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LA NORMALIDAD ESPERADA

Por: Oscar Felipe Sánchez Saldaña. (Pedagogo teatral egresado de la ENSAD. Licenciado en educación de la UNMSM.
Psicopedagogo egresado de la URP y docente de la especialidad de Teatro en la UNE-La Cantuta)

No hay que hacer demasiado esfuerzo mental para darse uno cuenta que, lo que parecía normal
hace veinte años atrás (años míos de colegio), no es lo mismo que parece normal hoy en día. Los
parámetros se han modificado o, en el mejor de los casos, han evolucionado y, en el peor, han
involucionado.
Recuerdo claramente (y ojo, no soy tan antiguo, como mis canas puedan hacer suponer) el día, o
mejor dicho, el mediodía, en que me encontraba parado al costado de la calle que me llevaría directo a mi
querido colegio de aplicación. Parado, sobrado y con una chapita vieja de inca cola en la mano (por
entonces bebida de sabor nacional), listo para cortar con ella, los hilos negros que sujetaban fuertemente
la insignia que yo había olvidado y que, ha decir verdad, era bastante impresentable. Insignia que,
además, la llevaba cosida a los tirantes de su falda plomo rata, mi entonces perturbadora y muy admirada
amiga, de nombre Ubaldina, quien con sonrisa coqueta, permitió que lleve a cabo mi hazañosa gesta
ante las miradas “piconas” de sus otros afanosos pretendientes del turno mañana.
Tal actitud, (digna probablemente de un ejemplo para explicar los refuerzos positivos o negativos
de Skinner), se debía, a que si no llevaba dicha insignia (el cual pegué con lo que pude sobre mi chompa
y a la altura de mi acelerado corazón), no me irían a permitir el ingreso al plantel y ello traería como
consecuencia no estar con mis amigotes en el recreo chacoteando a diestra y siniestra… Nooo,
imposible; pensé.
Hoy nadie le corta, con una chapita de inca cola, la insignia a su admirada compañera del otro
turno. Hoy nadie lleva la insignia… ella va sola, impregnada en el uniforme. Nadie busca conseguirla.
Nadie decide o no llevarla. Por lo menos el alumno no elige si llevarla o no. Alguien que es el costurero o,
parecido a él, ya eligió por ellos. ¿Son ellos normales por tenerlos? ¿Y si decidieran arranchar los miles
de hilos que, en realidad, hacen la insignia, ya no lo serían? ¿Fui entonces un alumno normal por llevarlo
sujetado a la chompa sin haberlo deseado? ¿Y qué hizo que tenga la voluntad de llevarlo? ¿El deseo
depende de la voluntad?
Regresemos al tema que nos ocupa, ¿quién es ese “alumno normal”?. “Si tratamos de
caracterizarlo, sostiene Ortega Ortega en su estudio sobre desarrollo personal, hallaremos que el alumno
normal es aquel que reúne, por lo menos, dos condiciones: no resulta casi nunca conflictivo en las aulas,
ni en los pasillos y, es capaz de aprobar sucesivamente los cursos”.
¿Estamos todos, los que alguna vez asomamos nuestras miradas hacia la educación, de
acuerdo? Intrínseca y extrínsecamente creemos que sí. ¿Pero esa normalidad esperada es una
manifestación de la mayoría? Pensemos en nuestras Jaulas, perdón, en nuestras aulas... claramente
podemos ver que no. Son por el contrario la gran minoría, es sólo un pequeño grupo que casi siempre se
sienta frente a la pizarra, llevan cordones, se paran ante la entrada y salida de las personas mayores,
ostentan cargos y figuran entre los cinco primeros puestos de la sección. Les cuento algo, hace poco, el
director del colegio en el que laboro, decía: si no fuera por Velázquez, Sierra, Dávila y otras quince más,
que desprestigian al colegio, la gente nos vería con otros ojos. ¿Se refería a las normales o a las
anormales? ¿A las que obedecen sin murmurar o a las que siempre están mostrando su fastidio e
incomodidad?
Analicemos: cuando queremos alcanzar “alumnos normales”, ¿a qué tipo de normalidad nos
referimos?... Recurramos al diccionario… ajá, normal se refiere a lo natural, y podemos entender, que lo
natural es aquello que es producido no por el hombre sino por la naturaleza; entonces, esperar lo que es
natural de un alumno es contradictorio a lo que esperamos de ellos, ¿o no?... ¿Qué es lo natural que
queremos ver en ellos? ¿Que quieran aprender? ¿Que no sean conflictivos?… Todos a una sola voz
diremos que sí… Ortega Ortega sostiene que: “los seres humanos no vienen provistos de un instinto para
aprender, su naturaleza está desnaturalizada por el deseo”… ¿Entonces?… continúa: “el conflicto forma
parte de la vida vivida y se puede afirmar que hay un conflicto normal que es el de la subjetividad y
ningún ser humano puede escapar de ello… el conflicto se produce en el terreno de lo intrapsiquico y en
el del lazo social… el primero se debe a que los seres humanos, que no están construidos de una pieza,
son seres deseantes; y lo segundo a que lo central en las relaciones entre los sujetos es, por la
estructura misma del lenguaje, el malentendido”. Por lo tanto podemos decir, en palabras de él, que la
alteridad es indispensable para aprender cualquier cosa (el subrayado y la negrita son nuestras).
Por consiguiente, que haya un sujeto plegado de una vocación envidiable y de un espíritu casi
profético dispuesto a enseñar, no es suficiente para que otro aprenda. Entonces rápida y ligeramente se
vocifera, se propaga, se grita sobre la presencia dolorosa y vergonzosa de un fracaso escolar, estadístico
y puntual; fracaso que seguramente alguien atribuye, a los alumnos que no logran aprender lo necesario
para pasar los cursos al ritmo esperado. O tal vez, a la cantidad de docentes que quieren enseñar y que
no encuentran a quién y que entonces fracasaron en el cumplimiento de su función. Y si a ellos se les ha
atribuido ya, ¿no sería correctamente apropiado extender y hablar, a ciencia cierta, de un eminente
fracaso del sistema educativo?
(El término alumno, se utilizó adrede en el presente ensayo en virtud de la característica del
contenido, pues debería decirse: estudiante)

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