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Nuestras oraciones

por los difuntos


Obispo Alejandro Mileant
Traducido por Ludmila Betin de Mottola

Contenido: Participación de una persona después de la muerte. Necesidad de orar por los difun-
tos. Compasión cristiana hacia los que sufren. Oraciones de la Iglesia por los difuntos. El oficio de
Responso o Panijida.
Comentario sobre lo que sucede al alma despues de la muerte.

Participación de una
persona después de la muerte
La muerte es el fin ineludible de toda vida orgánica en la tierra, asimismo del ser humano. Pero
desde el punto de vista cristiano, la muerte de la persona no es un hecho normal o indispensable.
la muerte de una persona es el resultado de la desobediencia de nuestros antepasados. Dios le ad-
vertía a Adán respecto a los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal, diciéndole “De
cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no come-
rás, porque el día que comieres de él morirás” (Génesis 2:17). de Adán la muerte pasó a sus
descendientes. Sin embargo la muerte no es la destrucción de su personalida o de su ser, sino la
destrucción temporal de su envoltura corpórea.
Las palabras “De la tierra eres y a ella volverás” se refieren al cuerpo de la persona. el
alma de la persona, como lleva en sí la imagen y semejanza del Creador, es inmortal: “Vuelva el
polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es Quien se lo dio” (Eclesiástico
2:17). el alma después de su separación con el cuerpo continua pensando, sintiendo y accionando,
pero en un mundo distinto, que no se asemeja a nuestro mundo material. la vida se le otorgó al
hombre, para que él aprenda a tener fe, para hacer el bien y para que desarrolle sus talentos. Todo
ello conforma su riqueza espiritual, o, por las palabras del Salvador “Su tesoro en el cielo.”
La muerte física trae el resultado de la vida de la persona, presentándose su alma para ren-
dir ante Dios y para recibir el premio o el castigo. Pero este juicio inmediato después de la muerte
no es un juicio definitivo, ya que es enjuiciado solo el alma, sin el cuerpo. Sobre la existencia del
juicio previo el Apóstol San Pablo escribía. “Está establecido que los hombres mueren una sola
vez y luego el juicio” (Hebreos 9:27).
Al finalizar el mundo, después de la resurrección de todos los muertos, se va a realizar para
todos el Juicio Final en el cual Dios va a juzgar a todas las personas al mismo tiempo. Entonces
cada persona, ya con su cuerpo resucitado, recibirá su eterno premio o su eterno castigo.
Sobre el estado del alma después del Juicio Particular, la Iglesia Católica Ortodoxa ense-
ña así:

“Creemos, que las almas de los muertos se regocijan o sufren según sus obras. al separarse
de sus cuerpos, ellas inmediatamente van hacia la alegría, o hacia las penas y el sufrimiento: o
sea no sienten ni el bienestar total, ni el total sufrimiento, ya que el total bienestar o el total
sufrimiento cada uno lo recibirá después de la resurrección de todos, cuando el alma se una
con el cuerpo, en el cual vivió virtuosamente, o viciosamente (Epístolas de los Patriarcas
Orientales sobre la fe ortodoxa, 18).

De esta manera, existen dos estados después de la muerte, uno para las almas virtuosas — en el
paraíso, otro para las almas pecadoras — en el infierno. la Iglesia Ortodoxa no reconoce la ense-
ñanza de los Católicos Romanos sobre el estado intermedio del purgatorio. los Padres de la Igle-
sia al nombrar la “Gehena” se refieren al estado después del juicio final, cuando la muerte y el Ha-
des serán arrojados al lago de fuego (Revelacio 20:15).
Mientras la persona está viva, Dios le da la posibilidad de arrepentirse y cambiar sus faltas.
Después de la muerte se le quita la posibilidad del arrepentimiento aunque, no significa que al mo-
rir la persona y no corresponderle el Paraíso, va a ser condenada al tormento eterno.
Hasta el juicio final los tormentos de los pecadores en el infierno son temporarios y pue-
den ser aliviados y hasta sacados por las oraciones de las personas creyentes y de la Iglesia (Epís-
tolas de los Patriarcas Orientales). Las oraciones por los difuntos siempre les traen beneficio y
ayuda. Si ellos no fueran dignos del paraíso, estas oraciones les alivian su situación después de la
muerte, pero si ellos se encuentran en el paraíso, estas oraciones los alegran y los iluminan más
todavía.
A continuación explicaremos el porque de la fuerza de las oraciones por los difuntos

Necesidad de
orar por los difuntos
Para valorizar la fuerza de las oraciones por los difuntos, hay que entender, que la muerte separa
solo el contacto físico entre las personas pero queda el contacto espiritual. Este contacto se efec-
túa a través de la oración. el Evangelio nos señala que la oración, unida con la fe, tiene muchísima
fuerza. Ella por las Palabras del Señor, puede hacer mover las montañas. el señor Jesucristo y Sus
Apóstoles enseñaban a los cristianos a rezar unos por los otros.
El Evangelio y otros libros del Nuevo Testamento contienen muchos ejemplos de ello, de
cómo la oración de unos ayudaba a otros. Así, por la fe de un funcionario real el Señor sanó a su
hijo (Juan 4:46-53); por la fe de una mujer cananea, fue curada por el Señor su hija endemoniada
(Mt. 15:21-28) por la fe de un padre fue curado su hijo sordomudo endemoniado (Marcos 9:17-
27). por pedido de los amigos de un paralítico el Señor lo perdonó y lo curó (Marcos 2:2-12).
“Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba,
y a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo
Jesús la fe de ellos lo perdonó y lo curó;” por la fe de un centurión fue curado su criado (Mt.
8:5-13).
Además el Señor realizaba muchísimas curaciones milagrosas a distancia. San Juan el Teó-
logo nos convence para que nos dirijamos en oración al Señor, creyendo que el Señor va a cum-

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plir nuestro pedido, diciendo: “En esto está la confianza que tenemos en Él (Jesucristo), en que
si Le pedimos algo según Su voluntad, el nos escucha” (1 Juan 5:14).
La oración al poseer una gracia muy fuerte; no tiene límites, y su poder no disminuye con
la distancia. Siendo el resultado del amor, ella, como un haz de luz, penetra en el alma de las per-
sonas uniendo a todos los que rezan al Señor (unos con otros). en este sentido es educativo el si-
guiente histórico relato. Una vez, caminando por el desierto, San Macario de Egipto, encontró
una calavera humana.
Al tocar el Santo la calavera con un palo de una palmera, esta emitió una voz. En respues-
ta al Santo, ¿De quién eres? La calavera contestó: “Yo fui un sacerdote pagano, y viví en este lu-
gar. Tu Abad Macario, compadécete de nosotros, los que nos encontramos en el permanente tor-
mento, y reza por nosotros, pues tu oración nos trae consuelo.” el Santo preguntó, “¿En qué con-
siste el consuelo de mi oración?” la calavera respondió, “Cuando tú rezas por nosotros, aparece
luz, y nosotros comenzamos a vernos, unos a los otros.”
De esta manera, la oración unifica (reúne) nuestro mundo con el otro mundo, en el que se
encuentran los Angeles, los Santos y nuestros parientes y amigos que se fueron. Desde el momen-
to de la Resurrección de Jesucristo la muerte perdió su anterior significado nefasto, pero comenzó
siendo el principio de una nueva vida. Como enseña el Apóstol Pablo (Romanos 8:38, Rom 14:8-
9). “Ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro ni las
potestades, ni la altura, ni la profundidad podrá separarnos del amor de Dios....” “Si vivimos
para el Señor vivimos, y si morimos para el Señor morimos. Así que, ya vivamos o muramos, del
Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vi-
vos.” por ello no solamente se puede rezar, sino que se debe rezar, tanto por los vivos como por
los muertos, porque por la Palabra del Salvador Para Dios todos están vivos (Lucas 20:38). “No
es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para el todos viven.”
Los cristianos, que se van de este mundo, no cortan su vínculo con la Iglesia, a la cual perte-
necían durante su vida. Pero ellos, si son justos tienen la posibilidad de rezar por nosotros ante el
trono del Señor, pero necesitan de nuestras oraciones, si no son merecedores de entrar en el paraí-
so el Apóstol Pablo asemeja a la Iglesia con una montaña alta, la cual con su pedestal se sostiene
sobre la tierra, y con su cúspide se extiende hacia el cielo, “Vosotros, en cambio os habéis acer-
cado al Monte Sión, a la ciudad de Dios Vivo la Jerusalén celestial, y a incontables (muchísi-
mos) Angeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscriptos en el cielo y a Dios,
Juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, Mediador
de una nueva Alianza” (Hebreos 12:22-24).
En otras palabras, de acuerdo al Apóstol, existe una comunión viva y muy cercana entre la
Iglesia Celestial y la Terrenal. Desde los tiempos apostólicos, basándose en la creencia de esta uni-
dad y en la fuerza de la oración se estableció la costumbre de, apoyar el vínculo con los difuntos:
pedir a través de la oración ayuda a los santos y mártires cristianos, para que intercedan ante Dios
; también nombrar a los fallecidos en las oraciones por los difuntos, en el Réquiem (misa por los
difuntos) y en las Liturgias.

Consuelo
a los Que Sufren

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¿Cómo no sufrir, cuando se va de nuestro lado, una persona muy querida y cercana,al otro mun-
do? Hasta el Señor Jesucristo sufrió y lloró cuando murió su amigo Lázaro. Aunque la natural
tristeza por los muertos no debe llevar al cristiano a la depresión o a la queja.
La muerte no es la supresión (desaparición) de la persona, sino la separación temporal en-
tre el cuerpo y el alma. Siendo un estado temporario, la muerte en el Nuevo Testamento y en las
primeras notas cristianas se denomina sueño — dormición (Hechos 13:36 por ejemplo, la festivi-
dad Dormición de la Virgen Maria).
Se denomina muerte al sueño en relación al cuerpo, pero el alma del difunto prosigue su
consiente vida. Las capacidades mentales y espirituales de la persona no se debilitan después de la
muerte, sino que por lo contrario, reciben una gran fluidez y agilidad, al no ser oprimidos por el
cuerpo.
Para no sufrir en forma desmedida por la pérdida de un ser querido, hay que pensar, que la
muerte física tiene su lado positivo. Ella trae alivio a la persona, de todos los quehaceres y esfuer-
zos diarios, de todos los posibles sufrimientos, dolores y miedos, los cuales llenan nuestra existen-
cia terrenal. Ella es la transición a un mundo mejor, en donde brilla la luz eterna, y reina la verdad
de Dios, adonde no hay tristezas, y las almas de los justos encuentran la felicidad y tranquilidad
eterna.
La fuente principal de consuelo para el cristiano debe provenir de que todos nosotros vamos
a resucitar después de muertos, nos vamos a reencontrar con las personas amadas, y vamos a vi-
vir eternamente. El motivo por el cual el Hijo de Dios llego a la tierra fue para devolverle a las
personas la vida inmortal; perdida a causa del pecado.
La Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos fue el comienzo de nues-
tra resurrección. Nosotros conmemoramos con tanta felicidad la celebración Pascual justamente
porque festejamos la eliminación de la muerte, la destrucción del Hades, el otro comienzo de la
vida eterna.
El Apóstol Pablo reconforta con estas palabras a los cristianos que perdieron a sus queri-
dos. “Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no
os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y
que resucitó, de la misma manera Dios llevará Consigo a quienes murieron en Jesús.” Seguida-
mente, el Apóstol explica que los vivos no recibirán la recompensa antes que los que previamente
fallecieron. Porque la recompensa completa vendrá para todos los justos al mismo tiempo.
“Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor no nos adelantare-
mos a los que murieron. el Señor mismo por el anuncio dado por la voz de un Arcángel y por la
trompeta de Dios, bajará del Cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar., se-
remos arrebatados en nubes, junto con ellos al encuentro del Señor en los aires. y así estaremos
siempre con el Señor” (1 Tes. 4:13-18). Luego el Apóstol explica el punto de vista cristiano sobre
la vida y la muerte: “Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra casa terrestre, se desmoro-
na, tenemos una morada que es de Dios, eterna, no hecha por la mano del hombre, que está en los
cielos. y así suspiramos en éste estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habita-
ción Celestial, para que estando vestidos no nos encontremos desnudos. Al estar en esta tienda
(terrenal), gemimos abrumados porque no queremos ser desvestidos sino sobrevestidos para que
lo mortal sea absorbido por la vida. y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos ha dado
en arras el Espíritu.
Así, pues llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos
lejos del Señor, (pues caminamos en la fe y no en la visión). “Estamos, pues, llenos de buen áni-
mo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor...” (2 Corintios 5:1-15).
Tratemos de consolarnos, con éstas ideas y con otras semejantes frente a la pérdida de
nuestros seres queridos. Su ida al otro mundo nos debe recordar la cercanía de nuestro propio fin.

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Por ello, al rezar por ellos debemos rezar también por nosotros, para ser merecedores de un fin
cristiano, indoloro, digno y en paz y para que todos podamos escuchar una respuesta favorable en
el juicio de Jesús.

Oraciones de la Iglesia
por los difuntos
La santa Iglesia Ortodoxa, como madre solícita, diariamente en todos sagrados oficios eleva sus
impetraciones por los partidos al país de la eternidad; por ejemplo, en el oficio de medianoche se
leen los tropariones y oraciones por los finados, y éstos se conmemoran en las letanías finales; lo
mismo se efectúa también en el servicio vespertino. En las vísperas y maitines se conmemoran los
difuntos durante las llamadas letanías mayores cuando se canta “Perdónanos, Señor.” Se mencio-
nan tres veces en el transcurso de la liturgia: en la proscomidia, en la ectenia a continuación del
Evangelio y durante la consagración eucarística cuando se canta “Es digno y verdadero.” Aparte
de eso, para la oración por los difuntos está designado un día de la semana, el sábado, cuando co-
rresponde réquiem con la excepción de las fiestas que coincidan con ese día...
La santa Iglesia, al rezar por todos padres y hermanos nuestros difuntos, también, cum-
pliendo con nuestro piadoso deseo, efectúa la conmemoración particular recordando a cada uno
de nuestros familiares o amigos difuntos en los días de su memoria y especialmente en los impor-
tantes días tercero, noveno y cuadragésimo. la conmemoración en estos días pertenece a la tradi-
ción apostólica, y se basa en las causas siguientes.
En el tercer día: primero, porque el difunto fue bautizado en nombre del Padre, Hijo y Es-
píritu Santo, Dios único en la Santísima Trinidad, y guardaba sin mácula la fe incorrupta recibida
en el sacramento de bautismo; segundo, porque ha conservado las tres virtudes teologales, que
sirven de base para nuestra salvación, a saber: la fe, la esperanza y la caridad; tercero, porque su
entidad tenía tres potencias interiores: intelectual, sensual y del deseo, con las cuales pecamos to-
dos nosotros y por cuanto los actos del hombre se expresan de tres maneras: por actos, palabras y
pensamientos: por eso conmemoramos tres veces suplicamos a la Santísima Trinidad que perdone
al difunto todos sus pecados cometidos por medio de las tres potencias mencionadas.
Aparte de esta importancia teológica de la conmemoración de los difuntos en el tercer día,
tiene también significado místico relacionado con el estado ultratumba del alma del difunto. Cuan-
do san Macario de Alejandría pidió al Ángel que el acompañaba en el desierto que le explique el
significado de la conmemoración eclesiástica en el tercer día, el Ángel contestó: “Cuando al tercer
día se hace la ofrenda en la iglesia, el alma del difunto recibe del Ángel que la guarda un alivio en
la aflicción que siente después de la separación del cuerpo, el cual viene gracias a las alabanzas y
ofrendas hechas por ella en la Iglesia de Dios, lo que produce una piadosa esperanza, ya que se
permite al alma que pasee con sus Ángeles acompañantes en cualquier parte de la tierra. Por eso
el alma que quiere a su cuerpo vaga a veces en las cercanías de la casa donde está colocado su
cuerpo, y de esta manera pasa dos días como un ave que busca su nido. En cuanto al alma virtuo-
sa, visita los lugares donde solía hacer la verdad. Y al tercer día El que ha resucitado también or-
dena al alma para imitarlo, que suba al cielo para adorar al Dios de todos.”
Al noveno día la santa Iglesia presenta sus oraciones y el incruento sacrificio por el difunto
para que su alma sea digna de incorporarse al coro de los Santos por oraciones y presencia de los
nueve coros angélicos. San Macario de Alejandría, conforme con la revelación del Ángel dice que
“después de la adoración de Dios en el tercer día sale orden para mostrar al alma las diferentes y
agradables moradas de los Santos y la belleza del paraíso. Todo eso contempla el alma durante
seis días admirando y alabando al Creador de todos, Dios. Contemplando tanta hermosura el alma

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experimenta un cambio y olvida la aflicción que sentía al hallarse en el cuerpo. Pero si tiene culpa
de pecados, al observar el gozo de los Santos empieza a sufrir y acusarse a sí misma, diciendo:
“¡Ay de mí! Cuánto me agitaba en el mundo. Al ser arrastrada por el deseo de satisfacer las pasio-
nes pasé la mayor parte de mi vida descuidadamente sin servir a Dios debidamente para también
dignarme gozar de esta gloria y bienaventuranza. ¡Ay de mí, pobre!” Después de contemplar du-
rante seis días toda esta alegría de los Santos, se eleva otra vez por los Ángeles para adorar de
nuevo a Dios.
Basándose en la tradición apostólica, que había aceptado para la Iglesia de Cristo la anti-
gua costumbre hebraica de llorar por los difuntos durante cuarenta días, la santa Iglesia estableció
con justeza y piedad desde la más antigua época como regla general, oficiar por los difuntos en el
lapso de cuarenta días y, especialmente en el cuadragésimo día. Como Cristo venció al diablo pa-
sando cuarenta días en ayuno y oración, exactamente de la misma manera la santa Iglesia, al ofre-
cer durante cuarenta días oraciones, limosna y sacrificios incruentos por el difunto, implora al Se-
ñor que envíe su gracia para vencer al enemigo, el príncipe del aire, de las tinieblas, y heredar el
Reino de los Cielos.
San Macario de Alejandría, razonando acerca del estado del alma humana después de la
muerte del cuerpo, prosigue: “Después de la segunda adoración, el Señor de todos ordena que se
acompañe el alma hasta el infierno y que se le muestren los sitos de tortura, diferentes sectores del
infierno y la multiplicidad de las torturas de los impíos, donde las almas de los pecadores lloran sin
cesar y se oye el rechinar de sus dientes. Durante treinta días, estos diversos lugares de tormentos
el alma los recorre temblando para no quedar clavada en medio de ellos. Al cuadragésimo día ella
de nuevo se eleva para la adoración del Señor Dios. Ahora sí el Justo Juez determina donde a de
ir definitivamente de acuerdo a lo que corresponde según sus obras.” Es grandísimo este día para
el difunto porque se decide su suerte ya antes del Juicio Final de Dios; por lo tanto, con mucha ra-
zón, la santa Iglesia prescribe la oración diligente por los finados en este día.
Por eso la conmemoración de los difuntos durante la primera fase después de su falleci-
miento, es importante e indispensable ya que alivia su transición desde la tierra hacia el cielo a lo
largo de las llamadas calamidades. San Cirilo de Alejandría prosigue: “Durante nuestra separación
del alma del cuerpo, aparecerán, por un lado, los ejércitos y poderes celestes, y por otro, las po-
testades de las tinieblas, los malos príncipes del mundo, torturadores y denunciadores de nuestras
obras... Al divisarlos el alma se turbará, trepidará y en su alboroto y terror buscará la protección
de los Ángeles de Dios. Sin embargo, aún después de obtener la defensa angélica, al recorrer el
espacio aéreo encontrará los “puestos aduaneros” que exigen impuestos y vedan el camino hacia
el Reino de Dios. Cada uno de estos puestos exigirá que se rindan cuentas por tales o cuales peca-
dos particulares.
Recordar a los difuntos en el día de su muerte al año o en años venideros se hace para re-
novar nuestro amor para con ellos, con la asistencia de oraciones y limosnas, lo que les trae mu-
cha alegría; además, el día del fallecimiento es el día de su segundo nacimiento para la nueva vida
inmortal.
La santa Iglesia estableció además días especiales que vulgarmente se llaman “paternales”
para el recuerdo solemne común de todos los cristianos fallecidos en la verdadera fe.
Así es por ejemplo el sábado (de abstinencia de carne) o sea el sábado que precede la se-
mana cuando se puede comer queso que esta destinado a la conmemoración de todos los difuntos
desde el más remoto tiempo con la fe y esperanza de la resurrección, desde Adán hasta la actuali-
dad, porque el día siguiente, el domingo, se realiza la memoria del segundo y temible advenimien-
to de Cristo y el fin del mundo. La santa Iglesia al recordarnos la llegada del Justo Juez de los vi-
vos y muertos nos incita no solamente para que nos preocupemos por nosotros mismos, sino tam-
bién por todos los difuntos. “En este día nuestra oración intercede con fuerza particular por los

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hermanos que no están debidamente sepultados: los ahogados muertos en el campo de batalla, fa-
llecidos en terremotos, asesinados, quemados en los incendios, desgarrados por las fieras, aves de
rapiña y las víboras, perecidos por los rayos y muertos por el frío, a los que mató la espada, tiró
abajo el corcel, sepultó la avalancha, privó de vida el vino, algún veneno o un hueso atragantado,”
rogando al Juez Justo para que manifieste su benevolencia para con ellos en el día de Su recom-
pensa sin acepción de personas. Únicamente estarán fuera de la rememoración de la Iglesia los
que se han privado de la vida por su propia voluntad.
Sábado antes de Pentecostés, o sea, en vísperas del día de la Santísima Trinidad. En el día
de Pentecostés la redención del mundo fue estampada ilustrativamente por la potencia ejecutora
del Espíritu de Consolación santísimo y derramado con gracia sobre todos los vivos y muertos;
por eso la santa Iglesia al igual que el sábado anteriormente citado (que representa el último día
del mundo), en la de la Trinidad, que representa el último día de la Iglesia del Viejo Testamento,
antes de manifestar en toda su gloria el día de Pentecostés, reza por todos los difuntos, y en el
mismo día de Pentecostés, conforme con las palabras de las oraciones compuestas por San Basilio
el Magno, ruega al Señor para que dé eterno descanso a los “padres, hijos y hermanos, junto con
otros allegados muertos anteriormente con espera de la resurrección y de la vida eterna e inscribir
sus nombres en el libro de la vida, consolando sus espíritus sobre el pecho de Abraham.

Responso
(Oficio por los Difuntos o Panijida)

Diácono: Bendice, soberano.


Sacerdote: Bendito es nuestro Dios en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros. (3 veces)
Lector: salmo 91 (90).

Letanía de la Paz
Diácono: En paz roguemos al Señor.
Coro: Señor ten piedad (repitiendo este canto a cada nueva invocación).
— Por la paz que viene desde lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
— Por la remisión de los pecados, en la bienaventurada memoria del (de los) presentado/s (nuevo
presentado), roguemos al Señor.
— Por el (los) siempre recordado/s siervos de Dios (nombre) por su descanso, paz y bienaventu-
rada memoria, roguemos al Señor.
— Para que le/s sea perdonada toda transgresión voluntaria e involuntaria, roguemos al Señor.
— Para que se presente sin condenación ante el temible trono del Señor de la gloria, roguemos al
Señor.
— Por aquellos que lloran, que sufren, y que esperan el consuelo de Cristo, roguemos al Señor.
— Para que sea liberado de todo sufrimiento, de toda tristeza y de toda pena, y se conceda habi-
tar donde se contemple la luz del rostro de Dios, roguemos al Señor.
— A fin de que el Señor nuestro Dios disponga su/s alma/s en la morada luminosa, de abundancia
y de paz, allí donde se encuentran todos los rectos, roguemos al Señor.
— Para que se unan con los que habitan en el seno de Abraham, de Isaac y de Jacob, roguemos al
Señor.

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— Para que nos libere de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.
— Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y protégenos, ¡Oh, Dios!, por tu gracia.
— La misericordia divina, el reino celestial y el perdón de sus pecados pedimos a ellos y enco-
mendándonos nosotros mismos, y los unos a los otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A Ti, ¡Oh, Señor!

Sacerdote: ¡Pues Tú eres la resurrección, la vida y el descanso de Tu/s difuntos siervos (nombre/s)
¡Oh, Cristo Dios nuestro! y te elevamos gloria, junto con tu Padre sin comienzo y con tu Santísi-
mo, Bueno y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.

Aleluya
Diácono: Aleluya, tono 8˚.
Versículo: Bienaventurados, Señor, aquellos que tú has elegido y recibido.
Coro: Aleluya, aleluya, aleluya. (Después de cada versículo).
Versículo: Su memoria perdurará de generación en generación.
Versículo: Sus almas habitarán entre los buenos.

Troparios, tono 5˚.


Coro: Con tu profunda sabiduría y amor a la humanidad, todo lo ordenas y brindas a todos lo que
es de su beneficio, Unico Creador, Haz descansar Señor el alma de tus siervos, pues han cifrado
su esperanza en Ti, Creador, Hacedor y Dios nuestro.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amen. En Ti tenemos nuestro amparo y puerto seguro, Tú que oras permanentemente y cuya ora-
ción es agradable a Dios a quien diste a luz, Madre de Dios no desposada, eres la salvación de los
fieles.

Troparios, tono 5˚.


Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
El coro de los Santos encontró la fuente de la vida y las puertas del paraíso. Pueda yo tam-
bién encontrar el camino por el arrepentimiento; yo soy la oveja descarriada, llámame, Salvador, y
sálvame.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Oh Santos, que predicasteis al Cordero de Dios y fuisteis inmolados como corderos, siendo trasla-
dados a la vida gloriosa y eterna, pedida, Mártires, sin cesar al Cordero de Dios que nos dé el per-
dón de nuestros pecados.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Todos los que habéis andado en esta vida por el camino estrecho y penoso, que habéis llevado la
cruz como yugo y me habéis seguido con fe, venid, gozad de las recompensas y de la corona ce-
lestial, que os he preparado.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Yo soy la imagen de tu gloria inefable, aunque llevo en mí las llagas de los pecados: Ten pie-
dad de tu criatura, Soberano, y purifícala con tu entrañable bondad. Concédeme la patria tan año-
rada y hazme de nuevo habitante del paraíso.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.

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Tú que, al principio, de la nada me formaste y me honraste con tu divina imagen, y que,
cuando falté a tus mandamientos, me hiciste volver a la tierra, de la cual fui tomado, restituye en
mí tu imagen, para que se renueve en mí la primitiva hermosura.
Bendito eres, Señor, enséñame tus mandamientos.
Concede, oh Señor Dios, el descanso a tus siervos y llévalos al paraíso, donde los Coros de los
Santos y los rectos brillan como astros. Haz descansar a tus siervos difuntos, perdonándoles todos
sus pecados.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Cantemos con piedad a la Triple Luz de la Unica Divinidad, exclamando: Santo eres Tú, oh
Padre Eterno, con Tu Hijo, igualmente Eterno, y el Espíritu Divino. Ilumínanos a los que te servi-
mos con fe y líbranos del fuego eterno.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén
Regocíjate, Purísima, que concebiste en la carne a Dios, para que todos fuéramos salvados, y por
ti la humanidad encontró la salvación. Que por tu mediación encontremos el paraíso, oh Pura y
Bendita Madre de Dios.
¡Aleluya, aleluya, aleluya, gloria a Ti Oh Dios! (3 veces).

Letanía
Diácono: Una y otra vez roguemos en paz al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: También rogamos por el descanso de las almas de tus difuntos siervos de Dios (nombre)
y para que les sea perdonado todo pecado, voluntario e involuntario.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Para que el Señor Dios disponga sus almas allí donde los rectos descansan.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: La misericordia divina, el reino celestial y el perdón de sus pecados, pedimos a Cristo,
Rey Inmortal y Dios nuestro.
Coro: Concédelo, Señor.
Diácono: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.

Sacerdote: Pues Tú eres la resurrección, la vida y el descanso de tus difuntos siervos (nombre)
¡oh, Cristo Dios nuestro! Y te elevamos gloria, junto con tu Padre sin comienzo y con tu Santísi-
mo, Bueno y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Coro: Amén.

Troparios, tono 5˚.


Haz descansar, ¡Oh Salvador nuestro! a tu/s siervo/s, con los rectos y hazlo/s habitar en tu mora-
da, según está escrito, olvidando, como Bueno que eres, todos sus pecados voluntarios e involun-
tarios, los cometidos con conocimiento o por ignorancia ¡oh, amante de la humanidad
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Oh Cristo Dios! Que iluminaste al mundo, naciendo de la Virgen, y que por ella nos mani-
festaste como hijos de la luz, ten piedad de nosotros.

El Canon, tono 6˚.

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Sacerdote: Haz descansar Señor, el (las) alma/s de tu/s siervo/s difunto/s.
Coro: Haz descansar Señor, el (las) alma/s de tu/s siervo/s difunto/s.
Sacerdote: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Coro: Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Oda 3a.

Coro: Nadie es santo como Tú Señor, Dios mío, tú has exaltado la fuerza de tus fieles ¡Oh Bueno!
y nos has afirmado sobre la piedra de Tu confesión.

Letanía
Diácono: Una y otra vez roguemos en paz al Señor.
Coro: Señor ten piedad
Diácono: — También rogamos por el descanso de las almas de tus difuntos siervos de Dios (nom-
bre) y para que les sea perdonado todo pecado, voluntario e involuntario.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: — Para que el Señor Dios disponga sus almas allí donde los rectos descansan.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: — La misericordia divina, el reino celestial y el perdón de sus pecados, pedimos a Cris-
to, Rey Inmortal y Dios nuestro.
Coro: Concédelo, Señor.
Diácono: — Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.

Sacerdote: Pues Tú eres la resurrección, la vida y el descanso de tus difuntos siervos (nombre)
¡Oh, Cristo, Dios nuestro! y te elevamos gloria, junto con tu Padre sin comienzo y con tu Santísi-
mo, Bueno y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Coro: Amén. Verdaderamente, todo es vano, y la vida es sombra y sueño. En vano se agita todo
ser terrestre, como lo dicen las Escrituras, pues aunque adquiramos el mundo nos espera la tum-
ba, donde moran juntos reyes y mendigos. Por eso, Oh Cristo, concede el descanso a tu siervo
presentado, Tu que amas a la humanidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Santísima Madre de Dios, no me abandones durante mi vida y no me entregues a guardianes hu-
manos, sino protégeme y ten piedad de mí.

Sacerdote: Haz descansar, Señor, el alma (las almas) de tu/s siervo/s difunto/s.
Coro: Haz descansar, Señor, el alma (las almas) de tu/s siervo/s difunto/s.
Sacerdote: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Coro: Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Oda 6a.

Cuando vi el mar de la vida agitado por el huracán de las tentaciones, arribé a tu puerto sereno,
exclamando: Libra de la corrupción mi vida. Señor Misericordioso.

10
Letanía
Diácono: Una y otra vez...
Sacerdote: Pues Tú eres la resurrección...

Kondakio (tono 8˚).

Con los Santos haz morar, oh Cristo, el alma de tu (s) siervo (s), donde no hay tristeza, ni dolor,
ni angustia, sino vida eterna.
Tú sólo eres inmortal, Tú que has creado y formado al hombre. Nosotros los humanos he-
mos sido formados de la tierra y vamos a ir a la tierra, como lo mandaste, oh Creador, cuando di-
jiste: Eres tierra y volverás a la tierra. Allá iremos todos los hombres al son de lamentos fúnebres:
Aleluya, Aleluya, Aleluya.

Sacerdote: Haz descansar, Señor, el (las) alma (s) de tu (s) siervo (s) difunto (s).
Coro: Haz descansar...
Sacerdote: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Coro: Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Sacerdote: Haz descansar, Señor...
Coro: Haz descansar, Señor...
Sacerdote: Bendecimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Señor.
Coro: Ahora y siempre...
Diácono: A la Madre de Dios y de la Luz, con cantos exaltemos.
Coro: Los espíritus y las almas de los rectos te alabarán Señor.

Oda 9a.

Dios, a quien los hombres no pueden ver ni las órdenes angelicales se atreven a mirar, se manifes-
tó a la humanidad como el Verbo encarnado; por Ti oh Purísima, exaltándolo con los ejércitos ce-
lestiales, te celebramos.

Lector: El “Padre nuestro.”


Sacerdote: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, ¡oh! Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.

Troparios (tono 4)

Haz descansar las almas de tus siervos con las almas de los rectos difuntos ¡Oh, Salvador! guar-
dándolas para la vida bienaventurada, que hay en Ti, amante de la humanidad. En tu lugar de re-
poso, Señor, donde todos los santos descansan, haz descansar también las almas de tus siervos,
porque solo Tú amas a la humanidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Tú ¡oh, Dios! descendiste al hades y rompiste las cadenas de los cautivos; Tú mismo haz descan-
sar el alma de tus siervos.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Tú, única pura y casta Doncella, que concebiste a Dios sin simiente, ruega por la salvación del
alma de tus siervos.

11
Letanía

Diácono: Ten piedad de nosotros, ¡oh, Dios! por tu gran misericordia, te suplicamos, escúchanos
y ten piedad.

Coro: Señor, ten piedad. (3 veces a cada invocación.)


Diácono: — También rogamos por el descanso de las almas de los difuntos siervos de Dios (nom-
bre) y para que les sea perdonado todo pecado, voluntario e involuntario.
Diácono: — Para que el Señor Dios disponga sus almas allí donde los rectos descansan.
Diácono: — La misericordia divina, el reino celestial y el perdón de sus pecados, pedimos a Cris-
to, Rey Inmortal y Dios nuestro.
Coro: Concédelo, Señor.
Diácono: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.

Oración
Sacerdote: ¡Oh Dios de los espíritus y de toda carne!, que venciste la muerte, anulaste al diablo y
diste vida a tu mundo: Tú mismo, ¡oh, Señor! haz que descansen en paz las almas de tus difuntos
siervos (nombre) en la morada luminosa, en la morada de abundancia, en la morada de descanso,
donde son repelidos el dolor, la tristeza y el lamento. Perdónales todo pecado por ellos cometi-
dos, en palabra, obra o pensamiento, pues eres Dios Bueno y amas a la humanidad. Porque no
existe hombre que no peque mientras viva. Tú eres el único sin pecado, tu verdad es verdad por
los siglos, y verdad es tu palabra.
Pues Tú eres la resurrección, la vida y el descanso de tus difuntos siervos (nombre) ¡oh, Cris-
to Dios nuestro! y te elevamos gloria, junto con tu Padre sin comienzo y con tu Santísimo, Bueno
y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.

Diácono: Sabiduría.
Sacerdote: ¡Santísima Madre de Dios, Sálvanos!
Coro: Tú eres más honorable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Sera-
fines. Te glorificamos a Ti que diste al mundo a Dios el Verbo, sin dejar de ser virgen, y que eres
la verdadera Madre de Dios.
Sacerdote: Gloria a ti, Cristo Dios, esperanza nuestra, gloria a ti.
Coro: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.
Coro: Señor, ten piedad, Señor, ten piedad, Señor, ten piedad. Bendice.

Sacerdote: Tú que resucitaste de entre los muertos, ¡oh, Cristo! nuestro Dios verdadero, por in-
tercesión de tu Purísima Madre, la gloriosa siempre Virgen María, de los Santos Apóstoles, de
nuestros devotos y rectos padres y de todos los santos, lleva el alma de tu siervo (nombre) que se
alejó de nosotros a la morada de los rectos, hazla descansar en el regazo de Abraham, cuéntala
entre los Santos y ten piedad de nosotros, Tú que eres Bueno y amas a la humanidad.
Coro: Amén.

12
Diácono: Concede Señor, descanso perpetuo en el sueño bienaventurado a tu siervo difunto
(nombre) y otórgale eterna memoria.

Coro: Memoria eterna. (3 veces).

*** *** ***

Comentario sobre lo que


sucede al alma despues de la muerte
No se nos da a conocer a través de las Sagradas Escrituras; cual es el proceso de un juicio parti-
cular después de la muerte de una persona. Nosotros podemos en parte juzgar sobre ello por frac-
ciones de manifestaciones encontradas en la Palabra de Dios.
Así es natural pensar,que en el juicio particular hay una gran participación en el destino de la
persona, tanto de los Angeles buenos como de los malignos: los primeros son instrumentos (me-
dios de acción) de la gracia de Dios,, los segundos — porque Dios les permite, usandolos como
instrumentos de Su justicia.
En la parábola sobre el Rico y Lázaro (Lucas 16:19) se dice que Lázaro al morir fue llevado
por los Angeles junto al seno de Abraham. Murrio también el rico y fue sepultado. Estando en el
Hades, entre tormentos, levanto los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno, y gri-
tando dijo: ‘Padre Abraham ten compasión de mi, y envíame a Lázaro para que moje en agua la
punta de su dedo y refresque mi lengua porque estoy atormentado en esta llama.’ en la parábola
sobre el Rico insensato, Dios le dise: “¡Necio! Esta misma noche te reclamaran el alma; las co-
sas que preparaste. ¿Para quien serán? Así es el que atesora sus riquezas para si,y no se enri-
quece en orden a Dios.” Es evidente que la reclamaran los espiritus malvados.
Ya que por un lado, los Angeles de esos pequeños, por la Palabra del Señor, siempre ven el
Rostro del Padre Celestial, igualmente al finalizar el mundo el Señor va ha mandar a sus Angeles,
los cuales van a separar a los malos de entre los justos, y los echaran en el horno del fuego (Ma-
teo 13:49) por otro lado nuestro enemigo el diablo, ronda como león rugiente,buscando a quien
devorar (1 Pedro 5:8). “Porqué nuestra lucha es... contra los espíritus del mal que están en las
alturas, y su príncipe se llama el príncipe del imperio del aire, que es el espíritu que actúa en
los rebeldes” (Efesios 6:12 y 2:2).
Los Santos Padres desde la antigüedad ilustraban en base a los relatos de las Santas Escritu-
ras el camino del alma después de haberse separado del cuerpo, como un camino que atraviesa
distancias espirituales, en los cuales los espíritus del mal buscan devorar a los débiles espiritual-
mente, en donde por ello se necesita la protección y ayuda de los Angeles Celestiales y el apoyo a
través de las oraciones de los seres vivos de la Iglesia. Podemos mencionar a San Efren el Sirio,
San Atanasio el Grande, San Macario el Grande, San Basilio el Grande, San Juan el Teólogo y
otros, como algunos de los Padres que hablan de este tema desde la antigüedad Con mas detalles
explica esto San Cirilo de Alejandría en la “Palabras sobre la salida del alma.”
Este camino también esta ilustrado en la narración de la vida de San Basilio el Nuevo, en el
cual la justa difunta Teodora, (una viuda que sus últimos años de vida se dedico al cuidado del
Santo Padre, se le apareció en sueños a Gregorio el aprendiz de San Basilio el Nuevo y le relato,
que es lo que vio y que es lo que sucedió al separarse el alma del cuerpo, y también sobre su in-
greso a las moradas celestiales.

13
El camino que recorre el alma después de separarse del cuerpo se llama “Tormentos.” en
relación de lo expresado, el Mitropolit Macario de Moscú dijo que “Hay que recordar con firmeza
lo que le dijo el Angel a San Macario de Alejandría desde el comienzo del relato al instruirlo sobre
los “Tormentos”: Las cosas celestiales hay que recibirlas como las mas débiles ilustraciones terre-
nales, he imaginarse los tormentos lo mas que se pueda en un sentido espiritual, mas que bajo la
sensibilidad de un parámetro humano
Dijo un Santo Padre, que si uno quisiera imaginarse el infierno no podría, pues, aunque uno
juntase todo el horror del mundo, este, comparándolo, ni siquiera seria una gotita de agua en el
océano. Asimismo si uno quisiera imaginarse el cielo no podría, pues, aunque uno juntase todo lo
mas hermoso de este mundo, este, comparándolo, ni siquiera seria una gotita de agua en el océa-
no. en un momento del relato,Teodora le contó que al pasar de un espacio espiritual al otro,de los
“Tormentos” le dijo a los Angeles que llevaban su alma “pienso,que ninguna de las personas que
viven en la tierra sabe que es lo que sucede aquí, y que es lo que le espera al alma pecadora des-
pués de su muerte.” A lo que los Santos Angeles me respondieron: ¿Acaso las Sagradas Escrituras
no dan testimonio de todo lo que sucede aquí, y que además es leído permanentemente en todos
los templos por sus sacerdotes, las personas estan sumergidas en la agitación de la vida y sus pla-
ceres, anteponiendo la satisfacción de su vientre el temor de ofender al Señor? Ellos absolutamen-
te no piensan en la vida futura, en su eternidad, y no se acuerdan de las Palabras del Señor que
Dice: “Hay de vosotros, los que ahora estáis hartos! porque tendréis hambre! Hay de los que
reís ahora! porque tendréis aflicción y llanto!” (San Lucas 6:25).
Muchos piensan que todo lo escrito, son puros cuentos, y no le dan mucha importancia. Sin
embargo los que son misericordiosos con los pobres, los que ayudan con amor a los humildes en
sus necesidades y a los que colaboren con los que la requieran, recibirán el perdón de Dios por
sus pecados, y pasaran los “tormentos,” por haber dado su amor (misericordia), ya que las Sagra-
das Escrituras dicen (libro de Tobias 4:10-11). “Porque la limosna, libera de la muerte e impide
caer en las tinieblas Don valioso es la limosna para cuantos la practican en presencia del Altísi-
mo.” de esta manera los que son misericordiosos reciben la vida eterna, y los que no tratan de pu-
rificar sus pecados a través de la misericordia, no podrán evadir estas pruebas y sufrirán sus almas
los tormentos (que tu vistes) a los que las someterán las fuerzas del mal, llevándolas a las profun-
didades del infierno hasta el Juicio Final. a ti también te hubiera sido difícil escapar de ello, si no
hubieses recibido la ayuda de San Basilio el Nuevo relato, extraído de la vida de San Basilio el
Nuevo, cuya recopilación fue realizada bajo la supervisión de San Demetrio, en el libro corres-
pondiente al mes de marzo de la obra “Vida de los Santos.” en esos momentos reinaban en el Im-
perio de Bizancio el emperador León el Sabio (años 886-911).

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Missionary Leaflet # S17


Copyright © 2000 and Published by
Holy Protection Russian Orthodox Church
2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068
Editor: Bishop Alexander (Mileant)

(panijida_s.doc, 01-12-2000)

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Los difuntos esperan nuestra ayuda
Que aspecto triste nos ofrece el camposanto sembrado con las tumbas de nuestros conoci-
dos y amigos, nuestros padres y hermanos! He aquí todos ellos otrora pletóricos de vida, ahora,
de acuerdo con el Salmista, “pusiéronme en un profundo calabozo, en lugares tenebrosos, entre
las tinieblas de la muerte” (Sal. 87:7). Y si echareis la vista en las moradas sepulcrales de ellos
con simples ojos corporales, no encontrarías allí ni un solo rayo de luz, sólo hay tinieblas mayores
que las egipcias y frío más mortífero que el polar. Nos deberían suscitar sentimientos penosos, de-
soladores de terror y aflicción si no viésemos en este valle de lágrimas de Josafat nada aparte de
los sepulcros y tumbas de los seres humanos, no podría faltar el miedo y el temblor a las tinieblas
que cubrirían nuestras almas al pensar que nos espera la misma suerte, que para cada uno de no-
sotros se prepara aquí la idéntica morada, oscura y fría.
Sin embargo, en el medio de este valle de lágrimas se eleva el signo de la victoria de El
que ha venido al mundo para “alumbrar a todos sentados en la tinieblas y en la sombra de la
muerte,” Quien declaró la alegría de esta victoria sobre la muerte al bajar a la misma profundidad
del infierno, librando allí las almas de los creyentes que esperaban Su advenimiento. Tampoco
quedarán en el infierno las almas de nuestros partidos padres y hermanos si ellos habían fallecido
con la fe en el Señor. Pero nosotros, los vivos, podemos y debemos ayudarles para que se salven
de las mandíbulas del infierno.
Nosotros creemos que las almas de los hombres caídos en los pecados, quienes no tenían
desesperación a la muerte y ya antes de separarse de la vida actual se arrepintieron con sinceridad
ante Dios y sólo no pudieron traer los frutos dignos de la penitencia, tales como las lágrimas de
contrición, oraciones, limosna y, en general, todo lo que expresa activamente el amor al prójimo y
a Dios, — descienden al infierno y soportan allí los castigos por sus pecados, aunque no pierden
la esperanza de obtener alivio o liberación de los mismos. Pero con que medios? Naturalmente, no
por sus propios esfuerzos y méritos, ya que en la vida venidera no estarán en condiciones de hacer
algo bueno, digno de la compensación de sus pecados, sino gracias a las oraciones de la Santa
Iglesia, o sea, sus servidores además de los allegados y amigos, quienes pudieran hacer obras bue-
nas por ellos.
De modo que solamente por nosotros pueden alegrarse, obtener alivio y hasta completa li-
beración de las ataduras del infierno todos nuestros parientes ya partidos a la eternidad, con tal
que al ser pecadores no se han abnegado su fe hasta sus postrimerías, siempre cifrando su espe-
ranza en la misericordia del Señor (Plat. Espir. 1873).
Preocuparse por la salvación de las almas de los difuntos, rezar por ellas al Señor Dios im-
plorando que les perdone todos sus pecados voluntarios e involuntarios, es una obligación sagra-
da de cada hijo de la Iglesia Ortodoxa. A la oración por los difuntos nos incita la cristiana caridad,
por medio de la cual todos nosotros nos unimos con Cristo Jesús y formamos una fraternidad es-
piritual. Los difuntos son nuestros prójimos, a quienes Dios nos ordena amar como a nosotros
mismos (Mat. 22:39). Sería deseable para cada uno de nosotros que después de nuestra separa-
ción de la presente vida no nos olviden nuestros prójimos y que recen por nosotros. Para que se
cumpla esta esperanza, nosotros también tenemos que amar a nuestros difuntos. “La medida que
para otros usareis, ésa se usará para vosotros” (Lucas 6:38), dice la Palabra de Dios.
Por consiguiente, los que recuerdan a los difuntos serán recordados también por Dios y
por los hombres después de su partida de este mundo. Es grande la consolación y alta la recom-
pensa para el que libera al prójimo de una desgracia temporaria. Luego, qué premio tendrá el que

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ayudare al prójimo con sus oraciones constantes a obtener la absolución de los pecados aplacando
a Dios y quitando de esta manera un alma del abismo de la eterna desgracia, para poder heredar la
bienaventuranzas en la eternidad?
Sin hablar de la recompensa del futuro acaso el recuerdo orativo de los difuntos no inter-
cede por nosotros ante Dios también en actualidad, al manifestarse por la abundante bendición de
Dios? No por eso en el memento de difuntos tienen lugar a menudo los dulcísimos y enternecedo-
res sentimientos que alivian el alma en el caso de las personas que amando a los difuntos ofrecen
sendos recordatorios? En la conciencia se refleja la grandiosidad del bien que originan los recor-
datorios, los cuales regocijan el alma con incomparable alegría.

Cómo y con qué podemos ayudar a nuestros difuntos?


La ayuda que se presta a los difuntos incluye las oraciones por ellos, recordatorios, buenas
obras y, particularmente, el incruento sacrificio. El Santo Apóstol Juan habla acerca de la osadía
de las oraciones de los creyentes ante Dios: “Y la confianza que tenemos en El, es que si Le pedi-
mos alguna cosa conforme con Su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que nos oye en cuanto Le
pedimos, sabemos que obtenemos las peticiones que Le hemos hecho” (1 Jn. 5:14 -15).
Las oraciones por los difuntos que se llevan a cabo con fe y amor por nosotros en los
templos de Dios y en casas particulares son agradables para Dios, porque solicitamos de esta ma-
nera cosas buenas rogando por la salvación de las almas creadas a imagen y semejanza de Dios,
cara para el Señor como redimidas por la purísima sangre de Cristo, el Salvador del mundo. Ade-
más, en estas oraciones solicitamos el bien que complace a Dios. Propio Dios no quiere que pe-
rezca un alma humana, sino busca su salvación. “Yo no Me gozo de la muerte del impío, sino en
que él se retraiga de su camino y viva” (Ezq. 33:11).
Otro acto relacionado con la memoria de los difuntos es la limosna o sea, la distribución
de ciertos bienes terrenales entre los pobres que también son nuestros hermanos. Esta actividad
asimismo es favorable para los difuntos hasta cierto punto porque debido a los mendigos multipli-
camos la cantidad de hombres que rezan a Dios por la salvación del alma de un difunto, y parcial-
mente porque dando limosna en nombre de Cristo ejecutamos la más agradable obra para los ojos
de Dios. De esta manera ayudamos, abastecemos y consolamos a los hermanos por El amados. Al
mismo tiempo, el que da al mendigo no solamente tiene largueza con el hermano de Cristo, sino
con el propio Señor Cristo Dios nuestro. El mismo Dios dice por los labios del sabio: “A Dios
presta el que da al pobre” (Prov. 19:17).
El tercer acto que tiene parte en el recuerdo de los difunos, es la liturgia por los difuntos
o el ofertorio del incruento sacrificio por su salvación. Este acto de la Iglesia es el más potente y
radical para que los difuntos gocen de la misericordia de Dios. En este caso el propio Señor se sa-
crifica sobre el altar, y de esta manera hace que Su benevolencia absuelva los pecados del difunto,
por el cual intercede el grandísimo abogado, y por quien se ofrece el más eficiente sacrificio. ¿Se-
ría factible la esperanza del perdón para el reo donde el propio hijo del rey intercede por la abso-
lución? ¡Oh, sin lugar a duda! Lo mismo deberá esperar el difunto hermano nuestro, por quien se
ofrece el dicho incruento sacrificio con la firme esperanza que de este modo se borrarán todos los
pecados del difunto, de suerte que para éste se abre el camino de transición a un mejor estado.
Esta indudable esperanza de la santa Iglesia Ortodoxa se basa, por un lado, en el hecho que la
suerte de sus hijos difuntos todavía no es decisiva, y por otro, en el hecho de que la inefable mise-
ricordia Divina y el poder de los méritos de Cristo Salvador se extienden y estarán extendidos a
todos los tiempos y todos los seres humanos hasta el Juicio Final.
El santo Apóstol Pablo nos asegura acerca de la veracidad de lo expuesto, diciendo: Jesu-
cristo “con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados..... Y por cuanto per-

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manece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. Y por tanto, perfecto Su poder de salva a
los que por El se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos” (Hebr. 10:14 y 7:24-
25). San Cirilo de Jerusalén dice: “Vamos a rezar por todos los difuntos nuestros, creyendo que
sus almas obtienen una grandísima utilidad por el sacrificio ofrecido sobre el altar a favor de
ellas.” Las partículas que se sacan de la hostia durante la Divina proscomidia por las almas de los
fieles difuntos, se sumergen en la vivificadora sangre de Cristo, mientras que el sacerdote pronun-
cia: “Lava, oh Señor, los pecados de los difuntos mencionados aquí con Tu honorabilísima Sangre
con las oraciones de Tus Santos.” Y la sangre de Jesucristo purifica todos los pecados.
Tampoco son de poca utilidad para los difuntos otras oraciones y ofertorios que se reali-
zan en los templos y en casas particulares, tales como la lectura de los salmos, colocación de ci-
rios y uso de incienso y óleo.
Con ayuda de estos medios, las almas encerradas en el infierno pero no desprovistas de la
capacidad para la vida paradisíaca, que todavía incluyen la levadura del bien y la tendencia para
poseerlo, no obstante de la falta de obras buenas, pueden transitar desde la prisión espiritual a las
moradas celestiales. La Iglesia cristiana siempre creyó sin la menor duda en la potencia efectiva de
sus oraciones por los difuntos.
“Tratemos — dice San Juan Crisóstomo — de ayudar dentro de lo posible a los difuntos
en lugar de las lágrimas, lamentaciones, o suntuosos sepulcros, por medio de nuestras oraciones,
limosnas y sacrificios con el fin de obtener de esta manera para ellos y para nosotros los beneficios
prometidos”

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Panfleto Misionero # S08


Copyright (c) 2000 y Publicado por la Iglesia
Ortodoxa Rusa de la Santa Protección
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Editor: Obispo Alejandro (Mileant).

(panijida_s.doc, 01-15-2000).

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