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Vladimir Jankélévitch
Curso de filosofía moral
Universidad libre de Bruselas
1962-1963
Vladimir Jankélévitch
Compilación, anotaciones y prefacio de Françoise Schwab
Traducción de María Tabuyo y Agustín López
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Título original
Cours de philosophie morale.
Université libre de Bruxelles 1962-1963
Traducción
María Tabuyo y Agustín López
www.sextopiso.com
Diseño
Estudio Joaquín Gallego
ISBN: 978-84-96867-60-4
Depósito legal: M-6207-2010
Impreso en España
Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro,
Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su préstamo público en Bibliotecas
Públicas, de acuerdo a lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual
.
ÍNDICE
12
Jankélévitch no considera nunca el mundo tal como es
cuando el hombre no lo ve: se coloca en el punto de vista de la
conciencia humana, pues lo sensible no significa más de lo que
es. Si el conocedor percibe en él a un hombre familiarizado con
los Padres de la Iglesia, los místicos, Bergson, Pascal (lecturas
que han alimentado esencialmente su pensamiento antes de la
guerra), menos son los que conocen su interés por el judaísmo.
Y sin embargo expresó en hermosas páginas «su fidelidad le-
jana pero nunca olvidada como origen, a su condición de judío
que tantos dolores comporta», según la pertinente fórmula
de su amigo Jacques Madaule. Su libro Sources testimonia este
interés profundo por el judaísmo.
Su obra ha abordado todos los temas. Temas a los que él in-
tentaba siempre aproximarse tanto como fuera posible. Porque
para él nada estaba jamás clasificado, el inclasificable filósofo
ha edificado así una obra inclasificable.
13
la enseñanza amplificada de una filosofía viva y vivida que en-
señe a los estudiantes a afrontar los principales problemas que
preocupan al ser humano. Consideraba que hombres forma-
dos en «el arte y el método de pensar por ellos mismos» se-
rían «una garantía contra las desviaciones o los errores de las
ideologías».
14
PRIMERA PARTE DEL CURSO
Plan*
a Tríada del hombre bueno, bello y feliz en el Gorgias, 497c-d: «¿Los bue-
nos, según tú, no son buenos por la presencia del bien, lo mismo que lo
son los bellos por la presencia de la belleza?». Teoría de la expiación en
Para Aristóteles, el kalon es lo que es bello y loable, opuesto
a aiskhros, lo que es feo y vergonzoso.5
Cicerón traduce esta noción de kalon por honestum, que es
a la vez bello y bueno.a
Conclusión: se puede deducir de estos ejemplos que hay
coincidencia entre la cualidad moral y la cualidad física. Los
griegos no conciben un alma fea en un cuerpo bello; para
ellos la virtud se presenta siempre bajo una forma ventajosa.
Agathos significa «bueno», pero también «noble, próspero y
que provoca admiración».
Para los griegos, la prosperidad acompaña de forma com-
pletamente natural a los hombres virtuosos (el éxito de los
malvados es una idea que sólo nace con el cristianismo). De
esta concepción optimista, resulta que la dicha, eudemonía, es
la consagración de la armonía entre lo bello y lo bueno. Para
Aristóteles, el éxito es la coronación natural de la virtud.
En resumen, es imposible ser bueno sin parecer bueno;
para los griegos, la apariencia coincide, pues, con la esencia; la
vida del sabio será una vida buena y bella, una obra de arte.
La necesidad de elección, que es la definición del pesi-
mismo moderno según el filósofo danés Kierkegaard,b 6 no se
les presenta a los griegos. Teniendo esto en cuenta, se estaría
tentado de pensar que los griegos eran optimistas.
Ahora bien, ¿qué es el optimismo? Es una lucha y una vic-
toria sobre la desarmonía, sobre el pesimismo. El optimismo
es una idea moderna.
el Gorgias, 478c-d: «En efecto, el castigo hace más sabio y más justo, y la
justicia es como la medicina de la maldad».
a Cicerón, «Las nociones morales»: «Pido también, a este hombre hones-
to, resuelto a soportar todas las torturas, dejarse desgarrar por dolores
intolerables antes que traicionar su deber o su fe» (Cicerón, Primeras aca-
démicas, VII, 23, citado en Les Stoïciens, Gallimard, 1962, pág. 199).
b Desde sus primeros escritos, Jankélévitch se interesa por Sören Kierke-
gaard (1813-1855). Por su título L’Alternative [La alternativa], Jankélévitch
hace alusión a la obra de Kierkegaard titulada en danés Enten-Eller (1843),
que se puede traducir por «O bien… o bien», o por «La alternativa», o
también, por ejemplo, por «Una de dos».
18
Leibniz pone al mal tiempo buena cara:7 por mal que va-
yan las cosas, van siempre lo mejor posible.a Pero en Grecia, en
el siglo V, el pesimismo no existía todavía y no se puede, pues,
hablar de optimismo.
Si se profundiza en esta creencia del siglo V en la armo-
nía, se ponen de relieve, sin embargo, algunas disonancias: los
griegos se plantean la cuestión de saber si el bien se identifica
siempre con lo bello.
En El banquete, Platón establece una dialéctica ascendente
que conduce al hombre de la belleza aparente a la belleza in-
visible.b 8 Nos arrastra desde la belleza física de la materia a la
belleza espiritual del alma, a la belleza de las leyes, de las insti-
tuciones y de las ocupaciones humanas, de ahí somos arrastra-
dos hacia la belleza de las ciencias del razonamiento, y llegamos
a la críptica idea de la Belleza en sí. Si se analiza esta sucesión,
se observa enseguida una discontinuidad: se pasa del sentido
propio de la belleza a la metáfora, se moraliza progresivamente
la belleza sin saber en qué momento se produce este paso de
un orden a otro.
La Belleza ideal no tiene forma, es aplástica, podríamos
decir, alegórica, escapa a los sentidos y está completamente
moralizada.
19
Plotino dice también: «El arte es el vestíbulo del bien».a 10
Para él, el arte es el comienzo de una iniciación hacia la esencia
oculta: el Bien. El Bien es, pues, como una belleza invisible.
Es normal que en este momento se plantee una cuestión:
¿por qué el bien no se manifiesta?, ¿por qué no se muestra a
los sentidos? A partir de esta inquietud, sólo queda un paso que
dar para caer en el pesimismo más completo.
Este pesimismo se elaboró en tres etapas:
—Lo bello es un debilitamiento, una degradación del bien.
—Lo bello es el principio del error, la apariencia es enga-
ñosa y no revela la esencia. El hombre va a desconfiar de esa
apariencia. La idea de la apariencia engañosa ya había sido de-
sarrollada por Parménides, que había diferenciado el mundo de
la opinión, de la apariencia, y el de la realidad, de la ciencia.b 11
—La apariencia puede querer inducirnos al error: el hom-
bre va a desconfiar de ella. El principio de la tentación y del
«pecado» aparece en el neoplatonismo y en el sobrenatura-
lismo cristiano (la discontinuidad entre naturaleza y sobrena-
turaleza es del dominio de Dios). La desconfianza del hombre
hacia la apariencia es contemporánea del descubrimiento de
la mentira. Para los griegos del siglo V, el error procedía de la
ignorancia; nunca se comete voluntariamente.
a En Enéadas, I, 6, 7 se dice «que hay que elevarse hacia el Bien, hacia el que
tienden todas las almas. […] Si se ha visto, se sabe lo que quiero decir y en
qué sentido es bello […]. El desgraciado es aquél que no encuentra lo bello
y sólo él […]. Y lo que está más allá de la Belleza lo llamamos la naturaleza
del Bien; y lo bello está colocado por delante de ella». Plotino añade: «El
Bien es el más allá y la fuente de lo bello» (Enéadas, I, 6, 9).
b Cf. Parménides, Le Poème, fr. VII y VIII, ed. de Jean Beaufret, PUF, col.
«Quadrige», 1996, págs. 83-85.
c Véase Sören Kierkegaard, Miettes philosophiques [Migajas filosóficas] (1844)
y L’École du christianisme [La escuela del cristianismo] (1850), en Œuvres
20
Antigüedad son vicios brillantes», que el arte retiene al hombre
en la superficie y le impide alcanzar su esencia.13 Su teoría dará
nacimiento a una moral iconoclasta, que niega y odia lo sensi-
ble; y a una desconfianza no ya racional, sino pasional.
21
una obra de arte. Crear una obra maestra es el privilegio de una éli-
te aristocrática. Este parentesco entre el estetismo y la aristocra-
cia existe desde la Antigüedad, en la filosofía griega por ejemplo.
Platón escribe en La república que la ciudad de los artis-
tas es una ciudad de privilegiados, donde las clases sociales no
están niveladas.a 14
Aristóteles dice: «Los sabios son hombres fuera de lo co-
mún».b 15 Para él la virtud de los sabios es la excelencia, la per-
fección alcanzada en un dominio.
En el dominio moral, por el contrario, lo que importa, co-
mo hemos visto, es la buena voluntad. Ahora bien, todo el mun-
do es capaz de buena voluntad. Ésta es universal e inherente a la
esencia del hombre. La buena voluntad tiene, pues, un carácter
democrático y ecuménico; resulta de ello que todo héroe, todo
superhombre, está excluido de la vida moral.
Kant afirmaba que la ley moral debe suscitar el respeto y no
la admiración, cualidad que pertenece al ámbito estético.c 16
En conclusión, el estilo estético tiene un carácter aristo-
crático, lleva la marca del virtuosismo. En el dominio moral, la
buena voluntad es universal, democrática e inherente a todos
los seres humanos.
a Platón, La república, 2ª parte: «La ciudad justa», 415d, y libro IV, 427b.
b Aristóteles, Metafísica, A, 1, 982a: «Concebimos al sabio […] aquel que
es capaz de conocer las cosas difíciles y escasamente accesibles al cono-
cimiento humano […] pues el conocimiento sensible, al ser común a todos
los hombres, es fácil, y no tiene nada que ver con la Sabiduría».
c Immanuel Kant, Métaphysique des moeurs [Metafísica de las costumbres], col.
«GF», 1994, vol. 1, pág. 70, nota, y pág. 117, nota 23. Critique de la raison
pratique [Crítica de la razón práctica], PUF, 2000, págs. 183, 185 y sobre todo
186, pero también 187 y 188.
22
El piano de Maurice Ravel estaba cubierto de polvo, como
si no lo utilizara nunca. Ravel estimaba que la vida artística era
temporal y no debía poner pie en la vida real.
En cuanto a la vida moral ideal, debería ser, al contra-
rio, continua. De hecho, debemos reconocer que nuestra vi-
da moral es igualmente temporal, no pensamos en los otros
más que de forma intermitente, pero esto es debido a nuestras
debilidades humanas. El pensamiento moral, para ser sincero,
no debería fijarse ningún límite y debería irradiar sobre toda
la existencia. La misma idea se encuentra en san Agustín, que
afirmaba que «la medida del amor es no tener medida».a 18
En conclusión, la vida estética no es más que un momento
de la existencia. La vida moral ideal ocupa toda la existencia.
a Véase san Agustín, Epístolas, 109-2, «In quo amor Dei…»: «Cuando se trata
del amor a Dios no se prescribe ninguna medida, pues la medida que hace ley
es amar sin medida». Bernardo de Claraval ha utilizado con frecuencia esta
frase de san Agustín (cf. Tratado del amor a Dios, I, 1): «La causa de nuestro
amor a Dios es Dios mismo, la medida es amarle sin medida».
23
(Pascal).a 19 La presencia misma de la óptica en moral es peli-
grosa: para que el agente sea sincero, es preciso que no piense
en los aplausos de los que le observan. Se puede decir que una
vida moral «pura» exige una gran dosis de inocencia, casi de
inconsciencia.
A menudo se confunden, sin embargo, estos dos estilos
de vida.
Leibniz creyó establecer una moral basada en la contem-
plación del mundo. De hecho, miraba el mundo como un «bello
fresco», no se comprometía en él.b 20 Es interesante comparar,
a este respecto, la actitud de Leibniz y la de Pascal.
Leibniz contempla la imagen de un mundo armonioso, en el
que las miserias humanas se comparan con las sombras en un
hermoso cuadro. Pascal escribe: «Estamos embarcados, englo-
bados, en un mundo amorfo, indeterminado».c 21
En conclusión, el dominio estético está circunscrito, limi-
tado por la forma y por la estilización (puesta en página, puesta
en escena, puesta en ondas…). Se puede juzgar el dominio es-
tético desde el exterior.
El mundo moral es amorfo, sin límites, el sujeto está en-
globado en él.
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El fin esencial del arte es gustar. Se podría objetar que el
arte representa monstruos, pero las formas grotescas tam-
bién gustan, en la medida en que el hombre se complace en la
fealdad. La regla fundamental del arte aparece, pues, como un
hedonismo.
El ideal moral es más bien el dolorismo: el placer no es el
objeto de la moral, y es incluso sospechoso, pues vicia la in-
tención moral.
Kant decía: «Desde el momento en que experimento pla-
cer haciendo el bien, mi sentimiento está corrompido».22 Y
Pascal: «Vale más no ayunar y sentirse humillado por ello que
ayunar y experimentar placer por hacerlo».a 23
b) La obra de arte se forma por etapas progresivas, gra-
duales. En la vida moral, no hay progreso: uno no se ejercita en
hacer el bien como puede ejercitarse en dibujar. La vida moral
exige una conversión, una mutación total y repentina. La buena
voluntad no dura más que un relámpago y quizás sea ésa una de
las razones que la hacen tan difícil de adquirir.
Conclusión: el ideal estético es hedonista y suscepti-
ble de progreso. El ideal moral es dolorista y no es objeto de
aprendizaje.
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7. Síntesis de este examen.
La vida estética y la vida moral parecen, pues, separadas y
el hombre moderno se complace en hacer la distinción entre
una vida moral y la situación social; entre un éxito social y la
ausencia de vida moral.
El hombre del deber moral aparece hoy como desgraciado
y feo. En La vie et l’habitude [La vida y la costumbre],a el filósofo
inglés Samuel Butler opone el hombre nacido bajo el signo de
la gracia, que hace el bien de forma natural, sin pensar en ello,
al hombre cotidiano, nacido bajo el signo de la fealdad.25 El
hombre moderno está convencido del divorcio entre lo bueno
y lo bello; afirma convencido que no son siempre los más bellos
sentimientos los que hacen una bella literatura.
Solución de reconciliación entre la pureza del corazón
y la de las obras: los «grandes» sentimientos que hacen ma-
las obras no son quizá tan bellos como parecen; ¿son tal vez
hipócritas?
Por el contrario, una hermosa obra, que parece a primera
vista escrita al margen de la moral, es quizá conforme a una «ley
no escrita», separada de los cánones morales de la burguesía.
Es el problema que Sófocles ha tratado en Antígona.26
Del mismo modo, juzgamos moralmente las cualidades
estéticas de un autor: un libro puede ser brillante sin que nos
adhiramos a él sin embargo, pues ¿no oculta el brío del autor
una falta de sinceridad, una carencia de honestidad? Mientras
que una obra escrita más torpemente puede emocionarnos por
revelar generosidad y probidad.
De todo esto resulta que existe un puente entre la vida es-
tética y la vida moral: algunos autores han querido, mediante
su arte, unirse de nuevo a la propia vida.
a Samuel Butler, La Vie et l’habitude, Gallimard, 1922, TDV 1, pág. 127: «El
reino de la gracia que Butler profetiza».
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