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toda la filosofía de Spinoza trata de Dios, el tema en el que ahora nos cen-
tramos.
Dios
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interminable; en pocas palabras, que no hay nada que no pueda ser cono-
cido- aunque no necesariamente lo conozcamos todo.
El concepto que tiene Spinoza de Dios, o de la Naturaleza, tiene esto en
común con las nociones más pedestres de la divinidad: Dios es la causa de
todas las cosas. De todos modos, como Spinoza se apresura a añadir, Dios
"es la causa inmanente de las cosas, no su causa transitiva". Una "causa
transitiva" es exterior a su efecto. Un relojero, por ejemplo, es la causa tran-
sitiva de su reloj. Una causa "inmanente" está de algún modo "dentro" o
"junto a" aquello que causa. La naturaleza de un círculo, por ejemplo, es la
causa inmanente de su redondez. Lo que afirma Spinoza es que Dios no está
p fuera del mundo y lo crea; no, Dios existe en el mundo y subsiste junto con
P aquello que crea: "Todas las cosas, digo, están en Dios y se mueven en Dios".
h Dicho de una forma sencilla: el Dios de Spinoza es un Dios inmanente.
Spinoza también se refiere a su "Dios, o Naturaleza" con la palabra
h
"Sustancia". Una sustancia es, hablando de un modo muy general, aquello
P sobre lo que los" atributos" -las propiedades que hacen que una cosa sea
n
p lo que es- se posan. Para eludir el lenguaje críptico de la metafísica aristo-
télica y medieval, podemos pensar en una sustancia como en aquello que es
"verdaderamente real", o como el último constituyente de la realidad. Lo
más importante de ser una sustancia es que ninguna sustancia puede redu-
cirse a ser el atributo de ninguna otra sustancia (que sería, en este caso, la
"verdadera" sustancia). La sustancia es el lugar donde se acaba la excava-
ción, donde toda indagación llega a su fin.
Antes de Spinoza se daba generalmente por supuesto que hay muchas
sustancias de estas en el mundo. Mediante una cadena de definiciones,
axiomas y pruebas, sin embargo, Spinoza pretende demostrar de una vez
por todas que de hecho solamente puede haber una Sustancia en el mundo.
Esta Sustancia única tiene "infinitos atributos" y es, en realidad, Dios. Leib-
niz lo sintetiza fielmente: Según Spinoza, escribe, "sólo Dios es una sustan-
cia, o un ser que subsiste por sí mismo, un ser que puede ser concebido por
sí mismo".
Según Spinoza, además, todo lo que hay en el mundo es meramente un
"modo" de un atributo de esta Sustancia, o Dios. "Modo" es simplemente
la forma latina de decir "manera", y los modos de Dios son simplemente las
maneras en que la Sustancia (es decir, Dios, o la Naturaleza) manifiestan su
esencia eterna. Una vez más, Leibniz da en el clavo en su anotación sobre la
discusión con Tschirnhaus: "Todas las criaturas son solamente modos".
En este punto, lo más normal sería experimentar alguna dificultad a la
hora de respirar, y no solamente debido al elevado nivel de abstracción del
pensamiento de Spinoza. El mensaje más bien inquietante del filósofo es
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que cada cosa de este mundo ---cada ser humano, cada pensamiento o idea,
cada hecho histórico, el planeta Tierra, las estrellas, las galaxias, todos los
espacios que se extienden entre ellas, el desayuno de esta mañana, e inclu-
so este libro-- no es, en cierto modo, más que otra forma de pronunciar la
palabra Dios. El ser-en-sí, en cierto modo, es la nueva divinidad. No hay
que extrañarse, por tanto, de que el poeta alemán Novalis tachase a Spinoza
de ser "un hombre ebrio de Dios". Hegel-que era muy aficionado a este
tipo de metáforas- decía que, para filosofar, "uno tiene primero que sabo-
rear el éter de esta única sustancia". Posiblemente fue Nietzsche quien más
se aproximó al espíritu de Spinoza cuando dijo que el filósofo "deificaba el
Todo y la Vida para encontrar la paz y la felicidad frente a ella".
Spinoza deduce muchas cosas de su concepto de Dios, pero una de ellas
en particular merece que le prestemos atención por el lugar central que ocu-
pa en las controversias posteriores. En el mundo de Spinoza, todo lo que su-
cede, sucede necesariamente. Una de las proposiciones más conocidas de la
Ética es "Las cosas no podrían haber sido producidas por Dios de ninguna
manera o en ningún otro orden que el efectivamente existente". Esta es una
inferencia lógica de la proposición según la cual la relación de Dios con el
mundo es como la de una esencia con sus propiedades: Dios no puede deci-
dir un día hacer las cosas de un modo distinto, del mismo modo que un cír-
culo no puede elegir no ser redondo, o una montaña renunciar al valle que
se forma en su ladera. A veces nos referimos al punto de vista según el cual
hay un aspecto "necesario" en las cosas con el inapropiado nombre de "de-
terminismo".
Spinoza admite, por supuesto, que en el mundo que nos rodea hay mu-
chas cosas que parecen contingentes --o meramente posibles y no necesa-
rias. Es decir, parece que las cosas no tienen por qué ser de la forma que son:
la Tierra podría no haberse formado; este libro podría no haber sido publi-
cado; etcétera. De hecho, Spinoza dice explícitamente que cada cosa particu-
lar del mundo es contingente cuando la consideramos exclusivamente con
respecto a su propia naturaleza. En términos técnicos, dice que la "existen-
cia" no pertenece a la esencia de nada -exceptuando a Dios. Así, a deter-
minado nivel, Spinoza representa exactamente lo contrario de la habitual
caricatura del determinista como reduccionista, pues, de acuerdo con su
forma de pensar, nosotros los seres humanos no estamos nunca en condicio-
nes de entender la completa y específica cadena causal que confiere a cada
cosa individual su carácter necesario; por consiguiente, nunca estaremos en
condiciones de reducir todos los fenómenos a un conjunto finito de causas
inteligibles, y a nosotros, en cierto modo, todas las cosas tienen que parecer-
nos siempre radicalmente libres. (En este sentido, por cierto, deberíamos
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