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Documento 2 de lectura
Ciencias Políticas y Económicas II
CAPÍTULO II
OBEDIENTES Y REBELDES
Obedecer, rebelarse: ¿no sería mejor que nadie mandase, para que no
tuviésemos que buscar razones para obedecerle ni encontrásemos motivos para
sublevarnos en contra suya? Ésta es más o menos la opinión de los anarquistas,
gente por la que reconozco que tengo bastante simpatía. Según el ideal
anárquico, cada cual debería actuar de acuerdo con su propia conciencia, sin
reconocer ningún tipo de autoridad. Son las autoridades, las leyes, las
instituciones, el aceptar que unos pocos guíen a la mayoría y decidan por todos,
lo que provoca los infinitos quebraderos de cabeza que padecemos los
humanos: esclavitud, abusos, explotación, guerras... La anarquía postula una
sociedad sin razones para obedecer a otro y por tanto también sin razones para
rebelarse contra él. En una palabra: el final de la política, su jubilación. Los
hombres viviríamos juntos pero como si viviésemos solos, es decir, haciendo
cada cual lo que le da la gana. Pero ¿no le daría a alguno la gana de martirizar a
su vecino o de violar a su vecina? Los anarquistas suponen que no, pues los
hombres tenemos tendencia espontánea y natural a la cooperación, a la
solidaridad, al apoyo mutuo que a todos beneficia. Son las jerarquías sociales, el
poder establecido y las supersticiones que lo legitiman, las que producen los
enfrentamientos y enloquecen a los individuos. Los jefes sostienen que nos
mandan por nuestro bien; los anarquistas responden que nuestro verdadero
bien sería que nadie mandase, porque entonces cada cual se portaría
obedientemente... pero no obedeciendo a ningún hombre falible y caprichoso
sino a la verdadera bondad de la naturaleza humana.
¿Es posible una sociedad anárquica, es decir, sin política? Los anarquistas
tienen desde luego razón al menos en una cosa: una sociedad sin política sería
una sociedad sin conflictos. Pero ¿es posible una sociedad humana —no de
insectos o de robots— sin conflictos? ¿Es la política la causa de los conflictos o
su consecuencia, un intento de que no resulten tan destructivos? ¿Somos
capaces los humanos de vivir de acuerdo... automáticamente? A mí me parece
que el conflicto, el choque de intereses entre los individuos, es algo inseparable
de la vida en compañía de otros. Y cuantos más seamos, más conflictos pueden
llegar a plantearse. ¿Sabes por qué? Por una causa que en principio parece
paradójica: porque somos demasiado sociables. Intentaré explicarlo. La más
honda raíz de nuestra sociabilidad es que desde pequeños nos arrastra el afán
de imitarnos unos a otros. Somos sociables porque tendemos a imitar los gestos
que vemos hacer, las palabras que oímos pronunciar, los deseos que los demás
tienen, los valores que los demás proclaman. Sin imitación natural, espontánea,
nunca podríamos educar a ningún niño ni por tanto acondicionarle para la vida
en grupo con la comunidad. Desde luego, imitamos porque nos parecemos
mucho: pero la imitación nos hace cada vez más parecidos, tan parecidos... que
entramos en conflicto. Deseamos obtener lo que vemos que los demás también
quieren; queremos todos lo mismo pero a veces lo que anhelamos no pueden
poseerlo más que unos pocos o incluso uno sólo. Sólo uno puede ser el jefe, o
ser el más rico, o el mejor guerrero, o triunfar en las competiciones deportivas, o
poseer a la mujer más hermosa como esposa, etc.. Si no viésemos que otros
ambicionan esas conquistas, es casi seguro que no nos apetecerían tampoco a
nosotros, al menos desaforadamente. Pero como suelen ser vivamente
deseadas, por imitación las deseamos vivamente. Y así nos enfrenta lo mismo
que nos emparienta: el interés (etimológicamente) es lo que está-entre dos o
más personas, o sea lo que las une pero también las separa...
De modo que en la sociedad, tienen que darse conflictos porque en ella viven
hombres reales, diversos, con sus propias iniciativas y sus propias pasiones. Una
sociedad sin conflictos no sería sociedad humana sino un cementerio o un
museo de cera. Y los hombres competimos unos con otros y nos enfrentamos
unos contra otros porque los demás nos importan (¡a veces hasta demasiado!),
porque nos tomamos en serio unos a otros y damos trascendencia a la vida en
común que llevamos con ellos. A fin de cuentas, tenemos conflictos unos con
otros por la misma razón por la que ayudamos a los otros y colaboramos con
ellos: porque los demás seres humanos nos preocupan. Y porque nos preocupa
nuestra relación con ellos, los valores que compartimos y aquellos en que
discrepamos, la opinión que tienen de nosotros (esto es muy importante, lo de
la opinión: exigimos que nos quieran, o que nos admiren, o al menos que nos
respeten o si no que nos teman...), lo que nos dan y lo que nos quitan... Según
los hombres vamos siendo más numerosos, las posibilidades de conflicto
aumentan; y también aumentan los jaleos cuando crecen y se diversifican
nuestras actividades o nuestras posibilidades. Compara la tribu amazónica de
apenas un centenar de miembros, cada cual con su papel masculino o femenino
bien determinado, sin muchas opciones para salirse de la norma, con el
torbellino complicadísimo en el que viven los habitantes de París o Nueva York...