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James Rodríguez
Historia, memoria e identidad
Profesor: Guillermo Bustos
muchas ocasiones, de hacer entrar en la memoria los eventos históricos que a las
instituciones se les quedan extrañamente por fuera. Es bastante sistemático que esos
tenemos en este país una historia revolucionaria como la mexicana, ni una figura de
referencia tan fuerte como Eloy Alfaro en Ecuador. A Jorge Eliécer Gaitán (héroe real de
esta historia que parece de ficción1) la memoria histórica le concedió un lugar miserable en
los billetes colombianos de más baja denominación, una pequeña placa en una fachada de
1
Pues fue el abogado defensor y el memorialista de los obreros masacrados.
evento que nos ocupa, yace oculta en las hiperbólicas páginas de Cien años de soledad,
Pero, más triste aún, a Álvaro Cepeda Samudio ni siquiera un premio lo salva del
memoria de “su patria” y que se permitiera compartir a sus alumnos la historia olvidada
de los obreros de la United Fruit Company masacrados en 1928. En estas líneas buscaré
aportar algunas reflexiones críticas que nos permitan entender de qué manera(s) la
Aunque no nos refiramos a seres reales, los personajes de la novela están inscritos
La casa grande, los mundos de los personajes. La novela está organizada por capítulos
que demarcan claramente estos mundos: “los soldados”, “la hermana”, “el padre”, “el
pueblo”, “el hermano” y “los hijos”; además de los capítulos “el decreto” (en un marco
2
Todas las referencias son tomadas de Álvaro Cepeda Samudio, La casa grande, Barcelona, Plaza y Janés,
1974
3
Maurice Halbwachs, Los marcos sociales de la memoria, Barcelona, Anthropos, 2004.
Cada uno de los personajes está inserto en un espacio-tiempo y en una (o varias)
entre dos de ellos, que se refiere constantemente a las órdenes que les dan sus superiores;
nada. –Eso sí es verdad” (P. 9). El relato de los hermanos, del padre y de los hijos se
hablamos es de un ser real, el autor Cepeda Samudio, prestándole a sus personajes una
memoria que se permite fraccionarse para re-crear una memoria individual (el niño que
personajes, y que crea imágenes con el rigor de saberlas inscritas en las instituciones que,
una memoria que se desarrolla, como la de la Historia o la del relato testimonial, dentro
de unos marcos sociales que, de otra forma no le permitirían funcionar. Pero todo esto es
posible sólo dentro de las reglas de la narrativa de ficción que obvian la cientificidad del
relato, su veracidad, el “yo estuve allí” de Paul Riccoeur4. Pero ¿de qué manera sucede
esto?
4
Paul Riccoeur, “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico” en Varios, ¿Por qué
recordar?, Barcelona, Granica, 2002.
El “yo estuve allí” de Cepeda Samudio está documentado en su acta de nacimiento,
amigo y contertulio García Márquez que lo recuerda del grupo de Barranquilla; no así los
personajes de La casa grande que se dan el lujo de ni siquiera tener nombre y a los que
llamada narrativa histórica, tiene licencia para crear sus verdades desde la verosimilitud
crear héroes épicos al igual que, según John Beverly5, lo hace el relato testimonial. La
Company era la de un pueblo que buscaba el cambio, “la voz de la hermana […] no se
somete a la autoridad del padre cuyo discurso se identifica con el mundo oficial”.6 Al
levantarse contra su padre, terrateniente bananero y por tanto partidario del régimen
sangre del Padre humedeciendo el barro seco y ya rojo que cubría las
maneras: no por el padre; por ella. Como si hubieran estado dentro de ella
hacía mucho tiempo, aún anterior a este tiempo cuando no tenían compañía
y estaban las palabras solas dentro de su cuerpo flaco y tenso. Las dijo una
5
John Beverly, “Anatomía del testimonio”, Del lazarillo al Sandinismo, Minesota.
6
Robert L. Sims, “La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio. Novela, historia y multiplicidad de voces” en
Asociación de Colombianistas Norteamericanos, De ficciones y realidades. Perspectivas sobre literatura e
historia colombianas, Bogotá, 1989.
por una, calmadamente, creciendo la frase tremenda a medida que le iba
No se levantó sólo una mujer contra su padre, fue el pueblo entero que busca el
cambio, fue la lucha obrera que esperaba mejores condiciones de vida, fue una metonimia
familiar de la realidad de todo un pueblo (de la clase obrera al menos) que esperaba ser
gobiernos conservadores.
Aquiles), habría por el contrario un héroe del dialogismo7, de la polifonía, que estaría
ideológico. Esta memoria re-creada está simbolizada en el diálogo de los hijos que deben
decidir sobre cual régimen continuar su vida: si el viejo régimen hacendatario de su abuelo,
masacre:
7
M. M. Bajtin, Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI editores, 1985.
–No estamos para acabar con huelgas.
8).
sigue siendo fiel a la memoria del niño que presenció la masacre y tuvo que vivir en
lo sucesivo; que tuvo que imaginar los posibles diálogos y reproducirlos con la
verosimilitud propia de la obra de arte; que debió trabajar su memoria para permitir
la entrada de imágenes que transformaran lo que hasta entonces no podían ser sino
huellas, recuerdos sin forma. El héroe del dialogismo, esta vez en la forma de
recuerdos:
centro, hacia la plaza ancha y la iglesia, las casas y las calles se van
viven los dueños de las fincas: tres familias que han casado a sus
hijos, y a los hijos de sus hijos, entre sí. Y a cada muerte urge un odio
La reconstrucción del espacio es, como vemos, al mismo tiempo una reconstrucción
memoria. En este caso vemos que sucede a través de descripciones espaciales, pero
datos reales que permiten la reconstrucción de una memoria histórica que da cuenta de una
realidad comprobable, la literatura se ocupa del drama humano que está detrás de
situaciones sociales dramáticas y crea para tal caso metáforas gestuales9 que interpretan e
Importa el qué se dice, pero también el cómo se dice y, en este caso en particular, también
de los datos proporcionados, es claro que en el caso de la masacre de las bananeras Cepeda
Samudio se toma una licencia aún más audaz que las que se podrían ver en otros ejemplos
de novelas históricas. Se reproduce el decreto con el que los obreros son masacrados
oficialmente, pero varios de los datos del texto original son cambiados o, si se quiere,
en Magdalena. La pregunta es por qué y las respuestas pueden ser tan diversas que podrían
ser cabalísticas o simplemente pensar en una mayor cercanía al final del año10 1928 (con lo
tiempo cósmico, el año nuevo como renovación o cambio de tiempo). Esto para el caso de
respuesta podría ser que la tragedia fue de toda La Zona y no de un pueblo en particular o
que el nombre Guacamayal usado por el narrador en vez de Ciénaga era “más aborigen”
Sin embargo, tengo para mí que, como intenta ver Raymond Williams11 para esta
tradición literaria o como afirmaba Octavio Paz12, la literatura vive de su propia tradición y
es una institución en sí misma. Por lo tanto, me atrevo a afirmar que como tal constituye un
marco social y que, aún más, genera una memoria propia para quienes nos inscribimos en
ella como lectores asiduos. Parece más que nada una ironía macabra que en esta novela no
se “respeten” los datos “oficiales” de la historia y que sólo 5 años después de publicada La
casa grande (1962), García Márquez se inventara, en Cien años de soledad (1967), un
aguacero de 4 años que borrara del recuerdo (salvo del que conservara el último Aureliano
Buendía) dicha masacre. Algunos años atrás, otro escritor costeño, Manuel Zapata Olivilla,
había iniciado el relato épico de los pueblos africanos que llegaron al Caribe y no hay, sin
embargo, historia más olvidada que esa. ¿Acaso la literatura de la costa norte colombiana
no es más que una repetición de olvidos condenada a cien años de soledad, a pesar del
premio Nóbel de Gabito? Por lo menos la literatura parece no quererse olvidar a sí misma.
10
De ficciones…
11
Ídem.
12
Octavio Paz, El arco y la lira, México, F.C.E., 1979.