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El amor intangible*, de René Avilés Fabila, es el amor. Así de simple.

Mucho se ha escrito, desde el terreno de la sociología, sobre la transición de las


relaciones amorosas y sociales, a partir del desarrollo de las tecnologías. Pero
el amor ha sido siempre lo mismo, según demuestran los Amantes Fósiles,
enredados en un abrazo que 6 mil años no consiguieron deshacer. Creo que
fue en un libro del doctor Federico Ortiz Quezada donde leí que la Internet
marca el retorno del amor cortés y, en efecto, existe más de un paralelismo
entre ambos, para empezar, el que los “amantes” interactúen a través de un
protocolo preestablecido y que el contacto carnal sea, a fin de cuentas, lo
menos importante. Tanto en el amor cortés como en el amor por Internet, se
ama no a un sujeto sino a un ideal. Para Dante, por ejemplo, el amor era tan
intangible como para el inolvidable narrador protagonista de la nueva novela
de RAF. La variante es que la construcción a la que obliga el cibesperacio es
doble: idealizamos no sólo al ente, también a su aspecto. Y siempre esperamos
que sean tan hermosos como los sujetos de adoración de aquellos trovadores.
Y la idealización es tan antigua como el correo, cuando se noviaba por
correspondencia o un trovador fungía como intermediario de una pareja
dividida por la adversidad.

El protagonista de El amor intangible no es, como pudiera pensarse, un


adolescente, sino un solterón atractivo, digamos, estilo George Clooney –la
lectora tiene el mismo derecho a idealizar que el héroe- y que en teoría no
tendría por qué agazaparse tras una pantalla, a juzgar por su éxito con las
mujeres. Huelga decir que no es él quien busca amor, sino él quien es buscado
por el amor. No una, sino dos veces. Primero una novia de la adolescencia que,
acaso aburrida de un matrimonio rutinario, lo busca por este medio famoso por
restituir relaciones del pasado. De entrada nuestro héroe ni siquiera se acuerda
bien de Claudia, pero poco a poco su memoria lo manda de vuelta a los dulces
dieciséis (o diecisiete, no especifica bien). Claudia, en efecto, está aburrida del
sexo doméstico y el aburrimiento es ruta directa de acceso a la nostalgia. El
guapo solterón encuentra atractiva la posibilidad de aliviar el tedio conyugal de
su ex noviecita y literalmente vuela a sus brazos. Mujercita convencional,
después de todo -la Internet no cancela sino que exacerba los lugares
comunes- Claudia no tardará en exigir demasiado del ex novio que sólo
buscaba un acostón, aunque, digno émulo de Casanova, éste no incurre en la
bestialidad de decirlo así de claro sino que se va por las ramas. Nuestro héroe
no se atreve a romper en un tris tras con este amor de lejos (usted complete la
rima) y espera a que, consumida por la desesperación, Claudia tome la
iniciativa de mandarlo a los confines del ciberespacio. Es en medio de todo
este alucine –todo ha tenido lugar en una pantalla- que aparecen en el buzón
del solterón correos de mujeres desconocidas, enteradas acaso de sus dotes
amatorias por conducto de la indiscreta Claudia. Una de ellas, Fátima, la más
incorpórea, las más, digamos, espiritual, es la que se le mete en el corazón al
ciberamante.

El otoñal galán, por supuesto, procura no tomárselo tan a pecho. Pero la tal
Fátima es insistente y, por si fuera poco, goza de una virtud harto seductora en
una mujer, sobre todo si no se la tiene en carne y hueso: inteligencia.
Inteligencia, hay que señalar, acompañada de agudeza y sensibilidad. Mezcla
absolutamente irresistible para nuestro héroe que queda enganchado a las
palabras de su interlocutora. Nunca se les ocurre, claro, interponer una web
cam entre su coloquio y su fantasía. Optan, en cambio, por una luna de miel
virtual que los colma espiritualmente… y un poco, ¿por qué no?, sexualmente.
En un tris, el guapo solterón se integra a esa comunidad de inadaptados del
mundo real… pero la cosa, claro, no termina ahí. RAF nos tiene reservadas
varias sorpresas que no pretendo ventilar en este espacio. De entrada, nos
hace ver que esta modalidad suscrita a las tecnologías de fin del milenio,
resucitan, acaso sin proponérselo, el intercambio epistolar decimonónico. No su
esencia pero sí como actividad rutinaria. Existe, entre una circunstancia y otra,
algunas divergencias: en tiempos del correo postal, los romances virtuales se
efectuaban con mucha más pompa y ceremonia. El de la iniciativa no se
enteraba si sus palabras habían dado en el blanco hasta varias semanas o
meses después –dependiendo las distancias-, y no era raro que obtuviera
respuesta (perfumada, casi siempre) justo cuando iniciaba su trayecto hacia el
desánimo. Y es que el correspondiente solía demorarse por el cuidado que
ponía en la escritura de sus cartas, desde ensayar su mejor letra, hasta
emplear la sintaxis más correcta posible y, posteriormente, elegir la fragancia
que reflejara su sentimiento. Supongo que, a lo largo del intercambio, los
formulismos irían disminuyendo… empezando por romper el hielo que se
marcaba con la transición del “usted” al “tú”.

Ahora se ahorra uno todo ese preámbulo. Uno sabe si sus palabras hallaron
buen puerto casi en el acto… cuando mucho, en un par de días. Y en un solo
día, tras el paulatino desnudamiento de las almas –que puede llevar apenas
algunas horas, como en el caso de los personajes que nos ocupan- una pareja
puede consolidarse o desbaratarse. Respecto a esto último, RAF nos hace ver
hasta qué punto una palabra mal colocada, mal dicha o una oración construida
al vapor, puede dar al traste con la ilusión del momento. Esa es, precisamente,
la desventaja del ciberromance: su enorme potencialidad para el mal
entendido, que es justo lo que le ocurre a nuestro héroe con Claudia… y a
punto de ocurrirle con Fátima.
La Internet se transforma en una especie de caja de Pandora para el
protagonista de El amor intangible: le devuelve a la novia de su adolescencia,
lo coloca a merced de una alucinante seductora llamada Marlén –bellísima,
adinerada y una tigresa en la cama, de esa clase de diosas carnales a las que
RAF es tan afecto- y le brinda la oportunidad de conocer al posible amor de su
vida en la persona de Fátima… si lo toma o no… si es tomado o no, corre a
cuenta del lector descubrirlo. Lo único que puedo afirmar es que se trata de
una novela llena de acción, humor, sabiduría y erotismo, propios de la
literatura de RAF… con el plus de una reflexión apasionante sobre las
relaciones humanas de la época actual y el poder afrodisíaco de las palabras.
Le diría a René exactamente lo mismo que Fátima a su ciberamante, que ha
escrito un relato sobre el amor virtual: “(…) Usted con el cuento le da al
ciberespacio un encanto que la vulgaridad quiere robarle (…)”

* El amor intangible, de René Avilés Fabila. Axial, Tinta nueva, México, 2008.

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