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Guillermo Pilía: releyendo nuestra tradición poética

Esteban Moore, Punta del Este, Uruguay, 2009.

Guillermo Pilía, nacido en 1958, en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, da a


conocer su primer libro de poemas Arsénico en 1979, tenía entonces veintiún años de edad.
La publicación de este volumen, además de ratificar su mayoría de edad, pone en escena
una envidiable madurez poética. Horacio Castillo, refiriéndose a Arsénico sostuvo que
Pilía transfiere a su obra: “ rigor, orden, equilibrio, religiosidad, pasión por esa cualidad
que impregna todas las cosas y que alguna vez llamé, con un neologismo, misteriosidad.
Esas connotaciones aparecen ya en su primer libro, caracterizado por un lenguaje
ascético, una prometedora impersonalidad y el clima sombrío, corrosivo —el propio título
lo designa— de la época; libro que dejaba, con todo, lugar a la esperanza.”
La aparición de Arsénico coincide con un momento muy particular en el panorama poético
argentino, la irrupción de un conjunto de nuevas voces, cuyas miradas plenas de diversidad
no sólo buscan alternativas estéticas o de difusión para su producción personal; tienen en
mente una noción ampliada de lo que significa una tradición poética. Esta debe incluir
obligada e indudablemente los términos ‘reescritura’, ‘traducción’ y ‘apropiación’. Desde
los ahora mitificados 60, definidos por Ramón Plaza 1 con toda crudeza, como un espacio
de “simultáneos proyectos antagónicos”, no había ocurrido un hecho de esta magnitud, el
que caracterizaría a la década de los 80, la que se distinguiría en este campo por la
aceptación del otro, o si se quiere, de lo otro. Actitud relevante pues manifiesta que las
poéticas de distinto cuño y raíz, no se imponen unas a otras, todo lo contrario, éstas
interactúan, se traducen entre sí. Asimismo, a mediados de ese año se intensifican las
actividades en el campo poético, aparecen varias revistas, entre ellas: Poddema, Último
reino, Satura, Xul y La danza del ratón. Las que desde el campo poético y la palabra fueron
como lo definiera Jorge S. Perednik “objetos de resistencia al estado de cosas reinante en
esa época” o, si se prefiere, lugares para la reflexión, las que promovieron otros aspectos no
menos importantes de la difusión cultural: talleres, lecturas públicas, la edición de libros y
la presentación de los mismos, signando el período.
En perspectiva podríamos definir ese momento como uno en el que fructifica una saludable
proliferación de poesías; en el que emergen simultáneamente enunciados que adscribían y
representaban en tono local y de distinta manera una serie de corrientes estéticas y sus
renovadas variantes: romanticismo, surrealismo, barroco, experimentalismo, coloquialismo,
objetivismo y concretismo. Pero, quizás lo más significativo del período es la gran cantidad
de poetas que publicaron en aquellos años su primer libro que no tuvieron ningún grado de
afiliación con las corrientes mencionadas, o simplemente se ubicaron o ‘fueron ubicados en
la periferia de las mismas’. Éstos sin estridencias personificaron búsquedas más íntimas en
las que se propusieron esencialmente templar su instrumento verbal. Daniel Fara en Signos
vitales 2, una acotada antología de la poesía de los 80, se refiere a esta categoría como la de
los ‘independientes’: “Muchas, distintas, cualidades pueden hacer del poeta ese
conciliador prodigioso de lo ajeno y lo propio; no es condición poseerlas todas pero si la
que falta es una en especial, las otras se disgregan. Esa cualidad es la independencia. Hoy
por hoy, hasta el periodista de una red mediática puede proclamarse independiente, es tan
fácil, se duerme bien y todo. Ser independiente es la cuestión. ¿De qué se trata entonces?
¿De ser ateo, autodidacta, autónomo, cosmopolita, desagregado, desligado, distinto,
emancipado, exento, inconformista, insular, libre, manumiso, nómade, posmoderno,
trasgresor? Tal vez, de alguna forma, eventualmente..., mejor dicho, todo eso que aporta
al thesaurus de la obviedad, no hace a la independencia, si es que hablamos de poesía.”
La independencia, en poesía, de acuerdo a lo expresado por Fara estaría dada por otros
elementos, sería otra cosa en tanto el corpus poético se proponga expresar, como nos lo
hace notar Pilía en sus textos, un sujeto lírico que a todos incluya y represente.
Es decir la puesta en escena de un proceso dialogal; asistido por esa palabra, ese
fragmento de un verso, una frase de un texto cualquiera; los restos de una conversación
cotidiana, que pueden transformarse en la materia que produzca esa primera pequeña
iluminación de la que se desencadenará, inicialmente, el contrapunto de voces y sonidos
que habitan y son requeridos por el poema. Ecos que inician entre sí un intercambio íntimo
que se corresponde con aquellas voces que habitan las páginas amarillas, subrayadas y
anotadas de los libros que aguardan al autor en su biblioteca personal, cuya geografía es en
realidad autobiografía. Odysseas Elytis en Libro abierto sostuvo al respecto: "Si existe una
visión humanística acerca de la misión del arte, sólo podemos entenderla como una
operación invisible, un facsímil de aquel mecanismo que llamamos justicia, por supuesto
no me refiero a la justicia de las cortes y los juzgados, sino a aquella otra justicia que se
consuma lentamente y dolorosamente en las enseñanzas de los grandes magistrados de la
humanidad, en el esfuerzo dedicado a la liberación social y en todas las grandes
realizaciones poéticas. De un esfuerzo de esta índole nacerán las gotas de luz que caerán
aquí y allí en la vasta noche del alma como gotas de jugo de limón en el agua
contaminada."
La independencia desconoce ciertos adjetivos entre los que se destacan ‘nuevo’ y ‘original’,
los que no existen como sostiene Ezra Pound para el poeta que quiera realizar un trabajo
bien hecho, quien además debe resistirse en nuestro medio al populismo, pulsión que rige la
vida política, social y cultural. Estrategia que puede ser descrita como la simplificación en
exceso de problemas complejos, perceptible en cientos de textos y que se corresponde con
las prácticas del clientelismo político llevados al campo literario con el fin de captar
discípulos y lectores, en las que se percibe la estandarización y empobrecimiento poético: la
lista de compras de una honorable ama de casa puede ser antologada junto a un poema de
Joaquín Giannuzzi o de Ricardo Zelarayán.
Kenneth Rexroth en una carta dirigida a W.C. Williams, reconoce al poeta como aquél que:
"crea relaciones sacramentales que perduran en el tiempo", y esta labor requiere, dice, de
un largo aprendizaje y una profunda disciplina de trabajo de la que no está excluida la
lectura de los clásicos, el aprendizaje de otras lenguas y la traducción. En el campo de la
traducción, no se debe descartar aquella realizada en la propia lengua, es decir la reescritura
en términos actuales con una voz renovada de aquellos textos centrales a nuestra propia
tradición. O lo que Borges define como las producción de nuestros mayores, para quienes
"El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fue la contradicción de su mano". En
muchos casos relegados, desechados, ensombrecidos por los acontecimientos culturales y
las modas de las últimas décadas, surgidas a ritmo televisivo, en una sociedad fragmentada
que posee una mente escindida, obstinada en desconocer la ley de la causa y el efecto.
Es en este contexto que Guillermo Pilía, no sin obstinación, desarrolla sus estrategias de
lectura y escritura, camino de ida y vuelta, denotación y connotación asociándose para
nominar el mundo de manera alternativa. “ La palabra viene de las cosas, / parte desde su
centro y las circunda, / les da peso y medida.”3 Estrategias que no rechazan u ocultan
orígenes e influencias. El autor con picardía criolla nos deja entrever a través del poema, en
el armado del mismo, las músicas ajenas entreverándose con la propia; acto que nos dice
con la humildad del que maneja su instrumento que este es el único camino para constituir
una poética propia. No obstante, en su afán de no ser un simple epígono, declara sus
deudas: Rimbaud, Trakl, Saint-John Perse, Montale, Quasimodo, Rilke., el último Juan
Ramón Jiménez, Caballero Bonald, Claudio Rodríguez, Ricardo Molinari, Alberto Girri,
Enrique Molina, Leopoldo Marechal, Horacio Castillo, Horacio Preler y Rafael Felipe
Oteriño. A los que agrega a través de dedicatorias en distintos libros a Luis Benítez, Jorge
García Sabal y César Cantoni, poetas contemporáneos y cercanos en el tiempo, con ello
certifica que es una mentalidad atenta a la época, cuya producción poética nace de un
compromiso a fondo con la existencia y el lenguaje; en el que la realidad y la experiencia
personal se han conjugado dialécticamente hasta destilar un universo poético de rasgos
propios.
En las últimas décadas la poesía argentina se ha caracterizado por una rica y varia
producción. El espacio poético está surcado por voces que buscan amparo en diversas
propuestas estéticas o, que formulan desde miradas diferenciadas, alternativas para una
relectura de nuestra incipiente tradición poética, tarea a la que está abocado Guillermo
Pilía, en la que brilla con luz propia.

1- Ramón Plaza: El ’60 Poesía Blindada, Libros de la Gente, Sur, Buenos Aires, 1990.
2-Daniel Fara: Signos vitales: una antología poética de los 80. La Pecera, Mar del Plata, 2002.
3- Guillermo Pilía: Caballo de Guernica, Ediciones al Margen, La Plata, 2001.

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