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San Vicente de Paul

SAN VICENTE DE PAÚL


Presbítero
(1576-1660)

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San Vicente de Paul
Festividad: 27 de septiembre
Fecha canonización: 1737 por Clemente XII
Nacionalidad: francesa
Orden: dominicos
Fundador de la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad
Patrón: asociaciones de caridad, trabajadores de caridad, trabajadores de
hospitales, enfermos de lepra, presos, artículos perdidos, ayuda espiritual,
sociedades de San Vicente de Paul, cuerpos de servicios vicentinianos,
voluntarios.

Podemos titular la vida de este santo como la vida de los encuentros que
fueron moldeando su personalidad hasta convertirla de pastor en el campo a
fundador de una de las Congregaciones que más gloria y honra han dado y
dan a la Iglesia con las “Hijas de la Caridad”

Es el comienzo del siglo XVII en Francia, donde ha de actuar Vicente de Paúl, un hervidero de ideas,
de pasiones religiosas y políticas, de ensayos doctrinales y organizados. El cardenal Bérulle introduce
en Francia las carmelitas, funda la Congregación del Oratorio para formar una selección de
sacerdotes, y “naturaliza” en Francia las corrientes místicas de Alemania, España e Italia. San
Francisco de Sales pone al alcance de todos la “vida devota”, ensalza las vías del amor de Dios.
Vicente de Paúl aprovechará dos corrientes, mística y de acción, para renovar la teología de
Jesucristo en el pobre y fundar el apostolado secular de la caridad, sin caer en el utópico quietismo de
Fenelón, ni en el duro jansenismo, ni en el racionalismo cartesiano, sistemas que se fraguan en pleno
siglo de San Vicente de Paul, y de los que él queda incontaminado.

San Vicente de Paúl, cuyo nombre significa victorioso, nace el 2 de abril de 1581, en Ranquine, cerca
de Dax, cerca de los Pirineos, en el S.O. de Francia. Sus padres eran labriegos y pasaban apuros para
alimentar a sus seis hijos. Los hijos de los campesinos del siglo XVI apenas tenían tiempo para
divertirse; ya desde muy jóvenes se veían obligados a trabajar. El niño Vicente, tercero de los seis
hermanos, colabora en la economía familiar, cuidando un pequeño hato de ovejas.

Los papás lo enviaron a estudiar a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax que está a 5
kilómetros de Pouy. Dax es una ciudad próspera, de amplias calles y bellas mansiones. Vicente toma
gusto a sus estudios, desea abandonar la vida rural; se siente con vergüenza de sus orígenes y de su
mismo padre. “Siendo un muchacho, cuando mi padre me llevaba a la ciudad, me daba vergüenza ir
con él y reconocerle como padre, porque iba mal trajeado y era un poco cojo”. “Recuerdo que en una
ocasión, en le colegio donde estudiaba me avisaron que había venido a verme mi padre, que era un
pobre campesino. Yo me negué a salir a verle”.

En muchas ocasiones se humillará ante los grandes manifestando este su oficio de la infancia. Siempre
vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba: “Yo soy un pobre pastorcito
de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino
simplón y ordinario”. Por tradición local nos consta su devoción mariana y su pronta caridad.

Un señor de la tierra, al ver sus buenas cualidades, lo tuvo como preceptor de sus hijos. Después de
cuatro años de estudios en Dax, sus estudios continúan sin desmayo, primero en la universidad de
Tolosa, después en la de Zaragoza, como atestigua su primer biógrafo Abelly y una tradición
ininterrumpida en España.

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Su padre acaba de morir en 1598, mientras Vicente tenía 17
años, ha recibido ya la tonsura y las órdenes menores. Su
padre le deja parte de la herencia para pagar sus estudios,
pero él rechaza esta ayuda; prefiere valérselas por si mismo.
Para subsistir, enseña humanidades en el colegio de Bucet y
sigue a la vez con sus estudios de Teología.

A los 19 años, el 20 de septiembre de 1600, en Chateau-


l'Eveque, es ordenado sacerdote por el anciano obispo de
Périgueux. “Si yo hubiera sabido, como lo he sabido después,
lo que era el sacerdocio cuando cometí la temeridad de
aceptarlo, habría preferido dedicarme a trabajar la tierra
antes de ingresar en un estado tan temible” escribirá mas
tarde. Dice su primera misa en una capilla de la Virgen, cerca
de Bucet, sin la presencia de su padre, que había fallecido
hacía dos años. Allí y en Tolosa se ayudó para los estudios
con un pequeño pensionado de estudiantes que él cuidaba. El
obispo de Dax le ofrece una parroquia, pero hay otro
candidato. Vicente renuncia, prefiere proseguir con sus
estudios y apuntar más alto: aspira a ser obispo.

En 1604 obtiene el doctorado en Teología. Hasta 1605 prosigue sus estudios, que alterna con la
enseñanza y un viaje a Roma, donde se emociona hasta derramar lágrimas.

El Señor purifica a su elegido con tres pruebas, que por entonces buscaba cargos y honores
eclesiásticos, lo único que le interesaba era hacer una carrera brillante:

1.- Se dirige a Burdeos. Acude a Marsella a un viaje bastante interesado. Una anciana dama de
Toulose le ha dejado una herencia de 400 escudos, pero la anciana tiene a un deudor, a quien Vicente
persigue hasta Marsella, donde consigue recuperar 300 escudos, para regresar a continuación a
Toulose por Narbona. Duró casi tres años de continuos sufrimientos (1605-1607); yendo en barco de
Marsella a Narbona fueron atacados por tres bergantines turcos y tuvieron que rendirse. Vicente cae
prisionero. Los llevaron como esclavos a Túnez y los expusieron a la venta en la plaza. Los probaron
como a los caballos: les miraron los dientes, les hicieron correr y levantar pesos para ver sus fuerzas.

2.- Vicente pasó por varias manos: un pescador, un alquimista y un cristiano renegado al que Vicente
volvió al cristianismo. Con él llegó hasta Roma. Logró huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se
hospedó en casa de un amigo, pero a éste se le perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a
Vicente y por meses estuvo acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo se callaba y
solamente respondía: “Dios sabe que yo no fui el que robó ese dinero”. A los seis meses apareció el
verdadero ladrón y se supo toda la verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos
les decía: “Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome nuestra
defensa”. Al volver de Roma, donde esperó inútilmente una buena colocación del vicelegado Montorio,
a quien había enseñado las curiosidades de alquimia que había aprendido en el cautiverio (1608);
entró en contacto con la Curia que le confió un despacho para Enrique IV. Con este motivo llegó
Vicente a París el 1609.

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3- Y la terrible tentación contra la fe que aceptó sobre su alma para que se viera
libre de ella un doctor amigo suyo. De esta “noche oscura” sale cuando, a los
treinta años, pensaba pasar el resto de su vida en un modesto retiro, amargado
por los desengaños humanos, según escribe, en la única carta que se conserva, a
su buena madre contándole que amargado por los desengaños humanos piensa
pasar el resto de su vida retirado en una humilde ermita. Cae a los pies de un
crucifijo, consagra su vida totalmente a la caridad para con los necesitados, y la
luz renace en su espíritu y es entonces cuando empieza su verdadera historia
gloriosa.

Hace voto o juramento de dedicar toda su vida a socorrer a los necesitados, y en


adelante ya no pensará sino en los pobres. Este voto de servir a los pobres es la
clave de toda su vida y la fuente de sus numerosas obras de caridad.

Para terminar la purificación de sus aspiraciones terrenas y quitar los impedimentos de su actuación
sacerdotal se retira una temporada al naciente Oratorio de Bérulle, se pone incondicionalmente bajo
la obediencia de este gran mentor de almas, que le ha de conducir hasta que se ponga bajo la
dirección del doctor Duval, piadoso catedrático de la Sorbona. Sin embargo, su naturaleza era, por
decirlo francamente, malhumorada. Dice el santo “Me di cuenta de que yo tenía un temperamento
bilioso y amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en
el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de
comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi
carácter áspero en un modo de ser agradable”. Hace retiros espirituales por bastantes días, unos
ejercicios en la cartuja de Valprofonde le libran de una tentación que tenía en sus ministerios, y una
mortificación constante le hace cambiar el “humor negro” de su temperamento por una amabilidad
semejante a la de San Francisco de Sales, con quien sostiene comunicación estrecha, cuyos libros lee
ávidamente y del que recibirá más tarde la dirección de las Hijas de la Visitación. Se propuso leer los
escritos del amable San Francisco de Sales y estos le hicieron mucho bien y lo volvieron manso y
humilde de corazón. Con este santo fueron muy buenos amigos.

Y en verdad que lo consiguió de tal manera, que varios años después, el orador Bossuet, exclamará:
“Oh Dios mío, si el Padre Vicente de Paúl es tan amable, ¿Cómo lo serás Tú?”. “¡Qué bueno debe ser
Dios, exclamaba Bossuet, cuando ha hecho tan bueno a Vicente de Paúl!”. Él dice que fue sólo por su
intensa vida de oración y de profunda entrega a su fe como pudo superar sus tendencias naturales a la
hosquedad y la cólera. Solía decir, por experiencia propia, a los impacientes: “Tres veces hablé
cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces dije barbaridades”. Por eso cuando le ofendían
permanecía siempre callado, en silencio como Jesús en su Santísima Pasión”.

Buen entrenamiento había tenido para su misión apostólica. Además, su bondad, su inteligencia, su
delicadeza, se imponían siempre. Vicente encontró a Pierre de Bérulle. Se pone bajo la dirección
espiritual del maestro espiritual Padre Bérulle (futuro cardenal) sabio y santo, y se lanza al
apostolado que lo va a volver famoso. Desde ahora, muchas personas de la aristocracia se dirigen
con él y le ayudarán. Bérulle tenía una doble vocación: la cura de las almas y la fundación de un
grupo de sacerdotes espirituales.

Es Bérulle quien trae y lleva al señor Vicente y quien determina que sea el preceptor de los hijos de
una noble familia que llevaba lo que hoy se llama el ejército del mar, y en el orden eclesiástico
gobernó durante mucho tiempo la diócesis de París hasta llegar al inquieto cardenal de Retz.

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Se esta abriendo paso un nuevo movimiento. En Italia, Felipe Neri ha
fundado la congregación sacerdotal del Oratorio, que al igual que los
oblatos fundados en Milán por Carlos Borromeo, desea vivir un sacerdocio
fervoroso. Bérulle trata de convencer a Francisco de Sales para que funde el
Oratorio en Francia, el cual rechaza la oferta. Entonces éste, a instancias del
Arzobispo de París, Henri de Gondi, fundará en 1611 el Oratorio de París,
“una congregación de eclesiásticos en la que se practicara la pobreza, en
contra del lujo; se hiciera el voto de no pretender beneficio o dignidad
alguna, en contra de la ambición, y se viviera igualmente el voto de
dedicarse a las funciones eclesiásticas, en contra de la inútil inactividad”.

Bérulle deseaba que Vicente ingresara en el Oratorio, pero Vicente por diferentes razones no acepta,
en cambio acepta la proposición de reemplazar en su puesto a un sacerdote que desea ingresar en el
Oratorio; y de ese modo, en mayo de 1612, Vicente toma posesión de la parroquia de “Clichy la
Garenne”, a una legua de París. Se trata de una parroquia de 600 habitantes, de carácter semi-rural,
habitada sobre todo por hortelanos donde Vicente se siente feliz, reedifica la iglesia que perdura hasta
hoy. El campo de acción de este apóstol francés de los desamparados será aún más vasto que el de San
Camilo, puesto que, si bien Vicente había de velar en la lucha contra todas las miserias, tanto físicas
como morales, de su tiempo - desde los galeotes hasta las prostitutas, sin echar en olvido a las
víctimas de las guerras y revoluciones - también quiso convertirse en el apóstol de la campiña
descristianizada o no cristianizada aún. Allí enseña el catecismo, repara el mobiliario de la Iglesia.
Hace doce años que es sacerdote y es la primera vez que ejerce un ministerio sacerdotal. Establece la
comunión mensual e intenta un pequeño seminario.

De París le urgían que volviera. No lo consiguieron hasta que la jerarquía se lo mandó. Bérulle que
sigue soñando con grandes cosas para Vicente, hace que lo nombren preceptor de la ilustre familia de
Gondi, Phillipe de Gondi, sobrino del Arzobispo de París. Vicente llega allí en Septiembre de 1613:
“Me alejé con pena de mi pequeña iglesia de Clichy”, escribe a un amigo. En Chatillon lo lloraron. En
ambas parroquias, que dejó por obediencia a Bérulle, tiene como sucesores a dos fervorosos vicarios:
el señor Portail, en Clichy, que más tarde será su compañero de Misión, y el señor Girad.

Ya tenemos a Vicente provisto de un excelente “reducto”. Da algunos cursos y lecciones a los niños y
lleva una vida palaciega en Montmirail, en Joigny, en París, en Folleville.. Ya podía darse por
contento. Sin embargo no era feliz. Durante los numerosos viajes de Gondi, vuelve a entrar en
contacto con los campesinos y con las pobres gentes que viven en los dominios de la noble familia. Y se
da cuenta de que el Evangelio exige la caridad radical.

A comienzos de 1617, Vicente reclama libertad de acción en los 8.000 colonos de las tierras. Vicente
encuentra a un anciano moribundo en Gannes, en el distrito del Oise, cerca del palacio de los Gondi;
aquel hombre, que tenía fama de ser un hombre de bien, reveló a Vicente que por vergüenza no ha
hecho buenas confesiones, unos pecados que jamás se había atrevido a confesar a su párroco, tanto
por vergüenza como por amor propio. El moribundo que experimentaba una extrema soledad moral,
que padecía la noche, el frío y la imposibilidad de hablar con Dios. Está en peligro de condenación, al
hereje que no cree en la Iglesia porque no atiende a las gentes del campo, al sacerdote que no sabe la
fórmula de la absolución. Era un hombre cerca de la muerte sin haber encontrado una mirada
sacerdotal lo bastante dulce y lo bastante humana para poder salirse de sí mismo y atreverse a creer
en la ternura de Dios. He ahí la vocación de Vicente: la ternura. Su corazón ha sido tocado.

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Quería ir a los campos mas remotos a expresar a todos los que se sienten
perdidos que existe un Dios de ternura que no les ha olvidado. Quiere ser
testimonio de ese amor divino. Estar presente con la ternura de Dios.

Vicente queda impresionado y el 25 de enero predicó en Folleville, cerca


de Amiens, proponiendo a todos los fieles de Folleville la idea de que
vayan allá algunos sacerdotes ante quienes puedan hacer una confesión
general de toda su vida. Este sermón que fue el origen de la
“Congregación de la Misión”, instituida para dar misiones populares y
trabajar en la formación del clero de Francia y en otros países. A los
sacerdotes y hermanos de la Congregación de la Misión se les conoce en
Francia como “Lazaristas” por su casa madre, San Lázaro.

La visión del sacerdote que tenía Vicente de Paúl, basada en una experiencia personal de la misión,
cobra una dimensión universal cuando dice a sus misioneros: “Somos elegidos por Dios como
instrumentos de su inmensa y paternal caridad, que quiere establecerse y dilatarse en las almas. (...)
Por tanto, nuestra vocación no consiste en ir a una parroquia ni sólo a un obispado, sino a toda la
tierra; y ¿para qué? Para inflamar el corazón de los hombres, para hacer lo que hizo el Hijo de Dios,
que vino para prender fuego en el mundo, a fin de inflamarlo con su amor. Por tanto, es verdad que
soy enviado, no sólo para amar a Dios, sino también para hacer que los demás lo amen. No me basta
amar a Dios si mi prójimo no lo ama” (Coste, XII, 262).

Vicente no quiere permanecer por más tiempo con los Gondi. Se siente excesivamente incómodo en los
palacios. Quería una vida más sencilla y cree que no cumple su voto de servir a los pobres. Así se lo
hace saber a Bérulle en mayo de 1617. Se traslada el 1 de agosto de aquel mismo año a una pequeña
parroquia entre Lyon y Ginebra, en la región de Bresse: la parroquia de Chatillon-des-Dombes, en la
frontera de Saboya, donde ejerce como párroco. Restaura espiritualmente la parroquia deshecha por
la herejía y el abandono. En los extensos dominios rurales de los Gondí ejerce su ministerio con los
pobres campesinos.

En agosto de ese mismo año 1617, en Chatillón-des-Domes, San Vicente se encuentra con la miseria
material de los campesinos. San Vicente relata los hechos: “Mientras me revestía para celebrar la
Santa Misa, vinieron a decirme... que en una casa apartada de todas las demás, como a un cuarto de
legua, estaban todos enfermos, hasta el punto de que no había una sola persona que pudiera atender a
las demás, las cuales se hallaban en un estado de necesidad indescriptible. Esto me ocasionó una
tremenda impresión” A la llamada de Vicente acuden todos los feligreses en ayuda de esa familia.
Pero, para Vicente, este movimiento espontáneo no es bastante, porque corre el peligro de no tener
continuidad: “Una enorme caridad, sí; pero mal organizada”.

Ante este caso de miseria familiar, Vicente pone manos a la obra y muy pronto, el 23 de agosto,
establece la Cofradía de la Caridad —de mujeres, de hombres y mixtas cuyo corazón se ha visto
afectado igual que el suyo por aquella miseria—, con un reglamento que constituye todo un programa
de ayuda a los enfermos, que aun hoy está en vigor. Es la primera cofradía de caridad para que las
señoras asistan a los enfermos abandonados en sus casas (1617). Dicho texto servirá de modelo, en
adelante, a todos los posteriores textos fundacionales de las “Confréries de Charité” (Hermandades
de Caridad). Las Cofradías se multiplicaron; hoy en algunos países se les llama “equipos de San
Vicente”. Siempre ayudado de la marquesa, cuya alma dirige espiritualmente.

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Llega a dominar en tal modo en sus almas que esta familia será, con la de Richelieu, el apoyo que la
Providencia le depara para sus obras.

Los Gondi, y con ellos Bérulle, desean que Vicente se


reintegre a su puesto y resuma sus funciones de capellán y
preceptor. Le llaman a París. Vicente llega a casa de los
Gondi la víspera de Navidad de 1617, tras un año decisivo
en el que ha encontrado su camino, el camino de la
compasión y la ternura para con quienes se hallan sumidos
en el abandono. Utilizando su puesto como base de
operaciones, empieza a establecer sus pequeñas
asociaciones de caridad.

En noviembre de 1618 se encuentra en París Francisco de


Sales. El Obispo de Annecy, que tiene ya cincuenta y un
años, ha publicado dos años antes su Tratado del Amor de
Dios. Francisco de Sales es célebre por la inmensa dulzura
en sus discusiones con los protestantes y por su bondad para
con los pobres y enfermos a quienes les daba todo, incluso
lo que no era suyo y lo tomaba prestado. En 1610, el Obispo
de Sales funda la Visitación, congregación religiosa
femenina y desea que se consagren al cuidado de los
enfermos. Las primeras Visitandinas se ocupan de los
enfermos de Annecy.

A su llegada a París, San Francisco de Sales es objeto de una entusiasta acogida; con su palabra
evangélica y sencilla, conoce a la Madre Angélica Arnauld, a Bérulle y a Vicente, que queda
impresionado por su dulzura: “Tan suave era su bondad, que las personas favorecidas por sus
conversaciones la sentían cuando ésta penetraba dulcemente en sus corazones. Yo mismo he gozado
tales delicias”.

No es posible entender el entusiasmo que despierta Francisco de Sales en París y en todas partes si no
se tiene en cuenta la situación de Europa en estos comienzos del siglo XVII. Las poblaciones no han
dejado de verse afligidas por grandes males, lo cual ha provocado en ellas un enorme trauma; la
angustia y la desesperación se generalizan, y la Iglesia señala con el dedo los diversos chivos
expiatorios: los turcos, las brujas, los judíos, los herejes...; e insiste además continuamente en ese otro
peligro, distinto del que aflige al cuerpo: el peligro de perder el alma. San Francisco de Sales,
rebosante de bondad, es un mensaje que, para liberar; los temores, no apela al iluminismo ni a
remedios vanos, sino al realismo y al sentido común del hombre; para los hombres de comienzos del
siglo XVII se trata de una inmensa convocatoria a la esperanza. Este mensaje y su eficaz puesta en
práctica muestran al hombre que la verdadera bondad humana procede de Dios y que, a la vez, la
bondad de Dios es muy superior a toda bondad humana: ahí radica el secreto de la vida de Vicente y
de Francisco. Su Dios es un Dios de ternura y de bondad; y al haberlo experimentado así, desean
expresarlo por medio de su propia vida. Francisco de Sales será para Vicente un punto de referencia
constante. Por su parte, San Francisco de Sales le pide a Vicente que se haga cargo de la capellanía
de las Visitandinas de París y de la dirección espiritual de Juana de Chantal.

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En 1619, Vicente es nombrado capellán general de las Galeras, de las que es responsable el señor de
Gondi. Los galeotes son entonces los más pobres de entre los pobres. Vicente les visita primero en las
mazmorras de La Conciergerie (antigua prisión de París), encuentra allí a hombres dominados por el
odio y la desesperación; y pide y obtiene de Gondi que se les conceda un trato más humano. El
capellán general de las Galeras baja después a Marsella, donde los galeotes son más numerosos, y se
presenta “de incógnito” en el lugar en que están encerrados; aquello le impresiona terriblemente: es
“el espectáculo más triste que se puede imaginar”, “una verdadera imagen del infierno”. “Herido,
pues, por un sentimiento de compasión hacia aquellos miserables forzados, me impuse a mí mismo la
obligación de consolarles y asistirles lo mejor que pudiera”. Pero Vicente no se limita sólo a buenas
palabras, sino que pasa a la acción y se ocupa de mejorar en lo que puede las estructuras, como de
costumbre. En el viaje que en 1623 realiza a Burdeos, donde se halla una flotilla de galeras se da a
conocer como sacerdote a los galeotes; les dice, “os encontráis en la más absoluta indigencia; os
creéis abandonados y rechazados por todos. Pero vuestro Padre de los Cielos os ama y os bendice”.

Desde Burdeos, Vicente se dirige a su aldea natal, en las Landas. Los suyos habrían deseado obtener
algún provecho de Vicente. Éste les dice que no esperen nada de él: “porque aún cuando poseyera
cofres llenos de oro y plata, no les daría nada, porque todo cuanto posee un eclesiástico se lo debe a
Dios y a los pobres”.

Vicente experimenta su profunda conversión en el momento en que se inicia en Europa una larga serie
de conflictos. La guerra de los Treinta Años, que comienza en 1618, es la conclusión lógica de una
enorme crisis acaecida en Europa, había tenido origen en la oposición entre católicos y protestantes
dentro del imperio germánico. La crisis ideológica del cristianismo que había dado lugar a dos
reformas antagónicas (la de Lutero y Calvino por un lado, y la del Concilio de Trento por otro) hay
que verla dentro del contexto general de la crisis del siglo XVI.

La doctrina elaborada en el Concilio de Trento, en contraste a la tesis protestante, rehabilitaba la


naturaleza humana y llevaba, de un modo lógico, a insistir en los sacramentos. Por otra parte el
Concilio pedía a los sacerdotes que predicasen el Evangelio. La aplicación de los decretos del
Concilio requería tiempo, y puede observarse cómo Vicente se referirá constantemente a ellos y se
esforzará para que sean puestos en práctica.

Se suceden guerras, se triplican los impuestos y los pobres siempre son los perdedores. La miseria es
espantosa. Un sacerdote de la Misión que acaba de llegar a Champagne escribe a Vicente: “No hay
lengua que pueda decir, ni pluma capaz de expresar, ni oído que se atreva a escuchar lo que hemos
contemplado desde los primeros días de nuestra estancia en estas tierras... Todas las iglesias y los más
santos misterios han sido profanados; los ornamentos saqueados; las pilas bautismales destrozadas;
los sacerdotes asesinados, torturados u obligados a huir; las viviendas demolidas; las cosechas
robadas; las tierras están sin labrar ni sembrar; el hambre y la mortandad son casi absolutas; los
cadáveres se hallan sin sepultar y, en su mayor parte, sirven de pasto a los lobos. Los pobres que
sobreviven a esta ruina se ven obligados a recoger por los campos los granos de trigo o de avena
semipodridos. El pan que consiguen fabricar es como barro y la vida que llevan es tan insana que más
parece una muerte viviente. Casi todos están enfermos, ocultos en miserables chozas o en cuevas a las
que uno no sabe cómo llegar, la mayor parte tumbados en el suelo desnudos o sobre paja podrida, sin
más ropa que unos miserables harapos. Sus rostros ennegrecidos y desfigurados, más parecen rostros
de fantasmas que de hombres”.

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Vicente envía allá doce de sus sacerdotes para organizar la ayuda.
No había más que un modo de poner fin a la miseria de las
poblaciones: la paz. Y Vicente no lo duda un momento: se atreve a
enfrentarse a Richelieu y pedirle enérgicamente que ponga término
a tan enormes conflictos.

El camino de Vicente son los pobres, tanto espiritual como


materialmente. “La Iglesia de Cristo no puede abandonar a los
pobres. Ahora bien, hay diez mil sacerdotes en París, mientras que
en el campo los pobres se pierden en medio de una espantosa
ignorancia”. Vicente quiere sacerdotes para la “misión”, para ser
enviados a las zonas rurales.

En 1617 comenzó Vicente a fundar sus “charites”. Unas se


encargan de atender a los mendigos, otras se ocupan de las
epidemias, otras lucharan contra el contagio de la peste, otras se
dedicaran a otras calamidades.

Las “charites” se multiplican; las Cofradías de la Caridad pasan a la ciudad en sus incipientes
suburbios, había que velar por ellas y coordinarlas dentro de un mismo espíritu. Así pues, Vicente pide
a una joven viuda de 38 años, Luisa de Marillac, a la que conoce desde hace cuatro años, ha salido de
su ensimismamiento escrupuloso por obra de la gracia y de su firme director, es llevada a la acción
caritativa por campos y ciudades como una maternal inspectora, en 1629, de un determinado número
de “charites” y de las escuelas rurales que el Santo funda como fruto permanente de las Misiones en
las parroquias. Da reglamentos adaptados a las necesidades de la ciudad y organiza totalmente la
caridad en la ciudad de Beauvais, como antes (1621) lo había realizado en Majon. Una vez llegada al
lugar donde se halla establecida una “charite”, reúne a las mujeres, examina con ellas los problemas
que se plantean, enseña a curar a los enfermos y a llevar una buena administración; con autorización
del párroco, reúne a las jóvenes de la parroquia y les da catequesis. Y todo esto con unas condiciones
físicas muy deficientes, pues era una mujer sumamente frágil y psicológicamente delicada, y con unos
medios económicos aún más escasos. Antes de enviarla, Vicente la había formado por cuatro años,
instruyéndola en la alegría y en el suave dominio de sí misma, así como en la aceptación de las
contrariedades y el abandono en manos de la providencia de Dios: “Síguele -le decía-. no trates de
anticiparte a “Él”.

El resultado de la actividad de Luisa es que, tanto ella como Vicente, constatan que todo marcha
perfectamente. En el siglo XVII se habían producido una verdadera conmoción religiosa. Muy
particular las mujeres se sentían atraídas por la vida conventual, y surgían numerosas fundaciones. ¿A
que se debía esto? Muchas son fundadas por jóvenes o viudas de la nobleza, las cuales tenían
suficiente dinero para comprar el convento e instalarse.

Vicente desea que sus “Hijas de la Caridad” estén en el mundo. Pero no es cosa fácil lograrlo. Las
“Hijas de la Caridad” serán religiosas sin hábito, sin velo, sin votos solemnes; de ellas solía decir con
su habitual encanto: “Tendrán por monasterio las casas de los enfermos y la residencia de la
superiora; por celda, una habitación alquilada; por capilla, la iglesia parroquial; por claustro. las
calles de la ciudad; por clausura, la obediencia continua en la Providencia y la ofrenda de todo cuanto
son”. En aquella época no le quedaban alternativas ya que las religiosas eran de clausura.

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Para llevar a cabo su programa, Vicente se apoya decididamente no ya en las
damas de familias capaces de aportar grandes dotes, sino en las sencillas
aldeanas. Los comienzos son muy modestos: se trata de cuatro jóvenes
confiadas por Vicente, el 29 de noviembre de 1633 a Marguerite Nasseau, la
cual recibe en su casa y las pone a trabajar en el pequeño hospital que ella
misma había fundado. Se encarga a Luisa de Marillac que las enseñe a ser
enfermeras y las instruya en la vida espiritual.

Luisa y Vicente las preparan para poder atender a todo tipo de personas
necesitadas: niños y ancianos, locos y presidiarios, y a toda clase de pobres.

La espiritualidad de Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas. Podemos ver la
expresión de esta espiritualidad en una conferencia que da el 19 de septiembre de 1649 a las Hijas de
la Caridad, donde concreta y analiza “los dos amores”: el amor afectivo y el amor eficaz. El primero
es “la ternura hacia las cosas que se ama”, “la ternura del amor”. Este amor, dirá más tarde, hace
que uno se vuelva hacia Cristo “tierna y afectuosamente, como un niño que no puede separarse de su
madre y grita “¡mamá!”, cuando la ve alejarse” (notemos que Vicente habla aquí de Cristo como una
madre).

Pero este amor efectivo es para él el mas pequeño de los dos, es el amor de los comienzos; y compara
los dos amores con dos hijos de un mismo padre; pero resulta que el amor efectivo “es el hijo pequeño
al que el padre acaricia, con quien se entretiene jugando y cuyos balbuceos le encanta oír”; pero el
amor eficaz, es mucho mayor; es un hombre de veinticinco o treinta años, dueño de su voluntad, que va
adonde le place y regresa cuando quiere, pero que a pesar de ello, se ocupa de los asuntos familiares”.

Vicente insiste mucho en este segundo amor y en el “quehacer” que conlleva: “Si hay alguna
dificultad, es el hijo quien la soporta; si el padre es labrador, el hijo cuidará de que estén en orden las
tierras y arrimará el hombro”. En este segundo amor apenas se siente que se es amado y se ama:
“Parece como si el padre no sintiera por el hijo ninguna ternura y no le amará”. Sin embargo -afirma
Vicente-. a este hijo mayor el padre “le ama mas que al pequeño”. Y añade Vicente: “Hay entre
vosotras algunas que no sienten a Dios en absoluto, que jamás le han sentido, que no saben lo que es
sentir gusto en la oración, que no tienen la menor devoción, o al menos así lo creen... Hacen lo que
hacen las demás, y lo hacen con un mayor que es tanto más fuerte cuanto menos lo sienten. Este es el
amor eficaz que no deja de actuar, aun cuando no se deje ver”.

Vicente quiere que se pase al amor eficaz, porque teme la nostalgia propia de las resoluciones
demasiado generales y de las efusiones afectivas; a propósito de las resoluciones, puestas incluso por
escrito por una determinada dama, escribe a Luisa de Marillac que tales resoluciones le parecen
“buenas”, pero que le “parecerían aún mejores si (la tal dama) descendiera un poco más a lo
concreto”, porque lo importante para él son los actos, mientras que “lo demás no es sino producto del
espíritu, que habiendo hallado cierta facilidad y hasta cierta dulzura en la consideración de una virtud,
se deleita con el pensamiento de ser virtuosos”; es preciso, pues, llegar a los “actos” porque, de lo
contrario, se queda uno en la “imaginación”.

Para Vicente, la oración es lo primero; era muy práctico pero esa práctica se fundamentaba en una
profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida interior de oración.

10
San Vicente de Paul
Voces de Dios que mueven al Santo y a la marquesa para
fundar una comunidad de sacerdotes que recorra los
campos misionando, en ayuda de los párrocos. Al señor
Vicente se unen el tímido señor Portail y otros varios. Se
ha trasladado con sus misioneros a la gran abadía de San
Lázaro, que será el centro regenerador del clero y del
pueblo con los ejercicios en tanda dados gratuitamente.
Richelieu, que ha tomado las riendas de la nación en
1624, pide a San Vicente los mejores hombres para
ponerlos al frente de las diócesis; pero falta el remedio
definitivo, los seminarios tridentinos, que no acaban de
realizarse. El Santo hace la distinción de mayores y
menores, reconoce que es muy difícil reformar al clero de
edad y establece su primer ensayo para jóvenes con
vocación en el colegio de los Buenos Hijos. Reciben una
ayuda económica y un colegio, el de los Buenos Hijos,
donde nace humildemente la comunidad de sacerdotes
seculares de la Misión, que es aprobada en 1626 por el
arzobispo de París y en 1632 por el papa Urbano VIII, sin
carácter de religiosos. Los primeros misioneros firman su
acta de asociación el 4 de septiembre de 1626. Pero es
entonces cuando comienzan las dificultades.

El señor Gondi, influenciado por Bérulle, pretende retirar el dinero que ha entregado para la
fundación. Saint-Cyran consigue disuadirle. A pesar de todo, Roma, igualmente a instancias de Bérulle,
se niega dos veces a dar su aprobación a la Congregación de la Misión. Habrá que esperar ocho
largos años -hasta 1633- para conseguir dicha aprobación.

En julio de 1628 el obispo de Beauvais pide a Vicente que acuda allí en septiembre a dar un retiro a
los futuros sacerdotes. Es precisamente en esta tarea de formación de futuros sacerdotes en lo que
piensa el Arzobispo de París cuando, en 1631, ofrece a Vicente un conjunto de edificios mucho más
importantes que el “College des Bons-Enfants”: la antigua leprosería de Saint-Lazare (que dará a los
sacerdotes de la Misión el nombre de Lazaristas). Lo que desea el arzobispo es que Vicente contribuya
a la reforma del sacerdocio y sirva a la formación de los futuros sacerdotes. En el siglo XVII hay dos
tipos de reformadores del clero, Vicente prefiere ante todo la formación por la práctica, sobre el
terreno, según el método más experimental. Lo que a él le preocupa es la situación concreta de los
sacerdotes.

Saint-Lazare viene a ser, más concretamente, un centro de encuentros. Cada martes se reúnen allí los
sacerdotes, que se dedican a orar, a reflexionar y a escuchar a Vicente en sus famosas “conferencias
de los martes”; entre el auditorio se hallan veintidós futuros obispos, que de este modo reciben su
formación de los evangélicos labios de Vicente de Paúl.

En París continúa las prodigiosas obras de caridad que empezó en Chatillon. Organiza cofradías,
atiende y defiende a los condenados a las galeras. Conoce su vida lastimosa: expuestos a toda
inclemencia, reciben azotes e insultos, sin esperanza alguna. Un día reemplaza a un pobre remero
para conocer así su amarga vida. Recorrió galeras y cárceles. Así consiguió cambiar la legislación y
un trato más humano para ellos.

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San Vicente de Paul
Su celo apostólico lo lanza a todas partes. Funda la
Congregación de los Sacerdotes de la Misión, para reformar el
clero, dirigir seminarios y dar misiones. El centro es San Lázaro,
por lo que se llaman Lazaristas.

Las experiencias apostólicas de estos años (1609-1626) le van


marcando suavemente el camino definitivo de su vocación.
Animado de una ferviente caridad, hace de capellán y limosnero
de la reina Margarita de Valois, visita y sirve personalmente a los
pobres enfermos en el hospital de la Caridad, que, en los
arrabales de París, dirigían los hermanos de San Juan de Dios, y
entrega a esta institución 15.000 libras que le habían donado.

Una de las mejores cosas que podamos decir de nuestros amigos


es que conocen nuestras faltas pero nos quieren de todos modos.
San Vicente de Paúl, de quien recibe su nombre la Sociedad de
San Vicente de Paúl, tenía amigos en todos los estratos de la
sociedad, desde los esclavos de galera hasta el Rey Luis XIII.

Su trato con Luis XIII y con la regente Ana de Austria le será muy útil para sus obras de caridad.
Reúne damas y caballeros, forma asociaciones para atender a tantas necesidades creadas por la
guerra: pobres, hambrientos, golfilios, enfermos. Donde hay una necesidad, allí está Vicente.

“No es lícito perderse en teorías, escribía, mientras muy cerca hay niños que necesitan para subsistir
un vaso de leche. Los pobres serán nuestros jueces. Sólo podremos entrar en el cielo sobre los
hombros de los pobres”.

En 1626 a los treinta y cinco años, San Vicente está plenamente centrado en su vocación. Bérulle no
ha visto claro el Instituto de las misiones, pero Roma lo aprueba, gracias al tesón del Santo, que ve el
abandono del campo como una de las miserias mayores de la Iglesia. El sacerdote no está cuidado de
las almas como prescribía el concilio de Trento. Su santificación era muy deficiente. Vicente ha
meditado mucho, ha observado todos los movimientos místicos y apostólicos, ha trabajado con santa
ilusión y ha sufrido crisis interiores fructíferas. Para la restauración del clero establece los ejercicios
de ordenandos por espacio de diez días, en los que se une la parte ascética con la pastoral. Son
cursillos intensivos que suplen algo la falta de seminarios. El obispo de Beauvais, el cardenal de París
y más tarde la Santa Sede los declara obligatorios para todos los que hayan de recibir las órdenes
sagradas. De aquí brotan las conferencias ascético-pastorales (los martes para sacerdotes y los jueves
para seminaristas). De su seno nacen los misioneros de las ciudades unidos a los misioneros de los
campos, que había fundado y que trabajaban en hermandad con un reglamento preciso y sabio (1631).

El santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las
gentes más pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que
le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de cualidades para estas
obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con ella fundó a la Sociedad de las Hijas de la Caridad
(1632), las hermanas Vicentinas, y se dedican por completo a socorrer e instruir a las gentes más
pobres y abandonadas, según el espíritu de su fundador. “La finalidad principal de las Hijas de la
Caridad es imitar la vida de Jesucristo en la tierra, servir a los pobres corporal y espiritualmente, es
decir, ayudarles a conocer a Dios y a emplear los medios para salvarse”.

12
San Vicente de Paul
“Por monasterio, les dice, tendréis las salas de los enfermos, por clausura, las calles de la ciudad, por
rejas el temor de Dios y por velo la santa modestia”. Para la evangelización del campo - así como
para la formación de sacerdotes que fueran auténticos ministros de Jesucristo - instituyó, en el
priorato de San Lázaro, los Sacerdotes de la Misión (1625), mientras se dedicaba él, junto con Pedro
Berulle y Juan Santiago Olier, a crear seminarios en Francia (1642). Forma el seminario mayor de
San Lázaro con ayuda de Richelieu (1642). Orienta a Olier en sus planes del seminario de San
Sulpicio y trata de colaborar con el difícil señor Bourdoise, que ha establecido el seminario parroquial
comunitario. En 1647 sus misioneros dirigen siete seminarios y el Santo confiesa que “Dios bendice su
obra” y que las misiones piden como complemento ayudar a la Iglesia en la formación del clero.

El servicio personal al necesitado exige una vocación especial y las Caridades se resentían por falta
de personal. El Señor vino en ayuda de su siervo. Un día que había misionado un pueblecito cercano a
París, una joven pastora, Margarita Naseau, que había aprendido a leer por su cuenta, se presentó al
Santo para servir a los pobres. Es la primera hija de la Caridad. Margarita murió al poco tiempo
víctima de la caridad, asistiendo a un apestado. Buen cimiento para la magna obra vicenciana de la
hija de la Caridad, la “religiosa” sin claustro que asiste al pobre a domicilio en unión de las damas de
la Caridad, enseña en las escuelas del pueblo donde no hay maestro, llega a los campos de batalla, ya
en los tiempos del Santo, para atender a los heridos, cuida de los niños expósitos, obra ardua que sacó
a flote San Vicente frente a todos los prejuicios de las damas de la Caridad; que acoge en sus casas a
las mujeres ejercitantes, a las que el Santo señala como libro de meditación el Memorial del padre
Granada; que se hace cargo del Hospital General de París y del Asilo del Nombre de Jesús construido
por el Santo con un donativo de 100.000 libras (1642), a las que lleva por las regiones destrozadas por
las guerras y hasta Polonia a servir, no a los grandes, aunque sean protectores, como la reina de
Polonia, sino a los humildes.

San Vicente defensor de la Iglesia. Es un título que le cae muy bien en un siglo de errores y herejías.
Primeramente en el Consejo de Conciencia (1647-1652), donde se trata de la elección de obispos.
¡Qué labor más dura para evitar la subida de ministros indignos y promover la de los mejores! Aquí se
fraguó la renovación del alto clero de Francia, que había de luchar con el error, con la corrupción y,
más tarde, con el galicanismo ya latente en el reinado de Luis XIV. El Santo aceptó este puesto
delicadísimo para el bien del clero y de los religiosos (en cuya reforma tomó parte muy activa) y para
el bien de los pobres. Trabajaba en ello con la reina española Ana de Austria y se enfrentaba con
Mazarino para evitar el favoritismo en los cargos.

Vicente encuentra en su camino a los jansenistas. Jansenio había comenzado a escribir su Augustinus
en 1628; Roma lo condena en 1641; pero Vicente, antes incluso de esta condena, ya había tomado
postura contra el jansenismo.

El jansenismo, con la herejía de las dos cabezas, la lucha contra la frecuente comunión y la falsa
mística de Port-Royal son el viento helado que sopla fuertemente sobre la vida católica en Francia, y
desde ella en otras naciones de Europa. Vicente, que es amigo del abate Saint Cyran, de Arnauld y del
monasterio de Port-Royal, se ve en una difícil tesitura; pero su fe, inquebrantable y luminosa, su
prudencia admirable y siempre su tesón humano y sobrenatural, le hacen el principal campeón contra
el jansenismo, aunque todavía se silencia en algunas historias de la Iglesia de este período. En la vida
del Santo se manifiesta que él aunó a la mayoría de los obispos contra la herejía, alentó a los teólogos
que la Sorbona envió a Roma, escribió cartas al Papa incluso e hizo la refutación doctrinal y práctica
del jansenismo con sus obras de caridad, su reforma del clero y su mística optimista del alma.

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San Vicente de Paul
En lugar de ponerse en tensión y tratar de que Dios se adapte a unos determinados moldes para el
alma, Vicente, en oposición a los jansenistas, no dejará de proponer abandonarse tranquilamente a
Dios. La gracia tiene sus momentos. Abandonémonos a la Providencia de Dios y guardémonos mucho
de anticiparnos a ella.

A partir de 1645 dicta o redacta personalmente unas diez cartas por día -tiene dos secretarios-, sigue
de cerca la actividad de todas las casas de caridad y de todos los sacerdotes de la Misión; afluyen las
vocaciones y se abren nuevas casas en Génova, Turín y Roma.

Dilatando los espacios de la Iglesia el señor Vicente es padre de misioneros de fieles y de infieles.
Establece misioneros en Túnez y Argel para ayudar espiritualmente a los esclavos y promover su
rescate (1645). Envía a Irlanda, perseguida en su catolicismo por Cromwell, a sus misioneros que
sostienen la fe de los fieles, “Siente una devoción especial en propagar la Iglesia en países de infieles
por las pérdidas que sufre en Europa” (1646). En 1646 se funda una casa en Argel (donde estallará la
peste en 1647) y se pide a la congregación que acuda a Marruecos; aquel mismo año se envían
sacerdotes a Irlanda y Escocia. Manda y sostiene continuas expediciones, devoradas muchas veces por
la peste, de misioneros a Madagascar (1648). Promueve las misiones en Arabia; hace que las damas
de la Caridad de la Corte sufraguen los gastos de las misiones anticipándose a la obra de Paulina
Jaricot.

En 1651 parte un grupo para Polonia. En 1660, justamente antes de su muerte, Vicente concibe un
proyecto de misiones en América y en China.

De 1630 a 1650 Francia atraviesa una época de guerras desastrosas para el pueblo sencillo. Vicente
mira de frente las desgracias de su época, se niega a cerrar los ojos y lucha contra la miseria a brazo
partido. Esta miseria impide a los hombres vivir como seres humanos. Si tomamos las cosas más
elementales de la existencia, el nacimiento, por ejemplo, vemos que cada una de siete mujeres moría
después del parto. Las que no se morían pasaban por el momento más grave, el período post-parto: las
fiebres y los problemas de infección. Por otra parte un hecho que se repite constantemente: “Una gran
cantidad de huérfanos que tiene que ser dejados a cargo de los que sobreviven, y que son adoptados
durante un tiempo por la comunidad de la aldea o barrio, hasta que el padre contrae nuevo
matrimonio.

Las guerras de la Fronda, parlamentaria (1648-49), y de los príncipes (1650-1653) destruyen la vida
de París y de sus alrededores y se unen a la de los Treinta Años, que no termina hasta la desgraciada
paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1658), con el triunfo político de los protestantes traído por
la ambición nacionalista de Richelieu y de Luis XIV. Es un panorama desolador que la pluma se
resiste a describir. En esta hora es San Vicente el que moviliza todas sus fuerzas —misioneros, damas
e hijas de la Caridad— y se aúna con la Compañía secreta del Santísimo Sacramento y con todas las
Órdenes religiosas para aliviar el desastre material y moral de Francia. Recoge millones de libras
haciendo la primera campaña nacional de caridad, editando los relatos de las miserias y de los medios
necesarios, creando almacenes en París, dando misiones a los refugiados en su casa central de San
Lázaro, buscando refugio para las religiosas y para los pobres vergonzantes, lo mismo que para los
nobles huidos de Irlanda, creando para eso las conferencias de la caridad de hombres con el barón de
Renty al frente. No es extraña la admiración de todos por el Santo y sus huestes, que le proclamaban
oficialmente “Padre de la Patria”.

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San Vicente de Paul
A partir de 1652, las consecuencias de la guerra afectan a todas las familias de Francia. Pero Vicente
prosigue su actividad sin descanso, entregando siempre toda su persona. Lo único que exigía a los
suyos era bondad, constancia y dulzura. Su labor pacificadora es audaz. Por tres veces habla con la
reina para que prescinda de su funesto ministro Mazarino, y se atreve a decírselo al mismo interesado
el 11 de septiembre de 1652: “Que el rey entre con voluntad de apaciguar los ánimos y todo quede
tranquilo. No obstante, es preferible que el primer ministro se quede cierto tiempo fuera”. El joven rey
entró el 21 de octubre y proclamó la amnistía general. Pocos meses después volvía Mazarino, que
pagó la carta del señor Vicente con retirarle del Consejo de Conciencia, que hoy diríamos Ministerio
de Cultos.

Entre 1650 y 1660 son particularmente tres regiones de Francia las que perciben mayor ayuda: la Ile-
de-France, la Champagne y la Picardie cuyas provincias han sido saqueadas y desvastadas por los
soldados. San Vicente dirige todas sus obras en pleno rendimiento desde el sencillo aposento del
cuartel general de San Lázaro, luchando a la vez contra el jansenismo, organizando las dos
comunidades de misioneros e hijas de la Caridad, hasta que su modo secular de vida en común sea
aprobado por Alejandro VII (1655). Recibe con inmenso gozo la bula que condena al jansenismo.
Funda el asilo-taller para ancianos, comenta las reglas que ha dado a los misioneros y a las hijas de
la Caridad, proyecta establecer a los misioneros en Toledo de acuerdo con el cardenal Moscoso y
Sandoval (1657), dicta de continuo cartas a sus dos secretarios, reúne en su casa central a los
Consejos de las obras, orienta a los que de toda Francia acuden a pedirle consejo y hasta proyecta
con el caballero Paúl la liberación de todos los esclavos de Argel, el paso de sus misioneros al Canadá,
etc.

En 1660 Vicente tiene setenta y nueve años.. Desde aquel lejano día de 1617 en que decidió ponerse al
servicio de los pobres, es decir, durante 43 años, no dejó de consumirse por ellos. Su horario era
invariable: se levantaba a las cuatro de la mañana y se acostaba a las nueve de la noche; la jornada
consistía en tres horas de oración, tres horas y media de lo que él llamaba “varios”, y nueve horas y
media de trabajo. Su vida estuvo constantemente marcada por ese trabajo pausado, regular y porfiado
que recordaba el trabajo de los campesinos de su época, los campesinos entre los que había nacido.

Vicente había tenido la tentación de llevar una vida distinta de esta vida de trabajo. Hasta los 36 años
no se convirtió al servicio de los pobres y a esta clase de vida. En el siglo XVII los hombres se dividían
en dos clases: los que podían permitirse vivir sin trabajar, y la inmensa mayoría de los demás. Vicente
estuvo a punto de optar por quedarse al otro lado de la barrera. Poseía una buena cabeza y su
inteligencia, y hubiera podido llegar a ser un beneficiario. Pero el amor a Cristo reflejado en los
pobres le movió a decidirse por el Evangelio.

Esta fue la obra que San Vicente de Paúl llevó a cabo hasta su muerte (1660). Pero su actividad no era
sino la expresión de una vida consagrada por entero a Dios y fundada sobre una extraordinaria
humildad. «Estamos convencidos de que en todo y por todo somos un desecho y de lo más despreciable,
a causa de la oposición que ofrecemos por nuestra parte a la santidad y perfecciones de Dios».
Únicamente los humildes pueden permitirse toda clase de audacias.

En estos años el Santo ha recorrido todos los dominios misionando y fundando Caridades, ha sido
nombrado capellán de las galeras reales y ha procurado misiones y ayuda material a los forzados del
remo, creando un hospital para ellos; y aun le quedaba tiempo para convertir a jansenistas y
hugonotes, para dirigir almas santas, se ha hecho cargo de la dirección espiritual de las Salesas, de
acuerdo con la madre Santa Juana de Chantal, ha tomado la dirección de su gran colaboradora Santa

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San Vicente de Paul
Luisa de Marillac, y ha quedado en libertad de movimientos por haber fallecido la marquesa y haber
tomado la decisión de hacerse sacerdote del Oratorio el señor Gondí.

Por sus obras y fundaciones es uno de los grandes bienhechores de la humanidad.

Escribió también cartas, memorias, conferencias. Y siempre aparece el hombre de acción, el amigo de
los pobres, el organizador de la caridad, el apóstol, el santo. Sus Hijos e Hijas, y las Conferencias de
San Vicente de Paúl; fundadas por Ozanam, continúan su obra.

Su caridad es una llama que incendia a todos los que le rodean. “No es suficiente —exclama— que yo
ame a Dios si mi prójimo no le ama.” “Hemos sido elegidos como instrumentos de Dios, de su
inmensa y paternal caridad, que quiere ver establecida en todas las almas.” El Santo proclama a todo
el mundo: “Las cosas de Dios se hacen por sí mismas, y la verdadera sabiduría consiste en seguir a la
Providencia paso a paso sin adelantarle ni retrasarse”. “Dios es amor y quiere que se vaya a Él por
amor.” Vicente, que tiene las manos llenas de obras e instituciones, que se duerme de fatiga, dice a su
fiel e inquieta colaboradora que “es preciso honrar el descanso de Dios” y que “debemos honrar
particularmente a su Divino Maestro en la moderación de su obrar”. “¡Qué dicha —dice— no querer
más que lo que Dios quiere, y no hacer sino lo que la Providencia presenta, y no tener nada más que lo
que Dios nos ha dado!”

Vicente mantenía su calma en todo. Solía decir: “Estamos convencidos de que en todo y por todo
somos un deshecho y de lo más apremiante, a causa de la oposición que ofrecemos de nuestra parte a
la santidad y perfecciones de Dios”..

El 18 de abril de 1659, un año antes de su muerte, Vicente escribe unas largas consideraciones sobre
la humildad, que presenta como la primera cualidad de un sacerdote de la Misión.

En julio de 1660 se ve obligado a guardar cama. Toda su vida había sido una persona fuerte y robusta;
el típico campesino de pequeña estatura - medía 1 metro y 62 centímetros-, poseía una enorme
resistencia, como si estuviera hecho de cal y canto. Entre julio y septiembre de 1644 se teme por su
vida, pero sale bien, aunque se le prohíbe montar a caballo; tenía las piernas inflamadas y tenía que
caminar con un bastón. En el invierno de 1658 y 1660 el frío vuelve a abrir las llagas de sus piernas y
poco a poco, se ve forzado a permanecer inmóvil. Se queda en Saint-Lazare, en medio de los pobres.

Su corazón y su espíritu se mantiene totalmente despiertos, pero en septiembre las piernas vuelven a
supurar y el estómago no admite ya el menor alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevan a la
capilla, donde asiste a Misa y recibe comunión. Por la tarde se encuentra totalmente lúcido cuando se
le administra la extremaunción; a la una de la mañana bendice por última vez a los sacerdotes de la
Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres.

La mística de la acción apostólica y la unión fraterna de todos en Cristo y en el Padre Celestial: Este
es el mensaje que San Vicente proyecta a todos los siglos como un eco potente del Evangelio y de la
Iglesia. Esta sentado en su silla, vestido y cerca del fuego. Así es como muere el 27 de septiembre de
1660, poco ante de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los
pobres, a los 80 años de edad, bendiciendo, como Patriarca de la Caridad, a todas las instituciones
que habrán de irradiar de su orientación y cuyo patrocinio universal le confió la Iglesia con fiesta
especial el 20 de diciembre.

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San Vicente de Paul
San Vicente fue consejero de gobernantes y verdadero amigo de los pobres. “Monsieur Vincent”, como
se le llamaba, estimulaba y guiaba la actividad de Francia en favor de todas las pobrezas: envió
misioneros a Italia, Irlanda, Escocia, Túnez, Argel, Madagascar, así como a Polonia donde luego
fueron las Hijas de la Caridad. Se rodeó de numerosos colaboradores, sacerdotes y seglares y, en
nombre de Jesucristo, los puso al servicio de los que sufren.

El Santo Padre León XIII lo proclamó Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad.

En 1712, 52 años más tarde su cuerpo fue exhumado por el Arzobispo de París, dos obispos, dos
promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un numero de sacerdotes de su orden, incluyendo al
Superior General, Fr. Bonnet.

“Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se
veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba
entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que
el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales.

Vicente fue sobre todo el hombre que, al conseguir espolear el clero, renovó la Iglesia francesa. La
Congregación de los “Paules” se convirtió en la orden mas vigorosa en Francia antes de la
revolución francesa, con 6,000 miembros repartidos en 40 provincias.

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San Vicente de Paul
La Congregación de Hijas de la Caridad se extendió por todo el mundo hasta el punto que en 1965
contaba con 46,000 hermanas. A lo largo de los siglos han prestado ayuda a millones de personas
desgraciadas: niños abandonados, huérfanos, enfermos, heridos, refugiados, presidiarios, etc.

El servicio sencillo y discreto al prójimo constituye el principal fundamento de todas estas


asociaciones vicentinas.

S.S. Juan Pablo II, anima “a los jóvenes que el Señor llama quiero repetirles una vez más con fuerza:
no permitáis que la duda o el miedo os detengan. A ejemplo de san Vicente, responded con un sí sin
reservas, confiando totalmente en Cristo, que es fiel a sus promesas. El Señor os transformará en
servidores gozosos de vuestros hermanos y os concederá la felicidad a la que aspiráis”.

S.S. Benedicto XVI ha presentado a los jóvenes el ejemplo de caridad de san Vicente de Paul, apóstol
de los necesitados en el siglo XVII, deseó el Papa, «os aliente, queridos jóvenes, a proyectar vuestro
futuro como un servicio generoso al prójimo».

Aunque el mal humor pueda ser una parte de nuestras tendencias naturales, más a menudo es el
resultado del descuido de uno mismo y del exceso de trabajo. Cuando no nos tomamos tiempo para
recargar nuestras baterías emocionales y espirituales, nos volvemos irritables y malhumorados. Cosas
que podríamos minimizar si nuestras defensas fuesen más fuertes, se convierten de pronto en afrentas
personales. Nos sentimos ofendidos cuando no se aludía a nadie, Y recriminamos a quienes más nos
importan.

¡Si descubres que todos y todo están volviéndote gruñón, no empieces a hacer exigencias para
prepararte a luchar o salir corriendo! Más bien hazte a ti mismo algunas preguntas duras. ¿Recibes el
descanso y el ejercicio suficientes? ¿Estás trabajando demasiado tiempo y demasiado duramente sin
tomarte un respiro? ¿Estás comiendo correctamente? Si eres sincero contigo mismo, probablemente
descubras dónde reside el verdadero problema.

Reflexiones de San Vicente de Paul:

“El amor es creativo hasta el infinito”.

“Al servir a los Pobres se sirve a Jesucristo” C. IX, 252

“Por consiguiente, debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo” C. XI 342

“No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo” C. XII, 262

“¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es
no tener caridad; es ser cristiano en pintura.” CXII, 271

“Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede
ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo...” C.XIV, 126

“No puede haber caridad si no va acompañada de justicia” C. II, 54

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San Vicente de Paul
“Nada mas grande que un sacerdote a quien Dios de todo poder sobre su Cuerpo natural y su Cuerpo
místico”

Dichoso el que se compadece del pobre. Dios lo bendecirá (Salmo 41).

“¡Oh Señor que eres tan adorable y me has mandado amarte, ¿por qué me diste un solo corazón y tan
pequeño?” (San Felipe Neri)

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo


De los escritos de san Vicente de Paúl, presbítero
Carta 2.546
Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco
por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si
consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios,
ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana,
haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como
evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También
nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los
pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.

Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo
servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él
mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo,
ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una
persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por
esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención los pobres. Por esto, al
visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera
que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha
de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda
en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén
siempre llenos de estos sentimientos.

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el
momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él
con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de
la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún
servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas
enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.

Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel
servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe
tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu
de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos
han sido dados para que los sirvamos como a señores.

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Oración

Señor, Dios nuestro, que dotaste de virtudes apostólicas a tu presbítero san Vicente de Paúl, para que
entregara su vida al servicio de los pobres y a la formación del clero, concédenos, te rogamos, que,
impulsados por su mismo espíritu, amemos cuanto él amó y practiquemos sus enseñanzas. Por nuestro
Señor Jesucristo.

Oh glorioso San Vicente, celeste Patrón de todas las asociaciones de caridad y padre de todos los
desgraciados, que durante vuestra vida jamás abandonasteis a ninguno de cuantos acudieron a Vos!
Mirad la multitud de males que pesan sobre nosotros, y venid en nuestra ayuda; alcanzad del Señor
socorro a los pobres, alivio a los enfermos, consuelo a los afligidos, protección a los desamparados,
caridad a los ricos, conversión a los pecadores, celo a los sacerdotes, paz a la Iglesia, tranquilidad a
las naciones, y a todos la salvación. Sí, experimenten todos los efectos de vuestra tierna compasión, y
así, por vos socorridos en las miserias de esta vida, nos reunamos con vos en el cielo, donde no habrá
ni tristeza, ni lágrimas, ni dolor, sino gozo, dicha, tranquilidad y beatitud eterna. Amén.

Oh apóstol insigne de la caridad, glorioso san Vicente de Paul, que viviendo en el mundo os hicisteis a
todo a todos, para ganarlos a Jesucristo, extendiendo vuestro celo por la salvación de los prójimos y
remedio de sus necesidades a todas las clases de la sociedad y a toda especie de miserias; alcanzadme
del divino Apóstol de nuestras almas, Cristo Jesús, un verdadero espíritu de caridad, animado del cual
me entregue sin reserva a la práctica de las obras de misericordia, a fin de ser del número de aquellos
de quienes está escrito: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericoridia”.
Así sea.

22
San Vicente de Paul
Novena
El autor de esta novena es Antonio Mora, C.M., sacerdote y misionero vicentino en Colombia, a quién
agradezco tanto su generosidad al enviarmela como su permiso para reproducirla aquí. Las lecturas
de cada día estan basadas en las «Conferencias a los Misioneros, Vicente de Paúl» publicada por la
editorial CEME, Salamanca, 1992.

I. ORACIONES INICIALES Y FINALES

ORACIÓN INICIAL

Por la señal...
Acto de contrición.

Oración preparatoria para todos los días


Dios todopoderoso y eterno, que llenaste de caridad el corazón de san Vicente de Paúl, escucha
nuestra oración y danos tu amor. A ejemplo suyo, haznos descubrir y servir a Jesucristo, tu Hijo, en
nuestros hermanos pobres y desdichados. Que en su escuela aprendamos a amarte a Ti con el sudor de
nuestro rostro y la fuerza de nuestros brazos. Por sus oraciones, libra nuestras almas del odio y del
egoísmo; haz que todos recordemos que un día seremos juzgados sobre el amor. Oh Dios, que quieres
la salvación de todos, danos los sacerdotes, las religiosas y los apóstoles seglares que tanto
necesitamos. Que sean entre nosotros los primeros testigos de tu amor. Virgen de los pobres y Reina
de la Paz, obtén para nuestro mundo dividido y angustiado, el amor y la paz. ASÍ SEA.

Leer y meditar a continuación la lectura del día que corresponda:

ORACIÓN FINAL
Terminar cada día con los gozos:

GOZOS
HIMNO A SAN VICENTE
(Melodía del “Quis novus caelis”)

¿Qué nuevo triunfo cantan hoy, los cielos?


¿Qué nuevo aplauso los santos tributan?
¡La luz del Clero, el Padre de los Pobres
brilla en la Gloria!

R/. Ayúdanos, San Vicente, a renovarnos en el Evangelio.

Obras ingentes loan tus proezas


y el Amor ciñe de laurel tu frente;
cuanto le diste al Pobre con largueza
te vuelve el Cielo.

Los sacerdotes, siendo tú su Guía,


llevan al Pobre la verdad de Cristo:
la madre Iglesia vive y canoniza
tu Magisterio.

23
San Vicente de Paul
Pero te honran de manera insigne
vírgenes castas que, a la vez, son Madres:
los Pobres gozan, bajo tu mirada,
de su ternura.

Como aliviaste el dolor del mísero,


oye hoy, benigno, el clamor del Pueblo:
todos los pobres, juntos te proclaman
Padre y Amigo.

Demos hoy, todos, gloria al Padre Eterno


y al Hijo Ungido Salvador del hombre
y al Amor mismo, Llama de Dios vivo
que arde en Vicente. Amén.

DÍA PRIMERO
Las máximas evangélicas

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¿Cuáles son estas máximas? Hay un gran número de ellas en el Nuevo Testamento, pero las
principales y fundamentales son las que se detallan en el sermón que tuvo nuestro Señor en la montaña,
que comienza: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3).

Pongamos por ejemplo ésta, que es de las fundamentales: «Id y tened con vuestro prójimo, el mismo
trato con que os gustaría ser tratados» (Mt 7,12). Esta máxima es la base de la moral, y sobre este
principio se pueden regular todas las acciones de la justicia secular. Y como toda conclusión que se
saca de uno o varios principios tiene que mostrar con seguridad lo que ordenan para la práctica de la
virtud, o lo que prohíben para la huida del vicio, así también de estas máximas evangélicas se sacan
consecuencias ciertas que llevan, según los designios de nuestro Señor, no sólo a huir del mal y a
seguir el bien, sino también a procurar la mayor gloria de Dios, su Padre, y a adquirir la perfección
cristiana.

Para tener una mayor inteligencia de estas máximas y distinguir mejor las que obligan de las que no
obligan, es conveniente añadir que hay algunas que obligan a su observancia, como éstas: «Guardaos
de toda avaricia» (Lc 12,15), «Haced penitencia» (Mt 4,17), porque son mandamientos absolutos.
Otras no obligan más que a la disposición de recibirlas en caso necesario, cuando se le propongan y
éste tenga poder para cumplirlas, como ésta: «Haced bien a los que os odian» (Mt 5,44). Hay otras
que son puramente consejos, como por ejemplo: «Vended todo lo que poseéis y dadlo en limosna» (Lc
12,33), porque nuestro Señor no obliga a nadie a vender todos sus bienes para dárselos a los pobres;
esto es sólo para una mayor perfección.

Finalmente, hay otras que son también puros consejos evangélicos, pero que sin embargo obligan a
veces a observarlos por haberse convertido en preceptos; esto sucede cuando se ha hecho voto de
guardarlos, haciendo voto de pobreza, castidad y obediencia, ya que los consejos evangélicos se
refieren y se reducen a estas tres virtudes, pues no hay ninguno que no tenga que ver con la pobreza,
con la castidad o con la obediencia. (Cf. Op. cit., n. 690 y 691).

24
San Vicente de Paul
Oración final. Señor, Dios nuestro, que pusiste como fermento del mundo la fuerza del Evangelio,
concede a cuantos has llamado a vivir en medio de los afanes temporales que, encendidos de espíritu
cristiano, se entreguen de tal modo a su tarea en el mundo, que con ella construyan y proclamen tu
Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA SEGUNDO
Las máximas del mundo

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

El abrazar las máximas del Evangelio compromete a huir de las máximas del mundo, ya que son
opuestas a las del Evangelio; para huir de ellas, hay que saber cuáles son, qué es lo que se entiende
por estas máximas del mundo y ver cómo se oponen a las de Jesucristo y en qué las contradicen.

En primer lugar, las máximas de nuestro Señor dicen: «Bienaventurados los pobres» (Mt 5, 36); y las
del mundo: “Bienaventurados los ricos”. Aquellas dicen que hay que ser mansos y afables; éstas, que
hay que ser duros y hacerse temer. Nuestro Señor dice que la aflicción es buena: «Bienaventurados los
que lloran»; los mundanos, por el contrario: “Bienaventurados los que se divierten y se entregan a los
placeres”.

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed, los que están sedientos de justicia»; el mundo se burla
de esto y dice: “Bienaventurados los que trabajan por sus ventajas temporales, por hacerse grandes”.

«Bendecid a los que os maldicen» (Lc 6, 28), dice el Señor; y el mundo dice que no hay que tolerar las
injurias: “al que se hace oveja, se lo comen los lobos”; que hay que mantener la reputación a
cualquier precio, y que más vale perder la vida que el honor.

Y esto basta para conocer cuál es la doctrina del mundo y qué es lo que pretende. Por consiguiente, al
comprometernos a seguir la doctrina de Jesucristo, que es infalible, nos obligamos al mismo tiempo a
ir contra la doctrina del mundo, que es un abuso. (Cf. Op. cit., nn. 692-694).

Oración final. Oh Dios, que has llamado a todos los hombres a cooperar en el plan inmenso de la
creación, haz que en el esfuerzo común por construir un mundo nuevo, más justo y más fraterno, se
consiga que todo hombre encuentre el puesto que su dignidad pide, para que realice plenamente su
vocación y contribuya al progreso de todos los demás hombres, según la Buena Nueva que nos predicó
tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA TERCERO
Motivos para observar las máximas evangélicas

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos
a verlo.

25
San Vicente de Paul
¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo
tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la
santidad.

¿Y qué es lo que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo sino las máximas evangélicas?
Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias
satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la
observancia de las máximas evangélicas, es decir que está en la santidad; decir que una persona las
practica, es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar, consiste en el
rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que
una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo.

El segundo motivo que se saca de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las personas que las
practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de
tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo que hoy reina con
tanto imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y
placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la
felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo.

Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones
se convierte en esclavo de las mismas?

Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe
creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia
de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad,
porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres,
carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni
de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit., nn. 990-991).

Oración final. ¡Oh Salvador, Señor, Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la
recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes les dijiste que esta doctrina es
como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado sobre arena:
llénanos de este espíritu, dispón nuestros corazones a recibirlo. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente

DÍA CUARTO
La sencillez, una máxima evangélica

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Qué agradable a Dios es la sencillez! La Escritura dice que se deleita tratando con los más sencillos,
con los sencillos de corazón, que proceden con toda sencillez y bondad (Pr 3, 32). ¿Queréis encontrar
a Dios? Está con los sencillos.

Otra cosa que nos anima maravillosamente a la sencillez son aquellas palabras de nuestro Señor: «Te
doy las gracias, Padre mío, porque la doctrina que yo he aprendido de tu divina majestad y que he

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San Vicente de Paul
esparcido entre los hombres, sólo es conocida por los sencillos y permites que no la entiendan los
prudentes de este mundo; tú les has ocultado, si no las palabras, al menos su espíritu».

La sencillez en general equivale a la verdad, o a la pureza de intención: a la verdad, en cuanto que


hace que nuestro pensamiento sea conforme con las palabras y con los otros signos que nos sirven de
expresión; a la pureza de intención, en cuanto que hace que todos nuestros actos de virtud tiendan
rectamente hacia Dios.

Pero cuando se toma la sencillez por una virtud especial y propiamente dicha, comprende no sólo la
pureza y la verdad, sino también esa propiedad que tiene de apartar de nuestras palabras y acciones
toda falsía, doblez y astucia.

La sencillez que se refiere a las palabras consiste en decir las cosas como las sentimos en el corazón,
como las pensamos. Todo lo que no es esto, es doblez, apariencia, falsía, que son contrarias a la virtud
de que estamos hablando, la cual quiere que se digan las cosas como son, sin dar muchas vueltas,
hablando ingenuamente y sin malicia, y además con la pura intención de agradar a Dios.

En cuanto a la otra parte de la sencillez que se refiere a las acciones, consiste en obrar normalmente,
con rectitud y siempre teniendo a Dios ante los ojos, en los negocios, en los cargos y en los ejercicios
de piedad, excluyendo toda clase de hipocresía, de artificios y de vanas pretensiones.

Esta sencillez en las acciones no existe en aquellas personas que, por respeto humano, desean
aparentar lo que no son; lo mismo que tampoco son simples o sencillos sus trajes. También va contra
esta virtud tener unas habitaciones bien amuebladas, adornadas de imágenes, de cuadros, de muebles
superfluos, tener un montón de libros para presumir, complacerse en cosas vanas e inútiles, en la
abundancia de las necesarias cuando una basta, predicar con elegancia, con un estilo hinchado, y
finalmente buscar en nuestros ejercicios otra finalidad distinta de Dios; todo esto va contra la sencillez
cristiana en las acciones. (cf. Op. cit., nn. 769, 770, 774, 775, 778, 779).

Oración final. Oh benignísimo Jesús, tú viniste al mundo a enseñarnos la sencillez, para destruir el
vicio contrario y educarnos con prudencia divina, para destruir la del mundo. Concédenos, Señor, una
parte de esas virtudes que tú tuviste en un grado eminente. Llénanos a cada uno de nosotros de ese
deseo de ser sencillos y hacernos prudentes con la prudencia cristiana. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA QUINTO
La virtud de la indiferencia

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Un santo dice que la indiferencia es el grado más alto de la perfección, la suma de todas las virtudes y
la ruina de los vicios. Necesariamente tiene que participar la indiferencia de la naturaleza del amor
perfecto, ya que es una actividad amorosa que inclina el corazón a todo lo que es mejor y destruye
todo lo que impide llegar a él.

Digamos en qué consiste. Hay que distinguirla en dos partes: primero, la acción de indiferencia; y
segundo, el estado de indiferencia. La acción indiferente es una acción moral voluntaria que no es ni

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San Vicente de Paul
buena ni mala. Ejemplos: Existe la obligación de alimentarse; por eso comemos. Esa acción no se
sitúa entre las acciones virtuosas. Mala tampoco es, con tal que no se estropee la acción por algún
exceso o por alguna prohibición. Pasearse, estar sentado o en pie, pasar por un camino o por otro, son
cosas de suyo indiferentes, que no son de ningún mérito, pero tampoco son dignas de reprensión, a no
ser que haya alguna circunstancia mala. Eso es la “acción indiferente”.

En cuanto al estado de indiferencia, es un estado, en que se encuentra una virtud por la que el hombre
se despega de las criaturas para unirse al Creador.

Lo propio de la indiferencia es quitarnos todo resentimiento y todo deseo, despegarnos de nosotros


mismos y de toda criatura; tal es su oficio, tal es la dicha que nos proporciona, con tal que sea activa,
que trabaje. ¿Y cómo? Hay que procurar conocerse; hay que decirse: «¡Ea, alma mía!, ¿cuáles son tus
afectos? ¿a qué nos agarramos? ¿qué hay en nosotros que nos tenga cautivos? ¿Gozamos de la
libertad de los hijos de Dios o estamos atados a los bienes, a los caprichos, a los honores?».
Examinarse para descubrir nuestras ataduras, para romperlas. Realmente, hermanos, la eficacia de la
oración debe tender a conocer bien nuestras inclinaciones y apegos, decidirnos a luchar contra ellas y
enmendarnos, y luego a ejecutar bien lo que hemos resuelto.

En primer lugar estudiarse; y cuando uno se sienta apegado a algo, esforzarse en desprenderse de eso
y en hacerse libre por medio de resoluciones y de actos contrarios. (cf. Op. cit., nn. 878-881).

Oración final. ¡Salvador nuestro! Concédenos la gracia de la indiferencia para estar a las órdenes de
tu Padre, que nos tiende su mano y nos salva. Despéganos de todo y que, como una bestia nos dé lo
mismo un carro que otro, pertenecer a un amo rico o pobre, habitar en la patria o en el extranjero.
Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA SEXTO
Sobre el buen uso de las calumnias

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

He dicho que las calumnias y las persecuciones son gracias con que Dios bendice a los que le sirven
con fidelidad. Veamos, pues, cómo hemos de portarnos cuando se nos calumnie y persiga, e incluso
cuando se emplee la fuerza contra nosotros.

En primer lugar, hemos de disponernos de buena gana a recibir este bien de la desgracia del mundo
mediante un fiel uso de las ocasiones que Dios nos presente todos los días, los choques, las palabras
molestas, las contradicciones y murmuraciones; hay que empezar el aprendizaje por las cosas menos
molestas, para prepararse a sostener otros ataques más importantes y duros; porque, ¿hay alguna
probabilidad de que permanezca firme y esté dispuesta a sostener embates más fuertes una persona
que se inquieta, se desanima o pierde la paciencia por cosas más ligeras?

Entremos, hermanos míos, en nuestro interior y veamos cómo nos aprovechamos de las ocasiones
diarias que nos ofrece su divina providencia. Si entonces somos cobardes, ¿cómo podremos soportar
con paciencia los grandes sufrimientos? Si no podemos ahora soportar una palabra dura y una mirada

28
San Vicente de Paul
desdeñosa, ¿cómo recibiremos con rostro sereno, o incluso con alegría, las calumnias, los oprobios y
las persecuciones?

Por consiguiente, hermanos míos, ejercitémonos en ello y corrijamos nuestra sensibilidad en las
pequeñas contrariedades, para que Dios nos conceda la gracia de ser firmes y alegres en las mayores
y más molestas.

En segundo lugar, cuando lleguen las calumnias y las persecuciones, hay que cerrar la boca para que
no se nos escape ninguna palabra de maldición, de impaciencia o de recriminación contra los que nos
calumnian y persiguen. ¿No es justo que nos callemos, si es Dios el que envía esas visitas? ¿No es
razonable que aceptemos esa cruz con sumisión, si esa es su voluntad? ¿No hemos de alabarlo y de
darle gracias por las persecuciones que sufrimos, ya que las permite para nuestra santificación?

En tercer lugar, no basta con cerrar la boca a toda palabra de impaciencia, y de queja contra los que
nos persiguen y calumnian; ni siquiera hemos de defendernos, ni de viva voz, ni por escrito.

«¡Cómo!, dirá alguno, ¿No está permitido justificarse y aclarar las cosas ante los que la calumnia ha
prevenido contra nosotros?». No, hermanos míos; yo no puedo decir más que lo que nos indica el
espíritu del Evangelio: ¡paciencia y silencio!; esos son los elementos de la religión cristiana; hay que
seguirlos.

Pero, esto será para condenarnos a nosotros mismos; nuestro silencio será una confesión tácita, y
entonces ya no será posible conseguir ningún fruto con la gente. Estamos engañados, hermanos míos,
si basamos el éxito de nuestros humildes trabajos en la estima del mundo; sería algo así como abrazar
una sombra y dejar el cuerpo. La estima y la reputación de que hablamos no es más que el esplendor
que brota de una vida buena y santa; su base y su apoyo es la virtud, que nunca podrán arrebatarnos
ni las calumnias, ni las persecuciones, si permanecemos fieles a Dios y hacemos buen uso de ellas. (cf.
Op. cit., nn. 956a, 962b, 963-965a, 967).

Oración final. ¡Oh Salvador de nuestras almas, que nos has llamado al seguimiento de tus máximas y
a la imitación de tu vida humilde y despreciada! Pon en nosotros las disposiciones necesarias para
sufrir, de la manera que tú deseas, las persecuciones que tengas a bien enviarnos.

Afírmanos en ese estado bienaventurado que has prometido a las personas afligidas y perseguidas.
Haz que nos mantengamos firmes en la persecución, sin huir ni doblegarnos ante los ataques del
mundo. Te lo pedimos por el mérito de tus sufrimientos. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA SÉPTIMO
La virtud de la uniformidad

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

La uniformidad es un estado o una virtud, o las dos cosas a la vez. La uniformidad, considerada en un
individuo, es una virtud que lo hace obrar en conformidad con su condición; y considerada en la
comunidad, es un estado que, uniendo a todos los individuos, forma de los diversos miembros un solo
cuerpo vivo con sus operaciones propias. Por consiguiente, los misioneros son unánimes si no tienen

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San Vicente de Paul
más que un solo espíritu que los anime; y son uniformes si no tienen más que un alma que tiene las
mismas facultades en cada uno de ellos.

¿Qué entiende usted por facultades? Yo entiendo el entendimiento, la voluntad y la memoria, que son
las facultades o potencias del alma, y que tienen que ser semejantes en cada uno de nosotros; de forma
que, propiamente hablando, tener uniformidad es tener un mismo juicio y una misma voluntad en las
cosas de nuestra vocación.

Pues bien: en esta relación o semejanza que tenemos mediante esta unión, hay que distinguir entre las
actitudes naturales del cuerpo y las acciones morales; pues en las actitudes del cuerpo es difícil que
haya unanimidad: nunca hay dos rostros iguales, ni tampoco son iguales el caminar, el hablar y los
gestos de dos personas.

Pero, en cuanto a las acciones morales sí que tiene que haber unanimidad, ya que las virtudes que las
producen radican en el alma y todos nosotros no somos más que una sola alma y, por consiguiente,
hemos de tener un mismo juicio, una misma voluntad y unas mismas operaciones.

Es verdad que, a propósito de las ciencias es casi imposible que todos se parezcan; pero respecto al fin
de nuestra vocación, que es tender a la perfección, trabajar por la instrucción de los pueblos y el
progreso de los eclesiásticos, hemos de convenir en el mismo juicio, tenemos que juzgar de la misma
manera y hacernos semejantes en la práctica.

Quizás los extremos nos ayuden a conocer mejor este estado del que estamos hablando. Un extremo de
la unanimidad es la división y la separación; uno tira de un lado y otro de otro; cada uno hace como le
parece. El otro extremo consiste en dejarse llevar por el abandono, por el humor y las acciones
desordenadas del prójimo.

¿Cuáles son los motivos que tenemos para conservar y aumentar esta uniformidad? Encontramos
muchos en la sagrada Escritura: «Para que con un mismo corazón y una misma boca honréis a Dios
Padre» (Rm 15,6). En la carta a los Filipenses (2, 2): «Colmad mi gozo, no teniendo más que un
mismo corazón y los mismos sentimientos para conservar la caridad». Tened el mismo sentir, nos dice;
haced todo lo que podáis por tener los mismos afectos, por juzgar lo mismo de las cosas, por estar de
acuerdo, por no disputar jamás; cuando uno exponga su parecer, que los otros lo suscriban y apoyen,
juzgándolo mejor que el suyo propio.

Otro pasaje dice: unánimes collaborantes; trabajad todos unánimemente. No debemos estar unidos
sólo en cuanto a los sentimientos interiores, sino, además, en las obras exteriores, ocupándonos todos
en ellas según nuestras obligaciones; y como todos los cristianos tienen que colaborar en todo lo
referente al cristianismo, también nosotros hemos de cooperar en todos los trabajos de la Misión
conformándonos en el orden y en la manera.

Otra razón que tenemos para practicar la uniformidad es que el Hijo de Dios, al hacerse hombre,
quiso llevar una vida común para conformarse a los hombres, y así atraerlos mejor a su Padre, y se
hizo todo para todos, mucho mejor que san Pablo, para ganarlos a todos.

Basta esta razón para convencernos, pero os indicaré además una que nos toca muy de cerca: que la
uniformidad engendra la unión en la compañía, que es el cemento que nos une, la belleza que nos hace
amables y [así] podamos arrastrar a los demás.

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San Vicente de Paul

Por el contrario, si quitáis de entre nosotros esa uniformidad que produce la semejanza, quitáis de allí
el amor. Donde hay espíritus que se singularizan, allí hay almas divididas. Los que se singularizan en
el vestir, o en el comer, o en las demás necesidades comunes, resultan molestos a los que siguen la
comunidad. ¤ (Cf. Op.cit., nn. 904-905, 906a, 907-909a, 912a, 913-914).

Oración final. Te pedimos, Dios nuestro, que nos hagas a todos, lo mismo que a los primeros
cristianos, un solo corazón y una sola alma. Concédenos la gracia de que no tengamos dos corazones
ni dos almas, sino un solo corazón y una sola alma, que informen y uniformen a toda la comunidad;
quítanos nuestros corazones particulares y nuestras almas particulares que se apartan de la unidad;
quítanos nuestro obrar particular, cuando no esté en conformidad con el obrar común.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA OCTAVO
Sobre la necesidad de soportar a los demás

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Después de haber hablado varios de la compañía, el padre Vicente concluyó diciendo que había
quedado muy edificado por lo que acababan de decir los que habían hablado sobre este tema. Se ha
dicho muy bien que esta paciencia es en una congregación algo así como los nervios en el cuerpo
humano.

En efecto, donde no se soportan los individuos de una casa o de una comunidad, ¿verdad que sólo se
aprecia un gran desorden?. Nuestro Señor supo soportar a san Pedro, a pesar de haber cometido
aquel pecado tan infame de renegar de su Maestro. Y a san Pablo, ¿no lo soportó también nuestro
Señor? ¿Se encontrará en alguna parte a un hombre que sea perfecto y sin defecto alguno, y al que no
tengan que soportar los demás? ¿Se encontrará en alguna parte algún superior que carezca de
defectos, y al que nunca tengan necesidad de soportar sus súbditos? ¡Ojalá hubiera alguno! Pero me
atreveré a decir más: el hombre está hecho de tal manera que muchas veces no tiene más remedio que
soportarse a sí mismo, ya que es cierto que esta virtud de saber soportar es necesaria a todos los
hombres, incluso para ejercerla con uno mismo, a quien a veces cuesta tanto soportar.

¿En qué hemos de soportar a nuestros hermanos? En todas las cosas: soportar su mal humor, su
manera de obrar, de actuar, etc., que no nos gusta, que nos desagrada. Hay personas de tan mal
carácter que todo les disgusta y que no pueden soportar la más mínima cosa que vaya en contra de su
humor o de su capricho.

El bienaventurado obispo de Ginebra decía que le había sido más fácil sujetarse a la voluntad de cien
personas que sujetar a una sola de ellas a la propia voluntad. (Cf. Op. cit., nn. 552-554).

Oración final. Salvador nuestro: ¿te veremos practicar la mansedumbre tan incomparablemente con
los criminales, sin hacernos mansos nosotros? ¿No nos sentiremos impresionados por los ejemplos y
enseñanzas que encontramos en tu escuela?

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, haznos en esto semejantes a ti. Amén.

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San Vicente de Paul
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

DÍA NOVENO
Sobre la caridad con el prójimo

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Esta caridad es de obligación; es un precepto divino que abarca otros. Todos saben que en el amor de
Dios y del prójimo están comprendidos toda la ley y los profetas. Todo se condensa en ellos; todo se
dirige ahí; y este amor tiene tanta fuerza y primacía que el que lo posee cumple las leyes de Dios, ya
que todas se refieren a este amor, y este amor es el que nos hace hacer todo lo que Dios pide de
nosotros. Pues bien, esto no se refiere únicamente al amor a Dios, sino a la caridad con el prójimo;
esto es tan grande que el entendimiento humano no lo puede comprender; es menester que nos eleven
las luces de lo alto para hacernos ver la altura y la profundidad, la anchura y la excelencia de este
amor.

¿Cuál es su primer acto? ¿Qué produce en el corazón que está animado por ella? ¿Qué es lo que sale
de él, y lo que no sale del corazón de un hombre que esta privado de ese amor y no tiene más que
movimientos animales? Hacer a los demás lo que razonablemente querríamos que nos hicieran a
nosotros; en esto consiste el quid (la clave) de la caridad.

¿Es verdad que yo le hago al prójimo lo que deseo de él? ¡Es un examen muy serio el que tenemos que
hacer! Pero, ¿cuántos misioneros hay que tengan al menos esta disposición interior?

¡Dios mío! ¿Donde están? Se encontrarán muchos como yo que no se preocupan de dar a los demás lo
que les gustaría recibir de ellos; y si no existe este afecto, no hay caridad; pues la caridad hace que le
hagamos al prójimo el bien que con justicia se puede esperar de un amigo fiel.

El que tiene este afecto y este cariño al prójimo, ¿podrá hablar mal de él? ¿podrá hacer algo que le
disguste? Si tiene estos sentimientos en el corazón, ¿podrá ver a su hermano y a su amigo sin
demostrarle su amor?

De la abundancia del corazón habla la boca; de ordinario, las acciones exteriores son un testimonio
de lo interior; los que tienen verdadera caridad por dentro, la demuestran por fuera. Es propio del
fuego iluminar y calentar, y es propio del amor respetar y complacer a la persona amada.

¡Hemos sentido alguna vez cierta falta de estima y de afecto a algunas personas? ¿No nos hemos
entretenido más o menos en pensar a veces contra ellas? Si es así, es que no tenemos esa caridad que
expulsa los primeros sentimientos de menosprecio y la semilla de la antipatía; pues, si tuviéramos esa
divina virtud, que es una participación del Sol de justicia, disiparía esos vahos de nuestra corrupción y
nos haría ver lo que hay de bueno y de hermoso en nuestro prójimo, para honrarlo y quererlo.

El segundo acto de la caridad consiste en no contradecir a nadie. Estamos juntos; se habla de algo
bueno; uno dice lo que le parece y otro le replica indiscretamente: «No es así; usted no me lo sabría
demostrar». Hacer esto es herir al que contradecimos; si él no es humilde, querrá sostener su opinión,
y ya está la discusión que acabará matando la caridad.

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San Vicente de Paul
No ganaré nunca a mi hermano contradiciéndole, sino aceptando buenamente en nuestro Señor lo que
él propone; quizás tenga razón, y yo no; él quiere contribuir a mantener una conversación amable, y
yo me empeño en convertirla en disputa; lo que dice, lo dice en un sentido que, si yo lo supiese, lo
aprobaría.

¡Fuera, pues la contradicción que divide los corazones! Evitémosla como una fiebre que quita la razón,
como una peste que lleva consigo la desolación, como un demonio que destruye las más santas
congregaciones; elevémonos a Dios con frecuencia, y sobre todo cuando tengamos ocasión de entrar
en los sentimientos del otro, para que nos conceda la gracia de obrar así, en vez de contradecirles y
entristecerlos; ellos dicen buenamente lo que piensan, aceptemos también nosotros buenamente lo que
dicen. (Cf. Op. cit., nn. 928, 933b, 935b, 938).

Oración final. ¡Oh Salvador, que viniste a traernos esta ley de amar al prójimo como a sí mismo, que
tan perfectamente la practicaste entre los hombres, no sólo a su manera, sino de una manera
incomparable! Sé tú, Señor, nuestro agradecimiento por habernos llamado a este estado de vida de
estar continuamente amando al prójimo. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

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