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Tradición milenaria
Los grandes Maestros constructores de las catedrales góticas fueron los
últimos exponentes de Creadores inspirados en la Tradición milenaria de
Occidente que se apoya en la sana Vida Espiritual del Pueblo.
Desde los albores de nuestro orden civilizado, los Pueblos Occidentales han
manifestado la incomparable creatividad y fertilidad que yace en su
potencialidad biopsíquica, a través de aquellos de sus miembros excepcionales
que la Providencia escoge como voceros del sentir metafísico y religioso
popular; de su Cosmovisión.
Estos Hombres Creadores tenían el genio necesario para darle forma
conciente –sea en la religión o en las artes- aquello que latía secretamente y
en forma inconciente en el Espíritu de sus Pueblos; en su inconciente colectivo.
Nutriéndose de esas fuentes ocultas en la Sangre de sus pueblos, fueron
forjando el Alma de Occidente, cuyo origen se pierde en la noche de los
tiempos, milenios antes del inicio de la historia escrita. Y es precisamente en
tiempos históricos que vemos su resurgimiento en Egipto y, siguiendo el
camino de siete mil años, su desplazamiento geográfico hacia el noroeste, por
Grecia, Roma y finalmente Europa septentrional.
Así, desde los mas remotos tiempos han existido un feliz equilibrio entre los
pueblos sanos y fuertes que dieron nacimiento y alimento a las elites creadoras
que a su vez alimentaban el desarrollo de esos mismos pueblos.
Armonía
El instinto de esos Pueblos les dictaba la necesidad vital de vivir en armonía
con el orden de la naturaleza, lo cual era exaltado em sus símbolos, sus
Dioses, su sentido de lo Eterno. Honraban a estos Dioses erigiéndoles Templos
usando la piedra, aquella “prima matéria” que los pueblos extraían de las
entrañas de la tierra para que sus Hombres Creadores –aplicando una técnica
perfeccionada y un arte íntimamente inspirado en el Orden Natural-
garantizarán que esos símbolos de lo Eterno perdurarán por milenios. Todo lo
demás era secundario para estos pueblos: la economía, el intelectualismo, el
“interés privado”. Lo esencial era que su Espíritu hecho piedra perdurara en el
tiempo y el espacio. Su Arte era inseparable de su religión y de su
Cosmovisión, pues en éstas yacía aquello que separaba abismalmente al
Hombre de lo animal; y se conocía el peligro de recaer en lo animal. La Vida
del Hombre exige un constante esfuerzo hacia arriba, hacia lo Solar, caso
contrario las fuerzas oscuras y lunares lo atrapan. De ahí se entiende la gran
lucha de Occidente contra los dioses lunares de Oriente, que también
reflejaban el espíritu de sus pueblos, tan fundamentalmente distinto al nuestro.
Este Orden Creador se mantiene intacto hasta bien avanzada la era Cristiana
con el advenimiento del Gótico en cuyo florecimiento del siglo X al siglo XIV se
ve coronada magníficamente esta constante de construir para la Eternidad.
Las grandiosas catedrales de piedra que fueron brotando del suelo normando
como gigantescos bosques reflejan el orden y la proporción universales. En
sus columnas, vitrales y torres se plasma la Gran Tradición de Occidente,
sutilmente mimetizada bajo la circunstancial simbología cristiana.
Símbolos de Occidente
Los Maestros constructores de estos templos –anónimos en su mayor parte- se
inspiraron en fuentes antiquísimas, poblando la piedra y el vidrio con los
eternos símbolos de Occidente.
Sus naves magníficas con hileras de enormes columnas que como troncos de
gigantescos arboles abren sus ramas hacia las altas galerías y bóvedas y sus
coloridos vitrales que filtran la luz solar como frondosas copas arbóreas imitan
las sendas hundidas en el bosque primaveral nórdico que antiguamente unían
en forma totalmente recta los centros sagrados célticos.
Nos retraemos así a aquellas épocas en que aún entendíamos el canto de los
pájaros y el misterio del añejo roble...
Este fue el último florecimiento de lo que podemos llamar el estilo Grande de
Occidente y fue posible pues en aquél entonces que los pueblos aún
mantuvieran sus instintos sanos y su cohesión psicobiológica intacta, lo que
permitía mantener fuerte y vigente ese puente que el inconciente tiende a
través del tiempo con los antiguos arcanos del conocimiento; aquello que
algunos llaman la memoria genética. Así pudo surgir con un estilo nuevo, la
vieja sabiduría que duerme en nuestras almas.
Estilo gótico
Tomemos como ejemplo de este fenómeno a la Catedral de Chartres, que es
una de las precursoras del estilo Gótico Grande y que se alza en Normandia
sobre la antigua colina de los Carnutos -estirpe Celta- y más precisamente,
sobre un antiguo templo druida, parte de cuya antiquísima cripta con su famosa
Virgen Negra se incorporó a la Catedral. La Tradición señala que esta Virgen
Negra se remonta a varios milenios antes de Cristo y estaría directamente
vinculada al culto de Isis. Esto ha hecho que la colina de Chartres sea un lugar
de peregrinación desde las épocas más remotas. El cristianismo luego
mantuvo esta tradición y Chartres siguió siendo uno de los tres grandes
centros de peregrinaje de Europa Occidental, junto con Santiago de
Compostella y Canterbury (este último también sobre una antigua colina
sagrada celta). Tan venerable era la tradición relacionada con Chartres que
hasta las hordas jacobinas la respetaron en su mayor parte.
Siguiendo nuestra milenaria Tradición, este templo -al igual que las pirámides
del Antiguo Egipto o el templo celta de Stonehenge en Inglaterra está
sutilmente orientado respecto del firmamento, de manera tal que, por ejemplo,
cada 21 de junio (solsticio de verano septentrional), a exactamente el mediodía
local, un haz de luz solar penetra por un punto claro en el Vitral de St.
Apollinaire e ilumina una única piedra blanca en el crucero sur por unos
escasos momentos.
Los Maestros constructores de estos templos nos son mayormente
desconocidos aunque nos han dejado su sello simbólico en los enormes
laberintos grabados a lo ancho del transcepto de las naves madre y
transversal, en alusión directa al gran arquitecto Dédalo y a Taseo, vencedor
solar del telúrico Minotauro.
Técnica y arte
Ellos supieron unir técnica y arte en estos templos en los que lo vertical
predomina y vence a lo horizontal; donde altísimas bóvedas desafían a la
gravedad, pues parece imposible que las delgadas columnas y vitrales puedan
soportar su peso. Precisamente ese peso era ingeniosamente trasladado a
soportes en el exterior del templo a través de arcos y puentes que a su vez
originan un maravilloso efecto arquitectónico externo.
Fue la máxima espiritualización de la piedra. Al penetrar en la misteriosa
penumbra allí reinante, el Hombre percibe su pequeñez ante la grandeza
cósmica; la mirada se vuelve forzosamente hacia arriba y la inspiración así
inducida es reforzada con los sones del órgano, padre de todos los
instrumentos musicales cuyo único hogar es la catedral.
La Catedral era obra -La Obra- de generaciones y se nutría de la genialidad del
Pueblo, el cual aunque viviera en aparente pobreza material (si lo miramos con
los ojos del hombre moderno materialista), sentía, sin embargo, que perduraba
eternamente en La Obra a la que consagraba su vida. Cada gremio, cada
corporación -clérigos, laicos, nobles, militares- coordinaba sus esfuerzos para
consumar la perfección de La Obra bajo la conducción de sus Creadores.
Una guilda aportaba un vitral en honor a su santo patrón; una corporación
apoyaba la construcción de una capilla o conjunto de esculturas; un gremio
construía el órgano mayor. Era el Pueblo unido en forma jerárquica y articulada
aportando sus fuerzas espirituales y materiales para consumar una meta
superior que sintetizaba su Honor y su Orgullo: La Obra. Así, ese Pueblo sano,
fuerte, anónimo, fue el fértil sustento de esos genios Creadores. Ante tales
sentimiento y metas, el factor económico tenía un lugar muy secundario y
subordinado.