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ARTICULOS DE OPINION
Alberto Betancourt Posada
Nueva etapa del armamentismo nuclear
Juan Soto Ramírez
Ambientes borrosos
Victoriano Garza Almanza
Desarrollo sustentable
Desarrollo sustentable
La visita que el 27 de noviembre de 1990 realizó a Monterrey George Bush, entonces
presidente de Estados Unidos, resultó en la oficialización de las negociaciones del llamado
en un principio Acuerdo de Libre Comercio (ALC). Primero el rumor, y después el anuncio
oficial, desencadenaron una inusitada preocupación pública por el impacto que la
regionalización del comercio tendría en el ambiente de la zona México-Estados Unidos. Lo
que más inquietaba a los estadunidenses era el desbordamiento de la contaminación de la
(su) industria maquiladora. El descontento era tal que agrupaciones civiles como la
Asociación Médica Americana hicieron agrios reclamos apuntando que ese convenio
abriría la cloaca (``don't open the cesspool'', exigían a Bush). El asunto ambiental era tan
delicado para la negociación del acuerdo que estratégicamente se estableció otro escenario
para las pláticas ecológicas: la frontera.
En diciembre de ese año se consolidó un grupo de trabajo binacional que, durante 1991,
trabajaría en el desarrollo de una agenda ambiental mutua llamada Plan Integral Ambiental
Fronterizo 1992-1994 (PIAF). Básicamente el PIAF, que se elaboró con la participación de
la ciudadanía fronteriza, fue un diagnóstico del problema, un esquema de prioridades y una
guía para su aplicación. Endosado por las dependencias ambientales EPA y Sedue, se
publicó en febrero de 1992. Con esa respuesta dada por los gobiernos federales de ambos
países a los verdes se mitigó el descontento. Ahora sólo faltaba el financiamiento para
materializar el PIAF.
Tal cosa no sucedió porque aún no terminaban los arreglos del rebautizado Tratado de
Libre Comercio (TLC): faltaba disuadir al presidente electo y las cámaras baja y alta de
EU. Cuando a finales de 1993 se cerró el círculo y el TLC fue aprobado, la celebración no
duró ni la víspera: a partir del 1¼ de enero de 1994, el alzamiento de los neozapatistas
incidió en la frontera norte mandando los asuntos ambientales al
limbo.
Los problemas ecosocial, de salud ambiental, ocupacional y otros fueron dejados al margen
en pro de una prioridad desarrollista y onerosa. El propósito era construir una barrera
ecológico sanitaria, de Tijuana a Matamoros, gravada en los impuestos municipales
fronterizos. En esa etapa surgieron la Comisión de Cooperación Ecológica Fronteriza
(Cocef) y el Banco de Desarrollo de América del Norte (Bandan), ambas encargadas de
estimular proyectos de desarrollo en todas las localidades fronterizas y de prestar los
recursos para la ejecución de las obras.
La inversión calculada para el primer decenio fue de unos 8 millardos de dólares, pero hay
quien estima que 20 millardos apenas bastarían para ese lapso. Lo curioso de ese proceso es
que, en ningún momento en sus primeras etapas de evolución, se tomó en cuenta al
movimiento mundial pre y pos Cumbre de la Tierra 1992 que pregonó el desarrollo
sustentable.
Tardíamente, en 1996, la Cocef adoptó como criterio la sustentabilidad pero, en su prisa por
cambiar la frontera, en 1998 le dio un vuelco al concepto al impulsar y certificar lo que
denomina Proyectos de Alto Desarrollo Sustentable, forma de promover la carrera para el
desarrollo y la aplicación de esos proyectos (recicladoras, confinamientos, tratadoras,
potabilizadoras, hornos, etc.). Vale reflexionar que si esa excelsa sustentabilidad es como el
basurero radiactivo de Sierra Blanca, por el cual Cocef ni Bandan han dicho nada, graves
riesgos depara el futuro a la zona.