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El amor, insondable y desconocido

El amor es el principio universal que domina todos los seres del universo; es la idea de
las ideas, tiene un origen divino y es la finalidad de toda forma de movimiento. La realidad de
cada ser no es sino su grado de amor. Es insondable para la razón, cuando se llega uno a ver
sus celestiales encantos, el corazón queda preso y pierde uno la razón. Del amor, como de
toda realidad inefable, se sabe más por negación: lo que no es. Se experimenta más en la
limitación su trascendida presencia o se mide mejor el vacío que supone su ausencia. Por eso
quien ha sentido el desamparo, la indiferencia o el abismo, puede con ardor, reflejar su
proximidad. En el intento por aprehender la densidad luminosa del amor, solo se pueden
expresar las antepenúltimas palabras, porque, como está escrito: “Ahora vemos como a
través de espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte;
pero entonces conoceré como fui conocido”; siendo seres racionales, lo divino, siendo su
expresión más hermosa el amor, nos es inefable e insondable, mas no desconocido por cuanto
por gracia y no por nuestra voluntad, se nos hace perceptible y se nos revela permitiéndonos
una comprensión poco racional mediante la contemplación por nuestras sensaciones y
emociones cautivadas; siendo la forma más sencilla de explicar el amor como el más alto
beneficio del amado, a costa de la vida y voluntad del amante.
La misma existencia de Dios comienza a vislumbrarse sólo porque el amor existe y
puedo amar. Amar será justificar la razón de amor con que fui amado y también el estimulo
que daré por mandamiento, siendo este una llave para el acceso a lo divino. La existencia está
dada y viene experienciada de tal modo que no-es-todo-lo-que-es, es decir lo que el hombre
puede ver, sino que la entiende como que nunca estará acabada. Como un esbozo, un trazado
abierto o inconcluso; y el amor establece la proximidad a lo trascendente y divino.
“Si contempláis con ánimo indulgente las tribulaciones de este vuestro indigno esclavo,
si con vuestras bondades os dignáis consolarme y rebajaros hasta mi insignificancia, siempre
os profesaré, suave maravilla, una devoción sin par.” En este párrafo se observa esa
contemplación del amor como divino; que va más allá de un estimulo, o de la explicación
fisiológica que hace manifiesta su presencia en la vida del hombre, como un trastorno en la
razón.
Si bien el amor se apoya en el conocimiento, acaba siempre por desmedirlo, porque se
ama más de lo que se conoce y se conoce amando; no se puede conocer el amor haciéndolo un
objeto de estudio, mas si por la experiencia personal. Magia y misterio conforman el sentido
del amor como presencia, y el ver culmina en “creer”, ya que en “lo visto” no se ve toda la
intensidad de la mirada. Los mismos ojos se vuelven capaces de creer lo que no alcanzan a
descifrar, porque incluso “se ve” lo que “no es”, la oscuridad parpadeante que es todo ser,
que es al mismo tiempo el velo que no nos permite entender al amor mas que como insondable
porque nos afrenta la dignidad que es necesaria para contemplar el amor en su pureza divina.
Palabra y silencio se implican en el lenguaje unitario del amor. Tiempo y muerte,
contingencia y fugacidad están en el entramado de su ser oscilante y pendular. Solo el amor
vence y desmide al tiempo porque hace que la muerte pueda ser ofrecida como sentido de la
vida. Porque también la muerte es un acto de exigencia amorosa. La muerte, entonces, es el
primer acto definitivo, porque es el postrer acto libre. El amor define nuestro propósito por
el cual vivir y morir. La permanencia del ser es permanencia amorosa. Se proclama así al amor
fuerte y poderoso, como la muerte. La trascendencia se halla en vivir el verdadero amor
dejando por este a disposición de la muerte nuestra voluntad egoísta y nuestra vida. Lo que
importa es la vida, que, aunque temporal, mediante la muerte quiere volverse vida poseída,
vida eterna que alcanza libertad solo en la dependencia de lo que trasciende. Así la muerte
“me culmina”, da ámbito a mi existencia que no es sino con muerte y la hace libre en la
trascendencia del amor. Todo amor, en definitiva, es a muerte. Y en esto parecen confluir las
actitudes y modos más extremos, desde el loco al santo, desde el rebelde al revolucionario.
Amar es crear cada vez más disposición al don, y la muerte es la disponibilidad absoluta.
La razón va siempre enfocada en lo tangible/perceptible, y lo tangible se define en la
experiencia sensorial mediante una voluntad egoísta enfocada en lo material. Por tanto el
amor trasciende a la razón pero no a la verdad/realidad, siendo parte de esta. El ser
enamorado no entiende de razones sino de una realidad donde la cordura se expresa como
locura, siendo la locura del amor su verdad absoluta.

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