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EL REY PESTE
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“Marinero Alegre.” Tar: Informal: Un marinero. (N del T)
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Un sombrero, especialmente el de marinero, hecho o cubierto con alquitrán= Tar. Uso poco común: un
marinero. (N del T)
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Las casas caídas ahogaban las calles. Los olores más fétidos y
venenosos prevalecían por todas partes; -y con la ayuda de esa luz
fantasmal que, incluso en la medianoche, nunca deja de emanar
desde una atmósfera vaporosa y pestilente, se podía discernir en las
sendas y los callejones, o pudriéndose en las habitaciones sin
ventanas, el cadáver de muchos saqueadores aprensados por la
mano de la plaga en la mismísima perpetración de su robo.
-Pero no estaba en el poder de las imágenes, sensaciones, o
impedimentos como estos, quedarse en el rumbo de los hombres,
que, naturalmente valientes, y en ese momento especialmente,
rebosantes de coraje, ¡y de “materia prima zumbadora!” haberse
tambaleado, tan rectamente como su condición les hubiera permitido,
impávidamente a las mismísimas mandíbulas de la Muerte. Hacia
adelante, todavía hacia adelante acechaba el horroroso Piernas,
haciendo que la desolada solemnidad resonara y repercutiera con los
alaridos semejantes a los gritos terroríficos de guerra de los Indios: y
hacia adelante, todavía hacia adelante rodaba el regordete Tarpaulin,
sosteniéndose del jubón de su compañero más activo, y
sobrepasando mucho los esfuerzos más arduos de este último de la
manera de música vocal, con rugidos de toro in basso, desde la
profundidad de sus pulmones estentóreos.
Ahora evidentemente habían llegado a la sujeción fuerte de la
pestilencia. Su camino a cada paso o zambullida se hacía más
apestoso y horrible –los senderos más estrechos e intrincados.
Enormes piedras y vigas que caían momentáneamente desde los
techos arruinados encima de ellos, daban evidencia, por su descenso
adusto y pesado, de la enorme altura de las casas circundantes; y
mientras el esfuerzo actual se volvía necesario para forzar un pasaje
a través de los montones frecuentes de basura, de ninguna manera la
mano raramente caía sobre un esqueleto o se apoyaba sobre un
cadáver más carnoso.
Repentinamente, mientras los marineros se tropezaban con la
entrada de una construcción alta y de aspecto fantasmal, un alarido
más agudo que lo usual desde la garganta del excitado Piernas, fue
respondido desde adentro, en una rápida sucesión de chillidos
salvajes parecidos a risas y demoníacos. Nada desalentó ante los
sonidos que, de tal naturaleza, en tal momento, y lugar, podrían
haber cuajado la mismísima sangre en los corazones menos
irrevocablemente encendidos, a la pareja ebria se precipitó de cabeza
contra la puerta, se abrió de par en par, y se tambalearon hacia el
medio de las cosas con una descarga de maldiciones.
La habitación dentro de la cual se encontraban resultó ser la
tienda de un director de pompas fúnebres; pero un escotillón abierto,
en un ángulo del piso cerca de la entrada, miraba hacia abajo sobre
una gran extensión de bodegas, cuyas profundidades el sonido
ocasional de botellas reventadas proclamaban estar bien
almacenadas con su contenido apropiado. En el medio de la
habitación había una mesa –en su centro de nuevo se erigía una
enorme cuba de lo que parecía ser ponche. Botellas de varios vinos y
cordiales, junto con jarros, jarras, y redomas de toda forma y calidad,
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Delante de cada uno del grupo yacía una parte de una calavera,
que era usada como una copa. Por encima estaba suspendido un
esqueleto humano, por medio de una soga atada alrededor de una de
las piernas y ajustada a una argolla en el techo. El otro miembro no
limitado por ningún grillete así, desencajado del cuerpo en ángulos
rectos, hacía que toda la estructura suelta y resonante pendiera y
girara en el capricho de cada bocanada ocasional de viento que
encontraba su camino en la habitación. En el cráneo de esta horrible
cosa había una cantidad de carbón encendido, que lanzaba una
espasmódica pero vívida luz sobre toda la escena; mientras que los
ataúdes, y otras mercancías pertenecientes a la tienda de un director
de pompas fúnebres, estaban apiladas alrededor de la habitación, y
contra las ventanas, evitando que cualquier rayo se escapara a la
calle.
Ante la vista de esta extraordinaria reunión, y de su aún más
extraordinaria parafernalia, nuestros dos marineros no se conducían
con ese grado de decoro que se podría haber esperado. Piernas,
apoyándose contra la pared cerca de la que estaba parado de
casualidad, dejó caer aún más de lo usual su mandíbula inferior, y
abrió los ojos en toda su extensión; mientras Hugh Tarpaulin,
agachándose hasta poner su nariz a nivel de la mesa, y extendiendo
una palma sobre cada rodilla, irrumpió en un rugido largo, fuerte y
estrepitoso de risa inoportuna e inmoderada.
Sin embargo, sin ofenderse por la conducta tan excesivamente
ruda, el alto presidente les sonrió muy agraciadamente a los intrusos
–los saludó con la cabeza de plumas negras de una manera digna- y,
levantándose, tomó a cada uno por el brazo, y lo llevó hasta un
asiento que algunos otros de la agrupación habían colocado mientras
tanto para su comodidad. Piernas a todo esto no ofreció ni la menor
resistencia, sino que se sentó como fue dirigido; mientras que el
valiente Hugh, quitando el soporte de su ataúd desde su lugar cerca
de la cabeza de la mesa, hasta la cercanía de la pequeña dama tísica
en la mortaja, dejó caer a su lado con gran alegría, y echando una
calavera de vino tinto, lo bebió a grandes tragos para conocerse
mejor. Pero a esta presunción el rígido caballero en el ataúd pareció
sumamente irritado; y podrían haber surgido serias consecuencias, si
el presidente, repiqueteando sobre la mesa con su garrote, no hubiera
desviado la atención de todos los presentes con el siguiente discurso:
“Se vuelve nuestro deber en la presente ocasión feliz...”
“¡Basta allí!” interrumpió Piernas, luciendo muy serio, “¡basta
allí un poco, digo, y contadnos quién demonios sois todos vosotros,
qué asunto tenéis aquí, ataviados como los sucios demonios, y
emborrachando a la cómoda ruina azul almacenada para el invierno
por mi honesto compañero de barco Will Wimble el director de
pompas fúnebres!”
Ante este trozo imperdonable de mala educación, toda la
compañía original casi se puso de pie, y exclamó la misma rápida
sucesión de chillidos salvajes y demoníacos que antes habían
atrapado la atención de los marineros. Sin embargo, el presidente,
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El espíritu del mar, el diablo de los marineros. (N del T)
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