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Borja, La construcción del sujeto barroco, representaciones del cuerpo en la Nueva Granada del Siglo XVII.
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Ibid,. Pág. 17
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Ibid,. Pág. 8
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Ibid,. Pág. 8
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Este elemento discursivo no sólo se implementó en la narrativa neogranadina, sino
que fue aplicado también a la imagen y su culto (“la política de la imagen”)5,
reforzado por el Concilio de Trento como respuesta al auge de la iconoclastia e
iconofobia promovidas por Lutero. Con esta renovada importancia de la imagen se
le otorgaron dos funciones principales para el territorio de la Nueva Granada: una
pedagógica fuertemente relacionada con el proceso de evangelización y una
segunda que pretendía mover los sentimientos de los espectadores,
especialmente la piedad.6
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Ibid,. Pág. 84,110
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Ibid,. Pág. 46
14
Ibid,. Pág. 48,49
15
Ibid,. Pág. 50, 52
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Ibid,. Pág. 59, 61
17
Ibid,. Pág. 124,
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representación.18 La visión del mundo como engaño era colectiva, razón por la
cual los fieles buscaban ese acercamiento a la verdad de Dios y el desengaño por
medio de la meditación y las prácticas místicas.
De esta forma los santos significaban más que devociones ya que sus vidas
ejemplares completaban el proceso social de la constitución del sujeto mediante lo
que autor llama ‘conformación afectiva’, el proceso pasional de la apropiación del
santo y los movimientos de su alma mediante las disposiciones del cuerpo. Así,
las imágenes santas representaban el conjunto de virtudes y valores morales que
debían moldear la vida individual y social.21
Sin embargo, las relaciones entre el cuerpo y el alma, como ya se había dicho
antes, son complejas. Es necesaria la espiritualización del cuerpo mediante la
mortificación, el dolor o la enfermedad para semejar los actos del Cristo sufriente
además de ejercer un control sobre el cuerpo. La enfermedad, por ejemplo, era un
llamado del alma para la perfección del cuerpo y por tal razón debía ser aceptada,
al igual que la muerte, ya que era la superación del espíritu.22 Así mismo, la
mortificación de la carne y el cuerpo con la utilización de cilicios, cuerdas y ortigas,
lo domesticaban y lo acercaban a un mayor grado de perfección. Sin embargo,
estos métodos son insuficientes ya que sólo se concentran en el cuerpo y es
también necesario mortificar el alma. La meditación, el arrepentimiento y el
examen de consciencia tenían que acompañar la espiritualización del cuerpo23.
Todas estas prácticas derivaron en la alta devoción y representación de los
mártires que vivieron ese proceso de perfección con humildad y aceptación en
nombre de Dios.
Además de domar el cuerpo, era también imperativo domar los sentidos, ya que
sólo de esta forma se podía llegar al desengaño. El dominio de los sentidos
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Ibid,. Pág. 133
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Ibid,. Pág. 66, 72
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Ibid,. Pág. 73
21
Ibid,. Pág. 81, 82, 84
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Ibid,. Pág. 89, 111, 114
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Ibid,. Pág. 111, 116, 119
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correspondía al dominio de los afectos y por lo tanto debían ser regidos por la
razón. Al igual que como funcionaba con el cuerpo, la mortificación de los sentidos
por medio del sufrimiento sensible, acercaba a la piedad santa. Esta mortificación
se llevaba a cabo oliendo cosas pútridas, escogiendo la comida menos gustosa,
escuchando los ruidos desagradables y en general negándose a todo aquello que
produjera placer sensorial.24 El autor menciona a Pedro de Mercado, quien en su
obra El cristiano virtuoso, advierte sobre dos sentidos especialmente, el gusto y el
tacto, y por lo tanto resaltaba cinco virtudes esenciales para la vida del cristiano
relacionadas con estos dos sentidos: la abstinencia, la sobriedad, la virginidad, la
castidad, la pudicia y la vergüenza.25
Para la pintura son muy importantes lo sentidos ya que ésta tiene efectos sobre
ellos desde dos puntos diferentes. El primero es que ejerce una afectación
sensitiva (desencadenando en la experimentación de la piedad) mientras que el
segundo apunta, una vez más, a las imágenes santas como exempla del uso de
los sentidos.26
Si bien los sentidos eran los medios mediante los cuales el cuerpo se expresaba,
los gestos representaban los movimientos del alma.27 Esto, por supuesto, también
se empleó en la construcción del discurso del cuerpo y por lo tanto, para su
representación se estableció una diferencia entre los gestos activos y pasivos. Los
primeros corresponden a los que se manifiestan en el cuerpo, es decir, las
genuflexiones, reverencias, postraciones, etc.28 Los segundos son los que se
presentan en el rostro ya que este es el espejo del alma, especialmente los ojos y
la boca.29 Los gestos del rostro se complementaban con los del cuerpo (las
manos, los brazos, etc.) para expresar los sentimientos más significativos y
comunicar al devoto las disposiciones corporales más adecuadas. La virtud
específica del gesto es el punto medio, la justa medida, la armonía interior.30
Hay otros aspectos de las representaciones del cuerpo como la desnudez (total,
parcial o simulada según el caso), las vestiduras y ciertas características de los
rostros (ojos pequeños, grandes, torcidos, etc.) que están especialmente
relacionadas con la vergüenza, la virtud o el vicio. 33
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Ibid,. Pág. 174, 175
33
Ibid,. Pág. 181
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