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P. Cristian Echeverry
Continuemos analizando las graves implicaciones que tiene esta infecciosa plaga
de ser impuntuales:
Dice la carta a los Efesios: “El que robaba, deje de robar” (Efesios 4:28). Hoy tú
vas a decir:
Porque es terrible cuando uno tiene que esperar cinco minutos, quince minutos y
hasta media hora, a alguien con quien uno sabe que tiene algo que hacer. Hay
situaciones en que uno dice: ‘me falló, pues me voy’; pero a veces se trata de
responsabilidades, y uno sabe que esa persona es impuntual y que uno tiene que
tolerar hasta la caridad, hasta el colmo de la caridad, a esa persona impuntual.
Cuando otros tienen que postergar el inicio de la reunión a causa de nuestra
impuntualidad, les hemos robado tiempo. Muchos disciplinadamente han llegado
a la hora para adorar al Señor, y nosotros (¡ministros!) hemos quitado tiempo de
la adoración haciéndolos esperar hasta que se nos ocurre aparecer. Además el
retrasado va adquiriendo manías: primero comete otro pecado que es la
mitomanía; siempre tiene una excusa, o si no la tiene, miente compulsivamente;
miente porque ‘la buseta siempre le queda atrás’ o porque ‘le tuvo que pagar la
factura a la mamá’, o miente por ‘x’ o ‘y’ motivo. O sea, que la impuntualidad no
sólo es robo, sino que también puede ser generadora de otros pecados como la
mentira; y cuidado, pues el que miente, roba; y el que roba, mata.
En este caso hemos jugado el papel del ladrón, robando a otros uno de los bienes
más preciosos: su tiempo. No olviden que el tiempo es un tesoro. ¿Saben por qué
el tiempo es un tesoro? Porque ninguno de ustedes me puede decir: ‘padre, yo
tengo dos años acumulados de tiempo’. No, el tiempo tú lo tienes y el tiempo se
esfuma; nadie puede decir que ha ahorrado dos años de su vida. Tú tienes el
hoy, y no más; tú le robaste el tiempo a un amigo, a un cristiano, y tú no puedes
compensar el tiempo que le has robado a otro.
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La Biblia nos exhorta: “El que robaba, deje de robar”. En otra cita: “Hagan
ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes” (Lucas
6:31). ¿A cuántos les gusta que otros los hagan esperar? A nadie le agrada eso,
entonces no demos a otros el trato que no quisiéramos recibir de ellos.
“Sucederá entonces con el reino de los cielos como lo que sucedió en una boda:
diez muchachas tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio.
Cinco de ellas eran despreocupadas y cinco previsoras. Las despreocupadas
llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; en
cambio, las previsoras llevaron sus botellas de aceite, además de sus lámparas.
Como el novio tardaba en llegar, les dio sueño a todas, y por fin se durmieron.
Cerca de la medianoche, se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!’
Todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas.
Entonces las cinco despreocupadas dijeron a las cinco previsoras: ‘Dennos un
poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando.’ Pero las
muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque así no alcanzará ni para nosotras
ni para ustedes. Más vale que vayan a donde lo venden, y compren para ustedes
mismas.’ Pero mientras aquellas cinco muchachas fueron a comprar aceite, llegó
el novio, y las que habían sido previsoras entraron con él en la boda, y se cerró la
puerta. Después llegaron las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’
Pero él les contestó: ‘Les aseguro que no las conozco.’
‘Manténganse ustedes despiertos —añadió Jesús—, porque no saben ni el día ni
la hora’ (Mateo 25, 1-13).
En esta historia que acabamos de leer (la parábola de las diez vírgenes), tres
cosas aprendemos de las vírgenes necias, que llegaron tarde.
• Llegaron atrasadas por no hacer los preparativos necesarios. La
puntualidad requiere preparar las cosas de antemano, para poder evitar los
atrasos. Hay cosas que nos ayudan, por ejemplo: preparar la comida por la
noche, para que no tengas que levantarte por la mañana a preparar la
comida y así llegar tarde a tu trabajo. Dejar lista la ropa que te vas a
poner. Hay que preguntarnos constantemente qué cosas debo atender
mañana, desde el día anterior. Cuánto tiempo necesito para alistarme,
para acicalarme, para vestirme. (Problema terrible de muchas mujeres,
que terminan aburriendo a sus novios por la impuntualidad. O también
hombres, que de pronto pueden terminar vistiéndose y arreglándose y
haciendo esperar a la novia). Entonces, levántese a las cinco de la
mañana. Pero la puntualidad es preciosa. ¿Cuánto tiempo necesito para
llegar a la reunión? ¿A qué hora debo salir de mi casa? Preguntas que uno
se tiene que hacer si no quiere vivir retrasado.
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Cuando el gran Alejandro Magno fue preguntado sobre cómo había podido
conquistar el mundo, él respondió: ‘lo he logrado por no demorarme’. Cuánto
avance hemos perdido nosotros por nuestras demoras en las cosas de Dios. Algo
que me entristece es que las personas para los trabajos seculares sí llegan
puntualmente. Imagínense que yo como educador, como docente, no llegue a la
clase a la hora que es y deje a mis alumnos esperando. Pues me echarían del
colegio, por irresponsable. Cuántas personas son totalmente puntuales para
llegar a su hora de trabajo porque saben que hay un patrón, porque saben que
hay un salario, porque saben que hay dinero, porque saben que otras personas
los están esperando para su trabajo secular, para su trabajo mundano. Y qué
triste es que para las cosas espirituales: ‘a Dios sí lo puedo desplantar’, ‘para las
cosas de Dios sí puedo dilatar’, ‘sí puedo hacer que las cosas se alarguen’. Es
triste la mentalidad que tenemos de respeto para las cosas paganas y de
irrespeto para con las cosas de Dios. La eucaristía, cómo la irrespetamos.
Estamos preguntando constantemente: ‘¿a uno sí le vale la misa si llegó al
evangelio?’. No, tú tienes que amar tanto la eucaristía, tanto las cosas de Dios,
que siempre has de estar puntualmente.
Les pregunto: ¿hemos de hacer menos para aquél que dio su vida por nosotros
en la cruz? Si nosotros cumplimos puntualmente con nuestros empleadores, con
nuestros patronos terrenales, ¿acaso no merece mucho más nuestro Señor
Jesús? Cuando terminemos de sacar todas nuestras excusas habremos de admitir
que en el fondo tenemos un corazón que ha perdido su primer amor.
Cuando el corazón está bien, los pies son más veloces. Tal vez aquí está la
verdadera razón de por qué nos cuesta llegar a hora puntual. El problema no está
en los pies. El problema está en nuestro corazón. ¿Hasta qué punto has sido tú
afectado por esta plaga? Probablemente todos tenemos que admitir que hemos
sido contagiados. Posiblemente nunca nos hemos propuesto seriamente corregir
una costumbre tan negativa. Pero por medio de este estudio, por medio de esta
reflexión, yo quisiera que todos aprendamos estas siete razones para cambiar.
Vuelvo a preguntarles: ¿están dispuestos a proponerse ante Dios combatir este
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problema en sus vidas? ¿Sí están verdaderamente dispuestos? ¡Ánimo! Les pido
en el nombre del Señor Jesús que declaren desde el día de hoy una guerra a la
impuntualidad. Aún no es demasiado tarde para hacerlo. No estamos retrasados
para hacerlo. Hoy puede ser el día de declarar una guerra contra la plaga de la
impuntualidad. Amén