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LA IGLESIA UNIVERSAL,

UN PUEBLO REUNIDO

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que el plan de Dios se realiza en la Iglesia,
pueblo reunido por el amor de Dios.

1.¿Dios tiene un plan sobre mi vida? V/SENTIDO:


No es raro encontrarnos con afirmaciones tan contrapuestas como las
siguientes. Unos dicen: «Todo es absurdo». Otros: «Todo tiene un
sentido». Unos dicen: «El mundo está regido por un destino ciego,
inexorable». Otros: «Dios tiene un plan sobre mi vida». También nos
encontramos con interrogantes tan fundamentales como éstos: «¿Qué
es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a
pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen
las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la
sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida
temporal?» (GS 10).

2. Respuestas no cristianas
Son muchos los que, arrastrados por un materialismo práctico, no se
plantean este tipo de preguntas. Otros piensan hallar su descanso en
una interpretación de la realidad propuesta de múltiples maneras. Otros
esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la
humanidad. Y no faltan quienes, desesperando de poder dar a la vida un
sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia
carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido
puramente subjetivo (Cfr. GS 10).

3. Dios toma la iniciativa de la salvación del hombre


Antes de que el hombre pensara en liberarse de sus limitaciones
fundamentales, ya Dios había decidido ofrecerle algo que el hombre no
podía sospechar. La posibilidad de participar en la felicidad y en la vida
misma de Dios para siempre. «Dios quiere que todos los hombres se
salven» (1 Tm 2, 4). La razón está en el amor que Dios tiene al mundo,
amor que ha manifestado enviando a su Hijo Jesucristo. Así lo dice Jesús
a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan
vida eterna» (Jn 3, 16). Dios ha tomado la iniciativa de la salvación del
hombre. Por ello, Dios intervino en la historia, eligiendo al pueblo de
Israel y comunicándole poco a poco su plan de salvación que en Cristo y
por medio de la Iglesia ofrecerá después a todos los hombres. En efecto,
el Padre «estableció convocar a quienes creen en Cristo en la Santa
Iglesia, que ya fue prefigurada desde el comienzo del mundo, preparada
admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la antigua Alianza,
constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del
Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos» (LG
2).
4. El plan de Dios, esbozado en el Antiguo Testamento
Por la acción de Dios en medio de la historia, Israel llega a comprender
que Dios tiene un plan sobre el mundo. La historia humana no se
desenvuelve según los impulsos de un destino ciego, sino que está
polarizada de un extremo a otro por un término, señalado antes de la
creación del mundo. Por ello dice el libro de la Sabiduría que Dios lo
dispuso todo «con peso, número y medida» (Sb 1 1, 20).
En efecto, oculto durante mucho tiempo, el plan de Dios fue esbozado
en la revelación del Antiguo Testamento: elección de los antepasados de
Israel, promesa de una posteridad y de una tierra, cumplimiento de la
promesa a través de los acontecimientos providenciales que dominan el
éxodo, la alianza del Sinaí, el don de la Ley, la conquista de Canaán. El
plan de Dios es la realidad fundamental que los profetas dan a conocer
al pueblo de Dios: «No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus
siervos los profetas» (Am 3, 7). La oración de Israel se nutre del
conocimiento del plan de Dios, revelado a través de los hechos (Sal 76;
77; 104; 105). Israel, en suma, se comprende a sí mismo como implicado
en un drama que está en curso, cuyo desenlace sólo es parcialmente
conocido y hacia el cual Dios hace caminar a la historia: «De antemano
yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo: Mi
designio se cumplirá, mi voluntad la realizo» (Is 46, 10). El plan de Dios
es la salvación, una salvación que será ofrecida a Israel y, con él, a
todas las naciones (Is 2, 1-4; Za 8, 20ss; 14, 16; Is 56, 6-8; 60, 1 1-14),
una salvación que Dios, en su amor, va dando a conocer, iluminando así
el sentido de la existencia.

5. Jesús, en el centro del plan de Dios. La plenitud de los tiempos


Con Jesús, el plan de Dios llega a su etapa decisiva, la plenitud de los
tiempos. Jesús, el enviado del Padre (Mt 15, 24; Jn 6, 57; 10, 36) obra
constantemente en función de ese plan: en cumplimiento de la voluntad
del Padre (Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38) y de las Escrituras (Lc 22, 37; 24,
7.26.44; Jn 13,18; 17, 12; 19, 28.36; 20, 9). Si predica la buena nueva
del reino (Mt 4,17.23), si cura a los enfermos y arroja a los demonios, es
para significar que él es el que había de venir (Mt 11, 3ss) y que el Reino
de Dios ha llegado ya (Mt 12, 28). El plan de Dios alcanza una nueva
etapa que se sitúa entre la plenitud de los tiempos y el fin de ios siglos: la
etapa de la evangelización de los pueblos. Jesús confía el desarrollo de
esta misión a la Iglesia: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a
guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 18-20).

6. El plan de Dios, realizado en la Iglesia


La Iglesia lleva adelante el plan de Dios. El Evangelio que ella
proclama ante la faz del mundo es el de la salvación acaecida en Jesús,
muerto y resucitado, salvaci6n accesible desde ahora a todos aquellos
que crean en su nombre (Hch 2, 36-39; 4, 10ss; 10, 36; 13, 23). San
Pablo no hace otra cosa sino anunciar el plan de Dios en su totalidad
(Hch 20, 27). Para los que Dios ama, este plan se desarrolla conforme a
ciertas etapas preparadas de antemano: «sabemos que en todas las
cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han
sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció,
también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera
él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos
también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los
que justificó, a ésos también los glorificó» (Rm 8, 28-30).

7. "Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra"


En el himno que abre la carta a los Efesios (/Ef/01/03-14), San Pablo
proclama gozosamente el plan divino de la salvación realizado en la
Iglesia, misterio de elección, de redención, de perdón, de gracia, de
bendición, de glorificación; misterio que nos revela el plan amoroso de
Dios Padre, tomado de antemano y realizado en la plenitud de los
tiempos por medio de Cristo: «Por él, por su sangre, hemos recibido la
redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y
prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer
el Misterio de su Voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar
por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo
todas las cosas del cielo y de la tierra» (Ef 1, 7-10). Cristo Resucitado,
silenciosamente, como el imán atrae los gránulos de plomo, atrae todo
hacia sí, según las líneas de un trazado progresivamente visible.

8. La Iglesia, comunión de Dios con el hombre en Jesucristo


Según el plan de Dios, Cristo ha sido constituido también «Cabeza
suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo
en todo» (Ef 1, 22-23; cfr. Col. 2, 9-10). De esta manera, en Jesucristo,
la Iglesia, es misterio de comunión entre Dios y los hombres. La Iglesia es
ya, en germen, la Nueva Jerusalén, que contempla el libro del
Apocalipsis: «Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará
entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos» (Ap 21, 3). La
Iglesia en su aspecto más fundamental es la comunidad de vida
resultante de la participaci6n de los hombres en la gracia de Cristo. En
este sentido, aunque la Iglesia no puede añadir nada a la gracia de Dios,
representa, sin embargo, la culminación del misterio de Cristo (Cfr. LG 7;
GS 32d; 40b; 42a). Por la fe y los sacramentos entramos en comunión
con Cristo salvador, participamos de su muerte y resurrección (Cfr. Rm
6), quedamos constituidos hijos de Dios y convertidos en miembros de su
cuerpo que es la Iglesia (Cfr. Ga 3, 26-29; Mc 16, 16; Jn 3, 3; 6, 53).
Estos miembros se unen entre sí en Cristo Jesús, de una manera
especial por la participaci6n en la Eucaristía. «La unidad de los fieles que
constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por
el sacramento del pan eucarístico (cfr. 1 Co 10, 17)» (LG 3).

9. La Iglesia, comunión de los hombres entre sí


En la persona de Cristo y en su Cuerpo que es la Iglesia, Dios restaura
la unidad de los hombres. Judíos y gentiles son reconciliados y forman
un solo pueblo, el pueblo de Dios. Así Cristo «es nuestra paz. El ha
hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el
muro que los separaba: el odio» (Ef 2,14). Aquí, San Pablo alude al muro
que separaba el atrio de los gentiles y el de los judíos en el Templo de
Jerusalén (Cfr. Hch 21,28-29). Barreras seculares y viejas divisiones son
superadas en la unidad de Cristo, que hace de todos «un solo Hombre
Nuevo» (Ef 2,15): «ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos
y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Ga
3,28).

10. El Espíritu Santo une a los hombres en Cristo; vínculo de unión


entre los miembros de la Iglesia
La comunión de todos en el Cuerpo de Cristo se hace posible por la
intervención del Espíritu Santo. El Espíritu, enviado por el Padre y por el
Hijo, nos transforma en hijos de Dios, haciéndonos partícipes de la
condición filial de Jesucristo; infunde en nosotros los sentimientos del
mismo Cristo y nos une en comunión de vida y de amor con El y con el
Padre (Cfr. Rm 8,14-17; Jn 7,39; Flp 2,1 -5; Jn 14,17; 20,22). «Allí donde
está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el
Espíritu de Dios, allí está su Iglesia y toda su gracia» (S. Ireneo, Adv.
Haer lll, 24,1). El Espíritu Santo, que es el vínculo de unión entre el
Padre y el Hijo, es también la fuerza que une entre sí a los discípulos de
Cristo en la unidad de la fe y de la caridad. «El Espíritu habita en la
Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cfr. 1 Co 3,16;
6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cfr. Ga
4, 6; Rm 8,15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 16,13), la
unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos
dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cfr. Ef
4,11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la
Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada
con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús:
¡Ven! (cfr. Ap 22,17)» (LG 4).

11. La Iglesia universal es como «un pueblo reunido en virtud de la


unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
Por tanto, según lo desarrollado en los párrafos precedentes, la Iglesia
no es el resultado de una iniciativa de los discípulos de Jesús, sino un
don gratuito que procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; un don
que manifiesta al mundo y a cada hombre el plan divino de la salvación.
El Concilio Vaticano lI recuerda en repetidas ocasiones este carácter
trinitario de la Iglesia; lo expresa en particular con el siguiente texto de
San Cipriano: «Y así la Iglesia universal aparece como un pueblo reunido
en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4,
cfr. GS 24c).
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TEMA 42-1

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE EL PLAN DE DIOS SOBRE LA HUMANIDAD
SE REALIZA EN LA IGLESIA, PUEBLO REUNIDO POR EL AMOR DE DIOS

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de acontecimientos significativos vividos desde la última reunión.
* Presentación del tema 42 en sus puntos clave.
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: Sal 105, compartido desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN


PUNTOS CLAVE
* Dios tiene un plan sobre mi vida.
* Respuestas no cristianas.
* Dios toma la iniciativa.
* El plan de Dios, esbozado en el AT.
* Jesús, en el centro del plan de Dios.
* Realizado en la Iglesia.
* Recapitular en Cristo todas las cosas.
* Misterio de comunión.
* El espíritu, vínculo de unión.
* Un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
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TEMA 42-2

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE EL PLAN DE DIOS SOBRE LA HUMANIDAD SE REALIZA
EN LA IGLESIA, PUEBLO CONVOCADO POR LA PALABRA Y EL ESPÍRITU

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Presentación del montaje La casa del viejo Dimas: un grupo
heterogéneo de personas se reúne alrededor del fuego, poniendo en
común sus penas y alegrías, preocupaciones y esperanzas... Todo
adquiere su más profundo sentido a la luz de la Palabra de Dios por la
fuerza del Espíritu.

* Diálogo: nuestra reacción ante el montaje.


* Oración comunitaria: desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN


* Presentación del montaje audiovisual titulado La casa del viejo Dimas
(Equipo del Secretariado Diocesano de Catequesis de Madrid, Ed.
Paulinas) (ver AUCA 22; también, DEPARTAMENTO DE AUDIOVISUALES
(SNC), Montajes audiovisuales. Fichas críticas (Il), C-22).

SOMOS PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la identidad del creyente se realiza en el seno de un
pueblo,
el pueblo de Dios (Cuerpo de Cristo, Iglesia Santa, Comunidad).
* Extraer lecciones de la historia de Israel para hoy.

12. Llegamos a ser lo que somos en medio de un pueblo


Todo hombre nace en el contexto de una familia, de un pueblo, de una
sociedad. Así vive y llega a ser lo que es en un mundo complejo de
relaciones y en medio de un pueblo que tiene un pasado, un presente y
un futuro. Quien no pertenece a un pueblo no tiene identidad (13).

13. Somos creyentes en medio del pueblo de Dios, Iglesia santa


La identidad del creyente se realiza también en el seno de un pueblo,
el Pueblo de Dios. "Dios ha dispuesto salvar y santificar a los hombres,
no por separado, sin conexión alguna entre sí, sino constituyéndolos en
un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente» (LG
9). El Pueblo de Dios tiene un pasado (Israel), un presente (la Iglesia
Santa, Nuevo Israel) y un futuro (un inmenso proyecto de comunión para
todos los hombres) (14).

14. La acción de Dios en la historia hace de Israel «Pueblo de Dios»


El pueblo de Israel tiene conciencia profunda de su peculiaridad en
medio de los demás pueblos. Dicha conciencia surge al reconocer la
acción de Dios en su historia. La Palabra de Dios, hecha acontecimiento,
constituye a las tribus nómadas salidas de Egipto en pueblo, el pueblo de
Dios. Se cumple fielmente la Palabra de Dios dicha a Moisés: «Yo estoy
contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo
de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña» (Ex 3, 12). Israel queda
constituido definitivamente como Pueblo de Dios en la Asamblea del
Desierto, reunida para dar culto a Yahvé, el Dios vivo, el Dios de
Abraham, Isaac y Jacob. Desde entonces es la Asamblea de Yahvé (Nm
20, 4; Ne 13, 1) (15).

15. Israel, pueblo elegido de Dios


En la acción de Dios, Israel toma conciencia de ser Pueblo elegido:
«Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abrahán, mi
amigo. Tú, a quien cogí en los confines del orbe, a quien llamé en sus
extremos, a quien dije: Tú eres mi siervo, te he escogido y no te he
rechazado. No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy
tu Dios» (Is 41, 8-10). Dios elige a Israel no por su nombre, su fuerza o
sus méritos (Dt 7, 7; 8, 17; 9, 4), sino por amor (Dt 7, 8; Os 11, 1) (16).

16. Israel, pueblo de la alianza


Al tomar conciencia viva de la acción de Dios en su seno, Israel, va
conociendo de manera cada día más profunda su condición de pueblo
elegido, convocado por Dios. Esta conciencia se afianza con la Alianza:
«Pondré mi morada entre vosotros y no os detestaré. Caminaré entre
vosotros y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Yo soy el Señor
vuestro Dios, que os saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí vuestras
coyundas, os hice caminar erguidos (Lv 26,11 -13; cfr. Dt 29,12; Jr 7,23;
Ez 11, 20) (17).

17. Israel, pueblo santo, testigo del Dios único, en medio de las
naciones
De este modo se establece un vínculo absolutamente peculiar entre
Dios y una comunidad humana. Israel viene a ser el pueblo santo,
consagrado a Yahvé, reino de sacerdotes (Ex 19, 6), propiedad personal
suya (Dt 7,6; 14,2), su herencia (Dt 9,26), su rebaño (Sal 79,2; 94,7), su
viña (Is 5,1; Sal 79, 9), su hijo (Ex 4, 22; Os 11,1), su esposa (Os 2, 4; Jr
2, 2; Ez 16, 8). Israeí viene a ser testigo del Dios único en medio de las
naciones (Is 44,8), pueblo mediador por el que se reanuda el víncuLo
entre Dios y el conjunto de la humanidad de modo que se eleve a Dios
La alabanza de la tierra entera (Is 45, 14-15.23ss) (18).

18. Un resto fiel continuará la misión de Israel


Pero el pueblo de Israel no mantiene su fidelidad al Dios de La alianza.
Es pueblo de dura cerviz (Ex32, 9; 33, 3; Dt 9, 13), pueblo de protesta
contra Yahvé (Ex 15-17; Nm 14-17), pueblo idólatra (Ex 32; Dt 9,12-21),
esposa infiel (Os 2; Jer 2-4; Ez 16), viña que produce agraces (Is
5,2.4.7.) (19).

19. Israel, pueblo pecador


Una y otra vez los profetas denuncian la transgresión de la Alianza e
invitan al pueblo a la conversión. Pero Israel y sus dirigentes sólo
tomarán conciencia de la gravedad de su pecado merced a la
experiencia catastrófica del destierro, que echa por tierra todas sus
ilusiones (Jr 5,19; 13,23; 16, 12-13; Is 1,2-3; 2,5-8; Ez 17,19ss). No
obstante, Dios rico en piedad y leal, es fiel a sí mismo y a sus promesas.
Del destierro volverá un resto, que continuará la misión de Israel: «Mas
ahora, en un instante el Señor nuestro Dios nos ha concedido la gracia
de dejarnos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo:
nuestro Dios ha iluminado así nuestros ojos y nos ha reanimado en
medio de nuestra esclavitud. Porque esclavos fuimos nosotros, pero en
nuestra esclavitud Dios no nos ha abandonado» (Esd 9, 8-9) (20).

20. Un nuevo éxodo, una nueva marcha por el desierto, un nuevo


retorno, una nueva alianza
Toda la historia del pueblo pasa a ser símbolo de los acontecimientos
futuros: se producirá un nuevo éxodo con la liberación de la esclavitud
(Jr 31, 11), una nueva marcha por el desierto acompañada de prodigios
(Os 2, 16), un nuevo retorno a la tierra prometida (Ez 37, 21), una nueva
alianza: «No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé
de la mano para sacarlos de Egipto: Ellos quebrantaron mi alianza,
aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza
que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-:
Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios
y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el
otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me
conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando
perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados» (Jr 31, 31-34) (21).

21. Un nuevo pueblo, abierto a la humanidad entera


Al mismo tiempo se ensanchan las fronteras del pueblo de Dios, pues
las naciones van a unirse a Israel (Is 2, 2ss); tendrán parte con él en la
bendición prometida a Abrahán (Jr 4,2; cfr. Gn 12,3) y en la alianza, cuyo
mediador será el siervo de Yahvé (Is 42,6); tras el destierro, como pueblo
nuevo, Israel es llamado abiertamente a rebasar el marco nacional (22).

22. La Iglesia, nuevo Israel: de toda tribu, nación y lengua


De este modo participa del misterio de Israel toda la humanidad: Dios
elige a sus predilectos entre las naciones «procurándose entre los
gentiles un pueblo para su nombre» (Hch 15,14). Esto se cumple en la
Comunidad de la Nueva Alianza, la Iglesia, compuesta por hombres y
mujeres de toda tribu, nación y lengua (Ap 5, 9; 7, 9; 11, 9; 13, 7: 14, 6):
«Ya no hay distinción entre judíos y gentiles. Esclavos y libres, hombres
y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28) (23).

23. La Iglesia, el nuevo pueblo anunciado por los profetas


Desde el principio, los cristianos tienen conciencia de ser el Nuevo
Pueblo anunciado por los profetas. Así, lo que se dijo de Israel en el
pasado, se dice ahora de la Iglesia: Pueblo de Dios (Tt 2,14; cfr. Dt 7, 6),
raza elegida, nación santa, pueblo adquirido ( 1 P 2, 9; cfr. Ex 19, 5; Is
43, 20-21), rebaño (Hch 20, 28; 1 P 5, 2; Jn 10, 16), esposa del Señor
(Ef 5, 25; Ap 19, 7; 21, 2). Por la nueva alianza, realizada en el Espíritu
de Jesús, Dios crea un nuevo pueblo en el que se cumple plenamente la
palabra de la Escritura: «Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro
Dios» (2 Co 6,16; cfr. Lv 26,12; Hb 8, 10; Jr 31, 33; Ap 21, 3) (24).

24. La historia de Israel, símbolo de los nuevos acontecimientos que


vive la Iglesia
La historia de Israel se convierte en símbolo de los nuevos
acontecimientos que vive la Iglesia de Jesús. Este es el nuevo Moisés
que dirige a su Pueblo en el Éxodo (Cfr. Hch 3,15-22). Es el verdadero
Cordero Pascual, inmolado por nosotros y cuya sangre nos purifica; es el
verdadero Maná que ha bajado del cielo (Jn 6, 30-58). Jesús es el
verdadero heredero de David que inaugura un nuevo Reino (Lc 1, 32-33;
Mc 11, 10; Jr 23, 5-6). Los acontecimientos de salvación que vive el
nuevo pueblo de Dios se expresan en los escritos del Nuevo Testamento
en categorías y términos que recuerdan la experiencia de fe del viejo
Israel. Al designar a la Iglesia con la expresión «pueblo de Dios» (Cfr. Rm
911; 1 P 2, 4-10; 5, 1-4), se pone de manifiesto la continuidad que existe
entre la Iglesia y el Antiguo Testamento, si bien, al tratarse de un pueblo
cuya cabeza es Cristo, se afirma también su novedad como pueblo de la
Nueva Alianza. La Iglesia es pueblo llamado por Dios, consagrado a Dios,
pueblo sacerdotal constituido por la glorificación y la alabanza del Señor
(Ap 1,6; 5,9-10; 1 P 2,4-10; Rm 12, 1). Es una comunidad de hombres,
cuyos miembros son fundamentalmente iguales, aun cuando
desempeñen oficios diferentes. Es un pueblo en marcha: va realizando el
plan de Dios a través del tiempo de manera progresiva. La comunión con
Dios que la Iglesia realiza en el tiempo no se consumará cabalmente
hasta el final (Ap 21, 3; 1 Co 15, 28) (25).
25. Elementos constitutivos del nuevo Pueblo de Dios
La Iglesia, nuevo pueblo mesiánico, «tiene por cabeza a Cristo, que
fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación
(Rm 4,25) y teniendo ahora un nombre que está sobre todo nombre,
reina gloriosamente en los cielos. La condición de este pueblo es la
dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de
amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cfr. Jn 13, 34). Y tiene
en último lugar, como fin, el dilatar más y más el Reino de Dios, incoado
por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos El mismo
también la lleve a su consumación» (LG 9) (26).

26. Germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación


«Este pueblo mesiánico..., aunque no incluya a todos los hombres
actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin
embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad,
de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión
de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de
instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como
luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5, 13-16)» (LG 9) (27).

27. El pueblo de la Nueva Alianza posee íntegramente la revelación


divina, recibida de Jesucristo y de los Apóstoles
El nuevo pueblo de Dios conserva, medita y trasmite íntegramente la
revelación divina. Lo que Dios ha comunicado a los hombres por medio
del pueblo de la antigua alianza y por medio de Jesucristo y de los
Apóstoles, ha sido confiado a la Iglesia, el pueblo de la Nueva Alianza. A
través de la Iglesia, Dios comunica en nuestros días a todos los hombres
lo que en otro tiempo nos manifestó. El pueblo de la Nueva Alianza, la
Iglesia, posee íntegramente la revelación divina recibida de Jesucristo y
de los Apóstoles. Misión suya es comunicarla a todos los hombres. Esta
revelación de Dios se contiene en la Sagrada Escritura y en la Tradición
viva de la Iglesia (28).

28. Revelación divina en el Antiguo Testamento: historia de salvación


recogida en la Escritura
El pueblo de la Antigua Alianza había recorrido los caminos de Dios: el
éxodo, la alianza, el desierto, la tentación. Dios hizo primero su alianza
con Abrahán (Cfr. Gn 15,18); después, por medio de Moisés (Cfr. Ex 24,
8), la hizo con el pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y
verdadero. De este modo Israel fue experimentando la manera de obrar
de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar
Dios por medio de los profetas y fue difundiendo este conocimiento entre
las naciones (Cfr. Sal 21, 28-29; 95, 1-3; Is 2, 1-4; Jr 3, 17). Esta
economía de salvación «anunciada, contada y explicada por los
escritores sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros
del Antiguo Testamento; por eso dichos libros inspirados conservan para
siempre su valor y su autoridad» (DV 14; cfr. Rm 15, 4). El fin principal de
esta etapa de la historia de salvación era «preparar la venida de Cristo,
redentor universal, y de su reino mesiánico, anunciarla proféticamente
(cfr. Lc 24, 44; Jn 5, 39, 1 P 1, 10), representarla con diversas imágenes
(cfr. 1 Co 10, 11). Los libros del Antiguo Testamento, según la condición
de los hombres antes de la salvación establecida por Cristo, muestran a
todos el conocimiento de Dios y el modo como Dios, justo y
misericordioso, trata a los hombres. Estos libros, aunque contienen
elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina»
(DV 15) (29).

29. La Iglesia, Pueblo Santo de Dios


A los ojos de la fe, la Iglesia es santa en cuanto que es el pueblo de
Dios cuya íntima estructura es la comunión de Dios con los hombres en
Jesucristo. En efecto, «creemos que es indefectiblemente santa, pues
Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es
proclamado el único Santo, amó a la Iglesia como a su Esposa,
entregándose a Sí mismo por ella para santificarla (cfr. Ef 5,25-26), la
unión a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu
Santo para gloria de Dios» (LG 39). [De un modo más preciso habría que
decir que la Iglesia es santa por un doble título: a), en el sentido de que
ella es Dios mismo santificando a los hombres en Cristo por su propio
Espíritu (a este aspecto la teología lo ha llamado la santidad "objetiva" o
«santificante» de la Iglesia); b), la Iglesia es santa, por otra parte, en el
sentido de que ella es la humanidad en vías de santificación por Dios (es
el misterio de la participación o aspecto de la santidad «subjetiva»)]. Los
primeros miembros de la Iglesia adoptaron el nombre de «santos» (Hch
9, 13) incluso antes de utilizar el de «cristianos». Con ello se reconocían
a sí mismos como hombres llamados por Dios a la santidad (Cfr.1 Ts 4,
3; Ef 1, 4); hombres trabajados en este sentido por la gracia de Dios, y
hombres que se esfuerzan por responder personalmente a esa llamada
(37).

30. Iglesia santa y necesitada de purificación I/SANTA-PECADORA


Según la fe de la Iglesia, los pecadores mismos forman parte de la
comunidad eclesial, salvo en caso de apostasía o de exclusión dictada
por la autoridad legítima por razones gravísimas. En cierto modo,
excepción hecha a la Virgen María, todos los miembros de la Iglesia son
en este mundo pecadores (1 Jn 1, 8; St 3, 2). Esta presencia en su seno
de miembros pecadores es un paralelismo más de la condición actual de
la Iglesia con la historia de Israel. «Mientras Cristo, santo, inocente,
inmaculado (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cfr. 2 Co 5, 21), sino que
vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cfr. Hb 2, 17), la Iglesia
encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa
y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la
penitencia y de la renovación» (LG 8) (38).

31. La Iglesia, cuerpo de Cristo


San Pablo expresa la relación de los cristianos con Cristo y de los
cristianos entre sí contemplándola como el cuerpo de Cristo. Esta
profunda penetración del misterio cristiano toma algunos rasgos, sobre
todo en la carta a los Romanos (12, 4-5) y primera a los Corintios (12,
12-30) del apólogo clásico que compara la sociedad humana con un
cuerpo que es uno en sus diversos miembros. Pablo verá a Cristo como
principio aglutinador y vivificador de los que han acogido con fe la
predicación apostólica: «El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es
acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es
comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, somos
un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan»
(/1Co/10/16-17). Esta comunidad que reúne a tantos hombres diferentes
por la raza, fortuna, educación, ambiente cultural y social, no es una
comunidad sino en Cristo y en su Espíritu. «En ese cuerpo, la vida de
Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a Cristo
paciente y glorioso por los sacramentos, de un modo arcano, pero real»
(LG 7; cfr. Santo Tomás, Suma Teológica lIl, q. 62 a. 5 ad 1) (40).

32. Hacia una más profunda experiencia comunitaria de la fe


El Concilio Vaticano II, para expresar el misterio de la Iglesia, privilegia
la realidad bíblica -que es más que mera metáfora o imagen- de Pueblo
de Dios, sin separarla, por otra parte, de la de Cuerpo de Cristo. Este
Pueblo de Dios, pueblo universal, se concreta en comunidades de fe.
Frente al individualismo y a la masificación, la renovación conciliar nos
convoca a una más profunda experiencia comunitaria de la fe. El
apostolado individual «debe desarrollarse de modo que, al mismo tiempo,
se acentúe el dinamismo comunitario de la vida cristiana a través de la
vinculación a comunidades cristianas concretas. Los seglares deben,
pues, encontrar el camino de inserción responsable y activa en
comunidades eclesiales» (Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, El
apostolado seglar en España, 1) (43).

33. El misterio de la Iglesia, un hecho vivido I/MISTERIO


«El misterio de la Iglesia no es simple objeto del conocimiento
teológico; debe ser un hecho vivido, del que, aun antes de su clara
noción, el alma fiel puede tener experiencia casi connatural; y la
comunidad de los creyentes puede hallar la íntima certeza de su
participación en el Cuerpo místico de Cristo...» (·Pablo-VI, Ecclesiam
Suam, 33) (44).
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TEMA 43-1

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IDENTIDAD DEL CREYENTE
SE REALIZA EN EL SENO DE UN PUEBLO, EL PUEBLO DE DIOS

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de los acontecimientos significativos ocurridos desde la última
reunión.
* Presentación del tema 43 en sus puntos clave.
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: salmo compartido, canción apropiada.

PISTA DE LA REUNIÓN
PUNTOS CLAVE
* La acción de Dios en la historia hace a Israel Pueblo de Dios.
* Israel, pueblo elegido de Dios, pueblo de la alianza, pueblo testigo.
* Israel, pueblo pecador.
* Un resto continuará la misión.
* Un nuevo pueblo abierto a la humanidad entera .
* De toda tribu, nación y lengua.
* Elementos constitutivos.
* Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo.
* Una más profunda experiencia comunitaria.
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TEMA 43-2

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IDENTIDAD DEL CREYENTE
SE RENUEVA EN EL SENO DE UN PUEBLO QUE SE RENUEVA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Presentación del montaje: Aquello empezó por un borriquillo...
* Diálogo: nuestra reacción ante el montaje...
El amor a la Iglesia no es conformista ni ciego (ver CS 43).
* Oración comunitaria: desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN


* Presentación del montaje audiovisual titulado "Aquello empezó por un
borriquillo. Hacia las raíces de la Iglesia", de M. VALMASEDA (Ed. C.O.E.,
Madrid): aboga por una Iglesia que se renueva en la sencillez, en la
pobreza, en la lucha contra la opresión, en la fraternidad de verdad (ver
AUCA 29/30; también, DEPARTAMENTO DE AUDIOVISUALES (SN C),
Montajes audiovisuales. Fichas críticas (Il), A-12).
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TEMA 43-3

OBJETIVO:
DESCUBRlR QUE LA IDENTIDAD DEL CREYENTE
SE RENUEVA EN EL SENO DE UN PUEBLO QUE SE RENUEVA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo y plan de la reunión
* Presentación de una de las partes de la serie Los hechos de los
Apóstoles
* Diálogo: comunicar aquello que más nos llama la atención
* Oración comunitaria: Sal 102, canto apropiado

PISTA PARA LA REUNIÓN


* Presentación (en video) de la serie de TV titulada Los hechos de los
Ap6stoles, de R. ROSCELLINI. Es una producción de la R.A.I., en cinco
partes (I, Il. Ill, IV y V), que permite un acercamiento a las fuentes de la
experiencia comunitaria de la Iglesia. Traducción de T. V E
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TEMA 43-4

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IDENTIDAD DEL CREYENTE
SE RENUEVA EN EL SENO DE UN PUEBLO QUE SE RENUEVA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de los acontecimientos más significativos ocurridos desde la
última reunión
* Oración inicial salmo compartido
* Presentación de la pista adjunta: la llamada a la renovación de
Bartolomé Carranza (hacia 1503-1576); compárese con la situación
actual. La pista ha sido tomada de TELLECHEA J. I., Bartolomé Carranza.
Catechismo Christiano 1558. Ed BAC, Madrid 1972, 119-123.
* Diálogo sobre lo que más nos llama la atención
* Operación comunitaria: Sal 80, compartido desde la propia situación;
oración por la renovación de la Iglesia.

PISTA PARA LA REUNIÓN


* "... sabemos que hay millares de hombres en la Iglesia que,
preguntados de su religión, ni saben la razón del nombre ni la profesión
que hicieron en el baptismo, sino, como nacieron en casa de sus padres
así se hallaron nacidos en la Iglesia, a los cuales nunca les pasó por
pensamiento saber los artículos de la fe, qué quiere decir el Decálogo,
qué cosas son los sacramentos. Hombres cristianos de título y de
cerimonias y cristianos de costumbre, pero no de juicio y de ánimo;
porque, quitado el título y algunas cerimonias de cristiano, de la
substancia de su religión no tienen más que los nacidos y criados en las
Indias.
Tanta rudeza y tanta ignorancia como ésta, aunque se imputa a los
particulares, pero principalmente se imputa a los sacerdotes, y entre
éstos, especialmente a los perlados, como son los obispos y curas, los
cuales son obligados a enseñar al pueblo en todas las cosas de su
religión. Y esto ha cesado en esta edad más que en otra después que
Jesucristo fundó la Iglesia: porque los que menos tratan de esto en la
Iglesia son ellos, unos por no saberlo, otros por ocuparse en otros oficios
ajenos de su estado, dejando lo que derechamente es de su oficio y lo
que expresamente les manda Dios hacer".

* "En la Iglesia primitiva acostumbraron los padres de ella que, los que
venían a tomar el baptismo con edad y uso de razón, que llamamos
adultos, antes que se baptizasen fuesen enseñados en las cosas
generales y substanciales de la religión, y no les permitían tomar el
baptismo hasta que estuviesen bien instructos en ellas; y por el tiempo
que estaban en esta instrución antes del baptismo, se llamaban
catecúmenos, como en las religiones monásficas, antes que hagan
profesión, se llaman novicios. Así se decían catecúmenos los que no
eran profesos en la religión cristiana. Después de bautizados, por algún
tiempo les llamaban neófitos, que quiere decir profesos nuevos o
hombres nuevos en la religión cristiana. A éstos, dice san Pablo que no
se han de dar oficios públicos en la Iglesia, como oficios de obispos o de
curas parroquiales: todo esto se decía de los que venían adultos al
baptismo. Pero en los que se baptizaban niños sin uso de razón (porque
desde el tiempo de los Apóstoles los hijos de los cristianos se baptizan
en esta edad, y de ellos tiene la Iglesia esta tradición y uso), a éstos,
después que llegaban a edad, los catequizaban; y si sabían bien la
doctrina (3v) cristiana, los confirmaban sus obispos y les ponían la señal
y banda de cristianos. Y los unos y los otros eran examinados: los
grandes, antes del baptismo; y los pequeños, antes de la confirmación.
Sin examinación y aprobación ninguno era recibido al baptismo. S.
Jerónimo dice que antes del baptismo eran preguntados cuarenta días
de los artículos de la divinidad, y que no eran recibidos por responder
bien tres ni cuatro veces. Esta costumbre se guardó muchos años, y era
una de las más santas y más útiles que nos dejaron los Apóstoles.»

* «De este ejercicio hicieron muchos decretos los antiguos, como


refiere Rábano, y en los concilios hay cánones muchos que mandan
guardar esta santa costumbre, como en el concilio Laodiceno y en el
Bracarense y en los Cartaginenses. Después que cesaron de venir al
baptismo siendo hombres, y no se baptizaban otros sino los hijos de los
cristianos, mudóse la costumbre, que, lo que se hacía antes del
baptismo, se hiciese después que los baptizados viniesen a uso de
razón, y de esto se encargan en el baptismo los padrinos, que
responden por el niño, y los padres naturales del baptizado. De esto que
habemos dicho de enseñar a los baptizados y confirmados, en algunas
iglesias se guarda algo, y en otras no nada. Con otras cosas de la
religión ha caído también ésta, pero con más perjuicio que las otras;
porque, aunque esto sea el abecedario de la religión cristiana, pero
contiene toda la substancia de la religión. Y así, es tan necesario para
los varones como para los principiantes y novicios de la religión; y con
tanto daño lo ignoran los unos como los otros, y por nuestros pecados
agora hallamos en esta ignorancia, no solamente a los mancebos de
quince o veinte años, pero a los hombres de cuarenta y cincuenta
años...»

TEMA 43-5

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IDENTIDAD DEL CREYENTE
SE RENUEVA EN EL SENO DE UN PUEBLO QUE SE RENUEVA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Introducción: oración inicial, canto apropiado.
* Presentación del objetivo, plan y pista para la reunión .
* Lecturas: Ag 1,1-15; 2,1-9; Is 54,1-17; 60; 62; Mi 4,1-5; 5,1-3; Am
9,11-15;
Hch 2,42-47;15; 16 ss.; Lc 3,1-9.
* Oración comunitaria: Sal 80, canto apropiado.

PISTA PARA LA REUNIÓN


* Objetivo del Concilio Vaticano II (ver ICA, Introducci6n).
* El texto más importante del Concilio Vaticano II: Hch 2,42-47 (ver
PC-1, 4.4):
clave de renovación,
* Rasgos de la comunidad (ver ICA, 2).
* La conversión lleva:
- a una renovación profunda de la Iglesia;
- a respetar la autonomía de lo temporal;
- al reconocimiento de una sociedad pluralista;
- a no imponer el evangelio desde las leyes;
- a ofrecer el evangelio desde la libertad;
- a vivir comunitariamente;
- a optar por la comunidad;
- a salir de la situación de cristiandad (ver PC-1,7).

NACEMOS A LA FE EN UNA COMUNIDAD


LA IGLESIA ES MADRE

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia se convierte en madre
por la Palabra de Dios fielmente recibida (LG 64).

34. La madre, tierra fecunda de la que nacemos


La madre ocupa un lugar único y primordial en la vida ordinaria de los
hombres. Ella es la tierra fecunda de la que nacemos. Ella es Eva, es
decir, madre de los vivientes (Gn 3, 20). Su amor materno presenta dos
aspectos fundamentales: uno es el cuidado y la responsabilidad
absolutamente necesarios para la conservación de la vida del niño y su
crecimiento. El otro va más allá de la mera conservación; es la actitud
que engendra en el niño el amor a la vida (45).

35. Como una tierra que mana leche y miel


La misma idea se expresa en este simbolismo bíblico. La madre es
como la tierra prometida, una tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8). No
es una tierra adusta donde simplemente se sobrevive, sino una tierra
fértil y espaciosa donde además se hace dulce el vivir. Una madre debe
ser una persona feliz, amante de la vida. El amor de la madre a la vida es
contagioso, lo mismo que su ansiedad (46).

36. Jerusalén, ciudad madre en Israel


La madre constituye un símbolo utilizado frecuentemente en la historia
de la salvación para expresar lo que es Jerusalén y la Iglesia. Jerusalén,
centro de la tierra prometida, es en Israel la ciudad madre por excelencia
(2 S 20, 19), de la que sus hijos obtienen alimento y protección. Y. sobre
todo, la justicia y la fe en Yahvé, como Señor de los acontecimientos de
su historia (47).

37. La Iglesia, nueva Jerusalén, madre de pueblos


Como Rebeca, a quien se desea una descendencia inmensa (Gn 24,
60), Jerusalén vendrá a ser madre de pueblos; será la verdadera patria
de los paganos, nacidos aquí o allá (Cfr. Sal 86, 4-5). Hacia ella se
lanzan como palomas hacia el palomar todos los pueblos de la tierra (Is
60, 1-8; 2, 1-5). Pero la Jerusalén histórica, replegándose sobre sí
misma, se cierra a esta maternidad universal proyectada por Dios. Por
ello será sustituida por otra Jerusalén que será verdaderamente "nuestra
madre" (Ga 4, 26). Esta ciudad nueva es la Iglesia, que fecundada por el
Espíritu, engendra a los hombres como hijos suyos e hijos de Dios en la
experiencia de fe. La Iglesia se concreta en cada comunidad cristiana en
particular (2 Jn 1). Está destinada a dar a Cristo la plenitud de su cuerpo
y a reunir a todos los pueblos en la unidad de la fe y en el conocimiento
pleno del Hijo de Dios (Ef 4, 13). Para esto es preciso nacer de nuevo
(48).

38. En el seno de la comunidad eclesial se gesta al hombre nuevo


El simbolismo del nuevo nacimiento es bastante común en las
religiones de la humanidad, pero en la Escritura expresa realidades de
orden peculiar. En efecto, al nacimiento natural del hombre opone el
Nuevo Testamento un nacimiento «de lo alto» (Cfr. Jn 3, 3). Nuestro
nuevo nacimiento es consecuencia de una «semilla» de Dios depositada
en nosotros (1 Jn 3, 9), la Palabra de Dios, es decir, Cristo (1 Jn 2, 14; 5,
18). Acoger la predicación del evangelio es, por tanto, acoger la Palabra
de Dios. Acoger la Palabra de Dios es ser concebido como hombre
nuevo. Como dice Santiago, «Dios nos engendró por su propia voluntad,
con Palabra de verdad» (St 1, 18), palabra sembrada en nosotros que
debemos recibir con docilidad (Cfr. St. 1, 21). Desde que es acogida, la
Palabra de Dios es una semilla destinada a crecer. Esta semilla crece en
el seno materno de la comunidad eclesial. Así, el que se prepara al
bautismo no es un individuo aislado; vive en una Comunidad que
lentamente le va gestando hacia su nacimiento como hombre nuevo. La
institución catecumenal responde a esta función maternal de la Iglesia.
En el caso ordinario del Bautismo de los niños, la educación y desarrollo
de la fe ha de ser, lógicamente, posterior (49).

39. Nacemos a la fe incorporándonos a una comunidad creyente


FE/C:
Nacemos a la vida de fe en el seno de la comunidad. La fe de cada
uno de los miembros de la Iglesia no es sólo un acto individual. Es
participar de la fe de la Iglesia. El hombre que secunda la predicación
apostólica y se convierte a la fe se incorpora a la comunidad creyente
congregada por el Padre en Jesucristo y mediante el Espíritu Santo.
Convertirse a la fe viva en Cristo Jesús, anunciado por los enviados de
Jesús, es asociarse a la comunidad de fe que es la Iglesia. Nacemos a la
fe en una comunidad de fe. El creyente que desde niño ha sido educado
en la fe, crece como creyente en el seno de la Iglesia participando de la
fe de toda la Iglesia (Cfr. Hch 2, 47; 2, 41; Ef 4, 1-6; 1 Co 10, 17). Esta
Iglesia Madre en la que nacemos no es sólo la comunidad local. Es la
Iglesia universal, una, santa, católica y apostólica presente en cada
comunidad local (50)

40. La comunidad eclesial da a luz al hombre nuevo


El proceso de gestación del hombre nuevo concluye en el nacimiento.
Así el bautismo, sacramento de la fe, es el misterio por el que un hombre
nace a la fe. La Iglesia celebra este acontecimiento como una gran fiesta
suya. El Espíritu ha abierto su seno y le ha nacido un nuevo hijo, que lo
es también de Dios. El cristiano debe amar a la Iglesia con amor filial.
Como dice ·Cipriano-san: «Para que uno pueda tener a Dios por Padre,
que tenga antes a la Iglesia por Madre» (51).

41. Como niños recién nacidos en busca de la mayoría de edad


Con el nacimiento del hombre nuevo, no termina la función materna de
la Iglesia. Los bautizados son como niños recién nacidos que deben
crecer hasta la mayoría de edad: «como niños recién nacidos, desead la
leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si
es que habéis gustado que el Señor es bueno» (/1P/02/02). La Iglesia ha
de suscitar y alimentar el gozo, fruto del Espíritu Santo, el gozo de la
celebración (especialmente de la Eucaristía), el gozo de las
Bienaventuranzas, el gozo de la fraternidad cristiana: «Ved, ¡qué dulzura,
qué delicia, convivir los hermanos unidos!» (Sal 132, 1) (52).
42. La Iglesia es Madre
«¡Alabada sea esta gran Madre llena de majestad, en cuyas rodillas yo
lo he aprendido todo!», exclama un cristiano contemporáneo.
·Agustín-SAN, por su parte, expresa así la maternidad de la Iglesia: «La
Iglesia es para nosotros una Madre... Espiritualmente es de ella de quien
hemos nacido. Nadie podrá encontrar un acogimiento paternal junto a
Dios, si desprecia a su Madre la Iglesia» (53).
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TEMA 44

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE EL HOMBRE NUEVO SE GESTA, NACE Y SE
DESARROLLA EN EL SENO DE LA COMUNIDAD ECLESIAL

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de acontecimientos significativos ocurridos desde la última
reunión.
* Oraci6n inicial: Sal 87.
* Presentación del tema 44 en sus puntos clave.
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: desde la propia situación .

PISTA PARA LA REUNIÓN


PUNTOS CLAVE
* Como una tierra que mana leche y miel.
* Jerusalén, ciudad madre.
* La Iglesia, nueva Jerusalén.
* En el seno de la comunidad se gesta el hombre nuevo.
* Nacemos a la fe incorporándonos a una comunidad.
* La comunidad da a luz al hombre nuevo.
* Como niños recién nacidos.
* La Iglesia es madre.

VIVIR EN COMUNIÓN

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia es un profundo misterio de comunión.

43. Vivir en comunión, distintivo del hombre nuevo


El hombre nuevo es un hombre comunitario: vive en comunión con
Dios y con los hermanos. Sin comunión no hay hombre nuevo. La
comunión es el signo distintivo del cristiano y la realización del mayor de
los mandamientos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos
a otros, igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. La
señal por lo que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os
amáis unos a otros» (Jn 13, 34-35) (54).

44. Como levadura en la masa


Existe, pues, un signo para reconocer a los discípulos de Jesús: se
aman entre sí, como El los ha amado. Su presencia eficaz en medio del
mundo no requiere medios espectaculares, ricos o poderosos. Son la
levadura en la masa (Mt 13, 33) para hacer surgir de un mundo dividido
por nuestros odios, errores e inercias, un mundo nuevo animado por la
fuerza creadora del amor (55).

45. El amor cristiano tiene un dinamismo comunitario


El amor fraterno al que Jesús nos convoca, lleva a superar divisiones y
enfrentamientos entre los hombres. Por la acción del Espíritu, el amor
cristiano tiene un dinamismo comunitario, une a los discípulos de Jesús
entre sí (aunque éstos sean de distintas lenguas, pueblos, razas) y los
constituye en Pueblo de Dios, en Iglesia. Hace de ellos un cuerpo, cuya
cabeza es Cristo. Así, la Iglesia no es el resultado de una mera
determinación de los hombres, sino obra de Jesucristo, que, mediante el
Espíritu, la establece como comunión en la caridad fraterna. Esta
comunión en la caridad es inseparable de la comunión en la fe. La fe es
la raíz de la vida comunitaria cristiana (56).

46. Un inmenso proyecto de comunión para todos los hombres


La humanidad entera está llamada a reunirse en un solo pueblo. Es el
Pueblo de Dios, la Iglesia. Según el plan de Dios, la Iglesia es un
inmenso proyecto de comunión para todos los hombres. Como dice el
Concilio Vaticano ll: «Dios ha dispuesto salvar y santificar a los hombres,
no por separado, sin conexión alguna entre sí, sino constituyéndolos en
un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente» (LG 9)
(57).

47. Fundamento de la comunión


Para vivir este misterio de comunión no es preciso pertenecer a una
nación, a una raza, a una civilización, a una clase social o a un partido
político determinado. La Iglesia no se funda sobre ninguna de estas
bases, sino sobre estas otras: «Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios,
Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade
todo» (Ef 4, 5-6) (58).

48. Acogida fraterna frente al anonimato


Junto a la discordia, el anonimato es contrario a la comunión eclesial.
La Iglesia no es una agrupación de miembros anónimos y yuxtapuestos;
su misterio se concreta en comunidades de fe, donde cada hermano es
llamado por su nombre, donde cada miembro tiene un nombre de
fraternidad cristiana. La relación de fraternidad se determina, sobre todo,
por la calidad de la acogida que cada uno dé a los demás, acogida que
consiste tanto en la solicitud como en la discreción. Sólo la ausencia total
de comunicación es más penosa y más negadora de las consecuencias
de la adhesión vital a Jesucristo que una vinculación a la Iglesia en que
uno se ve integrado por la fuerza y sin nombre propio (60).

49. La comunidad de los corazones, exigencia de la alianza


Ya en el Antiguo Testamento, la Alianza exige el amor fraterno, la
comunión de los corazones. El amor fraterno es amor a todos los seres
humanos. El israelita, para ser fiel al Dios de la Alianza, debe considerar
a cada miembro de su pueblo como «hermano» (Dt 22, 1-4; 23, 20) y
prodigar su solicitud con los más desheredados: el forastero, el huérfano
y la viuda (24, 19ss). El amor fraterno no es excluyente. A este amor se
refiere la Biblia, cuando dice: Ama a tu prójimo, como a ti mismo. (Lv 19,
18; Mt 22, 39) (61).

50. Dimensión fundamental de la Iglesia de Jesús


La comunión de los corazones es una dimensión fundamental de la
Iglesia de Jesús. La unión fraterna de los primeros cristianos queda
reflejada en Los Hechos de los Apóstoles: «En el grupo de los creyentes
todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie
llamaba suyo propio, nada de lo que tenía» (Hch 4, 32). Esta comunión
entre ellos se realiza en primer lugar en la fracción del pan (2, 42). En la
Iglesia de Jerusalén se traduce por la puesta en común de los bienes
(4,32; 5,1 11); en otras, en la colecta que recomienda San Pablo (2 Co
8,1-15; cfr. Rm 12,13). La comunión se manifiesta también en la ayuda
material aportada a los predicadores del Evangelio (Ga 6,6; Flp 2, 25),
en las persecuciones sufridas juntos (2 Co 1, 7; Hb 10, 33; 1 P 4, 13) y
en la colaboración prestada para la difusión de la Buena Nueva (Flp 1,
5). Esta comunión es expresada en la Sagrada Escritura también en
otras múltiples manifestaciones (62).

51. Es un nuevo nivel de realidad


La comunión no es un mero sentimiento de simpatía que nos une
afectuosamente a quienes piensan, sienten y se comprometen por
nuestros mismos ideales y tarea. No es la uniformidad monolítica ni la
quietud de la inercia. La comunión es un nuevo nivel de realidad,
revelada y ofrecida por Cristo a los hombres, sólo asequible desde la fe y
en la fe. Supone una nueva creación, un nuevo ser, una participación
comunitaria, misteriosa y gratuita en la vida de Dios, que es Amor (63).

52. La comunión de los corazones, participación del misterio


interpersonal de Dios
La comunión de los corazones es participaci6n del misterio
interpersonal de Dios. Dios es Amor (1 Jn 4, 8). Es el cumplimiento en
medio de los hombres de la oración y deseo de Cristo: «Que todos sean
uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21).
Así la Iglesia aparece como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4) (64).

53. La comunión de los santos


CO-SANTOS: Esta realidad, tan vital para la Iglesia, ha sido expresada
en el Símbolo Apostólico con la fórmula «Comunión de los Santos» (DS
30). Santos quiere decir aquí creyentes, creyentes con fe viva. La
comunión de los santos supone una profunda vinculación de los
creyentes entre sí, incluso de aquellos que han muerto, pero que viven,
como Jesucristo vive. Dicha comunión supone también una implicación
mutua en toda acción eclesial (65).

54. El Papa y los Obispos, centro visible de comunión


La Iglesia una está formada por muchos miembros, esparcidos a lo
ancho del mundo (San Cipriano). La totalidad indivisa de la Iglesia -la
Iglesia universal-, es, en formulación feliz de los Santos Padres «un
cuerpo de Iglesias» (LG 23 y nota 34). La unidad de ese cuerpo eclesial
deberá estar asegurada por la unidad de todos los Pastores
responsables de las iglesias locales que, bajo el influjo del Espíritu
-principio unificador indefectible-, «mientras gobiernan bien la propia
Iglesia, en cuanto es una porción de la Iglesia universal, contribuyen
eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico» (ibídem). El Sucesor de
Pedro, el Papa, es el garante central, el principio visible de la comunión
universal de las Iglesias y el lugar de cohesión de «un episcopado único
e indiviso» (LG 18) (67).

55. Unidad en la diversidad


Para la comunión eclesial no constituye obstáculo la existencia de un
sano pluralismo en las iglesias locales. Dice el Concilio Vaticano ll:
«Dentro de la comuni6n eclesiástica existen legítimamente Iglesias
particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable
el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de
la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para
que las diferencias sirvan a la unidad en vez de dañarla (LG 13). Tal
pluralidad en el interior de una fuerte unidad de comunión ha sido
siempre la tradición apostólica de la Iglesia (68).
56. Factores constitutivos de la comunión eclesial
Los principios constituyentes de la comunión eclesial son: el Espíritu
del Señor (Hch 2, 1 ss; 1 Co 12, 11); la Palabra que convoca a la
comunidad en la fe (Hch 2, 41); la Eucaristía, que realiza la unidad y es
signo de ella (Hch 2, 42; 1 Co 10, 17); el amor cristiano (1 Co 13, 1-7;
Hch 4, 32); la autoridad eclesial como servicio que mantiene la unidad
visible de la Iglesia (Mt 16, 18; 18, 18; Jn 21, 1 5ss; Hch 20, 28). La
comuni6n es una tarea permanente a la que contribuyen especialmente:
el arrepentimiento de los pecados contra la unidad (UR 7), la conversión
permanente de todos (LG 8; UR 6), la oración constante (UR 8), el
conocimiento mutuo y el diálogo (UR 9) (71).

57. El particularismo individual o de grupo, opuesto a la comunión


El particularismo, individual o de grupo (sectarismo), se opone al
misterio eclesial de la comunión. Al igual que en la Iglesia primitiva, los
cristianos siguen experimentando tentaciones de división entre ellos, a
pesar del acontecimiento de Pentecostés en el que el Espíritu Santo crea
la unidad y el entendimiento mutuo desde la diversidad (Hch 2, 1-13). La
división pretende justificarse tras el nombre de alguno de los más
directos discípulos de Jesús: Pedro, Pablo, Apolo. San Pablo contesta
con su energía característica: «¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo
en la cruz por vosotros?» (1 Co 1, 1 2-13) (76).

58. La comunión con los no católicos


Con los no católicos la unidad no es completa (LG 15), precisamente
porque la comunión resulta deficiente en alguno de sus elementos
esenciales. Pero, a pesar de ello, el Espíritu Santo está promoviendo la
búsqueda de una comunión plena entre todos los cristianos. Es un ideal
realizable al que tienden los discípulos de Jesucristo porque poseen
muchos elementos que, dinámicamente, los empujan a esta comunión
(Cfr. UR 3). «La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con
quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos,
pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de
comunión bajo el sucesor de Pedro» (LG 15). E incluso quienes, por no
haber conocido la Buena Nueva, no son en modo alguno discípulos de
Jesucristo, también poseen elementos en sus vidas que pueden
ordenarles a su incorporación a la comunión en el Pueblo de Dios (Cfr.
LG 16) (78).

59. La comunión eclesial, don del Espíritu


La enseñanza conciliar pone el acento en la humildad con que los
católicos han de vivir su vocación, don inmerecido -gratuito- del Espíritu:
«Recuerden todos los hijos de la Iglesia que su alta condición no ha de
atribuirse a ios propios méritos, sino a una particular gracia de Cristo: si
no respondiesen a ella de pensamiento, palabra y obra, lejos de
salvarse, serán juzgados con mayor severidad» (LG 14). También se
insiste en que una incorporación a la visibilidad de la Iglesia que no
supusiese al mismo tiempo la entrega interior al amor de Cristo no sería
suficiente para ser acogidos en la salvación cristiana: "No se salva, sin
embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando
en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», pero no
«de corazón» (LG 14 V San Agustín, Bapt. c. Donat V. 28, 39: PL 43,
197) (80).
........................................................................

TEMA 45-1

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA ES UN PROFUNDO MISTERIO DE
COMUNIÓN, QUE SUPERA EL HECHO DE LA DISPERSIÓN

PLAN DE LA REUNIÓN
* Información: personas, hechos, problemas...
* Lectura de Gn 11,1-9 y presentación de la pista adjunta:
¿con qué frase me identifico más?
* Lectura de Hch 2,1-14: Pentecostés, contrapunto de Babel
(fe, comunicación, reunión-idolatria, confusión, dispersión).
* Oración comunitaria: Sal 127.

PISTA PARA LA REUNIÓN


1 En principio, un pueblo unido.
2 Se desplazaron y establecieron.
3 Vamos a fabricar ladrillos (¡técnica nueva!).
4 A edificar una ciudad.
5 Y una torre con la cúspide en los cielos.
6 Hagámonos famosos.
7 Bajó Yahvé (tuvo que bajar, a pesar de todo).
8 Pretensi6n idolátrica: nada imposible.
9 Resultado: confusi6n, incomunicación.
10 Y dispersión.
11 No pudieron rematar la obra.
........................................................................

TEMA 45-2

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA ES UN PROFUNDO MISTERIO DE
COMUNIÓN

PLAN DE LA REUNIÓN
* Relato de acontecimientos significativos vividos por los miembros del
grupo.
* Oración inicial: Sal 133.
* Presentación del tema 45 en sus puntos clave.
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: Salmo compartido, canción apropiada.

PISTA PARA LA REUNIÓN


PUNTOS CLAVE
* En comunión, señal del hombre nuevo.
* Como levadura en la masa.
* Amor cristiano, dinamismo comunitario.
* Para todos los hombres.
* Fundamento de la comunión.
* Acogida, no anonimato.
* Exigencia de la alianza.
* Dimensión fundamental.
* Un nuevo nivel de realidad.
* A imagen de Dios.
* Factores constitutivos.
........................................................................

TEMA 45-3

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA ES UN PROFUNDO MISTERIO DE
COMUNIÓN

PLAN DE LA REUNIÓN
* Información: personas, hechos, problemas...
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión:
revisión de la vida comunitaria que se va dando en el proceso
catecumenal.
* Oración comunitaria: Sal 133, desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN


* En la experiencia comunitaria:
- cada miembro se siente conocido y aceptado;
- existe una relación real de fraternidad;
- se vive la experiencia de fe;
- se dan distintos niveles de comunicación
- se facilita la maduración en la fe;
- se respeta el ritmo de maduración de cada persona;
- se hace posible la maduración del compromiso;
- se practica la corrección fraterna;
- hay apoyo y estímulo de unos a otros;
- se celebra la fe de forma viva;
- se evangeliza en medio de la sociedad;
- (...) (ver PC-I,7: también otros aspectos de la vida comunitaria

LA IGLESIA, PUEBLO JERARQUIZADO

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir el carisma de la (autoridad) jerarquía eclesial como un
servicio a todo el pueblo de Dios.

60. Todo grupo necesita un centro de unidad


Todo grupo necesita, del algún modo, una organización. Un grupo
amorfo no puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco, cada miembro
del mismo va descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un
conjunto orgánico de funciones o servicios, que caracteriza y expresa la
vida del grupo. El grupo no puede estar dividido. Necesita realizar su
propia unidad. Esto se hace posible en torno a una o varias personas
que asumen la responsabilidad de ser centro de unión. Es lo que,
normalmente, se llama autoridad (81).

61. Autoridad como servicio AUTORIDAD/SERVICIO:


El riesgo de toda autoridad consiste en olvidar su función de centro de
unidad del grupo o de la sociedad, para convertirse en instrumento de
dominio. Jesús enseñó a sus apóstoles a mirar su función de autoridad
como un servicio: los jefes de las naciones quieren que se les mire como
a bienhechores y señores; pero ellos, siguiendo su ejemplo, deberán
hacerse servidores de todos (Mc 10. 42ss) (82).

62. La autoridad como servicio pastoral


En la antigüedad, a los reyes se les llamaba frecuentemente pastores:
la divinidad les había confiado el servicio de reunir y de cuidar las ovejas
del rebaño. Eran «pastores de hombres». La imagen del pastor que
conduce su rebaño, profundamente arraigada en la experiencia de los
antepasados de Israel (arameos nómadas: Dt 26, 5), expresa
admirablemente dos aspectos, aparentemente contrarios y con
frecuencia separados, de la autoridad ejercida sobre los hombres. El
pastor es a la vez un jefe y un compañero. Su autoridad no se discute,
está fundada en la entrega y en el amor. (84).

63. Israel, rebaño de Dios


Israel es el rebaño de Dios (Sal 99,3; 22; Mi 7,14). Yahvé confía las
ovejas de su propio rebaño a sus servidores: los guía por mano de
Moisés (Sal 76, 21) y para evitar que la comunidad del Señor esté sin
pastor, designa a Josué como jefe después de Moisés (Nm 27,15-20);
saca a David de entre las manadas de ovejas de su padre para que
apaciente a su pueblo (Sal 77, 70ss; 2 S 7, 8; 24,17). Mientras que en
otros pueblos los reyes reciben el título de pastor, éste no se da
explícitamente a los reyes de Israel. Ciertamente, se les atribuye este
papel (1 R 22,17; Jr 23; 1-2; Ez 34,1-10), pero en realidad el título está
reservado al Mesías, nuevo David (85).

64. Jesús, el Buen Pastor


En la persona de Jesús se cumple la esperanza del buen pastor. El
profeta Ezequiel había anunciado: «Les daré un pastor único que las
pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor» (Ez 34,
23). Jesús se presenta como el buen pastor enviado por el Padre: «Yo
soy el buen pastor», dice Jesús (Jn 10, 11). Es el mediador único, la
puerta de acceso a las ovejas (10, 7) y que permite ir a los pastos
(10,9-10). Una nueva existencia se funda en el conocimiento mutuo del
pastor y de las ovejas (10, 3-4,14-15), amor recíproco fundado en el
amor que une al Padre y al Hijo (14, 20; 15,10; 17,8-10,18-23). Jesús es
el pastor perfecto, porque da su vida por las ovejas (10,15.17-18). Las
ovejas dispersas, que él reúne, vienen del aprisco de Israel y de las
naciones (10,16; 11,52). El «pequeño rebaño» de los discípulos que ha
reunido (Lc 12,32) será dispersado, pero, según la profecía, el pastor
que habrá de ser herido lo reunirá en la Galilea de las naciones (Mt
26,31 -32; cfr. Za 13,7) (86).

65. Jesús confía a ciertos hombres su misión pastoral


Jesús confía a ciertos hombres la misión que El ha recibido del Padre
(Mt 28,18-20; Jn 20,21-23). A ejemplo suyo, deben buscar la oveja
extraviada (Mt 18,12ss), vigilar contra los lobos devoradores que no
tendrán consideraciones con el rebaño (Mt 10,16; 7,15; Hch 20,28ss),
apacentar a la Iglesia de Dios con el arranque del corazón, en forma
desinteresada (Cfr. Ez 34,2-3), haciéndose modelos del rebaño.
Esta misión es particularmente ejercida por los Apóstoles, siguiendo a
su Maestro, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida
(Mc 10,42-45), que ha estado en medio de nosotros como quien sirve (Lc
22, 27) (87).

66. Jesús escoge a doce


Entre el gran número de discípulos que seguían a Jesús (Lc 6,17;
10,1), después de haber dirigido su oración al Padre, escogió a doce, a
fin de que le acompañasen y, en su día, recibiesen el encargo de
anunciar el Reino de Dios (Mc 3,13-19). El hecho de haber elegido a
doce evoca las doce tribus de Israel y significa que sobre los Doce se
alza el Nuevo Pueblo de Dios. Así lo expresa de modo especial este
pasaje del evangelio de San Mateo: «Os sentaréis también vosotros en
doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19, 28). Reciben
un enseñanza particularmente íntima del Maestro: explicación de las
parábolas (Mt 13, 10-11; Mc 4, 34), secretos del Reino Escatológico (Mc
13, 3-4), anuncios de su muerte y resurrección (Mc 8, 31-33; 9,30-32;
10,32-34; Mt 26,1-2). Asimismo, son testigos de las intimidades del
corazón de Cristo (Jn 14-17) (88).

67. Los Apóstoles, testigos de la Resurrección, enviados a continuar la


misión de Jesús
A estos doce y a otros cooperadores en la primitiva Comunidad
cristiana, el Nuevo Testamento les da el nombre de apóstoles. Todos
coinciden en haber sido elegidos por Jesús de modo peculiar, ser
testigos de su Resurrección y haber sido enviados por El para «convertir
a todos los pueblos en discípulos suyos, santificarlos y gobernarlos y así
propagar la Iglesia, sirviéndola bajo la guía del Señor» (LG 19) (Cfr. Mt
28, 16-20; Mc 16; 15; Lc 24, 45-48; Jn 20, 21-23). Todos son enviados,
tras la Resurrección de Jesús, en su nombre y con su misión tal como El
la había recibido del Padre (Cfr. Hch 1, 8; 2, 1ss: 9, 15; LG 24) (89).

68. Jesús: Profeta, Sacerdote, Rey


Los Apóstoles reciben la misión de Jesús, Profeta, Sacerdote y Rey.
Maestro-Profeta, tal como el Pueblo le denominaba (Jn 13, 13; 6, 14).
Sacerdote (o más bien, Sumo Sacerdote, como dice la Carta a los
Hebreos, 4, 13-15),que se ofrece a Sí mismo en Sacrificio por el pecado
del mundo (Jn 6,51; Lc22, 19;Ap 5, 9). Pastor-Rey-Señor, el auténtico
Pastor Bueno (Jn 10,11-15;cfr. Ez34, 1-31 y Jr23, 1-3), el Rey cuyo estilo
no es como el de los reyes de este mundo (Jn 18. 37; 19, 19; 6, 15), el
Señor que posee todo dominio sobre el Universo (Flp 2, 1 1 ) (90).

69. Los Apóstoles proclaman la buena noticia, santifican a los nuevos


fieles, dirigen la comunidad cristiana
Por ello, los Apóstoles tienen, como Jesús, una función de profetas,
sacerdotes y guías del Pueblo de Dios. Proclaman la Buena Noticia. Es la
misión primordial, según San Pablo (1 Co 1, 17; 9, 16). Buscarán
colaboradores para la acción caritativa, resenvándose la tarea de la
Palabra (Hch 6, 1-4). Santifican a los nuevos fieles mediante el
sacramento del Bautismo (Mc 16, 16; Hch 2, 41; 8, 36-38), la celebración
de la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-26: Hch 2, 42), el perdón de los
pecados (Jn 20, 21-23), la imposición de manos como transmisión de un
don del Espíritu Santo (1 Tm 5, 22; 2Tm 1,6-7). Dirigen la Comunidad
cristiana, no a la manera despótica, sino como quien «sirve» (Mc 10,
41-44; Lc 22, 25-26); Hch 1, 1 7.25; 20, 24; 21, 1 9) Así dirigen la
Comunidad de Jerusalén desde el día de Pentecostés (Hch 2, 37-42),
aunque no dejan de escuchar las intervenciones de los «ancianos» y de
toda la Asamblea, incluso en asuntos tan graves como los que se
plantean en el «Concilio de Jerusalén» en relación con el valor de las
prácticas judías (Hch 15, 9. 22-29). En casos de conflicto, como los
problemas surgidos en Corinto ante la diversidad de carismas (1 Co
12-14), hacen valer su autoridad (91).

70. Cristo ejerce su función de Cabeza y Pastor


Jesucristo, antes de dejar visiblemente a su Iglesia le concede un Don
interior, el Espíritu Santo, que será su principio de vida, y un don exterior,
el cuerpo apostólico. Cristo seguirá siendo cabeza y pastor de «su»
Iglesia (Cfr. Mt 16, 18). Pero en adelante ejercerá su funci6n de cabeza y
pastor invisiblemente por medio del Espíritu Santo, y visiblemente por
medio del cuerpo apostólico: el conjunto de los Obispos presidido y
guiado por el sucesor de Pedro. En el Nuevo Testamento el término
«apóstol» se usa a veces en un sentido amplio. Pero en muchos casos
se refiere de modo especial al grupo de los doce a Matías, que sustituye
a Judas, y a Pablo. Los doce fueron llamados y elegidos por Cristo
mismo (Cfr. Lc 6, 13-16). Matías fue objeto de una elecci6n especial en
la que intervienen directamente los once (Hch 1. 1 5ss), Pablo reivindica
el título de Apóstol porque también él fue especialmente elegido por
Cristo (Cfr. Rm 1, 1; 11, 13; Hch 26, 16), también él vio a Jesucristo
resucitado (1 Co 15. 8), también él recibiÓ de Cristo la misión de ser su
testigo (Rm 1,5; Ga 1,16) y los demás apóstoles le reconocieron
oficialmente el valor de su título de apóstol cuando le tendieron la mano
en señal de comunión (Ga 2.9) (92).

71. Los Apóstoles cumplen el mandato del Señor


Los Apóstoles aparecen en el conjunto de la comunidad cristiana
primitiva como un grupo especial. Han recibido de Cristo unos poderes
especiales (Mt 28; 18-20; Jr 20, 21-23; Mc 16, 15; Jn 14, 16; 16, 15; 17,
18); y sobre todo el Don del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hch 1,
8; 2, 1-36). Actúan desde el principio organizando la vida de la
comunidad cristiana. Intervienen en la sustitución de Judas (Hch 1,
15-26), organizan los diferentes ministerios: ministerio de la palabra (Hch
2, 42), ministerio sacramental (Hch 2, 42; 8, 14-17), ministerio pastoral (1
Co 14, 26ss). Los Apóstoles actúan en nombre del Señor en las diversas
actividades apostólicas: en la predicación de la palabra (Hch 4, 17; 8,
12-16; 9-15, etc.), en la administración de los sacramentos (Hch 8,
12-17; 10-48; 1 Co 11, 23), y en las decisiones que toman en el ámbito
doctrinal, moral o disciplinal (1 Co 5, 4-5; 7, 10), en los milagros que
hacen (Hch 3, 6, 16) San Pablo expresa de este modo el sentido de su
tarea apostólica: "Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo
y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1). Toda la Iglesia
tiene como fundamento a los Apóstoles: «Estáis edificados sobre el
cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra
angular» (Ef 2, 20) (93).

72. Los Obispos. sucesores de los Apóstoles. Iglesia apostólica


«La misión divina que Cristo confió a los Apóstoles debe durar hasta el
fin de los tiempos (Mt 28, 20), ya que el evangelio que ellos deben
transmitir es constantemente el principio de toda la vida para la Iglesia.
Por esta razón, los Apóstoles se preocuparon de establecer sucesores
en esta sociedad jerárquicamente estructurada» (LG. 20). Así los
Apóstoles, cual si hicieran testamento encargaron a sus colaboradores el
contemplar y afianzar la obra que ellos habían comenzado y
determinaron también que, al morir ellos, otros hombres de confianza
recogieran su ministerio (S. Clemente Romano, Ad Co 44. 2).
Los que hoy designamos como «Obispos» -responsables de las
Iglesias particulares- fueron señalados, desde los comienzos, como los
auténticos sucesores de los Apóstoles en el ministerio, de modo que S.
Ireneo, testigo excepcional de las Iglesias de oriente y occidente, puede
decir a finales del siglo ll: «Podemos contar a aquellos que han sido
puestos por los Apóstoles como Obispos y sucesores suyos hasta
nuestros días» (Adv haer. Ill, 3, 1; PG 7, 848A). A través de estos
sucesores de los Apóstoles se manifiesta y conserva la tradición
apostólica en todo el mundo (Cfr. Adv. haer. lll, 2, 2; PG 7, 847; cfr LG
20). La Iglesia es conducida en su peregrinación por la acción del
Espíritu Santo y de los sucesores de los Apóstoles: «El Señor Jesús
dispuso el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo en forma tal
que uno y otro actuasen asociadamente en la actualizaci6n de la obra
salvífica en todas partes y para siempre» (AG 4) (97).

73. Los Obispos, continuadores de la misión de Cristo


La Iglesia, fundada por Jesucristo en los Apóstoles, continúa hoy
siendo apostólica. Hay elementos apostólicos que se hallan en la Iglesia
del siglo XX como en la del siglo IV o en la del siglo I. Uno de ellos es la
jerarquía, por ello denominada «apostólica». Tradicionalmente este
servicio apostólico, ejercido por los Obispos, presenta las siguientes
dimensiones: servicio de la Palabra (Magisterio Profético), servicio de la
celebración Litúrgica (Sacerdocio) y servicio de la Comunidad Eclesial
(Gobierno Pastoral). Así lo señala el Concilio Vaticano II en diversas
ocasiones, pero especialmente en la Constitución Lumen Gentium (25,
26, 27).
Aunque todos los ministerios edificadores de la Iglesia dimanan, de un
modo u otro, del carisma apostólico como de su fuente, el testimonio de
la tradición ha centrado su atención en un singular ministerio que ocupa
el primer lugar entre todos y que condensa lo más nuclear del oficio y
misión de los Apóstoles, es «el oficio de aquellos que, constituidos en el
episcopado, a través de una sucesión que transcurre desde el principio,
poseen los vástagos de la semilla apostólica» (LG 20). El apostolado de
los Doce no se agota en el ministerio de los Obispos, pero este ministerio
es heredero genuino de la misión apostólica de los testigos de la
Resurrección y encierra en sí lo que hay de más sustancial en el oficio
encomendado por Cristo a los Apóstoles (100).

74. Los presbíteros, colaboradores de los Obispos


Los presbíteros (comúnmente llamados «sacerdotes») son
colaboradores de los Obispos, así participan de su ministerio eclesial.
«Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del Pontificado y
dependen de los Obispos en el ejercicio de su potestad, están, sin
embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del
sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos
sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno
Sacerdote (Cfr. Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el evangelio y
apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino» (LG 28) (101).

75. Los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles


También los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles,
suponiendo su ministerio una referencia intrínseca al episcopado: los
presbíteros pueden ser llamados sacerdotes de segundo orden del
Colegio episcopal (Cfr. LG 28; PO 2, 7; CD 28). Por el don recibido en la
sagrada ordenación se constituyen en cooperadores y consejeros
necesarios de los Obispos «en el ministerio y en la función de enseñar,
santificar y apacentar al Pueblo de Dios» (PO 7). Su oficio no es una
derivación del sacerdocio de los Obispos, sino una participación del
único sacerdocio de Cristo, confiado a los Apóstoles, que, en su caso
concreto, se configura como ministerio que ha de ejercerse en
colaboración subordinada al sacerdocio episcopal. Los presbíteros, por
otra parte, están llamados a realizar su misión comunitariamente sobre la
base de «la fraternidad sacramental» (PO 8). Un presbítero está
destinado, por su misma condición, a integrarse en un presbiterio
congregado en virtud de la ineludible vinculación al Obispo de la Iglesia
local (102).

76. Cristo, presente en la persona de los Obispos y de los presbíteros


asociados al Obispo
Los sucesores de los Apóstoles son representantes ministeriales de
Cristo. Cristo continúa presente en su Iglesia de muchas maneras, y
entre ellas, a través del ministerio de los Obispos y de su colaboradores
los presbíteros: «En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten
los presbíteros: el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en
medio de los fieles... Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del
Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de
Dios (Cfr. 1 Co 4, 1 )» (LG 21; PO 5). La función de la Jerarquía es suplir
la presencia visible de la humanidad de Cristo. Los miembros de la
Jerarquía, por ser los representantes ministeriales de Cristo, con
autoridad y poder recibido de Cristo para hablar y actuar en su nombre,
son un elemento constitutivo de la Iglesia. Cristo es anunciado a los
hombres de hoy, se comunica a los hombres a través de los sacramentos
y de la vida de fe y de caridad de los cristianos, por medio de la Iglesia, y
especialmente por medio del ministerio de los Obispos y sus
colaboradores los presbíteros (103)

77. Los diáconos, en comunión con el Obispo y su presbiterio, al


servicio del Pueblo de Dios
«En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la
imposición de las manos "no en orden al sacerdocio, sino en orden al
ministerio". Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con
el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la
liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según
le fuere asignado por la autoridad competente, administrar
solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al
matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los
moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al
pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los
sacramentos. Dedicados a los oficios de la caridad y de la
administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado
Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad
del Señor, que se hizo servidor de todos"» (LG 29) (104).

78. El Papa, sucesor de San Pedro, centro de comunión universal,


cabeza del Colegio Episcopal
Entre los diversos servicios pastorales destaca, por su particular
significado, el del Papa, sucesor de Pedro, centro de comunión universal
(Cfr. Concilio Vaticano I, DS 3056-3058), cabeza del Colegio Episcopal.
«Así como por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles
forman un solo Colegio Apostólico, de modo semejante se unen entre sí
el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los
Apóstoles» (LG 22) (105).

79. El Papa, cabeza visible de la Iglesia universal


La persona del Pontífice Romano, sucesor de Pedro, es cabeza del
Colegio
Episcopal, y cabeza visible de toda la Iglesia. Así lo enseñó
solemnemente el Concilio Vaticano l; «Para que el episcopado mismo
fuese uno e indiviso, y la multitud entera de los creyentes se mantuviese
en la unidad de la fe y de la comunión gracias a la íntima y recíproca
cohesi6n de los pontífices poniendo (Cristo) al bienaventurado apóstol
Pedro a la cabeza de los demás apóstoles, instituyó en su persona el
principio perenne y el fundamento visible de esa unidad. Sobre su solidez
se levantaría el templo eterno, y sobre la firmeza de su fe se elevaría la
Iglesia, cuya grandeza debe llegar hasta el cielo» (DS 3051). El Concilio
Vaticano II reafirma esta misma doctrina: «Esta doctrina sobre la
institución, perpetuidad, poder y razón de ser del primado romano y de
su magisterio infalible, el santo Concilio la propone de nuevo como objeto
de fe inconmovible a todos los fieles» (LG 18) (106).

80. "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"


COLEGIALIDAD
Cristo anuncia su intención de edificar su Iglesia sobre Pedro,
considerándolo como la piedra angular y anunciándole que le confiará la
responsabilidad total de la casa de Dios aquí en la tierra («yo te daré las
llaves del reino de los cielos... todo lo que ates..., etc.). A la profesión de
fe de Pedro, Jesús responde con esa promesa solemne: «¡Dichoso tú,
Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y
hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no
la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará
desatado en el cielo.» (Mt 16,17-19) (107).

81. «Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas»


Después de la resurrección, Cristo cumple su promesa, confiando a
Pedro el cuidado de toda la Iglesia: «Después de comer dice Jesús a
Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le
contestó: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero, Jesús le dice: Apacienta mis
corderos. Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
El le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. El le dice: Pastorea mis
ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le
contest6: Señor, tu conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice:
Apacienta mis ovejas.» (Jn 21,15-17). Jesús no dice que vaya a cesar El
como pastor de su rebaño, o que sus ovejas no vayan a ser suyas. El
sigue siendo el único pastor del rebaño, como también el único
fundamento del edificio, la única cabeza del cuerpo, el único salvador del
mundo. Pero confía ahora a Pedro el cuidado de su propio rebaño.
Pedro es responsable de la totalidad del rebaño, cabeza también de los
demás apóstoles (108).

82. Pedro, jefe y cabeza del Colegio de los Apóstoles


En la Iglesia primitiva, Pedro se conduce indiscutiblemente como jefe y
cabeza del Colegio de los Apóstoles, y así es reconocido por los
Apóstoles y por toda la Iglesia en la elecci6n de Matías (Hch 1,15), en la
predicación del reino (Hch 1, 14; 12-26; 4,5-22) en las primeras
conversiones (Hch 2,37), en la comparecencia ante el sanedrín (Hch 10,
8; 5,29) en la cuestión de la admisión de los gentiles a la Iglesia (Hch 10
y 1 1), en el Concilio de Jerusalén (Hch 15,7-22). Pedro suele encabezar
las listas de los Apóstoles y siempre nominalmente, aun en el caso en
que se designe a los demás de manera global (Cfr. Hch 1, 13; 2,14.37;
5,29, etc.) (109).

83. En el Papa permanece el oficio de Pedro como Pastor de la Iglesia


universal
Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro, como sobre una
roca, es una Iglesia que debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt
28,18-20), y puesto que Pedro es mortal (Jn 21, 19), tiene que haber
unos sucesores en su función de fundamento y de pastor supremo de la
Iglesia. En caso contrario, la Iglesia de hoy no sería la Iglesia fundada
por Cristo, y vendría a ser un edificio sin fundamento (Cfr. Mt 16. 18), un
rebaño sin pastor (Cfr. Jn 21, 17). Es históricamente cierto que Pedro
vino a Roma y sufrió el martirio en esa ciudad. Desde entonces, el
Obispo de la Iglesia de Roma se ha presentado siempre y ha sido
siempre reconocido en la Iglesia como el sucesor de Pedro y, por tanto,
como pastor de la Iglesia universal. Ya durante los siglos Il y lll, Roma se
convierte en el centro de la "Catholica", centro de toda la Iglesia, al que
se recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. A mediados del
siglo V, el Papa San León formula con claridad la doctrina del primado
romano: «Así como permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así
también permanece lo que Cristo ha instituido en Pedro...» (Sermo 3, 2;
PL 34, 146) (110).

84. «La colegialidad es corresponsabilidad» {Pablo Vl)


La cooperación activa de todos los Obispos con el Papa en la tarea de
apacentar al Pueblo de Dios es lo que se llama colegialidad episcopal.
«La colegialidad es corresponsabilidad» (Pablo Vl, AAS, 1969, 718). El
Colegio de los Obispos, que sucede al Colegio de los Apóstoles, «junto
con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es
también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal»
(LG 22). «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la
variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo
una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo» (LG 22). Por ello, ni el
Primado supone una especie de monarquía absoluta ni la colegialidad un
simple parlamento democrático. Siempre habrá que recordar que la
«estructuración» de la Iglesia es misteriosamente original y que
conduciría a callejones sin salida todo intento de captar su ser más
profundo tomando como punto de partida los modelos de las sociedades
y poderes humanos: monarquía, república, dictadura, democracia, etc.
En la Iglesia, Cristo es el único Señor y nadie decide sino El a través de
unos ministerios de los que El es exclusiva fuente vital (111).

85. La colegialidad, a través de la historia


A través de la historia se manifiesta la colegialidad de los Obispos en
los vínculos de la unidad, caridad y paz, en la convocatoria de Concilios y
Sínodos para decidir en común sobre problemas trascendentales para la
Iglesia, en la presencia de varios Obispos en la ordenación episcopal de
un nuevo Prelado (Cfr. LG 22). San Ignacio de Antioquía escribe a las
iglesias de Asia y Roma, a comienzos del siglo ll; los Obispos dan cartas
de recomendación a sus fieles para los Obispos de otras regiones, se
comunican los nombres de nuevos Obispos y los de aquellos que han
caído en la herejía o cisma; incluso se envía pan eucarístico como
símbolo supremo de comunión en la fe (112).

86. La colegialidad, signo de comunión


La conciencia de colegialidad aparece en esta carta del Papa
Celestino I al Concilio de Efeso: «Es santo y merece la debida veneraci6n
el Colegio en que ahora debe manifestarse la reverencia de aquella
amplia congregación de los Apóstoles... El cuidado del ministerio de la
predicación ha llegado en común a todos los sacerdotes del Señor (los
Obispos); hemos recibido un mandato universal; quien a todos ellos así
ordenó en común, quiso que también nosotros lo hiciéramos... Halla una
sola alma con un solo corazón para todos. Cuando es herida la fe, que
es una, duélase, mejor aún, llore esto con nosotros todo el Colegio» (PL
58, 505-506) (113).

87. El Magisterio Episcopal, al servicio de la Palabra de Dios y de la


infalibilidad de la Iglesia
Para que todos los fieles tengan siempre la garantía de que el
mensaje de Jesús es bien interpretado en la Comunidad, existe el
Magisterio Episcopal, encargado de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios oral o escrita. Su función consiste en escuchar
devotamente, custodiar celosamente y explicar fielmente, con la
asistencia del Espíritu Santo, esa Palabra, no estando por encima de
ella, sino a su servicio (DV. 10). De esta manera, la totalidad de los
fieles, que es infalible cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles
laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres, se ve fortalecida con la actuación del Magisterio, mediante
la cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera Palabra
de Dios (Cfr. LG 12) (114).

88. Infalibilidad del Colegio Episcopal


Su Magisterio es especialmente garantía para todo el Pueblo de Dios
«cuando todos juntos conservando el vínculo de la comunión entre sí y
con el sucesor de Pedro vienen a estar de acuerdo en una sentencia
como definitivamente obligatoria al enseñar de manera auténtica cosas
de fe y costumbres; entonces proponen de manera infalible la doctrina
de Cristo» (LG 25) (115).

89. Infalibilidad del Papa


En el Papa, Cabeza del Colegio Episcopal, reside
de modo singular el carisma de la infalibilidad de la Iglesia, cuando como
Pastor y Maestro de todos los cristianos, por raz6n de su ministerio
apostólico y la asistencia divina prometida a Pedro, proclama con acto
definitivo -"ex cathedra"- la doctrina de fe y costumbres (Concilio
Vaticano I, DS 3065-3075; LG 25) (116).

90. Asistencia del Espíritu


El Magisterio de la Iglesia es resultado, sí, de la adecuada
investigaci6n teológica sobre las fuentes de la Revelación, de la
observación cuidadosa sobre la fe de la Iglesia, de la coordinación
manifestada especialmente en el Concilio Ecuménico; pero, sobre todo, y
en ultimo término, del Espíritu Santo presente en su Iglesia asistiendo a
los Apóstoles que perviven en sus sucesores, conforme a la palabra de
Jesús a Pedro (Lc 22, 32) y a todos los Apóstoles (Mt 28, 20). El Espíritu
será quien los lleve a la verdad completa (Jn 16, 13; 14, 16-17) (117).

91. Como un licor precioso


Por la acción del mismo Espíritu, al servicio eclesial del Magisterio
nunca le faltará la adhesi6n de la Comunidad Cristiana. El Espíritu
conserva y aumenta la unidad en la fe de toda la grey de Cristo (Cfr. LG
25). La unidad en una misma fe, fruto del Espíritu, es guardado como un
licor precioso, con expresi6n de San Ireneo: "De la Iglesia recibimos la
predicación de la fe y, bajo la acción del Espíritu de Dios, la conservamos
como un licor precioso guardado en un frasco de buena calidad, licor
que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al vaso que lo contiene»
(Adv. haer. 3, 3. 2) (118).
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TEMA 46

OBJETIVO:
DESCUBRIR EL CARISMA DE LA JERARQUÍA
COMO UN SERVICIO A TODO EL PUEBLO DE DIOS

PLAN DE LA REUNIÓN
* Información: personas, hechos, problemas...
* Oración inicial: salmo compartido.
* Presentación del tema 46 en sus puntos clave.
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: Sal 23, canción apropiada .

PISTA PARA LA REUNIÓN


PUNTOS CLAVE
* Todo grupo necesita un centro de unidad.
* Autoridad como servicio.
* Israel, rebaño de Dios.
* Jesús, el Buen Pastor.
* Jesús escoge a doce apóstoles.
* Los obispos, sucesores de los apóstoles.
* Presbíteros y diáconos.
* El Papa, sucesor de Pedro.
* Colegialidad.
* Como un licor precioso.

LA IGLESIA, PUEBLO CARISMÁTICO

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que en la comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada
miembro tiene una función dada por el Espíritu, necesaria para los demás.

92. En el grupo, cada uno tiene su función


En un grupo humano bien conjuntado, cada miembro tiene una función
propia en relación con los otros. No es un número más. Todos necesitan
de todos. Cada uno tiene su papel y en él sirve a los demás. Sin
embargo, cuando cada cual se busca a sí mismo y no pone sus
cualidades al servicio de los otros, sino que prescinde de ellos, el grupo
se divide, se deteriora o desaparece (119).

93. En la comunidad de fe cada miembro tiene su función


La Iglesia vive su fe en forma comunitaria, a veces en comunidades
humanas pequeñas y siempre en comunión con la Iglesia universal. En la
comunidad eclesial, como en un cuerpo, cada miembro tiene una función
particular y propia, necesaria para el conjunto: «El cuerpo tiene muchos
miembros, no uno solo. Si el pie dijera: no soy mano, luego no formo
parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído
dijera: no soy ojo, luego no formo parte del cuerpo, ¿dejaría por eso de
ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el
cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el
cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un
mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos,
es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano:
no te necesito, y la cabeza no puede decir a los pies: no os necesito» (1
Co 12, 14-21) (120).

94. Comunidad y Carismas C/CARISMAS:


En la comunidad de Corinto, la acción del Espíritu, Don de Dios por
excelencia, había suscitado una abundante profusión de dones
(carismas), que manifestaban la vitalidad de la Iglesia. Sin embargo, la
actitud individual y exhibicionista de algunos miembros traía el peligro de
sembrar la anarquía en la comunidad. Esto motiva la intervención de San
Pablo en su primera carta a los Corintios (12-14) (121).

95. Todo carisma procede del Espíritu


Ante este problema, San Pablo da unos criterios que tienen valor
permanente. En primer lugar, recuerda que todo carisma procede del
Espíritu, como de su fuente: «Hay diversidad de dones, pero un mismo
Espíritu: hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay
diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En
cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe
del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia,
según el mismo Espíritu. Hay quien por el mismo Espíritu recibe el don de
la fe; y otro, por el mismo Espíritu don de curar. A éste le han concedido
hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos
espíritus. A uno la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en
particular como a él le parece.» (1 Co 12, 4-11 ) (122).
96. Para el bien de la comunidad
Los carismas no se dan para poder etiquetarlos, catalogarlos,
evaluarlos como un haber del que se tiene asegurada la posesión
celosa. No se dan para uno mismo, sino para los demás: «En cada uno
se manifiesta el Espíritu para el bien común.» (1 Co 12, 7; cfr. 14, 12)
(123).

97. La importancia del carisma en relación con el servicio que presta


La importancia del carisma se establece según el servicio que presta a
la comunidad. Así, por ejemplo, Pablo, supuesta la caridad, muestra
especial preferencia por la profecía, proclamación de la Palabra de Dios:
«Esmeraos en el amor mutuo; ambicionad también los dones del Espíritu,
sobre todo el de profetizar. Mirad, el que habla en lenguas extrañas no
habla a los hombres, sino a Dios, ya que nadie lo entiende; llevado del
Espíritu dice cosas misteriosas. En cambio, el que profetiza habla a los
hombres, construyendo, exhortando y animando. El que habla en
lenguaje extraño se construye él solo, mientras que el que profetiza,
construye la iglesia» (1 Co 14, 1-4) (124).

98. La caridad supera a todos los carismas


El más alto de los dones comunicados por el Espíritu es el amor
cristiano, la caridad. No se trata de una primacía relativa entre distintos
dones que tienen todos ellos un determinado valor. Es la primacía de lo
absoluto. Ese amor es el que hace que cualquier otro don, carisma,
vocación, actividad o compromiso, tenga valor o sea nada: «Ya podría yo
hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no
soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya
podría tener el don de la profecía y conocer todos los secretos y todo el
saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no
soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme
quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente,
afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni
egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá.
¿El saber?, se acabará;» (1 Co 13, 1-8) (125).

99. El carisma es fruto de la vida de fe


El carisma es fruto de la vida de fe: nace cuando un miembro
determinado de la Iglesia acoge la acción del Espíritu. «El Espíritu habita
en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (Cfr. 1 Co 3,
16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (Cfr.
Ga 4, 6; Rm 8, 15-16.26). Guía la Iglesia a toda la verdad (Cfr. Jn 16,
13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con
diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos
(Cfr. Ef 4, 11 -12; 1 Co 12, 4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio
rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión
consumada con su esposo» (LG 4). Los carismas, «tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos
con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las
necesidades de la Iglesia» (LG 12) (126).

100. Acción carismática del Espíritu en la Iglesia


Los Santos Padres recogen, de muchas maneras, la acción
carismática del Espíritu Santo en la Iglesia. Así San Ireneo, que relaciona
la presencia eficaz del Espíritu con la maternidad de la Iglesia,
comunidad de gracia: "Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y
donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y la Comunidad de
gracia. El Espíritu es la verdad. Por eso no participan de El quienes no
son alimentados al pecho de la madre ni reciben nada de la pura fuente
que mana del Cuerpo de Cristo» (·Ireneo-san) (127).

101. Diversidad de carismas


La vitalidad de la Iglesia se manifiesta en la plenitud de sus carismas.
Donde el Espíritu actúa, brota la vida de fe en una constante actividad
creadora. La Escritura no pretende darnos una enumeración exhaustiva
de los carismas, aunque se refiere a ellos repetidamente (1 Co
12,8ss,28ss; Rm 12, 6 ss; Ef 4, 1 1; cfr 1 P 4, 1 1). Sin embargo, es
posible reconocer su diversidad a través de los diferentes servicios
surgidos en el seno de la comunidad. Así ciertos carismas se refieren a
distintos ministerios: apóstoles, profetas, doctores, evangelistas,
pastores (1 Co 12, 28; Ef 4, 1 1). Otros se refieren a diversas actividades
útiles a la comunidad: servicio, exhortación, obras de misericordia...
Existen también carismas extraordinarios. El Nuevo Testamento atestigua
su presencia llamativa en los comienzos de la Iglesia: expulsiones de
demonios, curaciones, hablar en lenguas... (128).

102. Discernimiento de espíritus, carisma importante


Ante la diversidad de carismas o dones del Espíritu, es necesario el
carisma de discernimiento de espíritus (1 Co 12,10) a fin de probarlo
todo y quedarse con lo bueno (1 Ts 5,12.19-21). Deben los pastores de
la Iglesia «reconocer los servicios y carismas de los fieles» (LG 30); «el
juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes
tienen la autoridad en la Iglesia» (LG 12). Los criterios de discernimiento
son fundamentalmente dos, como indica San Pablo: La fe en Jesucristo
Resucitado, como Señor: «Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es
bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3; 1 Jn 4, 2-3). Y también: El
carácter de «servicio» que debe acompañar a todo carisma auténtico. Se
trata de edificar la Iglesia, crear comunidad (1 Co 12, 7; 14, 1 -33) (129).

103. Carisma y vocación:CARISMAS/VOCACION:


Con frecuencia el don del Espíritu, o carisma, tiene todos los
caracteres de una llamada. Es lo que dentro de la Iglesia entendemos
por vocación: una llamada de Dios que invita al hombre a un género de
vida especial, y de una manera permanente. La respuesta a la vocación
exige una entrega total. Son ejemplos típicos de vocación, la vocación
para la vida religiosa o para el ministerio sacerdotal. Pero no se debe
restringir la realidad de la vocación a esos casos clásicos: «La vida de
todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta»
(Pablo Vl, Populorum Progressio, n. 15). Nuestro Dios es esencialmente
un Dios vivo; que llama, que inicia el diálogo con el hombre, que escoge
a personas para hacer avanzar la historia de la salvación con su
actividad, su testimonio y su estilo de vida (130).

104. En el pueblo de Israel Dios llama a una misión concreta


Dios llama a lsrael desde los límites de la tierra (Is 41,8). Suscita en
medio del pueblo a diversos enviados suyos; los llama para una misión
que transforma su persona hasta lo más profundo del ser. Por eso se
dice que los llama por su nombre o que les cambia el nombre (Gn 17,5;
32. 29). Así son llamados los patriarcas, como Abrahán (Gn 12,1); los
reyes como Saúl y David (1 S 10,1; 16,12); los sacerdotes, como Aarón
(Hb 5.4; cfr. Ex 28,1); los profetas como Moisés (Ex 3,10.16), Amós (Am
7. 15). Isaías (Is 6, 9), Jeremías (Jr 1, 7), Ezequiel (Ez 3, 1.4). Así es
llamado, de algún modo, el pueblo entero, a quien se invita a
permanecer a la escucha de Dios (Dt 4.1; 5,1; 6,4; 9,1; Sal 49,7; Is 7,13;
Os 2, 16; 4, 1) (131).

105. Misión única de Jesús


Jesús tiene una misión única, por la cual el Padre sencillamente le
presenta al mundo. Su destino no es propiamente efecto de una
vocación, sino de su mismo Ser único. De todos modos, sobre El se
derrama el Espíritu en plenitud (Lc 3, 22; 4, 16-22; Mt 3, 16-17; Mc 1, 10)
(132).

106. Jesús llama a anunciar el Evangelio


Jesús llama a sus seguidores: los Doce (Mc 3,13), otros discípulos (Lc
9,59-62), las multitudes. Sus invitaciones son claras: «El que quiera
seguirme...» (Mt 16, 24; Jn 7, 17), pero no siempre correspondidas:
«Muchos son llamados, mas pocos escogidos.» Hay quienes se hacen
sordos, a pesar de la insistencia (Mt 22,1-14). Estas llamadas comportan,
en determinados casos, una misión especialmente responsable sobre el
mundo entero: es la misión apostólica (Mt 28, 18-20) (133).

107. La vida cristiana es una vocación


La Iglesia primitiva comprendió inmediatamente que la existencia
cristiana era una vocación. Pedro llama «vocación» a la nueva fe en
Jesús (Hch 2, 39). Pablo se siente llamado (Hch 9, 1-19) y trata de
responder conscientemente a esa vocación (Rm 1, 1; 1 Co 1, 1; Ga 1,
11-24). Los cristianos serán «los santos por vocación» (Rm 1, 7) a la
cual deben corresponder con una vida en el Espíritu (Rm 8, 1-17). Toda
la Comunidad cristiana es «llamada», «elegida» (2 Jn 1, 1 ) y todos sus
miembros deben unir sus voces en la respuesta al Esposo, agUardando
su vuelta: ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20). La vocación es radicalmente
comunitaria (Col 3, 15; Ef 4, 1-2), nace en la Comunidad y se ordena a
edificarla (1 Co 12) (134).

108. Vocación de todo cristiano


El Concilio Vaticano II señala la vocación general de los cristianos:
vocación a formar parte de su Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios (LG 2; 13);
a la unidad en Cristo (LG 3; UR 2); a ejercer su sacerdocio común, que
se actualiza tanto por medio de los sacramentos como a través de las
virtudes (Cfr LG 11 ); a dar testimonio de su fe y esperanza por doquier
(LG 10); a la acción apostólica y misionera (AA 1; AG 23); a la santidad,
según su estado (LG 39-41 ); a la renovación interior bajo la acción del
Espíritu (AG 15; UR 7; LG 4; AG 4) (135).

109. La vocación sacerdotal


Particularmente, el Concilio habla también de vocaciones específicas:
el ministerio sacerdotal, la vida religiosa y la acción propia del laicado.
Por lo que a la vocación sacerdotal se refiere, «es menester que en las
predicaciones, en la catequesis, en la prensa, se expliquen claramente
las necesidades de la Iglesia tanto local como universal; póngase a viva
luz el sentido y excelencia del ministerio sacerdotal, como quiera que en
él se aúnan tan grandes goces con tan grandes cargas y, sobre todo,
como enseñan los Padres, en él puede darse a Cristo el testimonio
máximo de amor» (P0 11)(136).

110. La vocación religiosa VOCA-RELIGIOSA La vocación religiosa


recuerda, de modo especial, que estamos en este mundo de paso y que
«el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de
las bienaventuranzas» (LG 31). «La profesión de los consejos
evangélicos aparece como signo que puede y debe atraer eficazmente a
todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los
deberes de la vocación cristiana. Porque, al no tener el Pueblo de Dios
una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura, el
estado religioso, que deja más libres a sus seguidores frente a los
cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los creyentes los bienes
celestiales -presentes ya en esta vida- y sobre todo da un testimonio de
la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y anuncia
de antemano la resurrección futura y la gloria del Reino Celestial» (LG
44) (137).

111. La vocación propia de los seglares LAICO/VOCACION


«A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el
Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos
según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los
deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la
vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí
están llamados por Dios, para que desempeñando su propia profesión
guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del
mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto
a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su
vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de
manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades
temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que
sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria
del Creador y del Redentor» {LG 31) (138).
112. Vocación de los seglares al apostolado
Los seglares tienen una vocación misionera en el mundo. Están
llamados, como miembros vivos, a contribuir al crecimiento de la Iglesia
(LG 33). Su responsabilidad inmediata arranca del Bautismo, y
especialmente de la Confirmación, sello del Espíritu. Ser cristiano es una
sola cosa con ser apóstol (AA 1-3). Para esta acción apostólica, el
Espíritu distribuye sus dones libremente, dones que han de ser utilizados
para edificación de la Iglesia entera (AA 3-4). Los seglares pueden ser
llamados a una colaboración más directa con la jerarquía, como los que
ayudaban a San Pablo (Flp 4, 3; Rm 16, 3-4), incluso de manera
asociada (AA 18-21) (139).

113. «Negociad hasta que vuelva» (Lc 19, 13)


En la comunidad cristiana todos los hermanos son responsables. Cada
uno aporta la contribución de sus propios dones y talentos. Los
cristianos son aquellos a quienes Jesús confía el hacer fructificar sus
dones para el desarrollo de su Reino. El Reino de los Cielos «es como
un hombre que al irse llamó a sus empleados y los dejó encargados de
sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno,
a cada cual según su capacidad; luego se marchó» (Mt 25, 14-15) (140).

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TEMA 47

OBJETIVO: DESCUBRIR QUE EN LA COMUNIDAD ECLESIAL, COMO


EN UN CUERPO, CADA MIEMBRO TIENE UNA FUNCIÓN

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión: puntos clave.
* Oración inicial: salmo compartido.
* Lectura: 1 Co 12-14 (selección, si procede).
* Diálogo: interrogantes, aspectos descubiertos, experiencias.
* Oración comunitaria: desde la propia situación .

PISTA PARA LA REUNIÓN


PUNTOS CLAVE
* Cada miembro tiene una función.
* Todo carisma procede del Espíritu.
* Para el bien de la comunidad.
* La importancia del carisma, en relación con el servicio que presta.
* La caridad supera a todos los carismas.
* Diversidad de carismas.
* Discernimiento.
* Carisma y vocación.
* Para revisión: ver PC-I,7 (ll.9).

SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES


LUZ DE LAS GENTES
OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia ha de ser, como Jesús, signo en medio de las
naciones y luz de las gentes.

114. Buscando el sentido último de nuestra vida humana


El hombre se pregunta muchas veces por el sentido de su vida: ¿Hacia
dónde caminamos? ¿Cuál es nuestra misión en la tierra? ¿Qué
significación tiene el amor? ¿Cómo responder a los enigmas de la vida y
de la muerte, de la culpa y del dolor? ¿Cómo satisfacer los deseos más
profundos del corazón humano? En definitiva ¿qué es el hombre?
Ciertamente, «todo hombre resulta para sí mismo un problema, percibido
con cierta oscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los
acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del todo al
interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y
totalmente cierta, Dios que llama al hombre a pensamientos más altos y a
una búsqueda más humilde de la verdad» (GS 21). El hombre, envuelto
en oscuridad sobre su propia existencia, busca la luz (141).

115. Luz y tinieblas LUZ/TINIEBLAS:


El simbolismo de la luz es abundantemente utilizado en la Sagrada
Escritura. La luz es símbolo de vida, felicidad, alegría, verdad, liberación,
salvación mesiánica; las tinieblas lo son de muerte, desgracia y lágrimas.
La oposición entre luz y tinieblas viene a significar el enfrentamiento
dramático del bien y del mal, de Cristo y de Satán (Cfr 2 Co 6,14-15; Col
1,12-13; Hch 26,18; 1 P 2,9; Lc 22, 53; 16, 8; 1 Ts 5, 5; Ef 5, 7-8; Jn 12,
36). En el Antiguo Testamento, es luz todo lo que ilumina el camino hacia
Dios: la Ley, la Sabiduría, la Palabra de Dios (Qo 2,13; Pr 4,18-19; 6,23;
Sal 118; cfr. Rm 2,19). En el Nuevo Testamento, la luz es Cristo: «La luz
verdadera que alumbra a todo hombre» (Jn 1, 9), la nube luminosa que
guía al caminante (Cfr. Jn 8, 12; Ex 13, 21-22; Sb 18, 3) (142).

116. La nueva Jerusalén, luz de los pueblos


En el Antiguo Testamento, la promesa de la luz alimenta la esperanza
mesiánica: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1). El alba que
amanecerá para la nueva Jerusalén será maravillosa; Dios mismo
iluminará personalmente a los suyos (60,19-20) y las naciones
caminarán a su luz: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la
gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, ia
oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria
aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al
resplandor de tu aurora» (60, 1-3) (144).

117. El siervo de Yahvé, alianza del pueblo y luz de las naciones


El libro de la Consolación (Is 40-55) presenta frecuentemente a Israel
bajo la imagen de un siervo de Yahvé, elegido para ser su testigo ante
las naciones. Pero los cuatro «cantos del Siervo de Yahvé» (42, 1-9; 49,
1-6; 50, 4-11; 52, 13-53, 12) introducen en escena a un siervo
misterioso, que en algunos rasgos se asemeja al Israel-siervo, pero que
se distingue de él y se le contrapone en otros que le designan como
persona. Este Siervo será alianza del pueblo y luz de las naciones. «Es
poco, que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas
a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi
salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49,6; cfr.42,6) (145).

118. Jesús: La gran luz J/LUZ-MUNDO La profecía del Siervo de


Yahvé se cumple plenamente en Jesús. Cuando Jesús comienza a
predicar en Galilea, da cumplimiento a la esperanza mesiánica : «País de
Zabulón y país de Neftali, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea
de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a
los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló» (Mt
4,15-16). Galilea de los gentiles es símbolo de las naciones (paganas):
un pueblo que necesita la luz y la encuentra en la predicación de Jesús.
Esta luz se hará particularmente intensa, única en la exaltación del
Siervo, en la resurrección de Jesús, que «después de resucitar el
primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles»
(Hch 26, 23). Dios sale al encuentro del hombre, enviándole a su Hijo
Unigénito. Cristo enviado por el Padre se presenta como la luz del
hombre: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12; cfr. Jn 1, 9; 9, 39;
12, 35; 1 Jn 2, 8). La venida de Cristo como luz de los hombres obliga a
los hombres a pronunciarse a favor o en contra (Jn 3, 19-21; 7, 7; 9, 39;
12-46). Cristo, luz de los hombres, está presente en su Iglesia: «Yo
estaré con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20; cfr. Jn 14, 18-23)
(146).

119. Jesús, signo levantado en medio de las naciones


Jesús es signo levantado en medio de los pueblos: «Aquel día la raíz
de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles,
y será gloriosa su morada» (Is 11,10). Es el «sol de justicia» (Ml 3, 20),
es decir, el Siervo elegido que enseñará a las naciones los que Dios
entiende por justicia (Is 42,1); es el manso y humilde de corazón (Mt
11,29), que anuncia la salvación a los pobres, a los que tienen hambre,
a los que lloran, a los que son perseguidos por causa de la justicia, a los
misericordiosos (Cfr. Lc 4,18-19; 6,20-38; Mt 5,1 -12): a los que llevan
dentro de sí el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús, haciendo suya la
misión de Siervo, contradice la expectación mesiánica triunfalista e
inaugura la verdadera salvación con el gran signo de su elevación en la
cruz (Jn 12,3233; 3,14-15), el signo eficaz que proporciona el
resurgimiento de muchos (Lc 2,34), el estandarte levantado en lo alto
para la reunión de los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52) (147).

120. La Iglesia, luz de las gentes


La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, es signo visible de
la presencia invisible de Jesús entre los hombres. Por medio de la
predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía, y de la caridad fraterna, Cristo actúa en
la iglesia y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se comunica a los
hombres. De esta manera, la Iglesia viene a ser, como Jesús, «luz de las
gentes», signo levantado en medio de las naciones». El Concilio
Vaticano Il presenta el misterio de la Iglesia como radicado en la claridad
de Cristo: "Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto
sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a
todos los hombres, anunciando el evangelio a toda criatura (cfr. Mc
16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la
Iglesia» (LG 1) (149).

121. La Iglesia, signo levantado en medio de las naciones


La Iglesia está llamada a ser, en Cristo Jesús, alianza de la humanidad
y signo levantado en medio de las naciones: «Al edificar, día a día, a los
que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en
el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la
Liturgia... presenta a la Iglesia, a los que están fuera, como signo
levantado en medio de las naciones (Is 11, 12) para que debajo de él se
congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos hasta que
haya un solo rebaño y un solo Pastor (Jn 10, 16)» (SC 2). Asimismo,
«como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución,
de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin
de comunicar los frutos de la salvación a los hombres» (LG, 8; cfr. GS
38; LG 42) (150).

122. La Iglesia, sacramento universal de salvación


La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano (Cfr. LG 1). «Se la compara por una notable analogía al misterio
del Verbo Encarnado, pues, así como la naturaleza asumida sirve al
Verbo Divino como de instrumento vivo de salvación unido
indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la
Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica para el acrecentamiento de
su cuerpo (Cfr. Ef 4, 16)» (LG 8). Así «todo el bien que el Pueblo de Dios
puede dar a la familia humana, al tiempo de su peregrinación en la tierra,
deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación
que manifiesta y al mismo tiempo, realiza el misterio de amor de Dios al
hombre» (GS 45) (151).

123. La Iglesia, humana y divina, visible e invisible


La Iglesia consta de elementos visibles e invisibles. Por medio de sus
elementos visibles significa y realiza la salvación invisible, la
transformación interior del hombre asociándolo a Cristo. El elemento
interior, la vida de gracia, la fe, la esperanza, la caridad, la unión íntima
con Dios en Cristo-Jesus es el más importante: «Propio es de la Iglesia
ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles,
entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo
y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano
esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción
a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cfr. Hb
13, 14)» (SC 2; cfr. LG 8) (152).
124. La Iglesia, misterio de unión con Dios
La Iglesia, sacramento universal de salvación, siendo humana, no es
del mundo. Como Cristo, puede decir: El que cree en mí, no cree en mí,
sino en el que me ha enviado (Jn 12,44). Si ella existe es para proclamar
ante la humanidad entera que ella está ya salvada por Jesucristo y que
debe y puede, por la gracia, llegar a ser plenamente eso que ya es
realmente: Misterio de unión con Dios. Su apariencia inmediata ha de
llevar a los hombres a una dimensión oculta en virtud de una
significación misteriosa que nosotros no siempre dominamos (153).

125. Estar en el mundo, sin ser del mundo


La presencia de la Iglesia en el mundo ha de mantener esta tensión:
Estar en el mundo, sin ser del mundo. Así lo pide Jesús en su oración al
Padre: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del
mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17,15-16).
Manteniendo esa tensión, la comunidad cristiana aparecerá como signo
vivo, signo que choca, sorprende o convoca a los que están fuera. A
este respecto, es sumamente importante el testimonio de la Iglesia
primitiva recogido en la Epístola a Diogeneto: «Los cristianos no se
distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por
sus costumbres... Adaptándose en vestido, comida y demás género de
vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de
peculiar conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente...
Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (5-6)
(154).

126. «Vosotros sois la luz del mundo»


«La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con
los deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la
dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes
desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de
empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso
humano» (GS 21). Por ello, cada creyente puede escuchar
gozosamente, como dirigidas a él, estas palabras de Jesús: «Vosotros
sois la luz del mundo» (/Mt/05/14) (155).
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TEMA 48

OBJETIVO: DESCUBRIR QUE LA IGLESIA HA DE SER, COMO JESÚS,


SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES Y LUZ DE LAS GENTES

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Oración inicial: Sal 43.
* Presentación del tema 48 en sus puntos clave.
* Diálogo: lo más importante.
* Lecturas: Is 60 y 62; Mt 4,15-16; Jn 9.
* Oración comunitaria: desde la propia situación, canción apropiada.
PISTA PARA LA REUNIÓN
PUNTOS CLAVE
* Luz y tinieblas.
* Luz de los pueblos: la nueva Jerusalén.
* El siervo de Yahvé: alianza del pueblo y luz de las naciones.
* Jesús: la Luz, signo levantado.
* La Iglesia, luz de las gentes.
* Signo levantado en medio de las naciones.
* Sacramento universal de salvación.
* Estar en el mundo sin ser del mundo: vosotros sois la luz del mundo,

* Para evaluación y discernimiento: ver PC-I,7(111).

EVANGELIZAR, MISIÓN DE LA IGLESIA

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia ha nacido con este fin: evangelizar.

127. Despertar la esperanza de los hombres


Jesús comienza despertando la esperanza de los hombres. Sacude su
adormecimiento, su resignación, su desesperanza, anunciándoles que, a
la puerta, está el Reino de Dios tanto tiempo esperado. La buena nueva
es que los tiempos se han cumplido y que la acción salvadora de Dios va
a manifestarse, que ya se está manifestando en Jesús (159).

128. El Reino de Dios está cerca


«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en la Buena Nueva» (Mc 1, 15) Esto es lo esencial del mensaje. De
este modo, Jesús sitúa su predicación en la linea de los grandes
profetas; todos ellos llaman a la conversión y anuncian un
acontecimiento, la acción de Dios. Pero esta vez la persona misma del
mensajero se convierte en el centro de la buena nueva. El Evangelio es
Jesús (Cfr. Mc 1, 1). Con El se hace presente el Reino de Dios (Mt 12,
28). Así se ve a las muchedumbres correr presurosas en torno al
mensajero de la Buena Nueva y esforzarse por retenerlo. Pero el
Evangelio debe ser anunciado en todas partes: «También a los otros
pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han
enviado» (Lc 4, 43) (160).

129. La respuesta al Evangelio: Conversión y fe


La respuesta al Evangelio será conversión y fe: «Convertíos y creed
en la Buena Nueva» (Mc 1, 15). Jesús anuncia una gracia de perdón (Mc
2, 10.17), de renovación (Mc 2, 21-22). Espera del hombre que,
reconociendo y confesando su pecado, ponga su vida en función del
Evangelio: «Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará» (Mt 8, 35). El que
abandone todo a causa de Jesús y del Evangelio recibirá desde ahora el
ciento por uno, aun con persecuciones (Mc 10, 29-30) (161).
130. El anuncio de la salvación liberadora
«Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la
salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime
al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del Maligno,
dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo,
de entregarse a El. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo
y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe
ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser
plenamente realizado el día de la Venida final del mismo Cristo, cosa que
nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre (cfr. Mt 24, 36;
Hch 1, 7; 1 Ts 5, 1-2,i, (Pablo Vl, EN 9) (162).

131. Un sencillo y profundo mensaje, y una enseñanza más


desarrollada.
Kerygma y catequesis KERIGMA/CATEQUESIS
En los escritos del Nuevo Testamento encontramos la Buena Nueva
anunciada de dos formas: la de un sencillo y profundo mensaje que
Jesús lanzó a todos los vientos, anunciando el Reino de Dios y
exhortando a la conversión y a la fe; y la de una enseñanza más
desarrollada que, como Maestro, dio a sus discípulos. A estas dos
formas, que se remontan al mismo Jesús, corresponden dos actividades
esenciales a toda evangelización: la actividad kerygmática (kerygma:
mensaje, proclamación) y la actividad catequética (163).

132. Jesús, enviado del Padre J/MISION:


Jesús se presenta a los hombres como el enviado de Dios por
excelencia, el mismo que habían anunciado los profetas (Is 61, 1 ss; 42,
6-7; 49, 5-6). La parábola de los viñadores homicidas subraya la
continuidad de su misión con la de los profetas, marcando al mismo
tiempo la diferencia fundamental: el padre de familia, después de haber
enviado a sus servidores, envía finalmente a su hijo (Mc 12, 2-8). Por
eso acoger o rechazar a Jesús significa acoger o rechazar a Aquel que le
ha enviado (Lc 9, 48; 10, 16). Esta conciencia de su misión deja entrever
la relación misteriosa del Hijo y del Padre: «El que cree en mí, no cree en
mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha
enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no
quedará en tinieblas... Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que
me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de
hablar. Y sé que su mandato es vida eterna» (Jn 12, 44-49) (164).

133. Como el Padre me envió, también yo os envío


La misión de Jesús continúa en la de sus propios enviados, los Doce,
que por esta razón llevan el nombre de apóstoles. En efecto, la misión de
los Apóstoles enlaza de la forma más estrecha con la de Jesús: «Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). Esta palabra
ilumina el sentido profundo del envío final de los Doce por Cristo
Resucitado: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la
creación» (Mc 16, 15; cfr. Mt 28, 19-20). La misión de Jesús alcanzará
así a todos los hombres gracias a la misión de sus Apóstoles que
continúa operante en la misión de la Iglesia de todos los tiempos, ya que
los Doce fueron el inicio de todo el Pueblo de Dios, del conjunto de los
creyentes y de sus pastores auténticos: «Los apóstoles fueron los
gérmenes del Nuevo Israel y, al mismo tiempo, el origen de la jerarquía
sagrada» (AG 5) (165).

134. «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo..., y seréis mis testigos...»

Para cumplir su misión, los Apóstoles y todos los que anuncian el


Evangelio no están solos y abandonados a sus propias fuerzas, sino que
la realizan con la fuerza del Espíritu: «Recibiréis la fuerza del Espíritu
Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en
toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8; cfr. Jn
20, 21 ss; 1 P 1, 12). La misión del Espíritu es así inherente al misterio
mismo de la Iglesia, cuando ésta anuncia la palabra para cumplir la
misión recibida de Jesús. La misión del Espíritu, que da testimonio de
Jesús Resucitado (Jn 15, 26), viene a ser así el centro de la experiencia
cristiana y el «alma de la Iglesia» (166).

135. La Buena Nueva que anuncia la Iglesia: Cristo ha resucitado,


Convertíos
La misión de Cristo es recibida por la Iglesia naciente y puesta en
práctica de modo inmediato. La Buena Noticia es que Jesús ha
resucitado: «Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado» (Hch 2, 36). La resurrección de Cristo pasa
así a ser el centro del Evangelio. Ante ello, es menester convertirse e
incorporarse por el Bautismo a la comunidad de creyentes (Hch 2, 38-41;
3, 19). La Buena Nueva va acompañada de los signos prometidos por
Jesús (Mc 16, 17; Hch 4, 30; 3, 12-16; 8, 6-7; 19, 11-12). Se propaga en
una atmósfera de pobreza, de sencillez, de fraternidad y de gozo (Hch 2,
46; 5, 41; 8, 8.39). El Evangelio encuentra por todas partes corazones
que están en armonía con él, deseosos de oír la palabra de Dios (Mt 13,
8.12), deseosos también de saber lo que hay que hacer en
consecuencia (Hch 2, 37; 16, 30) (167).

136. La Iglesia ha nacido con este fin: Evangelizar


Cristo vino para anunciar y realizar entre los hombres la Buena Noticia.
La Iglesia nació y vive únicamente para evangelizar a los hombres, a
todos los hombres. Ella es el sacramento universal de salvación: la
anuncia y realiza. Su renovación constante tiene aquí su objetivo:
potenciar su actividad misionera universal, buscar nuevos cauces por los
que los hombres conozcan, acepten y vivan el plan de Dios, despojarse
de todo aquello que impide, en cada momento, la evangelización, realizar
todo aquello que pueda hacer más creíble la verdad del Evangelio. Dice
el Concilio Vaticano ll: «La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el
reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a
todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de
ellos, ordenar realmente todo el universo hacia Cristo» (AA 2). A su vez,
Pablo Vl dice: «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para
evangelizar» (EN 14) (1 68).

137. La vocación cristiana es vocación también al apostolado.


«¡Ay de mí, si no evangelizare!»
CR/APOSTOLADO:
La Iglesia la formamos todos los creyentes en Cristo. A todos nos
compete la responsabilidad de evangelizar, como dice San Pablo:
«Anunciar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más
bien un deber que me incumbe. Y. ¡ay de mí, si no evangelizare!»
(/1Co/09/16). «La vocación cristiana es por su misma naturaleza
vocación también al apostolado. Así como en el conjunto de un cuerpo
vivo no hay miembros que se comportan de forma meramente pasiva,
sino que todos participan en la actividad vital del cuerpo, de igual manera
en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, todo el cuerpo crece
según la operación propia de cada uno de sus miembros (Ef 4, 16). No
sólo esto. Es tan estrecha la conexión y trabazón de los miembros en
este cuerpo (cfr. Ef 4, 16), que el miembro que no contribuye según su
propia capacidad al aumento del cuerpo debe reputarse como inútil para
la Iglesia y para sí mismo» (AA 2) (169).

138. Evangelizar, misión de las comunidades eclesiales


La Iglesia universal se concreta en comunidades eclesiales más
pequeñas (diócesis, parroquia, grupos de cristianos, movimientos
apostólicos, familias cristianas, etc.). De todas ellas hay que decir,
guardando la proporción, lo que el Concilio señala de la diócesis: «En
ella está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y
apostólica» (CD 11).
Toda comunidad debe, por tanto, ser misionera, por ser
condensadamente, presencia eficaz de la única Iglesia de Cristo. Las
actitudes de campanario son una traición al ser cristiano de una
comunidad y el medio más eficaz de autodestrucción: «La gracia de la
renovación en las comunidades no puede crecer, si no expande cada
una los campos de la caridad hasta los confines de la tierra y no tiene de
los que están lejos una preocupación semejante a la que siente por sus
propios miembros» (AG 37) (171)

139. La Universalidad, referencia a la totalidad La


universalidad, anunciada por los profetas (Gn 22, 18; Ga 3, 16; Is 2, 2ss;
54, 1 ss; Mi 4, 1 ss; Za 8, 20; Ml 1, 1 1; Sal 2, 7ss; 71, 8- 17; etc.) y
encomendada por Jesús a sus discípulos (Mt 28, 1 8ss), ha chocado
siempre con la tentación de secta. La actitud sectaria se caracteriza por
la falta de referencia a la totalidad. La secta no refiere los aspectos
particulares del mensaje al conjunto de la Revelación; no sitúa los
hechos particulares de la vida en una estructura de conjunto; no
manifiesta la relación de la Iglesia con la totalidad del mundo, la cultura,
la historia humana (172).

140. Plenamente conscientes del plan salvador de Dios realizado


por medio de Jesucristo
El plan salvador de Dios no se refiere solamente al hecho de la
salvación, sino también al modo de realizarla a través de Cristo: Dios
«quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno
de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre
Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tm 2, 4-5). O como dice el
Evangelio de San Juan: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17, 3). Dios quiere
que todos los hombres se salven siendo plenamente conscientes de su
plan salvador realizado por medio de Jesucristo (cfr. AG 7) (175).

141. «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
La llegada de la Buena Noticia a los hombres que aún no la conocen
-¡son tantos!, la mies es mucha (Lc 10, 2)- se realiza en la actividad
misionera de la Iglesia. En esta misión la Iglesia no sustituye a Cristo.
Cristo, presente eficazmente en la Iglesia, sigue evangelizando hoy en
medio de nosotros: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20) (178).
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TEMA 49

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA HA NACIDO CON ESTE FIN:
EVANGELIZAR

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión.
* Lectura de Mt 11,1-6: señales del evangelio.
* Diálogo: significado actual, experiencias.
* Oración comunitaria: salmo compartido, canción apropiada.

PISTA PARA LA REUNIÓN


* Señales del Evangelio:
- los ciegos ven;
- los cojos andan;
- los leprosos quedan limpios;
- los sordos oyen;
- los muertos resucitan;
- se anuncia a los pobres la buena nueva.

* Una pregunta de fondo: ¿son para hoy estas señales?


* Ver también 1 Co 9,16: testimonio de Pablo.

PUEBLO DE PROMESAS Y COMUNIDAD DE ESPERANZA

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia es pueblo de promesas y comunidad de
esperanza; esperanza enraizada en una vida de fe y de amor.
142. Hemos nacido en un pueblo de promesas y esperanzas
Para unos, la realidad entera está abocada a la muerte. Dicen:
«Hemos sido arrojados al mundo. El hombre es un ser para la
muerte».
Para otros, la realidad está fundamentada en la naturaleza. Dicen:
«Sólo
la naturaleza existe, y existe infinitamente. Los individuos pasan, la
naturaleza permanece.» Para los creyentes, la realidad es, en último
término, personal; está fundamentada en Dios. Y dicen: «Hemos
nacido
en un Pueblo de promesas y esperanzas, de futuro definitivo y
estable,
firme y estable como la fidelidad de Dios» (cfr. Sal 88, 2-3) (181).

143. Israel, un pueblo nacido de la promesa


La historia de Israel nace en torno a la promesa. El objeto de la
promesa es sencillo: una tierra y una posteridad numerosa (Gn 12, 1-
2).
Con Abrahán comienza así la historia de la esperanza bíblica, el cual,
«apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría
a
ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así
será
tu descendencia» (Rm 4, 18). Israel se constituye como pueblo tras la
aventura del éxodo en virtud de una promesa de Dios hecha a Moisés:
«Moisés replicó a Dios: -¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para
sacar a los israelitas de Egipto? Respondió Dios: -Yo estoy contigo»
(Ex
3, 11-12). En el destierro, cuando Israel ha perdido su rey, su capital,
su
templo, su honra, despierta Dios su esperanza con nuevas promesas
por
medio de los profetas: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo
antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo
notáis?
Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo» (Is 43, 18-19)
(182).

144. Todas las promesas de Dios han tenido su sí en Jesús


En Jesús, el Mesías esperado, todas las promesas de Dios han tenido
su sí (2 Co 1, 20). El es, además, portador de nuevas promesas.
Inaugura su predicación anunciando la gran promesa: «Después que
Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena
Nueva
de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca» (Mc
1,14-15). En las bienaventuranzas promete este Reino a los pobres y
a
los perseguidos (Mt 5,3-10; Lc 6,20-23). Elige discípulos, a quienes
llama
y promete una milagrosa pesca de hombres (Mt 4, 19), el ciento por
uno
y la participación en el señorío de Cristo (cfr. Mt 19, 27-29). Promete a
Pedro fundar sobre él su Iglesia y le garantiza la victoria sobre el
poder
del infierno (Mt 16, 18-19) (183).

145. El Don del Espíritu contiene todas las promesas


El Reino de Dios, presente en Jesús, se hace posible por el Don del
Espíritu. El Espíritu es la promesa del Padre (Lc 24, 49), dice Jesús.
Llenando el universo y manteniendo unidas todas las cosas (cfr. Sb
1,7),
contiene también todas las promesas (cfr. Ga 3,14). Para que el
Espíritu
sea dado, Jesús debe acabar su obra en esta tierra (Jn 17,4), amar a
los
suyos hasta el fin (13,1; Lc 22,19-20). Entonces se le abren todos los
tesoros de Dios y puede prometer todo (Jn 14,13-14). Este todo es el
«Espíritu de verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo
conoce» (Jn 14, 17) (184).

146. Los cristianos, herederos de la promesa


Los cristianos, recibiendo el Espíritu, están en posesión de todas las
promesas (Hch 2,38-39) y, desde el momento en que los gentiles han
recibido también el Don del Espíritu (10,45), han venido a ser
«partícipes
de la Promesa de Jesucristo, por el Evangelio» (Ef 3, 6). Como se
dice
en la Carta a los Gálatas: «Tened, pues, entendido que los que viven
de
la fe, esos son los hijos de Abrahán. La Escritura, previendo que Dios
justificaría a los gentiles por la fe, anunció con antelación a Abrahán
esta
buena nueva: En ti serán bendecidas todas las naciones. Así pues, los
que viven de la fe son bendecidos con Abrahán el creyente» (3, 7-9)
(185).

147. La Iglesia, en camino hacia una patria mejor. «La renovación del
mundo está irrevocablemente decretada»
Los creyentes del Antiguo Testamento esperaban al Salvador. Los
creyentes del Nuevo ya hemos visto cumplida esta promesa en
Jesucristo
muerto y resucitado. Pero esperamos todavía la plena manifestación
del
misterio de Cristo. La esperanza cristiana está orientada hacia
Jesucristo
resucitado, hacia la venida definitiva de su reino. Quienes perseveran
fieles hasta el fin participarán en la gloria de Jesucristo. Mientras
tanto,
los cristianos son todavía peregrinos de una patria mejor (Hb 11, 16),
a
la que tienden, a ejemplo de Abrahán, por la fe y la perseverancia (6,
12-15). La Iglesia, fortalecida con las promesas (Mt 16, 18-19) y con la
presencia de Jesús (28, 20), debe acabar de realizar la esperanza de
los
profetas, abriendo a las naciones su reino y su esperanza (8,11;
28,19).
Como dice el Concilio Vaticano II, «la plenitud de los tiempos ha
llegado,
pues, a nosotros (cfr.1 Co 10,11), y la renovación del mundo está
irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente
en
este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de
verdadera santidad. aunque todavía imperfecta» (LG 48) (186).

148. El tiempo de la Iglesia: Entre el ya y el todavía no EP/TENSION


La tensión escatológica de la Iglesia entre lo que ya vive del Reino de
Dios y lo que todavía no se ha manifestado la expresa ·Agustín-san de
este modo: «Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo... Y así como
El
ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con El,
aun
cuando no se haya realizado todavía en nuestro cuerpo lo que nos ha
sido prometido. El fue exaltado sobre los cielos; pero sigue
padeciendo
en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros,
experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: «Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Así como «tuve hambre, y me disteis
de
comer...» ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra de modo
que
gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos a El,
descansemos ya con El en los cielos? Mientras El está allí, sigue
estando
con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya
con
El allí. El realiza aquello con su Divinidad, su poder y su amor;
nosotros,
en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como El con la
divinidad,
sí que podemos con el amor, si va dirigido a El» {Sermo de
Ascensione
Dni. 98, 1-2; PLS 2, 494) (187).

149. La Iglesia, constituida ya en sus rasgos esenciales:


«Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica»
La Iglesia de Jesucristo está ya constituida en sus rasgos esenciales,
pero, al mismo tiempo, es una realidad dinámica, viviente, en
crecimiento.
El Espíritu Santo la mantiene fiel a sí misma y al mismo tiempo la
mueve
interiormente a una fidelidad cada día mayor, y a un desarrollo más
vigoroso, más fructífero. Esta es la Iglesia que confesamos en el
Símbolo: Creo en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica (Concilio
de
Constantinopla, a. 381). Quien pretenda comprender qué es la Iglesia
deberá comprender el significado de estas notas o propiedades de la
misma. Son una expresión de su profundo misterio. Están
relacionadas
entre sí. Se implican mutuamente, íntimamente. Cada una de estas
propiedades se debilita y pierde su propio valor, si se la subraya
separándola de las demás. Son inseparables (188).

150. Mutua implicación de las propiedades de la lglesia I/NOTAS La


unidad de la iglesia es apostólica, es decir, arranca de los Apóstoles, y
se fundamenta en la continuidad del misterio apostólico de los
Obispos
que viven al servicio de la unidad en la fe y en la caridad. Esta unidad
es
católica: no limitada a un lugar, a una raza, a una clase social, a un
segmento de la historia de la Iglesia, sino abierta a su misión universal,
y
apta de suyo para abarcar el desarrollo huma no en el tiempo y en el
espacio. La unidad es santa: se realiza más allá de toda organización
humana, por la acción del Espíritu Santo que es principio de comunión,
y
de caridad fraterna.
La santidad de la iglesia es católica: se realiza en una variedad
inmensa de vocaciones; es apostólica: procede de la venida histórica
de
Dios en nuestra carne, y se difunde con la ayuda del ministerio
apostólico; es una y conduce a la unidad por obra del mismo y único
Espíritu.
La catolicidad es una: es el mismo Espíritu el que en todas partes, y
dentro de la variedad de vocaciones y carismas, sostiene la comunión
en
la misma fe y en los mismos sacramentos. Tratando de las Iglesias
orientales, dice el Concilio Vaticano ll: «La tradición transmitida por los
Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras. Por esto, desde
los
mismos orígenes de la Iglesia, fue explicada diversamente en cada
sitio
por la distinta manera de ser y la diferente forma de vida» (UR 14). La
catolicidad es apostólica, sostenida por el mismo Colegio apostólico.
Es
santa, procede de la multiforme acción del mismo Espíritu.
La apostolicidad es una: jerarquizada en el único Colegio apostólico;
todos los Obispos unidos entre sí y con el Papa como cabeza, son
sucesores del Colegio de los Apóstoles. Es católica, al servicio de la
misión universal de la Iglesia hasta el final de los tiempos. Es santa,
por
proceder de la acción misma del Señor y de su Espíritu, más allá de
toda
seguridad humana o histórica de continuidad.
Estas cuatro propiedades esenciales de la Iglesia son realidades a la
vez ya existentes, y al mismo tiempo abiertas a un desarrollo ulterior.
Son
dinámicas y misioneras. Cualquier actividad auténtica de la Iglesia ha
de
reflejarlas. Constituyen, pues, un sano criterio de discernimiento (189).

151. Las propiedades de la Iglesia revelan la relación que mantiene


con el misterio de Cristo
Si las propiedades dan a conocer la esencia o realidad profunda de la
iglesia con la cual se identifican, revelan además la relación íntima que
la
Iglesia mantiene con el misterio de Cristo. En realidad, existe una
continuidad entre Cristo y la Iglesia: es todo el misterio de Cristo el
que
se refleja en la Iglesia, su esposa y su cuerpo. Se podrían considerar
las
propiedades de la Iglesia como la expresión, la consecuencia y el fruto
de la única mediaci6n de Cristo (1 Tm 2, 1-6): unidad, porque existe
un
solo mediador; santidad, porque nos restablece y nos introduce en la
comunión con el Dios santo; catolicidad, porque es el sacramento
eficaz
del amor salvífico de Dios hacia todos los hombres y para todo el
hombre
(cfr. 1 Tm 2, 4); apostolicidad, porque todo procede de Jesucristo,
"hombre también que se entregó a sí mismo como rescate por todos"
(1
Tm 2, 6). La misión de Cristo continúa en el ministerio apostólico de la
Iglesia (Jn 17, 18) (190).

152. La esperanza de la Iglesia, enraizada en una vida de fe y de


amor

La esperanza de la Iglesia enraiza en una vida de fe y de amor,


traducida en acciones de justicia y de paz. «La esperanza del cristiano
proviene de saber que el Señor está obrando con nosotros en el
mundo,
continuando en su Cuerpo, que es la Iglesia -y mediante ella en la
humanidad entera- la redención consumada en la Cruz, y que ha
estallado en victoria la mañana de la Resurrección; le viene, además,
de
saber que también otros hombres colaboran en acciones
convergentes
de justicia y de paz, porque bajo una aparente indiferencia existe en el
corazón del hombre una voluntad de vida fraterna y una sed de justicia
y
de paz que es necesario satisfacer» (Pablo Vl, Octogessima
adveniens,
48) (191)

153. El Espíritu y la Iglesia dicen: «¡Ven, Señor Jesús!» (Cfr. Ap 22,


17-20)
Cristo Resucitado, rodeado de cristianos, vive triunfante en la patria
definitiva (Ap 5, 11-14; 14, 1-5; 15, 2ss). De allí bajará su esposa, la
Nueva Jerusalén (Ap 21, 2). Ella todavía está en la tierra, donde
participa
del drama de la esperanza en medio de las dificultades del tiempo
presente, una esperanza a la que tiende sin cesar, aceptando vivir en
un
mundo que está muy lejos de su realización. Al final del Libro del
Apocalipsis promete el esposo: «Sí, pronto vendré». Y la esposa le
responde: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). La esperanza cristiana
no
hallará jamás mejor expresión, puesto que es en el fondo el deseo
ardiente de un amor que tiene hambre de la presencia del Señor
( 192).
EP/QUÉ-ES
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TEMA 50

OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE LA IGLESIA ES PUEBLO DE PROMESAS
Y COMUNIDAD DE ESPERANZA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Oración inicial: Sal 89.
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reunión.
* Diálogo: ¿qué posición de las citadas refleja nuestra experiencia?
* Oración comunitaria: desde la propia situación.

PISTA PARA LA REUNIÓN


1 Dicen unos: hemos sido arrojados al mundo.
El hombre es un ser para la muerte.

2 Otros: Sólo la naturaleza existe.


Los individuos pasan, la naturaleza permanece.

3 Los creyentes: hemos nacido en un pueblo de promesas y


esperanzas,
de futuro definitivo y estable,
firme y estable como la fidelidad de Dios.
MARÍA
VIRGEN Y MADRE DE DIOS
MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA

OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Presentar el misterio de María, Virgen y Madre de Dios, Madre e
imagen de la Iglesia.

154. María, humilde mujer judía


María es una humilde mujer judía: como pobre de Yahvé, pone
totalmente su confianza en Dios. En el canto del Magnificat transmite
Lucas una tradición que conserva el sentido y los sentimientos de
fondo
de la oración de María, modelo de la del Pueblo de Dios. Según la
forma
clásica de un salmo de acción de gracias, celebra María las maravillas
que Dios hace en la historia de la salvación en favor de los humildes.
En
su propia pobreza vive anticipadamente el misterio de las
bienaventuranzas (193)

155. «Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la


humillación de su esclava»
Y María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su
esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el
Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo. Y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace
proezas con sus brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba
del
trono a los poderosos, y enaltece a los humildes; a los hambrientos
los
colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su
siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a
nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia para
siempre»
(Lc 1, 46-55) (194).

156. María, creyente: «De fe en fe»


La fe de María es la misma del Pueblo de Dios: una fe humilde que se
ahonda sin cesar a través de las oscuridades y de las pruebas. Ella
vive
cada momento en una situación de no comprender todavía (cfr. Lc 2,
19-51) con referencia a algo venidero que ha de traer solución y
cumplimiento. Lo hace con fe profunda y confiada. En esa fe actúa la
misma gracia que después, cuando llega la hora, trae la luz. Pero, al
surgir, la luz se convierte en punto de partida para una nueva
expectación creyente. Así María camina «de fe en fe» (Rm 1, 17)
(195).

157. La vida de Jesús es para María un misterio progresivamente


iluminado
Desde la anunciación, la vida de Jesús se presenta a María como
misterio de fe, misterio que es progresivamente iluminado por
mensajes
enraizados en las profecías del Antiguo Testamento. El niño se llamará
Jesús, será hijo del Altísimo, hijo de David, el rey de Israel, el Mesías
anunciado (Lc 1, 31-33). En la presentación en el templo oye María
aplicar a su Hijo la profecía de Siervo de Yahvé, luz de las naciones y
signo de contradicción (Lc 2, 29-35). A los doce años, en medio de los
doctores, Jesús habla a su madre con palabras llenas de resonancia
profética: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"»
(Lc
2, 49). María reconocerá en ellas no sólo la misión y vocación de su
hijo,
sino también la superioridad de la fe sobre la maternidad carnal (196).

158. Fe de María ante los caminos insospechados de Dios


M/FE: M/PD:
El Evangelio de San Lucas recoge las reacciones de María ante los
caminos insospechados que Dios va abriendo en su vida: su turbación
ante el saludo del ángel (Lc 1, 28ss), su dificultad ante lo que parece
imposible (1, 34), su asombro ante la perspectiva profética que
descubre
Simeón (2,33), su perplejidad ante la respuesta de Jesús en el templo
(/Lc/02/50). En presencia de un misterio que la desborda todavía,
reflexiona sobre el mensaje, piensa sin cesar en el acontecimiento
misterioso, conservando sus recuerdos, meditándolos en su corazón
(/Lc/01/19/51). Atenta a la palabra de Dios, la acoge con generosidad
aun cuando desborda sus perspectivas y aun cuando haya de sumir a
José en la ansiedad (Mt 1, 19-20). En razón de esta fe, Jesús mismo
proclamó bienaventurada a la que le había llevado en sus entrañas
(Lc
11, 27-28). María, creyente y fiel lo es en el silencio cuando su Hijo
entra
en la vida pública y así permanece hasta la cruz (197).

159. Un saludo mesiánico: «Alégrate, llena de gracia, el Señor es


contigo»
¿Cómo pudo María mantenerse en tal vocación? Porque en su pura
sencillez se escondía una plenitud y profundidad de vida que no
tenían
parangón, una sencillez, que se llama gracia:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). El
«alégrate» del ángel no es un saludo corriente: evoca las promesas de
la
venida del Señor a su ciudad santa (So 3,14-17; Za 9,9). El «llena de
gracia», o colmada de favor y del amor divino, puede evocar a la
esposa
del Cantar de los Cantares, una de las figuras más tradicionales del
pueblo elegido. Sólo ella recibe, en nombre de Israel y de la
humanidad,
el anuncio de la salvación. Ella lo acepta y hace así posible su
cumplimiento: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra» (Lc 1, 38). La fe de María, su aceptación del mensaje divino,
repercute en la salvación de toda la humanidad (198).

160. María, sin mancha de pecado, desde su concepción


María es por excelencia la elegida de Dios y la plenamente salvada
por
Cristo. Es llena de gracia, sin mancha desde su concepción, enemiga
del
mal desde el principio (cfr. Gn 3, 15), desde siempre fiel al plan de
Dios.
Recogiendo la fe de la Iglesia universal, con el refrendo de los
Obispos
de todo el mundo, el Papa Pío IX (el 8 de diciembre de 1854)
proclama
como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María: «Por la
autoridad
de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro
y
Pablo y la Nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la
doctrina
que sostiene que la Bienaventurada Virgen María fue preservada
inmune
de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su
Concepción..., en atención a los méritos de Jesucristo..., es doctrina
revelada por Dios, y debe ser, por tanto, firme y constantemente
creída
por todos los fieles" (DS 2803; cf. LG 53-59) (199).

161. María, siempre virgen


María es «siempre virgen» (DS 301; 422; 502ss; 1880). Dice San
Agustín: «María concibió siendo virgen, dio a luz como virgen y
permaneció siempre virgen» (Sermo 196, 1). En el momento de la
anunciación, la virginidad de María es puesta de relieve por la
objeción
que ella misma dirige al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco
varón?» (Lc 1, 34). Esta pregunta da pie al ángel para anunciarle la
concepción virginal de Jesús: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a
nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 35). El Espíritu de Dios que
dirigió
la creación del mundo (Gn 1, 2) va a inaugurar en la concepción de
Jesús la creación de un mundo nuevo (ver tema 14) (200).

162. María, la Virgen Madre


A todos los niveles de la tradición evangélica es María, ante todo, «la
madre de Jesús». Diversos textos la designan sencillamente con este
título (Mc 3,31-32; Lc 2,48; Jn 2,1-12; 19,25-26). Con él se define toda
su función en la obra de la salvación. Las primeras páginas bíblicas
anuncian a la mujer cuya descendencia aplastará la cabeza de la
serpiente (Gn 3, 15). Luego, en los relatos de esterilidad hecha
fecunda
por Dios, las mujeres que dieron a luz a personajes decisivos en la
historia de Israel prefiguran remotamente a la Virgen Madre. Esta
maternidad virginal se insinúa en la profecía del Enmanuel, Dios con
nosotros (Is 7, 14), profecía que los evangelistas reconocerán
cumplida
en Jesucristo (Mt 1, 23; Lc 1, 35-36) (201).

163. María, Madre de Dios


María, la madre de Jesús, es por esto mismo verdadera Madre de
Dios. El Concilio de Efeso (año 431) afirma solemnemente: «Si alguno
no
confiesa que el Enmanuel es verdaderamente Dios y que, por esto, la
Santísima Virgen es Madre de Dios (Theotokos), puesto que
engendró,
según la carne, al Verbo de Dios encarnado, sea anatema» (DS 252).
San Cirilo de Alejandría, que presidió el Concilio, escribía a
continuación
a sus fieles: «Sabéis que se reunió el santo sínodo en la gran iglesia
de
María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero... Había allí unos
doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad,
aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del
santo
Sínodo... Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con
antorchas
hasta nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría
en
el ambiente; la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres
nos
precedían con incensarios y abrían la marcha» (Epístola 24; ver LG
53)
(203).

164. «Era preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde


al Hijo»
María disfruta con todo su ser personal de la gloria eterna. Ha llegado
a la plenitud escatológica de modo completo, siguiendo los pasos de
su
Hijo. Era necesario que así sucediera, dice San Juan Damasceno:
«Era
necesario que conservase la Virgen sin ninguna corrupción su cuerpo
después de la muerte... Era necesario que aquella que había visto a
su
Hijo en la cruz lo contemplase ahora a la diestra del Padre, pues era
preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo" (E.
in
Dormitionem Dei Genitricis. Hom 2, 14) (205).

165. María, elevada en cuerpo y alma a la gloria


Con la adhesión del Episcopado universal, Pío Xll definió como dogma
de fe el misterio de la Asunción en la Constitución Apostólica
«Munificentissimus Deus» (el 1 de noviembre de 1950): «... Para
gloria
de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen
María, para el honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor
del
pecado y de la muerte, para una mayor gloria de su augusta Madre, y
para gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro
Señor
Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y por
Nuestra propia autoridad, proclamamos, declaramos y definimos ser
dogma divinamente revelado que: La Inmaculada Madre de Dios,
siempre
Virgen María, acabado el curso de su vida terrestre, fue elevada en
cuerpo y alma a la gloria celestial» (DS 3903). Por el misterio de la
Asunción, María es ya lo que el mundo está llamado a ser. Como dice
el
Concilio Vaticano ll, ha sido «elevada por el Señor a Reina del
Universo
para ser más conforme con su Hijo, Señor de los señores y vencedor
del
pecado y de la muerte» (LG 59) (206).

166. María, imagen de la Iglesia María es imagen de la Iglesia, Virgen


y Madre.
La iglesia, como María, engendra a Jesús en el corazón de los
hombres no por el poder de la carne y de la sangre, sino en virtud de
la
acción del Espíritu Santo (cfr. Jn 1, 13). La iglesia es, así, una esposa
virgen (cfr. Ap 21, 2), fecundada por el Espíritu.
María es imagen de la Iglesia creyente. En ella vemos el misterio de la
Iglesia vivido en su plenitud por una persona humana que acoge la
Palabra de Dios con toda su fe. La fidelidad de la Iglesia a la llamada
de
Dios se transparenta primeramente en María, y esto del modo más
perfecto. En ella se revela así, de manera personal e histórica, la vida
de
la Iglesia, que asume la actitud opuesta a la de Eva (208).

167. María, Madre de la Iglesia


María es Madre de la Iglesia. Dice San Agustín: «María es madre de
los miembros que creyeron en su Hijo, porque cooperó con su amor a
que los fieles naciesen en la Iglesia» (De Virg. 5,5; 6,6). En la misma
medida en que los hombres son miembros de la iglesia, tienen a
María
por Madre. María es Madre de todo el Pueblo de Dios, proclama Pablo
Vl: «Proclamamos a María Santísima "Madre de la Iglesia", es decir,
Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los
pastores, que la llaman Madre amorosa» (AAS 5ó,1964; 1007-1008)
(211).

168. María, icono escatológico de la Iglesia peregrina


María es ya lo que la Iglesia está llamada a ser. Ella es signo de
esperanza cierta para la Iglesia que camina hacia la casa del Padre.
«Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que,
glorificada
ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la
Iglesia,
que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra
precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de
esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cfr. 2
P
3, 10)» (LG 68). Muy justamente se llama a María icono escatológico
de
la Iglesia peregrina (215).
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TEMA 51-1

OBJETIVO:
PRESENTAR EL MISTERIO DE MARÍA,
VIRGEN Y MADRE DE DIOS,
MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del montaje audiovisual María Madre de Jesús.
* Diálogo: nuestra reacción ante el montaje (evitar disquisiciones
teológicas).
* Oraci6n comunitaria: desde la propia situación .

PISTA PARA LA REUNIÓN


* Presentación del montaje audiovisual titulado María, Madre de
Jesús,
de C. ROJAS (Ed. Tres Medios, Madrid): intenta recuperar el papel de
María en la historia de salvación, así como su entorno sociorreligioso;
se
trata de adentrarnos nosotros en el recorrido de su fe (ver AUCA
29/30;
también, DEPARTAMENTO DE AUDIOVISUALES (SNC), Montajes
audiovisuales. Fichas críticas (Il), M-8).
........................................................................

TEMA 51-2
OBJETIVO:
PRESENTAR EL MISTERIO DE MARÍA
VIRGEN Y MADRE DE DIOS,
MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA

PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Presentación del tema 51 en sus puntos clave.
* Diálogo: lo más importante.
* Oración comunitaria: Lc 1,46-55, canción apropiada .

PISTA PARA LA REUNIÓN


PUNTOS CLAVE
* María, humilde mujer judía.
* Se alegra mi espíritu...
* De fe en fe.
* Alégrate, llena de gracia.
* Enemiga del mal, desde el principio, desde su concepción.
* María, siempre Virgen.
* María, Madre de Dios.
* Elevada en cuerpo y alma a la gloria.
* María, Madre e Imagen de la Iglesia.

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