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miércoles 30 de septiembre de 2009/09:05:00 PM
El nuevo techo de América Latina
Una organización de origen chileno que ayuda a la gente en situación de pobreza ya está en 15 países, incluido Colombia. De las
más de 42.000 viviendas de emergencia que han construido, 1.149 están ubicadas en el país.
Por Jorge English
El gerente general de Un Techo para Chile, Juan Pedro Pinochet, no usa corbata y su oficina es de una
sencillez franciscana. Y el capellán de la fundación, el jesuita Felipe Berríos, suele andar con los zapatos
embarrados. Genio y figura, alma y corazón. Ambos son los pilares de una institución que se dedica a levantar
casas de emergencia de sólo 18 metros cuadrados en 15 países de América Latina, para ayudar a que los
pobres salgan de su marginalidad. Ya han construido 42.000 y dicen que es solo el principio.
Un Techo para Chile y Un Techo para mi País –este último, nombre con el que han impulsado su
internacionalización– han crecido tanto en tan poco tiempo que necesitan más dinero que nunca para seguir
construyendo. Su requerimiento de recursos impulsó a Un Techo para mi País a establecerse en EE.UU.
Desde el año pasado, un equipo chileno-uruguayo viaja cada mes para tejer una red de contactos con
empresarios y medios de comunicación de la comunidad hispana residente.
Pinochet reconoce que sería pintoresco que la intención fuera empezar a montar viviendas de emergencia para
pobres estadounidenses. No. La idea es otra. Consiste en mostrar que existe este proyecto, que tiene vocación
global y conseguir parte de los preciados dólares que le permitan seguir operando. “Este año queremos realizar
un evento artístico cultural para mostrarse entre los empresarios estadounidenses”, dice. Las corporaciones
son una fuente de financiamiento vital, complementadas por las donaciones de personas comunes y corrientes.
En este caso, desean ser parte del círculo que reúne a empresarios con vocación social de EE.UU., y para eso,
lo mejor es estar físicamente cerca de ellos.
Pero no es la única idea. Por ejemplo, quieren convencer a las instituciones financieras que participan en el
negocio de las remesas que envía la comunidad latina a sus países de origen, para que cedan a Un Techo
para mi País una pequeñísima porción de las ganancias que genera esta actividad.

Los cimientos
Que quede claro: esta ONG trabaja con pocos recursos. ¡Ni siquiera es dueña del lugar que acoge su oficina
central!, unos cuantos metros cuadrados dentro de un instituto de educación técnica perteneciente a los
jesuitas, orden religiosa de la que depende. Aunque no lo crea, Un Techo para mi País carece de un techo
propio.
La casa matriz está ubicada en la zona sur de Santiago de Chile, en un sector formado básicamente por barrios
modestos, lo que resulta coherente con la labor que realiza. Su foco o misión es erradicar los asentamientos
humanos irregulares y dar soluciones habitacionales a las familias que viven en esas condiciones deplorables.
Por esta meta cruzó fronteras y se convirtió en una marca internacional.
La primera piedra de esta gesta contra la marginalidad se puso en una localidad distante 600 kilómetros de
Santiago, Curanilahue, ligada históricamente a la minería del carbón. Durante una visita a la ciudad por labores
pastorales en 1995, a Felipe Berríos se le ocurrió erigir una pequeña capilla aprovechando la estructura de una
mediagua, nombre con el que se conoce en Chile a una construcción básica de madera. La capilla se hizo, y de
paso inspiró al sacerdote para tiempo después convocar a un grupo de estudiantes universitarios a viajar a la
misma ciudad, esta vez con la intención de construir 350 viviendas de emergencia a familias de la localidad.
Todo salió bien y generó el deseo de seguir efectuando acciones de choque contra la pobreza. Fue cuando los
obispos chilenos le pidieron a Berríos que replicara la idea, ahora pensando en el Jubileo: la conmemoración
de los 2000 años del nacimiento de Jesús. O si prefiere, la llegada del 2000. La idea fue construir igual número
de mediaguas en diferentes partes de Chile. Era 1997.
Poco a poco, los pilares de la futura fundación iban tomando forma y volumen. “De pronto, esta cuestión
empezó a crecer, a manejar varios millones de dólares, a facturar; hubo que tener auditorías. Cuando hay que
hacer contratos grandes, manejar personal permanente, el asunto es más complejo”, recuerda Berríos. “Los
medios de comunicación tomaban mal que un joven estuviera a cargo un año y otro al siguiente. Hubo que
tener alguien más estable”.
El elegido fue Pinochet. Ex gerente general de Parmalat Chile, ejecutivo del sector financiero por años, este
administrador público poseía una cualidad adicional en su fuerte compromiso social, uno que lo llevó a
renunciar a remuneraciones varias veces superiores y a la exposición que dan las grandes empresas para dar
forma y dirigir este proyecto. Llegó en 1999 con la intención de estar un año. Han pasado 10 años y 42.000
casas construidas en 15 países, y sigue al frente, pues se enamoró tanto de su labor que nunca se marchó.

Los muros
Ese modelo consiste en congregar a jóvenes voluntarios, universitarios en su mayoría, para que construyan las
casas. Un Techo para mi País los lleva hasta campamentos previamente auscultados en su realidad de
extrema pobreza y en dos jornadas levantan las mediaguas. Para los beneficiados, el cambio es gigantesco: de
las latas y el cartón a una vivienda que, aunque muy básica, ofrece una dignidad extrañada por años.
Las casitas llegan desarmadas en las camionetas de la fundación. Y aunque los voluntarios podrían hacer el
trabajo de ensamblarlas en un día, la idea es que se tarden dos: ¿por qué? Porque los jóvenes voluntarios
provienen de familias que han disfrutado muchas más oportunidades y la construcción de estas casas ofrece
una posibilidad única para que miren con sus propios ojos y toquen con sus propias manos el otro extremo de
la curva, la parte más baja de la pirámide. Esa es la única forma de entender lo que se está haciendo.
Pero esta organización no se trata solo de voluntariado. A un grupo de 120 personas repartidas por 15 países,
se suma una buena gestión, alianzas estratégicas con multinacionales como Chevron, Lan y Deloitte (a cargo
de auditar a la entidad), y mucha conciencia de la importancia del marketing y los medios de comunicación.
Sin embargo, hasta el 2005 Un Techo para mi País no existía legalmente. Carecía de una personalidad
jurídica, y a pesar de todo actuaba utilizando para lo que fuese necesario a las instituciones de la Compañía de
Jesús. “Primero pusimos el sueño, luego la visión y después ordenamos la casa”, explica Pinochet.
Para cuando finalmente hicieron el trámite legal y se convirtieron en una fundación sin fines de lucro, la
organización ya había metido mucho ruido, socialmente estaba más que validada y hacía rato que había
traspasado las fronteras chilenas.
Sucedió en el 2001, cuando un terremoto en El Salvador la lleva a Centroamérica, empujada por el entusiasmo
de un salvadoreño que había sido voluntario del movimiento en Chile. Otro sismo en Perú ese mismo año los
llevó para ayudar en las labores de reconstrucción. En ambos casos se quedaron y hoy son de los países
donde el concepto está más arraigado. Y así lo que nació como Un Techo para Chile se transformó en Un
Techo para mi País.
En el 2003 iniciaron actividades en México, Colombia, Ecuador, Argentina y Uruguay. Al siguiente año se
instalaron en Guatemala y en el 2006, en Brasil y Costa Rica. En el 2008 fue el turno de Nicaragua, República
Dominicana y Paraguay, y este año abrirán en Bolivia.
Berríos afirma que quieren terminar con los campamentos en Chile en el 2010. Suena ambicioso, pero el
sacerdote confía en que se logrará. En 1997 había alrededor de 130.000 hogares viviendo en campamentos.
Actualmente, la cifra está en un rango entre las 20.000 y las 28.000 familias. Las grandes aglomeraciones
marginales de antaño están en extinción y lo que queda son núcleos cada vez más pequeños, perfectamente
identificados. “Llegará un momento en que el campamento pasará a ser un rebrote”, dice Berríos como si
hablase de una enfermedad. “Dejará de ser un problema estructural”.
Con la tarea hecha en Chile, viene el segundo objetivo: expandirse a toda la región. También les falta poco.

Tres etapas contra la marginalidad


En todos los países donde ha llegado Un Techo para mi País, el común denominador es la casa de
emergencia. Cualquiera sea el lugar, se construye siguiendo un mismo patrón, pero con algunas adaptaciones.
Felipe Berríos cuenta que en Colombia y El Salvador, por ejemplo, algunas son de lata, en lugar de madera.
“La vivienda de emergencia es clave en nuestra labor”, dice.
Al recibir una casa y participar en la construcción de su nuevo hogar, la gente adquiere confianza y empieza a
formalizarse. Las familias aportan el 10% de su valor, y esa condición que se les impone es otra de las claves
del proyecto, porque cuando las cosas son de regalo el sentimiento hacia ellas es menor”.
La vivienda provisional sólo es la punta de lanza de una labor más profunda. Trabajan en la habilitación social.
En cada país se adoptan estrategias de acuerdo con la realidad nacional. En el caso chileno, por ejemplo,
implica educación, capacitación en oficios, crear redes de apoyo o programas de microcréditos destinados a
financiar emprendimientos, entre otros.
Luego viene la casa definitiva. La organización asesora a las familias en su proceso de postulación y se
encarga de buscar terrenos propicios y en barrios bien ubicados para la ejecución de proyectos inmobiliarios de
vivienda social. El resultado son casas propias de 60 metros cuadrados, ampliables, que vienen con todo lo
básico, como baño y cocina.

La labor en Colombia
Un Techo para mi País está en Colombia desde el 2005 y desde ese año hasta hoy ha construido 1.149 casas
de emergencia en Bogotá, Cartagena, Barranquilla, Medellín, Cali y Manizales trabajando con jóvenes
voluntarios. En Cartagena, por ejemplo, están en los barrios marginales Pantano de Vargas y Fredonia, y en
Bogotá, en Altos de Cazuca.
“En una situación de emergencia, como un deslizamiento o una inundación, vamos a los barrios más pobres,
donde la gente vive en cambuches, y los reemplazamos por una vivienda de dos espacios, de 18 metros
cuadrados, hecha con paredes de madera inmunizada”, dice Camilo Garcés, director de esta organización en
Colombia.
Insiste en que es una solución temporal para un problema que requiere una respuesta inmediata y en que
después viene un trabajo con la comunidad en temas de salud, educación y microcrédito para permitir que
traten de salir de la marginalidad.
Para que haya una mayor apropiación de la vivienda, se le cobra a cada familia $210.000, suma que se puede
pagar en varias cuotas y que es menos del 10% de lo que cuestan los materiales ($3,3 millones). La
financiación de este programa la obtienen con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y con empresas
privadas como Chevron, TCC, entre otras.

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