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Historia de las crisis argentinas
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Historia de las crisis argentinas

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About this ebook

Este libro procura responder a una pregunta incómoda: ¿cómo es que Argentina llegó a derrumbarse? ¿Por qué motivos y de qué manera, un país al que Sarmiento imaginaba siguiendo los caminos de Estados Unidos, retrocedió sin pausa en sus niveles de desarrollo hasta parecerse a otros países del Tercer Mundo, con quienes nunca quisimos compararnos? A lo largo de esta obra, vamos a ver la conducta de las clases dominantes de Argentina, algunas de las cuales hicieron coincidir sus intereses con el crecimiento del país y otras con su desmantelamiento.
LanguageEspañol
Release dateMay 18, 2020
ISBN9789878321400
Historia de las crisis argentinas
Author

Antonio Brailovsky

Es licenciado en Economía Política. Es Profesor Titular en Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado (CBC-UBA) y Profesor Titular de Ecología (UB). Actuó como Profesor invitado en las universidades de Salta, La Plata, La Matanza, Río IV y San Martín (Argentina); y en las universidades Ezequiel Zamora, José Antonio Páez y Pedagógica de Maracay (Venezuela). Ha sido Convencional Constituyente de la Ciudad de Buenos Aires. Como Defensor Adjunto, estuvo a cargo de la primera Defensoría del Pueblo Ambiental del mundo en la ciudad de Buenos Aires. Ha publicado los siguientes libros sobre temas de ecología y medioambiente: Introducción al estudio de los recursos naturales; El negocio de envenenar; Memoria verde: historia ecológica de la Argentina; Agua y medio ambiente en Buenos Aires (reeditado bajo el título Buenos Aires y sus ríos); Verde que te quiero verde: las difíciles relaciones entre economía y ecología; La ecología del futuro de la Argentina; La ecología en la Biblia; Naturaleza y vida: propuesta de educación ambiental; El ambiente en las sociedades precolombinas; El ambiente en la sociedad colonial; El ambiente en la sociedad grecorromana; El ambiente en la Edad Media; Ésta, nuestra única tierra. También, ha publicado varias novelas, cuentos, obras de teatro y ensayos sobre historia económica.

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  • Rating: 3 out of 5 stars
    3/5
    Este es un libro que se explaya explicando cómo fue la economía en todos los gobiernos menos en los de Néstor Kirchner (le dedica dos páginas de loas) y Cristina Fernández (nunca la menciona). Ningún gobierno ha sido perfecto y hubiese sido bueno que hiciera una reflexión sincera de todos ellos y no solo de los que ideológicamente no le caen bien al autor.
  • Rating: 1 out of 5 stars
    1/5
    Lamentablemente es un libro muy sesgado, que obvia momentos importantes porque claramente contradicen la mirada del autor. Es una verdadera lástima porque el tema en cuestión es interesante, pero no es un libro al que acudiría (y mucho menos recomendaría) si quiero tener un acercamiento objetivo de la historia argentina

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Historia de las crisis argentinas - Antonio Brailovsky

ARGENTINAS

Antonio Brailovsky

Historia de las crisis argentinas

Antonio Brailovsky

ISBN: 978-987-8321-40-0

Arte de tapa: Las venas abiertas, de Raúl Ponce, 2018 (acrílico)

Diseño de tapa y diagramación: Mariana Cravenna

Corrección: Silvina Crosetti

© Editorial Maipue, 2020

Tel/Fax: 54 (011) 4624-9370 / 4458-0259 / 4623-6226

Zufriategui 1153 (1714) – Ituzaingó

Pcia. de Buenos Aires – República Argentina

Contacto: promocion@maipue.com.ar / ventas@maipue.com.ar

www.maipue.com.ar

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

Libro de edición argentina.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por otro cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el consentimiento previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Índice

Introducción

El derrumbe argentino

Capítulo 1

De las muchas formas de entender una crisis

¿De qué estamos hablando?

Las crisis tienen un momento histórico

La crisis desde una perspectiva de desarrollo

Capítulo 2

Las crisis en la época de la Generación del 80 (1860-1930)

El modelo de país

La crisis y la revolución de 1890

La gran deudora del sur

Crisis anteriores a la Gran Depresión

Primera crisis del siglo XX

Capítulo 3

Las crisis durante la fase de sustitución de importaciones (1930-1976)

El modelo de país

La Gran Depresión de 1929

Ciclo del período peronista

Aumentar el consumo para evitar la crisis

Instrumentos de política anticíclica: nacionalización del Banco Central y de los depósitos bancarios

Las crisis en los veinte años siguientes

Las crisis originadas en el Fondo Monetario Internacional

Capítulo 4

Las crisis durante la fase de modernización periférica y globalización (a partir de 1976)

El modelo de país

Las crisis en el gobierno de Alfonsín

Gobierno de Menem y construcción de la crisis perpetua

Las finanzas bajo la crisis

Capítulo 5

Las crisis del siglo XXI

Se viene el estallido

Una economía sin trabajo y sin dinero

Mauricio Macri o la crisis provocada por el gobierno de los empresarios

Capítulo 6

Conclusiones y propuestas

Destrucción del aparato productivo

La crisis y los gobiernos sin poder

Las crisis y el funcionamiento del multiplicador

Bibliografía

Introducción

El derrumbe argentino

"Si algo podemos aprender de la historia

es que no deberíamos confiar en quienes prometen

sufrimientos ahora, para tener felicidad después. Eso nunca pasó".

Slavoj Žižek

¿Qué día es hoy? Aureliano le contestó que era martes. Eso mismo pensaba yo, dijo José Arcadio Buendía. Pero de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes, como ayer. Mira el cielo, mira las paredes, mira las begonias. También hoy es lunes. Acostumbrado a sus manías, Aureliano no le hizo caso. Al día siguiente, miércoles, José Arcadio Buendía volvió al taller. Esto es un desastre –dijo–. Mira el aire, oye el zumbido del sol, igual que ayer y antier. También hoy es lunes.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

No quería reeditar este libro. Era redundante hacerlo. Pensé que después de haber analizado casi dos siglos de crisis económicas, ya no era necesario agregar nuevos elementos. Creí haber demostrado de una manera exhaustiva que las crisis no están causadas por la distribución de la riqueza sino por su concentración.

También mostré que las políticas de ajuste no solucionan las crisis sino que las agravan y que, sin embargo, se utilizan como pretexto para realizar esos ajustes. La realidad era tan transparente que podía dedicarme a escribir sobre otros temas, tal vez menos conocidos.

Por eso no le presté ninguna atención a mi editor, Andrés Gabor, cuando me pidió que hiciera una versión actualizada de este libro para la Editorial Maipue. Contra toda evidencia, pensé que no hacía falta. Caí en el prejuicio académico de creer que, una vez publicada una obra, el conocimiento ya estaba disponible para quien quisiera leerlo, sin necesidad de agregar nuevos detalles.

Subestimé los procesos de construcción de la ignorancia colectiva y el lavado de cerebro mediático sufrido por una sociedad entera, que creyó que el mercado era más importante que el trabajo.

Sin embargo, entre 2016 y 2019, bajo la gestión de Mauricio Macri, Argentina se endeudó por una gigantesca cantidad de dinero, un monto sin precedentes en el país ni en el mundo, dinero que no necesitaba y que nunca se aplicó a ninguna inversión productiva o de infraestructura. Inclusive, se endeudó a un plazo de 100 años, sin que nadie se molestara en explicar las ventajas de esa conducta tan irresponsable. Simultáneamente, se dedicó a regalarle esa inmensa fortuna al capital financiero local e internacional, al venderle esos dólares muy por debajo de lo que valían.

Una cosa son las cuentas de un país con pocas deudas y otra las de un país con una de las mayores deudas del mundo, cuyo dinero se evaporó al mismo tiempo que se lo recibía, regalado a las mismas personas que lo prestaban. Este país endeudado recurrió al Fondo Monetario Internacional, al que utilizó como pretexto para una formidable política de concentración de la riqueza. Previsiblemente, esto solo puede empeorar la situación de los que viven de su trabajo y mejorar la de quienes viven del trabajo ajeno.

Esto que parecía obvio para mí no lo era para una sociedad mareada por medios de comunicación cuyos dueños eran parte de los beneficiarios de esas maniobras, que solo pueden hacerse desde el poder. Fue el momento de responder al pedido de mi editor y preparar una nueva edición actualizada.

Este libro procura responder a una pregunta incómoda: ¿cómo es que Argentina llegó a derrumbarse? ¿Por qué motivos y de qué manera, un país al que Sarmiento imaginaba siguiendo los caminos de Estados Unidos, retrocedió sin pausa en sus niveles de desarrollo hasta parecerse a otros países del Tercer Mundo, con quienes nunca quisimos compararnos?

Estamos sometidos a un aluvión de respuestas simplistas. Nos dicen que los pobres y el Estado siempre gastan por encima de sus posibilidades. Como dos siglos atrás, afirman que los criollos no quieren trabajar y que el país saldría adelante con una población inglesa o con un gobierno de mano dura. Los prejuicios políticos nunca son inocentes. Trabajan sobre una matriz mental preexistente para dar respuestas falsas pero conocidas, que tranquilizan.

Como veremos, hay otras respuestas diferentes que adjudicar las crisis al despilfarro de los pobres o al exceso de gastos sociales.

Este libro tiene una historia casi tan larga como muchos de los procesos históricos que cuenta.

Su primera redacción correspondió a 1975 y fue publicado por el diario El Cronista Comercial.¹ Estuvo inspirado en las medidas recesivas conocidas como el Rodrigazo, y fue una advertencia sobre las políticas que vendrían pocos meses más tarde y regresarían durante décadas. Allá por agosto o septiembre de ese año, ese diario me invitó a colaborar en la edición de un Anuario referido a la crisis económica mundial y sus repercusiones sobre Argentina. Había un aspecto de esa crisis que me interesaba desarrollar: a esa altura de los acontecimientos, era previsible que en unos meses caería el gobierno justicialista de María Estela Martínez de Perón y que lo reemplazaría un gobierno militar cuyas concepciones económicas serían opuestas a las implementadas a partir de 1973.

Sobre nuestras mesas de trabajo continuaban acumulándose testimonios y evidencias, todos coincidentes y todos absolutamente impublicables en un país en el que había demasiada gente expresando sus intereses políticos con un revólver en la mano. Al mismo tiempo, un sentimiento de responsabilidad periodística me impulsaba a difundir de algún modo esa información, de la que disponía de más detalles a medida que pasaban los días. Sabíamos el nombre del futuro presidente, el de su ministro de Economía y las principales medidas que tomarían y el modo en que afectarían las condiciones de vida de la gente común. Y también sabíamos que quien publicara esos datos sería inmediatamente asesinado.

Paradójicamente, encontré la respuesta en la lectura del I Ching: Así como las estaciones del año se suceden unas a otras en cambio constante, repitiendo su ciclo, las fases de la sociedad siguen la misma pauta, dice el hexagrama 64 del Oráculo del Cambio.

Me pregunté si la historia se repetiría del mismo modo que las estaciones del año, o si tendría al menos la apariencia de una repetición. En ese caso, quizás las correspondencias entre una y otra época fuesen tan marcadas como para que los datos del presente pudieran servirme de parábola para hablar del futuro. Pero, ¿podría utilizar la historia lejana para difundir noticias tan precisas como lo eran la inminencia de un golpe de Estado y el programa económico que lo sucedería?

Decidí intentarlo: escribiría una historia de las crisis argentinas y orientaría la investigación hacia la búsqueda de similitudes entre la situación del momento en que estaba escribiendo y situaciones del pasado. Encontré demasiadas semejanzas. Lo que había empezado como un truco periodístico para decir una cosa hablando de otra, reveló una continuidad de estrategias. A lo largo de la historia argentina, en numerosas ocasiones, se utilizaron (y se provocaron) las crisis para concentrar la distribución del ingreso en pocas manos. La primera versión de esta obra (la que publicó El Cronista Comercial) expresaba mi desconcierto ante tantas coincidencias.

Es cierto que cada crisis es única y tiene peculiaridades que la distinguen. Pero la crisis es un fenómeno abstracto y debe ser administrado por hombres concretos. Y esos hombres eran rigurosamente idénticos, calcos fieles unos de otros, empecinados en una reiterada obstinación, en repetir las conductas de sus mayores, con apenas unos pocos rasgos de imaginación para variar ligeramente sus respuestas, pero dejando todo como estaba.

Encontré escritos de Juan Bautista Alberdi, de 1877, en los que se anunciaba el plan económico liberal que Martínez de Hoz empezaría a aplicar un siglo después y que Mauricio Macri completaría cuatro décadas más tarde. Leí escritos de Mariano Fragueiro, de 1850, en los que se recomendaba aplicar, con criterio anticíclico, la misma política de centralización de los depósitos bancarios que instrumentaría el peronismo en 1946 y nuevamente en 1973. A esta altura, tuve la misma sensación que José Arcadio Buendía: sentí que en Argentina el tiempo había fallado y no hacía más que dar vueltas en redondo.

La segunda redacción de este libro tuvo lugar en 1982 y fue publicado por las editoriales De Belgrano y Círculo de Lectores,² en plena Guerra de Malvinas, cuando pocos editores se atrevían a divulgar críticas tan directas a la dictadura. Para muchas personas, expresó el sentimiento de quienes veían derrumbarse el país que habían conocido y la esperanza de que la democracia fuera capaz de reconstruirlo.

Durante los felices días iniciales de la democracia, cuando todas las audacias parecían posibles, esta obra fue el libro de cabecera de decenas de miles de personas que creían que las cosas podían mejorar. Los elogios de todos los medios de prensa fueron desmesurados. Fue libro de texto en todas las universidades del país, agotó edición tras edición y estuvo muchas veces en la lista de best sellers.

Sin embargo, con el paso de los años, envejeció conjuntamente con la esperanza. Poco a poco quedó claro que autor y lectores habíamos vivido una ilusión óptica. El libro de 1982 ponía el acento en las semejanzas entre las distintas crisis económicas de nuestra historia y las diferentes políticas económicas que debían haberlas paliado. Esto tenía mucho que ver con la impresión de que Martínez de Hoz había hecho una política semejante a la de los ministros conservadores de muchas décadas atrás. En realidad, la persona misma del principal ministro de Economía de la dictadura era muy parecida a las de sus antecesores, pero había diferencias en las políticas que estaba aplicando.

Así, a medida que las políticas económicas que vivíamos se iban distanciando de las de otros tiempos, las interpretaciones del libro perdían sustento. En Argentina el tiempo vuelve a discurrir, aunque quizás no lo haga en la dirección deseable.

La tercera redacción de este libro (publicada también por la Editorial de Belgrano) fue actualizada en 1995,³ en medio de la fiesta menemista, y fue una voz solitaria que advertía que las cosas no iban tan bien como parecían, ya que los economistas de la democracia pensaban lo mismo que los economistas de la dictadura (y en unos cuantos casos, eran las mismas personas).

Aproveché esa reedición para dar vuelta el enfoque: ahora el libro hablaba de la especificidad de cada crisis económica en su particular momento histórico. De alguna manera, todas las crisis son distintas y esto nos ayuda a percibir detalles y matices. Sin embargo, aunque no haya continuidad en la economía, a menudo existe continuidad en la cultura: en las voces de políticos y economistas encontramos sorprendentes coincidencias a lo largo del tiempo. Las más inquietantes tienen que ver con pedir siempre un nuevo sacrificio inútil a los sectores sociales más postergados.

En ese momento, el libro fue un completo fracaso editorial. En 1996 los argentinos vivíamos la ilusión de que nunca más tendríamos inflación. El peso valía un dólar y seguiría valiendo un dólar para toda la eternidad. Los viajes a París y Miami estaban al alcance de la mano. Todos pensaban que los que depositaran dólares en los bancos después recibirían dólares. Nadie quiso escuchar que la burbuja estaba a punto de estallar y que la crisis estaba mordiéndonos los talones.

Recordemos que al hablar de crisis económicas, no estamos refiriéndonos solamente a la variación de ciertas estadísticas, aunque las utilicemos con más frecuencia de la que quisiéramos. Hablamos de una de las peores formas del dolor humano, ya que se trata de un dolor evitable. Cada crisis significa la frustración de innumerables deseos y esperanzas, la pérdida de potencialidades humanas. En cada crisis se pierden vocaciones, dejan de realizarse matrimonios, hay hijos que no nacerán y casas que no llegarán a construirse o a habitarse. También hay gente que enferma o que muere y otra que lleva una vida desdichada en la desocupación o la miseria.

La palabra crisis significa ruptura, y este libro habla de la forma en que la ruptura de las condiciones económicas limita a los seres humanos concretos en sus vidas cotidianas. Esto tiene que ver, además, con el lenguaje en que está escrito. Cuando el único destinatario de una obra son los colegas del autor, se utiliza un lenguaje técnico que solo ellos puedan manejar. Pero cuando nos interesa que las personas afectadas comprendan de qué manera la economía incide sobre sus vidas, el lenguaje apropiado es el mismo que usan los diarios y revistas de circulación masiva.

A principios del siglo XX, Argentina fue escenario de una de las migraciones más importantes de la historia de la humanidad.⁴ Millones de personas cruzaron el océano en busca de una nueva tierra donde hacer la América. Muchos de ellos lo lograron y los hijos de inmigrantes se incorporaron a un lugar donde desarrollarse, lejos de las guerras europeas y sus períodos de hambruna.

Se encontraron con una clase dominante que eligió construir un país que fuera la síntesis de las grandes potencias europeas, y una gran ciudad que las igualara o superara en la magnificencia de sus palacios. Se atribuye a André Malraux la expresión: Buenos Aires es la capital de un imperio que nunca existió. Esa oligarquía construyó un modelo agroexportador, lo que significó un país rico con un pueblo pobre.

A mediados del siglo XX, una clase industrial en ascenso organizó un modelo diferente del anterior, de desarrollo fabril volcado al mercado interno. La identidad entre trabajadores y consumidores hizo posible una alianza social y política que logró niveles de redistribución de los excedentes nunca antes alcanzados y hasta ahora nunca repetidos. La asociación con el poder del Estado hizo posible la paradoja de empresarios ricos con empresas pobres, empresas que después quedaron retrasadas frente a los cambios tecnológicos del resto del mundo.

A fines del siglo XX, una nueva alianza que abarcó a los sectores más concentrados con apoyo militar desmanteló los mecanismos de redistribución de la riqueza y puso en marcha un modelo de país pensado para pocos de sus habitantes, en el cual las ganancias de las corporaciones ya no dependieran del nivel de vida de la población. Entramos así en un modelo de país pobre con empresas ricas.

A lo largo de esta obra vamos a ver la conducta de sucesivas clases dominantes de Argentina, algunas de las cuales hicieron coincidir sus intereses con el crecimiento del país y otras con su desmantelamiento. En diversas oportunidades la herramienta utilizada fue una crisis económica. Algunas fueron crisis originadas en las complejas situaciones de los mercados internacionales. Otras fueron crisis provocadas deliberadamente para concentrar la distribución del ingreso. Y hubo otras maniobras económicas que se presentaron como crisis sin serlo. Fue frecuente el uso de estadísticas para mentir descaradamente, aprovechando la ilusión generalizada de que la economía es una ciencia exacta.

Las crisis que ha sufrido nuestro país no se comprenden si no se las pone en el marco del movimiento general de la economía y los correspondientes conflictos de intereses. Mirarlas aisladamente solo nos daría un conjunto de anécdotas. Gran parte de la literatura profesional sobre este tema está centrada en aspectos técnicos financieros y presupuestarios, lo que esconde que las técnicas son formas de implementación de políticas. Por eso este libro incluye cuestiones de historia económica y política de Argentina y algunas referencias a fenómenos complementarios ocurridos en otros países.

Esa historia es, también, la de los infinitos esfuerzos hechos por las personas comunes para mejorar su situación y cómo los sectores más concentrados les quitaron el producto de su trabajo. La documentación existente es sencillamente infinita, lo que nos obliga a presentar muchos hechos de un modo esquemático para poder llegar a un libro de tamaño manejable.

Las personas que ingenuamente creen que el objetivo de la ciencia económica es aumentar la riqueza tal vez se asombren al conocer la cantidad de veces en las que la política económica estuvo orientada a destruir la riqueza o a impedir que se creara, con tal de concentrarla en pocas manos. Se han cometido infinitos errores, pero los daños mayores no surgen de los errores sino de conductas deliberadas.

Entre 1950 y 2014, Argentina tuvo ocho recesiones. En el mismo período, Chile y Brasil tuvieron tres recesiones y México solo dos.⁵ Esas diferencias no son un misterio, son el resultado de una política deliberada. Un aspecto sugestivo es que las ediciones anteriores de este libro fueron muy leídas y muy citadas, pero en pocas oportunidades ha sido referenciado por economistas. Son pocos los colegas dispuestos a decir que las crisis han sido cuidadosamente preparadas.

La mayor parte de esas maniobras fueron posibles porque quienes las realizaron se ampararon en el enorme desconocimiento que tiene la población de las cuestiones económicas. Lo habitual es que la gente diga: no entiendo nada de economía y se saltee las páginas de los medios de comunicación o haga zapping con el control remoto de su televisor cada vez que hablan de un tema que se va a meter en su vida privada, aunque intente eludirlo. El momento de levantarse a preparar el café es cuando aparecen en la pantalla las noticias de economía. Es muy poca la gente que se pregunta: ¿por qué no entiendo lo que están diciendo?

No está de más recordar que cuando no comprendemos algo es porque hay alguien que está intentando evitar nuestra comprensión. Al respecto, Raúl Scalabrini Ortiz señalaba que: Las cuestiones económicas son muy sencillas. Para comprenderlas solo se necesita saber sumar y restar. Si usted no las entiende pida que se las expliquen otra vez. Si a la tercera vez sigue sin entender, es porque lo están robando.

Uno de los equívocos más frecuentes es creer que las cuestiones económicas tratan exclusivamente de dinero, solo porque con frecuencia aparezcan valores monetarios. La economía trata del dinero, pero también se ocupa de la vida de la gente, del modo en que pueden desarrollar sus proyectos y expectativas, o de la manera en que una política económica impiadosa destruye sus vidas.

Un hombre nacido en Avellaneda va a vivir seis años menos que su amigo en Recoleta. Siendo mujer, la diferencia puede ser de ocho años de vida. Dentro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hay diferencias de seis años de vida entre quienes nacen en las comunas del norte y quienes nacen en Soldati, por ejemplo, según un estudio hecho por The Lancet, que es la más prestigiosa publicación médica del mundo.⁷ Como veremos oportunamente, esos años de vida que se robaron fueron convertidos a dólares y depositados en el exterior, en unos sitios llamados paraísos fiscales, que sirven para recibir el dinero mal habido sin siquiera pagar impuestos.

Con una pequeña aclaración: nuestras leyes castigan duramente a los ladrones de gallinas, pero no a la delincuencia de guante blanco. Aunque nos cueste mucho creerlo, destruir económicamente un país no es delito, porque no figura tipificado como tal en el Código Penal. Aquellos que, una y otra vez, se queden con el trabajo de otro y probablemente con algunos años de su vida, y lo envíen a sus propias cuentas en Panamá (o en algún otro país del centenar de paraísos fiscales existentes) quedarán impunes. No hay ningún misterio: basta con que las personas que cometen los delitos sean las mismas que redactan las leyes.

Dicho en términos de Max Neef: La economía neoliberal mata más gente que todos los ejércitos del mundo juntos, y no hay ningún acusado, no hay ningún preso⁸.

Lo que nos lleva a una cuestión obvia pero que, como tantas cosas obvias, necesita ser repetida: este no es un libro periodístico. Esta es una investigación académica, que utiliza el mismo lenguaje del periodismo porque la ideología del autor lo lleva a tratar de comunicarse con la mayor cantidad posible de personas, aunque no conozcan la terminología que usan las corporaciones profesionales. Recordemos que juntando palabras difíciles no se obtienen más conceptos, aunque se obtengan menos lectores.

El uso de este lenguaje no va en desmedro del rigor académico de la investigación, como se comprobará viendo las referencias eruditas que apoyan cada afirmación. Se trata, en cambio, de una postura ante la ciencia: que el conocimiento sirva para una reflexión colectiva y no sea patrimonio exclusivo de una élite intelectual. Esta actitud ante la ciencia suele incomodar a algunos profesionales, que prefieren el lenguaje hermético que solo pueden comprender sus colegas. A lo largo de mi carrera profesional, mis aportes fueron frecuentemente subestimados por no aceptar presentarlos en el lenguaje esotérico de muchos colegas.

De todos modos, siempre es conveniente mantener la comunicación con los colegas. Por eso hay estadísticas, dado que no se acepta que se hable de economía sin poner unos cuantos números. Por supuesto, lo que importa realmente son las cuestiones conceptuales, de modo que habrá lectores que se salteen las cifras. Para los que crean que los números hacen más científica la economía, les recomiendo el libro clásico: Cómo mentir con estadísticas, de Darrell Huff.

Los que insisten en el carácter exclusivamente científico de la economía y procuran apabullarnos con números y números suelen ser los mismos que dicen que hay una sola manera de entender la economía y que es la de ellos. Todos militan en el bando de los que piden más sacrificios para los trabajadores y más subsidios para los banqueros. Por eso tenemos que insistir en que la economía puede ser una ciencia, pero es, antes que nada, una herramienta. Lo que vayamos a hacer con esa herramienta depende de la ideología que tengamos y de los intereses que defendamos. La ciencia neutral no existe.

Esta nueva edición incorpora las anteriores y agrega nuevas reflexiones sobre lo que implica vivir en el Tercer Mundo en tiempos de globalización, sometidos a sectores políticos que simulan creer que la economía es solo una cuestión técnica y no una cuestión social. En este simulacro, distintos gobiernos y distintos sectores de oposición han coincidido en abandonar la aspiración al pleno empleo y a generalizar niveles de vida dignos. Pareciera que la economía no tiene que hablar de eso. Tal vez no se atreva a hablar de ciertos temas.

A lo largo de este libro veremos de qué modo la destrucción de riqueza y el cierre de fuentes de trabajo respondieron algunas veces a conductas negligentes, y muchas otras, a políticas deliberadas de achicamiento del país.

Después de tantas veces de empeoramiento de los niveles de vida de la población, sorprenden tantos silencios ante los resultados evidentes de haber seguido las mismas concepciones económicas, con diferencias casi imperceptibles. Tal vez sea el momento en que nuestra sociedad comience a discutir, no solo el último y olvidable decreto del ministro de turno, sino el modelo de país en el cual vamos a vivir.

Freud enseña que los hombres repiten sus conductas en forma inconsciente y que necesitan conocer los motivos de esa reiteración para salir del tiempo circular e ingresar en la historia. Quizás la conciencia de sus repeticiones ayude también a los pueblos y la memoria colectiva contribuya a enderezar el transcurso del tiempo. Si esta hipótesis es cierta, los libros como este tienen una misión que cumplir.

1 Antonio Brailovsky, Historia de las crisis argentinas, en Anuario de El Cronista Comercial, Buenos Aires, diciembre de 1975.

2 Antonio Brailovsky (1982) Historia de las crisis argentinas, Buenos Aires: Editorial de Belgrano y Círculo de Lectores.

3 Antonio Brailovsky (1995) Historia de las crisis argentinas, Buenos Aires: Editorial de Belgrano.

4 La migración hacia Estados Unidos fue cuantitativamente mayor, pero menor en relación con el porcentaje de población del país. Recíprocamente, la migración hacia Israel después de la Segunda Guerra Mundial fue mayor en proporción pero mucho más reducida en cantidad de personas. No conozco otros ejemplos comparables en esa escala.

5 Miguel A. Kiguel (2015) Las crisis económicas argentinas. Una historia de ajustes y desajustes, Buenos Aires: Sudamericana, 2015.

6 Norberto Galasso (1970) Vida de Scalabrini Ortiz, Buenos Aires: Mar Dulce.

7 Usama Bilal, Marcio Alazraqui, Waleska T. Caiaffa, Nancy Lopez-Olmedo, Kevin Martinez-Folgar, Jaime Miranda, y otros: "Inequalities in life expectancy in six large Latin American cities from the SALURBAL study: an ecological analysis". Disponible: .

8 Max Neef: ‘La economía neoliberal mata más gente que todos los ejércitos del mundo juntos, y no hay ningún acusado, no hay ningún preso’, en El Mostrador, 28/12/2015.

9 Darrell Huff, Cómo mentir con estadísticas, Norton y Company, 1954.

Capítulo 1

De las muchas formas de entender una crisis

¿De qué estamos hablando?

Las crisis tienen un momento histórico

En este libro hablamos de crisis económicas. Pero, ¿qué cosa es una crisis? En las próximas páginas veremos el mismo término utilizado con muchos significados diferentes y aún contradictorios. Hay razones para este aparente equívoco: cuando las cosas van bien, la gente está más de acuerdo que cuando las cosas van mal. Eso hace que sea más fácil definir la expansión que la recesión. Pero además, el hecho de que la economía global esté en crisis no significa que todos la estén pasando parejamente mal. En la economía, como en la naturaleza, también existen los buitres que se benefician de la desgracia ajena, y a menudo la provocan. Por eso, la noción de crisis es una de las más controvertidas de la ciencia económica.

En principio, llamamos crisis o recesión a un descenso en el nivel absoluto de la actividad económica. A veces, puede tratarse solo de una disminución en el ritmo de crecimiento, aunque con efectos semejantes: mayor desocupación, disminución de las ventas, reducción del crédito, inquietud generalizada. Una complejidad adicional es que los diferentes sectores sociales no mejoran, y empeoran todos de la misma manera cuando cambia la situación económica.

Agreguemos que nos estamos refiriendo exclusivamente a fenómenos de origen social. Las llamadas catástrofes de origen natural quedan fuera de nuestro objeto de estudio. Un terremoto no es una crisis, aunque pueda llegar a reducir las actividades productivas.

Esto nos ubica también en una perspectiva histórica: una crisis es una forma peculiar de desajuste del sistema económico. Repentinamente –y por cosas que hacen al funcionamiento de ese sistema– se produce más de lo que puede venderse. Esta diferencia entre oferta y demanda se va trasladando a las distintas actividades y sectores, y las va paralizando gradualmente.

Pero no cualquier economía puede tener crisis. No existieron crisis de superproducción en el Imperio Romano, ni en la Edad Media, ni en el período colonial, ni en la época de Rosas. Ni a los sioux ni a los incas les pudo nunca ocurrir nada parecido. Para que ocurra algo así, es necesario que exista una economía capitalista de mercado.

En períodos anteriores, existían situaciones de escasez por sequías o inundaciones, por guerras o por especulación. (Por algo la Biblia maldice a los especuladores que acaparan el trigo en vez de venderlo). Pero un mecanismo que hace que se produzca más de lo que puede venderse es característico exclusivamente del capitalismo moderno, que ha logrado convertir en una pesadilla lo que hubiera sido una bendición en otras sociedades anteriores. En nuestro país, esto solo pudo ocurrir bajo su forma actual, a partir de nuestra integración a la división internacional del trabajo. Es decir, desde la segunda mitad del siglo XIX. Las situaciones económicas desfavorables que hubo antes son demasiado diferentes de las posteriores como para que las tratemos en este libro.

Esto no quiere decir que la historia sea una continuidad. El tiempo histórico parece moverse mucho más a los saltos que en forma continua. Por eso nos interesa introducir aquí la noción de fase de desarrollo. Llamamos fase de desarrollo a un período de tiempo en el cual se articula un cierto modelo de país. Esto significa que existe una coherencia interna en factores tales como la estructura de las clases sociales, las relaciones de poder, las condiciones económicas, las relaciones internacionales, la forma de utilizar los recursos naturales. Este modelo de país incluye también componentes tales como la modalidad de las relaciones culturales y familiares, las actitudes estéticas o los sistemas de valores predominantes.¹⁰, ¹¹, ¹²

En el interior de una fase de desarrollo, los cambios son cuantitativos: tenemos más de lo mismo. En cambio, al pasar de una a otra fase de desarrollo, los cambios pasan a ser cualitativos: hechos semejantes tienen una significación completamente distinta. Tal vez una buena definición de fase de desarrollo sea un período en el cual se encuentra un sistema particular de conflictos sociales.

Esto además equivale a decir que cada uno de estos modelos de país significó una cierta especificidad en la generación de crisis económicas. Por eso vamos a ordenarlas según las fases de desarrollo en las que se han producido. Por ahora, solamente las enunciamos, ya que las detallaremos a medida que vayan apareciendo:

• Fase de inserción de Argentina en la división internacional del trabajo: período de la llamada Generación del 80. En ese momento teníamos un país agroexportador. Abarca aproximadamente desde la Organización Nacional (1860) hasta la crisis mundial (1930).

• Fase de industrialización sustitutiva de importaciones: período del peronismo, la industria nacional y el crecimiento de las grandes áreas urbanas. Abarca aproximadamente desde la crisis mundial (1930) hasta el comienzo de la última dictadura militar (1976).

• Fase de modernización periférica y globalización: período de abandono del proyecto industrialista. El país se vincula a la economía internacional como importador de bienes, servicios y tecnologías. Comienza aproximadamente con la última dictadura militar (1976) y sigue mientras estamos escribiendo esto.

Creemos que los mecanismos de generación de crisis económicas y las respuestas del Estado ante las respectivas crisis son semejantes en el interior de cada fase de desarrollo. Y tienen diferencias entre una y otra fase. Por lo menos, se parecen y diferencian lo suficiente como para que merezcan un agrupamiento según dichas fases. Es lo que haremos en los próximos capítulos.

Como dijimos, en principio deberíamos desentendernos de lo que ocurrió antes de la mitad del siglo XIX. Sin embargo, haremos una excepción importante con ese pasado remoto para hablar del nacimiento de la deuda externa. Y es que hablar de crisis y de deuda externa es mencionar dos realidades íntimamente ligadas. Lo están desde el principio del país hasta ahora. En una primera etapa, cada vez que estábamos mal teníamos que pedir prestado. Pero después esos préstamos condicionaron tanto la vida económica del país, que la deuda externa terminó siendo un factor más de recesión. Es decir, que pasamos a estar mal por haber pedido prestado demasiado.

En grandes líneas, la deuda suele ser recesiva por varias vías concurrentes, según esa deuda entre o salga del país. Por una parte, recibir un préstamo significa que hay mayor disponibilidad de divisas. Generalmente, se dice que ese dinero se va a usar para proyectos de crecimiento económico. Pero una parte de esas divisas se suele usar para importar productos que podrían fabricarse en el país. Esas industrias, por consiguiente, entran en crisis.

En nuestra historia, han sido muchos los préstamos externos que venían atados a la exigencia de gastar ese dinero en el país que nos prestaba. Es decir, que nos prestaban para reactivar su propia economía, no la nuestra.

También se usan esos fondos para poder remitir al exterior las ganancias de las corporaciones extranjeras y de aquellos argentinos que prefieren invertir en el exterior en vez de hacerlo en el país. De este modo, los préstamos internacionales suelen descapitalizarnos, aunque se publicite exactamente lo contrario.

Pero también una deuda es recesiva por la sencilla razón de que alguna vez hay que devolverla. Es decir, que hay que sacar dinero de la actividad económica interna para remitirlo al exterior. Y no siempre los beneficios del préstamo compensan estos efectos negativos.

A lo anterior, tenemos que agregar que entre el prestamista y el deudor se establece una relación de poder. Las condiciones que imponga el acreedor pueden ser extraordinariamente leoninas. En ocasiones, son tan duras que algunas de sus cláusulas no se divulgan y pasan muchos años hasta que la gente se entera de la forma en que esa deuda afectó sus vidas. Con frecuencia, no se entera nunca.

El investigador Carlos Marichal cuenta que tuvo acceso a contratos de la deuda externa argentina durante la última dictadura porque presentó credenciales de una universidad norteamericana, que le dieron acceso a documentación vedada para argentinos.

El nacimiento de la deuda externa

Argentina nació endeudada. Apenas comenzó su vida independiente, ya tenía una deuda tal que nadie sabía cómo se las iba a arreglar para pagar. Hay que recordar que la guerra de la Independencia se pagó con deudas. Se hizo pidiendo dinero prestado a cada momento y aun sacándolo compulsivamente, ya que el gobierno revolucionario tenía grandes dificultades para emitir papel moneda. Estamos tan habituados a convivir con el dinero que nos cuesta imaginar una época en la que la falta de dinero era un obstáculo para el funcionamiento de la sociedad. Y es que la base del papel moneda es la confianza, y en esas épocas turbulentas, nadie hubiera dado ningún valor a un pedazo de papel firmado por un funcionario que sería derrocado al día siguiente.

Pero veamos cómo funcionaba el Estado en nuestros primeros años, como para que nos quede claro por qué nos fuimos rápidamente a la deuda externa. Las necesidades de la guerra de la Independencia primero, y de las guerras civiles después, generaron una situación de crisis permanente. (Por supuesto, no es el mismo tipo de crisis que tendremos después de nuestro ingreso al mercado internacional). Estas situaciones obligaron al Estado a obtener recursos de donde fuera y lo que estaba siempre más a mano eran los sueldos de sus empleados. Ya a fines de 1811 aparece un decreto poniendo a medio sueldo a todos los empleados que no estén en servicio. En 1812 se ordena un descuento forzoso a los sueldos de la administración y, lo que parece increíble, un decreto poniendo a medio sueldo a los inválidos que no presten servicio alguno.¹³

Y después de ahorrar con el sueldo de los inválidos, la Asamblea del Año XIII (es decir, de 1813) recibe un decreto del Poder Ejecutivo que reglamentaba minuciosamente los descuentos sobre los sueldos. Con una celeridad fenomenal, la Asamblea lo aprueba en una sola sesión, la misma semana que le da entrada. Pero apenas se pusieron a pensar en lo que habían votado, cambiaron de idea. A la semana siguiente aparece otro decreto, que aclara que los miembros de la Asamblea y del Poder Ejecutivo no estaban comprendidos en el descuento de sueldos. Enseguida comienzan a moverse otros funcionarios, para tratar de que a ellos tampoco les toquen los descuentos. Algunos lo consiguen, como el asesor de Gobierno y el secretario de la Intendencia y después los empleados de las secretarías de Estado.

Esto ocurría en mayo y junio de 1813. Uno podrá imaginarse lo que habrán dicho aquellos a los que no les tocó la excepción y debieron sufrir el descuento salarial; la cosa es que en noviembre, la Asamblea tuvo que dar marcha atrás y dispuso reducir las dietas de sus diputados, los sueldos del Poder Ejecutivo y de todos los empleados del Estado. En todo este período se repiten situaciones similares. Hacia 1818, dice Tulio Halperín Donghi, se demora el pago de sueldos a funcionarios y se proclama la necesidad de reducir su número: el Estado revolucionario está entrando en agonía.¹⁴ En 1820, el panorama empeora: los gastos en sueldos civiles de ese año solo llegan a la mitad del nivel promedio del período 1816-1819, que ya habían sido bastante malos. Como hay que ahorrar dinero, se actualizan los sueldos de los militares y se postergan los sueldos de los civiles. Sabemos que no fue la última vez que eso ocurrió.

Nos fuimos tan lejos para señalar que allí nace un modelo de gestión de crisis que se repetirá casi sin cambios de fondo en los dos siglos siguientes: se descargará todo el peso de las crisis sobre los más débiles y desfavorecidos. La reducción del sueldo de los inválidos es una metáfora de lo que después harán casi todos los gobiernos, sin importar mucho si su color político es progresista o reaccionario.

Para hacer la guerra con España y después la guerra con los caudillos, y más tarde la guerra con Brasil y con Paraguay, y otra vez entre Buenos Aires y la Confederación. Para elevar a Rosas, para sostenerlo y después para derrocarlo; para reprimir a Felipe Varela y a López Jordán, para cortar la cabeza del Chacho Ángel Vicente Peñaloza, para ocupar las tierras en poder de los indios, hacía falta dinero, y en esa época el mejor dinero era el oro. Oro del bueno, oro contante y sonante, que no llevara ninguna firma de gobernador o de caudillo, sino que valiese por sí mismo, que no se depreciase por un simple cambio de gobierno. Dinero cuyo valor no pudiera derrumbarse por un disparo de pistola.

Para ver la importancia de este aspecto, tenemos que recordar que en el famoso año de la anarquía de 1820, los gobernadores de la provincia de Buenos Aires fueron: Miguel Irigoyen, el Cabildo, Juan Pedro Aguirre, Manuel de Sarratea, Hilarión de la Quintana, Ildefonso Mejía, Miguel Estanislao Soler, Manuel Dorrego, Marcos Balcarce, Carlos de Alvear y Martín Rodríguez. Es decir, doce gobernadores diferentes en un año. Pero como se iban derrocando unos a otros y los partidarios del derrocado lo reponían en su lugar y los adversarios lo volvían a echar, resultó que el Cabildo asumió el gobierno cinco veces, Balcarce y Sarratea tres veces cada uno, y así sucesivamente, hasta que en ese solo año de 1820, la provincia de Buenos Aires tuvo veintidós gobiernos distintos.¹⁵

Con esa estabilidad política, se comprende que la gente creyera más en el oro y las libras esterlinas que en la firma de algún funcionario. Pasó lo mismo en toda América Latina y todos sus dirigentes tuvieron que negociar con unos aventureros (principalmente ingleses), que exigían intereses usurarios por adelantado, traían o no traían el dinero comprometido, y los equipos militares suministrados solían ser de baja calidad y las ganancias obtenidas por los inescrupulosos proveedores solían ser exorbitantes.¹⁶ Podemos imaginar la furia de hombres como Bolívar al descubrir que los sables que habían pagado tan caros se rompían al entrar en combate y que los cañones disparaban en una dirección diferente de la deseada.

Esta desconfianza en los gobiernos patrios condicionó las actitudes sociales durante un largo período. Por ejemplo, cuando Rivadavia comenzó a organizar un Banco Nacional que emitiera papel moneda, en las provincias se produjo un gran escándalo. Y cuando se quiso hacer circular los billetes porteños en el interior, Facundo Quiroga contestó con una proclama incendiaria, en la que decía:

El infrascripto, en vista del proyecto de ley que antecede, protesta por lo más sagrado de los cielos y de la tierra que el papel moneda no circulará en las provincias del interior mientras él permanezca en ellas o partidarios de tan detestable plaga pasen por su cadáver.

Y explicaba que el papel moneda se emitía con el fin de abrir un vasto campo a los extranjeros para que extrajeran de ellas el dinero metálico.¹⁷

Para colmo de males, se había perdido el cerro del Potosí, el mismo que había producido tanta plata como para dar nombre primero a un río y después a un país. Hacía falta obtener recursos de alguna parte. Se inventaron entonces toda clase de soluciones: los impuestos aumentaron enormemente, se redujeron los sueldos de los empleados públicos, el gobierno recurrió al empréstito forzoso y hasta se propuso la confiscación

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