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Narcotráfico y

Gobernabilidad
BOLETÍN ELECTRÓNICO DEL IDEI
Año 3 - No 20 - mayo 2009

NARCOTRÁFICO, POBREZA Y VALORES

María Méndez

Muchos piensan que los peruanos que incursionan en la cadena de la droga lo hacen
porque son pobres y no tienen otra alternativa productiva posible. Así, los campesinos
sembrarían coca para subsistir, los mochileros y burriers la transportarían por la misma
razón, y los microcomercializadores habrían encontrado el camino para salir de la
pobreza encargándose de poner la droga en manos del consumidor final. La retórica de
la coca ha sido tan eficaz que hasta las propias autoridades la asumen como cierta.
Según este discurso, la pobreza justificaría la participación de los pobres en actividades
delictivas vinculadas a la cadena criminal del narcotráfico.

Los hechos, sin embargo, nos dicen otra cosa. La mayor parte de los campesinos del
Perú son pobres pero no por ello se han dedicado a cultivos ilícitos o han escogido
actividades delictivas como herramienta de subsistencia. La migración del campo a la
ciudad ocurrida durante las últimas cuatro décadas del siglo XX produjo una
transformación productiva en el Perú, creando millones de microempresas y
consolidando una mentalidad emprendedora que hoy es el sustento del crecimiento
económico y la modernización del país. Los migrantes no se dedicaron al delito, se
dedicaron a trabajar intensamente en la industria, los servicios y el comercio.

Los campesinos que permanecieron en la sierra y en la selva constituyen, por su parte,


el eje de la seguridad alimentaria del país. La mayoría de ellos son aún pobres y por eso
demandan extensión agrícola, capacitación tecnológica, acceso al crédito, formalización
de la propiedad y Estado de Derecho que hagan posible su modernización productiva e
ingreso a nuevos mercados. Es lo justo. Pero estos campesinos, que son la inmensa
mayoría, no están amenazando con dedicarse a producir coca para el narcotráfico si no
encuentran un producto más rentable a los que hoy producen.

Pero la ideología narco es poderosa y busca adeptos. Quiere convencer a jóvenes y


campesinos que (como dice un conocido refrán mexicano) “más vale vivir cinco años
como rey que cincuenta como buey”. Es decir, que la inmediatez y el facilismo del
dinero narco justifican el riesgo de una vida al margen de la ley, y que no vale la pena el
trabajo duro y sacrificado de una vida honrada. Los “narcocorridos” mexicanos son la
expresión musical de una contracultura que coloca al narcotraficante como un modelo a
imitar por los jóvenes y presenta los hechos delictivos como hazañas de hombres
valientes y machos. Se trata de un discurso sumamente peligroso que encuentra hoy
asidero en las cuencas cocaleras del Perú y comienza a expresarse en peruanísimas
cumbias que proponen la producción de coca o la tala ilegal como rutas para salir de la
pobreza.
Es cierto que el narcotráfico aprovecha la pobreza para construir una base social de
respaldo político - electoral, pero no es aceptable justificar el delito en la pobreza.
Existen causas de otra índole, que trascienden lo económico y que son de orden
institucional. Ellas tienen que tienen que ver con la precariedad y corrupción del Estado,
pero también con la ausencia de valores éticos y humanos fundamentales, que deberían
ser inculcados desde la infancia en instituciones clave como la familia, la iglesia y la
escuela. Es preciso que los planes y estrategias antidrogas contemplen las variables
institucionales y éticas. La adhesión a valores y normas es un componente indispensable
para frenar el avance de la ideología y la economía narco.

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