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Reflexión para la
esperanza
Aunque era otoño, quiso el
jardinero adornar de flores una
pequeña parte de su jardín, que
había quedado agostada en el
verano.
“No conseguirás nada”, le
dijeron los robustos robles
del camino.
“Caerán lluvias, soplarán vientos
y se llevarán las diminutas
semillas al mar o a los ríos, donde
nada germina”, continuaron.
El jardinero
encaprichado no se
resignaba con la
franja amarillenta,
que desmerecía la
belleza de su jardín.
Seleccionó las semillas de flores,
tomándolas de colores y especies
variadas. Las introdujo, una a una,
después de mullir la tierra, y las tapó
con suavidad con la palma de su
mano.
No se sentó a esperar, pues
un jardinero nunca está
ocioso , pero plantó
también en su corazón otra
semilla, llamada esperanza.
Elevó interiormente una súplica a la Madre
Naturaleza, para que diera suave acogida
en su seno a las pequeñas semillas, que
las despertara con su toque que fuera
benévola e hiciera germinar sus flores;
pidió a la tierra húmedo y les dejara posar
su raíces...
Pidió a la
lluvia...
“¡Gracias!”,
exclamó.
Y soñó con las
nuevas flores
que brotarían
sucesivamente.