Lamentablemente México vive en un clima de violencia, es común
escuchar en las noticias y en los periódicos sobre el incremento en las ejecuciones, secuestros y asaltos, y con ello un decremento en los índices de seguridad. En consecuencia, una parte de la sociedad, así como algunos partidos políticos, en razón a la proximidad de las elecciones, se han inclinado a favor de la pena de muerte. Pero desde perspectiva constitucional ¿qué tan viable es una sanción de tal magnitud en nuestro derecho?
Desde mi punto de vista, la pregunta no es si la pena de muerte es
violatoria de los derechos humanos o no, sino que más bien oscila sobre la constitucionalidad de ésta.
Antiguamente la pena de muerte jugaba un doble papel, uno como
sanción y otro como intimidación, con el fin de aterrorizar a quienes pensaban delinquir o rebelarse contra el gobierno, los delincuentes y los rebeldes eran sancionados con la muerte. Hay que recordar que algunos de nuestros héroes patrios murieron fusilados, al considerárseles como rebeldes.
Posteriormente, con la evolución del derecho penal y la inclusión de los
derechos humanos a nivel constitucional, la pena de muerte fue quedando en desuso. Recientemente, únicamente tenía aplicación en el fuero militar, y no fue hasta el año 2005 que se erradicó por completo de la Constitución, esto después de una serie de perdones presidenciales otorgados a algunos soldados sentenciados a muerte.
Antes del año 2005, nuestra Constitución, en el último párrafo de su
artículo 22, establecía que podría imponerse la pena de muerte en los casos de traición a la patria, guerras extranjeras, parricidas, homicidas con alevosía, premeditación o ventaja, incendiarios, plagiarios, salteadores de caminos, piratas y a reos de delitos graves del orden militar, es decir, existía la posibilidad de establecer la pena capital como una sanción en los casos mencionados, sin que ésta se pudiera considerar inconstitucional.
Ahora, después de dichas reformas al citado artículo 22 constitucional, se
prohíben explícitamente las penas de muerte, por lo tanto, existe la posibilidad de atacar la inconstitucionalidad de una ley en la cual la pena de muerte figurase como sanción. Consecuentemente, un reo sentenciado a muerte podría solicitar la protección y el amparo de la justicia federal, invocando una trasgresión a su garantía individual establecida en el primer párrafo del numeral 22 de nuestra Ley Suprema, o bien, el equivalente al treinta y tres por ciento de los integrantes de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, del Senado, de los órganos legislativos estatales o de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, así como el Procurador general de la República o la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, según sea el caso, pueden ejercitar la acción de inconstitucionalidad, planteando la contradicción entre dicha ley y la Constitución.
En conclusión, independientemente de mi posición sobre la pena de
muerte, considero que hoy en día su imposición no es viable en el derecho mexicano, pues nuestra Constitución, la prohíbe explícitamente. Por lo tanto, dicha sanción sería notablemente inconstitucional, y en consecuencia, su validez y constitucionalidad podrían ser atacadas fácilmente vía amparo, con fundamento en los artículos 103 y 107 de la Constitución, o en su caso, mediante la acción de inconstitucionalidad, debidamente ejercitada en los términos de la fracción II del artículo 105 de la misma.