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Myriam Teresa Cárdenas posee el útero más violeta del cosmos. Gestó nueve meses
de sensaciones al azar para dar vida a un pedacito de mujer que camina por la
calle, la puedes ver a veces, pero pocas veces entenderla.
Esa mujer de poder fecundo y seguridad implacable es mi madre. Sí, lo digo con
orgullo, lo contaría en canciones, lo escribiría en poemas, lo pintaría de
colores y seguiría siendo mi mérito propio. Mi madre, es la mujer que más brillo
genera en mis ojos, ha cargado penas ajenas, y ha navegado en océanos de
problemas, pero es Mía, Soy de Ella, Somos y Fuimos un cuerpo.
Para cuando sus sueños dejaron de ser sueños por pasar a ser realidad, mi madre
estaba trabajando, en un cultivo de flores haciendo la contabilidad. Imaginemos
la situación, Mayo de 1992. Una señora anciana con sabiduría lívida y resabios
de tierra con olor a cultivos, le pregunta a mi madre si estaba embarazada, sus
ojos que no dejaron pasar los años lo notaron, y dieron la primera alerta, la
primera mancha de duda en los pensamientos; mi madre no niega pero tampoco
acepta, no lo entiende. No todos los días te ven a la cara y te preguntan si has
gestado vida en los últimos días, mi madre sale a su matutina hora de almuerzo,
hace un frío que te hiela los huesos, se dirige a un teléfono público y llama a
su madre. La mancha de duda se hacía más grande. Una prueba de embarazo. Un
Positivo. Una vida dentro de ella. Madre como te quiero.
Papá estaba de viaje como su trabajo mandaba, mi madre lo llama. ¡SORPRESA! Papá
no lo cree, su alegría supongo, fue del tamaño de la placenta de la madre
tierra: Un océano entero. Al llegar de viaje trae un regalo consigo, los
primeros zapatos que mis pies pequeños y frágiles calzarían antes de comenzar a
dar pasos sobre la vida que anticipo, resultó bastante extraña, violeta pero
ante todo Feliz.
Recuerdo con claridad una foto de mi madre con un vientre de nombre Geraldine.
Ella viste con un overol naranja pastel y buso cuello tortuga, su cara es muy
bella, esa expresión la llevo marcada en la memoria y cuando veo algo
extinguiéndose en sus pupilas recuerdo esa expresión. Mi padre viajaba mucho,
así que su embarazo supongo, fue solitario. Sus comidas eran lo que yo le
trasmitía por un cordón umbilical, que para mí debía ser cómo el cable que
conecta los audífonos a tu aparato de audio, una conexión para prender la
música, subir el volumen y apagar el ruido de la calle y la cotidianidad. Mi
madre conversaba con migo, probablemente pasábamos horas largas caminando, o
viendo tele, las dos, Ella en su overol naranja pastel y yo, anticipándome al
mundo a través de la traslucidez de su vientre. Cuánto tiempo pasábamos! Lamento
que mi cuarto no sea un vientre, porque ya no hablamos tanto, pero si vemos
tele, o salimos a caminar.
16 de Diciembre de 1992. 4:35 am. Mamá está camino al hospital porque estando
sentada, empecé a patear con fuerza y a romper sus tejidos y a desgarrarla en
dolor. Gracias Madre, una vez más, Como te quiero!
Ésta historia comienza con mi madre, y es justo que termine con ella.
Tiene poco más de 40 años y conserva la alegría de una niña jugando con muñecas,
aún me da la comida que le pido, y me cocina cada capricho que se me ocurre en
el paladar, me cose la prenda de vestir que me imagino, es mi modista, mi
cocinera, mi ayudante en la madrugada antes de la entrega cuando aún me faltan
los árboles para la maqueta, mi enfermera cuando la migraña de herencia me
aturde la cabeza, es mi banco cuando no tengo dinero y Mi Madre para hacer de
mis caprichos sus sonrisas y de lo que soy el mérito para mirar atrás y no
arrepentirse de nada, ver atrás y a pesar de las dificultades y las culpas
ajenas en la espalda ver lo que soy, sin tu vientre violeta, el más violeta del
cosmos, no tendría la visión sensible y extraña que tengo sobre las cosas, si
las primeras sensaciones que conocí desde que fui ovulo espermatizado, no
hubieran sido tan bellas madre, no tendría mi aura violeta. Por tercera vez,
pero no última, Gracias Madre. Como te quiero!