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En este sentido el estilo cristiano una exigencia que no va dirigida solamente a un grupo
limitado de personas, sino que es “para todos”. Es decir todo el que quiera estar cerca de Jesús
(“venirse conmigo”), tiene que estar dispuesto a aceptar las exigencias que aquí impone el
mismo Jesús. O dicho de otra manera, aquí se trata de exigencias que van dirigidas y se
imponen a todos los creyentes.1 Jesús pide “negarse a sí mismo”; que sería una fe profunda y
de identidad y, “cargar con la Cruz”; tomar todo el proyecto. El seguidor tiene que asumir las
causas y el destino de Jesús.
Seguimiento y cruz tampoco se pueden separar, a eso se dedica la reflexión espiritual del
segundo día del encuentro; quien sigue a Jesús toma la cruz y es la cruz la que da plenitud al
seguimiento; “El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí” (Mt 10,38). La
cruz es signo de fidelidad, de experiencia de fe, de dar la vida; a Jesús se le comprende desde
la cruz y se le sigue con la cruz; la cruz es la clave para entender a Dios.
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convierte en un mensaje. Recordemos, en efecto, que en la primera etapa de la vida de Jesús,
seguimiento significó anunciar y poner signos del reino (curar, perdonar, devolver la confianza
en sí mismo), y en la segunda etapa significó mantenerse firmes ante la poderosa reacción del
antirreino (perseverar en el compromiso de vivir una vida renovada). Sin el reino de Dios, el
seguimiento de Jesús no tendría ni la motivación ni los contenidos centrales.
Ser Emproísta en el mundo es ser signo visible y creíbles del amor de Dios para la Iglesia
La predicación de Jesús fue el reino de Dios3; Jesús jamás pensó en fundar un movimiento
religioso, un grupo diferente a los ya existentes; menos en fundar una iglesia. La propuesta de
Jesús era muy clara, proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva”. (Mc. 1, 14-15. “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. (Mc. 8, 34); “Yo soy
el camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí,
conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.” (Jn. 14, 6-7); pero
esta propuesta es escandalosa, riesgosa y comprometedora; “Bienaventurados seréis cuando os
injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma
manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.” (Mt. 5, 11-12). Con base en lo
anterior cualquier cristiano se puede preguntar: ¿En qué Dios se cree y a qué Dios se sigue?
¿Dónde se profesa la fe y se hace el proyecto de vida? ¿Por qué se habla de Jesucristo como el
Dios Liberador? ¿Cómo nació, entonces, el estilo de Iglesia, la que se conoce actualmente?
Es mejor hablar hoy del reino de Dios o de la Iglesia de Jesucristo?
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ser signo visible del reino a través de sus carismas, dones, ministerios; a través de su identidad
y su misión dentro del mundo.
El resucitado es la clave para entender a Jesús; y es la clave, para entender la Iglesia. En las
diferentes apariciones los discípulos llegaron a comprender que había resucitado de entre los
muertos, (Mt. 28; Lc. 24; Jn 20 y 21; Mc 16, 7. Sin tener en cuenta la resurrección, no es
posible entender correctamente el origen y la vida de la Iglesia, la comunidad creada por
Jesús crucificado y resucitado. Ni la vida de Jesús ni tampoco su muerte en sí mismas han
sido causas para dar origen a la Iglesia. Durante su existencia terrena, Jesús fue el signo
visible y el signo viviente de su Padre; tema clásicamente expresado por las palabras de Jesús
a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Con su muerte y
resurrección, deja de ser posible ver directamente a Jesús. Su comunidad se convierte
plenamente en signo visible y vivo de sus intenciones salvíficas respecto de todos los hombres
y mujeres de toda época y lugar. A pesar de todas sus debilidades pecadoras, los cristianos
reciben la fuerza del Espíritu Santo para ser el signo especial ante el mundo entero de la
presencia y el amor poderoso del Señor resucitado.
Tal vez la Iglesia ha pensado más en “sacramentalizar” la fe de los cristianos que vivir un
camino de seguimiento y de discipulado y de hacer visible signos del Reino de Dios. Es
verdad los sacramentos5 son signos eficaces de gracia; signos que deben significar procesos de
fe, comunidades en camino, experiencias de Dios, etc. El problema es que los sacramentos
significan muy poco, no porque no sean símbolos de fe, sino porque son signos que no logran
“significar” en su totalidad; los sacramentos no son los únicos medios de evangelización o de
procesos de fe . No se está en contra de los sacramentos, se está en contra en las formas de
reducir y estructurar la fe. La característica esencial del creyente es el seguimiento de Jesús,
asumiendo la vida y el destino de Jesús, su postura ante los hombres, ante las distintas
situaciones que presenta la vida y ante las instituciones que funcionan en la sociedad. Y sobre
todo, asumiendo la postura de obediencia radical de Jesús a la voluntad del Padre de todos los
hombres, para realizar en el mundo el proyecto de Dios, el reinado de Dios, que es el reinado
de la justicia, la igualdad, la fraternidad, la libertad y el amor. La fe da sentido a la vida y es
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. Los sacramentos cristianos son símbolos fundamentales de nuestra fe. Estos símbolos tienen su origen y su razón de ser en
el sacramento original que es Jesús, el Mesías salvador y liberador de los hombres. Y son la manifestación del gran símbolo
sacramental que es la Iglesia, la comunidad de los creyentes, que celebra y expresa así las experiencias básicas de su fe. Esto
quiere decir que los sacramentos no son simples ritos religiosos, que comunican automáticamente la gracia de Dios a los
hombres. Eso quiere decir además que los sacramentos no son meros signos sagrados, que producen de una manera casi
mágica unos determinados efectos salvíficos y santificantes. Y eso quiere decir también que los sacramentos no son símbolos
individuales, sino esencialmente comunitarios; surgen de la comunidad y son de la comunidad. Cf. Castillo. Símbolos de
libertad, p. 457.
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experiencia fundamental; pero el creer significa comprometerse. De esta manera es que los
sacramentos se convierten en un rito; ritos que se van haciendo experiencia y que tienen un
efecto en la vida del creyente.
El mismo Jesús comienza su ministerio público, después de recibir el bautismo “Y sucedió que
por aquellos días vino Jesús de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En
cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaron y que el espíritu, en forma de paloma,
bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos. “Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco” (Mc 1, 9-11).
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. ¿Qué se entiende por laico? Con el nombre de laico se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados
a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real
de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde (LG. N.
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apostólica y para la santidad de todo el cuerpo de Cristo; los carismas constituyen tal riqueza
siempre que se trate de dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se
ejerzan de modo plenamente conforme a los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es
decir, según la caridad, verdadera medida de los carismas (Cf. 1 Cor 13).”
La vocación de todo creyente es buscar el Reino de Dios y su justicia; toda la Iglesia debe ser
signo visible de ese Reino. Collantes dice “los pastores de la Iglesia han de estar al servicio
los unos de los otros y al servicio de los fieles, siguiendo el ejemplo de Cristo; los fieles, por
su parte, han de prestar a los Pastores y doctores el concurso gozoso de su ayuda. Así, en la
diversidad misma, todos dan testimonio de la admirable unidad que reina en el Cuerpo de
Cristo: la misma diversidad de las gracias, de los ministerios y de las funciones congrega en la
unidad a los hijos de Dios.”7
La Iglesia no sólo debe entenderse a sí misma desde dos puntos ajenos a ella como son
Jesucristo y el mundo, tal como se unifican en el reino de Dios, sino que toda su acción debe
tener ese mismo carácter de excentricidad. Si la Iglesia no encarna su preocupación central
por el Jesús resucitado en una realización del reino de Dios en la historia, está perdiendo su
piedra de toque y, con ello, la garantía de estar sirviendo efectivamente al Señor y no a sí
misma. Sólo en el vaciamiento de sí misma, en el don de sí a los hombres más necesitados, y
esto hasta la muerte y muerte de cruz, puede la Iglesia pretender ser sacramento histórico de la
salvación de Cristo.
La Iglesia es ministerial; tiene identidad, ser y misión. Jesús no llamó únicamente a 12; la
invitación al seguimiento era abierta a todo el que quería aceptarla; “después de esto, designó
el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y
sitios a donde él había de ir. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y a quien a
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. COLLANTES, Justo. La fe de la Iglesia católica. Madrid, 2001, p. 501.
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vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”
(Lc 10, 1.16). O dicho más claramente, seguimiento de Jesús y misión son inseparables. Esto
se ve claramente por el paralelismo que existe entre Mc 1,17 y Mc 3, 13-15. En Mc 1,17,
Jesús llama a los discípulos para que le sigan y para hacerlos pescadores de hombres. En Mc
3, 13-15, el mismo Jesús llama a los discípulos “para que estén con él y para enviarlos a
predicar.
Cristiano es aquél que sigue a la persona de Jesucristo; no es tanto el que pertenece a una
religión, cristiano es aquél que tiene fe en Jesús, es decir, aquél que se identifica con los
valores, formas de ver la vida, experiencias y acciones de Jesús. Pero esa fe expresa como la
afirmación de unos contenidos ideológicos (de una doctrina) y genera una serie de prácticas
simbólicas (bautismo, eucaristía, sacramentos...), así como una praxis ética y una forma de
relacionarse los hombres entre sí que es la que constituye a la comunidad cristiana.
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. La Iglesia es comunitaria y dentro de ella todos somos miembros plenos: el papa, los obispos, los sacerdotes o los
religiosos por su condición no son más cristianos que los laicos. La condición común cristiana es anterior, teológica y
cronológicamente, a la diversidad de funciones, carismas y ministerios. Es toda la comunidad que es ministerial, apostólica,
carismática y profética (aunque no todos en el mismo grado y con idénticas tareas). Cf. Juan Antonio Estrada, la identidad
de los laicos, 1990, p. 156.