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George Berkeley

VIDA

Inglés británico, nació en Irlanda, 12 de marzo de 1685 - muere., 14 de enero de


1753 también conocido como el obispo Berkeley, fue un filósofo irlandés muy
influyente cuyo principal logro fue el desarrollo de la filosofía conocida como idealismo
subjetivo, resumido en la frase esse est percipi («ser es ser percibido»). Esta teoría
propone que los seres humanos sólo pueden conocer directamente sensaciones e ideas
de objetos, pero no abstracciones como la materia extensa y el ser. Escribió un gran
número de obras, entre las que se pueden destacar el Tratado sobre los principios del
conocimiento humano (1710) y Los tres diálogos entre Hylas y Philonus (1713)
(Philonus, el «amante de la mente», representa a Berkeley, e Hylas, que toma su nombre
de la antigua palabra griega para designar a la materia, representa el pensamiento de
Locke). En 1734 publicó El analista, una crítica a los fundamentos de la ciencia, que
fue muy influyente en el desarrollo de la matemática.

La ciudad de Berkeley, California toma su nombre de este filósofo, en cuyo honor fue
denominada la universidad en torno a la que creció, pero la pronunciación del topónimo
ha evolucionado adaptándose al inglés estadounidense.

También han tomado su nombre una residencia universitaria de la Universidad de Yale y


la biblioteca del Trinity College de Dublín.

OBRA

Dedicó su obra a fundar la fe en el discurso racional, a contracorriente del


espíritu librepensador de su época, que, con el auge del empirismo, había quedado
marcada por un cierto escepticismo.

Propuso que los seres humanos sólo pueden conocer directamente sensaciones e ideas
de objetos, pero no abstracciones como la materia extensa y el ser. Escribió un gran
número de obras, entre las que se pueden destacar el Tratado sobre los principios del
conocimiento humano (1710) y Los tres diálogos entre Hylas y Philonus (1713) .

En 1734 publicó El analista, una crítica a los fundamentos de la ciencia, que fue muy
influyente en el desarrollo de la matemática.

Dice que de todos los conocimientos posibles el más seguro es el que proporcionan los
sentidos y también el de las ideas percibidas al observar las pasiones y operaciones del
pensamiento humano.
Otras ideas se forman con la ayuda de la memoria y de la imaginación, ya sea
combinando o dividiendo, ya sea representando aquéllas percibidas originariamente por
la sensación, o las captadas al considerar la actividad del espíritu.

Las ideas son singulares para B. Como empirista, concibe las ideas como las
representaciones sensibles de la fantasía más que como representaciones inteligibles.
Por tanto, están más cerca de las imágenes o fantasmas de la Escolástica que de las
ideas propiamente dichas según las concebían Aristóteles y sus seguidores del Medievo.
Una imagen es siempre, por su misma naturaleza, singular. Sólo un entendimiento
abstractivo puede elaborar signos universales, ideas en el sentido clásico. Precisamente
por ese concepto de la idea considerará que la sensación es el conocimiento más seguro.
En ese terreno se mueve la afirmación de que «las ideas impresas en los sentidos por el
autor de la naturaleza se llaman cosas reales, mientras que aquéllas provocadas en la
imaginación, menos regulares, vivas y constantes, son llamadas propiamente ideas o
imágenes de cosas que ellas copian o representan» (Ensayo, XXXIII). Es, pues, Dios
quien provoca en nosotros la sensación. En efecto, las ideas son el resultado de la acción
de un espíritu, son algo producido, pasivo. Hay ideas que vienen de fuera, que poseen
una viveza superior a las que produce nuestro espíritu. No son nuestras porque somos
seres limitados. Deben ser de un espíritu infinito, superior al nuestro, que al percibirlas
las dote de existencia como vemos que ocurre con aquellas ideas que producimos al
pensar.

Se ha compendiado la doctrina de B., según se deduce de lo anterior, en la frase: «Ser es


ser percibido». Debe entenderse, sin embargo, que Dios al percibir las cosas las crea y
las mantiene en el ser. «Aunque nosotros mantenemos, en efecto, que los objetos de los
sentidos no son más que ideas, que no pueden existir más que en tanto que percibidas,
sin embargo no podemos concluir de aquí que no tienen existencia, sino cuando son
percibidas por nosotros, ya que, aun cuando nosotros no las percibamos, puede, no
obstante, haber otro espíritu que las perciba» (Ensayo, XL VIII). La discontinuidad
existencial es algo que repugna a la mente. Por ello será preciso recurrir a la instancia
divina que garantizará una naturaleza constante, un mundo de objetos creados que
impresione los sentidos de acuerdo con las leyes impuestas por su autor. Ésta es la
demostración que se propone de la existencia de Dios. Su fundamento está en la
existencia de ideas más vigorosas que las producidas por el hombre, que denotan la
presencia de un ser espiritual infinito. Causalidad y espíritu quedan unidas a partir de
esa relación, inicialmente captada, entre el espíritu y la idea. Al ser ésta algo pasivo
llega a la conclusión de que no caben ideas de seres espirituales. Es evidente que, a
pesar de todo se posee de ellos alguna noción. De los seres activos se tiene, pues, una
noción, lo que se llamará en términos contemporáneos un conocimiento existencial.
Todo lo que existe y no es espíritu es una idea, algo producido por ese principio activo.
En este sentido se puede decir que es platónico: lo que verdaderamente es, es la idea,
algo que no pertenece al mundo material. La materia ha sido siempre la causa del
ateísmo: de suyo es ininteligible. Existen, con todo, los cuerpos, que son ideas dotadas
de determinadas propiedades. No queda reducido todo a pura inmanencia. Hay cosas
externas que al menos son percibidas por un espíritu actualmente.

Tras estudiar en Dublín y ordenarse sacerdote, en 1710 escribió su obra fundamental


titulada Los principios del conocimiento humano, y en 1734 fue nombrado obispo
anglicano de Cloyne (al sur de Irlanda).

Sus obras principales son: Nuevos ensayos de una teoría de la visión, Tres diálogos
entre Hylas y Filonús, Principios del conocimiento humano, Siris.

POSTULADOS

Berkeley adoptó desde el principio un inmaterialismo que lo enfrentó a Hobbes y a


Locke: según él, afirmar que las cosas existen independientemente de nuestra
percepción implica una contradicción, sobre todo desde un empirismo consecuente.

En efecto, si no debemos aceptar nada sobre lo que no exista una certeza absoluta, y
puesto que de las cosas «sólo conocemos su relación con nuestros sentidos», no lo que
son en sí mismas, únicamente podemos aceptar como ciertas las representaciones
mentales.

Berkeley inauguró con ello el principio del idealismo, según el cual «el ser» de las cosas
es su «ser percibidas», de tal modo que la sustancia no es ya la materia, sino únicamente
la sustancia espiritual, de cuya existencia nuestros pensamientos son la prueba
irrefutable, de acuerdo con su contemporáneo Descartes.

Sin embargo, si los objetos no existen como fundamento de nuestras representaciones


mentales, tenía que haber algo existente que, permaneciendo fuera de nuestra mente,
suscitase nuestras percepciones.

Berkeley parte de la doctrina establecida por Locke. No cree en las ideas generales,
tampoco existe para él la materia. Aduce que: "todo el mundo material es sólo
representación o percepción mía. Sólo existe el yo espiritual, del que tenemos una
certeza intuitiva."
La filosofía de Berkeley es sorprendente en el sentido de que una formulación abreviada
de la misma, la hace aparecer tan alejada de la concepción del mundo del hombre
corriente, que atrae inevitablemente la atención.
Los objetos, según Berkeley, del conocimiento humano son o ideas impresas realmente
en los sentidos, o bien, percibidas mediante atención a las pasiones y a la operaciones de
la mente o, finalmente, ideas formadas con ayuda de la imaginación y de la memoria.

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