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Juan Crisóstomo Álvarez, hombre y leyenda 1

Por Sara Peña de Bascary

Oleo. Museo Casa Histórica de la Independencia Foto original de un daguerrotipo. Museo Histórico
Provincial Pte. Nicolás Avellaneda

La trayectoria del Coronel Juan Crisóstomo Álvarez ha tomado visos de leyenda. Su


valentía sin límites, su audacia y coraje puestos de manifiesto en los duros tiempos de las
guerras civiles, le convirtieron en un héroe legendario. Historiadores, poetas y trovadores
cuentan su historia. Pero poco es, en verdad, lo que se conoce sobre el hombre. Dar a conocer
parte de esa historia que no puede disociarse de la otra, es nuestra intención. Hombre y la
leyenda van juntos, forman parte de la dramática la trayectoria de Juan Crisóstomo Álvarez.
Distintos matices de su vida privada enriquecen su personalidad.
Nacido en Tucumán en 1819, ingresó en el ejército a los dieciséis años como
portaestandarte de Rosas y con el actuó en la Campaña del Desierto de 1833-1834. Ataviado

1
Publicado en: La Gaceta, Suplemento literario. Tucumán 16.12.1979.
como un indio, con los brazos desnudos, vincha y lanza, montado en pelo, a la manera del
enemigo, le hacía frente demostrando un valor extraordinario. En 1839, cuando se produjo la
Revolución de los Libres del Sur, en la batalla de Chascomús, al mando de un puñado de
hombres y ante el asombro general puso en dispersión y derrota al fuerte ejercito sublevado.
Esa alucinante personalidad se trasmitía a los soldados. En presencia del enemigo se
transfiguraba “….parecía rodeado de cierta atmosfera, cierto prestigio sobrenatural que fascinaba a los
suyos, les comunicaba su alma a tal punto que el más tímido sentíase invencible, a su lado”2. Cuenta
Benjamín Villafañe en Reminiscencias históricas de un patriota, que “el magnético poder de este
hombre, que con su presencia paralizaba a sus enemigos e insuflaba valor a sus dirigidos,
obteniendo los triunfos más espectaculares”.
En 1840, por orden de Rosas, se incorpora al ejército del General Gregorio Aráoz de
Lamadrid y se dirige a Tucumán. Es allí donde decide adoptar la causa unitaria.
Es también en Tucumán donde da otro paso trascendente: se casa con su prima Panchita
Aráoz. Pero tiempo disfrutaría de su nueva vida. Enrolado definitivamente en el ejército
unitario le esperaban numerosos campos de batallas, donde habría de afianzar su valor y su
leyenda. Entre ellas la de Angaco, el 16 de agosto de 1841, donde su feroz arremetida es
decisiva para la derrota del caudillo José Félix Aldao. Después, en Rodeo del Medio, a pesar de
la intrépida acción de Álvarez, las fuerzas unitarias caerán definitivamente derrotadas. Allí
comienza el camino del exilio.
A través de las cartas que escribe a su mujer, Panchita, nos encontramos con la faceta
desconocida. Aflora la humanidad del duro coronel, su cariño por la familia, sus angustias, sus
sueños. Todas aquellas cosas que añoró, que le fueron esquivas y que intentó paliar con
intrepidez en los campos de batalla. Buscando superar tantas frustraciones, el héroe postergó
al hombre y se transformó en mito.
Después de la derrota de Rodeo del Medio, ya rumbo al exilio, presintiendo tal vez que
su partida era para siempre, volcó en estos versos su sentir:

2
BENJAMÍN VILLAFAÑE; “Reminiscencias históricas de un patriota” Tucumán, 1972.
Adiós mi amado pueblo/ Adiós mi madre amada/ Su bendición apreciada/es el tesoro que llevo/
De mi vuelta no hago acuerdo/ porque mi vida es prestada/ Mas, diré a mi patria amada/ al
tiempo de apartarme/ que tuviste quien te guarde/ y quedas desamparada3
Una vez expatriado comienza el peregrinar. Alejado de los suyos quiso en más de una
oportunidad llevar consigo a su esposa, que se le reunía esporádicamente. Pero la falta de
recursos económicos se lo impedía. No conocía otro oficio que el de soldado y se enroló en el
ejército de Bolivia. Esto no le agradaba, una cosa era luchar por su patria y sus ideales.
Sus cartas traslucen profunda tristeza. Desde Tarija, La Paz, Potosí, el Pilcomayo, o
donde le llevara su ajetreada vida, escribía a Panchita, cada vez con mayor angustia. En la
navidad de 1843, desde el Pilcomayo: Hijita de mi alma, no quisiera alejar un momento la pluma de
mis manos, pero esta será la última que te escriba desde este lugar porque tan luego venga un
(…ilegible…) nos ponemos en marcha, y del Paraguay será difícil escribirte. Calculo tres meses para
verte, pasados estos tendré el gusto de darte un fuerte abrazo, no tengas cuidado mi querida ñata, día
vendrá que nos volvamos a unir para no separarnos jamás ten un poco de constancia hijita de mi viaje
pues no siempre hemos de ser desgraciados de un rato para el otro le llega al hombre la fortuna así que yo
jamás desmayo y la espero por momentos lo que importa hijita es que estés contenta y no te aflijas por
nada, cuida a mis hijitos y cuídate tu misma para que tenga el gusto de encontrarte gordita”4
Durante ese año, Juan Crisóstomo Álvarez pudo estar con los suyos. Panchita se instaló
en Bolivia, pero esto no significaba que las desventuras hubiesen terminado. Los apremios
económicos le angustiaban. Su mujer permanecía sola y en la mayor indigencia en un país
extraño, mientras el deambulaba por el territorio sirviendo a un ejército extranjero. Ante esa
situación decidió enviar, nuevamente, a su familia a Tucumán. Llevaba Panchita la misión
expresa de conseguir en préstamo de su madre un “capitalito” para que, uniéndolo al sueldo de
soldado, pudiesen iniciar algún negocio. Desde el Pilcomayo, y en un mismo día, escribe otra
vez recalcándole sus instrucciones, y lamentándose de su soledad se despide: Adiós mi querida
Panchita nunca jamás seré capaz de olvidarte y de dejar de cumplir todo lo que te he prometido,
cabalmente sabes que me he hallado en el duro caso de mandarte a tu país porque tú misma has visto

3
Ultima estrofa de un poema que nos fuera cedido por el Señor Julio Marcos Aráoz Sal. Actualmente se conserva en el
Museo Histórico Provincial Pte. Nicolás Avellaneda de Tucumán
4
Carta de Juan Crisóstomo Álvarez a su esposa. 25.12.1843. Cartas en poder de la Señora Leonor Antezama de Murga, viuda
de Carlos María Murga, bisnieto del Coronel J. C. Álvarez. Las mismas nos fueron facilitadas, para su consulta, por el
historiador Ventura Murga por intermedio del Prof. Ramón Leoni Pinto.
nuestro estado y porque era preciso cumplir con la comisión que me ha dado este gobierno a quien estoy
tan grato, por los servicios que me ha prestado mientras he estado en Bolivia, tu debes estar contenta
porque jamás he tenido más esperanzas que hoy de estar descansando contigo y mis hijos a quienes los
cuidarás en mi ausencia. Te desea felicidad tu siempre Afmo. que ansía verte. J. C. Álvarez5”
En 1845 había decidido acompañar al General Anselmo Rojo en una expedición que
entraría al país por el norte, a unirse con otra columna que lo haría desde Chile, con el
propósito de levantar a las poblaciones cuyanas contra Rosas. El fracaso de este intento traería
como consecuencia el enfriamiento de su relación con el Presidente de Bolivia General José
Ballivián.
Por ese entonces Panchita y sus hijos estaban por llegar a Bolivia, pero el destino quiso
otra que vez que no se pudieran reunir. El ejército se ausentaba hacia Potosí. Sumamente
abatido escribe a su esposa; le pide que se aloje en lo de su “compadre Alvarado” para que este
mas acompañada y no tenga que gastar en alquiler. Le pregunta con ansiedad como le fue en
el parto y que se lo haga saber, y que le manifiesta su preocupación ante la posibilidad que le
separen del ejército. De ser esto cierto, tendrían que embarcarse hacia Montevideo, desde
Valparaíso. Álvarez se encuentra muy deprimido. El enfrentarse con la cruda realidad le
costaba más que desafiar la muerte en los campos de batalla. La pobreza, la incertidumbre y la
soledad se volvían insoportables, desalentándole casi por completo. Por momentos reacciona,
sacando fuerza de flaquezas, pero en el fondo sabe que para él no hay otro futuro que el de
soldado y que esto también le cuesta ya pues su mayor ambición era estar con los suyos.
El 4 de noviembre de 1845, desde la Paz escribe a Panchita anunciándole que enviaba a
buscarla. Es una carta entusiasta y optimista. Por fin estarían juntos: existía la posibilidad de
instalarse en Cochabamba. Le decía que debería aprontarse, herrar los caballos y hacer
“argandas con sus tolderas”, para poder transportar a los chicos. Pero no pasan tres días y la
desafortunada Panchita recibe la contraorden, con el agravante que debe regresar a Tucumán.
Juan Crisóstomo Álvarez había sido alejado definitivamente del ejército boliviano después del
fracasado intento con Anselmo Rojo. Le recomendó a su esposa que regresase por la Quebrada
del Toro y “que por la marcha como en Tucumán deberás hacer consentir a mis enemigos que te has
disputado conmigo”. Le daba instrucciones sobre sus pertenencias, “las que podría ir vendiendo de

5
Ibídem. Escribió dos cartas el mismo día.
acuerdo a sus necesidades. Finalmente le confiesa que iba en misión secreta con el ejercito del General
Paz mandado por Paunero y Domingo de Oros y que su propósito era dirigirse a Arica para tomar el
vapor” 6
Es este el inicio de otra etapa en la vida de Juan Crisóstomo Álvarez, plena de peripecias
e infortunios. Desde Montevideo, en un barco francés, se dirige a Corrientes. En Paraná toma
un barco inglés y llega a Esquina. Su meta era encontrarse con el General Paz, pero al llegar se
da con que su ejército estaba disuelto desde abril de 1846. Cae enfermo y después de una
convalecencia de seis meses, toma un barco hacia Brasil, con el secreto propósito de llegar a
Buenos Aires. Este barco griego es cañoneado por “El Federal” a la altura de San Nicolás.
Álvarez quedó perdido en una isla durante seis días, entre el pajonal y los pantanos. Llegó a
Pavón y en compañía de dos soldados intentó navegar en un bote por el Paraná; pero un
nuevo encuentro con “El Federal” les obligó a regresar a tierra, donde se entregaron, en
diciembre de 1846.
Estuvo prisionero en El Ramallo dos años. Recuperó su libertad por la intervención del
Ministro inglés, quien intercedió ante Manuelita Rosas obteniendo el indulto. En 1849, desde
Buenos Aires, escribe a su mujer. Le habla esperanzadamente de conseguir un pasaporte para
Tucumán, pero esta la preocupación de siempre: “pero que haré yo en Tucumán sin ningún
principal’”. Sugiere que insista ante su suegra Matilde para que les facilite dinero para iniciar
algún negocio, y acotaba: “estoy cansado de ser soldado y soto de esto modo lo podría evitar…”7
En mayo de 1850, escribe a su hermana Delfina. Por el tenor de la carta se deduce que
Panchita no obtuvo la ayuda materna. Surge aquí otro aspecto de la personalidad de Álvarez.
Su tono es duro y enérgico. Anuncia que tiene una propuesta del General Prudencio Rosas
para administrar un campo en Chascomús, pero que si no estaba de acuerdo regresaría a
Tucumán para poner un negocio en sociedad con su hermano Manuel. Se trasluce además otro
motivo de preocupación: esta evidentemente disgustado con su esposa, ya que manifiesta a
Delfina: “…puedes decir a mi mujer que su buena conducta será la que la ha de recomendar en adelante
para conmigo y que arreglado yo a ella sabré que hacer con respecto a ella, mientras tanto deben

6
Carta de Crisóstomo Álvarez a su esposa 7.11.1845. Archivo Leonor Antezama de Murga
7
Carta de J. C. Álvarez a su esposa 13.12. 1849. Archivo Leonor Antezama de Murga.
permanecer ustedes todos unidos como los ha dejado Manuel, estoy contento con esta determinación.
Desde Chascomús escribiré si me quedo o no, adiós abrazo a mis hijos y hermanitos”8
Pero tampoco esta vez consigue sus propósitos. No se concreta nada definitivo y
después de pasar por Tucumán se encamina nuevamente rumbo al norte y al exilio. Desde
Vipos, en marzo de 1851, escribe a Pancita, ya superada la desavenencia. Con el mismo cariño
de siempre se despide “…adiós mi querida ñata, cuídate y se feliz, tu siempre afmo. J. C. Álvarez”9
En Mayo de 1851, desde Lima, cuenta a su esposa que iría al Cerro Pasco en busca de
trabajo; le promete regresar en cuanto consiga recursos, ya que “ en nuestro país el hombre sin
dinero nada vale”10 .Pero el cerro Pasco fue otra frustración. En julio de 1851, desde Lima, le
dice: “…te repito mi querida Panchita que te resuelvas esperar y padecer tu verás que no es culpa mía si
tuviera dinero jamás puede ni debe olvidarse de ti. Como siempre tu Afmo. esposo que te ama”11

Esta era la situación del exiliado coronel mientras, en Argentina, se preparaba el


derrocamiento de Rosas. Durante años, Álvarez había esperado que se le llamase de su país, y
esto ocurre, en agosto de 1851. Se compromete a intervenir, su destino estaba decidido. Nació
en época de luchas, vivió para luchar y estaba dispuesto a morir luchando. Con renovadas
esperanzas, y con el coraje intacto tras los duros años de exilio, parte de Copiapó el 12 de enero
de 1852 al mando de un ejército de 400 hombres a luchar contra la tiranía. Nuevamente
peleaba en su patria y por su patria. Crisóstomo Álvarez revivía, estaba en lo suyo.
El 4 de febrero de 1852, después de una sangrienta batalla, derrota al comandante
Albornoz en la Cuesta de los Cardones en Tafí del Valle. Desde allí envía un ultimátum al
General Celedonio Gutiérrez “si insiste usted en hacerme disparar tiros, le aseguro por mi honor que
degollaré a todos los jefes y oficiales que tengo prisioneros y cuantos tome en adelante” 12
Lanzaba esta proclama un día después del triunfo de Urquiza en Caseros. ¡Qué lejos
estaba el Coronel Álvarez de sospecharlo! Prosiguió su marcha sobre Tucumán y el 10 de
febrero derrota al comandante Pérez en Tapia. Pero el destino le tenía reservada la negra noche

8
El Señor Saturnino Álvarez Costas envió al Museo Histórico Provincial una fotocopia de este documento que es conservado
por su familia (Archivo Museo Histórico Provincial Pte. Nicolás Avellaneda.)
9
Carta de J. C. Álvarez a su esposa. Vipos 3.3.1851. Archivo L. A. de Murga.
10
Carta de J. C. Álvarez a su esposa. Lima 25.5. 1851. Archivo L. A. de Murga
11
Carta de J. C. Álvarez a su esposa. Lima, 25.7.1851. Archivo L. A. de Murga
12
JACINTO L. YABEN, Biografías argentinas y sudamericanas,. pág. 152
del 15 de febrero, en el Manantial le sorprendieron las tropas de Gutiérrez. Es tomado
prisionero y se ordena su ejecución.
En capilla escribe su última y desgarradora carta a su adorada esposa Panchita: “…en
este momento debo morir y debes consolarte porque mi delito no es otro que haber peleado por la libertad
de mi patria. Te ruego seas virtuosa como siempre y que cuides de la educación de mis hijos. Di a mis
amigos que perdonen como yo a mis enemigos que la posteridad hará justicia a tu desgraciado marido.
Un abrazo a mis tres hermanitos y para ti un continuo recuerdo de tu afmo. esposo. J. C. Álvarez”13.
Enfrentó la muerte con proverbial valor. No quiso que le vendasen los ojos. Erguido y
arrogante, cayó abatido para siempre. Al decir de Sarmiento “murió en la demanda por exceso, por
demencia de valor empeñado en rendir el solo un batallón de infantería”14
Irónico destino. Luchó cuando ya no era necesario. Rosas ya había sido derrotado el 3
de febrero, la noticia no se conocía aún en Tucumán, cuando el General Celedonio Gutiérrez
ordenó su ejecución, el 17 de febrero de 1852. Toda una vida de desencuentros y una muerte
inútil. A los 33 años, el coronel Juan Crisóstomo Álvarez muere sin conseguir la paz y la
tranquilidad que como hombre, desde el exilio clamara. Tuvo que quedarse con la leyenda que
conocidas las causas que la motivaron, destacan la personalidad del hombre- héroe.

13
La reproducción fotográfica de este documento se conserva, donador por Roberto, Jorge, Aníbal y Horacio Murga,
juntamente con el retrato de J. C. Álvarez, en el Museo Histórico Provincial Pte. Nicolás Avellaneda de Tucumán
14
DOMINGO F. SARMIENTO, “Obras de Sarmiento”, tomo XIV, pág. 363

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