpre- tar el sentido de las acciones de los otros (Schutz, 1962, 1964). La a, social representa uno de los concep- tos fundamentales de la sociologia, y, ademas de los autores citados en este perfil histérico por la influencia de su obra, practicamente to- dos los sociélogos contemporancos han con- tribuido a formarlo y de alguna manera lo han 4 ACCION SOCIAL utilizado, Queda por lo tanto fuera de lugar clasificar, como se hace, par ejemplo, en la historia de la sociologia de Don Martindale (1960), entre las “escuelas” o las “orientacio- nes” de la sociologia, la tcoria de la a. social, ya que esto nos Ilevaria a incluir o a excluir, a nuestro gusto, a la mayor parte de los socié- logos de este siglo. Sin embargo, ¢s cierto que el uso preferencial de esta teoria, en lugar de la teoria del comportamicnio, califica global- mente a la sociclogia no neopositivista. CC. El niimero, la complejidad y la variedad de as a. sociales hace poco provechosos los in- tentos para dar una clasificacin sistematica una tipologia de alguna manera exhaustiva, como demuestra de manera ejemplar el fraca- so de Parsons. Nos limitaremos por lo tanto a sefalar que ademas de la distincién entre a. sociales institucionales (reguladas por normas sociales ampliamente aceptadas c interioriza- das, ¢ integradas entre si de mancra que for- men sistemas de a), y no institucionales, es til la distincién entre a. sociales reproducti- ws, que manticnen un sistema social o cultue ral en las condiciones actuales, ¢ innovadoras © creativas, dirigidas a transformar més 9 menos radicalmente el mismo sistema; unas y otras pueden tener mas o menos carActer ins- titucional. En csta perspectiva, una de las for- mas principales de a, social es el trabajo (v.), Ia actividad o praxis productiva, en las forma- ciones econdmico-sociales (v) capitalistas y socialistas, ya que, aun desarrollandose —en tales formaciones— dentro de un marco insti- tucional, éste tiene un caracter continuamente innovador ¢ induce en las estructuras socio- culturales tensiones transformadoras (v. mode de produceién, D, E) En ausencia de tipificaciones eficaces, todo intento de interpretar una a. social en proceso de desarrollo, de explicar una a. pasada, o de prever una a. futura, debe partir de un and- lisis contingente (x. campo, teoria del). Este se dirige en sentido diacronico a lo largo de estas lineas: 4] Formacién del sujeto. Si se trata de uno ode més individuos, esto comporta el examen de sus necesidades (v) y de sus preferencias cognoscitivas, afectivas y valorativas (v. valo- res), incluidas las preferencias negativas (las que el sujcio percibe como costes), cdmo se han ido desarrollande en el transcurso del proceso de socializacion (v}), en relacién con una determinada cultura (v.); si cl sujeto es co- lectivo (un grupo, una clase social), se trata de establecer su composicién interna, el tipo de organizacién, el grado de integracién es- tructural e ideoldgica, el sistema de comunt- cacién (v.) —en una palabra, valorar su capaci- dad de actuar como sujeto unitario. b) Estado de la situacién (v) tal como apa- rece ante el observador: coagentes, antagonis- tas y “testimonios”, relaciones de fuerza del sujeto agente con todas ellos, coaliciones en acto 0 posibles entre las diversas partes, fac- tores sociales y culturales (leyes, normas [vJ, costumbres, valores, mecanismos de control social (v.]) que establecen vinculos de la a. so- cial, medios materiales y técnicas operativas disponibles, factores materiales que condicio- nan la a. (por ejemplo, la distancia fisica entre las partes, el tiempo necesario). ¢] Las informaciones y los conocimientos que el sujcto posce en los diversos aspectos dela situacién, ya que éste puede valerse so- lamente de aquellos clementos de cuya pre- sencia y disponibilidad esta informado, y de aquellas Icyes de conducta, de personas y co- sas, que él conoce (la disparidad entre situa- cién como se presenta al observador y como se presenta al sujeto puede ser muy grande —siendo la segunda Ja que determina la a. de aquéllos y se reconstruye por lo tanto desde su punto de vista). d] Dimensién (calidad, magnitud, duracién) del objetivo que el sujeto se ha prefijado. €) Articulaci6n del proyecto (plan, estrate- gia) que el sujet ha formulade al principio, con las modificaciones intreducidas en el transcurso de la accion. f) Secuencia de los actos ya cumplidos, para establecer de qué modo éstos cierran alternativas antes abiertas y abran otras nuevas. Estos diversas elementos son suscepti- bles de integrarse entre si, por medio de una tinica proposicién “legal”: cualquier sujeto acttia en presencia de las oportunidades que descubre en una determinada situacién para mejorar Ia relacion entre la suma de los va- lores que atribuye a los bienes (materiales e inmateriales, como el prestigio, la autori- dad, ef poder) que en aquel momento posee, y la suma de los costes (valores negatives: cargas de cualquier tipo, fatiga, privaciones, ACULTURACION s sentido de molestia © indignidad, etc.). La definicién de lo que es un “bien'” y lo que es un “costo” para un sujeto depende, como se ha dicho, de sus preferencias culturalmente adquiridas, csto es, de su formacion como sujeto. BIDLIOGRAFIA: P. Ansart, Marx y el anarguismo (Paris, 1969), Barcelona, Barralt, 1972; K. Bur- ke, A grammar of motives, Nueva York, 1945, 19622; N.C. Care y C, Landesman (comps), Rea- dings in the iheary of action, Bloomington, 1968; E. 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Raramente se usa con un significado distinto, como el de transmisién de contenidos culturales de una generacion a otra; en este caso, que es sindénimo de so ‘clalizactén (v.), es mas correcto hablar de in- culturacién (v. cultura). B. Seguin Herskovits (1948), uno de los pri- meros lugares en que aparece el término a. es un estudio del etnloge norteamericano IW. Powell sobre las lenguas indigenas, pu- blicado en 1880, en el cual significa el “pri tamo" de palabras y sonidos que una lengua toma de otra. Entre los cinélogos alemanes de los primeros decenios del siglo xx, el tér- mino aparecia para designar la “acomoda- cin” entre dos culturas (v, adaptacién). El interés por el concepto y la difusién del término crecieron en el periodo comprendi- do entre las dos guerras mundiales a causa de los problemas sociales y politicos que fueron surgiendo en los paises africanos y asiiticos objeto del colonialismo europeo. En tal contexto el término a. designaba mas ‘9 menos implicitamente la aceptacién y la reformulacién de rasgos de la cultura euro- pea por parte de los pueblos de las “colo- nias”, asi como de los indigenas de América, “colonizados” cn su patria. Esta asimetria de la relacion, entendida, en los primeros es- tudios sobre la a., como relacién entre una cultura “débil", si no “inferior, que necesa- riamente acoge rasgos de una cultura ““fuer- te” o “superior”, se reflejé en toda Ia histo- tia posterior del término, hasta las recientes eriticas planteadas por parte de numero- sos antropélogos ¢ historiadores (Dupront, 1966). Aun con tal herencia negativa, el 1érmino a. ha parecido hasta el momento dificilmen- te sustituible, ya que las alternativas pro- puestas —come “contacto entre culturas"" y “trasculturacién”— presentan inconvenien- tes todavia mayores. Ante las acusaciones de etnocentrismo formulados en su contra, va 6 ACULTURACION surgiendo sin embargo en los estudios an- tropolégicos, sociolégicos ¢ histéricos un significado mas equilibrado del término, como de proceso “de doble sentido” a través del cual Jas culturas en relacién sc modi can reciprocamente. Sin que por ello se ig- nore qué la cultura de un pueblo sometido militar, politica o econémicamente se modi. fica bastante mas que la del pueblo domi- nante, cl término a. puede ser usado hoy para designar no sélo la relacién entre las culturas curopeas y las africanas, asidticas, ocednicas, americanas, sino también las re- laciones entre las culturas internas de los cinco continentes. Esta generalizacién del significado de a. permite la recuperacién, para el andllisis antropolégico y sociolégico, de un gran mimero de estudios histéricos y literarios sobre las relaciones entre culturas curopeas; véase por ejemplo 1a moda de Ia cultura francesa en la Rusia prenapoleéni: ca, la difusion de la cultura juridica y admi- nistrativa francesa en ¢l transcurso del siglo xtx, la anglofilia francesa e italiana, la nor- teamericanizacién de Europa después de la segunda guerra mundial, etc., procesos to- dos ellos que se configuran precisamente como procesos de aculturacién. Los proce- sos de a. sc integran en el marco mas amplio de Ios procesos de cambio social y cultu- ral (v). ©. Un ampli lugar en la discusisn de los fe- némenos de a., especialmente en el periedo en que prevalecia el significado “asimé- trico” del término, tomé el problema del Ha- mado “punto cero”, entendido como el es- tado en que una determinada cultura se encontraba antes de tener comtactos con otras culturas, especialmente con la curo- pea. Tomado al pie de Ia letra, el problema del punto cero careceria de sentido, ya que cn los tiempos histéricos no existe virtual- mente ninguna cultura que no haya tenido contactos con otras y no se haya transforma- do de algin modo en el transcurso de los mismos. Esto exige, sin embargo, la necesi- dad de establecer de alguna manera una linea divisoria entre un periode de cambio cultural relativamente lento y homogéneo, y un periodo pasterior en el que el contacto con otras culturas acelera sustancialmente tal cambio, haciendo surgir distorsiones y conflictos en Ia cultura de referencia; el nombre de a. se deberia reservar sélo para este segundo periodo. Laa. no implica nunca a una cultura com: pleta, ni las rasgos de alguna manera impli cados en ¢l proceso se modifican simultanea- mente o del mismo modo. En todo estudio sobre la a. es necesario distinguir el ipoyla importancia estructural de los rasgos impli- cados, Para fines de clasificacion se puede hablar por lo tanto de a. técnica, artistica, lingitistica, juridica, religiosa, politica, Si bien la historia de las cul turas enseiia a des- confiar de las generalizaciones, existen mu- chas pruebas del hecho de que ciertos tipos de rasgos culturales son acogidos mas facil o rapidamente que otros; entre éstos la prio ridad corresponde ciertamente a la cultura técnica, Los instrumentos agricalas, los ve- hiculos, los utensilios para trabajar los meta- les, las t¢cnicas de cons truccion de los edifi- cios, etc., provenientes de una cultura ex- tranjera, se cuentan entre los elementos mas frecuente y rapidamente acogides por casi todas las culturas. En Ia determinacién del mimero, del tipo y de la relevancia estructu- ral, asi como de la rapidez de cambio de los rasgos implicados en un proceso de a., de- sempeiia una parte importante la relacién de fuerzas entre las sociedades en fase de in- teraccién cultural. Cuanto mas una predo- mina sobre la otra, como ha sucedido entre las naciones europeas y las sociedades afri- canas y asidticas reducidas a colonia en el transcurso de los siglos xvi y XIX, y como. sucede entre la parte vencedora y la perde- dora en una guerra, tanto mas intenso es el traspaso de rasgos culturales de la parte mas fuerte a la mas débil. Es necesario, sin embargo, distinguir entre los representan- tes de la sociedad mas fuerte que se instalan como estrato o clase dominante en la socie+ dad mas débil, y la sociedad originaria que ellos representan. La a. seré en todo caso mucho mas estrecha entre ellos y la socie- dad sometida dentro de Ia que se ubican, que entre ésta y la sociedad vencedora, a mi nudo muy lejana. En la sociedad “sometid: laa, entre dominadores y dominados puede proceder de manera tal que Ilegue a hacerse casi indistinguible, después de algunas gene- raciones, la cultura de los unos y de los otros. Los longabardos en Italia, los nar- ACULTURACION 7 mandos en Francia, Inglaterra y Sicilia, los 4rabes en Espaiia estan entre los casos his- téricos mas conocidos y estudindos en este sentido. Como se ha dicho, cualquier rasgo cultu- ral puede ser no solamente acogide o recha- zado en bloque, sino también modificado de diversos modos que favorecen su adapta- cidn a los rasgos de la cultura local. Muchas formas de sincretismo religioso —por ejem- plo, el vuda haitiano— reflejan precisamen- te la modificacién adaptativa de rasgos pro- cedentes de culturas extranjeras. D. Los dos factores m4s importantes de a. han sido la guerra, en todos los ticmpos, y, en el perfodo comprendido entre el siglo xvt y principios del xx, el colonialismo euro- peo. Las naciones derrotadas en general son inducidas por varies factores —-incluida Ia ayuda interesada de los vencedores para la reconstruccién del pais n forza- das, a acoger muchos aspectos de la cultura de la nacion vencedora. Muy tipica a este respecto ha sido la norteamericanizacion de Europa occidental y de Japén, después dela segunda guerra mundial, y la paralela rusifi- cacién de Europa oriental. Ademas del im- pacto directo subre la sociedad derrotada, la guerra ha sido y cs, aunque sélo sea como posibilidad, un potente factor de a. a través de la difusi6n, especialmente en los tiempos modernos, de las bases militares aun en las sociedades no directamente tocadas por ella. Muchas culturas y subeulturas del Pacifi- co, de Indonesia a Hawai, de las Marianas a las Filipinas, que estaban todavia relativamen- te préximas al “punto cero” en el periado entre las dos guerras, han sido sometidas a tumultuosos fenémenos de a. a causa de la difusién de las bases militares japonesas y norteamericanas. Otros factores dea. abjeto de examen por parte de socidloges y antrapélogos son el de- sarrallo econéinico (v.) de las sociedades pe- riféricas 0 dependientes; los movimientos migratorios internos e internacionales; el turismo de masas y los fenémenos de ¢s- peculacién local que lo acompaitan; las mo- dificaciones en la composicién demografica de una poblacién; los cambios de clima, al menos a largo plazo; la crisis de sistemas culturales y de Instituciones (¥.), como re- cientemente la escuela, bajo la presin de contradicciones y prestones internas y ex- ternas. E. Queda implicito en la definicién misma de a, que uno de sus efectos es el de acrecen- tar, en general, la heterogencidad de las cul- turas implicadas en el proceso. No quere- mos decir que tal heterogeneidad deba dar lugar en todos los casos a incoherencias sis- temiticas o a disonancias cognoscitivas, las cuales tienden de todos modas a reducirse a través de los mecanismos de adaptacin sin- crética ya mencionados. Pero ya que los siste- mas culturales no existen en el vacto, todos los fenomenos de a. tienen implicaciones ya sea en el nivel de los sistemas sociales (v.), ya sea en el nivel de la personalidad (v-). Si éstos son muy rapidos y difundidos, sera co- min encontrar sistemas y subsistemas so- ciales que se orienten basandose en defi ciones cognoscitivas, afectivas y valorativas parcial o totalmente diferentes de aquellas con base en las cuales se orientan otros sis- temas y subsistemas con los que los primeros estan en relaci6n de interaccién. Un individuo se encuentra asi pasando continuamente de una esfera cultural a otra; en tedo caso, no sélo lo que vale en una no vale en la otra, sino lo que es fuente de prestigio en una puede ser en la otra motivo de frustracién o de castigo. Este paso continuo de una cultura a la otra —por ejemplo de una cultura tecnolégica muy avanzada, durante él trabajo, a una cul- tura tribal en Ja familia durante el resto del tiempo, forma de “altermancia cultural’ muy coman en Africa se encuentra tam bien dentro de la personalidad del indivi duo, en Ia medida en que su socializacian primaria o secundaria, que corresponde ala interivrizacion de definiciones culturales, es también, a causa de los procesos de a. di- ferencial dentro de los que se desarrolla, he- terogénea, incongruente o disonante en sus diversos componentes (v. otro generalizado). El estudio de la psicologia de la a. fue inicia- do hace mis de cincuenta aiios por el antro- pologe aleman Richard Thurnwald (1932). BIBLIOGRAFLA: M. Alliot, “L’acculturation juridi- que”, enJ. Poirier (comp.). Ethnologie générale, Paris, 1968; RK. Beals, “Acculturation”, en A. L. Krocher (comp.), Anihropolagy today -An enc: 8 ACUMULACION clopaedic inventory, Chicago, 1953; A. Dupront, Lracculiurazione - Per un nuovo rapport tra ri- cerca storice e scienze umane (Paris, 1966), Tu- rin, 1966; G. Foladori, “El contacto cultural", en Revista Mexicana de Sociologia, xxxin (3), 1971; M. Herskovits, Acculturation: The study of culture contact, Nueva York, 1930, 19387; M. Herskovits, Man and his works, Nueva York, 1948; V. Lanternari, Antropologia e imperialis- mo, e altri sagyi, Turin, 1974, p. 1; M. Mead, Crescita di una comunita primitiva - Trasforma- zioni cultural’ a Manus, 1928-1953 (Nueva York, 1956), Milin, 1962; P. Mercier, “Le changement socialet culturel”, en J. Poirier (comp.), op. cit R. Thurnwald, "The psychology of accultura- tion”, en American Anthropologist, XxxIv, 1932. acumulacion (al. Akkumulation; fr. accumulation; ing]. accumulation; it. accumulazione) A. Proceso de crecimiento del capital (v) existente dentro de una empresa, un sector productivo 0 una sociedad, mediante la adi- cién de nuevas dosis de otro capital deriva- do del excedente neto de la pruduccién so- bre el consumo en un determinado perfodo (v. excedente). En el lenguaje de la economia positiva, laa. coincide con la inversion neta. La importancia socioldgica del concepto de a. deriva principalmente del hecho de que ésta implica siempre alguna forma de domi- nio, diversamente legitimado por una ideo logia (v.), de una clase o de un grupo dirigen- te sobre el resto de la poblacién en lo que concierne al monto del excedente que se des- tina a Ja a,, la tasa de ésta, los sectores eco- némicos o las secciones productivas en las que se debe concentrar a casta de otras, las clases 0 los estrates sociales que deben soportar el mayor peso, etcétera. La a. esta por esto estrechamente vincu- lada ya sea con el conflicto (v.) de clase, ya sea, mds en general, con la estructura del do- minio (¥.) cn una sociedad, La dindmica dela a. aparece ademds ligada a otros procesos sociales y culturales de importancia diver- sa para el conjunto de la sociedad misma y para sus diferentes componentes estructu- rales. B. La expresién ‘‘a, del capital” fue introdu- cida por los clasicos de la economia politica (Smith, 1776; Ricardo, 1817). Para estos au- tores la a. consiste en aftadir fondos de ori- gen diverso al fonda global ya usado en la produccién, o sea al capital fijo y circulamte —distincion establecida por Smith—, de ma- nera que el volumen global de éste crece y permite conseguir una mayor ganancia. Se- gan tal definicion, la fuente del excedente que se afiade al capital preexistente no tiene especial importancia; la existeacia misma del excedente se hace posible por el ahorro opor la parsimonia, o sea por el aplazamicn- to de un consumo; mientras que el capital se entiende genéricamente como el conjunto de bienes producidos y no consumidos hasta un. cierto momenta. La a, se configura asi como un proceso operante en todas las sociedades, en cualquier época; en la sociedad capitalista sucede simplemente que éste se acelera y se extiende. Una connotacién antropolégica re- surge oon clara evidencia en el pensamiento econdmico neoclésico. Marshall (1890; 19208) habla de a. de riqueza, no de capital, y estable- ce una linea continua entre la a. constituida en las sociedades antiguas por la construccién de edificios pablicos, especialmente de caréc- ter religioso, y 1a a, que toma forma a partir de nuevas inversiones por acciones en una sociedad moderna. En contraste con las anteriores definicio- nes, el marxismo entiende por a. principal- mente el proceso de crecimiento del capital en las sociedades capitalistas. Desde su pun- to de vista la a. no es otra cosa que el proceso de transformacion del plusvaler en capital. Deducida del plusvalor la cuota destinada a los consumos propios y eventualmente a otros usos improductivos, el capitalista se ve obligado a usar la parte restante para am- pliar el capital del que dispone, a sea el con- junto de los medios de produccién, y fortale- cerse en Ia lucha contra Ias empresas en competencia. Por este camino se establece una espiral en perpetuo movimiento hacia lo alto; el capital, el conjunto de los medios de produccién, genera plusvalor; una cuota del plusvalor amplia el capital, esto es, acre- cienta el volumen y el nivel técnico de los medios de producci6n; el capital asi amplia- do genera (no necesariamente en medida proporcional) una mayer cuota de plusva- ACUMULACION 9 lor, que sera asu vez convertida en nuevo ca- pital. Esta definicién de la a. cs sustancial- mente univoca en todes los autores que se remiten a Marx. Sin embargo, también en el ambito del marxismo, el significado del 1¢rmino cam- bia notablemente si s¢ toma como punto de referencia no el capitalismo en proceso, sino el capitalismo en sus origenes. En este caso se presenta el problema de la Iamada a. originaria o primitiva, La idea de que la acti- vidad de la empresa capitalista pueda ini- ciarse solamente después de que sc ha proce- dido a acumular un volumen adecuado de medios de produccién se encuentra de stibi- to con diversas objeciones. En primer lugar, “por qué cl surgimiento de la industria ca- pitalista tendria que exigir todo un periodo de acumulacién precedente?... No existe ningGn testimonio de capitalistas que prime- To hayan acumulado ruecas, telares, tornos, © existencias de materias primas en enor- mes almacenes, para el momento cn que, en tiempos de bonanza, no bubiera lo suficiente para hacer posible la produccién de fabri- ca” (Dob, 1946). Pero tampoco existen testi- monios que prucben que el flujo de dinero y de metales preciosos desde las colonias —sobre lo que ha insistide a menudo la his- toriografia marxista, viendo en ello un com- ponente esencial de la a. originaria(v. entre otros Baran, 1957)— haya sido cfectivamen- te invertido en empresas industriales en lu- gar de disiparse en amplia medida a través de gastos improductivos, ya sea por parte de los gobernantes de las colonias 0 por parte de los grupos que lo aprovechaban en Ia ma- dre patria. Se ha observado, ademas, que las zonas de Europa donde durante los siglos xv1y xvit afluyé m&s regular y voluminosa- mente el capital comercial —ias reptiblicas marinas italianas, Flandes, las ciudades anseaticas— no fueron los lugares donde se desarrollé ¢l moderno capitalismo indus- trial. Finalmente, en los inicios del capitalis- mo industrial el requerimiento de capital para dar vida a una empresa era probable- mente lo bastante bajo para permitir a mu- chas personas con ingresos limitados echar aandar sin ayuda externa, y por lo tanto sin necesidad técnica de una a. material prece- dente, una actividad empresarial propia (Bairoch, 1963). Para hacer frente a tales ob- jeciones, el concepto de a. originaria debe entenderse no come cl amontonamiente ma- terial dc los medios de produecién en manos de pequefios grupos de productores, sino como la creacién dc las condiciones sociales que permitiran efectuar y desarrollar tal amontonamiento. Este significado especial de a. originaria lo podemos descubrir ya en Marx, el cual 1a identifica en el proceso his- torico de separacién del productor respecto de los medios de produccién (Marx, 1867, |. }) Entre los contempordneos ha sido el his- toriador Maurice Dobb el que ha insistide en que “hablar de a. en sentido histérice signi- fica necesariamente hablar de propiedad de bienes, y de su transferencia, y no de la canti- dad de instrumentos tangibles de produccién existentes en un cierto momento”, Esta trans- ferencia debe sin embargo acompafiarse de una concentracién de titulos de propiedad bajo ef control de una minoria de personas; asi el término a., si se usa en perspectiva his- torica, designa la combinacién de ambos pro- cesos (v. Dobb, op. cit). C. En tltima instancia, la fuente real de laa. ¢s siempre el trabajo humano, ya que sola mente él es capaz de producir las dosis adi cionales de capital necesarias para acrecen- tar el existente. Esto presupone que el producto del trabajo no se gaste completa- mente para reproducir ya sea la fuerza de trabajo en un determinado nivel de clviliza- elén (v.), ya sean los medios de produccién consumidos o desgastados en el proceso produetivo, sino que se deje un sobrante o excedente o plusproducto de cierta enverga- dura, La presencia de los excedentes no ¢s, sin embargo, suficiente por si sola para cau- sar la a: es necesario ademés un sujeto eco- némico —un productar— en posicién tal que pueda habilitar dicho sobrante con un uso econémico, o bicn encuentre mas conve- niente adquirir un cierto excedente de otro productor que producirlo por si mismo. Esta condicién se verifica generalmente cuando el sector econémico, industrial 0 co- mercial del segundo productor esté menos desarrallado —en términos cualitatives o cuantitativos— que el sector correspondien- te al primer productor. Ademés de fundarse en la presencia de excedentes, la a. lo hace por lo tanto en dos condiciones necesarias: 10 ACUMULACION tre dos o m4s productores, o una desigual- dad paralela de las relaciones de fuerza en- tre los dos. Cuando se verifica una u otra condicién, 0 las dos, el exccdente puede cambiar de manos —siendo “valorizado"— y destinarse de esta manera a la acumula- ci Tanto en el campo capitalista como en el socialista la desigualdad del nivel de desa- rrollo se puede presentar, y se ha presenta- do histéricamente, ya sea entre unidades productivas, scctores econémicos o regiones de un mismo sistema econémico nacional, ya sea entre un sistema particular o super- sistema nacional y uno o més sistemas exter nos. En el campo capitalista, puesto que la transformacién del plusvalor en capital re- quiere que al menos una parte del exceden- te, cuya valor representa dicho plusvalor, sea vendido por dinero a alguien que no sea los trabajadores y los empresarios que lo han generado, la realizacion del plusvalor se efecttia sobre todo cuando un determinado: sujeto econdémice cree conveniente adquitir un determinado producto en lugar de produ- cirlo 4 mismo, situacién que se presenta precisamente cuando su grado de desarto- Ho, en lo que se refiere a dicho producto par- ticular, es inferior al del otro productor. En el campo socialista, un mecanismo similar se mantiene en movimiento mediante la pla- nificacién de los precios y de los intercam- bios entre diversas sectores, zonas 0 regio- nes. Sin embargo, si las relaciones de fuerza son favorables, el retiro del excedente 0 de su equivalente en plusvalor puede ocurrir ectamente, incluso contra la voluntad, por no decir Ia convenicncia, del sujeto me- nos fuerte. En el plano internacional esto ha sucedido, dentro del campo capitalista, y en perjuicio de las dveas precapitalistas, duran- te toda la época colonial; y, dentro del cam- po socialista, eu perjuicio de los pafses con- vertidos en satélites de la Unidn Soviética, al menos durante los primeros lustros después de 1945. Las implicaciones sociales y politicas de la.a.son claras si se tiene en cuenta que, con el fin de elevar el tipo de interés en medida suficiente para asegurar el funcionamiento regular de un sistema economic industrial- mente avanzade, 9, todavia mas, el paso de un sistema preindustrial a uno industrial, se requiere una contraccién relativa o absoluta de los consumos, o bien del nivel de vida. Esto lleva a subdividir los sujetos dela a. en dos grupos: por un lado, aquellos que deter- minan la naturaleza (privada o publica), la tasa de interés y los caminos de la a., los see- tores en que debe concentrarse, las regiones que debe favorecer, y que Hamaremos los sujetos actives de la a.; por el otro, aquellos que sufren como trabajadores o come fami- lias las consecuencias practicas de tales de- cisiones, y que Namaremos sujetos pasivos. En el campo capitalista, los sujetos aeti- vos son normalmente la clase dominante (v.), la clase politica (v.), las élites (v.) del poder econémico, los gobiernos en que se expresan tales sujetos; en el campo socialista han asu- mido una funcidn en muchos aspectos andlo- ga los 6rganos de gobierno en los que se fun- den poceres legislativos y poderes ejecu- tivos (por ejemplo el Presidium del Soviet Supremo en la ex URSS), la burocracia esta- tal —que puede definirse mas o menos como una nueva clase dominante— y el partido a la cabeza. En ambos campos los sujetos pa- sivas estin constituidos gencralmente por uno o mis estratos de trabajadores de uno u otro sector productivo, aun si en una pers- pectiva secular los campesinos (v.) son los que quizé parezcan haber soportado por completo el mayor peso de la acumulacién. Los poderes, la composicién, Ia identidad misma de los sujetos activos y pasivos de la a. cambian con el desarrollo de la sociedad (v, desarrollo social), con las vicisitudes del régimen politico, con las relaciones de fuer- za internacionales. Los caminos de la a. privada y publica se han modificado y complicado notablemente con el desarrollo econémico y social. El cami= no mas simple y directo de a, se da cuando una empresa privada determinada reinvier- te en mAquinas e instalaciones, ampliando el valor global, una parte del plusvalor que ella misma ha producido y realizado. Pero con la expansion y la difusiOn del ahorro, del crédi- to, de los seguros, de las inversiones estata- les y de los organismos que regulan esios procesos econémicos —de la banca a la bol- sa, de las sociedades financieras a las insti- tuciones centrales de emision—, cl plusvalor producido en una empresa o en un sector 0 ACUMULACION AL 4rea productiva recorre caminus cada vez mis intrincados, tomando alternativamente la forma de beneficio, renta, impuesto, antes de alcanzar su (lemporal) destino “final” como dosis adicional de capital. D. Entre los muchos factores que desde los tiempos de Smith se han vinculado a la a., por cuanto se cree que influyen positiva o negativamente en Ia tasa de interés, sus for- mas, los caminos que toma, existen algunos que se encuentran casi exclusivamente en los sistemas sociales capitalistas, otros que son tipicos de los sistemas socialistas y otros mis que operan en ambos tipos de sis- tema. Entre los factores tipicos de la a. capita- lista se incluyen cominmente: a] La division del trabajo (v.). Dado que acrecienta la productividad per capita de los trabajadores, hace aumentar la cuota de ex- cedente destinada a ampliar el capital. 6) La parsimonia, el habito del ahorro, la inclinacién a diferir los consumos y @ acu- mular las ganancias. Son los rasgos caracte- risticos de la burguesia, configurados por la ética protestante, y que fueron estudiados ampliamente por Max Weber y Sombart. Este factor, analizado incluso por los clasi- cos de la ecanomfa politica, fue satirizado por Marx como “teoria de Ia abstinencia”. ] El mecanismo de la competencia, que obliga a los empresarios capitalistas a acu- mular, porque solamente si reinvierten ince- santemente una gran parte de lus utilidades de la empresa en innovaciones tecnolégicas y organizativas lograran sobrevivir en la competencia con los otras empresarias. d) El nivel de los precios y la correspon- diente tasa de beneficio. Desde Ricardo se ha observade que sin el incentivo de los precios remunerativas no puede existir ninguna acumulacién. ¢)La climinacién de muchas empresas del mercado en cuanto que ya no son aptas para sostener la competencia con las empresas del mismo sector en el que se ha producido una mayor a. La reduccién del ntimero de empre- sas favorece la a. en Jas que permanecen. Entre los Factores que Favorecen en cam- bio la a. en un sistema socialista (aunque la referencia es casi siempre la URSS) se inclu- yen a menudo: f1E1 pleno empleo permanente de la fuer- za de trabajo disponible en todos las secto- res de la economia, obtenido mediante la planificacién dela produccién y de Ia escue- la, y el uso de incentivos —y mas raramente de la coercion— para transferir grupos de trabajadores de un sector o rea a otro. 4g] La plena utilizacién dela capacidad de las instalaciones, frenada a menudo en las sociedades eapitalistas por consideraciones de beneficio 0 de mercado, o por la rigidez de la fueraa de trabajo. A) La reduccién de los gastos de distribu- cién. El encuentro entre el productor y el consumidor esta regulado por la planifica- cion central y sectorial; el ntimero de los puntos de distribucion en proporcién con la poblacién ¢s muy bajo; los gastos de publici- dad son minimos. ‘JEL freno a los gastos de representacion, especialmente los relacionados con 1a cons- truccién (v., en contraste, los rascacielos de acero y vidrio de las corporaciones nortea- mericanas y europeas), Finalmente, son factores que promueven (0, en sentido inverso, obstaculizan) la a., ya sea en los sistemas capitalistas 0 en los so- cialistas: jl La presencia de clases dominantes o de centros de pader en la organizacién estatal, a tal punto que imponen la necesaria con- traccién de los consumos o formas de aho- rr forzade a la mayorfa de la poblacién tra- bajadora. k] La innovacién teenolégica (v. teenolo- gia, D), que aumenta la productividad per c4pita y con ella el excedente disponible para la acumulacién. NEI desarrollo de la circulacién del dine- ro y de las instiuciones bancarias bajo el control del estado, que han facilitado o for- zado diversas formas de ahorro y la concen- tracién de éste en inversiones productivas. mi] El grado de“explotacién” de la fuerza de trabajo, segiin la terminologta marxisia, o bien ta relacién entre costo del trabajo y ganancias brutas, o entre el valor vertido como equivalente del trabajo a los trabaja- dores y el valor de las mercancias vendidas alos consumidores. Cuanto mas amplia es la diferencia, tanto mas rapida —en igualdad de otras condiciones— es la acumulacion. Algunos ide los factores indicados ante- 12 ACUMULACION riormente estan en relacién dialéctica con la a., y pucden presentarse por consiguiente como efectos suyos. Es cl caso de la division del trabajo y de la tecnologia, que la a. per- mite llevar a cstadios muy avanzados, dando lugar a un incesante incremento de la pro- ductividad; el aumento de la productividad permite acrecentar el sobrante per cépita y con ello el global; a su vez éste extiende y re- fuerza 1a acumulacién. E. Consecucncias generalmente imputadas, en Ia literatura sociolégica y cconmica, los fendmenos de a. son: a] La formaci6n de muevos estratos y cla- ses sociales con funciones vinculadas con los mecanismos de la a. y con Ia gestidn y ef control del (mayor) capital acumulado, como lus dirigentes (v), los empleados (v.), los técnicos (v.), la burocracia (1). bj La formacién de un Hamado “ejército industrial de reserva”, o sea de un nfaimero. creciente de trabajadores, los cuales o bien han sido expulsados del proceso productive y permanecen desocupadas, o bien por sus caracteristicas no pueden entrar en él, y cuando mas cncuentran una ecupacién pre- caria dentro de algdn sector marginal (Paci, 1973). cj La a. “de miseria, tormento de trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalizacion y de- gradacién moral en el polo opuesto” de laa. de capital, es decir, entre los trabajadores. Esta afirmacién de Marx, que junto con 1a precedente constituye para él Ia “ley absolu- ta, general, de la a. capitalista”, era segura- mente valida en el periodo a que se referia, la primera mitad del siglo 2x, pero mas adelante no ha sido confirmada por los he- chos. Incluso los eriticos mas severos del ca- pitalismo admiten que el nivel de vida de la dase trabajadora en las sociedades indus- triales avanzadas ha mejorado notablemen- te en el transcurso de un siglo, a causa del desarrollo de Ia tecnologia, de las organiza- ciones sindicales 0 de las asociaciones politi- cas que representan més directamente Tos in- tereses de los trabajadores. Sostencr que a pesar de ello Ia “ley absoluta de Ia a” sigue siendo operante, porque si no se hubieran dado los procesos anteriores las cosas hubie- ran ido como habia previsto Marx, parece ertamente un sofisma (v. pauperizacién). d) El nivel de vida de una poblacién 0 de los estratos y clases en su interior, en cuanto condicionado por el indice de a., por sus for- mas y caminos. La a. deprime el nivel de vida de los sujetos pasivos, mientras que deja inalterado 0 eleva el de los sujetos acti- vos, aquellos que controlan sus modalidades. @) Determinadas estrategias de la accién de clase o de los centros de poder estatal. Las clases y los centros de poder interesados en mantener ¢ bien en clevar el indice dea, obien en modificar sus formas 0 caminos, 0 en manipular sus factores —lo que resulta siempre en una transferencia diferencial de excedente que perjudica a algunos estratos sociales en vez de a otros—, ponen enaccién, para obtener tales objetivos, diferentes es- trategias econdémicas, politicas, idcolégicas, cuya naturaleza real y aleance pueden valo- rarse solamente a partir de un analisis de los mecanismos de base de la a., y porlo tan- to del ahorro, de los consumos, de las inver- siones, de los beneficios (o de otre tipo de utilidades de balance) y de las rentas. flLas formas del dominio politico. El gra- do de tolerancia del régimen en el poder en relacién con cualquier otra posicién, politi- ca y cultural, la estructura del sistema polf- tico (numero y tipos de partidos, sistema de representaci6n, grupos de presién, etc), las actividades y funciones internas ¢ interna- cionales de gobierno, sufren de diversas ma- neras la influencia de los procesos de a., como muestran las vicisitudes de los esta- dos sudamericanos, africanos y asiaticos, que estn en relacién de dependencia econd- mica con Occidente, pero también la histo- ria de los regimenes comunistas soviético y chino. Ql El subdesarrollo del Tereer Mundo (v. desarrollo econémico, B-C). Son los meca- nismos de la a. en el centro, o sca en los pai- ses industrializados avanzados —en primer lugar Estados Unidos— y en la periferia, o sea en los paises retrasados de Africa, Amé- rica Latina y Asia, los que determinan, en la relacion mutua, el subdesarrollo creciente de estos altimos, a través de tres tipos de distorsiones: en favor de las actividades ex- portadoras, en favor de las actividades ter- ciarias y en favor de la industria ligera (Amin, 1970). hy El imperialismo (v.). Rosa Luxemburg 14 ADAPTACION recurrian a ella para explicar la evoluclén social (v.) en términos bioanaldgicos. Spen- cer concebia Ia progresiva diferenciacién de las estructuras sociales como la expresién, en el nivel de las sociedades humanas, del princi versal por el que la vida consiste en la incesante a. de las relaciones internas de un organismo a sus relaciones externas. A partir de este principio Michelangelo Vacca- ro claboré su ley de la a., segan la cual el hombre ticnde, a través de la lucha por ta existencia, a adaptarse siempre mejor al am- biente en que vive. Vacearo distinguia cuatro formas principales de a.: entre el hombre y las fuerzas césmicas, entre el hombre y el mundo vegetal, entre el hombre y los animales, y entre los diversos grupos sociales. Todas estas formas de a. no han de- Jado de mejorar en el curso de la historia hu- mana, aunque con interrupcioncs y retrasos temporales; el progreso no es pues, como sostenia Gumplowicz, una pura ilusién (Vac- caro, 1893), Similar a la de Vaccaro, pero con una mayor insistencia en la eliminacion de los menos adaptados —organismos, seres humanas y socicdad— y derivada de la hicha por la existencia, es la nacién de a, elabora- da por Jacques (Jacov Alexandrovich) Novi- cov en Les [uttes entre sociéiés humaines et leurs phases successives (Paris, 1893). La idea de lucha por la sobrevivencia del mas adaptado —no organismo, sino entidad social— esta en cambio ausente en el con- cepto de a. elaborado por E. A. Ross, en Foundations of sociology (Nueva York, 1905), como elemento de una clasificacion de los procesos sociales fundamentales. Re- tomando algunos datos contenidos en un en- sayo de Simmel sobre las relaciones entre “compromise” (Kompromiss) y “concilia- Gién” (Versdhnung), Ross propone consi- derar laa. como un tipo general de relacion entre individuos y grupos, junto con “coope- racién", “oposicién", “dominacién”, “asocia- ci6n” y otros, de cuya relacion la tolerancia, et compromiso y 1a fusién serian las formas particulare: Otro grupo de autores de la época, entre los cuales destacan Park y Burgess, entiende por a. la continua invencién y modificacin de estructuras sociales, habitos de compor- tamiento, instituciones, técnicas, rasgos cul- turales claborades para hacer frente a las exigencias de individuos y colectividades en el curso de la interaccion con los mas diver- sos ambientes fisicos y sociales. Ellos pro- ponfan, sin embargo, usar el término accom- modation en lugar de a.,""con un significado ligeramente diverso. La diferencia es que a. se aplica a modificaciones orgénicas que se transmiten por via biolégica, mientras que accommodation se usa para indicar cambios de habito que son transmitidos, 0 pueden serlo, sociolégicamente, o sea en forma de tradicidn social” (Park y Burgess, 1921, p. 663). El primero en usar accommodation como el cquivalente social de la a. biol; una y otra formas de a, al ambiente a tra- vés de la invencién de nuevas caracteristi- cas, organicas en una, socioculturales en la otra— fue el psicdlogo norteamericano J. M. Baldwin en Mental development in the child and the race (Nueva York, 1895). Hacia 1920 habia etndlogos alemanes que usaban Akko- modation para indicar la a. reciproca de dos culturas, lo que hoy s¢ dice aculturacién (¥.). Entre los pocos socidlogos contemporéneos que todavia prefieren el termina accommo. dation para designar la forma especifica- mente social de un proceso general, la a., Maclver y Page critican a Burgess por haber entendido tal término mas bien como Ia a. del ser social a condiciones dadas que como Ia a. de las condiciones externas al ser so- cial. Ellos distinguen, por lo tanto, entre ac- commodation, el proceso por el que el hom- bre alcanza un sentido de armonia con su ambiente, y adjustment, el proceso por el que el hombre se ocupa deliberadamente en adaptar sus necesidades al ambiente o el ambiente a sus necesidades (Maclver y Page, Society, Londres, 1950, pp. T7ss., 123ss.). Tefido de fuerte psicologismo esta el concept de a. claborado por el criminélogo ysocidlogo francés Gabriel Tarde en La logi- que sociale (Paris, 1895), dedicado entera- mente a los procesos de a., y en Les lois sociales (ibid., 1898). Para Tarde la a. es uno de los tres procesos sociales fundamentales, consistentes esencialmente en relaciones in- termentales entre individuos y grupos; los ‘otras dos son la repeticién (0 imitacién) y la oposicién. La a. significa armonfa entre las ideas en la mente del individuo; tal armonia se manifiesta en su forma mas elevada en la mente del inventor —aquel que en todos los ADAPTACION 1S, campos aporta a la sociedad nuevas ideas técnicas, jurtdicas, cientificas, filoséficas, de las cuales deriva el progreso. Si en la mente de cada individuo reina la armonia entre sus ideas, la armonfa de las diversas mentes que componen una sociedad estaré asegurada —singular reminiscencia de la idea platénica segin Ia cual la justa constitucién de un estado puede realizarse solamente cuando se realiza una condicion analoga dentro de nosotros. La idea de a. como armonia cnire las partes, casi como si Jos elementos de una sociedad correspondie- ran a las partes de un reloj, vuelve a apare- cer més tarde en algiin manual de sociologia de rigida orientacién positivista (Ogburn y Nimkoff, 19644), Segiin von Wiese, en el marco de su doc- trina general de las relaciones sociales, la a. es el grado intermedio de los procesos de asociatividad o asoclacion (v.). Respecto de Ia misma, el acercamiento es cl grado me- nor, la asimilacién el grado mayor, la unién el grado maximo, el cual conduce ala crea- cién de formaciones sociales (v.). El entiende “por acercamiento los primeros pasos que preparan para Ia asociaci6n; por adaptacion la asociacién acompajiada por el reconaci- miento de la diferencia; por asimilacién el intento de superar la diferencia; y por union Ia instauracién de una comunidad concebi- da como situacién auténoma” (von Wiese, 1933*). En el significado atribuido por von Wiese, la a. no ¢s pues una relaci6n de inter- cambio dindmico con el ambiente fisico 0 so- cial, sino una forma de In sociubilidad (v. Enun sentido enteramente distinto, Som- bart habla de a. de la poblacién a las necesi- dades del capitalismo desde principios del siglo xix, cuyo resultado ha sido la forma- cién del proletariado moderne (Sombart, 1916), Aqui se configura un agente con perspectiva a largo plazo, el capitalismo in- dustrial y agricola, cuyas “necesidades” de relaciones claras de propiedad, de maxima explotacién del suclo y de los medios de pro- duccién, de gestién racional de las empre- sas, de combinacién y coordinacion de mu- chos trabajadores bajo un solo mando, de precio del trabajo favorable al empleo del capital, requicren y gradualmente imponen que la poblacién se adapte desde su triple punto de vista: concentrandose en las ciuda- des, donde se puede habitar en masa a poca distancia de las f4bricas (a. espacial); habi- tdndose al trabajo parcial, regular y subor- dinado propio de la Fabrica capitalista (a. técnica); controlando las pretensiones sala- riales a tal punto que s¢ pueda garantizar un beneficio del uso del capital (a. econdmica). En Parsons, la a. legaa ser un imperative funcional de todo sistema social, al lado det logro de objetivos colectivos, de Ia integra- cién y del mantenimiento de la estructura latente. El paradigma, o modelo, al que Par- sons expresamente se refiere es nuevamente el del organismo, como en Spencer, pero con todos los refinamientos propios del desarro- lo de las ciencias bioldgicas. Entre ellos Parsons sciiala el concepto de “dominio acti- vo" (active mastery) del ambiente, con expli cito rechazo de toda implicacién de un “a- juste” pasivo del sujeto a un determinado ambiente. La exigencia de que en un sistema social (v.) —de cualquier escala: desde el queiio grupo a la sociedad— existan acti dades, estructuradas en papeles, que ‘“ma- nipulan” incesantemente los objetos fisicos y sociales del ambiente externo, intercam- biando con él recursos transformados, deri- va yasea de la variabilidad de éste, ya de la multiplicidad de los objetives que un siste- ma persigue habitualmente. Dado un obje- tivo, si el ambiente fuera constante no ha- bria necesidad de actividades manipulado- ras reiteradas: los recursos fluirian en él, y de él, por inercia. Pero también los objetivos cambian: los recursos aplicables a uno de ellos no son adecuados o suficientes para otros. El conjunto de las actividades que producen, en relacién de intercambio con un ambiente cambiante, recursos generales uti- lizables con fines alternativos constituye la funcién de a. En el nivel de los sistemas de mayor escala i tal funcion representa el “fuego”, el objetivo primario de la organizacién cconémica (Parsons, 1961). Los divulgadores de las tearias parso- nianas simplificaron después l concepto de a. definiéndolo como una situacién en la que el sujeto obtiene del ambiente tadas los re- cursos que demanda, a cambio de todos los recursos que desea ofrecer (Bredemeier y Stephenson, 1962). En tal acepcién, la a. se asemeja al llamado “equilibrio del consumi- dor” de la teoria econémica, perdiendo la 16 ADAPTACION connotaci6n de dominio activa —esencial en sociologia— a través de la manipulacion instrumental de los objetos del ambiente o el descubrimiento de nuevas relaciones con 41 (v. equilibrio soe Entre los autores que no usan el término a, pero cuyas tcorias sociolégicas utilizan un concepto afin, cabe mencionar al histo- riador inglés A. J. Toynbee. La "respuesta" que las socicdades deben claborar ante los “desafios” geograficos y culturales del am- biente, y que muchas veces en el pasado no han sabido elaborar, por sus propias limita- ciones 0 por la excesiva intensidad del desafio, encauzando asi el camino de la disgrega- ci6n, es precisamente un complejo problema de adaptacién. El termine a. es a menudo usado en psico- logia y psicoloyia social —actualmente menos que en Ia generacién anterior— para indicar el proceso mediante el cual un individuo se hace apto para reaccionar mis eficazmente a los cstimulos y a las tensiones que tienen su origen cn cl trabajo, en la relacién con co- legas, amigos, familiares, autoridad, y en ge- neral por la insercién en un grupo con es- tructura y/o cultura distinta respecto de las que operan la socializacion, C. La a, al ambiente puede aleanzarla una colectividad de dos maneras: con una modi- ficacién de las relaciones internas, y luego de los valores de orientacién y de otros ele- mentos de la cultura, 0 con una transforma- cién det ambiente externo, natural o social. La mayor parte de las colectividades usan ambos medos (ya sea ciclicamemte, ya sca contemporaneamente, en medida variable y por razones diferentes) de encontrarse a me- nudo en su propia cultura, que puede predis- ponerlas a formas de actividad dirigidas al dominio de la naturaleza o bien a formas de contemplacién del mundo. La civilizacion europea y la civilizacién india antigua repre- sentan los extremos a este respecto. Otras veces, en cambio, la razén esta en la dureza del ambiente que impice toda a. que no sea una reorganizacién interne, 9 cn presiones que surgen desde el interior de In colecti dad misma forzfndola, incluso contra sus escalas culturales de preferencia, a compro- meterse en una transformacion activa del ambiente externo (Sorokin, 1947), Sin embargo, no debemos considerar el ambiente natural y social como un dato que en todos los casos ha de transformarse ma- terialmente, teniendo los medios, o al cual es preciso adaptarse, autolimitandose, con formas de reorganizacién interna cuando los medios no se poseen. Los limites del am- biente son siempre los que determina la cul- tura de la colectividad considerada en un cierto momento de su historia. Los cambios © procesos de la cultura material e inmate. rial, sustitutiva o no (v. cultura, C), pueden ampliar firmemente los limites del ambiente sin que en éste tenga lugar ninguna modifi- cacién “objetiva”. Por lo que respecta, pot ejemplo, a la disponibilidad mundial de re- cursos energéticos, los limites del ambiente natural parecian bastante restringidos mien- tras la tecnologia conocia solamente el uso de Ia lefia como Fuente principal de energia, pero se han ampliado en forma exagerada a medida que se ha ido desarrollando la tecno logia de la prospeccién y uso del carbén, de hidrocarburos y dltimamente de combusti- bles nucleares. Una empresa que no logra vender mas que una pequefia cantidad de un determinado producto esté ubicada en un ambiente econémice circunscrite, pero ge- neralmente est&é en condiciones de am- pliarlo considerablemente poniendo a Ia venta un producto modificada o reduciendo el precio, Un ambiente socioccanémico ca- paz de absorber millones de automéviles al afio, que pocos afios antes nadie hubiera pensado que existiria, fue creado por Henry Ford en los afios veinte, al lanzar al mercado un automévil sencillo, sélido, de bajo precio: cl modelo T. Un grupo politico que ne tiene “espacio” entre otras formaciones puede en- contrarlo claborando una ideologia original, etcetera. BIBLIOGRAIA: H.C. Bredemeier y R. M. Ste- phenson, The analysis of social systems, Nueva York, 1962; L. M. Bristol, Social adaptation-A study in the development of the doctrine of adapiation as a theary of social progress, Cam- bridge (Mass.), 1915; W. F. Ogburn y M. F. Nim- koff, Sociology, Boston, 1964; R. E. Park y E.W. Burgess, Introduction to the science of socioio- gy, Chicago, 1921, cap. x; T. Parsons, “An outl ne of the sacial system”, en T. Parsons, E. Shils, AGRESION 7 K. D. Naegele y J. R. Pitts (comps.), Theories of society - Foundations of modern sociologicat theory, Nueva York, 1961, vol. x; J. Romano (comp), Adaptation, Ttaca, 1949; W. Sombart, I! capitalismo moderno (2 vols., Munich, 19162), ed. it. abrev., Turin, 1967, eap. XLV ss.;P. 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La a. puede ser simbélica (come ‘traspasar un mufieco que representa a Ja victima) o real; inmaterial (por ejemplo una injuria), o mate- rial (por ejemplo un robo). La forma extrema de a. material es la violencia (v.). B. Para Freud, que usa un anico término —Aggression— para designar ya sea los ac- tos agresivos o el impulso de cometerlos, esto es, la agresividad, estos actos no consti- tuyen, desde el punto de vista morfoldgico, una categoria especifica, distinta de la catego- ria de los actos no agresivos; ni se requiere que ¢l sujeto sea consciente de su contenido © significado agresivo para clasificarlos coma tales, Cualquier acto, incluso de omi- sién, pucde fungir como a. si cst4 motivado por una pulsién hostil en relacién con otro, o bien por Ia intencién, aun inconsciente o semiconsciente, de dafiarlo. Entre los cienti- ficos sociales que han seguido en alguna me- dida las teorfas freudianas se ha mantenido el significado bivalente del término a., vélido para designar indistintamente ya sea los ac- tos, ya sea las pulsiones hostiles, pero los actos agresivos son considerados como una categoria en si. Asi pues Parsons, ciertamente el mas representativo de los sociélogos de este siglo que hayan sido influidos por Freud, en- tiende por a. “la disposicién por parte de un individuo 0 de una colectividad a actuar de manera tal que dajie ilegitimamente, mas o menos a sabiendas, los intereses de otros in- dividuos o colectividades pertenccientes al mo sistema” (Parsons, 1947); sin embar- go, presenta como a. solamente actitudes y actos manifiestamente destructivos. La ma- yoria de los secilogos ha circunscrito ulte- riormente el significado de a, de manera que incluya solamente a los segundos; en esta acepcién una motivacién agresiva cual- quiera no constituye todavia una a., ni un de- terminado acto puede considerarse como una forma de a, aunque esté motivado por una pulsién agresiva, mientras no se concrete en un dafio real o potencial para su objeto. De esta manera pierden sentido e in- terés las expresiones de origen freudiano como “la a, libremente fluctuante en una so- ciedad”, a. que en determinadas circunstan- cias puede canalizarse o “sublimarse” en formas creativas, como la expresién artisti- ca (cf. Allport, 1954). En las ciencias sociales anglosajonas, espe- cialmente en la psicologia social estaduniden- se, hay quienes incluyen entre las formas de a. todo comportamientoo conducta orientados ala afirmacién de s{ mismo en el mundo ex- terno. Este significado de a. se remonta a la obra de Alfred Adler, el colaborador de Freud que rechazé la hipétesis de Ias pulsiones libi- dinosas como base motivacional de la perso- nalidad y las sustimyé por la necesidad de au- torrealizacién por medio del dominio de si y del ambiente. Aceptar tal acepcién de a. signi- fica ampliar desmesuradamente la categoria de los actos agresivos, dejando ademés indefi- nidos sus Iimites. La competencia deportiva, la emulacién entre escolares, el empefio por hacer carrera en una empresa, la ambicion de un cientifico, son todos susceptibles de 18 AGRESION ser incluidos entre fas formas de a., aun si no causan dajio a otros @, por cl contraria, representan un beneficio. La bisqueda de las causas, de la dindmica, de los medios de previsin, prevencién y control de los ac- tos objetivamente dafiinos a otros queda de este modo comprometida, En el nivel de las colectividades naciona- les, Ia definicién mas conocida de a. se en- cuentra en las convenciones estipuladas entre la Unién Sovictica y otros paises en 1933-1934, en el marco de los trabajos de la Liga de las Naciones. En éstas sc describian como formas de a. todas las acciones de este grupo: a] declaracién de guerra; 6] invasion del territorio de otro estado por medio de fuerzas armadas, con declaracién de guerra o sin ella; c] ataque al territorio, naves o aviones de otro estado por medio de fuerzas terrestres, navales o aéreas, con declaracién de guerra o sin ella; d] bloqueo naval de las costas y de los puertos de otro estado; e] ayu- day proteccién a bandas armadas, constitui- das dentro de los Ifmites territoriales de un estado, que han invadido el territorio de otro estado, a bien rechazo, pese a deman- das en tal sentido por parte del estado inva- dido, a tomar en su propio territorio todas las medidas en su poder para privar a dichas bandas de toda ayuda o proteccion. Entre dos o mas estados, se definia como agresor aquel que iniciaba primero una o mas de ta- les acciones. Si bien con el transcurso del tiempo se ha ignorado o deformado, en pro- vecho de innumerables paises, grandes y pe- quefios, tal definicién de a. entre naciones aparece de hecho todavia implicita en el de- bate suscitado en nuestros dias por episo- dios como la guerra de Vietnam, la guerra entre Israel y los paises arabes en. 1967, la invasion de Checoslovaquia en 1968. ©. En cl estudio de laa. es importante tomar en cuenta, segtin sus diversas combinacio- nes, el nivel de andlisis, los componentes se- cuenciales de los actos 0 acciones agresivas, ademés de sus factores (para ¢stos v. también ¢l apartade D), El nivel de andlisis se refiere por un lado al stijeto, por el otro.a la victima de una agresién, En su nivel minimo, intrapsiquico, la a. esté manejada por componentes estructurales de la perso- nalidad en perjuicio de otros: en este sentido se habla por ejemplo de superego agresivo en relacién con el ego. Tenemos después la a. de parte de individuos, de pequefios gru- pos, de asociaciones u organizaciones, de clases sociales, de estades o naciones y, fi nalmente, en su nivel maximo, la a. de parte de coaliciones internacionales. Cada sujeto puede evidentemente agredir a otros sujetos de diverso nivel, como sucede cuando un gru- po ataca a un individuo aislado, perv las a. son mis frecuentes entre sujetos del mismo nivel. ‘Los componentes seriales san todos los indivi duos, grupos, sistemas, mecanismos de deci- sign, estructuras y colectividades de diversa naturaleza que aportan en forma sucesiva, 0 son aptos para aportar, una contribucién al desarrollo de una agresién. Senghaas (1971) Propone considerar cuando menos diez: 1]la disposicién individual a la a., innatao adq| rida; 2] los grupos de interés; 3] las élites do- minantes; 4] los medios de comunicacién de masa; 5] el sistema politico y la cultura poli- tica de un pais determinado; 6] el gobierno y la buroeracia central; 7] la estrategia inter- nacional adoptada por un pais; 8} 1a dinami- ca de los procesos de decisién en momentos de crisis; 9] los procesos de escalada; 10] la dindmica propia y las reacciones del am- biente internacional. En esta lista seria ne- cesario afiadir, como posibles componentes secuenciales de actos agresivos, la accién de las clases sociales, y el Jenguaje politico usa- do por hombres polfticos, intelectuales, par- tidos, sindicatos, grupos espontineos y go- iernos. Las a. varian segiin el grado de prepara- cién y scgiin el grado de organizacién de su desarrollo, Una invasion militar por lo gene- ral tiene una larga preparacién y organiza- cién; un movimiento de muchedumbre (v.) contra la sede de un partido puede preparar- se por obra de agentes provocadores, pero en gencral resultard poco organizado; la a.a un 4rbitro después de un partido de futbol no es, por lo general, ni organizada ni prepa- rada. En este tiltimo caso se habla de a. eruip- tiva. Cualquiera que sea el tipo de a., aun si no ¢s organizada, espontanea o breve, es po- sible determinar una secuencia de fases de desarrollo relativamente constantes, cada una de las cuales requiere la verifieacién de un determinado acontecimicnto o 1a presen- cia de un cierto factor psicoldgico, ecoldgi- AGRESION 19 co, informative o estructural para dar origen a la fase posterior. Sila secuencia se interrumpe en una de Jas fases prelimina- res, la a. no tiene lugar. Esto es valido ante todo si consideramos 1a a. como com- portamiento colectivo (v.) (cf. Smelser, 1963). Al definir una determinada accién como a., especialmente en el nivel internacional, con su respectivo sujeto agresor, desempefia siempre una parte importante la idea de le- gitimidad de dicha accién. El hecho de ata- car por ejemplo en primer lugar a una nacién vecina, ne ¢s algo dirimente, ya que el atacante pucde haber sido inducido a ello por la noticia de preparativos ofensivos en su contra. Por otro lado, salve excepciones, ninguna accion encuentra reconocimiento untvoco, ni como a. ni como legitima defen- sa en toda la comunidad internacional, ni mucho menos en todos los grupos politicos de un mismo pais. En 1967, Israel, estando claro que inicié las operaciones bélicas en primer lugar, atacé a los palses érabes veci- nos para impedirles que llevaran a cabo la a. que estaban preparando contra él: tal es la versién oficial de los pafses occidentales y, dentro de ellos, de los partidos de centro y de derecha. Pero también se dice que Israel agredié friamente a los arabes, come una ctapa necesaria de su proyecto imperialista; ésta es la versién de los paises socialistas (y también de los érabes) y de los partidos de izquierda en los paises occidentales. El en- frentamiento de ideologias y de intereses que aparece en similares episodios hace difi- cil establecer como instrumento de valora- cién de acciones y de sujetos una definicién estandar de a. entre las naciones. La ambi- giiedad de un acto més o menos definible como a. cs generalmente menor entre los in- dividuos y entre los grupos, ya sca porque en muchos casos la situacion distingue niti- damente a las partes —en el asalto de un la- drén a una oficina de correos lena de clien- tes es obvio quién es el agresor y quién la victima—, ya sea porque la contribucién de la victima a la a, cs socialmente menos visi- ble y menos estudiada (cf. Chapman, 1968, cap. \). Estas dificultades del concepto de a. Nevan a establecer que en muchas situacio- nes la a. puede ser reciproca, configurindo- se dos o mas sujetos como agresores, aun si al inicio el acto material de a. por una de las partes es encubierto por la otra. D. La a. ha sido hasta ahora estudiada por psicélogos, psicdlogos sociales y antropélo- gos culturales mas que por socidlogos. Por lo tanto, las principales teorfas de Ia a. se centran en la estructura psicocultural del individuo, variando desde un mAximo de in- natismo (Freud, Lorenz) a un mAximo de am- bientalismo (Mead), mas que en las estructu- ras sociales, y los factores considerados son diferentes seguin las teorias, aunque suceda que cl mismo factor se encuentre cn varias teorlas con Funciones y posicién diversas. Teorias y factores interpersonales de la a. son, pues, parcialmente incompatibles en- tre si segiin que configuren laa. en forma de: —manifestacién de la voluntad de poder, de afirmacién sobre los otros (Adler); —producto de la frustracién o del blo- queo de un comportamiento dirigido a obte- ner una gratificacién (Freud arte 1920; Dol- lard y otros), Es el factor de a. mas a menudo invocado en la literatura, aunque después fue objeto de numerosas criticas (cf. Berko- witz, 1962): —producto de una pulsién primaria que puede remontar al instinto de muerte, uni- versal ¢ inmodificable (Freud pass 1920); —resultado de una acumulacién auténo- ma de energia en centros nerviosos que aflora explosivamente, alcanzado un cierto nivel, en un comportamiento manifiesto (Loren) —producto recurrente de un determina: do tipo de socializacién en el Ambito de una cultura (v,) que induce, favorece © premia comportamientos agresivos (Mead); —resultado de un desplazamiento de la hostilidad sentida hacia un objeto(individuo o grupo) en direccién a un objeto distinto, fa- vorecida por formas de prejuicio étnice, po- Ktico 0 religioso (Allport). Si se desplaza la atencién del individuo a los fendmenos de estructura (v.) y de interac- cién soclal (v.), surgen otras factores de la a., algunos casi universales, otros especificos de una sociedad dada, Fuertes estimulos ala a. de individuos, grupos, clases, minorias, nacionalidades, son, en cualquier tiempo y lugar: la instigacién, especialmente por par- te de Iideres carismaticos ¢ ideoldgicos, en cuanto que aumenta el nivel de tension entre 20 AGRESION los destinatarios del mensaje y la ditige sobre el objeto deseado; la designacién de un indivi- duo, grupo, ete, come chivo expiatorio; la pre sencia de un fuerte conflicto (v) en ausencia de instrumentos eficaces de control soctal (¥); la division del trabajo (v.) cuando asume ca- racter competitive, come en las sociedades ca- pitalistas; la estructura de la familia (v); los episodios de pdnico subsiguientes a catistro- fes naturales o sociégenas; cualquier forma de justificacién del crimen (x), 0 bicn de aproba- ci6n ideolégica (v. \deologia) de los sufrimien- tos infligidos o infligibles a otros, a través del doble mecanismo de la legitimaciéa moral del propio acto y de la deshumanizacién de la victima (Sanford y Comstock, 1971). Es discutible la influencia de la estructu- ra global de una sociedad sobre el indice me- dio de a. y de agresividad en élla observable —de muy dificultosa medicién y en cual- quier caso de dudoso valor comparativo. Au- tores de oricntacién marxista han afirmado a menudo que el elevado indice de a. entre individuos y grupos que se puede encontrar en las sociedades occidentales es exclusiva- mente producto intrinseco del sistema capi- talista, basandose en la situacién de la socic- dad mas desarrollada en sentido capitalista, Estados Unidos. Para validar tal afirmacion ser{a necesario probar con datos adecuados a] que en las sociedades socialistas, a partir de la mas desarrollada —Rusia—, el indice de a. (queda la duda sobre la posibilidad de obtener una medicién digna de confianza de este género) es significativamente infe- rior que en las sociedades capitalistas; 6] que las saciedades capitalistas no difieren de manera apreciable entre sf en cuanto al indice de agrcsién. En realidad no existen por ahora datos adecuados, y aquellos de que se dispone tienden quizi mas a con- futar que a convalidar las anteriores afirma- ciones. Si se incluyen entre los actos de a, ademas de los delitos comunes, la supresién intelectual, politica o fisica de cualquier forma de disensién, las sociedades euro- peas, socialistas @ no, parecen en conjunto similares por la clevada frecuencia de a. interpersonales ¢ intercolectivas, mientras que las grandes sociedades orientales, capi- talistas o no —Japon y China—, parecen si- milares por la menor frecuencia de agre- sion, En el nivel internacional, el imperialismo: (v)) ha sido considerado siempre un factor predominante de agresién. E. Una funcion a menudo referida a la a. es la adaptacién (v.), entendida como aumento de las probabilidades de supervivencia a costa del propio ambiente. Amenazado di- recta o indirectamente por éste, el sujeto se dispone a modificarlo por medio de una a. que lo haga mas acorde a sus propias condi- ciones de existencia. Tomada al pie de la le- tra, fuera del contexto que le dio arigen —la sociologia bioanalégica del siglo xix—, tal afirmacién lleva a conclusiones triviales y cinicas; en efecto, es obvio que las a. perpe- tradas en todos los tiempos con fines colo- nialistas, igual que los robs callejeros, au- mentan las probabilidades de supervivencia del agresor. Esta tiene sentido solamente si se concibe la a, como una mera intervencion activa en cl ambiente, no necesariamente da- fiina para terceros; pero ¢s precisamente esta acepcién simplificada y reductiva dela a. Ia que rechaza Ia sociologia contempordnea. Es discutible la afirmacién de que la libre expresién de formas de a., @ bien la observa- cién de acciones agresivas (por ejemplo a través de los medios de comunicacién masi- va [v.}), reduzean la probabilidad de realizar a continuacién a. m4s graves (Berkowitz et al., 1963; Berkowitz, 1964), Segtin algunos la posibilidad de realizar a. limitadas, con el permiso o la tolerancia de otras, reduce el nivel de inhibicion, y por lo tanto puede favorécer a. posteriores, mientras que la ob- servacién de a. reales o relatadas puede pro- porcionar el estimulo o el modelo para des- cargar en un comportamiento agresivo manifiesto actitudes agresivas que estaban antes en estado latente: segtin otros, que re- Proponen con otro cardcter la antigua idea de catarsis, las escenas de violencia vistas en films o en la television aumentan, bajo cier- tas condiciones, la pasibilidad de reducir los comportamientos agresivos (Feshbach y Sin- ger. 1971). En el nivel colectivo, el comporta- micnto agresivo de grupos, asociaciones, clases, a partir de los hibitos lingilisticos y de Ia estructura de las ideologias que facili- tan la designacion de chivos expiatorios para cualquier tipo de tension social, son el mayor factor de contraa, por partede las co- AMBIENTE NATURAL, 21 lectividades que se sienten amenaradas por tal comportamiento, aunque no scan desig- nadas directamente como objeto primario de la a. Como la contraa. excede por lo gene- ral la medida dela a., el proceso de retroac- cién positiva que asi se instaura puede asu- mir un cardcter explosivo. Por tales motivos el control de todas las formas de a., a partir de lag lingilisticas, ideolégicas, simbélicas, por parte de una colectividad, en perjuicio de otras, es uno de los problemas centrales de todo sistema politico. prpuiograria: A. Adler, Prictica y teoria de la psicologta del individuo (Munich, 19304), ‘México, Paidés Mexicana; G. W. 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La consideracién sociolégica de tales factores estd dirigida a establecer a] por cual camino y bon qué intensidad uno u otro de estos fac idres condicionan las formas del comporta- miento individual y colectivo, la motivacién y la inteligencia, los fenémenos de organiza- cion o desorganizaci6n social, el desarrollo o declinacién de comunidades locales, na- cionales y estatales; los procesos politicos, juridicos, familiares, religiosos; la tecnolo- ‘gia (v.), los modelos de cultura (v.), la distri- bucién y las formas de los asentamientos hu- manos, ¢l tipo de habitacién; y 6) de qué modo modifica el a. natural la anterior- mente mencionada fenomenologia social y cultural. B. La reflexién sociolégica sobre la relacion sociedad/a. natural ha pasado hasta nues- tros dias por tres fases distintas. En una pri- mera fase, cuyos origenes se confunden en la antigiiedad con los origenes mismos del pensamiento social, se analiz6 casi tnica- mente la influencia que los factores ambien- tales parecen tener sobre los mas diversos fenémenos sociales. Por mucho tiempo este tema fue tratado en un plano predominante- mente especulativo por innumerables histo- riadores, filésofos, literatos, gedgrafos, es- tudiosos de la economia y de la politica, psicélogos y moralistas. Se puede decir que 22 AMBIENTE NATURAL no existe ningtin clésico del pensamiento po- litico y de la historiografia, de Aristateles a Qvidio, de Bodino a Vico, de Maquiavelo a Montesquieu, de Turgot a Herder, que no haya dado por sentado que la mayor parte de los fenémenos politicos, y el movimiento histérico mismo de las sociedades humanas, estan gobernados en gran medida por las ca- racteristicas que el a, natural presenta en un cierto territorio, y por sus cambios. Desde mediados del siglo xix, a la cs- peculacin se afiade gradualmente, en Euro- pa y en Estados Unidos, el andlisis estadfsti- co. Utilizando variables como Ja altura, la temperatura media, el volumen anual de las precipitacioncs atmosféricas, el tipo y pro- ceso de los cultives, las caracteristicas dela flora (por ejemplo la subdivision de las Ha- nuras en estepa, tundra, sabana, etc), los primeros geoantropélogos, entre los cuales destacan F. Ratzel en Alemania y P. Vidal de la Blache en Francia, intentan descubrir las correlaciones, positivas o negativas, entre dichas modalidades y la distribucién y den- sidad de la poblacién, grado de desarrollo econémico y social, reparticion de las razas, tipos de vestido y alimentacién. Esta fase tuvo su fin virtualmente a principios del si- glo xx, cuando los conocimientos sociolégi- cos y antropolégicos avanzados, la mayor disponibilidad de datos y su mayor confiabi- lidad, junto con el perfeccionamiento del andlisis estadistico, permitieron poco a poco mostrar de qué modo fendmenos socioeul tu- rales muy diversos se encuentran en condi- ciones ambientales sustancialmente andlo- gas, de qué modo fenémenos socioculturales afines tienen lugar en condiciones ambienta- les del todo distintas y de qué modo dentro de un mismo ambiente, inalterado durante miles de afios, se han asentado formas de so- ciedad y de cultura completamente diversas (Lowie, 1917). En una segunda fase, que tiene inicio en los tltimos decenios del siglo sax, la pers- pectiva se invierte: en lugar de Ja influencia del a. natural sobre las sociedades humanas se estudian los efectos que ¢l desarrollo de las sociedades humanas tiene sobre el a. na- tural. Entre las primeras obras que se pro- ponen dar un panorama global de las trans- formaciones introducidas en el a. natural por la accién humana, cabe sefalar la del norteamericano G. P. Marsh (1885). En ésta, como en todas las obras que la siguieron con la misma orientacién, se examina sobre todo cl impacto macroscépico de las sociedades humanas sobre ¢l a. natural bajo forma de tala de bosques, expansién de tierras culti- vadas, actividades mineras, construccién de carreteras y edificios, protecciones coste- ras, caza y domesticacién de animales, y similares. ‘Tal impacto se hace evidente prin- cipalmente en la transformacién del paisaje, en el aspecto que el a. natural presenta vi blemente. Las obras de esta orientacién re- flejan la idea del hombre que “domina” el a. natural y lo somete a sus propios objetivos econémicas y politicos. La tercera fase de la reflexién sobre la relacién sociedad y naturaleza, iniciada hace pocos Iustros, se esta desarrollando bajo el signo de la ecologta, esto cs, del estu- dio de las complejas relaciones que vinculan entre sf a todos los sistemas orginicos vi- vientes, animales y vegetales, incluidos los microorganismos, dentro de la biosfera. El foco del andlisis se ha desplazado ahora ha- cia la funcién que factores culturales, por un lado (como Ia ideologta de rapiiia, la creencia de que los recursos naturales —es- pecialmente el espacio, el aire y el agua— son infinitos), y factores instrumentales, por el otro (como el desarrollo del sistema in- dustrial en sus variantes capitalista y socia- lista, y las exigencias de la geopolitica), han tenido y siguen teniendo en Ia alteracién del equilibrio alcanzado por los biosistemas a través de millones de afios de evolucién, has- ta cl punto de poner en peligro la existencia misma de la especie humana, Hasta ahora, el pensamiento marxista sobre estos temas ha sido dificilmente a: milable de manera neta auna de las tres ses, aunque tal vez esté mas proximo ala se- gunda, por su apariencia de ideologia del Progreso. Para el marxismo el hombre y la sociedad son parte de la naturaleza; median- te el intercambio reciproco, como se Ileva a cabo a través del trabajo, la naturaleza se humaniza, mientras que el hombre se natu- raliza (Schmidt, 1971). Todo cambio del a. natural obrado por las sociedades humanas no es, pues, obra de un agente externo, ex- tranatural, sino de una parte de la naturale. za que actia y retroactiia dialécticamente AMBIENTE NATURAL 23 sobre las otras (esto no es obviamente lo que entendfa Engels por “dialéctica dela natura- leza"). Al tiempo que escapa del determinis- mo con frecuencia mecdnico y unilateral de la escuela geoantropolégica, este plantea- miento parece mal estructurade como con- tribucién al anélisis de la relacién socie- dad/a. natural como se da cn la fase de la reflexién ecolégica. Aino ver en las sociedades humanas mas que entidades naturales se corre el riesgo de lcgar a la conclusién, en la época de la con- taminacién generalizada, de que la naturale- za se est destruyendo a si misma; lo cual es plenamente comprensible e incluso acepta- ble desde el punto de vista naturalista, pero ofrece escasos instrumentos a quien quiera interrumpir la accién negativa de las socie- dades humanas sobre la naturaleza. En otro plano, Ia objecién de que en cuanto teoria de la sociedad capitalista el marxismo esta en condiciones de determinar mejor que cual- quier otra teoria social la responsabilidad pri- maria de los atentados a la biosfera, tiene ¢s- caso fundamento: sociedades antiguas como la romana, sociedades primitivas 0 analfabe- tas como gran parte de las africanas en los si- glos pasados, sociedades contempordneas subdesarrolladas como Brasil y las mismas sociedades socialistas curopeas han contribui- do y contribuyen a la alteracién del a. natural, teniendo en cuenta las dimensiones de la po- blaci6n, en medida no inferior a las socieda- des capitalistas avanzadas. ©. Hace algo mas de medio siglo, un socidlo- go ruso-norteamericano sintetizaba en los siguientes términos el concepto de a. natu- ral, o, como entonces se preferia decir, geo: grafico: “Con este concepto se enticnden todas las condiciones y los fenémenos cés- micos que existen independientemente de la actividad del hombre, que no han sido crea- dos por cl hombre y que cambian y varian de manera espontanea, independientemente de la existencia y de la actividad del hombre. En otras palabras, si tomamos el ambiente total de un hombre o el de un grupo social, yse sustraen de él todos los agentes ambien- tales directa o indirectamente creados o al- terados a causa de la existencia y de la acti- vidad del hombre, quedaré mds o menos lo que se conece por ambiente” (Sorokin, 1928, pp. 101-102), Si nos basamos en dicha defini- sidn, cl ambicnte estaria constituido por el clima “natural”, la temperatura terrestre, el suelo, los relieves, los cursos y espejos de ‘agua, la flora y Ia fauna naturales, los eam- bios de estacién, los procesos geofisicos (te- rremotos, sismos, erupciones valcAnicas, mareas), los fendmenos de gravitacin, hu- Tacanes, cortientes marinas, etcétera. Aunque parezca persuasiva a primera vista, una definicién del a. natural como re- siduo extrahumano, que podemos encontrar incluso hoy en Ja conciencia social de mu- chos sectores de la sociedad contempo- ranea, es actualmente inadecuada, a la luz de las transformaciones inducidas en el a. natural precisamente por la actividad huma- na: y quizé también lo fucra en el momento ‘en que fuc escrita. Recorramos la lista de los factores mencionados por Sorokin: gcudles de ellos podemos considerar, desde siglos 0 desde milenios, de manera independiente de Ta existencia y de las actividades del hom- bre? El clima y la orografia de Sicilia y de Cerdefia han sido drasticamente alterados por las talas de bosques masivas efectuadas durante Ja Gpoca romana y griega para la construccién de naves de guerra. Especies enteras de animales fueron exterminadas por el hombre prehistérice. La composicion yla distribucign de las Faunas terresire y marina de casi todas las zonas del globo son el resultado directo e indirecto de innumera- bles actividades humanas, desde la caza ala domesticacién y alos transportes, de la pes- saa la excavacién de canales transocednicos yal uso de pesticidas; lo mismo, cambiando ios términos, puede decirse de gran parte de Ja flora. Algunos terremotos son provocados por la construccién de diques; los lagos arti- ficiales modifican ¢l clima y el régimen de las precipitaciones pluviales; el éxido de carbono, producto de la combustién artil cial de millares de toneladas de combustible —la mayor parte en el ultimo siglo— ha mo- dificado tangiblemente la atmésfera y la penetracién de los rayos solares en la superfi- cie terrestre. Por eso, en lugar de la indepen. deneia respecto de la existencia y actividad del hombre, ahora unida inseparablemente al ambiente, es necesario incluir, en la base dela definicién de lo que es “natural”, su cardcter de factor condicionante de Ia existencia de la 24 AMBIENTE NATURAL especie humana. En este sentido constituyen ela. natural todos los Factores fisicos, quimi- cos y bioldgicos, aptos para modificar, de ma- nera favorable o desfavorable a su existencia, cualquier estado o comportamiento de los or- ganismos humanos. La relacién entre tales factores y los organismos humanos es sin em- bargo mediata err diversas formas, en medida ereciente por la civilizacion (v), por la organi- zaci6n social y por la cultura (v). La sociologia estudia precisamente esta mediacién, inten- tande captar ya sea las implicaciones en los dos sentidos, para los organismos y para el ambiente, ya sea la forma que la mediacion misma acaba por asumir en presencia de de- terminadas caracter{sticas 0 estados cn que se encuentran en un determinado momento unos y otros. D. El a. natural que nosotros experimenta- mos actualmente es el producto de muchas actividades singulares ¢ interrelacionadas, levadas a cabo regularmente por casi todas las sociedades humanas desde la prehisto- ria. Las principales son: a] Los cultivos agricolas. Gran parte de las Lanuras cultivadas estaban cn otro tiem- po cubiertas de bosques y selvas, que fueron segados, talados y quemados para dar lugar a diversas formas de produccién agricola, con fines alimentarios e indusiriales. Ade- més de las modificaciones del clima y del régimen hidrogcoldgico de grandes zonas, la tala de selvas, sustituidas por cultivos agrico- las, ha producido indirectamente la erosion del suelo, con una pérdida de millones de ki-. lémetros cuadrados de suelo fértil. Todos los cultivos modifican ademas la composi- cién bioquimica de los terrenos. b] La extraccién de recursos naturales con fines produetivos. El mas antiguo recur- so productivo fue la madera, utilizada para edificios, naves, puentes, arreos, que s¢ con- seguia directamente con la tala de bosques y selvas. Aun habiendo cambiado su uso, que actualmente se concentra en la industria del papel ms que en la de la construccion, cl con- sumo de madera por parte de las sociedades contemporineas sigue siendo elevadfsimo. La actividad extractiva de minerales y meta- les, desde los ya conocidos en la antigtiedad como el hierro, el cobre, la plata, el oro, has- ta los que la tecnologia moderna ha hecho Preciosos, como el uranio, ha modificado el aspecto de Ia superficie y la estructura sub- terranea de regiones enteras. cj La extraccién y el empleo de recursos naturales con fines energéticos. Madera, car- bén, petréleo, reservas artificiales de agua, combustibles nucleares, compendian la se- cuencia de los recursos extra(dos y utilizados acosta del ambiente para producir cantidades crecientes de energia, con importantes mo- dificaciones del subsuelo, de la orografia, del clima, etcétera. dj La caza y la pesca. Grandes porciones de la fauna terrestre y marina han sido exter- minadas con estas pricticas, provocando la extincién de millares de especies animales. e} La construcci6n de canales interlacus- tres ¢ interocednicos, como Suez, Panamé, San lorenzo. Estos canales han conectado lagos y mares habitados por faunas diferen- tes, provocando cambios conspicuos en su composicién, asi como la difusién de espe- cies de parislios y de depredadores en aguas anteriormente inmunes. fl Las migraciones y en general los mo- vimientos de poblacién, comprendidos los turisticos. Estos han provocado una nueva distribucién, todavia mal conocida, de micro- organismos utiles o dainos para el hombre, pardsitos y enfermedades, con marcadas modificaciones de las situaciones endé- micas y epidémicas en el nivel mundial. ¢] La medicina, que ha modificado pro- fundamente la distribucién de los microor- ganismos nocivos al hombre, promoviendo entre otras cosas el desarrollo de especies de microbios, bacterias, virus dotados de nuevas caracteristicas, h] El empleo de abonos, fertilizantes, pes- ticidas de origen quimico, que han modifica- do Ia composicion bioquimica del suelo, de los alimentos y de las aguas. i]La contaminacién del aire, de las aguas y del suclo. Las fuentes mayores de la mis- ma son, como se sabe, la combustion de carbén y petréleo para la calefaccién, la energia motriz, los transportes, Ia ilumina- cién; los fertilizantes y los pesticidas que se descargan cn las aguas y se infiltran en los suclos; los residuos industriales de humos, polvos, gases, Acidos, solventes, sales, etc.; los desechos organicos de los consumes do- mésticos (latas, plastics, desperdicios de AMBIENTE, comida, etc.) y las aguas negras. La incidencia de muchos de los factores mencionados en las transformaciones del a. natural crece en algunos casos con progre- sién geométrica, en relacién con el desarro- lo de la tecnologia (v.) y de la poblacién. Pero es parcial la afirmacién de que el estrés impuesto al a. natural por parte de la pobla- cién de las sociedades industriales avanzadas es de 25 a 50 veces ms elevado —per cApi- ta— que el de la poblacién de las sociedades menos avanzadas. Esto es verdadero por lo que respecta a la extracci6n y consume de re- cursos productivos y energéticos, oa la con- taminacién debida a los productos de la in- dustria quimica, pero no con respecto de los otros factures. Por ejemplo, las préeticas agricolas primitivas de muchas sociedades subdesarrolladas de Africa y del Sudeste asidtico contribuyen a la erosién de los suc- los en una proporcién mas elevada que la agricultura de los paises avanzados. E. Ya se ha dicho que muchos autores han atribuido la configuracién, la dinamica y la frecuencia de casi todos los fenémenos so- ciales a la influencia del a. natural. Sin em- bargo, la mayor parte de las obras de cardc- ter cientifico —o sea fundamentadas en el anilisis de una serie de datos empiricos mas que en Ja extrapolacién especulativa de fe- némenos conocides— producidas en este campo después de la segunda mitad del siglo xix se han concentrado en el estudio de la influencia del a. natural en fendmenos socia- les come la riqueza; ¢] grado de desarrollo econémico de una sociedad; el cardcter y la distribucién de las actividades productivas; los ciclos econémicos; el indice de suicidios: a distribucion de las razas; la energia labo- ral y la salud; la resistencia a los esfuerzos intelectuales: el proceso de las enfermeda- des mentales y de la criminalidad; las for- mas del arte, de la literatura y de las practi- cas y creencias religiosas; la organizacion politica y la estratificacién social; la deca- dencia de las civilizaciones (cf. Sorekin, 1928; Huntington, 1924). Entre los factores ambientales cuyos efectos sobre los anteriores fenémenos so- ciales ha examinado la sociologia del siglo vax y de los primeros decenios del xx figura en primer lugar el clima, ya sca porque se NATURAL 25 integra en una larga tradicién del pensa- miento social y politico —en el Del espiritu de tas leyes (1748) Montesquicu dedica cuatro libros enteros a la relacién entre las leyes y el clima—, ya porque entre todos los fenomenos naturales éste ha sido sometido desde el siglo xvi a estudios y registros bastante precisos y difundidos, en términos de temperaturas medias y precipitacién plu- vial. Otros fenémenos cuya influencia sobre las estructuras sociales a menudo se ha que- rido estudiar son la naturaleza y configura- cién del terreno (ano, mentafioso) y 1a con- figuracién de las costas. La hipétesis de que los fendmenos am- bientales determinan de manera unilateral uno uotro fenémeno social ha perdido terre. no, como se sabe, con el desarrollo de los estudios sociologicos y de los materiales es- tadisticos. En la actualidad socidlogos y an- tropélogos hablan cuando mas de condicio- namiento, de desaffo ambiental, a los que la cultura y la organizacién social de una po- blacién oponen respuestas diversificadas, sin llegar a ninguna generalizacién. Ademés, se da por descontado que ¢l condicionamicn- to del a. natural no tiene la misma intensi- dad, ni acttia del mismo modo en todos los tipos de fenmenos sociales; por ejemplo, en el vestido y Ia habitacion se puede influir més que en las artes, el sistema politico ola familia. El desarrollo econémico y social y la tecnologia, por otro lado, praducen un ul- terior distanciamiento de la influencia con- dicionante del a. natural; si comparamos ciudades curopeas y norteamericanas, sep- tentrionales y meridionales, se observa que el vestido, la habitacién y la alimentacion no resienten ms que en minima medida los respectivos climas, pipuiorarla: H. T. Buckle, Introduccion to the history of civilization in England, 2 vols., Lon- dres, 1857-1861; 0. D. Duncan, "Social argani- zation and the ecosystem”, en R. E. L. Faris (comp), Handbook of modern sociology, Chica- go, 1964; L. Febvre, La tierra y la evolucién humana: introduccién geogrdfica a la historia (aris, 1922), México, uTEHA: M. Godelier, “Con- sidérations théoriques et critiques sur le pro- bléme des rapports entre "homme et son en vironnement”, en Social Science Informa- 26 ANARQUISMO tion - Information sur les sciences sociales, xii (6), 1974: E. Huntington, Civilization and elima- te, New Haven, 1924; A. H. Koller, The theory of the environment, Chicago, 1918; R. H. Lowie, Culture and ethnotogy.Nueva York, 1917, cap. 14; C. P. Marsh, The Earth as modified by hu- man action, Nueva York, 1885; A. Matteuzzi, Les factours de lévolution des peuples, Paris, 1990; C. A. Mills, Climare makes she man, Nue- va York, 1942; S, Moscovici, Essai sur histoire: humaine de la nature, Paris, 1968; P. Mouge- olle, Statique des civilisations, Paris, 1883; M. Nicholson, La révalution de lenvironnement Guide a lusage des nouveaux maftres du mon- de (Londres, 1968), Paris, 1973; D. Paccino, Limbroglia ecologico, Turin, 1972; F. Ratzel, Anthropogeographie, 2 vols., Berlin, 1891; A. Schmidt, El concepto de natwraleza en Mare (Franefort, 1971), Madrid, Siglo XXI, 1976: P. Sorokin, Contemporary sociological theories, Nueva York, 1928, cap. mt; W. L. Thomas jr. (comp), Man's role in changing the face of the Earth, Chicago, 1956; C, Vallaux, Le sol et l'écat, Paris, 1911; R. H. Wagner, Envizonment and man, Nueva York, 1971 ambiente social. v. ADAPTACION, C ambivalencia afectiva. v. DESVIACION SOCIAL anarquia. v. ANARQUISMO, B anarquismo (al. ingl. Anarchismus; fr. anarchisme; anarchism; it. anarchismo) A. Doctrina ¢ ideologia politica que acentia de mancra especial Ia necesidad de eliminar antes que todo al estado(»,), @ sea cl dominio de la ley y de la autoridad constituida en to- das sus formas, con el objeto de asegurar la maxima libertad al individuo y la posibili- dad de desarrollar sus mejores facultades, como la voluntad y la capacidad de cooperar libremente con el préjimo. La teorfa social implicita en el a. se funda en Ia creencia de que cualquier comunidad de individuos, cuando est libre de interferencias externas, estan condiciones de realizar por si sola un orden suficiente para hacer frente a sus principales necesidades, sin tener que recu- rrir a leyes, formas de gobierno, 0 jefes de cualquier clase. Por extension, se ama tam- bign a. el movimiento politico que se inspira en esta doctrina. B. El término anarguta aparece en la Politi ca de Aristételes (I. v, 3, 1302 b) para indi- car, junto con el desorden, una de las causas de a cafda de la demacracia en Tebas, Mega- ra, Siracusa y Rodas. Aunque los comenta- ristas de Aristételes se inclinan a atribuir al término asi usado el significado de inexis- tencia de un gobierno, en el contexto éste de- signa de modo mis plausible la falta de una guia segura o bien la insuficiente capacidad 0 la ausencia temporal de jefes. Confirma esta interpretacion el uso andlogo que hacen de él Herodoto y Esquilo; la etimologia del término afin anarchas, literalmente “ciudad sin arconte”, o sea sin rey o supremo magis- trado; finalmente el hecho de que en Atenas fue llamado anargufa precisamente el afio que no tuvo arcontes, el de los treinta tira- nos. Junto con las deficiencias de la guia po- Iiticao la ausencia material de un jefe, en los autores griegos anarquéa designaba a menu- dola condicién de incertidumbre y desorien- tacién (no la de desorden, que se indicaba con otra palabra, afasia) en la que caia un pucblo que sufre una experiencia similar. Durante la Edad Media y el Renacimiento Jas traducciones de Aristételes difundieron en cambio por Europa el significado de anarquia en el sentido de concomitancia de falta de gobierno y desorden social provo- cado por ésta, Filésofos y literatos, de Fran- cis Bacon a Milton y a Swift, adiadieron otras connotaciones negativas: Ia anarquia es caos, confusion, rebelién insensata a las autoridades més sagradas, licencia inconte- nible, desenfreno de las pasiones mis bajas. Cuando el términe es retomado por la filoso- fla polftica del siglo xvin, su significado esté ya notablemente alterado respecto de sus origencs: ya significa al mismo ticmpo falta de gobierno, carencia total de autoridad, au- sencia de leyes, turbacién y confusién social ANARQUISMO 27 derivadas de ello, y el desorden criminal en que todo esta desemboca. Autores diversos, alcjados unos de otros, como Bossuct (Jn- troduction & la philasophie, ou de la connais- sarice de Dieu et de soiméme, Paris, 1722, vol. 1) y Beccaria (De fas delitos y las penas [Livorno, 1764, cap. mj, Barcelona, Brugue- ra; Madrid, Alianza Editorial, 1968) lo usan_ practicamente cn esta misma acepcién. Du- rante la Revolucién francesa los términos anarquia y anarquicos son usados para deni- grar y condenar con el maximo desprecio a las facciones adversarias. Lo aplican los gi- rondinos a los “rabiosos” hacia 1793; des- pués el Directorio a los jacobinos, definidos como “hombres cubiertos de delitos, man- chadlos de sangre, engordados por los rabos, enemigos de las leyes que no hacen ellos y de los gobiernos donde no gobiernan, que pre- dican Ia libertad y practican ¢l despotismo, hablan de fraiernidad y exterminan a sus hermanos [...], tiranos, esclavos, adulado- res serviles del patrén inteligente que los sepa subyugar, capaces, en una palabra, de todos las excesos, todas las bajezas y todos los delitos” (cit. en Woodcock, 1962, pp. 8-9). De manera andloga recurren a él las clases dominantes de los estados alemanes de aquel tiempo a propésite de cualquicra que postule un cambio, aun limitado, del orden existente. Con esta acepcién despreciativa fue recibido el térming por el lenguaje ordi- nario hasta nuestros dfas, también a causa de la aversin concorde demostrada hacia el a. por parte del liberalismo, cl movimiento democratico cristiano y el marxismo en casi todas sus formas. De Ja existencia de un pensamiento andr- quico formade y auténomo sélo se puede empezar a hablar a partir del altimo decenio del siglo xvm, con la publicacién de la En- quiry concerning political justice, and its in- fluence on morals and happiness (Londres, 2 vols., 1793-1796), de William Godwin. Junto con Max Stirner, Wilhelm Marr y otros pocos, aunque scparados por profundas diferen- cias de planteamiento, Godwin representa la variante indi vidualista 9 filoséfica del a., la cual atribuye un valor supremo a la libertad del individuo respeeto de cualquier constre- flimiento politico, juridico, econdmico o reli- gioso, postulando con ello el derecho abso- lute del individuo a tal libertad, Hevande asi hasta el extremo las instancias propias del libcralismo. La variante sacial o politica del a,, como doctrina y como movimiento social, se origina con la obra y actividad de Proud- hon, especialmente con la publicacién de éQué es la propiedad? (Paris, 1840), en la cual reivindica por primera vez la cién de anarquico, hasta entonces sinénimo de condenacién moral y politica. La variante social del a., dentro dé la cual seria todavia necesario distinguir la linea anarco-sindica- lista, que se inicia precisamente con Proudhon y acentiia la critica a las relacio- nes de propiedad burgucsa, asi como la posi- bilidad de romperlas con una huelga gene- ral, dirigiéndose, pues, no al individue sino a las masas organizadas; y la linea anarco- comtuinista, que pone en primer plano la exi- gencia de una absoluta igualdad material como fundamente de la libertad, se caracte- riza por algunos principios que en diversas formas han constituido los fundamentas doc- trinales y tedricos def a. hasta el presente. Se trata del principio federativo, sabre cuyo desa- rrollo ha influide sobre tode Proudhon, segiin el cual todos los problemas que afectan a co- lectividades mds o menos amplias deben afrontarse mediante la asociacién o federa- cion de municipios y comunidades peque- fias, autosuficientes, completamente libres de afirmar sus propias necesidades y de reti- rarse de la asociacién cuando asi lo crean convenicnte; del principio de la destruccion revolucionaria del estado como premisa de la liberacién del hombre, en contraposicion a otras ideologias que, como el marxismo, postulan en cambio la conquista preventiva del estado por parte del proletariado (Baku- nin); y de la idea del apoyo mutuo, elaborada por el anarquista ruso Kropotkin, que afir- ma la espontaneidad y la naturaleza de las mas diversas formas de solidaridad entre los hombres, polemizando con aquellos que ven en Ia hostilidad y en la competencia rect- proca la dinica condicién natural del hombre. Por debajo de estos principios existe una radical desconfianza en relacién con la so- cledad industrial (v.), con la tecnologia (v.) en todos sus aspectos, con la correspondien- te exaltaciGn de la comunidad (v.) de pueblo, de las virtudes campesinas, de la vida vivida en la naturaleza. Por lo que toca a las mis- mos principios, especialmente la hostilidad 28 ANARQUISMO ala propiedad privada de los medios de pro- duceién, Ia ideologia y la praxis del a. han te- nido complicadas relaciones e interacciones con la ideologia y la praxis del movimiento obrere, incluso después de que éste se colocé bajo la hegemonia del socialismo. Aparte de las represiones de que siempre ha sido objeto por parte de los regimenes bur- gueses, cl mas duro adversario te6rico y politico del a. ha sido el marxisino. En pole mica sobre toda con Bakunin y con sus epi- gonos, dese la época de la I Internacional, el marxismo —con excepcién de las actuales y multiformes encarnaciones extraparla- mentarias— considera absolutamente ina- ceptable la idea de la rebelién espontanea de las masas, sin la guia de unos jefes @ de un partido; la supresién preventiva del estado en lugar de su sometimiento a la clase obre- ra; la utopia de una sociedad de individuos libremente fedcrados, con base en inclina- ciones del todo privadas, junto con el pro- gtama de violentas acciones demostrativas dirigidas a ir acercando el momento de la huelga general. El resultado més importan- te del a., han afirmado a menudo los marxis- tas, consiste cn poner a disposicion de la burguesia reaccionaria una banda de agen- tes provocadores (Marx y Engels, 1845ss., 1870ss., passim). El periodo de mayor desarrollo del a. como doctrina y como movimiento politico, transcurre aproximadamente entre 1850 y 1920. Después de esta fecha no ha aportado contribuciones teéricas de gran relieve, ni ade un papel apreciable en la escena politica curopca o extracuropea, al punto que en la actualidad se duda de la sub- sistencia de un verdadero y propio movimien- to anarquista. Desde finales de los afios sesen- ta, sin embargo, motivos, principios y formas de accién politica tipicamente anarquistas han vuelto a florecer con gran evidencia en el Ambito de los sindicatos obreros, de los gru- pos extraparlamentarios en Italia, Francia y Alemania, de la nueva izquierda norteameri- cana, del movimiento estudianti] de muchos paises. Un rasge peculiar de este neoanarquis- mo, ¢s cl presentarse ne come doctrina y mo- imicnto auténomo, sino como acentuacién del componente Iibertario del marsiamo que en general inspira a estos movimientos, ha- ciendo las debidas diferenciaciones. C. Como en otros tipos de doctrina y de ideo- logia politica, en el a. esta implicita una teorfa social, o sea un conjunto de afirma- ciones, vinculadas entre si, acerca de las mo- tivaciones del hombre en cuanto ser social, el comportamiento de grupos y asociacio- nes, la dindmica de la organizacién social. En los clasicos del a. social, especialmente Kropotkin, la construccién de esta tcoria fue claborada utilizando materiales antro- polégicos, inherentes a sociedades primiti- vas, materiales histéricos y en menor medida materiales contempordneos. Sin abandonar ninguno de los principios legados por la tra- dicién, exceptuando quiza la idea de revo- Inci6n destructiva o violenta, este intento ha sido retomada y continuado por el a. con- temporanco, el cual, ademas de disponer de materiales antropoldgicos e histéricos bas- tante mas ricos y dignos de confianza, en- cuentra del todo conforme a las propias hi- potesis muchos aspectos del cambio social y cultural (v,) de los tltimos afios, En sintesis, la teoria social del a. contem- pordneo se articula en las siguientes propo- siciones: a] En presencia de necesidades y de exi- gencias comunes, cualquier colectividad de individuos es capaz de autoorganizarse para satisfacerlas, realizando un orden esponts- aco y operand con mayor eficiencia y efica- cia que cualquier organizacién formal. Como prueba de esto se presenta el caso de innu- merables movimientos espontancos de nues- tros tiempas, desde Ia ocupacién de tierras no cultivadas por parte de campesinos hasta los grupos estudiantiles, de la proliferaci6n de las comunas (v.) a los festivales juveni- les de masas. 5] Dado que el orden social puede ser al- canzado o conservado mejor sin ninguna forma de autoridad, el estado no solamente ¢s superfluo, sino que es un factor de desor- den impuesto con la violencia. ¢] La complejidad actual de Ia divisién del trabajo (v) social, haciendo complem tarios e interdependientes a todos los indivi- duos, facilita mas que cn el pasado el logro de una armonia natural de las necesidades, o sea la integracién entre produccién y con- sumo, sin ninguna necesidad de una coordi- nacién centralizada y autoritaria. d] Formas de federacion y de acuerdo en- ANARQUISMO 29 tre organismos y colectividades locales del todo auténomas son mas que suficientes para crear y gestionar sistemas tecnolégicos que revisten interés general, pero son dema- siado grandes y costosos para cada organis- mo 0 colectividad que quiere servirse de ellos, sin necesidad de organismos superio- res de control. Al respecto se mencionan como ejemplares el sistema postal interna- cional y las redes de telecomunicacién por cable o satélite, que funcionan muy bien sin ninguna “Direccién mundial para las comu- nicaciones”. El mismo mecanismo seria su- ficiente para llevar a cabo formas de progra- macién econémica y social. e] El aumento del grado medio de ins- truccién, el desarrallo de la ciencia y de la tecnologia y la difusién generalizada de co- nocimientos de todo tipo estan haciendo ob- soleta Ia figura del jefe en todas sus acepcio- nes tradicionales. Cualquier grupo estd hoy en condiciones de autorregularse sin necesi- dad de un jefe permanente. Las funciones in- dispensables de gufa, coordinacién y conse- jo técnico pueden ser cubiertas por turnos, de mancra temporal y transitoria, por el miembro del grupo que posea los conoci- mientos reconocidos mas utiles en ese mo- mento. Como prueba de esta asercién se aduce la impugnacién general de jefes y diri- gentes en las organizaciones complejas, a partir de las empresas industriales, y la afirmacién del concepte de grupo auténomo en el campo de la organizacién del traba- jo(v). fl En cuanto instituciones formales, las escuelas, como el estado, no sélo son innece- sarias para la soctalizacién (v.) del indivi- duo, sino que son también dafiinas: otra for- ma de violencia ejercida sobre los niiios y no sobre los adultos. Son sustituidas por proce- sos de autoeducacion a través de los cuales cada individuo planifica sus propios estu- dios segiin sus propias inclinaciones o de- seos, dirigiéndose para aprender a quien tenga algo que ensefiarle mediante el traba- jo que desempefia cotidianamente (Illich, 1970-1971). También aqui los anarquistas se- fialan en la crisis de las instituciones educa- tivas en todos los niveles y en casi todos los pafses, en la impugnacién general a la ense- fianza oficial, en el movimiento para deses- colarizar la sociedad, los hechos que confir- man sus hipétesis, algunas de las cuales se remontan a Godwin. g] La familia monogamica nuclear, cons- truida alrededor de la institucion formal del matrimonio y de la progenie, es un cepe que sofoca el libre desarrollo de los sentimien- tos, de Ia sexualidad y de toda la personali- dad de sus componentes. Igual que Ja escue- Ja, esta institucién esta en crisis, y va siendo gradual mente remplazada —como habia an- ticipado la ideologia anarquista— por far- mas més libres, esponténeas y mudables de asociacién sexual (v. familia, E). h) El gigantismo de las grandes socieda- des por acciones y de las burocracias estata- les es del todo innecesario, y en diltima ins- tancia dafiino, para la produccién y para la administracién, ademas de que impone a Ia sociedad toda clase de constrefimientos intolerables, sobre el trabajo, el consumo, el tiempo libre y el uso del ambiente. Un grupo de pequefios productores indcpendientes, eventualmente asociados en pequefias uni- dades econémicas, podria fabricar todo lo que es nedesario para la vida de la colectivi- dad, de manera mis simple y practica, con costes globalurente menores, sin disfraces publicitarigs o burocraticos de ningin tipo, superando la enajenacién y las necesidades de control del trabajador aislado. La vitali- dad de este ideal puede verse, aseguran los pensadores anarquistas, en la multiplica- cién de las instancias en favor de formas de autogestién (v.) en todos los sectores produc- tivos. Aunque los anarquistas contemporaneos rechazan la calificacién, en otro tiempo am- bicionada, de adversarios del industrialismo y de la tecnologia, ¢s evidente que muchas de estas proposiciones podrian encontrar en un futuro préximo una confirmacién bas- tante amplia en sociedades mas bien sim- ples, con un indice de desarrollo cconémico limitado o nulo, con una poblacién reducida y con un nivel de vida relativamente bajo, se- gin los pardmetros usados actualmente. Desde este punto de vista cl pensamiento neoanarquista se integra en el movimien- to cultural y social desarrollado en afios re- cientes bajo el signo de la ecologia (v. am- biente natural). Los mismos fendmenos de crisis de la sociedad avanzada, en Ja que los escritores anarquistas ven una confirma- 30 ANGUSTIA cién de su teoria social, desde la impug- nacién juvenil hasta el movimiento por La liberacion de la mujer (v.) y la lucha contra la contaminacion, se refieren en efecto, con fines a su propia superacidn, a un tipo de so- ciedad como Ia indicada por esta teoria, que seria al mismo tiempo una solucién dela cri- sis actual y condicién para Ia superacion “ecolégica” de la misma. BIBLIOGRAPLA: P. Ansart, Mare e Vanarchismo Paris, 1969), Bolonia, 1972, p. ; D. Apter y J. Joll (comps.), Anarchism today, Londres, 1971; M. Bakunin, Dios y el Estado (Paris, 1882, péstu- mo), Gijén, Jucar, 1979; M, Bakunin, Dittatura e anarchia (Mosci, 1873), Pisa, 1919; C. Bough, La sociologie de Proudhon, Paris, 1911;G.M. Bravo (comp), Gli anarchici, 2 vols., Turin, 1971-1973; G. M. Bravo, “L’anarchismo”, en L. 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En el significado que le atribuye la filosofia exis- tencialista la a. es un hecho ontologico, deri- vado de caracteristicas inmanentes de la condicién humana —cn especial la continua posibilidad, y finalmente la certeza, de la muerte. Para Kierkegaard la a. deriva del re- conocimiento de la infinitud y dela omnipo- tencia de lo posible, en el sentido de que “en lo posible toda cs posible”, incluso el aconte- cimiento mds catastréfico (1844). En Heideg- ger. y después en Sartre, es la posibilidad mas negativa la que se toma como elemento constitutivo de la a.: la presencia de la nada, la disalucién en cl no ser, la muerte, Para el psicoanilisis, en cambio, a partir de Freud, ANGUSTIA, 31 laa. se vincula con un dato bioldgico: la condi- cién de total impotencia del recién nacido ante el ambiente material y humano. Con el desarrollo de la personalidad este trauma ori- ginario es absorbido en estructuras funciona- les mas complejas —el ego y sus mecanistnos de defensa, el superego—, de manera que en la personalidad madura fa a. es un estado re. lativamente episédico. Su presencia, mas 0 menes permanente, y més © menos intensa, caracteriza en cambio a las personalidades neurdticas, que a causa de una incompleta o inadecuada estructuracién funcional recaen en sf fuertes tensiones entre ego y superego, ello y ego, cllo y superego (v. personalidad, C). Con Ia aportacién de elementos de la fenomenologla husserliana, especialmente la idea de “protensién” e “intencionalidad” de la conciencia, el significado psicoanalitico y el existencial de a. fueron parcialmente integra- des entre elles por obra de la psiquiatria feno- menoldgica (Minkowski) y del llamado “and- lisis existencial” o Daseinanalyse (Binswanger: cf. mayo de 1958, caps. 1 y vi). Ellos no niegan la importancia de los acontecimientos epige- néticos en la formacién de la a., pero mas allé de éstos acentdan e! papel de la relacion entre si y los otros, entre los diversos momentos del s{ mismo —pasado, presente, futuro; devenir y envejecimiento—, en una palabra, entre la Persona y todas las situaciones que ésta si- multaénea y sucesivamente experimenia. En cuanto el “estar aqui” (Dassein) es siempre un ser en situaciones determinadas, la a. como reclamo 0 presencia de una amenaza de anu- lacién, de reduccién a Ja insignificancia, pue- de derivar de cualquier situacién. Las vastisimas implicaciones sociolégicas y antropolégicas del concepto de a., ya sea en. In acepeién psicoanalitica o en Ia existencial, han sido hasta hoy bastante poco exploradas. Aparte de un limitade nimero de investiga- ciones dirigidas a valorar la incidencia y las formas de a. en sociedades primitivas, y que precisamente por este planteamiento son de limitada relevancia sociolégica, éstas las po- demos encontrar con dificultad en los traba- jos de los pocos antropélogos con intereses y ién psicoanalitica, como Géza R& heim, de los sucidlogos, fildsofos y cientificos Politicos vinculados con Ia escuela de Franc: fort (Fromm, Marcuse, Neumann), que repre: sentan el intcnto. ms importante para integrar a Freud en el andlisis marxista, y de algunos representantes de la psiquiatria fenomenolégica-existencial, como Laing. Ninguno de estos trabajos, sin embargo, ha Mevado a modificar de modo apreciable los significados de a, anteriormente indicados (v. psicoanillisis y sociologia, ¢, ). C. Freud distingue tres tipos de a: Ia a. ob- jetiva, o a. “frente a situaciones reales" (Real- angst), la a, neurdtica y ta a, moral, La a, obje- tiva se vincula con Ia relacién entre el ego y el ambiente externo, la a. neurética con Ia rela- jon entre el cgo y el ello Ia sede de las pul- siones instintivas, en la tooria estructural de la personalidad— y, finalmente, la a. moral con la relacién entre el ego y el superego, la sede de las instancias morales interiorizadas (Freud, 1926). Cada uno de los tres tipos de a. puede desencadenarse por diversos factorcs. Un factor coman ¢s el temor de un aconteci- miento desagradable en la esfera sexual: mie- do de castracién (el término es impropio, aun- que ampliamente usado, porque el miedo se reficre a la pérdida del pene, no de los testicu- Jas), significado de la menstruacién, dudas so- bre las dimensiones del propio érgano (maseu- Tino}, consecuencias de Ia masturbacién, dudas sobre la propia capacidad de Mevar a cabo el acto sexual. Algunos hablan, pues, de a. sexual (por ejemplo, W. Reich), aunque en términos [reudianos esto sca impropio; en efecto, la a, de origen sexual se manifiesta ne. ecsariamente bajo la forma de uno de los tres tipos mencionados. En Ia psicologfa fenomendlogico-existen- cial la a, se puede vincular con tres “mun- dos" diversos, segiin sea el origen de la “ne- gacién” que amenaza al individuo. El primero es el “mundo propio” (Bigenwelt), 0 sea la esfera de las relaciones del individuo conscicnte consigo mismo; el segundo es el “mundo del estar con otros” (Mitwell), 0 sca la esfera de las relaciones interpersonales; el tercero es el “mundo que nos rodea” (Umwelt), o sca el ambiente natural, animal (incluido el erganismo humano) y material. D. Para una aplicacién socioldgica del concep- to de a. es esencial distinguir entre los facto- res fundantes y los desencadenanites de la mis- ma. Tanto la concepcién psicoanalitica como 32 ANGUSTIA la existencial de Ia a. se refieren a situaciones demasiado genéricas (la condicién de impo- tencia del nino, la posibilidad de la muerte o de anulamiento del si mismo) o demasiado es- pecificas (los trastornos en el desarrollo de una personalidad determinada) para poderlas poner en relaci6n con las estructuras particu. Jares de un grupo, de una clase, de una socie dad, em un momento histérico dado. Por otro Jado, se debe reconocer que aun en presencia de situacioncs de a, inmanentes a la condicign humana la experiencia de Ia a. varia de fre cuencia y de intensidad en colectividades dife- rentes, y, en el tiempo, dentro de la misma co- lectividad; por consiguiente, las estructuras sociales y culturales de las colectividades, la estratificacién social (v), la distribucion del poder, las relaciones con otras colectividades y culturas (v. aculturacién), su base ecolégica y tecnolxica, las formas de organizacion del trabajo, las creencias cientificas y religiosas, etc., s¢ ven come otras tantos factores capaces de modificar la manifestacién, la frecuencia y Ja intensidad de Ja 2. entre los individuos que Jas componen. El mas poderoso de los aspectos desenca- denantes de la a,, y el mas relevante sociolég! camente, es la pérdida de orientacién social y cultural. Se da la pérdida de orientacién cuando un sistema social parece comportar- se de mancra incomprensible para los suje- tos que forman parte de él y los alimentan con sus acclones sociales (v.): las consecuen- cias de las acciones son imprevistas © con- trarias a las expectativas; el principio dela justicia distributiva parece caprichosamen- te violado; las normas de conducta anterior- mente predominantes ya no son respetadas por muchos, y las que las respetan ya no son vistos con estimacién, como antes, sino con escarnio y befa. La pérdida de orientacion cultural se produce cuando las definiciones sognoscitivas, afectivas y valorativas (v. sultura) que guian ¢ integran la conducta de un conjunto de individuos parecen dificil- mente interpretables, discordantes entre si, © inaplicables a las relaciones sociales (v. anomia). En los dos casos —que pueden pre- sentarse simul tancamente, agravandose mu- + tuamente— la incapacidad de afianzarse a Jas reglas del comportamiento social, propio y de los demas, el sentido de total enaje- nact6n (v.)-ante el conjunto de las relaciones y de las instituciones que constituyen la so- ciedad, son poderosos factores de aumento del nivel general de a. (cf. Neumann, 1954), E. Los cfectos directos ¢ indirectos de la a. han sido estudiados en tres niveles distintos, pero sobre todo en el nivel de la personali- dad. Segiin Ia teoria psicoanalitica, 1a a. constitutiva u originaria es un factor central en el desarrollo de la personalidad, cuyas ¢s- tructuras, especialmente los mecanismos de defensa, se forman progresivamente de mo- do que reduzcan al minimo la posibilidad de surgimiento de la a. Cuando Ia presencia de factores desencadenantes especificos hace surgir de todos modes la a., el mecanismo que s¢ activa generalmente es la represién: 0 sea, el individuo rechaza en lo profundo las pulsiones y las representaciones que activan la a. Los principales dcrivados de la a. son los sentimientos de culpa; dominar estos sentimientos, al igual que la a., pucde ser la tarea de toda la vida de una persona (Feni- chel, 1945, cap. xx.9) y de una colectividad. Por tales razones se reserva ala a. un amplio lugar en Ia teorfa de la motivacién de plan- teamiento psicoanalitico. Desde Freud la a. ha sido estudiada como el principal factor individual en el desarro- No de Ia cultura. Elaborando ideas ya impli- citas en algunas oricntaciones filoséficas, especialmente el pragmatismo (James, De- wey), psicolégicas (Adler) y antropolégicas (Hallowell), se ha definido al hombre como “animal que evita la a.” con la produccién de signos y simbolos adecuados para pro- porcionar diversos tipos de orientacién: la orientacién hacia el propio yo (el si mismo), hacia los objetos externos, la orientacién es- paciotemporal, la motivacional y la normati- va (Hallowell, 1955). “La receta para una conducta libre de a. consiste en escoger la cosa ‘justa’ que hay que hacer. No que en el momento en que un curso de accién se vuel- ve ‘justo’ y otro ‘equivocado’ la vida se vuelva moral y significativa. La moralidad no es mas que una receta para escoger; y el ‘signi- ficado’ surge en el momento en que la elec- cién se traduce en accién” (Becker, 1962, p. 51). Como factor causante de rasgos cultura- les, la a. tiene supuestamente efectos diver- sos segin los fenémenos a los que se apli- que. Estos son ciertamente mas relevantes ANOMIA 33 en el campo de Ia formacién de creencias, simbolos y ritos religiosos (v. religién: en sus origenes Freud consideraba precisamen- te la necesidad de evitar la a), o en la pro- duceién de formas artisticas, mas que en otros campos. En el nivel del sistema social la a. ha re- cibido una cierta atencién como factor origi- nante del faselsmo (v.), entendido ya como fenémeno hist6rico, ya como inclinacién re- currente en las soluciones autoritario- represivas y en el “miedo a la libertad” (Neumann, Fromm). Sin embargo, no se tra- ta del mismo tipo de a, Para Reich, ésta nace directamente de la represion del impulso se- xual; para otros, como Fromm, deriva mas bien de la irracionalidad de la sociedad capi- talista contemporanea. 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En esta acep- cion, predominante en la sociologia contem- pordnea, el término designa un estado obje- tivo de carencia normativa, empiricamente aceptado por parte de varios observadores, ynoel estado subjetivo de aquel que est4 ex- puesto a la a., o bien de quien no percibe o no comprende o no acepta normas que sin embargo existen en la colectividad de la que forma parte. B, El término a, era frecucntemente usado en Ia antigua Grecia para designar situacio- nes de ilegalidad, de evasin o de desprecio de Ia ley. Con este signifieado Io usa, entre otros, Jenofonte en el Andbasis (399 a.C). El término reaparece en los tiempos madernos desde principios del siglo xvu en la lengua inglesa, con un cierto cambio de referencia: la ley de la que el término sefiala la violacién el desprecio es mas bien Ia ley divina que la del estado. El Dictionary of the English Language de Samuel Johnson (1755, 17655) define sucintamente !a a, como “breach of © sea “infraccién de la ley”, pero a di- cha definicién le afiade un pasaje de Bram- hal por el que resulta evidente que la ley ala que se refiere la infraccion es en primer lu- gar la divina; “Si cl pecado fucra bueno, jus- to y legal, ya no seria un mal, ya no seria pe- cado, ya no seria anomia.” EL término ha sido, pues, usado durante siglos para indi- car una caractertstica del sujeto, el cual no respeta la Iey de la divinidad o del estado que honra a dicha divinidad, y segin esta acepcién en la practica es sinénimo de “comportamiento gravemente desviado” (v. desviacion). Cuando Durkheim recupera el término para el lenguaje sociolégico, primero con breves notas sobre la division del trabajo(v.) anémica en La divisién del trabajo social (1893), después con una elaboracién més pro- logia (1897), de hecho pone de relieve el significado 34 ANOMTA tradicional. Para Durkheim, a. significa esen- cialmente falta 0 carencia de normas socia- les, de reglas adecuadas para mantener den- tro de limites apropiados el comportamicnto del individuo, el cual de otra manera caeria en el desenfreno, bajo el empuje de fuertes apetitos. Durkheim afirma con claridad que por a. se entiende una caracteristica objeti- va del sistema cultural, o sea del conjunto de valores, normas y reglas en cuya estructura el individuo sc encuentra inserto, y no las re- acciones de éstos. Sin embargo, establece una relacién causal acumulativa entre esta- vo de a. y estado de los sujetos que Ja experimentan, sefialando que el estado de falta de reglas oa. se refuerza por la indisci- plina de las pasiones subsecuentes a una an- terior caida de las reglas que debian mante- nerlo bajo control. Es, pues, correcto afirmar que la idea de a. en Durkheim es in- versa a la idea de solidaridad social: en ésta se da una situacién de maxima integracion de relaciones sociales y de representaciones colectivas (v.), en aquélla, una casi completa desintegracion (Don Martindale, 196 1968, pp. 149-150). Distinta a la intencién de Durkheim es en cambio la definicién de Parsons, para el cual Ina.es “la antilesis de una completa institu- cionalizacién (. ..] vale decir, la caida com- pleta de un orden normativo. Asi como exis- ten grados de institucionalizacién, existen también grados de anomia: una es la inversa de la otra” (Parsons, 1951; ed. it. 1965, pp. 45.46). Durkheim se referia de hecho a situa- cioncs en las que las normas regulativas no existen, mas que a situaciones en las que exis- ten pero ne son respetadas. No parece exac- toafirmar que haya un cambio conspicuo en principales de Durkheim. En ambas a. signi- fica déreglement, falta de reglas; pero en la primera obra las reglas cuya ausencia se de- tecta son las que aseguran una eficaz divi- sin del trabajo entre organismes imperso- nales, como entre los diferentes sectores de la economia, mientras que en la segunda obra, EI suicidio, se trata sobre todo de re- glas morales dirigidas a orientar el compor- tamiento individual (v. moral). Partiendo de algunas ideas contenidas en la obra de Durkheim sobre el suicidio, el concepto de a. ha sido notablemente amplia- do y profundizado por R. K. Merton. Durk- heim habia afirmado: “Ningin ser viviente puede ser feliz ni vivir si sus necesidades no estan en una relaci6n suficiente con sus me- dios. Si las primeras exigen mas de lo que se les pueda dar o simplemente exigen otras co- sas, continuamente se sentiran frustradas y no podran funcionar sin dolor. . .] Pero en- tonces, si no interviene nada desde fuera para contener [nuestra sensibilidad], ésta no sera mas que fuente de sufrimiento. Los de- sos ilimitados son por definicién insa- ciables y no sin razén la insaciabilidad se considera un signo de morbosidad. Si nada los limita, rebasan siempre y hasta el infini- to los medios de que se dispone, y nada pue- de aplacarlos. Una sed inestinguible es un suplicio eternamente renovado" (Durkheim, 1897). Desarrollando esta linea de andlisis, Merton establece una primera distineién ex- plicita entre estructura cultural, constituida por un conjunto organizado de valores nor- mativos que gobicrnan la conducta y son co- munes a los miembros de una determinada sociedad 0 grupo, y estructura social, consti- tuida por el conjunto organizade de relacio- nes sociales en las que los miembros de aquella sociedad o de aque! grupo estn in- sertos; y una segunda distincién, implicita pero esencial, ya que sin ella cae Ia entera concepcién, entre los valores, por un lado, y las normas de comportamiento que se deri- van de ellos, por el otro, dentro de la misma estructura cultural. La a. se entiende enton- ces como un derrumbe de Ia estructura eul- tural en su parte normativa, que tiene lugar cuando se produce una disociacién neta en- tre los objetivos establecides por la cultura —esto ¢s, las valoraciones intrinsecas del sistema cultural—ylos medios efectivamen- te disponibles, con base en la estructura so- cial existente, para alcanzarlos. El caso con- creto al que Merton se refiere cs el ideal norteamericano del éxito: éste puede ser al- canzado, respetando las normas de conduc- ta vineuladas al mismo, solamente por una Pequeiia minoria; mientras que la mayoria, que participa del mismo ideal, nunca podré poscer los medios adecuados (instruccién, oportunidad, relaciones sociales, puesto de trabajo, etc) para hacer lo mismo, siendo asi inducida a violar las normas. En este senti- do la a., como discrepancia entre valores re- ANOMTA 35 conocidos y medios institucionalizados, es un factor importante de comportamiento desviado (Merton, 1957; v. valor social). Con Maclver, Riesman y otros se produce en cambio un retorne a la acepcién tradicio- nal, subjetivista, del término. Segin Mac- Iver, “anomia significa el estado de 4nimo de aquel que ha sido arrancade de sus pro- pias rafees morales, que no tiene ya ninguna medida de conducta sino sélo impulsos es- poradicos, que no tiene ningin sentido de continuidad, de afinidad con su pueblo, de obligacién [...}, el hombre anémico se ha vuelto espiritualmente estéril [...] se mofa de los valores de los otros. Su tnica fe es la filosoffa de la negacién" (Maclver, 1950, pp. 84.85). Riesman retoma el adjetive “anémi- co”, que en Durkheim especificaba un factor de la divisién del trabajo patolégica o del au- mento del indice de suicidios, y lo usa como nimo de individuo no adaptado (Ries- man, 1950). Como en la acepeién tradicional, la.a. es aqui no solamente una caracteristica subjetiva, sino que puede llegar a caracteri- zar a un individuo singular. El término se hace asi menos apto para designar situacio- nes de crisis estructural. La idea de crisis estructural (social 0 cul- tural) queda en cambio preservada en una tercera versién del significado de a. que se encucntra frecuentemente en textos de so- ciélogos contempordneos, para los cuales ésta consiste en un grado excesivamente ba- jo de conformidad a las normas, o bien en una disolucién o caida del consenso (v.), de la adhesién colectiva a los valores sobre los. que se funda Ia organizacién de una colecti- vidad. En este caso, no se trata de la defec- cién respecto de normas y reglas, sino respecto al consenso de que son objeto por parte de un numero consistente de indivi- duos. Es este concepto de a,, mas que el de Durkheim, el que se podria definir correcta- mente como el perfecto contrariv dela plena institucionalizacion (v. autoridad, B). ¢, Entendida como carencia de normas re- guladoras de la conducta, la a. de todos mo- dos varia de grado. Para distinguir entre el grado minimo de a. y su grado maximo —por un lado el simple conflicto entre siste- mas de valor dentro de un grupo, por el otro la desintegracién total de los valores mis- mos— se han propuesto las expresiones “a. simple” y “a, aguda”. Los intentos de clasil car la a. segin los tipos de norma implica- dos, de las situaciones sociales en las que tiene lugar, o de los sujetos a los que se apli- ca, no han ido muy lejos después de Dur- kheim, el cual ya hablaba de a. econdmica y a. conyugal. La primera se referia a la caren- cia de reglas que circunscriban el comporta- miento econémico y las relaciones entre los diversos sujetos econdmicos; la segunda se refcria al debilitamiento o a la supresion de reglas dirigidas a delimitar lainstituci6n del matrimonio, $i se considera que una norma social es eficaz, 0 sea que no es deficiente, solamente si 1] existe y 2] es respetada, es evidente que “carencia”, “falta” o “ausen- cia’ de normas puede significar varias co- sas: 1] La ausencia propiamente dicha de nor- mas reguladoras, en cuanto que nunca fueron formuladas en relacién con un determinado: sujeto 0 comportamiento. Por ejemplo, la empresa capitalista funcioné mucho tiempo durante el primer periado de su historia, en una situacion anémica, ya que no cxistia practicamente ninguna norma que estable- ciera las condiciones de empleo de la mano de obra, de inversién, de produccién, de lo- calizacién, de tasacién. 2) Una situacién en que las normas existen formalmente, pero son desconocidas o de he- cho incomprensibles para los sujetos cuya conducta deberian regular. Esto ocurrié, por ejemplo, en la época colonial, cuando las po- tencias dominantes intentaban imponer a los indigenas el respeto a sus cédigos civiles y penales. 3] Una situacién en la que las normas son excesivamente numerosas o demasiado res- trictivas, contradictorias o ambiguas. Resul- tan “deficientes” porque el ndmero, la restrictividad o la contradictoricdad dismi- nuyen su eficacia. 4] Una situacion, finalmente, en la que las normas formalmente existen y son conocidas par los sujetos designados, pero éstos no les prestan atencién en una medida mds 0 me- nos amplia. Como ya se ha mencionado, es solamente esta situacién, y no las anterior res, la que representa lo contrario a la insti- tucionalizacion. Con esta tltima situacién se delinea la ANTISEMITISMO 37 BIBLIOGRAPKA: F. Chacel, “Considérations sur la nature de Tanomie”, en Revie Francaise de So- ciologie, vit Q), 1967; E. Durkheim, La divisién del trabajo social (Paris, 1893), Torrejin de Ardoz, Akal, 1987; E. Durkheim, El suicidio. Eswudio de sociologia (Paris, 1897), Torrejan de Ardoz, Akal, 1982; J. Duvignaud, Lanomie, héresie et subversion, Paris, 1973; E. Fromm, Miedo « la Hbertad (Nueva York, 1941), México, Paidés Mexicana: C. 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Ela. noes solamente un prejuicio, ya que junto al juicio malévolo no fundado se yen a menudo varios tipos de actus hostiles, agresivos, persecutorios, en relacién con la minoria designada; no es una teoria social, antropoldgica o politica, ya que ninguno de sus componentes puede demostrarse a par- tir de pruebas empiricas: ni mucho menos es una ideologia (».), ya que carece totalmente de componentes relativas al deber ser de la sociedad a la que se refiere, por un lado, y es confutable en cada una de sus partes, por el otro. Es mas bien el conjunto de todas los rasgos despreciables, en los niveles religio- so, cultural, etnolégico, social, politico, que han sido arbitrariamente atribuidos en di- versas ¢pocas y sociedades a los hebreos, junto con las actitudes de aversion que la atribucién de tales rasgos alimenta y las ac ciones agresivas que éstas parecen justificar, B. El a. es un fenémeno social de antiqufsi- mos origenes, difundido en el mundo greco- rromano desde la época precristiana. En las Historias de Tacito, que se remontan al siglo 1, estén ya presentes muchos de ios juicios despreciativos sobre los hebreos que carac- terizarén al a, hasta nuestros dias: “Estos ri- tos {de los hebreas), sea cual sea su origen, tienen al menos el mérito de ser antiguos: sus otras costumbres, siniestramente tr- pes, son fruto de la tristeza. Los desgracia- dos que renegaban de la religion patria te- nian que dar (ributos y dones; por lo que crecié el poder de los judios, ya de por sf obstinadamente fieles y generosos unos con otros, al mismo tiempo que cargados de odio mortal contra toda la humanidad. Comen apartados y apartados duermen; libidinosos en gran medida por naturaleza, se abstiencn sin embargo de toda relacién con mujeres extranjeras; sin embargo, entre cllos todo es Iicito. Instituyeron la circuncisién, como se- fal especial de reconocimiento;y la adoptan todos los que se convierten a su culto, asu- miendo este primer precepto: despreciar a ls dioses, renegar de la patria, tener por viles a padres, hijos y hermanos... Como los sacerdotes acostumbraban cantar con ti- bias y timpanos, collares de hiedra, y en el templo se encontré una vid de ore, algunos 38 ANTISEMITISMO opinaron que honraban al padre Baco, con- quistador de Oriente; con lo cual diserepan las ceremonias de aquel dios, que instituyo ritos festivos y alegres, mientras que los usos judaicos son extravagantes y sérdidos”” (fAcito, Historias, libro v, 5}. Los emperadores de los siglos posterio- Tes, convertidos al cristianismo, empezaron por introducir medidas represivas para los hebreos; prohibida por Constantino, so pena de muerte, la conversién de los cristianos al judaismo, pero apoyada Ia conversién al cristianismo de los hebreos, a éstos les fue prohibido posteriormente, por Teodosio y Justiniano, ocupar cargos ptiblicos, despo- sarse con un cristiano y construir sinagogas. La imposicion de llevar una picea de paiio amarillo bien visible con su indumentaria para atestiguar que eran hebreos fue intro- ducida originalmente por el Concilio Latera- nense IV, en 1215; confirmada varias veces por la Iglesia durante el Renacimiento, sera renovada por los nazis con las leyes de Nu- remberg (1935). Alrededor de 1540 Lutero propuso que fueran tomadas contra los he- breos medidas que cuatro siglas mas tarde los nazis aplicaron casi al pic de la letra: “@Qué harenios, nosotros cristianos, de esta vil raza condenada de los judios?... En pri- mer lugar se deberian incendiat sus sinago- gas o iglesias... Segundo, se deberia hacer lo mismo con sus casas, derribandolas y des- truyéndolas... Tercero, se deheria privar- les de sus libros de oracién... Cuarto, se debe impedir a sus rabinos, so pena de muerte, que impartan cualquier ensefian- za... Quinto, deberia estar prohibide exten- der alos hebreos cualquier tipo de salvocon- ducto para viajar de un lugar a otro.. Sexto, se les deberia impedir que ejerzan la usura... Séptimo, que se les den hachas, azadanes, conos y husos a los jovenes ya las jovenes hebreos, a fin de que se ganen el pan con el sudor de la frente... [y si se rebelan] que se les expulse para siempre de nuestro pais” (cit. por Marcus, pp. 167ss.). Discrimi- naciones y persecuciones de diversa imtensi- dad contra lus hebreos fueron comunes ca todos los paises de Europa, hasta los prime- tos decenios del siglo xix, cuando aparecié por primera vex en aleman el término Anti- Semitismus (Kiits, 1816). A partir de la Revolucion francesa, las discriminaciones juridicas contra los he- breos fucron gradualmente abolidas en mu- chos paises, hasta la unificacién de los dere- chos politicos promovida por Bismarck en los territorios de la Confederacién de Ale- mania del Norte (1869). Sin embargo, es pre- cisamente en este perfodo, que coincide con la maxima afirmacién de personas de origen hebreo en el campo de las finanzas, de la in- dustria, de la politica y de las artes, cuando se desarrolla una nueva forma dea. 0, mejor dicho, un uso diverso del a. con fines predo- minantemente politicos (Sterl 1956). Aunque esto no valga para justificar la afir- macién, muy frecuente por cierto, de que este a. “moderno” es del todo independiente respecte del tradicional, en cl que predomi- naba el elemento religioso, ya que este se- gundo no podfa surgir sino en el terreno pre- dispucsto por siglos de a. religioso, sin duda el hecho de sefialar en el hebreo la fuente principal de las crisis econémicas, de las guerras, del marasmo politico, constituye una novedad respecto del a. de los siglos an- teriores. Ubicado por muchos hacia los ini- cios de la época de Bismarck (1870ss.), el a. aleman se origina de hecho medio siglo an- tes, aunque sea a titulo de prehistoria (Ster- ling, 1956). Ciertamente el concepto de a. fue claborado y precisado en la segunda mitad del siglo x1x cn un follcto titulado Judens- piegel (Espejo de los judfos) escrito por un periodista conservador, Wilhelm Marr (1863); pero también es cierto que sus temas carac- teristicus —el hebreo como cuerpo extraiio que amenaza a la patria alemana, sutil teje- dor de malvadas tramas internacionales y sanguijuelas del pueblo— estaban ya pre- sentes en un folleto de titulo andlogo apare- cido cuarenta afios antes y escrito por un ju- rista, H. Hundt-Radowsky (1819). Sin cmbargo, no hay duda de que el a. se difundié y se intensificé en el pueblo aleman con la grave crisis econémica de 1873, cuya responsabilidad se quiere atribuir a las tra- mas de los banqueros hebreos, aunque el momento de més fuerza fue algunos dece- nios después (Massing, 1949, cap. i). Fue este hecho el que favorecié el nacimiento, junto a la reaccién antisemftica de deriva- cién protestante-conservadora, de un movi miento antisemitico populista. En Francia, se adscribe a la obra del historiador del cris- ANTISEMITISMO 39 tianisme Joscph-Ernest Renan la fuente mas importante de inspiracién para las justifica. ciones intelectuales del a., que florecta en aquel periode incluso en el pais que habia sido el primero en reconocer formalmente el derecho de los hebreos a la misma dignidad que los otros ciudadanos. Otros ascendentes del a. son la obra de J.-A. de Gobineau y de H. St. Chamberlain. En los afos treinta los nazis no tuvieron, pues, que inventar nada para movilizar al pucblo aleman en la persecucién contra los hebreos; les basié retomar de Ja historia po- litica alemana y europea los argumentos y los proyectos ya preparados durante mas de un siglo de a., comprendido el infame apo- crifo —de origen ruso— de los Protocolos de fos sabias de Sion (1905), y usarlus con la ma- xima crueldad primero para etiquetar a los hebreos como una especie infrahumana, después para despojarlos de todo derecho y con ello de toda propiedad, finalmente para legitimar el anunadamiento fisico. ‘En ningiin otro pais el a. ha alcanzado la violencia de los afios treinta y cuarenta del siglo xx en Alemania, siendo Ia dimensién apocaliptica alcanzada en este perlodo por el a. aleman lo que hace parecer de menor importancia las olas de a. recurrentes en pafses del Este europeo, especialmente en Polonia y en Rusia, asi como en paises lati- hos como Halia y Francia, ¢ incluso en Es- tados Unidos. En tiempos recientes el desa- rrollo del estado de Israel en conflicto con los paises arabes ha estimulado en les par- tides de izquierda curopeos y en la ex Union Soviética el surgimiento de un fuerte anti- sionisnio, entendido como aversion a la politica de expansién imperialista supuesta- mente seguida por Israel con la ayuda de Es- tados Unidos, A pesar de las declaraciones que intentan distinguir entre antisionisme y a. muchas caracteristicas tradicionales de éste se encuentran en aquél, hasta el punto de hacer casi indistinguibles los dos concep- tos en sus manifestaciones concretas. ©. Nicleo central del a. es la afirmactén de la indignidad absoluta, de Ia infrahurnani- dad de los hebreos como colectividad. Tal afirmacion toma fuerea por una serie de pre- Juicios que atsibuyen alos hebreos un gran niimero de rasgos desagradables, amenazan- tcs u ofcnsives. Si se tuvicran que sumar to- dos los rasgos de este género atribuidos a los hebreos en todas las épocas y sociedades, se verificaria que son un conjunto de rasgos que las diferentes sociedades consideran re- pulsivos en un momento dado: la negacién de todo lo. que consideran bueno y atrayente. Al hebreo se le imputa, asi, acumulativa- mente, todo lo que se considera repulsive en una sociedad, junto con lo que se considera repulsivo en otra, aun si en esta ultima es atractivo y aceptado lo que en la primera era repulsive. Los rasgos principales atribuidos histéricamente a los hebreos, que se pueden entresacar de los innumerables folletos y li- bros antisemiticos de todos los ticmpos, son cl aspecto: sucio, de mal olor, descuidado; la actitud altiva y exclusiva; el orgullo de rel gidn y de raza derivado de fa conviccién de ser las elegidos; el papel de conspiradores, lejedores ocultos de tramas subversivas en perjuicio de la sociedad en que viven y en fa- vor del extranjero; el dominio supuestamen- te adquirido sobre las finanzas mundiales; el comportamicnto adulador y desconfiado; et cjercicio de la usura; la penetracién en la industria, en la administracién pablica, en Ja escuela, gracias a la cual los dirigentes he- breos aleanzan un ntimero muy superior ala proporcién que su grupo representa respec- to de la poblacién total; Ia rareza declarada de su culto, de las costumbres, de las fiestas, de la dieta, en comparacion con lus de la so- ciedad que les da hospitalidad; la solidari- dad complice que supuestamente los Heva a obtener siempre la mejor parte por encima de cristianos o gentiles; el parasitismo, el tender siempre a ocupar puestos luctatives pero cémodos (cf. los materiales sintetiza- dos en la “escala del a.” de Adorno et al., 1950). Algunos autores han intentado clasificar ela. en diversos tipos, cada une de los cuales tendria como estimulo negative uno © mas de los (supuestos) rasgos enumerados ante- riormente. El a. refigioso o cristiano estaria dirigido contra los hebreos en cuanto miem- bros de otra religién. El a. fisiondmico o el caracterolégica se oponen a ciertos rasgos fi- sicos y de cardcter imputados a los hebreos. El a. profesional ataca la supucsta penctra- cion de los hebreos en determinados secto- tes profesionales, mientras que el econdnti- 40 ANTISEMITISMO co tiene como punto de referencia Jas posi- ciones de nando adquiridas por los hebreos en el campo industrial y financiero. El a. politico se preocupa de los supucstos planes hebreos de dominio y saquco del mundo; el étnico-raciad tiene un fundamento naciona- lista, y esta dirigido a defender la “pureza”™ de una raza. Sc habla también de a. cultural, que tiene sus raices en el pensamiento ale- man, y de a. 1éctico, que usa a los hebreos como chivo expiatorio con fines politicos, pero es del toda indiferente a su naturaleza (cf. Wolf, 19697, p. 919). Clasificaciones de este tipo infravaloran evidertemente el caracter de totalidad del a., tal como se muestra en la gran facilidad con que grupos y regimenes politicos antisemiticos recu- Tren a ung u otro motivo de acusacién para combatir a los hebreos, o por el hecho de que aquellos que manifiestan actitudes anti semiticas en lus campos politico, econémico y profesional, en presencia de un determina- do estinulo aferente a dicho campo, tienden a oponerse a los hebreos aducicndo justifi- caciones étnicas, religiosas, caracterolégi cas, ctcétera. D. Los factores del a, se encuentran en diver sos niveles de la realidad social, y precisa- mente en la historia de las relaciones de los hebreos con las sociedades curupeas, en la cultura y en la estructura del sistema social de referencia, en Ja estructura y distribu- cidn de los tipas de personalidad, y finalmen- te en la sitmacién inmediatamenic anterior a las manifestaciones antisemiticas que se consideran, Desde cl punto de vista historico, los he- breos han adquirido desde los tiempos anti- guos una conspicua visibilidad social, siendo percibidos como el prototipo dal extranjero. Monoteistas en medio de poblaciones politeis- tas, severos de costumbres en medio de socie- dades notoriamente relajadas, solidarios en- tre ellos y poco inclinados mezclarse con otros grupos Ginicos 0 religioses, han sido jus- tamente definidos como los puritanos del mundo antiguo; asi aparecian ciertamente ante gticgos y romanos, como lo atestiguan cronigas ¢ historias de la época. La consolida- Gién del cristianismo en Europa, que levs a institucionalizar el aislamiento territorial y la discriminacién religiosa y politica de los he- breos, considerades perpetuamente los here- deros de los asesinos de Cristo, reforzé esta vi- sibilidad (v, gueto). Las diferencias de credo religioso, que permitieron a los hebreos desa- rrollar oficios y actividades prohibidos a los cristianos y considerados por éstos inmorales, como el préstamo con interés, unido a la ex- clusién topogrdfica y a las disctiminaciones que les impedian el acceso a la mayoria de las corporaciones de la Edad Media y del Renaci- miento, favorecieron su concentracién en profesiones come la actividad crediticia y co- mercial. Estas actividades aumentaron su im- portancia con el desarrollo de las monarquias absolutas y de los estados-nacién. Los banque- ros privados se encontraban a menudo asocia- dos a las més diversas empresas militares y politicas de los nuevos estados, y como mu- chos de ellos eran hebreos la asociacion entre las altas finanzas, hebraismo internacional y maniobras de poder aparecié en un momento dado, entre la segunda mitad del siglo xvur y principios del xix, como algo establecide de modo irrefutable. A tales factores se deben afiadir la incapae dad politica de los hebreos, que no advirtieron los riesgas que su papel econémico acarreaba, y % propensién a aliarse con Ia autoridad constituida, lo que atrajo sobre ellos la hostili- dad de las clases medias e inferiores (Arendt, 1958%, cap. mi. Las caracteristicas sociales objctivamen- te adquiridas por los hebreos a través de su historia los han predispuesto a ser clegidos como chivo expiatorio, en lugar de otros grupos socialmente menos visibles y discu dos, cada vez que un sistema social requicre de un desfogue para aliviar sus tensiones. En este nivel el a. se ha visto a menudo como la mai mn patoldgica de la sociedad burguesa, o bien como cl producto recurren- te de la reaccin capitalista. En una primera aproximacién, considerando que la peor ola de a, se produjo en un pafs de capitalismo avanzado, Alemania, la hipétesis del a. como producto puro de la teaccién capitalista puede parecer aceptable. Pero en cuanto se procede a comparar estructuras sociales y grados de a., es evidente que ésta no basta para explicar por qué el a, alcanzé grado: comparablemente mas bajos que en Alema- nia en paises como Italia, que también profe- saba una ideologia oficial antisenaitica, o en ANTISEMITISMO 41 un pals igualmente capitalista como Fran- cig; o bien por qué la comunidad hebrea mas numerosa (ecrea de cinco millones), mas ri- ca y poderosa del mundo se encuentra en la actualidad precisamente en un pais donde el capitalismo es mas avanzado —Estados Uni- dos—, enfrentandose en el peor de los casos a formas de a, que, aunque con aspectos re- currentes de una cierta aspereza, son simila- res a las observadas en socicdades donde cl capitalismo esta menos desarrollado y la co- munidad hebrea es casi insignificante. A for- tiori la hipotesis mencionada no explica la persistencia del a. en paises ex socialistas, como la Unién Soviética y Polonia, que se re- monta a varios siglos dea. religioso y étnico. Ela. ha encontrado portavoces y tedricos en las clases medias y superiores, pero su base de masas ha procedido regularmente del subproletariado (v), de algunos estratos de la dase obrera, especialmente en Estados Unidos, y de la clase media inferior, La excep cional constancia y continuidad del a. ha esti- mulado numerosos estudios sobre la perso- nalidad de Jos antisemitas. En este plano el antisemita se ve como una personalidad cu- yos mecanistnos de defensa del ego estén bloqueados, a causa de la interiorizacion de estereotipos en la primera infancia, en una sola direccidn, la del odio contra el hebreo, de manera que cada conflicto interno, de cualquier origen, cstimula siempre el surgi miento de tal proyeecién (Horkh Huss y Schrocder, 1966: ef. tambi et ai., 1950). La proporcién de estas persona- lidades y la posibilidad de manifestarse y de asociarse a fin de desarrollar una actividad antisemita varian de una sacicdad a otra, pero de cualquier modo son lo bastante grandes para dar lugar, en cualquier socie- dad occidental, a manifestaciones de a. rela- tivamente conspicuas baje el cstimule de si- tuaciones de esirés desde el punto de vista econdinice, politico o profesional Entre los factores ideolégicus ¥ cultura- les, son terreno fértil para el desarrollo de formas de a. todas tas doctrinas nacionalis- tas, las (inconsistentes) tcorias sobre la su- raza, los diversas tipos de fundamentalismo religioso-potitico, y la Ila- mada “tcoria de la conspiracian”, que impu- ta al complot de un pequefio mimero de per- sonas planes de dominio mundial. E. Seis millones de hebreos asesinados en las camaras de gas de los nazis fueron el pro- ducto mas objetivo y directo del a. mederno. Estos se suman a los cientos de miles de he- breos asesinados en masa durante los siglos anteriores, la mayor parte en los pogromes que se fueron sucediendo en los paises de Europa oriental, y en las persecuciones de que fueron objeto durante dos mil afios en muchos pafses cristianos. En sus aspects subjctives el a, desempe- a funciones de orientacién analogas a las del prejuicio y de la ideologla: 0 sea, reduce a hechos simples, lineales y comprensibles muchos fenémenos sociales que son en si mismos extremadamente complicados, con- tradictorios y dificilmente explicables. Al contrario de la mayor parte de las ideolo- gias, el a. representa sin embargo una sim- plificacién de ta realidad extremadamente brutal, para sostener la cual son necesarias creencias que resultarfan falsas al primer intento de verificacién. Como ejemplo a este respecto cabe mencionar el uso que se ha he- cho en diversos paises de los Protocolos de los sabios de Sién, texto fabricado por ele- mentos rusos yuataponiendo pasajes extral- dos de 1a propaganda antisemitica para atri- buirlos a los hebreos, pero cuya evidente falsedad no ha impedido a millones de per. sonas creer en él, viéndose repropuesto du- rante diversos lustras por la derecha norte. americana (hacia 1920 Henry Ford mandé imprimir amplios extractos del mismo en su propio periddico, el Dearborn Independent), los fascistas italianas y franceses, y los nazis. Desde cl punto de vista politico, don, N. Babchuk, “A typology of voluntary as- sociations", en American Sociological Review, xxiv (1), 1959; M. Hausknecht, The joiners: A sociological description of voluntary associa- tion membership in the U.S., Nueva York, 1962; R. M. Maclver, C. H. Page, Society - An intro- ductary analysis, Londres, 1950, esp. p. tt; J. 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Forma de organizacién y conduccién de una unidad productiva (industrial, agricola, de servicio}, en la cual los trabajadores mis- mos, dentro de los Ifmites impuestos por los objetivos y las estructuras del sistema cco- némico, por las exigencias de coordinacion con las otras unidades productivas y por las relaciones con la comunidad local y con otros organismos intermedios, toman las de- cisiones de mayor relieve en lo que respecta ala produceién, las inversiones, las retribu- ciones, las contrataciones, Ia programacién y el reparto de las tareas de trabajo, los rit- mos, las condiciones ambientales, etc. Los medios de produccion de las unidades pro- ductivas autogestionarias son generalmente de propicdad social, esto es, pertenecen a la colectividad entera o al estado; a les trabaja- dores que forman parte de ellas se les confia la responsabilidad de gestionar dichos me: dios, dentro de los limites anteriormente mencionados. La a. es un modo de realizar la demoeraeta (1.) en fa economia. B. Laidea de a. tiene origenes remotos en la ideologia del movimiento obrero. De Proud: hon a Bakunin, en los cuales se vincula ex- tamente con los ideales del anarquismo (wv), de Fourier a Blane y a Owen, de Marx a los socialistas rusos, alemanes e italianos de comienzos del siglo xx, ha sido casi conti- nuamente retomada y teorizada la creencia de que la superacién de la enajenacion (.) y la climinacién de la dominacién de clase de- ben aleanzarse aumentando en primer lugar el control de los trabajadores ya sea sobre las condiciones inmediatas del propio traba- jo y sobre su destino, ya sea sobre el modo de regular el conjunte de la produccién so- cial. Todo esto se puede obtener solamente si se confiere directamente a los trabajadores el poder de gestionar de manera autonoma las unidades de produccién, en primer lugar las fabricas. Las primeras formas de a. histéri- camente realizadas se pueden ver en los con- sejos obreros constituides durante perfodos muy breves en Francia durante la Comuna (1871), en Rusia durante los movimientos re- volucionarios de 1905 y 1917, en Alemania en 1919 (movimiente espartaquista), en Tta- lia en 1920 con la ocupacién de las fabricas. Todos estos intentos fueron aniquilados, en las sociedades capitalists, por la reaccién del estado y de las clases dominantes, micn- tras que en Rusia fueron los primeros go- biernos bolcheviques los que los sofecaron. Los soviets (consejos) instituidos como érga- nos de gobierno a partir de octubre de 1917 en las fabricas, en las empresas agricolas, cn las escuelas, en el ejército, generalmente basados en los érganos de lucha revolucio- 62 AUTOGESTION los trabajadores. Las investigaciones Heva- das a cabo en empresas yugoslavas autoges- tionarias demuestran que la asistencia a las reuniones del culectivo de fabrica, la partici- pacion efectiva en la discusion yen las deci- siones, la intensidad de Ia actividad en el consejo de fabrica o de unidad econémica eran proporcionales a la escolaridad y ala calificacién profesional. Los factores ins- truccién y competencia técnica operaban aqui de distintos modos. E] que tenia menor escolaridad participaba menos cn asambleas y reuniones; no estaba en condiciones de for- mular eficazmente su propio punto de vista, sobre toda en materias complicadas: tenia, por consiguiente, menores probabilidades de ser elegido en los consejos de diversos ni- veles; Finalmente, tendia a reconocer que de las cuestiones directivas seria mejor que se ocuparan los competentes. A su vez éstos po- dian imponer mas facilmente su punto de vista, fundandolo en argumentaciones técni- cas no refutables por los otros; asi, eran ele- gidos mds frecuentemente e iban adquirien- do de este modo mayores habilidades y se iban haciendo cada vez més apreciados. A esta dindmica se deben los inconvenientes registrados en los primeros afios de la a. yu- goslava: los consejos de Fabrica acababan siendo formados casi solamente por emplea- dos y técnicos, con alguno que otro obrero especializade, micntras que los directores reductan a menudo a una mera ficcién la presencia del consejo. El legisiador se opuso a esta involucién de los mecanismos de a. imponiendo que los consejos de unidad pro- ductiva se compusicran al menos por un 75% de los trabajadores comprometidos di- rectamente en la produccién. El peso de la autoridad del director se fue reduciendo después a medida que crecia la experiencia de los trabajadores de las empresas autoges- tionarias. E. Para analizar las consecuencias de la a. también es necesario referirse a las investi- gaciones Hevadas a cabo en fa ex Yugoslavia, ya que las correspondientes a otros paises son deficientes, parciales o poco indicativas. ajEn el primer decenio de la a. (1950- 1960), los salarios reales en las empresas au- togestlonarias, englobando a retribucion, premios de produccién, gratificaciones, do- bles mensualidades, alcanzaron un indice netamente superior al de la productividad y al de las inversiones. Aparte de los juicios sobre la significacién del tal diferencia, se considera una muestra de la autonomia efec- tiva de estas empresas y de los trabajadores que las gestionaban, aun teniendo en cuenta los limites anteriormente mencionados en eb apartado C. 5) A pesar del indice relativamente redu- cido de las inversiones, en el conjunto de las empresas autogestionarias se registré a lar- go plazo un notable incremento de la pro- ductividad per c4pita, del orden del 79% anual y algo ms, La produccién industrial se triplicé entre 1952 y 1961, y se volvid a re- doblar en ef decenio posterior, Dado que la casi totalidad de las empresas industria- les eran autogestionarias, la relacién posit va entre a. y productividad parece innega- ble. jLa estructura jerarquica, el poder (v:) de dirigentes y de técnicos, la autoridad de tipe burocrdtico, la dominacién de clase bajo forma de organizacién del trabajo fue- ron en gran medida climinadas © fuertemen- te reducidas en las empresas autogestio- narias. d]Con el tiempo la participacién de los trabajadores en todos los érganos de la a. crecié notablemente; el nivel de informacion de los trabajadores acerca de los problemas generales de la gestién empresarial o de las cuestiones técnicas, administrativas, comer- ciales especificas resulté mas elevado que en las empresas capitalistas 0 en las de los tres paises socialistas donde no existia de hecho ninguna forma de a., y paralelamente aumenté su efectiva capacidad de interven- cién en las decisiones empresariales. El gra- do de enajenacién de los trabajadores, en otras palabras, parecia haberse reducido fuertemente, ¢] Los trabajadores de las empresas auto- gestionarias contrastaban a menudo con los sindicatos y con el partido por lo que respec- ta a la politica de los salarios, de la produccién y de las inversiones; las mismas empresas entraban a veces en conflicto con los érganos centrales de planificacin. flEn los sectares de la industria y de los servicios las empresas autogestionarias ma- nifestaron comportamientos tipicos de em- AUTOMATIZACION 63 presas capitalistas: bisqueda inescrupulosa del beneficio, précticas monopélicas, mani- pulacién del mercado, evasién fiscal, resis- lencia al requerimiento de contribuir al de- sarrollo de las regiones mas retrasadas del pais. Para los criticos radicales de la a., éste ¢s un signo de completo fracaso; para los otros, un signo de conflicto (v.) entre instan- cias objetivamente distintas y contradicto- rias. La a. no parece haber favorecido el de- sarrollo de técnicas de planificacién en todos los niveles, las cuales presuponen un anilisis global de las necesidades, de los consumos, de las inversiones, de la division del trabajo y de la ubicacién del excedente en toda Ia sociedad, o sea de los mayores problemas planteados por la acumulactén (v) del capital. La diferencia entre las regio- hes mas prosperas y las mas atrasadas no ha disminuido y en ciertos aspectos ha aumen- tad, En otras palabras, “la a. no reconcilia automaticamente al productor com el consu- midor, al individuo social con el individuo privado” (Gorz, 1967), ni lleva de por sia los trabajadores a una vision y a una praxis po- Iitica y ecanémica en la que prevalezcan los intereses colectivos sobre los privados. brBuioRAPIa: O. Anweiler, Storia dei soviet - I consigli di Jabbrica in URSS, 1905-1921 (Leida, 1958), Bari, 1972; P. Bellasi, M. de la Rosa y G. Pellicciari (comps.), Fabrica e societd - Auto- gestione e partecipazione operaia in Europa, Milan, 1972; C. Bettetheim, Propriété d'état, en- treprise et planification, Paris, 1969; P. Blam- berg, Sociologia della partecipazione operaia (Londres, 1968), Milén, 1972; D. Chauvey, L’au- togestione un‘utopia? (Paris, 1970), Roma, 1973; A. Gorz, II socialismo difficile (Paris, 1967), Ba- ri, 1968, p. 11, eap. 1v; H. Lefebvre, “Problemes théoriques de Mautogestion”, en Autogestion, (1), 1966; E. Mandel (comp.), Consejos obreras, control obrero, autogestién (Paris, 1970), Méxi- co, Era; A. Meister, O2 va lausogestion Jugos- lave?, Paris, 1970; revistas: Autogestion, desde 1966; Socialisme ou Barbarie, de 1949 a 1965; H. Roggemann, Das Model! der Arbeiterselbst- verwaltung in Jugoslawien, Francfort, 1970; M, Rosner, “L'autogestion industrielle dans les kibbutzim”, en Sociologie du Travail, xvi (1), 1974; L. Tomasetta, Partecipazione e autoges- tione - Dentro € contro il sistema, Milan, 1972. automatizacién (al. Automatisierung o Automation; fr. automatisation; ingl. automation; it. automazione) A.Término de uso genérico para designar diversas situaciones en las que, especi: mente en Ia industria pero no solamente en ella, el trabajo humano es sustituido, en su perfil fisico o en su perfil intelectual, por ma- quinas © mecanismos —mecinicos, hidréu- licos, neumaticos, eléctricos y electronicos— aptos para desarrollar automaticamente se- cuencias de operaciones mas 0 menos largas y complejas bajo el control de aparatos cléc- iricos 0 electrénicos de diversa naturaleza y complejidad. La connotacién del término a. tiende, sin embargo, a desplazarse gradual- mente, con el desarrollo de la tecnologia, en direccién de autematismos cada vez mas ela- borados ¢ integrados, por lo que quien usa hoy este término se refiere generalmente a un nivel medio de automatismo mas elevado, a maquinarias més grandes y complicadas, con un empleo mas amplio de aparatos elec- trdnicos, que el que lo usaba hace quince o veinte afies. Los socidlogos han estudiado hasta ahora sobre todo las Hamadas “conse- cuencias sociales” de fa automatizacion. B. Sc atribuyc Ia paternidad de esta palabra aD. G. Herder, un vicepresidente de la Ford, que en 1944 habla hablado de automation (contraccién de automatic production), refi- rigndose a una de las primeras lineas de mi- quinas transfer —provista de mecanismos para la transferencia automitica dela pieza en proceso de elaboracién de una estacion operadora a otra—, construidas para la fabri- n de monoblocks de motores de auto- mévil. Algunos afirman que este mismo tér- mino fue acuiiado en aquel mismo periodo, independientemente de Herder, por John Diebold, un conocido consultor de técnicas de management. Respecto de las maquinas precedentes, las transfer constituian una efectiva novedad, ya que estaban compues- tas por decenas de cabezas operadoras, com- prendiendo cada una uno o mas utensilios aceionados por un motor independiente, re- agrupados en un cierto nimero de estacio- nes, entre las cuales las piezas en proceso de elaboracién avanzaban automaticamente, 64 AUTOMATIZACION apenas acababa una operacién. La verdade- ra novedad consistia en el mecanismo de traslacién y ubicacién de las piezas (giro, ro- tacién, angulacién, ete}, ya que el principio de la cabeza operadora miltiple se aplicaba desde hacia algunos decenios en maquinas automdticas, como tornos, perforadoras y fresadoras. La idea que encontraba en Ins maquinas transfer una primera aplicacién practica parcial a las producciones mecnicas, o sea la idea de una fabrica automdtica, operante sin trabajadores directos, sino sélo con un cierto nimero de adseritos a las funciones de mantenimiento y de vigilancia, en los que el término a. hace pensar, no era una idea completamente nueva en el contexto de otras producciones. La misma expresién “Fabrica automatica”, referida al tejido, se encuentra ya en El capital de Marx (1, 1867; ed. esp, México, 1975, t. 1, vol. 2, p. 511). En otro pa- saje de la misma obra, Marx caracteriza ala fabrica moderna haciendo resaltar los as- pectos de integracién entre mAquinas y ope- raciones, con la eliminacién total del trabajo obreroo su reduccién a funciones auxiliares de alimentacién y mantenimiento, las que precisamente Iegaran a ser centrales en el concepto moderno de a.: “un sistema de ma- quinaria, ya se base en Ia mera cooperacién de m4quinas de trabajo homogéneas —como ocurre cn la tejeduria— 0 en una combina- cién de maquinas hererogéneas —come en la hilanderfa—, constituye en s{ y para s{ un gran autémata, siempre que reciba su im- pulso de un primer motor [. ..] Tan pronto como la maquina de trabajo ejecuta sin el concurs humano todos los mavimientos ne- cesarios para la claboracion de la materia prima y tan sélo requiere cierta asistencia ulterior, tenemos un sistema automdtico de maquinaria (...] La moderna fabrica de pa- pel puede servir de ejemplo, tanto en lo que se refiere a la continuidad de la produc como en lo tocante a la puesta en practica del principio automatico" (ibid., pp. 463- 464). La naturaleza de los procesos de hilado y tejido, asf como de la producci6n del pa- pel, habia permitido realizar niveles medios globales de automatismo que todavia hoy Megan a ser raros en fabricas de otros gé- neros. A partir de los afios cincuenta, con la multiplicacién de noticias relativas a la in- troduccién de maquinarias automaticas en nuevos sectores, ha ido tomando cuerpo en todos los paises industrializados un amplio debate sobre la a., alimentado especialmen- te por la incertidumbre sobre las implicacio- nes econémicas y sociales. En el curso de este debate se han formulado decenas de de- finiciones diversas de la a., de las que mu- chas han Iegado a ser de uso comin. Aun- que ninguna sintesis puede ofrecer con fidelidad todos los matices de definiciones a menudo contrapuestas, no resulta forzado afirmar que la mayor parte de éstas entran en alguna de las siguientes categorias: 1) Las definiciones inductivas, fundadas en la manera en que es usado realmente el término a. en las fabricas. En esta acepcién constituye a. cualquier incremento del gra- do de automatisme con él que la elaboracién de un producto es Hevada a cabo. Un torno automatico representa un caso de a. respec: to de un torno universal maniobrado por un operador; una maquina gobernada a distan- cia con un telecomando eléctrico representa una forma dea. respecto de una maquina go- bernada por un programa fijo incorporado ensu estructura, En esta definicidn se englo- ban todos los niveles posibles de mecanizi cién, desde el simple utensilio de motor alas formas més sofisticadas de regulacién de los procesos productivos fundados en los principios de la cibernética. En este campo la definicién mas clara y operativamente efi- caz es la de Bright (1958), el cual elaboré una refinada escala, llamada ‘‘perfil de mecani- zacion”, para medir el nivel de a. de los tra- bajos mecdnicos. Esta escala lleva a compro- bar, entre otras cosas, que algunos de los casos de a. que han levantado las mayores discusiones, como precisamente las transfer nacida en la Ford, se ubican en un nivel muy bajo, exactamente entre el 6° y el 8° grado de la escala de Bright, sobre 17 grados posi- bles y técnicamente ya realizados en uno o en otro sector productivo. Las definiciones de este tipo acentian por Io tanto la conti- nuidad sustancial que existiria entre meca- nizacién y a,, o bien la regularidad, la relativa lentitud de difusién, y finalmente la “norma lidad” técnica, econémica y social de un pro- ceso que va evolucionando desde hace casi dos siglos. AUTOMATIZACION 67 gico, y en general muchos de los factores que han favorecido u obstaculizado su desa- rrollo sc encuentran cn la voz tecnologia(y,). Sin embargo, existen factores especificos propios, tanto positives como negativos. El mayor factor particular que ha favorecido en los paises capitalistas avanzados el desa- rrollo de la a. en determinados sectores in- dusttiales es el alto costo del trabajo, debi- do, en algunos paises como Estados Unidos © Alemania, a Los altos salarios; o en otros, como en Italia, a la suma de los salarios y de las Hamadas cargas sociales que gravan di- rectamente cada hora de trabajo. La a. redu- ce por definicién el empleo de trabajo por unidad de producto, y con ello el costo del trabajo que confluye en el producto; cuanto mas elevade ¢s el costo del trabaja, ms con- veniente es la a. En el mismo sentido del cos- to del trabajo ha operado la escasez de mano de obra, especialmente sentida en algunos sistemas econémicos curopeos, como el in- gléso el alemdn. Otro factor positive para el desarrollo de la a. ha sido la creciente resis- tencia por parte de los trabajadores a de- sempefiar trabajas pesados, peligrosos, en ambientes recalentados 0 contaminados, 0 de algan modo nocivas, o bien monétonos o carentes de contenido profesional. Muchos dispositives automaticos, como los robots, han sido inventados con el fin especifico de alejar al trabajador del contacto mas o me- nos directo con materiales que por naturaleza comportan molestias 0 riesgos, como el ace- ro en las primeras fases de elaboracién, el yeso en el momento del colado, los barnices de revestimiento en la industria automov listica, los procesos de soldadura. En un sentido desfavorable al desarrollo de Ja a, segtin algunos cconomistas, han operado las situaciones de monopolio y de oligopolio. Las empresas en posicién mono- polica u oligopélica, sin los estimulos com- petitivos, ticnen en efecto escaso interés en acelerar el progreso tecnolégico. Dado que ellas cubren por si solas la casi totalidad del mercado en los principales sectores produc- tivos —de los automéviles al acero, de los fertilizantes a los electrodomésticos— toda innovacién dirigida a aumentar el nivel de a. comporta inversiones enormes y fatigosos procesos de reubicacién, sin reflejos propor- cionales en términos de utilidades —que de por sf ya son elevadas gracias a la posicion en cl mercado. Esto no significa cicrtamente que las empresas oligopélicas no hayan de- sarrollado la a., sino que ésta se ha desarro- lado mas lentamente de lo que hubiera sido posible, dado el nivel alcanzado por los co: nocimientos técnicos, con una menor con- centracién industrial; o bien que se ha desa- rrollado solamente en algunos sectores, olvidando otros no menos importantes des- de cl punto de vista del interés general (cf. Sylos Labini, 19647), No es de esta opinion Pollock, el cual sostiene que, al no encontrar Jas grandes empresas “Ia mas minima difi- cultad para efectuar inversiones (a menudo extraordinariamente altas) para la insta- lacién de plantas automatizadas de produc- cidn”, son ellas las que sacan mayores venta- jas de la a. que a fin de cuentas refuerza ims y mds su superioridad sobre la compe- tencia (Pollock, 1964). Pollock parece aqui haber tomado la capacidad genérica de efec- tuar grandes inversiones en lugar de las inver- siones efectivamente hechas para elevar en Jos diversos sectores el nivel medio de auto- tmatismo, Desde este punto de vista no se pue- de dejar de sefialar que las empresas curopeas han decidide efectuar las inversiones necesa- rias para eliminar los trabajos mas parcela- rios, monétonos o nocivos, solamente cuando la protesta obrera ha alcanzado niveles clamo- rosos, hacia finales de los afios sesenta. En el nivel empresarial, la a. en estao en aquella divisién de la empresa puede acele- rarse, o més 2 menudo retardarse, por las estructuras de poder insertas en la organiza- cidn. Especialmente en el sector del Epp, el control de los centros empresariales que gestionan su aplicacién a los procesos de fa- bricacién conficre a la direceion que logra apropiarse de ellos un notable poder respee- to de las otras. De aqui se siguen elaboradas maniobras por parte de diversos grupos de dirigentes ya sea para adquirir dicho con- trol, ya sea para impedir que otros lo ad- quieran. En los conflictos que se derivan se alargan a menudo los tiempos de desarrollo de la a.; el sistema informative que parecia deber estar listo en dos o tres aflos acaba por requerir cinco o seis, mientras que pro- cesos productivos y gestionarios facilmente automatizables bajo el perfil técnico siguen siendo semimanuales. AUTORIDAD 71 4] Similar s6lo en apariencia ala de Hob- bes es la definicién de a. dada por Tomas de Aquino, para el cual la a. esta constituida por una entidad apta para imponer sin con- diciones a los individuos lo que lleva al bien comin. Este bicn comin cuyo logro debe confiarse —no se habla aquf de delegacion voluntaria— a una entidad superior, no cs solamente, como en Hobbes, sustituir un es- tado natural de guerra por un‘estado artificial de paz, sino vivir de una manera conforme a las normas morales, las cuales se remontan a Dios. El es el verdadero fundador del bien comin; a él sc remontan la fundacién del matrimonio, familia y estado (cf. Eschen- burg). En esta concepcién de la a. se inspira todavia hoy la concepcién del estado de los movimientos catélicos. 5) La a. como poder legttimo o dominio legitimo, cn el sentido de que sus atribu- ciones y ejercicio estén sancionados por va- lores condivididos por la colectividad de referencia, o bien, como se enticnde a menu- do, por la mayoria de ésta. La equiparacién dea, y poder legitima, que muchos atribu- yen impropiamente a Weber, generalmente basdndose en interpretaciones discreciona- les de sus términos fundamentales (v. mas adelante), se ha convertido en lugar comin de las ciencias sociales a mediados del siglo xx (y. entre otros Lasswell y Kaplan, 1950; Bourricaud, 1961). Su principal inconve- niente est4 en el hecho de que se entiende el poder —segiin el uso predominante y la mis- ma definicién de Weber— como la capaci- dad de imponer Ja propia voluntad a pesar de la voluniad contraria de otros, pero aquellos que poseen tal voluntad contraria no pueden ser los mismas individuas que Ie- gitiman el poder. En otras palabras, la deli- nicién implica una relacién triangular entre aluna mayoria que confiere por voluntad propia un poder —y esto significa legiti- mar— y por lo tanto no puede ser un objeto del mismo poder, b) un sujeto al que se le confiere legitimamente el poder y ¢] un obje- to (la minoria de la colectividad considera- da, u otres externos a la misma) sobre el cual el poder se ejerce porque manifiesta una voluntad contraria no sélo a la de 5], sino supuestamente también a la de a}. El concepto de a. sirve asi para describir la re- lacién, que implica sobreordenacién, entre bly cl, al mismo tiempo que la existente en- tre a] y c], que implica voluntad de control, yaquella entre a] y 5}, que es la que se inten: taba describir en primer lugar con dicho concepto. Como consecuencia, la definicién de a. como poder legitimo llega a excluir precisamente el resultado més caracteristi- co del proceso de Iegitimacién, o sea la vo- luntad libremente afirmada de conferir a un tercero la facultad de emitir ordenes, vdli- das en primer lugar en su propio respecto, no de otros, anticipando en dicho acto la propia disponibilidad para obedecerlas. 6] Laa. como la propicdad, mas que de un sujeto, de una comunicacién imperativa, 0 sea de una orden, cuya racionalidad, 0 co- rrespondencia a valores similares comparti- dos por el sujeto y por el objeto de la orden, es potencialmente demostrable, a peticién de los interesados cuando tengan tiempo y motivo para discutir sobre ello. Esta impor- tante definicién de a. se debe al politélogo de origen aleman Carl J. Friedrich (1958; 1970). Acentia la funci6n del “saber” deten- tado por un cierto sujeto, ya sea como pose- sién efectiva de nociones y competencias mas profundas que las poseidas por otros, y susceptibles de ser activadas para demos- trar, en su caso, la racionalidad o razonabili- dad de una orden dada; ya sea como disponi- bilidad de argumentos para demostrar que la misma orden interpreta dela manera més auténtica una linea politica o una creenciao la doctrina de textos y maestros a los que se apela en cuanto “clasicos”. Segiin esia defi nicién, silos destinatarios de una comunica- cién imperativa consideran erréncamente que quien la ha emitido posee los argumen- (os para atestiguar Ia racionalidad, cuando ello se requiera, estamos en presencia de una falsa autoridad. Sin embargo, Friedrich ne prevé el caso inverso: cuando el sujcto posce los argumentos para justificar racio- nalmente la orden, pero el objeto de la mis- ma no lo pide, mientras no llega el momento de ejecutar dicha orden; o bien —antes de ejecutarla— lo pide pero na cree en ellao no se deja convencer por clla, aun comparticn- do los valores a los que apela el sujeto de la ., porque se adhiere a una nocién diversa de racionalidad © por otros motivos. En tal caso la a. es real pero no es cficaz, 0 sea no influye en el comportamiento del destinata- AUTORIDAD 7s ningdn intercambio de posicién es posible entre el que ordenay el subordinado. Las re- laciones fundadas en Jaa. funcional son, por el contrario, labiles y reversibles. El que ejercta ayer su a. de experto puede encon- trarse mafiana dependiendo de laa. de otro. e] Un sistema de estratificacién que sea el resultado de relaciones fundadas en la a. le gal es muy estable, y presenta una notable distancia entre el vértice y la base, con un nimero definido de estratos intermedios. ‘Un sistema de estratificacién fundado en la a. funcional ¢s decididamente inestable, y en. todo caso muy horizontal. Como consecuen- cia ofrece limitadas posibilidades de movili- dad ascendente. flEn el plano de la subjetividad, el deten- tor de a, legal goza de una clevada seguri- dad; solamente graves errores © comporta- mientos desviados intolerables pueden ser causa de su remocién y por lo tanto de la pérdida dea. Por otra parte, la posicién fun- dada en Ja a. funcional, siendo de hecho la- bil, es rica en factores angustioses, ya que la. discontinuidad de Ja a. funcional exige a quien Ia ocupa Ia reconfirmacién constante de su propia competencia, en una situacion de competencia continua con otros. Esta si- tuacién no ¢s obviamente favorable a la esta- bilizacién, dado que con el estudio y la expe- riencia cualquicra puede aspirar a revertir en su propio favor Ia relacién de a. anterior. g) Las funciones vinculadas a las infrac- ciones de la “orden” son diferentes segiin se trate de a. legal a de a. funcional. En el pri- mer caso son afectadas las compensaciones que el sujeto del papel recibe desde arriba por sus prestaciones (rédito, prestigio, po- der). En el segundo caso, la infraccién puede pasar incluso inadvertida, pero puede ser gravemente castigada por un grupo de refe- tencia externa, en términos de pérdida de reputacin profesional 0 moral, exclusién, desaprobacién verbal oescrita, como las pu- blicadas por los colegios profesionales (cf. Hartmann, 1964). La distincién entre a. legal y a. funcional no corresponde a la existente entre estatus adscrito y estatus adquirido (v. estatus, C), ya que ambas son referibles a uno 0 aotre tipo. de estatus. Para la adecuada comprensién de cual- quier fenémeno de a. es preciso considerar la soctalizacién (v.) de aquellos que se pres- tan a actuar como sujctos dela misma. El re- conocimiento de la facultad de emitir érde- nes tiene sus rafces en Ia interiorizacion de valores (v.) y normas (v.) de las que el sujeto de la a. se presenta igualmente como porta- dor, ya sea por dotes propias o per compro- miso formal. El retire del reconocimiento, y por tanto la disminucién de a. se debe a me- nudo a cambios producidos en Ia socializa- cién de los miembros de la colectividad de referencia, que los hacen indiferentes u hos- tiles a los valores sobre los que se fundaba anteriormente la autoridad, Por cl contrario la intetiorizacién de principios de a. mas ri- gidos que los de Ja estructura objetiva de la a. existente en un determinado sistema so- cial, puede bloquear en una fase infantil la personalidad para convertirla en una perso- nalidad autoritaria (Adorno ef al., 1950). D. Preguntarse cuales son los factores origi- narios de la a. significa preguntarse de donde derivan sus fundamentos. En cl caso de Ia ordenacién juridica, ésta puede deri- var ya sea de un sistema de decision demo- cratico, ya sea de un sistema autocratico, cu- yas decisiones son sin embargo aceptadas por concenso por la colectividad. En el caso de que ef fundamento de la a. sea en cambio en tribute particular, son las funciones que su portador puede desempefar para la co- lectividad, o las que se cree que pueda de- sempeiiar (v. carisma), las que lo constitu- yen come tal. En general, son sus mismas consecuencias las que hacen indispensable y universal la a., y tanto es asi que no existe grupo o colectividad que carezea completa- mente de ella. Cualquier pluralidad de per- sonas no casual o efimera como una multi- tud (v,) requiere ser orientada y dirigida en la actividad que desarrolla para conseguir sus propias objetives, de manera que la ac- cién de cada uno sea sinérgica en lugar de contradictoria 0 antagonista respecto del objetivo, Esta orientacion puede realizarse en los grupos de estructura mas simple in- cluso a través de una discusién colectiva; pero es imposible obtenerla por este medio en las estructuras mas complejas. Por otro lado también en los grupos mas simples la economia de esfuerzo de orientacién que la 4. permite hace por lo demas inevitable y BURGUESIA 79 la consolidacién de la b. fue casi total, hacia mediados de siglo, esta exigua homogencidad —que no pudo restituirse con la contraposi- cién al proletariado, aunque Is b. proporcio- né los cuadros directivos al movimiento social (v.) y mas tarde al faseismo (v.)— vino a menos, y al hablar de b. nos exponemos, a partir de entonces, usando las palabras de un socidloge alemin de los afies treinta, a hablar de algo que al mismo tiempo es todo y nada (Meusel, 1931, p. 90). Llegados a este punto, en la segunda mi- tad del siglo xix, los fundadores del “socia- lismo cientifico” Hevaron a cabo con el con- cepto de b. una operacién que resulté de un gran alcance. Reconocen muchos, marxistas no, que en la obra de Marx y de Engels coe- xisten una Realsoziofogie, funcada en la ob- servacién de acontecimientos histéricos concretos, y una Idealsoziolagie, que repre- senta al mismo tiempo un mosaico de la his- toria universal y la proyeccién de su movi- miento en un futuro m4s.o menos préximo. La primera la podemos encontrar cn obras como EI 18 Brumario de Luis Bonaparte y Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, y en pasajes dispersos de muchas otras, espe- cialmente del primer volumen de El capital; la segunda tiene su epitome en el Manifiesto comunista y en las partes ms especulativas de las obras mayores, como La ideologéa alemana y los Grundrisse (para un resumen de esta cuestién, v. Nolte, 1974). En estas dos sociologias el problema de la b. es afron- tado con perspectivas radicalmente diver- sas. La Realsoziologie pone en cvidencia que la composicién de esta clase es tan diferen- ciada y compleja, ya a mediadas del siglo XIX, que se hace imposible toda inferencia a priori acerea dela praxis politica que en de- terminadas situaciones cabria esperar de sus diversos componcntes, Ademés, esta i terpretacién realista implica que la posicién y la actitud de sus componentes en relacién con el prolctariado son muy variables, hasta el punto que los intereses y Ia idealogia de algunos de ellos puedan resultar, en ciertos momentos, mds cercanos a los del proleta- rindo que alos de los restantes componentes de la burguesia. La Idealsoziologie de Marx y de Engels si- gue una estrategia opuesta. Aqui lab. se des+ cribe camo un solo bloque cuyo supreme in- terés es la explotacién a largo plazo de los trabajadores. Esta es la clase dominante (v.) de una formacién econémice-sacial (v.) cuyo funcionamiento y desarrollo conducen ine- xorablemente a concentrar en sus manos todo el poder y toda la riqueza; pero al mis- mo ticmpo hacen crecer y movilizarse a su antagonista natural, el proletariado. Este movimicnio histérico alcanza su momento culminante cuando la b. se reduce a una pe- quefia minoria duefia del mundo, mientras que el proletariado forma la gran mayoria despojada de todo, sin otra cosa que perder que las “propias cadenas”. El salto revolu- sionario ¢s la consecucncia obvia de esta contradictoria desigualdad. Se ha discutido largamente sobre la funci6n y el significado de la Idealsoziologie marxista. Los textos y la correspondencia de Marx y de Engels, conocidos sdlo reciente- mente de una mancra completa, muestran que al menos hasta los dltimos afies de Marx aquélla se conceb{a como una previsién a mediano oa corto plazo. Perola prevision de una polarizacién radical de la b. y del prole- tariado, consecuente a la creciente hamoge- neidad y cohesién de las dos clases, producida en la primera por la disminucion numérica unida al aumento de poder y de riqueza, y en Ja segunda por la expansién numérica unida a la pauperizacién (v.), no se verificé ni en vida de Marx ni en los decenios posteriores, El incesante desarrollo de la divisién del trabajo(v.), la continua formacién en los sec- tores mas diversos de la industria y en los servicios de nuevos papeles profesionalcs, técenicos, administratives, parecicron a mu- chas significar no una decadencia, sino otra expansion en masa de la b. bajo nuevas for- mas. A principios del siglo xx, el problema tedrico y politico mas importante de los marxistas curopeos cra la interpretacion de la entidad, el papel, la cohesion y la ideologia de las nuevas clases medias (v); otro término destinado a generar equivocos, ya que indicaba a veces la posicion de toda la b. entre la aristocracia y el proletariado y aveces los estratos intermedios de la misma burguesfa. Mientras era contradicha por los aconte- cimientos, siguiendo una parte consistente de los mismos epigonos de Marx y Engels su Mealsoziologie iba desarrollande con gran 80 BURGUESIA eficacia otra funcién, del todo auténoma respecto de la funcién predictiva o profé- tica, con certeza asignada conscientemente por Marx desde la ¢poca del Manifiesto: la de orientar, catalizar, movilizar las fucrzas del proletariado y de las formaciones politi- cas que lo representaban, proporcionando- les como punto de referencia antagénico y blanco de todos los resentimientos y frustra- ciones de las masas, la imagen de la b. como bloque que, a pesar de las diferencias ¢ in- cluso de los conflictos internos debe verse necesariamente, en toda circunstancia eriti- ca, como el encmigo compacto y sélido de to- dos los trabajadores. Ante esta segunda fun- cién del concepto de b., preeminentemente ideoldgica (v. ideologia), el hecho de que apa- rezea cientificamente indeterminado fue desde entonces, hasta nuestros dias, una ob- jecién débil a los ojos de aquellos que pretendian representar la interpretacién mas auténtica de la formulacion marxista, aunque la praxis politica de los partidos co- munistas de los pases occidentales parece tener mayormente en cuenta la pérdida de significado del concepto genérico de b., ante la creciente complejidad y las nuevas carac- teristicas de la estratificacién social y de la estructura de clase de las soctedades indus- triales (v.). ©. Uno de los pocos intentos de establecer empfricamente la composicién y las dimen- siones de Ia b. italiana del ultimo tercio del siglo xx ha sido Ilevado a cabo por un eco- nomista, Sylos Labini (1974). Su definicion de b. se Funda en el doble criterio del tipa de rédita percibido por un individuo y, subordi- nado a éste, de su monto. Aplicando el erite- rio dominante se encuentran ubicados en la b. todos aquellos que perciben rentas, ga- nancias, honorarios, estipendios y réditos mixtos, como los altos dirigentes (v.) cuyo rédito esté a menudo compuesto por una cuota de estipendio y por otra de dividendos accionarios, o sea de beneficios; o bien los artesanos, en cuyo rédito entra una cuota de ganancia de empresa y otra de salario paga- doa simismes, Tados los otros, o sea los que perciben solamente salario, forman parte del proletariado. Al sobreponer al criterio domi- nante (el tipe de rédito) el criterio subor- dinado (el monto), lleva a distinguir, dentro del conjunto de la b., una b, “verdadera y propia”, compuesta de grandes terratenien- tes, empresarios, dirigentes y profesionistas (500 000 unidades en el censo de 1971), asi como tres categorias de “pequeita b.”: la pe- quefia b. empleada (empleados privados y publicos, ensefantes, 3 300 000 unidades); la pequefia b. relativamente autonoma (cultiva- dores directos, arrendadores, artesanos, co- merciantes, etc.: 5 710 000 unidades), y algu- nas subcategorias particulares (militares, religiosos y otros: 680 000 unidades). A dife- rencia de la tradicién del término, estas tres categorias de 1a pequeiia b. se asimilan alas clases medias (v.) (Sylos Labini, 1974, pp. 24- 25, y tab, 1.1, p, 155). Desde ef punto de vista sociolégico el cri- terio (doble) adoptado suscita algunas reser- vas: 1] no da el peso que quiz mereceria ala observacion de Marx —formulada en la fa- mosa tiltima pagina del libro m de El capi- tal— por la que ni el tipo de rédito ni el ta- maiio de la cartera constituyen las clases sociales; 2] parece presuponer que la gran mayorta de las familias dispone de un tinico tipo y fuente de rédito, alli donde se va afir- mando la hipétesis contraria; 3] puede indu- cir a creer que del tipo de rédito derive, a través del mecanismo de los intereses (v.) “reales”, una previsible praxis politica, si- milar para toda categoria particular o clase que se distingue por un determinado tipo de rédito, alla donde muchos datos disponibles sobre la afiliacién politica de las diversas clases, en Italia y en otros lugares, se com- portan de otro mode (v. comportamiento electoral, D). La objecién de fondo respecto del con- cepto de b. sigue existiendo, si se prescinde de la funcién ideolégica de presentar a la clase obrera (cuya homogencidad es en este caso igualmente ficticia, ya que engloba a jornaleros y obreros dela industria, trabaja- dores domésticos y dependientes del sector terciario) todo el resto de la sociedad como un solo adversario individualizado, la utili- dad cientifica de un concepto que quiere tra- tar con cl mismo rasero —aun admitiendo dentro de esta superclase la existencia de una multiplicidad de clases— a dirigentes (,) y campesinos (v), intelectuales (v.) y tée- nicos (v.), empleados (v.) y politicos de profe- sién (v.). BUROCRACIA 81 pipLiocRaria: C, H. George, "The making of the English bourgeoisie (1500.1750)", en Science anid Soctety, xxxv (4), 1971; B. 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Por extensién se lama a me- nudo b. el aparato administrative de em- presas, partidos, asociaciones, sindicatos, escuelas, en cuanto parecen posecr algunas de las caracteristicas distintivas de las off nas piblicas: especialmente la impersonali: dad, el recurso exclusivo a la norma (v) es- ita, el automatismo de los procedimientos, la resistencia al cambio. B. Acufiada probablemente por el economis- ta Vincent de Gournay hacia mediados del siglo xvut, la palabra b. era recurrente en Francia en los iltimos decenios del mismo siglo para indicar con un matiz irGnico, e in- cluso despectivo, la nueva autoridad de los nobles nombrados para cargos piblicos: re- presentados antes por la aristo-cratie (go bierno de los nobles), ahora se presentaban en calidad de miembros del aparato estatal como bureau-cratie, gobierno por medio de una oficina. En los primeros decenios del si- glo xtx el término b. era de uso comin en Alemania, en donde habia sido probable- mente importado en el periodo napoleénico, y en Inglaterra, casi siempre con connota- ciones peyorativas. La existencia de complicades aparatos burocrdticos se remonta sin embargo a mu- chos siglos antes de que fuera acufiado este afortunado término para designarlos como tipos especificos de organizacion (v.). El ejemplo mas perfecto de b. de la historia an- tigua es la b. del Egipto faraénico, ala que se le exigla una gran actividad de medida y valoraci6n de los terrenos y de los cultivos, de control y de registro fiscal, de recluta- miento de mano de obra, de realizacion de los grandes trabajos colectivos (sistemas de irrigacién, pirémides). La b. del Imperio Celeste se recuerda sobre todo por el largo BUROCRACIA 83 calificado y elegido con base en su compe- tencia especifica; dJempleo constante de procedimientos formales para la marcha de la oficina; e] los derechos y los deberes de cada posici6n, y por lo tanto de cada perso- na admitida a ocupar aquella posicién, son codificados detalladamente; fjla autoridad es limitada: todo superior es también un subordinado, practicamente hasta el vértice de la organizacién; cada uno esta sometido a una rigurosa disciplina de oficio, y a contro- Jes regulares; g] !as compensaciones se dife- rencian segin las posiciones y son normal- mente fijas, o sea independientes de las oscilaciones del volumen de prestacién; A}los componentes de la organizacién de- sempefian sus funciones sin consideraciones para con la persona ala que se refiere la ac- tividad, sino unicamente con respecto de la situacién técnica considerada; é] los medios materiales de la actividad administrativa se separan netamente de las propiedades per- sonales; j] la comunicacién escrita es espe- cialmente importante, cn cuanto es esencial la conformidad a los actos de la organiza- cién, y los actos son escritos para ser deposi- tados en la “memoria” de la organizacién; finalmente, k] las normas disciplinarias son estricta y establemente correlacionadas ala naturaleza y entidad de la infraccién, en vis- ta a los fines de la organizacién. Existen naturalmente b. en las que una o mis de estas caracteristicas estan ausentes, © estan presentes con intensidad menor que en otras. La temdtica cambia cuando sc ha- bla de b. en sentido amplio, por ejemplo, en referencia a empresas industriales: se ha de- mostrado en efecto que en estas ultimas mu- chas de las anteriores caracteristicas estan ausentes, mientras que entre muchas de las caracteristicas eventualmente presentes la correlacién es muy baja, en el sentido de que a veces una elevada divisién del trabajo no va acompafiada de una elevada impersonali- dad de las relaciones sociales, o bien a la pre- sencia de una jerarquia no corresponde una seleccién fundada en la competencia técnica (Hall, 1963). Estas excepciones, sin embargo, més que poner en crisis el andlisis weberia- no, vienen a confirmar la necesidad de ate- nerse al significado estricto de b., sin exten- derlo de una manera ms o menos forzada a otras formas de organizacién. Para designar la indebida extension de estructuras y pro- cedimientos propios de la b. en esferas que no se considera que deban ser objeto de esta regulacién es preferible hablar de buroera- tismo: burocratizacién es en cambio la mul- tiplicacién o la extension de hecho de los sectores de la sociedad sometidos a la inter- vencién y a formas de control por parte de la burocracia. El anilisis sociolégico de la b. concierne principalmente a las relaciones entre la es- tructura social externa y el modo en que se configuran concretamente sus diversas va- riables de definicién; a los origenes sociales de los funcionarios; a su carrera ¢ ideologia politica y profesional; a las relaciones entre la b. y las fuerzas politicas de una determi- nada sociedad. Mediante tales andlisis es po- sible explicar de qué manera una b. influye en acelerar, orientar en determinadas direc- ciones 0 frenar el desarrollo econémica, po- litico, cultural de una sociedad. La observa- cién de que los funcionarios son reclutados con base en criterios diferentes seguin los ti- pos de saciedad y el periodo histdrico ha su- gerido la elaboracién de una tipologia de la b. fundada precisamente en los criterios de reclutamiento de sus componentes. Los ti- pos principales serfan cuatro: la b. de casta, derivada de los vinculos de clase de los altos funcionarios; la b. de clientela, derivada de la apropiacién de cargos pablicos por razo- nes politicas; la b. vigilanre, la cual opera como representante directa o fonga manus del estado; y la b. de prestacién, que opera con base en directrices del ejecutivo para la realizacién de objetives especificos, los cua- les requieren de los funcionarios examenes profesionales especialmente severos (Mors- tein-Marx, 1967). La debilidad de esta tipolo- gia se muestra claramente si se considera que en una b. vigilante, come es por ejemplo la b. italiana, est4n presentes al mismo tiem- po caracteristicas propias dela b. de casta y de Ia b. de clientela. D. En la época contemporénea el mayor fac- tor de expansién y reforzamiento de la b. ha sido la creciente intervencién del estado en nuevas esferas de la vida social, tanto en las sociedades capitalistas como en las socialis- tas. Este factor tiene diversos componentes, que convergen todos ellos en favorecer el au- CAMBIO SOCIAL 87 Ilo, a pesar de los esfuerzes ya hechos en el mismo sentido en los afios alrededor de 1900, junto con Ja idea de una necesidad in- manente en los movimientos de las socieda- des humanas; también, disponer de un con- cepto que teniendo una extension mas limitada se prestase mejor a las exigencias de la investigacién empirica, segtin las teori- zaba el neopositivisme (v.). Eran instancias tipicas de un ainplio sector de la sociologia estadunidense de la primera posguerra, em- pefiado en superar la época de los grandes ordenamientos teéricos para concentrarse en investigaciones en campos especificos utilizables para fines proximos de reforma y planificacién social; por eso el concepto de ¢. social, introducide por una obra de Og- burn (1922) que en realidad no hacia distin- cién entre ¢. social y ¢. cultural, tuvo inme- diatamente gran éxito en ese sector. Acufiado con tales intenciones, que pare- cian comportar aplicaciones bien delimita- das y univocas, el términe conocié a conti- nuacién una historia no menos ambigua, y ciertamente mucho menos sugestiva, que la de sus predecesores. En ella pueden discer- nirse tres significados netamente divergen- tes, ademas de buen némero de variantes menores. Algunos autores acostumbran des- de hace tiempo usar c. social como categoria general en que caben todos los fenémenos, Tos procesos, los movimientos que implican cualquier transformacién de las sociedades humanas 0 de alguna parte de cllas. Si se acepta este significado, evolucion, desarro- llo y progreso pasan a ser casos especiales 0 interpretaciones particulares del ¢. social, fenémeno universal que abarca todo el am- bito de los estudios socioldgicos (cf. Bout- houl, 1954; Dreitzel, 1967), Las ventajas de tal generalizacién del concepto son por lo menos dudosas, pues éste es practicamente vaciado de todo contenido informativo —has- ta del que poseian los otros términos en cuestién, con toda su genericidad, Otros autores han definido el c. social como la “formacién y la destruccién de grupos y de sociedades” (Don Martindale, 1962, p. 33), mientras que el c. cultural seria la “forma. cién y la destruccién de particulares cle- mentos dela cultura y de las i (ibid.), En esa acepcién el sistema de referen- cia es una sociedad particular globalmente considerada, vista en un arco de muchos si- glos, cosa que aproxima el significado de c. social, mAs que en ninguna otra acepcién, al de “historia”, mientras se mantienen acep- ciones propias del concepto de “desarrollo” y por implicacién se acepta que ¢l desarrollo puede ser seguido por una declinacién inclu. so fatal. Por ultimo, la definicin restrictiva del c. social como “‘sucesién de diferencias en el tiempo en presencia de una identidad persistente” (Nisbet, 1972) es de origen rela- tivamente reciente, y permite recuperar las instancias que presidieron la introduccién del término en el lenguaje sociolégico y a la vez distinguir netamente entre los fenémenos de funcionamiento de los sistemas sociales, que son en muchos casos extremadamente di- ndmicos, y los fenémenos que testimonian un cambio en la estructura de esos sistemas; pero no escapa, incluso se expone més, a las ‘objeciones de fondo planteadas en bloque con- tra el concepto de c. social (v. infra, F). ©. Supongamos que queremos estudiar el c. social (0 los c. sociales) ocurtido en el siste- ma educativo italiano. El requisito de la per- sistencia de la identidad cxige que el sistema tenga connotaciones reconocibles en todo el periodo observado; por lo tanto sera preciso tomar como punto de partida un afio no an- terior ala constitucién de un sistema educa- tivo nacional en Italia, es decir el aiio 1870 o después. El punto de llegada podra ser el presente, o un afio precedente, quedando abierta la cleccién de eventuales puntos inter- medios: la época de Giolitti, la primera pos- guerra, el afio de la reforma Gentile (1923), la scgunda posguerra. Aun queriendo limitarse al examen de las diferencias observables en- tre los dos (o m4s) momentos preselecciona- dos, serfa absurdo. pensar en examinar to- dos los aspectos de un sistema tan grande y complejo: sera preciso limitarse a algunos de ellos, claramente especificados en térmi- nos de variables, como las dimensiones y la compesicién del cuerpo de los alumnos y de los docentes, las formas de interaccién soclal (v.) entre éstos y aquéllos, la organiza- cién de los cursos y de las orientaciones de ensefianza en los diversos niveles, las rela- ciones entre el sistema educative por un la- do, y la familia, el mercado de trabajo, las asociaciones politieas por el otro. De acuer- 90 CAMBIO SOCIAL. treducir en una sociedad determinados c. so- ciales y culturales. Sin que esto contraste con la interpretacién tradicional de la legislacién y del derecho en general como organizaciones sistcmaticas racionalcs, a postcriori, de c. de los valores, de las costumbres, de las relacio- nes sociales ya ocurridas en forma auténoma, no se puede desconocer la realidad del em- pleo del instrumento juridico con el cbjeto de introducir ¢. sociales y culturales total- mente nuevos, y con frecuencia de signo con- trario a la direccién de los ¢, inducides por el automatismo de los mecanismos sociales existentes. La planificacién econémica so- cialista es el caso ms conspicuo en este sen- tido, pero también en los pafses de democra- cia liberal este factor de c. social y cultural es cada vez mas comin. vi] El contacto entre culturas, la acultu- ractén (v.), es decir la difusién de elementos: culturales de una sociedad a otra a través de los intercambios econémicos, las migracio- nes, el turisma, la presencia de bases milita- res extranjeras, los medias de comunicacién masiva (v1) vil] Variaciones del tipo modal de perso- nalidad, o bien de Ia personalidad de base (v), entre los individuos que de generacion en generacién alimentan un determinado sis- tema social, ya sea éste global (una sociedad) © parcial. El cambio del tipo de personalidad, dada la estabilidad de ésta, s6lo puede ocurrir con la entrada al sistema de una nueva gene- racién. Personalidades socializadas de dis- tinta manera en relacién con los requisitos funcionales de un sistema dado plantean problemas de motivacién, de control soctal (v), de gobierno de las tensiones derivadas de intereses expresivos no satisfechos, que cualquier sistema puede resistir sélo hasta cierto punto: superado éste, el sistema debe cambiar, o se derrumba (Hagen, 1962; Tay- lor, 1958). vii} La insercién de personalidades ex- cepcionales por cualidades intelectuales o por carisma (v.) u otros atributos de atracti- vo colectivo en papeles clave en la organiza- cién social, especialmente si ésta estd en es- tado de equilibrio inestable o se encuentra bajo tensidn a causa de otros factores de c. social y cultural. Figuras como Gandhi o Tito o Mao o Juan XXIII ciertamente han si- do, en Ia estructura de la sociedad de su tiempo y en asociacién concomitante con otras fuerzas, factores de c. social. 1X] La difusién de nuevos valores de orien- tacién —cognoscitivos, afectivos, morales—, de nuevos modelos y estilos de vida, ya scan enteramente originales o bien cmergentes de una subcultura (v.) hasta ahf de bajo relie- ve para el conjunto de la organizacién so- cial, como Ja subcultura juvenil, o estructu- rados en una contracultura (v:). x] La ajirmacién social o bien la inser- cidn en sectores clave de la sociedad de gru- pos de “innovadores” en las esferas religio- sa, educativa, politica, econémica. Tales fueron los mandarines chinos de las diver- sas épocas imperiales, los guras de la anti- gua India, los profetas judios, los filésofos gricgos (Don Martindale, 1962). En época moderna, el empresarlo (v) ha sido uno de los mayores factores de c. econémico, segan la interpretacin de Schumpeter. Cada uno de los factores endégenos y cxd- genos enumeradus hasta ahora, o cualquier combinacién de ellos, es capaz de producir ¢.en varios sectores de la organizacién social, ya sea directamente o poniendo en movimien- to mecanismos de reaccién y de transmisién de “perturbaciones” de un elemento del sis- tema considerado a otro, o de un sistema a otro, las cuales, una vez que superan la capa- cidad de autorregulacién intrasistémica o de compensaci6n intersistémica, conducen gal derrumbe de la estructura en cuestion o a suc, Sin embargo no es posible privilegiar ninguno de ellos como factor universalmente dominante de c. social y cultural. Las expli- caciones monofactoriales de las transforma- ciones de las sociedades pertenecen irre- versiblemente al pasado; ninguna de cllas resulté nunca capaz de superar la prueba de la evidencia empirica. E. La mayor objecion planteada contra el concepto de c. social y cultural, especial- mente por los autores marxistas, pero no sélo por ellos, es que con él se tiende a frag- mentar la realidad orgaénica de una sociedad en una serie de instituciones, estructuras y esferas de actividad aisladas entre sf y dota: das de una ficticia autonomia respecto del sistema global. Una consecuencia de ese des- membramiento conceptual de una totalidad que por compleja que sea, y por mds que CAMBIO SOCIAL 1 para fines de investigacién deba ser estudia- da en forma sucesiva y parcial, jamas deberia perderse de vista en su totalidad, para dar horizonte adecuado a la investigacion, es que hace imposible una teoria general del c. so- cial en su acepcién mds amplia. Esta ildma critica ciertamente da en el blanco: una vez establecido que existen tantos tipos de c. s0- cial y cultural como elementos tienen los mu- chos sistemas sociales y culturales que com- ponen una sociedad, cada uno de los cuales puede operar como factor o presentarse co- mo efecto, una teorfa general del c. social aparece como algo absurdo incluso en el pla- no légico, mientras que las teorias particula- res terminan por confundirse con la teorfa (0 la estructura [v.) de los sistemas particula- res. Por lo tanto, una teoria de la sociedad aparece como un marco necesario para dar un sentido unfvoco a las teorias del c. social y cultural. siBLiocearta: R. Bendix, “Die Vergleichende Analyse Historiseher Wandlungen”, en Kélner Zeitschrift fiir Soziologie und Sozialpsychoto- gie, xvi (3), 1965; A. Boskoff, “Social change: Major problems in the emergence of theoreti- cal and research foci", en H. Becker y A. Bos- koff, Modern sociological theory, Nueva York, 1957; T. B. 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La institu- cién mas representativa del c. es 1a empresa de produccién privada (v. capital; formacién econémico-social; empresarios; modo de pro- duccién; obreros; proletarlado, etcétera). B. El anilisis sociolégico y econémico, a di- ferencia del hist6rico, se ha concentrado en el c. moderno y contemperdneo, olvidando casi completamente las formas de c. premo- dernas. Los intentos por definir el c. moder- no y contemporéneo como sistema econémi- co, como fundamento de la organizacién de la sociedad burguesa, y como época histérica, a menudo han tomado forma, ante la multiplici- dad de los aspectos que presenta desde dife- rentes puntos de vista, de una investigacin de Ja esencia del mismo c., 0 bien del rasgo que Jo distingue univocamente de cualquier otro sistema econémico y de cualquier otra épo- a, Acufiado por los erfticos socialistas en la primera mitad del siglo x1x, el término c. ha tenido desde los inicios una connotacién ne- gativa, que aludia principalmente a los efec- tos destructivos del c. moderno sobre la orga- nizaclén soclal (v.) de la época precedente. Esta valoracién negativa se compendia en la obra de Marx, para quien el c. se define con base en la reduccién de la fuerza de trabajo a mercanefa, Hevada a cabo paralelamente a Ja transformacién de los medios de produc- cin en capital (v,). La reduccién del trabajo a mercanefa, comprada y vendida como cual- quier otra mereancia, es solamente el aspec- to mas sobresaliente de la generalizacion de la produccin de mercancias que es caracte~ ristica intrinseca del ¢., aunque en las for- mas premodernas. Aquélla implica que la produccién no esta prioritariamente di da a producir valores de uso, o sea bienes que son antes que nada titiles alas necesida- des de la colectividad, sino a producir en pri- mer lugar valores en si, valores de cambio, utilizados para ampliar constantemente el ‘volumen del capital usado para producirlos. Dicho de otra forma, la satisfaccién de las necesidades no constituye el fin racional del ino que es solamente un mero accidente 103 (Lichtheim, 1969; ed. it. 1971, p. 311). Todos los efectos negativos imputados por Marx al ¢., desde la enajenactén (v.) a la destruccion de la personalidad del trabajador a causa de Ia excesiva divisién del trabajo (v.) y a la pauperizacién (v.) del proletariado, tienen su en en el predominio que en el sistema capitalista asuma Ja produccién de mercan- clas, de modo que el trabajo, el tiempo, la persona, la misma naturaleza (Polanyi, 1944), también se convierten en mercancfas. Especialmente elaborada es la definicién del c. moderno dada por Sombart, segan el cual la esencia del mismo es la especifica orientacidn espiritual de los agentes econd- micos, dela que derivan tres criterios funda- mentales de conducta: el principio de la ga- nancia, el individualismo y el racionalismo. Para caracterizar la forma del sistema eco- nomico capitalista Sombart menciona la ini- ciativa privada, la libertad de la ordenacién productiva y comercial, su “aristocratismo” (los verdaderos sujetos econémicos son muy poces respecto de la poblacién interesada por sus acciones), la especializacién profe- sional y funcional y el predominio del mer- cado. La téeniea adecuada del c. es la que ofrece mas frecuentes oportunidades de me- joria de los productos y de los procesos pro- ductivos. Siendo éstas sus caracteristicas intrinsecas, el c. moderno se distingue tam- bién por la forma de vida asociada que ha creada especialmente, es decir la empresa capitalista, de la que Sombart menciona nu- merosos tipos, como las sociedades por ac- ciones, las de cartel, las consociadas, las em- presas subsidiarias; también se distingue por la objetivacién de la vida econémica, de Ia cual son expresién el mercado imperso- nal, el crédito concedido en presencia de fondos colectivos, la contabilidad sin dinero. Desde el punto de vista estructural, Sombart distingue en la sociedad capitalista contem- pordnea tres grupos principales interdepen- dientes entre ellos: los empresarios, los asa- lariados y los consumidores (Sombart, 1931). Max Weber circunseribié las caracteristi- cas esenciales del c. moderno a la presencia del “‘método de Ia empresa privada” para la satisfaccion de las necesidades por medio de la industria, donde la satisfaccion de las ne- cesidades no es un fin sino una carga necesa- ria, un accidente, como en Marx; de técnicas CARACTER NACIONAL, guiendo la obra de Marx, ha tenido amplia aceptacién, con fluctuaciones y reanudacio- nes en cada nueva generacién, la creencia en el desplome automatico del capitalismo. Esto deberia ser la consecuencia de sus mis- mas contradicciones internas, es decir de la tendencia a la disminuci6n de la tasa de ga- nancia; o bien de una crisis crénica de su- perproduccién, una vez que todo el mundo estuviera inserto en la érbita capitalista; o también en una concentracién desmesurada de riquezas en manos de muy pocos, y de mi- seria simultanea de la gran mayorfa, de don- de se seguirfa incxorablemente una explo- sién revolucionaria en direccién socialista. La discusién se ha planteado asi sobre todo alrededor del peso que se ha de atribuir a uno oa otro factor. La falta de verificacion de algunas condiciones objetivas, por ejem- plo Ia pauperizacién (v.) preconizada por Marx, no se ha verificado en un sentido ab- soluto ni de una manera relativa o ni siquie- ra se ha verificado —o bien no ha tenido los efectos esperados—, ha dado en cambio con- sistencia, sobre todo después del éxito apa- rente en la estabilizacién econémica obteni- da por el c. occidental después de la crisis de 1929, a las interpretaciones que atribuyen solamente a un acto politico la posibilidad de superar el capitalismo. Alls tesis que relacionan cualquier tipo de ineficiencia endémica del c. con factores de debilitamiento se opone la de Schumpeter. Para éste el rendimiento actual y potencial del c. es més que suficiente para garantizarle una supervivencia vigorosa en el terreno econémico; al mismo ticmpo, sin embargo, el desarrollo y la accién del sistema capita- lista acaban por minar las condiciones so- ciales externas que le son necesarias para sobrevivir. La disminucién de las oportuni- dades de inversién, la formacin de una cre- ciente hostilidad respecto del c. sobre todo por parte de los intelectuales (v.), la pérdida de legitimacién en la funcién empresarial, el desarrollo del movimiento obrero, son tam- bién Factores que anuncian la extincién del c. y el advenimiente, segtin Schumpeter, de alguna forma de socialismo. Publicado en 1954, pero conocido alrededor de 1940, el andlisis de Schumpeter parece més convin- cente hay que en aquel tiempo, a la luz de los acontecimientos de los ultimes veinte aiios. 107 BIBLIOGRAPIA: J. 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El c. nacional se entiende que esti consti tuido por los rasgos de caracter, por las dis- posiciones relativamente constantes para ac- tuar de un modo determinado y reconocible en diversas cireunstancias, que la mayoria de los miembros adultos de una colectividad na- cional, no necesariamente coincidente con una sociedad o con un estado, pere participe 108 de una misma cultura (v), parecen poscer en comin, en medida variable segdn ¢l modelo de caracter utilizado, mas @ menos conscien- temente, por parte del observador. Antropé- logos culturales y socidlogos han usado a menudo, en el pasado reciente, el antiguo término de c. nacional como sinénimo de personalidad de base (v.), pero tal cambio parece licito solamente en los casos en que la colectividad nacional a la que se refiere es bastante restringida, como son precisamen- te las sociedades “primitivas” estudiadas tradicionalmente por los antropdlogos. Por el contrario en las sociedades de grandes di- mensiones —Alemania, India, Rusia, Brasil— es casi imposible aislar una personalidad de base tinica, mientras que puede hablarse co- rrectamente de c. nacional como suma de rasgos caracteristicos, aunque sean relativa- mente superficiales, y formando por tanto un sector muy limitado de la personalidad (v), que se manifiestan piblicamente con re- gularidad suficiente para tipificar a los miembros de una colectividad nacional con respecto de otra, en cuanto tales rasgos ex- presan o reflejan, aunque sea remotamente, modelos culturales y procesos sociales pre- dominantes cn ella, al menos en cl pasado. B. La creencia de que la mayor parte de los individuos pertenecientes a una determina da nacién (v.) presentan rasgos singulares de cardcter, que los hacen aparecer diferentes, en las mismas circunstancias, de los miem- bros de cualquier otra nacién, se encuentra desde los prolegémenos del pensamiento so- ciolégico e historiografico. Las Historias de Tucidides (ca. 400 a.C.), todavia mas que las, de Herodoto, que tratan predominantemen- te de las costumbres, contienen largos pasa- Jes sobre el carécter de los pucblos griegos y el de sus enemigos. Un ejemplo es la con- traposicién entre el caracter de lus atenien- ses y el de los lacedemonios en un texto atri- buido a los corintios en un discurso a los segundos; “Nos parece que vosotros no ha- béis considerado nunca qué cardcter tengan los atenienses, contra los cuales ahora tenéis que luchar, y cuén completamente distintos son de vosotros. Ellos son innovadores y ré- pidos para hacer proyectos y cumplir sus de- cisiones: vosotro: tis orgullosos de con- servar lo que posetis y de no efectuar nuevas CARACTER NACIONAL, deliberaciones y, en la acci6n, de no cumplir ni aquello que ¢s necesario. Volviendo a ellos, audaces mas alld de sus propias fuer- zas, desafian el peligro sin reflexionar y son optimistas en las situaciones graves: vuestra caracteristica es la de no tener en cuenta lo que est4 en vuestro poder, el no fiarse ni tan sdlo de los célculos mas atendibles de vues- tro razonamiento y el creer no poder supe- rar nunca las dificultades, Ademés [ellos son], decididos frente a vosotros dudosos, Nevados a dejar su pais mientras que voso- tros no queréis salir nunca del vuestro. . . Si no pueden Ilevar a cabo sus planes, piensan que han sido privados de lo que les pertene- ce, mientras que lo que obtienen en una em- presa lo consideran poca cosa en compara cin con Ja expectativa del futuro. Si en un intento fallan, en espera de otra cosa com- pensan la carencia que los aflige. Sélo ellos esperan y obtienen al mismo tiempo lo que proyectan, porque llevan a cabo répidamen- te sus decisiones” (1. 1, p. 70). Cabe sefialar que en este pasaje Tucidides habla propia- mente de dispasiciones psicoldgicas, de acti- tudes, precisamente de rasgos caracteristi- cos, no de comportamientos prescritos por la cultura. Formalmente similares, aunque mas sucintas y ocasionales, son las anotaciones sobre el cardcter de los pueblos contra los cuales habia combatido y que forman parte de los Comentarias de César, o las indicacio- nes que casi cinco siglos mas tarde Vegezio, funcionario imperial, proporciona en los Ept- tomes del arte militar acerca de las poblacio- nes de las cuales extrae Jas nuevas levas; son mejores las naciones septentrionales, dice, que las ms cereanas al sol, ya que las prime. ras, alejadas del calor de éste, tienen menos juicio y mayor movilidad, par lo que se lan- zana la lucha con mayor valentfa (1.1, p. 12). Entre los modernos, el recurso de la idea de c. nacional, estimulado por la expansién de los contactos internacionales ¢ intercon- tinentales, parece bastante comdn para in- ducir répidamente las primeras reflexiones metodoldgicas sobre su validez. De ellas se hace portavoz Nicolas de Malebranche en La recherche de la vérité (Paris, 1674-1675), ex- presando dudas —como diriamos hoy— so- bre la representativa muestra de individuos de una nacién con los que s¢ tiene contacto a través de los viajes. Su numero es minimo, CARACTER NACIONAL su ocupacion y posicién social es por lo ge- neral similar ala del viajero, las regiones vi- sitadas no son mas que una parte de una na- cién entera; es por lo tanto facil imputar a diferencia del c. nacional lo que son simple- mente diferencias de caracter individual (ibid., 1. m, p. u, cap. x1). A los diversos “ca- racteres de las naciones”, Hamados también. esprit général de cada una, “mélés de vertus e de vices, de bonnes et de mauvaises quali- tés”, vistos como factores que condicionan las leyes, est dedicada gran parte del libro xix de Del esptritu de las feyes de Montes- quicu (Ginebra, 1748). El primer ensayo que lleva expresamente el titulo de c. nacional se debe al filésofo escocés David Hume (1770). Es posible que a la reflexion sobre este texto se deba el trabajo metodolégicamente com- bativo, no sélo para aquellos tiempos, de otra escocts, Chenevix, que en 1832 publicd An essay upon national character. Del c. nacional de los italianos, amplio tema de la investigacién histérica, se habia ocupado mientras tanto Baretti en su perio- do londinense, en una obra que solamente muchos aiios después aparecerd en Italia, traducida del original inglés (Baretti, 1768- 1769). A pesar de tantos precedentes, hacia mediados del siglo x1x John Start Mill la- mentaba en su Légica que la etologia politi- ca, 0 “teorfa de las causas que determinan el tipo de cardcter perteneciente a un pueblo o a.una época”, estaba todavia en un estado in- fantil: “Las causas del c. nacional casi no se comprenden, y el efecto de las instituciones 0 de los ordenamientos [arrangements] so- ciales sobre el cardcter del pucblo es en ge- neral la parte en la que se pone menor aten- cién, y es la menos entendida” (Mill, 1843, 1872", 1. vi, cap. 1X, p. 590). Diffcilmente Mill hubiera aprobado a la luz de sus criterios metodolégicos, las notas sobre los “caracte- res emotivos” de poblaciones asidticas, euro- peas y americanas, estudiosamente condensa- das hasta llegar a parecer humoristicas, que estan presentes en la recopilacién de Des- criptive sociology (1873-1881), iniciada pocos decenios después bajo la direccién de Spen- cer. Sobre su contenido, cabe sefalar que el concepto, o mejor dicho un concepto par- ticular de c. nacional, que acentia fuerte- mente los aspectos “‘culturales” de! mismo, ¢s connatural al enorme sector de investiga- 109 cién etnoldgica y sociolégica que desde me- diados del siglo xix empieza a llamarse en Alemania “‘psicologia de los pueblos” (Val- kerpsychologie), Hegando a su culminacién en la monumental obra de Wundt (1900-1920) sobre las leyes de desarrollo del lenguaje, del mito y de las costumbres. Importantes referencias al concepto de c. nacional —que él prefiere amar Volkscha- rakter, como Wundt— se encuentran en los ensayos sobre sociologia de Ia religion de Max Weber, a partir de La étiea protestante y el esptritu del capitalismo (1920), en los cuales el centro del andlisis es la contribu- cién dada por los factores religiosos de la formacién del tipo de car4cter dominante en la Europa moderna, en el antiguo Israel, en China, en la India. Finalmente, no se puede ignorar la discusién que se produjo antes y después de la primera guerra mundial, so- bre todo en cl campo marxista, sobre el con- cepto de c. nacional, unido al concepto de nacién (v.), cuando se trataba de establecer qué factor de solidaridad —la nacién o la clase— serfa mejor para dirigir las fucrzas de las clases trabajadoras europeas hacia una salida revolucionaria, o bien —como su- cedié al predominar el factor “nacién”— para neutralizarlas. Esta discusién se refle- ja en los capitulos dedicados al c. nacional en la obra principal de Kautsky (1927). Estos rasgos histéricos muestran cémo la pretendida originalidad de los estudios sobre el c. nacional dirigidos, hacia la mitad de los afos treinta, por antropélogos y psi- c6logos norteamericanos, a los que se unie- ron mas tarde algunos socidlogos, tenia poco fundamento. Entre los antiguos y nue- vos estudios sobre el c. nacional, los cuales pasaron por diversas fases, habia sin embar- go una separacién bastante neta. En primer lugar, se empezaron a utilizar por primera vez en este campo técnicas de investigacién psicoanal{tica (v. psicoandlisis y soctologfa, ) que requerian de por si, cuando eran co- rrectamente entendidas y aplicadas, ¢l exa- men mediante prucbas y observaciones sis- tem: de la personalidad de individuos particulares, en lugar de andlisis tabulados de materiales culturales u observaciones de impresiones de comportamientos manifies- tos. En segundo lugar, el estudio del c. na- sional, nuevamente solicitado por las exi- CARACTER NACIONAL una determinada sociedad, cada uno de los cuales corresponde a una “variante subcul- tural”. Esta concepcién del c. nacional se ha desarrollado para hacer frente ala objecion de que en Jas grandes sociedades modemas la tesis de que exista un solo tipo de per- sonalidad, o incluso un tipo medal (= el mas frecuente y numeroso), no tiene sentido, y en todo case ¢s técnicamente inverificable (In- keles y Levinson, 1954). Un inconveniente de esta definicién esta en la multiplicacién de los “caracteres” a la que da lugar la referen- cia a Jas subculturas (v), dado que éstas son bastante numerosas en todas las sociedades modernas, Tomarlas en considcracién a to- das no es factible, y de todas maneras haria irrelevante el concepto dee. nacional, que se acabaria por confundir con el de caracter social; para salvarlo se debe limitar a algu- nas subculturas (v.). Pero, ga qué subcul- turas se atribuye la capacidad de concurrir a formar el c. nacional, y con qué criterios de relevancia se eligen? hj Fraccién del caracter en sentido estric- to que se presenta condividida por la mayo- ria de los miembros adultos de una socic- dad; determinante del comportami mismo; rasgo colectivo ampliamente dido aunque sea de un modo “superficial” (desde el punto de vista de la psicologia pro- funda), como la expansién gestual de los ru- sos en encuentros amigables, la facilidad de establecer nuevas relaciones sociales de los norteamericanos, la inclinacién de los italia- nos a usar argumentos retéricos, y otros si- milares. Estas diversas acepciones y definiciones de c. nacional tienen evidentemente pocos elementos comunes, y sélo una perspectiva genéricamente comparativa. ©. Auna definicién més rigurosa y auna ar- ticulacién interna del concepto de ¢. nacio- nal se interponen hasta el momento diversas dificultades de orden metodolégico. En pri- mer lugar, parece existir incertidumbre so- bre la misma delimitacién del érea sociocul- tural a la que se atribuye un c. “nacional”. En sentido estricto, deberia ser una nacién, pero de hecho encontramos estudios que se presentan con el titule-dec. nacional y se re- ficren en cambio a paises constituidos por 1 diversas nacionalidades, como la Rusia so- viética (Dicks, 1952; Inkeles, 1959). Cicrta- mente no se debe descartar la hipotesis de que los ciudadanos soviéticos posean y ma- nifiesten, a causa de la organizacién social en la que participan, rasgos caracteristicos diferentes en parte de aquellos que poseen y manifiestan individualmente en calidad de miembros de la nacionalidad rusa, 0 ucra- niana, o uzbeka o tartara; pero si la referen- cia es con respecto del estado y de la organi- zacién social y politica, se deberia quizas hablar preferentemente de cardcter social. En segundo lugar, es necesario considerar que dentro de una nacién existen ciertamente grandes variaciones del c. entre las diversas regiones, entre ciudad y campo, entre estratos sociales diferentes, aunque las socicdades industriales tienden en ciertos aspectos a hacer homogéneas las propias reas socio- culturales. ;Cual variante del c. se puede entonces definir correctamente como “na- cional” sin caer en el riesgo de la multipli- cacion de los c. nacionales admitida en la acepcion referida eng? En tercer lugar, exis- te una cierta evidencia en favor de la hipstesis de que el c. de los miembros de una misma clase social en naciones diversas presente mayores afinidades que el c. de cla- ses diferentes dentro de la misma nacién. Si se verifica (la evidencia no es ciertamente concluyente: nadie puede afirmar por ahora que el c. social del obrero italiano sea simi- lar, por ejemplo, al del obrero norteamerica- no o alem&n), dicha hipotesis harfa bastante dudosa la utilidad del mismo concepto de c. nacional. Finalmente es necesario tener en cucnta que la sincronia entre un cardcter na- cional observado y determinados aspectos del sistema social y de la cultura que lo “producen” es simple apariencia. El c. na- cional (al menos en la acepcién presentada en Ajes el resquicio psicolégico de un larguf- simo proceso de aprendizaje sociocultural, mediatizado por la familia, la escuela, el sis- tema productivo y otros innumerables siste- mas sociales intermedios. En muchos casos, por lo tanto, el c. nacional observable actual- mente refleja procesos sociales y culturales de un pasado lejano. Detectar los factores originales de un determinado tipo de c., ex- plicar su influencia, ¢s por consiguicnte un arduo trabajo. CARISMA conformidad impone a las personas" (Ben- dix, 1952, p. 67). Aunque estén dirigidas es- pecificamente a Fromm, las objeciones de Bendix y su contradefinicién de c. social im- plican igualmente el plantcamiento de fondo de los estudios sobre el carcter nacional (v), sobre la personalidad de base (v.) y sobre las relaciones entre cultura y personalidad w). BIBLIOGRAFIA: R. Bendix, Compliant behavior and individual personality (1952), actualmente enN. J. Smelser y W.T. Smelser (comps.). Per- sonality and social systems, Nueva York, 1963; H. Certh y C. Wright Mills, Caraticre e struttura sociale (Nueva York, 1953), Turin, 1969; C. H. Cooley, Human nature and the social order, Nueva York, 1902, 19227, E. Fromm, Miedo a la libertad (Nueva York, 1941), México, Paid6s Mexicana; E. Fromm y M. Maccoby, Sociopsico- andlisis det campesino mexicano. Estudio de la econamta y la psicologla de una comunidad rural (Englewood Cliffs, 1970), México, Fondo de Cultura Econémica, 1973; A. 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Segiin las doctrinas cristianas ¢. significa una facultad extraordinaria, come la capaci- dad de formular profecias ‘0 Hevar a cabo milagros o ganar batallas en condiciones de extrema inferioridad, que se cree atribuida temporal o establemente a una determinada persona por gracia de Dios con ef fin de que 115 sea aplicada en beneficio de una poblacién que Dios quiere proteger o salvar o levar a una posicién de predominio sobre otros pue- blos. El pensamiento sociolégico ha retoma- do la idea tcolégica de ¢. para explicar la influencia (v.) 0 la autoridad (v.) de ciertos je- fes, no solamente religiosos sino también politicos y militares, la naturaleza y las for- mas de ciertos tipos de dominio (v.), el modo de ejercicio de éstos, las técnicas con las que instituciones y asociacianes como iglesias. partidos politicos, fuerzas armadas, constru- yen el c. de un jefe —es decir, difunden la cre- encia en sus facultades superiores— o bien ticnden a prolongar y a estabilizar dentro de estructuras organizativas el c. natural, pero cfimero, legado a la persona, de sus fundado- res o innovadores. B. La creencia de que un ser humano tenga una relacién directa con una divinidad y sea capaz de cvocar cuando quicra los poderes sobrenaturales de éstas para eliminar males colectivos, 0 proporcionar beneficios a su pueblo, se encuentra en todas las épocas en muchas socicdades, primitivas 0 no. Junto a los reyes magos de Africa y de Oceania, Fra- zer recuerda enire otros el caso de Carlos Il, rey de Inglaterra, al que se le ereia capaz de curar enfermedades mediante la imposicion de las manos (pero lo mismo sucedia con los reyes de Francia, hasta Carlos X). Especial- mente cn las sociedades preliterarias tal creencia era fuente, para quien la inspiraba, de una enorme influencia que era frecuente- nte explotada para acumular riquezas y poder, exigicndo dones ¢ imponiendo obe- diencia a los secuaces a cambio de la inter- cesién respecto de la divinidad a fin de que ésta procurase la Iuvia, proporcionara bue- nas cosechas, derrotase al enemigo. Frazer atribuia el origen de la figura y de su Fun- cién como rey a este tipo de influencia, o con mas precisién ala separacién entre el ejerci- cio consuetudinario de la influencia y del poder adquirido por medio de él, y cl mo- mento cn que ésta se basaba en la (creida) re- lacion del sujeto investido de capacidades sobrenaturales con la divinidad. En el proce- so evolutivo en el que el rey sucede al mago, al sacerdote y al dios humano encarnado se puede entrever un primer y rudimentario ejemplo de lo que sera llamada por Weber la CIENCIA, SOCIOLOGIA DE LA tro de cada sociedad de las c. logico-mate- maticas, fisicas, biologicas y psicolégicas. Sin embargo subsumir la sociologia de la <. en Ia sociologia del conocimiento seria pecar precisamente —por lo menos por ahora— de formalismo, puesto que ambas disciplinas se han desarrollado por caminos diferentes, impulsadas por factores hetcrogéncos, y sdlo en épocas recientes (afios setenta) han dado algun signo de integracion reciproca. De hecho, salvo algunos indicivs espord cos, la sociologia del conocimicnto, similar en esto al estudio sociolégico de la ideologia (x), se ocupaba sobre todo del condiciona- miento social de manifestaciones doctri- narias del pensamiento politico y social y de las creencias vinculadas con él; ignorando casi por entero no sélo las c. formales y na- turales, sino a las propias c. sociales como disciplinas rigurosas; mientras que la socio- logia de la c. est& enfrentando desde hace sélo pocos lustros, con grandfsimas dificul- tades, el problema del condicionamiento so- cial de los conocimientos cientificos en senti- do cstricto. B. El campo tematico y conceptual de la so- ciologia de Ia c. se ha venido formando en forma erratica y fragmentaria desde hace més de un siglo, y esta muy lejos de haber encontrado una delimitacién segura y aun siquiera una sistematizacién provisoria pero eficaz para fines de investigacion. Cual- quiera que sea su extensién y organizacion alrededor del decenio de 1980, los socidlo- gos de profesién sélo han contribuide a ella de manera relativamente marginal, como lo prueba el hecho de que ninguno de los mayo- res tratados de sociologia europeos y norte- americanes publicados hasta esa época de- dicaba un solo capitulo a esa rama de la sociologia, aunque en algunos de ellos (por ejemplo en el célebre Ogburn y Nimkoff, 1964%) la c. apareceria de alguna manera al fondo en las partes dedicadas a la tecnologia (v.) y alos efectos sociales de la innovacion (v). El prolongado ausentismo de los socid- logos frente a la sociologfa de la ¢. es en si un problema de sociologia de la c.—es decir, en este caso especifico, de sociolugia de la sociologia (v.). En esta seccién recapitularemos breve: mente algunos temas y momentos que mar- 119 caron criticamente el desarrollo de la socio- logfa dela c., y sobre esa base en las dos sec- ciones sucesivas trazaremos un esquema de elementos factuales y de problemas metodo- légicos que cualquier tentativa de Hegar a una sociologia de la c. madura deberia pre sumiblemente examinar. Uno de los temas actualmente mas vives en el debate sociolégice y politico en torne.a las funciones de Ia c., es decir la c. como me- dio de produceién, se encuentra claramente anticipado en Ja obra de Marx, especialmen- te en Ef capital y en las obras preparatorias a éste, los Namados Grundrisse. Marx habla explicitamente de estadio de desarrollo de la ¢. y de su aplicacién tecnolégica como una de las multiples circunstancias que determi- nan Ja fuerza productiva del trabajo; de c. convertida en potencia auténoma en el pro- ceso de trabajo; de apropiacién del trabajo vivo por parte del capital realizada median. te el anilisis y la aplicacién “que surgen in- mediatamente de la ciencia, de leyes mecani- cas y quimicas, que permiten a la maquina realizar el mismo trabajo que antes realizaba el obrero"; de aplicacién de la c. a la produccién inmediata que pasa a ser un “cri- terio determinante y apremiante para la pro- duccién misma” (Marx, Das Kapital, Ham- burgo, 1867, 18904, 19675, 1. 1, pp. S4ss., 382 ss., 631 ss., 674; Grundrisse, ed. it. Florencia, 1970, pp. 396ss., 399). Marx pues ubica a la c. en la base misma del modo de produceion (v.), justamente entre las fuerzas producti- vas, que en cuanto median la relacién hom- bre/naturaleza son el motor primero de la estructura fundamental de la sociedad. En consecuencia, seria intitil buscar en Marx —salvo agarrandose a fragmentos no esenciales de sus textos— una formulacién explicita contraria, para la cual las c. de la naturaleza serian también e¢llas una forma- ién ideoldgica, es decir un elemento de la “superestructura”. Esa posicién de inferio- ridad, o mejor dicho de irrealidad, Marx la asigné en cambio a la economia politica, y sus epigonos a las c, saciales en general. Es sélo en época reciente que autores marxis- tas han cuestionado también Ia objetividad, oseala adecuacién a la realidad, de las c. na- turales, abatiendo la barrera que durante toda la historia del marxismo separé a las siencias naturales (y formales), cuyos resul- 122 sultados que todavia contienen indicaciones estimulantes para la investigacién, se refie- ren a las variaciones ciclicas de los sistemas de verdad y de conocimiemto, y de la tasa de descubrimicntos e invenciones cientificas (Gorokin, 1937); las relaciones entre el siste- ma politico y el desarrollo de la c., entre la cy un orden social demoerdtico, entre la formacién del ethos de la sociedad moderna (universalismo, “comunismo” de los resulta- dos, desinterés, escepticismo organizada) y el cthos puritano; los nexos entre c. y desa- rrollo econémico en la Inglaterra del siglo Xvi (Merton, 1937ss.); ta institucionaliza- cién de la investigacién cientifica y de la c. aplicada, es decir la formacién de un con+ senso (v.) difuso en torno a los valores de la c. (Parsons, 1951). En ese mismo periedo se hicieron ademas los primeros balances de la sociologia del conocimiento (ef. por ejemplo Gruenwald, 1934, en la bibliografia de cono- cimiento), después de la difusién en Europa y en América de sus obras mas conocidas “Sociologia del saber de Schcler (1926) Ideologta y utopia de Mannheim (1929)— sin que de ello surgiera, por lo demas, ninguna aportacién de relieve ala sociologia de lac, debido a la preeminencia asignada por la primera, como se recordé mas arriba, al pensamiento sucial y politico. Un impulso totalmente cxtrinseco a la so- logia dela c, provino, durante la guerra y en el decenio siguiente, de la introduccién de los métodos propios de la organiza; cientifica del trabajo al campo de las cien- s fisicas y biolagicas, y del desarrollo de gran namero de laboratorios de investiga- cién en empresas industriales. Hasta cerca de 1940, la investigacion Fisica y bioldgica, distinguirse en eso de la investigacion matemiatica, habia sido una actividad predo- minantemente individual, desarroflada en general por un docente-investigador con la colaboracién de poquisimos asistentes y ¢s- tudiantes que, mientras lo ayudaban en sus experimentos, se iban formando bajo su guia. La compleja y costosisima tecnologia de la nueva microfisica, y la realizacion de vastos programas de investigacién planca- dos para obtener fines deseadas por el poder politico, como el Proyecto Manhattan que condujo a la construccién de la primera bomba atémica, requerian ahora el empleo de ‘CIENCIA, SOCIOLOGIA DI BLA ‘equipos constituidos por decenas, centenas y en algun caso millares de investigadores de experiencia y especializacion distintas. La investigacion, que en este aspecto se habla vuelto similar al trabajo en fabrica, compor- taba ahora problemas de coordinacién, de direccién, de motivacién, de calidad del tra- bajo, de estratificacién social, de movilidad profesional, que eran en parte caracteristi- cos de la sociologfa de la organizacién (v.) y en parte totalmente inéditos, a causa del contexto tecnoldgico, cultural y humane en que aparecfan. En cuanto a los laboratories de investigacién industrial, el ethos del cientifico y en especial su deseo de perse- guir cualquier linea de investigacién que parezca interesante sin tomar en cucnta los resultados inmediatos, chocaba con las exi- gencias de limitacin de los costos y de res- peto de los plazos programados tipicas de las grandes empresas. En esta situacién se delineéd con particular claridad el conflicto entre la autoridad (v,) funcional a la que tiende a obedecer el cientifico, y la autori- dad administrativa que decide sobre los nes de la inves tigacian y controla por tltimo los recursos, el salario, la carrera dentro de la empresa ef. Kornhauser, 1962; Hagstrom, 1964; Gallino, 1968). ‘Todos los episodios y los temas mencio- nados hasta ahora como puntos de progresi- va delimitacian del campo de 1a sociologia de la c. se refieren evidentemente a la c. como institucién (v.) y como organizacién; es decir, son abjetos de lo que ha sido |amado con propiedad la “historia exterior” de lac., y por lo mismo podrian ser considerados como otres tantos puntos de partida para una sociologia exterior de la ciencia, La inclinacién de la reflexién sociolégica a no penetrar mas alld de la periferia de la c. des- cuidando asi el enfrentamiento de los funda- mentos de su pretensién de objetividad, habla sido indudablemente reforzada por la metodologia neopositivista de la c. que se habia afirmado en los afios treinta. De hecho cl neopositivismo(v) o empirismo légico ha- bia terminade por levantar una verdadera barrera contra la sociologia, y contra la mis- ma historia dela c., por medio de una opera- cién triple: 1] reconstruyendo en forma fi cia, y con intencién normativa, la actividad de los cientificos, antes que intentar captar CIENCIA, SOCIOLOGIA DE LA su conereta y cotidiana constelacién de tenta- tivas, de intereses, de estrategias de ataque a las teorias ajenas y defensa de las propias; Zjacentuando, en la actividad cientifica, los problemas de verificacién o bien de confir- macion de las hipétesis, es decir cl ars pro- bandi, en detrimento de la profundizacion en el contexto de los descubrimientos, es de- cir el ars inveniendi; 3]levando al primer plano los aspectos estrictamente légicos, es decir sintacticos, de la argumentacién cien- tffica, y despojando al dato observable de todo contenidg hipotético o tedrico, Asi arte- ramente reconstituida, la c, era presentada como un puro <élculo, sujeto eventualmente a error o a discordancia con los datos, pero totalmente inmune en su desarrollo a cual- quier influencia externa, sociolgica y psico- lgica, y por lo tanto variable solamente en razon o de un nuevo andlisis 0 modificacian de su planteamiento matematico, o bien de la intervencién de nuevos datos. La primera irrupcién, aunque indirccta, del pensamiento socioldgico en el niicleo in- terno de la razén cientifica se debe a los ex- ponentes de la teoria critica de la sociedad (v), y mas que nada a Horkheimer. En algu- nos ensayos publicados entre 1932 y 1947, Horkhcimer sometia a una critica radical el modo de pensar empirista, denunciando su intima conexién con el modo de produccion burgués. Bajo ese modo de produccién, pre- domina “la concepcién segiin la cual la cien- cia s¢ agota en la comprobacién y el ordena- miento de hechos dados para prever hechos futuros”, cosa que conduce a aislar “el cono- nto sin después superar de nucva ese aislamicnto”. La consecuencia es por un lado una distorsién fantastica de la imagen del mundo; por el otro, la incapacidad dela ¢. para dar un fundamento gnoseolégico al més importante de sus pasos, cs decir ala determinacién misma de sus cometides. Pero la “hipostatizacién del concepte abstracto del dato o del hecho’ ‘ne también profundas implicaciones para el modo en que la socie- dad se concibe a si misma. Si todas las di- ferencias de opinién pueden traducirse en diferencias de medida, y por consiguicnte resolverse mediante el recurso a un instru- mento de medicién comin, también los con- trastes de intereses histéricamente condi- cionados —sostenia Horkheimer— pueden 123 transformarse en una relacion arménica mediante un experimento de medicién co- min. Elevando las def iones fisicas muestras de validez intersubjetiva, Ia c. en su totalidad —incluyendo por lo tanto la bio- logia, la psicologia y la teoria de la socie- dad— puede transfermarse en fisica. La con- fianza exclusiva en el cardcter légicamente intacto del sistema fisicalista y en los princi- pios protocolados pasa asi a ser, para Hor- kheimer, cl emblema del eclipse de la raz6n (Horkhcimer, 1932, ed. it. 1964, pp. 8, 97s8., 104ss., 108ss.). La importancia de la intervencién de Horkheimer estaba sin embargo limitada por el hecho de que las ideas tomadas como blan- co no eran tanto las de los fisicos de la época como las imagenes de ellas reconstruidas por los filésofos fisicalistas, en particular Carnap y Neurath. La critica de Horkheimer, por lo tanto, no atacaba el verdadero niicleo episte- molégico de la c. moderna sino la represen- tacién abstracta de él claborada por los fild- sofos que ya hemos criticado mas arriba. Hacia el final de los aios treinta, en cambio, la propia actividad teorica de los cientificos de la naturaleza fue atacada en primera per- sona por valoraciones ideolégicas y politicas que los enormes éxitos de los cincuenta aiios precedentes parecian haber hecho definiti- vamente inaplicables ala c., eal menos asus productos mas ligados a una tecnologia de ‘abservacién extremadamente sofisticada y a la invencién matematica, como la teoria de las particulas subatémicas. El impulso pro- vino de la posibilidad de dar explicaciones divergentes, desde el punto de vista cognos- citivo, dela mecanica cuantica; de ahi surgié un debate que vicron durante décadas cn primer plano, ademds de los mayores fisicos de Occidente, muchos cientificos, filésofos e historiadores de la c. soviéticos. La sccuencia de los términos ¢senciales en torne a los cuales se articuld el debate sobre Ia mecdniea cudntica (expresién que emplea- mos en virtud del uso prevaleciente, aunque algunos protagonistas del debate, como De Broglic, consideran més correcta Ia expre- sién mecénica ondulatoria, porque son sus ecuaciones de onda Jas que forman los fun- damentos matematicos de la teoria de los quanta), tuvo inicio con ¢l sistema de ecua- ciones diferenciales claborado por Schré- 124 dinger (1926). Mediante ese sistema era posi- ble obtener descripciones matemiaticas de los estados de las particulas microfisicas mucho m4s completas y exactas que todas Jas anteriores. El nuevo sistema de ecuacio- nes de onda, con los desarrollos posteriores aportados por los trabajos de Dirac y otros, venia asi a combinar el mas alto grado de formalismo matemitico jamés utilizado por la fisica, con el mayor grado de eficacia en Ia prediccién de estados microfisicos y la orien- tacién de las investigaciones sobre la natura- leza taltima de la materia. Sin embargo, a pe- sar de su indudable eficacia operativa, la mecnica cuantica presentaba varias zonas de sombra. En contraste con la mecdnica clasica, no permitia establecer simuclrdnea- mente cl valor de las coordenadas de posi- cién y de momento de las particulas subaté- micas. Cada perfeccionamiento en la medida de la posieién de una particula aumentaba la imprecision de la medida del momento; cada nueva aproximacion a la medida del momento reducia la posibilidad de medir con exactitud la posicién de una particula. Al mismo tiempo las predicciones resultan- tes eran de caraicter exclusivamente proba- bilista, cosa que hacia imposible describir el comportamiento de particulas individuales, y ademas conducia a la desaparicién de todo nexo causal en sentido estricto entre aconte- cimientos sucesivos. Por iltimo —dejando de lado toda una serie de problemas mate- maticos que continuan atormentando a los fisicos hasta hoy— hacia no séloirrealizable sino improponible cualquier representacién conereta del dtomo (De Broglie, 1956 y 1967; Toraldo di Francia, 1976, parte 1v). Fucron justamente esas zonas de sombra las que dieron origen a interpretaciones di- ferentes sobre el estatus cognoscitive de la mecinica cudntica, es decir en torno a su ca- pacidad de describir adecuadamente la rea- lidad del mundo microfisico. En Occidente, la mas conocida de esas interpretaciones fue llamada interpretacién de Copenhague, por la sede del instituto en que fue formulada inicialmente. Con ella est4 asociado, ademas del nombre de Niels Bohr, director de ese instituto, el de Werner Heisenberg. La inter- pretacién Bohr-Heisenberg de la mecanica cudntica partia de la afirmacién de que en la observacién de las microparticulas el obser- CIENCIA, SOCIOLOGIA DE LA vador y sus instrumentos concurren en la determinacién de la naturaleza y la medida de la observacién en un grado mucho mds elevado que en el caso del macrocosmos. Las propiedades de la materia que se observan en un instante determinado son insepara- bles del estado del observador y del instru- mento empleado por él en ese mismo instan- te. Si las coordenadas del momento de una particula no se pueden establecer con exac- titud en el instante en que se muden las co- ordenadas de posicién, eso ocurre porque en ese instante, como el abservador y el instru- mento estan predispuestos para observar el momento de una particula, no tiene sentido hablar de la posicién de ésta; la propiedad “posicién’ sdlo sc volver, por asi decirlo, “real”, en el momento en que el observador y el instrumento estén predispuestos para medir la posicin de esa particula y no otras propiedades. Pero, por la misma razén, con eso queda privado de sentido cualquier dis- curso sobre el momento de esa particula en ese mismo instante. La version heisenber- giana de esa interpretacién o de la interac- cién entre materia, observador e instrumen- to fue Hamada, como es sabido, principio de indeterminacién. Desde que fue formulada por primera vez, la interpretacién de Copenhague de la mecdnica cudntica (u ondulatoria) provocé perplejidad y reservas por parte de los estu- diosos soviéticos, entre los cuales ademas se registraron sobre el tema posiciones muy di- versas en términos de parcial aceptacién 0 rechazo de la posicién de Bohr-Heisenberg, y por otra parte produjeron numerosas va- riantes y precis.ones de su interpretacién. En realidad, en la polémica de los sovi¢ticos contra la concepcién de la mecénica cudnti- ca propuesta por la escuela de Copenhague pueden distinguirse dos niveles. Uno mds burdamente ideologico en el que se distin- guieron personajes como Zhdanov y Maxi- moy, un filésofo oficial del partido, para quicn la minima concesién a las tcorias de los fisicos occidentales debla ser combatida como un ataque directo a la causa del socia- lismo; otro, en cambio, caracterizado por una notable competencia cientifica y filosé- fica, alimentado por estudiosos como Ni- kolski, quien en 1936 publicé uno de los pri- meros ensayos criticos aparecidos en Rusia CIENCIA, SOCIOLOGIA DE LA sobre la mec4nica cudntica; Biojintsev; Fock, quien hasta la muerte de Bohr en 1961 tuvo con él repetidos intercambios y contac- tos sobre ese tema, y Omelianowski (Gra- ham, 1972, cap. 111; Tagliagambe, en Geymo- nat, 1972, vol. v1, esp. apénd. al cap. xiv). Las objeciones mas importantes propues- tas por los soviéticos se compendian en los siguientes puntos: !]el microcosmos posee una realidad que preexiste al observador y ¢s independiente de él; 2} 1a mecanica cuan- fica asume en la interpretacién de Bohr- Heisenberg un cardcter puramente instru- mental o convencional o simbélico, que elimina el aspecto objetivo de la materia: 3} la impostacién probabilista de las ecua- ciones de onda refleja en el mejor de los casos el limitado conocimiento de los he- ches microfisicos a que ha llegado hasta ahora el observador, no una propiedad in- trinseca de los hechos mismos; 4] la inter- pretacién de Copenhague esta viciada, pues, en la sustancia de idealismo y neopositivis- mo, dos desviaciones de 1a raz6n cientifiea que reflejan la incapacidad de los fisicos oc- cidentales de superar los condicionamientos sociales a que la razén misma esta expuesta bajo

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