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El espacio, el tiempo y el ser humano Peter Gould

domingo, 06 de mayo de 2007


17:57

Nota biográfica
Peter Gould es profesor de la cátedra Evan Pugh de Geografía en la Universidad de Penn
State, University Park, PA 16802, EEUU. Es autor y compilador de diecisiete obras, en las que
los procesos de difusión espacial han sido un tema constante de investigación. En una de sus
obras más recientes, The Slow Plague, analiza la expansión del sida con un estilo accesible
para un público lego. Ha trabajado como asesor en diversos países de África, Europa, América
del Sur y del Norte.
El espacio, el tiempo y el ser humano
Peter Gould
Introducción
En un sentido profundo, todos somos geógrafos, historiadores y filósofos conscientes del
espacio y del lugar, del cambio a lo largo del tiempo y de nuestra capacidad para reflexionar
detenidamente sobre el mundo natural y el mundo humano y sobre cómo deberíamos
conducirnos en ellos. Como ámbitos formales de investigación en las facultades y
universidades, la geografía, la historia y las ciencias sociales son disciplinas relativamente
recientes, ya que muchos de sus interrogantes han sido planteados y respondidos con
anterioridad, bajo el alero sin duda amplio de la filosofía y la teología. Pero de la misma manera
que las distintas ciencias físicas se fueron separando de la filosofía natural hacia finales del
siglo XVII, y las ciencias biológicas hacían lo propio en el XVIII, así las ciencias humanas, entre
ellas la geografía y la historia, comenzaron a definirse como ámbitos particulares de estudio en
el siglo XIX. De aquella época data la creación de departamentos separados en las
universidades, creación que se ve aparejada inevitablemente de cierta tensión con las
disciplinas establecidas como la filosofía, la teología, la medicina y el derecho. Estas tensiones
acabaron por mitigarse, pero no debería sorprendernos que hayan surgido. Al fin y al cabo,
puesto que todo existe en el espacio y el tiempo, es perfectamente posible una geografía y una
historia de casi todo aquello que atrae la curiosidad humana, incluidas las materias que
comprenden disciplinas ya establecidas en la universidad.
Merece la pena recordar estos orígenes, fundados sobre aquel pensamiento más holístico que
aún era posible en un mundo pretérito y considerablemente más sencillo, para reconocer que
todas las divisiones y particiones del conocimiento y la investigación humana son constructos
humanos artificiales. En la actualidad, somos testigos de un afloramiento continuo de nuevos
campos formados por la escisión de subdisciplinas (que en ocasiones crecen hasta constituir
disciplinas nuevas por derecho propio). Pero si en ocasiones la vida intelectual moderna parece
un árbol del que brotan sin cesar ramas cada vez más finas y especializadas, también es
posible percibirla a través de otra metáfora, la de un río donde se trenzan aguas que fluyen sin
cesar de un canal a otro. Muchos de los problemas más importantes y difíciles del mundo
actual requieren las capacidades y perspectivas de varias disciplinas conectadas por este
entretejimiento de canales individuales, y si esto es cierto en el mundo intelectual más amplio,
también es cierto en el ámbito tradicionalmente ecléctico de la geografía.

¿Una dicotomía físico-humano?


Cuando los académicos de otras tradiciones observan la geografía contemporánea desde
afuera, reaccionan con perplejidad ante el hecho de que la geografía física y la geografía
humana puedan existir lado a lado. El supuesto, a menudo tácito, es que una ciencia que trata
estrictamente con el mundo físico-biológico, cuyas sólidas regularidades bien se puede
contemplar como leyes que conducen a predicciones, no puede ser compatible con un mundo
humano en el que las regularidades, si acaso pudieran hallarse, nunca se traducen en
predicciones que no pueden ser soslayadas por los individuos sobre quienes se elabora las
predicciones. Tan clara ha resultado en ocasiones esta separación, que incluso los
departamentos de geografía se han dividido en dos programas curriculares, o han trasladado el
componente físico a la geología y la meteorología. Sin embargo, existen dos corrientes
contrapuestas a esta drástica separación que actualmente se manifiesta con fuerza creciente.
La primera es una conciencia mucho más acusada en los académicos y neófitos de que a
menudo el mundo humano y el mundo natural están íntimamente interconectados. Los efectos
que éste puede tener sobre aquél se evidencian cada vez que se desplaza una placa tectónica,
que un huracán azota una costa, que las lluvias y los deshielos de la primavera desbordan las
orillas de los ríos, o que el Pacífico occidental derrama sus aguas tibias sobre las aguas frías

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orillas de los ríos, o que el Pacífico occidental derrama sus aguas tibias sobre las aguas frías
frente a las costas de Perú (fenómeno conocido como la corriente "del Niño"). Empiezan a
abundar pruebas que indican que la sequía en el Sahel se debe en parte a efectos remotos
globales originados en las aguas calientes del Pacífico. Sin embargo, la flecha causal no es
unidireccional, y puede abarcar complejas cadenas de acontecimientos. Los efectos físicos
sobre el mundo humano pueden verse exacerbados por la intervención humana, y no pocas de
estas intervenciones manifiestan cierta arrogancia. Se construye diques enormes para
contenerlo todo salvo "la inundación de los 200 años", pero el río Misisipi no hace caso de este
cálculo de probabilidades e inunda extensas zonas urbanizadas construidas en su llanura
aluvial. La presa del Volta reduce el flujo de sedimento hasta tal punto que el mar ya comienza
a mermar algunas de las zonas de producción agrícola más fértiles de Ghana. En Egipto, la
presa de Asuán impide que se produzcan las inundaciones que renuevan la fertilidad, destruye
las pesquerías del Mediterráneo oriental, son abundantes en proteínas, y consume una gran
parte de la energía eléctrica para producir fertilizantes artificiales. Además, la sola presión de la
presencia humana impacta con una fuerza causal cada vez mayor en el mundo físico, ya se
trate de la contaminación de aguas subterráneas locales, la tala y quema de las selvas
tropicales con sus ecosistemas tan extraordinariamente delicados, o del aumento de las
emisiones de gases causantes del calentamiento global y los agujeros en la capa de ozono. El
ser humano y el mundo natural se revelan cada vez más inseparables y, por lo tanto, deberían
estudiarse conjuntamente.
Pero existe también una segunda corriente que se contrapone a toda separación drástica de
estos mundos. Algunos de los conceptos más fructíferos para estudiar el mundo humano en el
espacio y el tiempo han surgido de analogías derivadas del mundo físico, sobre todo del ámbito
formal de la física clásica. Con el creciente protagonismo de los enfoques teóricos y
cuantitativos en la geografía, atribuible sobre todo a los extraordinarios avances en el tamaño y
la velocidad de los ordenadores, han ido surgiendo fértiles perspectivas analógicas de un
protagonismo todavía mayor. Conceptos que se suele señalar bajo la rúbrica de «modelos de
gravedad», sustentan muchos enfoques formales sobre la interacción espacial, la difusión, el
trayecto diario al trabajo, e incluso sobre la transmisión global de enfermedades, y sus
principios pueden derivarse directamente de teorías análogas sobre la maximización de la
entropía (Wilson y Bennett 1985). Muchos modelos matemáticos formales parecen tener una
aplicabilidad directa y esclarecedora en el ámbito humano. Con frecuencia se ha señalado los
peligros éticos de cosificar de este modo el mundo humano y de tratar en masa a los seres
humanos como 'cosas', si bien es inevitable la cosificación en toda visión teórica o colectiva
dispuesta a hacer afirmaciones que trasciendan la idiosincrasia individual.
Por lo tanto, para el geógrafo contemporáneo, cualquier dislocación intelectual entre la
geografía física y humana es más aparente que real. En efecto, hoy en día muchos programas
de estudio complementan abiertamente su enseñanza básica de geografía física y humana con
asignaturas intermedias centradas específicamente en las interacciones entre los seres
humanos y la naturaleza. Un tema más antiguo de la investigación geográfica, que cayó en
desgracia justificadamente debido a su determinismo radical, se ha actualizado a la luz de
novedosas perspectivas globales, complementándose con las posibilidades analíticas tan
amplias que aportan la observación por satélite, los sistemas informáticos geográficos y la
capacidad de los superordenadores. Así, nuestra primera indagación para obtener una
perspectiva sobre la geografía actual se centra en la geografía física. Es necesario abordar
este ámbito de forma concisa, incluso superficial en un sentido estricto, porque resulta menos
complejo que el lado humano de la disciplina. Conviene fundamentar esta afirmación con
prudencia, para evitar que sea radicalmente mal interpretada.

La geografía física contemporánea


Decir que la geografía física es «menos compleja» no minimiza en absoluto la dificultad de
muchos de los problemas que presenta. Se trata sencillamente de señalar que, en general, el
marco formal para la teorización sobre procesos físicos, ya sean terrestres, atmosféricos u
oceánicos, sigue siendo la física newtoniana. En general, el marco parece haber dado buenos
resultados a quienes lo han utilizado en lo que se podría denominar mesoescalas, que
examinan los procesos de la Tierra. Estos estudios no precisan del micromundo de la mecánica
cuántica ni de las concepciones relativistas apropiadas para las escalas astronómicas. Por
ejemplo, todos los modelos de circulación global emplean ecuaciones diferenciales que los
matemáticos de finales del siglo XVIII conocían perfectamente, si bien la diferencia estriba en
que ahora se puede calcular las consecuencias de sus interrelaciones en una sistema global
hasta niveles de observación finita.
Al mismo tiempo, hay una conciencia creciente de que si bien la matemática tradicional de
funciones continuas a veces resulta útil como lenguaje para una teorización muy general,
puede tener poco que ver con nuestras capacidades finitas de cálculo. Esto es particularmente
cierto cuando se pretende formalizar modelos dinámicos a lo largo de extensos periodos, que

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cierto cuando se pretende formalizar modelos dinámicos a lo largo de extensos periodos, que
pueden abarcar desde algunos años en un modelo epidemiológico, hasta siglos o milenios en
modelos atmosféricos, oceánicos o terrestres, algunos de los cuales están interrelacionados.
Dichos descubrimientos han abierto nuevas posibilidades para la reflexión en geografía física,
pero han generado, inevitablemente, algunas modas intelectuales. Por ejemplo, la teoría de las
catástrofes nos ha hecho mucho más sensibles al hecho de que pequeños cambios en los
valores críticos pueden producir un circuito basculante en un sistema grande y alterarlo de un
estado estable a otro. Es más, desde los experimentos con modelos atmosféricos hemos
sabido que nuestras capacidades siempre limitadas para la medición, cuando se combinan con
el cálculo digital, siempre acumularán términos de error que a la larga reducirán las supuestas
predicciones a un caos aleatorio. La teoría del caos es de suma importancia cuando nos lleva a
reflexionar sobre nuestra naturaleza finita de mortales y nuestras limitaciones humanas, pero
no cuando conduce a la estupidez o a la arrogancia. Por ejemplo, los terrenos artificiales, sobre
todo cuando están realzados por geniales gráficos de ordenador, pueden parecer paisajes
terrestres o lunares. Eso sí, todo especialista en las ciencias de la Tierra que se precie sabe
sobradamente que el Himalaya no es el producto de un relieve de Mandelbrot. Asimismo, otros
expertos en las ciencias de la Tierra, cuya adhesión al paradigma predictivo científico clásico
resulta difícil de desarraigar, dedican ingentes cantidades de tiempo y dinero a buscar
«atractores extraños», regiones de un espacio por el que un sistema dinámico tenga cierta
predilección. Aún cuando sea posible delimitar esta atractiva región, sigue careciendo de un
propósito útil, es decir, predictivo, puesto que, por definición, el sistema sigue siendo de caótico
en términos de cálculo.
El hecho de que se invoque el criterio de utilidad para la investigación en geografía física y
otras disciplinas afines no debería sorprendernos en esta época de calentamiento global,
donde el consumo humano de combustibles fósiles al parecer desempeña un papel. El tema
del calentamiento global se ha politizado enormemente, tanto a escala nacional como
internacional, y actualmente constituye el objeto de una gran industria académica que se juega
grandes sumas de dinero y mucho prestigio personal. Sus conflictos bien podrían convertirse
en objeto de un penetrante estudio de la ciencia como empresa socialmente negociada, más
que como el esfuerzo ideal que busca la verdad en toda su pureza. La prudencia aconseja
tomarse en serio este asunto, aunque los datos que aduce una u otra corriente puedan ser
sumamente selectivos. Por ejemplo, para calcular un aumento de medio grado centígrado en
las temperaturas globales a lo largo de los últimos 100 años a partir de miles de observaciones
en todo el mundo, hay que tener mucha fe en la exactitud de esas observaciones originales.
Por lo que se refiere a los modelos de circulación atmosférica, de los que existe media docena
de variantes, resultan todos tan mecanísticamente sencillos y toscos en sus especificaciones
que el hecho de doblar el contenido de dióxido de carbono, en un ejercicio de simulación que
casi ha alcanzado la categoría de lo sagrado, producirá inevitablemente un efecto de
calentamiento. Parece descontarse el hecho de que nos encontremos en el punto álgido de un
ciclo de Milankovitch, fenómeno registrado periódicamente a lo largo de los últimos 400 mil
años a partir de la proporción de isótopos de oxígeno (Imbrie 1985), así como se pretende
ignorar que los componentes básicos pueden desaparecer por obra de la voluntad, o que se les
puede conferir una gran precisión sólo cuando disponemos de los cálculos del orden de cierta
magnitud. Por ejemplo, el ciclo global del carbono, puerta giratoria que genera y también fija el
carbono en sus numerosas formas, ha de ser capaz de cuadrar la contabilidad global
constituida por componentes atmosféricos, oceánicos y terrestres. El papel que éstos
desempeñan sólo se ha estimado con un elevado grado de incertidumbre, y es inevitable que
estos términos de error afecten de maneras aún desconocidas los cáculos hechos para los
vectores atmosféricos y océanicos del presupuesto global.
En cuanto a las posibles consecuencias humanas, este tipo de investigación, que forzosamente
será especulativa, hasta el extremo de describir escenarios futuristas, no tiene ninguna utilidad
previsible en el sentido de que con los resultados se podría hacer casi cualquier cosa.
Cualquier efecto a lo largo de los próximos cien años es irreversible, y este tiempo mínimo de
impacto representa por sí sólo cuatro generaciones humanas. Estas especulaciones y
escenarios no significan nada para la gran mayoría de los agricultores en el mundo, ya se trate
de una enorme agroempresa en Estados Unidos o de un campesino de Pakistán o del Chad,
dado que las posibles consecuencias serán tan lentas que para la mayoría de las percepciones
finitas no serán visibles.
Incluso para una reseña forzosamente selectiva, sería ciertamente erróneo sugerir que toda la
geografía física se centra en el calentamiento global. La flecha causal en las relaciones entre
seres humanos y naturaleza parece apuntar cada vez más marcadamente desde aquéllos a
ésta, y el tiempo de impacto puede extenderse hacia un futuro bien lejano. Recordemos que la
vida media del plutonio 239, que con 7,5 kilos podría matar a todos los seres humanos de la
Tierra si se distribuyera eficazmente, es de 24.000 años, es decir, unas cinco veces el lapso de
la historia humana transcurrido desde la construcción de las pirámides de Egipto. La Academia
de Ciencias de China ha documentado en una publicación ejemplar (1979) la distribución

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de Ciencias de China ha documentado en una publicación ejemplar (1979) la distribución
geográfica de numerosas formas de cáncer, muchas de las cuales plantean hipótesis muy
sólidas acerca de las causas ambientales, sobre todo aquellas resultantes de la contaminación
industrial. En América del Norte, resulta cada vez más difícil, lo que significa cada vez más
caro, producir un suministro público de aguas que no estén contaminadas por productos
químicos o bacterias en los acuíferos u otras fuentes. Muchos ríos europeos ya no pueden
alojar a la fauna acuática, y los mamíferos como la foca báltica y la nutria, mueren víctimas del
PCBs y otros organoclóridos. Los geógrafos físicos tienen un papel sumamente importante que
desempeñar en la educación medioambiental a todos los niveles y en todas las escalas
geográficas. Aparte de largos y costosos procesos judiciales, que no suelen estar al alcance de
la mayoría de los ciudadanos, la educación es la única vía hacia un mundo con un medio
ambiente equilibrado y sano.

La geografía humana contemporánea


A diferencia de la geografía física, cuyas investigaciones suelen desarrollarse bajo el mismo
paradigma amplio y clásico, la geografía humana y la investigación que le da forma y la
renueva se caracteriza por una abundancia de perspectivas tan diversas que, para el no
iniciado, podría parecer una «cacofonía sobre la fisión». Esta impresión inicial sería un error, no
obstante, dado que tanto las amplias tradiciones científicas humanísticas como las más
especializadas aportan perspectivas sobre la condición humana rara vez captadas por otras
disciplinas. Incluso estas categorías amplias de lo humanístico y lo científico podrían inducir a
error si las interpretamos de forma demasiado estrecha. La investigación de muchos geógrafos
puede inspirarse en inquietudes humanísticas y, a la vez, reivindicar legítimamente
procedimientos y metodologías científicas. La complejidad de la vida humana en el espacio y el
tiempo se ve únicamente distorsionada por la demasiado rígida insistencia en una división entre
humanidades y ciencias, una división que oculta el simple hecho de que la ciencia siempre es
una empresa humana. Es imposible en un análisis como éste describir todas las perspectivas,
demostrar las conexiones entre ellas, o hacer justicia siquiera a las seleccionadas. Sin
embargo, las referencias, que en su mayoría cuentan con extensas bibliografías, aportan
valiosos puntos de partida para futuras investigaciones.

Las perspectivas humanísticas


La tradición humanística abarcaría sin duda aquellos intentos realizados por los geógrafos de
reflexionar detenidamente sobre la tradición y desarrollo intelectual de su propia disciplina,
incluidas sus propias experiencias y desarrollo personal (Haggett 1990). En el curso del pasado
decenio, aproximadamente, se ha producido un notable cambio en este tipo de estudios a partir
de la anterior literatura hagiográfica y demasiado a menudo defensiva, que pretendía delimitar
fronteras intelectuales. Parte del cambio se debe sin duda a la mayor madurez y sofisticación
adquirida gracias a una fundamentación profunda en ámbitos adyacentes de la historia
intelectual, particularmente de la ciencia y la filosofía. Resulta difícil ahora contemplar el
desarrollo del pensamiento geográfico como algo que ha ocurrido de manera aislada y como
una fluida progresión a lo largo de un camino conducente a la verdad geográfica, una verdad
de la que debemos enseñar a los jóvenes a no desviarse. Se la considera cada vez más como
una empresa polémica y a todas luces como una criatura de su época (Livingstone 1992). Una
segunda característica bastante marcada de casi toda la literatura de la geografía humana es
su apertura a otros campos y cierto alegre desdén por aquellos que siguen definiendo límites
que en el mundo actual son sencillamente irrelevantes. Ya sea para utilizar o contribuir a
campos tan diversos como la teoría literaria (Barnes y Duncan 1992), el lenguaje (Pred 1990),
la estética (Tuan 1993), la historia intelectual (Glacken 1967), o los estudios de la cultura (Watts
1991; Western 1992), la literatura geográfica se manifiesta abierta en su voluntad de nutrirse de
otras tradiciones y confía en que puede aportar perspectivas desde su propia herencia espacial
para contribuir a una mayor empresa de entendimiento.
Uno de los desarrollos más notables de la tradición humanística ha sido la renovación (estaría
tentado de decir 'renacimiento') de la geografía cultural, social e histórica. Se trata de un
desarrollo sumamente complejo, en el que merece la pena recordar la analogía del río donde
se trenzan las aguas para hacer hincapié en las muchas conexiones internas que constituten e
influyen en el desarrollo de la disciplina. Desde siempre ha habido una tradición de geografía
histórica sustentada por exquisitas aportaciones (Meinig 1986-95), y muchos geógrafos, que
trabajan en un espectro muy amplio de investigaciones, señalarían que cualquier estudio que
no reconozca los cambios a lo largo del tiempo histórico produciría una sensación de carencia.
Lo que sólo se podría definir como fascinación espaciotemporal por saber cómo fueron las
cosas y cómo llegaron a ser lo que son, impulsa grandes parcelas de la investigación
geográfica. Por lo tanto, la pregunta es: ¿cuáles son los ingredientes más novedosos,
construídos a partir de esta tradición, que nos permiten hablar de renovación y renacimiento?
Una gran parte del impulso renovador ha surgido de una inquietud social muy sentida, y

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Una gran parte del impulso renovador ha surgido de una inquietud social muy sentida, y
difundida, que suele expresarse como una profunda insatisfacción por el estado de las cosas.
Esta insatisfacción suscita interrogantes sobre las razones por las que las cosas han llegado a
ser como son, interrogantes planteados a escalas geográficas que van desde el barrio urbano
local, pasando por la región y la nación, hasta el nivel global. El catalizador subyacente parece
ser una preocupación ética por la evidente gravedad de las disparidades entre pueblos y
naciones, acentuada por la conciencia de las injusticias, lo cual necesariamente desafía el
status quo. En su mejor expresión, la investigación motivada por dicha preocupación arroja luz,
a menudo con procedimientos exclusivos de los estudios geográficos (Harvey 1985), sobre la
marginación de grupos de personas en el ámbito económico, religioso, político, étnico y en
otros tantos ámbitos que la familia humana ha conseguido idear para hacer distinciones entre
«nosotros» y «ellos».
No resulta en absoluto sorprendente que una posición de gran importancia sobre la que se
basa la información de la investigación sociogeográfica sea el marxismo, que a menudo genera
intentos sumamente perceptivos para analizar las bases teóricas más antiguas a la luz de los
cambios de los últimos ciento cincuenta años (Harvey 1982). Dichas reevaluaciones requieren
casi inevitablemente una reflexión sobre la geografía del capital y un reconocimiento de la
diferenciación cultural. La investigación que se nutre en grados diversos del pensamiento
marxista no se limita a distinguir entre centro y periferia a escala internacional o global. Una
parte importante se centra en lugares y gentes marginadas dentro de sus propias sociedades a
menudo opulentas (Dear y Wolch 1987), al mismo tiempo que es consciente de que un lugar o
barrio determinado con el que se identifican las personas constituye en sí mismo el nexo de
una red de enormes flujos de bienes, personas e información que se proyecta hasta el nivel
global. Una de las grandes contribuciones de una geografía sociocultural renovada es su
énfasis sobre una jerarquía de escalas geográficas y relaciones conectadas, tema que
reaparece recurrentemente, ya sea en modelos algebráicos sumamente formales o en ámbitos
específicos, como la geografía médica (ver más abajo).

La cartografía: entre lo científico y lo humanístico


Pocos ámbitos de la geografía humana actual ejemplifican con mayor claridad los peligros de
un pensamiento científico-humanístico dicotomizado que las numerosas perspectivas de la
cartografía contemporánea. Hé aquí un ámbito fundamental de la investigación geográfica que
ha conocido un avance extraordinario en términos de sus capacidades técnicas, a la vez que
ha experimentado una revolución interpretativa y sin duda filosófica. Es paradójico que ambos
desarrollos hayan resultado perturbadores para los tradicionalistas. Pocas personas ajenas la
disciplina son plenamente conscientes del extraordinario progreso técnico, que abarca desde la
cartografía por ordenador y las crecientes capacidades de los sistemas informáticos
geográficos (GIS), hasta unas capacidades analíticas en el terreno espacial y temporal que
eran totalmente impensables hace tan sólo 20 años. Muchas parcelas del análisis basado en la
cartografía utilizan enormes cantidades de datos que deben manejarse rápidamente, por lo que
cada vez más se requiere equipos dotados de una gran memoria RAM y una alta velocidad.
Para muchos programas de investigación más reducidos, el tamaño y la velocidad de los
microordenadores han avanzado a la par, pero para proyectos que dependen de la observación
por satélite se suele utilizar superordenadores. Hoy resulta difícil efectuar una diferenciación
significativa entre los GIS y los programas analíticos, dado que a menudo forman parte de las
mismas rutinas. En términos de perspectivas analíticas, no obstante, han abierto un terreno de
análisis espacial que hace pocos años sólo se vislumbraba en los horizontes teóricos. Muchos
análisis requieren formular preguntas a las series espaciales, sobre todo para responder a
temas relacionados con incidencias significativas. Tomemos sólo un ejemplo. Muchos
estadísticos negaban que la incidencia de la leucemia infantil era significativa en las
inmediaciones de una central de reprocesamiento atómico en el norte de Inglaterra hasta que el
geográfo Openshaw (1987) empleó las capacidades de los GIS para verificar nueve millones de
hipótesis separadas a diferentes escalas, trazando en el mapa las significativas (p=0.0002). Al
final, una enorme «mancha» negra se plasmó sobre Sellafield, señalando una incidencia
significativa en casi todas las escalas del análisis.
Tampoco se ha ignorado la perspectiva dinámica. Las variantes del «método de expansión»
(Jones y Casetti 1992) emplean las series espacial y temporal de forma simultánea, utilizando
estos enfoques para predecir no sólo valores a lo largo del horizonte del tiempo, sino dónde
cabe esperar que se plasmen estos valores. Aquí el filtro de adaptación espacial (Gould et al.,
1991) permite al geógrafo emplear toda la información espacial disponible en el cubo (x,y,t) o,
en términos más comunes, en una serie de mapas que indican los cambios en una única
variable a lo largo de una sucesión de periodos) con el fin de predecir los mapas sucesivos. La
predicción del resultado geográfico de un proceso acometido tradicionalmente de una manera
temporal simplista también ha empleado redes neurales, como las transformaciones o
correspondencias, para predecir variables habitualmente difíciles de medir a partir de las que

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correspondencias, para predecir variables habitualmente difíciles de medir a partir de las que
resultan más fáciles de observar (Hewitson y Crane 1994).
Sin embargo, al mismo tiempo que los desarrollos científicos y técnicos sostenían una
revolución gráfica y analítica en la cartografía, un cambio de igual profundidad se ha llevado a
cabo en el ámbito humanístico (Harley 1988). Uno de los principales avances del decenio
pasado ha sido una acusada conciencia de la relevancia general para cualquier ámbito de
estudio de la revolución hermeneútica en determinadas parcelas de la filosofía contemporánea.
Esto abarca algo más que la cartografía, pero en ella el impacto ha sido profundo. Pocos
geógrafos en la actualidad contemplan la cartografía como una lenta marcha hacia el mapa de
una certeza ideal, pero reconocen que lo que el creador del mapa y el lector aportan al mapa
determina la interpretación y el significado. En resumen, un mapa, cualquier mapa, no es un
texto neutro y mudo, con el mismo significado para cualquier persona razonable, sino una
construcción humana interpretable desde muchas perspectivas diferentes.
Poco asombra, por tanto, el interés intenso y permanente que se ha manifestado por la
visualización. Parte de dicho interés proviene del simple hecho de que ningún ser humano
puede comprender los literalmente miles de millones de datos que componen un flujo de
múltiples canales desde la observación por satélite. De algún modo, hay que comprimir, filtrar,
realzar y simplicarlo todo en una imagen visual que permita una apreciación intelectual de la
complejidad para darle significado. Pero parte de este interés proviene también de la
comprensión más profunda de los procesos dinámicos cuando es posible la animación de
imágenes sucesivas. Por ejemplo, existe un gran interés, bastante comprensible, en la cuestión
de la transmisión global de enfermedades. En principio, se podría simular el movimiento de un
virus, desde cualquiera de los 4.028 aeropuertos del mundo, en una sucesión de manchas
probabilísticas que se intensificarían a lo largo del tiempo (Gould 1995). Si una serie de dichas
imágenes globales estuvieran unidas por la animación, se podría producir una dramática y
dinámica secuencia que revelaría las principales rutas y posibles «cuellos de botella». Los
efectos del acierto aleatorio de la animación podrían resultar sobrecogedores conforme los
patrones espaciales adquirieran súbitamente movimiento, lo cual se traduciría en hipótesis que
antes habrían sido impensables.

Las perspectivas científicas (sociales)


Dada la gran diversidad de la investigación geográfica, uno bien podría preguntarse cuál es el
hilo común que se entreteje en una mezcla de temas en apariencia tan heterogénea. La
respuesta sería una forma de abordar y contemplar el mundo humano que sólo puede
denominarse «perspectiva espacial». El énfasis en la espacialidad de la existencia humana
reconoce que ninguna disciplina puede hacer reivindicaciones exclusivas sobre este aspecto de
la vida y la sociedad humana, a la vez que sigue reconociendo que en el énfasis que el
geógrafo pone en el factor espacio hay algo singularmente «geográfico». Para la mayoría de
los lectores, es probable que la frase «espacio geográfico» evoque el tradicional mapa en la
página de un atlas abierto, o el espacio homogéneo y suave del teórico de la física social.
Ninguno de ellos es del todo irrelevante, aunque ambos hoy son inadecuados. La razón es
sencilla. Los espacios lisos de la teoría son sólo puntos de partida, mientras que las superficies
topográficas del atlas revelan un tipo de espacio estructurado que se ha vuelto cada vez menos
importante a lo largo de los dos últimos siglos de progreso tecnológico. En una era de Internet y
correo electrónico, puede que no exista espacio alguno sino un punto carente de dimensión y,
en ese sentido, no habría «geografía» alguna.
Pero decretar la muerte de la geografía sería manifestar una visión excepcional e ingénua,
parecida a las afirmaciones igualmente simplistas sobre «el fin de la historia». No es el espacio
geográfico en el mapa lo que adquiere relevancia, sino cómo ese espacio ha sido estructurado
por la presencia humana y su tecnología. Son estos espacios estructurados, a menudo
multidimensionales, los que controlan una gran parte de la dinámica de la sociedad humana, y
una razón para emplear el ejemplo de la geografía médica es sencillamente que las
enfermedades son formas de datos humanos que se suele registrar, y por eso se les pueden
usar como «rastreadores». Por ejemplo, en la región metropolitana de Nueva York es posible
transformar el mapa geográfico tradicional de los distritos y condados en un «mapa de viajes
diarios a y desde la ciudad» cuyas «distancias» son medidas por los intensos flujos de los
trayectos diarios al trabajo (Gould and Wallace 1994). Si se inyecta el VIH en cualquier punto
de este espacio altamente estructurado, fluirá rápidamente hacia Manhattan, que se posa como
una araña en el centro de sus redes geográficas y de viajes diarios. Aquí, el virus prolifera
rápidamente en las poblaciones marginadas y es transportado por los viajeros diarios hacia los
suburbios más alejados. Los índices que miden la intensidad con que cada distrito está
conectado a todas las demás partes del sistema de viaje diario predicen con gran exactitud las
tasas de sida a lo largo del tiempo y en diferentes lugares (r= 0,93). Resultará de interés para
otros científicos sociales y comportamentales observar que algunos parámetros difíciles y a
veces imposibles de medir, como las tasas de transmisión de un grupo social a otro, son

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veces imposibles de medir, como las tasas de transmisión de un grupo social a otro, son
irrelevantes en dichos análisis. Cuando se ha identificado la estructura del espacio preciso,
aparecen muchos más aspectos que permiten predicciones ajustadas en términos de espacio y
tiempo.
En éste y otros muchos ejemplos, la propia interacción humana estructura el espacio
geográfico del mapa, así que apenas sorprende encontrar las ideas del modelo de gravedad en
el centro de muchos procesos espaciotemporales, incluyendo la difusión de noticias, ideas,
innovaciones y enfermedades. Pero dicha perspectiva también reconoce que movimientos de
todo tipo pueden verse fuertemente afectados por barreras culturales, políticas, económicas,
religiosas e incluso étnicas. En otras palabras, es posible que los movimientos e interacciones
humanas no sean una función matemática relativamente sencillas del tamaño, la distancia o el
coste, sino que estén configurados por factores verdaderamente humanos difíciles de medir de
forma cuantitativa precisa. Las primeras reacciones y objeciones que condujeron al
resurgimiento de la geografía social y cultural nacieron como respuesta a la primera ola (quizá
excesivamente entusiasta) de cuantificación y cosificación de los «espacios» humanos. Dicha
reacción de oposición reflejaba la desazón de muchos geógrafos ante el hecho de que se
estuviera ignorando aspectos humanos importantes, delicados y susceptibles de matizar.
Las reacciones en sí son diversas, y cada vez más incorporan perspectivas y temas que pocos
geógrafos habrían contemplado hace tan sólo 20 años. Aquí también, y obligados a simplificar
en exceso, se puede definir estas perspectivas como el «lenguaje», el «género» y realidad
«poscolonial». La geografía comparte con todas las ciencias sociales una conciencia acusada
de las implicaciones de lo que podríamos denominar vagamente «la revolución linguística
posmoderna», una frase curiosa, pero que capta implicaciones con dos consecuencias
profundas. En primer lugar, ha hecho reflexionar a los geógrafos humanos, hasta un extremo
jamás visto anteriormente, sobre la manera en que el lenguaje configura el pensamiento. En
resumen, una conciencia de que cada cual aporta a un «texto» (ya sea verbal, gráfico o
algebráico) algo que configura el significado de aquel texto. Esto plantea, como bien saben los
filósofos, la cuestión de la «verdad», pues cada acto de literatura geográfica, cada construcción
de un mapa, y cada derivado de una ecuación, constituye un acto de selección y, por tanto, un
acto de poder. Escribir, indagar, emprender cualquier tipo de investigación, es siempre un acto
de poder (Olsson 1991), y todo poder corrompe. Para decirlo sin ambages y concretamente,
este ensayo es un acto de poder, y no puede ser de otro modo. Aunque el editor de este
análisis me hubiera concedido un espacio ilimitado, no habría podido evitar seleccionar temas,
pasar otros por alto, o destacar de modos diferentes diversos aspectos de la geografía
contemporánea. Uno intenta presentar un cuadro justo y equilibrado sabiendo de antemano
que está abocado a fracasar.
Pero la segunda consecuencia de la conciencia lingüística es que ha servido para acercar
considerablemente la geografía humana, a menudo en un diálogo intenso, a las humanidades,
sobre todo a la filosofía moderna, a la crítica literaria, y a diversas corrientes de la psiquiatría.
Mientras que algunos siguen enamorados de la teoría tal como la definen estas disciplinas
(definiciones irreconocibles para quienes aprenden su significado en las ciencias físicas), otros
argumentan con gran poder de lógica y persuasión que las ciencias humanas deberían avanzar
más allá de la teoría (Strohmayer 1993). El resultado son unos textos muy ingeniosos, una
crítica y unas disputas muy intensas entre una generación mayor y airada y unos geógrafos
más jóvenes que gozan con el papel de tábano crítico. El resultado es cierta exageración por
ambas partes, pero las preguntas planteadas son indudablemente saludables. Una disciplina
en la que no se ponga a prueba las viejas formas a través de una confrontación y una crítica
intensa experimentará ciertos problemas.
Una segunda perspectiva de confrontación proviene de un movimiento feminista cada vez más
fuerte, que se basa en una conciencia de la injusticia sufrida por la mitad de la raza humana,
cuya mayoría vive en sociedades partiarcales marcadamente dominantes, además de una
conciencia de que el género configura las percepciones y, por lo tanto, las geografías. El hecho
de que pudiera haber, literalmente, un mundo de mujeres o, mejor aún, «mundos», era apenas
concebible hace 25 años. Hoy en día existen asignaturas básicas de licenciatura sobre la
geografía del género, que destacan que el espacio y el lugar pueden tener significados
radicalmente diferentes para los hombres y las mujeres. En su mejor expresión, la literatura de
geógrafas feministas ha potenciado la sensibilidad de toda una disciplina frente a dichos temas,
ya sea a través de afirmaciones generales y reflexivas (Hanson 1992) o con investigaciones
ejemplares que demuestran con ejemplos concretos la riqueza intelectual de una perspectiva
feminista (Friberg 1993; Massey 1994). En su expresión menos que ideal, se ha planteado
como una protesta a la que incluso las geógrafas más rotundamente feministas ponen reparos.
Una tercera perspectiva que cuestiona una gran parte de la investigación geográfica tradicional
podría denominarse poscolonialista, con sólidos vínculos con la crítica literaria y estudios afines
(O'Hanlon 1988), a partir de los cuales se puede identificar influencias importantes. La
investigación en esta tradición está empeñada en descubrir y volver a examinar las
consecuencias y experiencias humanas y geográficas de un pueblo que ha experimentado la

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consecuencias y experiencias humanas y geográficas de un pueblo que ha experimentado la
colonización. En un sentido, no se trata necesariamente de una tarea difícil, puesto que la
mayoría de los regímenes ex coloniales proporcionan abundante material para reproducir
prácticas de paternalismo, arrogancia cultural, dominación económica y todos los demás males
que aparecen cuando un pueblo somete a otro. Lo que resulta difícil es aportar un cuadro justo,
equilibrado y objetivo cuando los supuestos previos son que todos los régimenes coloniales son
inherentemente injustos hasta el extremo de la maldad, y que la objetividad es imposible a la
luz de la certeza moral del autor y su nueva sensibilidad al lenguaje y al poder. Como una
persona de creencia ideológica convencida, las geografías poscoloniales manifiestan en
ocasiones una tendencia a encontrar lo que buscan. La paradoja añadida es que casi toda la
investigación y literatura geográfica está realizada por una generación que jamás conoció el
colonialismo, ya sea como colonizador o como colonizado. El resultado es a menudo un género
de literatura geográfica que bien podría denominarse «geografía catártica», en sí misma un
fenómeno interesante.
Como cualquier disciplina, la geografía humana genera sus modas y sus entusiasmos
intelectuales, pero sería un acto injusto e ignorante descartarlas por considerarlas
intelectualmente carentes de importancia, pues a menudo constituyen perspectivas nuevas y
enriquecedoras desde las cuales observar el mundo geográfico humano (Gregory 1994). Con el
paso de sucesivos carros a los que suben los interesados, y todas las ciencias sociales
experimentan esto, se ven sometidas a un escrutinio y una crítica intensa por parte de aquellos
que no se dejan cautivar por los entusiasmos y últimas revelaciones de la verdad. El resultado
es que la mayoría de las perspectivas del momento no acaban por resecarse del todo ni son
barridas por los vientos, sino que dejan valiosas perspectivas y nuevas posibilidades para
plantear y emprender investigaciones geográficas más penetrantes en el futuro. También
suelen señalar la existencia de fuertes vínculos aportadores de información con otros ámbitos
de las humanidades y las ciencias sociales, vínculos que casi siempre se mueven en una vía
de doble tránsito.

Conclusión: ¿un siglo espacial?


De ser una disciplina que hasta cierto punto estuvo ensimismada y fue defensiva hacia
mediados de siglo, la geografía contemporánea ha realizado unos avances extraordinarios en
las dos últimas generaciones de geógrafos hasta constituir uno de las unidades más vitales de
una universidad. La base de su evolución progresiva es diversa y su historia es compleja, pero
comprende una serie de reacciones y oposiciones saludables, empezando por el desafío a los
enfoques del poder establecido hacia finales del decenio de los '50 y principios de los 60. No
existen apenas dudas de que los desarrollos cuantitativos y teóricos fueron fuertes
catalizadores, potenciados por el rápido crecimiento de la capacidad de cálculo de equipos
capaces de manejar grandes cantidades de datos, y por los medios para explorar enfoques
metodológicos que antes superaban las capacidades humanas finitas. Éstas abarcaron no
únicamente numeroso ámbitos del análisis de variables múltiples sino también crearon parcelas
de análisis estadístico totalmente nuevas que todavía no habían sido concebidas por los
estadísticos (Wrigley 1995). Las reacciones humanísticas frente a dichos enfoques no tardaron
en manifestarse, y generaron a su vez perspectivas del análisis geográfico fundamentadas en
sólidas posiciones ideológicas. Sin embargo, éstas han soportado a su vez el desafío de
perspectivas posmodernas que, si bien sumamente diversas entre sí, comparten una
conciencia clara de que una sola perspectiva o enfoque de la investigación geográfica nunca
puede captar todo lo esencial. Afortunadamente, para la futura salud de la geografía, los
propios posmodernistas deben enfrentarse a la paradoja de que la mayoría de sus
reivindicaciones más fuertes contra los puntos de vista esencialistas se aproximan a un
esencialismo a menudo sumamente dogmático.
Este fermento intelectual merece todo el respeto, no sólo en términos internos de la disciplina
propiamente tal, sino en términos de su contacto e influencia interdisciplinaria. En los diez
últimos años, ha aumentado progresivamente el número de disciplinas adyacentes a las
ciencias humanas y físicas, además de las humanidades, que manifiestan una conciencia
mucho más profunda de la importancia fundamental del espacio y el lugar. Las personas, tanto
los académicos como los practicantes, empiezan lentamente a recordar que, además de una
historia, casi todos los procesos físicos y empresas humanas tienen una geografía. En cierto
nivel, decir que todo existe en el espacio y el tiempo tal vez sea poco más que una banal
perogrullada, pero en un nivel más reflexivo e intenso evoluciona hacia una fuerte conciencia
de la «espaciotemporalidad» que puede abrir y clarificar un tema de manera
extraordinariamente eficaz. En efecto, no resulta imposible pensar que el siglo XXI será «el
siglo espacial», un tiempo en el que la conciencia de lo geográfico volverá a adquirir una
presencia destacada en el pensamiento humano. Intelectualmente, cada vez son más los
estudiosos que intuyen que el lugar siempre se define en un espacio mayor, a menudo
multidimensional. En términos prácticos, significa que toda decisión de planificación implica no

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multidimensional. En términos prácticos, significa que toda decisión de planificación implica no
sólo un cuándo, sino también un dónde, un donde que siempre estará situado en un espacio
estructurado de formas complejas determinadas por decisiones previas.
En dicho resurgimiento en el pensamiento general, la educación de la geografía tiene un papel
sumamente importante que desempeñar, ya sea al nivel de la escuela, la universidad, o en el
ámbito público. Los acontecimientos del mundo actual están demasiado interconectados y son
demasiado inmediatos para no tener un significado, es decir, para no «tener sentido» para un
ciudadano educado del mundo. Un accidente en una central nuclear, la aparición de un nuevo
virus, la emisión de gases que destruyen la atmósfera, una decisión política «local»
agresiva...todas éstas y muchas más pueden tener un impacto en todo un mundo cada vez
mas íntimamente relacionado. En un sentido muy profundo, nada hay que no esté conectado
en el mundo actual, y tal vez por esto sea importante no canalizar los ríos de aguas que se
trenzan unas con otras, sino dejar que sus corrientes se mezclen y encuentren sus propios
caminos.
Traducido del inglés
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