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BIOGRAFÍA DEL

GRAN MARISCAL

AGUSTÍN GAMARRA
(1785-1841)

Por Raúl Rivera Serna

LIMA-PERÚ
Raúl Rivera Serna. Estudió Letras en la Universidad de San
Marcos, doctorándose en la especialidad de Historia. Es
destacado especialista en Paleografía y Archivología. Ha
ejercido la docencia en la universidad de San Marcos, en la
Escuela Nacional de Bibliotecarios y en la Academia
Diplomática.
Imagen de la carátula: Don Agustín Gamarra, Gran Mariscal y
Generalísimo de los Ejércitos del Perú. (Óleo anónimo de 0,96
x 0,74 m. Sala Ayacucho. Museo Nacional de Historia. Lima).
Tabla de Contenido:

BIOGRAFÍA DE AGUSTÍN GAMARRA...............................................................5


PRIMEROS AÑOS......................................................................................................................................5

GAMARRA EN EL BANDO PATRIOTA.................................................................................................5

GAMARRA, PREFECTO DEL CUZCO..................................................................................................7

GAMARRA Y LA INVASION PERUANA A BOLIVIA DE 1828...........................................................8

GAMARRA Y LA GUERRA ENTRE EL PERU Y LA GRAN COLOMBIA.....................................11

GAMARRA Y EL DERROCAMIENTO DE LA MAR.........................................................................12

LOS SUCESOS DEL SUR........................................................................................................................14

PRIMER GOBIERNO DE GAMARRA.................................................................................................16

LA POLITICA INTERNA........................................................................................................................17

GAMARRA Y LA POLITICA INTERNACIONAL...............................................................................19

LA GUERRA CIVIL..................................................................................................................................20

GUERRA CONTRA SANTA CRUZ........................................................................................................21

LA CONFEDERACION PERUANO-BOLIVIANA..............................................................................23

LA OPOSICION A LA CONFEDERACION..........................................................................................24

LA RESTAURACION Y EL SEGUNDO GOBIERNO DE GAMARRA.............................................26

LA OBRA ADMINISTRATIVA DE GAMARRA...................................................................................27

POLITICA INTERNACIONAL...............................................................................................................27

LA INVASION A BOLIVIA DE 1841.......................................................................................................28

LA BATALLA DE INGAVI Y LA MUERTE DE GAMARRA..............................................................30

APÉNDICE..........................................................................................................33
NOTAS FINALES SOBRE EL MARISCAL GAMARRA....................................................................33
EFIGIE DE GAMARRA.........................................................................................................................33
EL CADÁVER Y LA CASACA DE GAMARRA..................................................................................34
¿FUE LA MUERTE DE GAMARRA UN "CRIMEN PERFECTO"?....................................................34
EL "LLAMADO AL ORDEN" DE HERRERA......................................................................................37
BIOGRAFÍA DE AGUSTÍN GAMARRA

PRIMEROS AÑOS

Nació Gamarra en el Cusco el 27 de agosto de 1785, del matrimonio de Fernando


y Josefa Petronila Mesía. Era aún niño, cuando falleció su padre, razón por la cual
recibió la protección de su tío, el sacerdote Zaldívar. Estudió en el Seminario de San
Antonio Abad, donde fue condiscípulo de Santa Cruz.

Muy joven entró a prestar servicios en las cajas reales de Puno. Incorporado
después a las filas del ejército realista, que organizó el general Goyeneche en el Cuzco,
tomó parte, bajo las órdenes de los generales Goyeneche, Pezuela, Ramírez y La Serna,
en las campañas libradas en el Alto Perú, contra las fuerzas insurgentes bonaerenses.
Por su valiente comportamiento en las batallas que se libraron en aquella región, fue
ascendido sucesivamente, hasta obtener el grado de comandante.

Acaso su naciente nacionalismo, que despertó sospechas en el comando militar


realista, determinó su separación del servicio activó, para ser destinado como "oficial
real interino" de Puno, en 1817. Ya para entonces existía el antecedente de su afinidad
ideológica con el general Saturnino Castro, quien había sido fusilado por los realistas en
1814, acusado de haber planificado el levantamiento separatista de Cotagaita.

No obstante aquella medida precautoria, Gamarra estuvo comprometido, en 1818,


en los planes subversivos del coronel Centeno, quien fue victimado por un oficial y un
año después, cuando comandaba el 2o. batallón del primer regimiento del Cuzco, se le
denunció de tramar una conspiración contra los realistas de Tupiza, conjuntamente con
Guillén, Armaza, Velasco y otros oficiales. Fue entonces acusado por el capitán
Aldazábal, hecho que determinó su arresto, aunque por falta de pruebas recibió la
absolución del general Valdez, que oficiaba de juez de la causa.

En 1820 dejó el Alto Perú, al mando del 2o. batallón del primer regimiento del
Cuzco y se trasladó a Lima, donde tomó contacto con Riva Agüero, López Aldana,
Boqui, Otero, Campino y otros patriotas, que trabajaban por la causa de la
independencia. Pezuela, que sospechaba de sus ideas separatistas, le quitó el mando de
su batallón y lo hizo su ayudante. Con este episodio terminó su carrera militar en el
bando realista.

GAMARRA EN EL BANDO PATRIOTA.

En enero de 1821 se presentó ante el general San Martín, que tenía su cuartel
general en Retes, para ofrecer sus servicios a la patria. Gratamente acogido por aquél,
con antecedentes de su probada capacidad militar, fue encargado de formar el batallón
Leales, que fue el primero que llevó la bandera de la patria.
Ascendido al grado de coronel efectivo, fue enviado al mando de su cuerpo a la
sierra central, el 24 de febrero, llevando como segundo, al coronel León Febres Cor-
dero. Al llegar a Jauja, procedió a organizar y disciplinar sus cuadros, tarea que no pudo
cumplir a cabalidad, debido a la resistencia que ofrecieron algunos reclutas, que no
querían someterse a las severas reglas que impone la disciplina militar. Desde aquel
lugar se trasladó a Paseo, donde recibió instrucciones de San Martín para no com-
prometerse en acción alguna con el enemigo, en tanto no tuviera la seguridad de lograr
una victoria sobre él, pero a poco, una avanzada de su división fue sorprendida y
derrotada en las inmediaciones de aquella ciudad, por tropas comandadas por el general
Ricafort. Este revés, sumado a las noticias que recibió sobre la aproximación de más
fuerzas enemigas, lo obligaron, a dirigirse a Oyón, lugar en el que se unió a las tropas
que comandaba el general Álvarez de Arenales, quien lo nombró jefe de Estado Mayor
de la división que comandaba.

En tanto se realizaban las conferencias de Punchauca, entre San Martín y el virrey


La Serna, la división Álvarez de Arenales se dirigió a Tarma y Jauja en busca del ad-
versario, que luego de abandonar este último lugar se había trasladado al pueblo de
Concepción. Álvarez de Arenales, en su propósito de sorprender a las fuerzas realistas,
que comandaba el general Carratalá, comisionó a Gamarra para sorprenderlo, pero éste
no pudo cumplir con esa misión y se retiró a Jauja. Carratalá, luego de abandonar
Concepción se trasladó a Chupaca, pueblo que fue incendiado y saqueado y la mayoría
de sus pobladores victimados.

El fracaso de la misión que debía cumplir Gamarra creó un antagonismo entre éste
y Álvarez de Arenales, quien llegó al extremo de pedir a San Martín su separación del
servicio. Este antagonismo, que comprometió a otros jefes y oficiales peruanos no fue,
sin embargo, circunstancial, pues tuvo su origen en el hecho de qué muchos de ellos
habían estado al servicio del ejército realista, antes de pronunciarse por la causa
patriota.

Ocupada Lima por el ejército libertador, comandado por el Libertador San Martín,
Gamarra abandonó la sierra central y se dirigió a la capital, donde participó del
entusiasmo que se había generado por la proclamación de la. independencia y estuvo
entre los galardonados con la Orden del Sol, instituida por San Martín para premiar a
quienes se habían distinguido por sus servicios en favor de la causa patriota. San
Martín, en su propósito de consolidar su posición en la capital resolvió ocupar Cañete e
Ica, para cuyo efecto envió una división comandada por el general Domingo Tristán, de
la cual formaba parte Gamarra, en su calidad de Jefe de Estado mayor y comandante del
primer batallón No. 1 del Perú.

En abril de 1822, el ejército realista que comandaba el general Canterac abandonó


el valle del Mantaro y se dirigió a Ica, donde en la hacienda Macacona tuvo un
encuentro con la división Tristán, el 8 de abril de 1822, a la que logró vencer. Como
consecuencia de esta derrota, Tristán y Gamarra fueron sometidos a un consejo de
guerra, que finalmente los absolvió. Luego de este enojoso incidente, Gamarra se ocupó
en organizar y adiestrar el batallón No. 1, que fue puesto en magnífico estado de
combatividad.
En 1822, fue designado presidente de la mesa electoral de los comicios realizados
para la elección de diputados suplentes por su departamento natal. Un año después tomó
parte en el motín de Balconcillo, que protagonizó un grupo de jefes del ejército del cen-
tro contra la Junta Gubernativa, en protesta por el fracaso de la primera expedición a
intermedios que había dirigido el general Rudecindo Alvarado. Aquella junta se vio
obligada a renunciar y como consecuencia de ello fue elegido presidente de la
República el coronel de milicias José de la Riva Agüero. Al no aceptar Gamarra el cargo
de ministro de Guerra que se le ofreció, fue designado jefe del Estado Mayor del
Ejército que comandaba Santa Cruz.

Ascendido a general de brigada, tomó parte en la segunda expedición a


intermedios, que con destino al sur salió de Lima bajo las órdenes de Santa Cruz, a me-
diados de mayo de 1823. Una vez en la zona recibió órdenes para enfrentarse al general
realista Pedro Olañeta que se aproximaba a Potosí, pero ante una contraorden de Santa
Cruz, tuvo que retroceder, razón por la que no tomó parte en la batalla de Zepita,
preludió del fracaso de aquella expedición. Gamarra se unió posteriormente a Santa
Cruz en Caracollo.

Tomó parte, en 1824, en la campaña de Junín, pero no tuvo participación en la


batalla del mismo nombre, librada el 6 de agosto, por pertenecer al arma de infantería
que no intervino en esa acción de armas. Tuvo sí, una intervención destacada en la
batalla de Ayacucho, a tal punto que mereció una mención especial del mariscal Sucre.

GAMARRA, PREFECTO DEL CUZCO

Nombrado por el Libertador, prefecto y comandante general del departamento del


Cuzco, el 6 de febrero de 1825, ejerció el cargo hasta el mes de mayo de 1827. Durante
su permanencia en la ciudad imperial, fue ascendido al grado de general de división y
contrajo enlace con Francisca Zubiaga, más comúnmente conocida como La Mariscala.

La labor administrativa que cumplió al frente de la Prefectura fue encomiable,


pues aparte de atender asuntos rutinarios, se preocupó por incentivar el desarrollo de la
agricultura, actividad a la que consideró básica para elevar el nivel económico de los
pueblos de la circunscripción a su mando. Así, propuso la venta de las tierras baldías, de
propiedad del Estado, a particulares, con criterio equitativo evitando "que la pobreza no
haga esclavos, que la libertad no llegue a estar a merced de los ricos". Consideró que
esa actividad debía complementarse con el ejercicio de la industria, aprovechando, para
el efecto, el tiempo libre de que disponían los indígenas al término de sus tareas
agrícolas cotidianas, pero que para ello era preciso la intervención del Estado. En carta
que entonces dirigió al ministro de Hacienda, el 13 de marzo de 1826, decía entre otras
cosas: "El gobierno es el tutor de los ciudadanos: debe enseñarles, aunque no quieran,
los medios de hacerse ricos, vivir cómodamente, de hacerse opulentos y hallarse con fa-
cultades para satisfacer las cargas del Estado. La agricultura sin industria es lánguida: la
mujer, los hijos y los sirvientes del labrador, cuando no se ocupan de otras labores, son
un peso que abruma al jornalero y enflaquece al propietario más acomodado. El
indígena, especialmente, apenas emplea quince días en la cultura de su pequeño terreno:
todo el resto del año, él y su familia viven ociosos y gimen en la miseria por la falta de
tareas y ocupaciones lucrosas que los alivien".

Se preocupó también por mejorar los servicios asistenciales y de la Casa de


Moneda, y con el concurso de la ciudadanía acordó erigir una pirámide en la "plaza mu-
nicipal de la ciudad", coronada con el busto del Libertador Bolívar, como un homenaje
justo a su obra libertaria.

Pero, al margen de estas realizaciones, y ya en el plano político, hubo dos hechos


que le causaron explicable preocupación. Se le acusó de haber nombrado como in-
tendentes en los pueblos del departamento de su mando, a partidarios de la causa
realista, procedimiento que fue desautorizado por el Consejo de Gobierno, hecho que lo
obligó a enviar una nota aclaratoria a aquel organismo.

Al efectuarse las elecciones para la nominación de diputados al Congreso


Constituyente, próximo a reunirse, fueron elegidos como representantes por el Cuzco,
los curas de Tinta, Eugenio Mendoza y Pedro de Leiva, conocidos partidarios del
fenecido régimen español. Se argumentó que los comicios se habían realizado en forma
fraudulenta y, sobre todo, aprovechando de la ignorancia y el temperamento
supersticioso de los electores. Pese a que Gamarra mostró su desacuerdo con tales elec-
ciones, a tal punto que pidió su anulación, fue acusado de haberla avalado a través de un
escrito que se publicó en Lima.

Gamarra, al replicar esta acusación, manifestó que su autor se había excedido en


el uso de la libertad de imprenta. "La libertad tiene sus límites reglados por la ley -dijo
entonces- y el que se propasa de ellos es tan criminal como el que infringe cualquiera
otra de las más convenientes al Estado. El que abusa de la libertad de escribir es más
delincuente que el que atropella la seguridad individual; porque regularmente se hiere la
delicadeza y buen nombre de aquél contra quien se escribe. El honor y fama son las
propiedades más sagradas que tiene el hombre, en esa misma razón deben estar las leyes
que se las garanticen".

GAMARRA Y LA INVASION PERUANA A BOLIVIA DE 1828.

Al ausentarse definitivamente el Libertador Bolívar con destino a su país, en


setiembre de 1826, dejó el poder en manos del Consejo de Gobierno, que presidió el
boliviano Andrés de Santa Cruz. Derrocado este régimen en los primeros días de enero
de 1827, se convocó a elecciones para la integración de un Congreso Constituyente, que
se instaló solemnemente el 4 de junio del mismo año. Días después, en una sesión
sorpresiva que presidió Francisco Javier de Luna Pizarro, se eligió presidente de la
República el mariscal José de la Mar, nominación que no fue del agrado de Santa Cruz,
Gutiérrez de la Fuente y Gamarra, quien se encontraba entonces en el Cuzco al mando
de un fuerte ejército.

Pero, por el momento, más que la situación política imperante en el país, lo que
constituía mayor preocupación para Gamarra era la permanencia de Sucre al frente de la
presidencia de Bolivia, que según él significaba un latente peligro para la soberanía y la
integridad del Perú. Ya en carta que había dirigido a Gutiérrez de la Fuente desde el
Cuzco, el 25 de abril, celebraba la noticia sobre la próxima partida de las fuerzas
auxiliares grancolombianas con destino a su país. Desde entonces, también mostraba sus
recelos por la futura actitud del mariscal de Ayacucho, aunque en uno de los párrafos de
la carta que le escribió el 11 de julio, le decía: "Yo seré siempre y en cualquier
circunstancia y tiempo un verdadero amigo de usted, así debe usted creerme..."

Resulta a todas luces evidente que tanto Sucre así como Gamarra se temían y se
preparaban para un eventual enfrentamiento, pero ninguno de ellos se decidía a tomar la
iniciativa. Se ha sostenido, y no sin razón, que algunos elementos representativos de la
política alto-peruana, entre ellos el abogado Casimiro Olañeta, trabajaban en favor de la
intervención armada de Gamarra en Bolivia, con la finalidad de expulsar a Sucre y a las
fuerzas auxiliares que ocupaban territorio boliviano. Existen evidencias de que Sucre
tenía agentes en el Perú que lo tenían informado de los aprestos bélicos que realizaba
Gamarra, al margen de la intervención del presidente La Mar.

El 28 de julio supo Gamarra que Sucre concentraba fuerzas en el departamento de


La Paz y en noviembre tuvo conocimiento de que el gobierno boliviano arreglaba los
cuarteles de Loja y Salamanca y que tenía situados en Viacha un batallón y un
escuadrón, con evidentes propósitos bélicos. Gamarra, en antecedentes de estas noticias,
acercó sus fuerzas a Lampa y desde aquí dirigió una carta a Sucre el 11 de diciembre,
informándole de todo lo que sabía acerca de su conducta nada amistosa hacia el Perú.
Lo acusó de acercar sus fuerzas hacia la frontera, de actuar, al parecer, coordinadamente
con el Libertador Bolívar, para atacar al Perú por dos frentes y con miras a revivir sus
planes federalistas, de lanzar denuestos contra el Perú, desde las columnas del periódico
El Cóndor y de ser "un instrumento ciego de las miras ambiciosas del Libertador".

"Por lo que respecta a usted—le decía en uno de los párrafos de esa carta—le
hablaré con toda franqueza de nuestra amistad, por lo que me interesa su gloria, por el
recuerdo tierno de haber sido su jefe de Estado Mayor en la gloriosa jornada de
Ayacucho usted causará siempre recelos y recelos muy fundados, mientras que quiera
ser a un mismo tiempo un general de Colombia, un súbdito de Bolívar, y Presidente del
Alto Perú".

Le agregaba más adelante: "Puede estar usted seguro de que el Perú no provocará
la guerra, pero debe también estarlo de que no la teme. Cualquiera ruptura entre las dos
repúblicas sería para mí muy dolorosa; pero si el decoro de la Nación es atropellado, no
faltarán en el Perú de esos mismos soldados que en Ayacucho adquirieron nombradía, y
de cuya energía y valor fue usted mismo testigo. Es verdad que fueron pocos, pero
suficientes para conducir los pueblos enteros a la victoria, y al honor, especialmente
cuando es el objeto tan sagrado como el de aquella batalla. En nuestra actual posición
han cambiado de objeto los soldados que usted manda, y no es lo mismo combatir como
auxiliares de la libertad, que como sátrapas de un persa".

Pese a los términos ofensivos en que fue redactada esta carta, ambos personajes
tuvieron una entrevista en el Desaguadero, donde se dieron mutuas satisfacciones por
los agravios inferidos.
Pero esta reconciliación duró poco tiempo, pues Gamarra desde su cuartel general
de Puno dirigió una carta a Sucre, el 8 de abril de 1828, acusándolo de haber roto el
acuerdo pacifista formalizado en el Desaguadero, al realizar aprestos bélicos, que al
parecer no tenían otra finalidad que hacer la guerra al Perú. Mientras tanto, Garnarra
aceleraba sus preparativos para justificar su intervención en Bolivia. Los enemigos de
Sucre, partidarios de esa intervención, trabajaban arduamente por hacerla realidad. El 24
de diciembre de 1827, efectivos del batallón Voltíjeros acuartelados en La Paz bajo las
órdenes del sargento Grados, se sublevaron contra el gobierno de Sucre, lanzando vivas
a Gamarra y a Santa Cruz. Los insurrectos fueron dominados y su jefe pasó la frontera
pidiendo la protección de Gamarra. Los pocos efectivos que se negaron a rendirse
fueron derrotados definitivamente en San Pedro de Ocomisto, por tropas comandadas
por los generales Braunn y Pérez de Urdininea.

El 18 de abril de 1828, efectivos del cuartel de Chuquisaca comandados por los


coroneles Dorado y José Antonio Asevey, se levantaron contra la autoridad de Sucre y
tomaron presos al coronel Molina y a algunos jefes y oficiales de la guarnición. Sucre,
informado de los sucesos, se dirigió al cuartel donde estaban los sublevados y al llegar,
preguntó: "Granaderos, ¿qué hay? ¿qué quieren?" y recibió como respuesta una cerrada
descarga de fusilería la cual encabritó al caballo que lo conducía. Y al galope regresó a
palacio, donde Sucre, herido en un brazo, fue atendido por unos practicantes de
medicina, Desde este momento, el presidente quedó prácticamente en manos de sus
adversarios.

Al día siguiente de estos sucesos, los cabecillas del movimiento, quienes contaban
con el asesoramiento de Casimiro Olañeta, convocaron a una reunión popular en la que
se acordó, a través de una acta, proclamar a Asevey como comandante general del
departamento de Chuquisaca y llamar a Gamarra. Sucre, imposibilitado de continuar al
frente del gobierno, delegó el mando en el general Pérez de Urdininea.

Gamarra cruzó la frontera el 5 de mayo de 1828, al mando de 4.000 hombres. Para


justificar la invasión, manifestó que ésta se realizó en obedecimiento del llamado que le
habían hecho, a través de actas especiales, más de 2,000 bolivianos, para interponerse
entre Sucre y sus "asesinos" y evitar que la anarquía, que se había producido en Bolivia,
pudiera contagiarse al Perú. Cabe destacar, sin embargo, el hecho de que la actitud del
general peruano obedeció también al propósito de evitar que el Perú fuese atacado,
simultáneamente, por Bolívar en el norte y por Sucre en el sur.

La campaña que hizo Gamarra en Bolivia fue exitosa desde sus inicios, pues contó
con el apoyo político del grupo de los "peruanófilos” y del elemento popular, que
cansado de la presencia dé Sucre, le brindó ayuda logística. El general Pedro Blanco,
que comandaba un batallón selecto en Potosí, se unió al invasor. La resistencia que
ofrecieron las tropas comandadas por los generales Braun y López no tuvo mayor
significación.

Gamarra no deseaba el derramamiento de sangre por lo que decidió negociar con


Pérez de Urdininea, a través del ministro de la Corte Superior de la Paz, Crispín
Medina, pero éste no pudo cumplir con su cometido porque fue apresado, acusado de
traición. Encontrándose después Pérez de Urdininea en Paria, Gamarra le propuso una
nueva entrevista el 27 de mayo, pero ella no pudo realizarse por la enfermedad de
Gamarra, pero al dial siguiente los delegados del general peruano y de Pérez de
Urdininea se reunieron en Atita, donde no se llegó a ningún acuerdo porque los
delegados bolivianos consideraron inaceptables, por humillantes, los puntos de negocia-
ción planteados por los representantes de Gamarra. Los delegados bolivianos
propusieron como una alternativa de arreglo, la desocupación de su territorio por las tro-
pas peruanas en el plazo de 12 días y el pago, por parte del gobierno del Perú, de los
gastos ocasionados al de Bolivia para hacer frente a la invasión, requisitos previos para
la reiniciación de las relaciones diplomáticas entre ambos países.

Al no ser aceptadas estas propuestas por los delegados peruanos, Gamarra se


movilizó hacia Coyahuasi, de donde pasó a Paria. En este lugar, Pérez de Urdininea
propuso nuevas negociaciones a aquél, cuyos delegados se reunieron con los de Bolivia
en Sorasora. El gobierno peruano estuvo representado por los comandantes Juan
Agustín Lira y Juan Bautista Arguedas y el capitán José María Raygada, que actuó de
secretario, y el de Bolivia por el general Miguel de Velasco, el coronel Miguel María
Aguirre y el peruano Miguel del Carpio, que ofició como secretario. Como culminación
de las negociaciones se firmó el 6 de julio de 1828 el Tratado de Piquiza, por el cual se
convino, entre otras cosas, en la salida de las fuerzas auxiliares grancolombianas del
territorio boliviano, en la renuncia del mariscal Sucre a la presidencia de la República,
cuyo sucesor sería designado por el Congreso próximo a instalarse, y en la
desocupación del territorio boliviano por las tropas peruanas.

El Tratado de Piquiza fue cumplido religiosamente, pues las tropas de Gamarra


abandonaron Bolivia en el plazo previsto en el acuerdo; las tropas auxiliares tomaron el
camino de Arica para embarcarse con destino a su país y el Congreso, reunido en su
oportunidad, eligió a Santa Cruz como sucesor de Sucre, quien se trasladó desde
Mojotorrillo a Chuquisaca con el propósito de leer personalmente su mensaje ante el
Congreso, pero se abstuvo de hacerlo en vista de la hostilidad con que había sido
recibido por el pueblo chuquisaqueño y sólo se conformó con dejar el documento para
el conocimiento de aquel organismo.

Sucre salió con destino a Cobija, puerto en el que se embarcó rumbo a su país.
Eran los días en que las relaciones peruano-grancolombianas habían entrado en su fase
crítica.

GAMARRA Y LA GUERRA ENTRE EL PERU Y LA GRAN COLOMBIA.

Gamarra, a su retornó de Bolivia, llegó a Arequipa en tránsito a Lima. Durante su


permanencia en la ciudad, se produjo el levantamiento de efectivos del batallón
Pichincha, uno de los de mayor prestigio entre los de su ejército. La sublevación fue
motivada, según se dijo, por la falta del pago de haberes a los efectivos de aquel cuerpo
y fue severamente sofocada con el fusilamiento de 35 soldados, procedimiento que
recibió la dura crítica de quienes lo consideraron en extremo radical.

Luego de este incidente, Gamarra se embarcó con parte de su ejército con destino
al Callao, de donde continuó al norte para unirse al grueso del ejército peruano, que bajo
las órdenes del presidente La Mar tenía su cuartel general en Loja. Ya en el teatro de
operaciones y ostentando el grado de mariscal, fue designado comandante general del
ejército, en tanto que el presidente La Mar asumió la dirección suprema de la guerra. El
ejército peruano, que no había tenido mayores dificultades en su desplazamiento,
continuó su marcha hacia Saraguro. Sucre se encontraba en Navón, y cumpliendo ins-
trucciones del Libertador Bolívar invitó a La Mar a negociar la paz. Este último la
aceptó, a través de una nota que le dirigió el 2 de febrero de 1829. Las bases para la ,
negociación, que habían sido redactadas por el general O'Leary, fueron consideradas
inaceptables por el presidente peruano, quien propuso condiciones, las mismas que
Sucre rechazó.

Al fracasar las gestiones de paz, continuaron las operaciones bélicas. El objetivo


fundamental de La Mar era la ocupación de Cuenca y para hacer realidad este plan,
dispuso la marcha de la división Plaza hacia el Portete de Tarqui, punto de entrada a
aquel lugar. Los refuerzos prometidos, a Plaza no llegaron oportunamente para unirse a
esa vanguardia. La madrugada del 27 de febrero de 1829, los efectivos de Plaza fueron
atacados sorpresivamente por las tropas que comandaba Sucre, logrando dispersarlas.
Los refuerzos peruanos que llegaron al lugar al promediar las siete de la mañana, no
pudieron evitar la derrota total del ejército peruano, pese al valiente comportamiento de
los efectivos de los batallones Pichincha y Zepita. Gamarra, aun cuando no se había de-
cidido el final de la batalla, dio la orden de retirada y abandonó el campo, y sólo quedó
La Mar quien dispuso el repliegue ordenado de sus tropas.

La pérdida de la acción de Tarqui se debió, en gran parte, a fallas de táctica


militar, a la imperiosa de La Mar y a la retirada de Gamarra, que algunos de sus
enemigos la consideraron intencional, provocada con el propósito de desprestigiar al
presidente. Acusación que trató de ser desvirtuada por sus defensores, al sostener que
aquel había tenido un comportamiento valiente en la batalla, como lo demostraba el
hecho de que le habían matado dos caballos.

Como culminación de la guerra, se elaboró el 28 de febrero el Convenio de Girón,


entre cuyos firmantes estuvo Gamarra.

GAMARRA Y EL DERROCAMIENTO DE LA MAR

Firmado el Convenio de Girón, el ejército peruano emprendió la marcha hacia


Piura el 2 de marzo, ciudad en la que se fijó el cuartel general y donde se realizó un
hecho de singular trascendencia política. La noche del 6 de junio, una comisión de jefes,
partidarios de Gamarra, se presentó en el alojamiento de La Mar y le entregó una nota
de aquél en la cual se le pedía su renuncia a la presidencia de la República. Al negarse el
presidente a aceptar esa solicitud, fue apresado y enviado a Paita en compañía del
general Bermúdez. Pese a encontrarse enfermo, La Mar fue embarcado con destino a
Guayaquil, lugar del que después se trasladó a Costa Rica.

El día anterior a aquel suceso, el general Gutiérrez de la Fuente había depuesto al


vicepresidente, encargado de la presidencia, Manuel de Salazar y Baquijano. La
simultaneidad con que se produjeron estos hechos en Piura y en Lima, revela
claramente que ellos habían sido el resultado de un convenio previamente concertado
entre Gamarra y Gutiérrez de la Fuente.

Para justificar su actitud Gamarra alegó que había procedido así en defensa de la
Constitución, que establecía como requisito prioritario para ser presidente de la
República, la nacionalidad peruana, caso en que no se encontraba La Mar. Lo acusó
también de haber negociado el "humillante" Convenio de Jirón, olvidándose de haber
sido él uno de sus firmantes.

Precisa indicar que el procedimiento de Gamarra no fue circunstancial ni


improvisado. Pese a que en principio estuvo de acuerdo con la elección de La Mar,
como se lo manifestó a Gutiérrez de la Fuente en carta que le dirigió desde Ayaviri el 5
de diciembre de 1827, en uno de cuyos párrafos le decía: "El general La Mar es un ca-
ballero, es honrado, ayudémosle, y hablémosle con franqueza", mostró después su
desacuerdo con ella y usó de una serie de recursos para lograr su derrocamiento.

Y, en esta empresa no estuvo solo, pues contó con la colaboración de Gutiérrez de


la Fuente y Santa Cruz. En la entrevista que tuvo con el primero de estos personajes en
Arequipa, cuando se encontraba en tránsito a Lima para dirigirse al norte, acordaron
formar la confederación Perú-boliviana, temperamento al que no fue ajeno Santa Cruz.
Existe una evidencia más. Cuando Gutiérrez de la Fuente informó a Gamarra—que aún
se encontraba en el norte—sobre los sucesos ocurridos en la capital, le manifestó que el
cambio de gobierno en Lima se había realizado de acuerdo a sus designios".

Consumado el golpe de Estado en la capital, Gutiérrez de la Fuente se proclamó


jefe supremo de la nación hasta que se reuniera el Congreso.

Mientras tanto en el norte, Gamarra en su propósito de afirmar su autoridad,


intentó ganarse a su causa al general Necochea, pero éste se negó. Pero, al margen de
estos sucesos, había un problema importante que resolver: la cuestión con la Gran
Colombia. El Libertador Bolívar, que no era ajeno a su solución, sobre todo cuando
estaba de por medio la situación de Guayaquil, que se hallaba en posesión del Perú,
tomó la iniciativa para llegar a un arreglo definitivo. Gamarra, facultado por el
gobierno, firmó el armisticio de Piura el 10 de julio de 1829, el mismo que sirvió de
base para la firma del tratado definitivo de paz, que se realizó con la intervención de los
ministros Pedro Gual, de la Gran Colombia, y José de Larrea y Loredo del Perú, el 22
de setiembre de 1829.

El Congreso, que se reunió en Lima el 31 de agosto de 1829, eligió presidente


provisorio a Gamarra y vicepresidente a Gutiérrez de la Fuente. Ese mismo organismo
convocó después a elecciones generales, para la elección titular de ambos cargos y
realizadas ellas salió elegida la misma fórmula presidencial que, de acuerdo a la
Constitución de 1828, debía gobernar el país por el lapso de cuatro años.
LOS SUCESOS DEL SUR

Al término de sus funciones al frente del Consejo de Gobierno que había dejado el
Libertador Bolívar al ausentarse definitivamente del país y elegido presidente de la
República el mariscal La Mar, Santa Cruz se embarcó con destino a Chile en marzo de
1828, país donde debía ejercer la representación diplomática del Perú ante los gobiernos
de Chile y Buenos Aires. Informado después de su elección como presidente de su país,
por el Congreso, que se había instalado de acuerdo a una de las estipulaciones del
Tratado de Piquiza, inició el viaje de retorno, embarcándose en Valparaíso con destino
al Perú el 15 de diciembre de 1828. Una vez que arribó a Arequipa, el 13 de enero del
año siguiente, se alojó en casa de su amigo y compadre Gutiérrez de la Fuente, quien se
desempeñaba como comandante general de las fuerzas acantonadas en aquella ciudad.

Fue precisamente en casa de su anfitrión donde se trazaron los planes a seguir


para "uniformar" la política en el Perú y en Bolivia. Esos planes no eran otros que los
relacionados con la futura unión de las dos repúblicas para formar la confederación.
Pero, a espaldas de Gutiérrez de la Fuente, Santa Cruz entró en tratos con algunos
civiles y militares peruanos residentes en Arequipa, a fin de que "trabajasen" para unir
los departamentos de Puno, Cusco y Arequipa a Bolivia. Con la finalidad de viabilizar
este proyecto, formó logias que integraron, entre otros, el coronel Reyes, el deán Córdo-
va, el chantre Rivero y los ciudadanos Barriga, Magariños y Valdez de Velasco.

A su paso por Puno en tránsito a su país, formó la logia Independencia Peruana,


de la que fue uno de sus más conspicuos representantes Atanasio Hernández, apodado
"El Indio" y contó con el apoyo incondicional del prefecto del departamento, coronel
Rufino Macedo. Una vez en su país, Santa Cruz mantuvo una permanente comunicación
con los "confabulados", quienes en forma pública y privada realizaban activa
propaganda para ganar adeptos a su causa.

Un grupo de militares y civiles residentes en Arequipa, entre los cuales figuraban


los coroneles Manuel Amat y León y Mateo Estrada y los comandantes Ramón Castilla,
Narciso Bonifaz y Juan Cárdenas, informados de la política divisionista que realizaban
los "confabulados", cumplieron con dar cuenta a Gutiérrez de la Fuente de lo que
ocurría en el sur, pero éste no tomó ninguna medida represiva y sólo se conformó con
enterar de los sucesos a Gamarra, quien aún se encontraba en el norte.

Ante la indiferencia del gobierno, aquellos militares decidieron actuar por cuenta
propia y provocaron la "contrarrevolución" del 8 de agosto de 1829 y apresaron a los
coroneles Reyes, Escobedo, al general Martínez de Aparicio, al comandante Guillén y a
algunos civiles. Otros lograron ponerse a buen recaudo. El coronel Macedo, informado
de los sucesos, logró huir y pidió protección a Santa Cruz.

A los detenidos se les sometió a un proceso sumario, como consecuencia del cual
fueron declarados culpables. Debidamente custodiados, fueron remitidos a Lima, pero el
gobierno no los sancionó y algunos de ellos — tal es el caso del coronel Reyes a quien
se nombró prefecto de Puno—, fueron destinados a otros cargos. Esta actitud, fue
duramente censurada por los militares que habían provocado la contrarrevolución, sobre
todo por Castilla, que envió una carta de protesta a Gutiérrez de la Fuente.

Cuando Santa Cruz se enteró de estos hechos no sólo protestó por considerarlos
injustos, sino que trató de explicar la conducta de sus "amigos", de quienes dijo que
habían actuado de acuerdo a los planes federalistas convenidos en Arequipa entre él y
Gutiérrez de la Fuente y que, al margen de esto, aquellos no habían cometido delito
alguno al "quererlo" presidente del Perú.

A dos años de ocurridos estos sucesos; Gamarra dirigió una carta a Santa Cruz
increpándolo por su intervención en ellos. En uno de los acápites de la misiva le decía:
"Yo estaba trabajando hecho un tonto por tu engrandecimiento, en el mismo tiempo que
estabas tramando la desmembración del Perú y la anarquía por sólo aparecer como un
protector y un Alejandro". Y, en carta que dirigió al coronel Macedo, uno de los más ca-
racterizados colaboradores de Santa Cruz, fue más explícito y radical al decirle: "A la
verdad ¿quién es capaz de imaginar ni creer que un peruano sea capaz de desmembrar el
territorio peruano? ...El general Santa Cruz sabe bien que nadie más que yo se interesa
en la fusión con Bolivia. Racionalmente se entenderán Bolivia y el Perú y formaremos
del todo la Nación peruana, no la boliviana... El Perú nunca ha sido de Bolivia, Bolivia
siempre ha sido del Perú. El Perú no necesita de nadie para existir y Bolivia, no; jamás
podrá salir de la clase de pupila del Perú ...Sería una humillación que el último pescador
del Desaguadero buscase incorporación en aquella miserable patria".

La contrarrevolución de Arequipa puso término a la tentativa inicial de Santa Cruz


de unir el Perú a Bolivia, o al menos, a segregar los territorios del sur de la soberanía
peruana para unirlos a su país. Fue también el término de la amistad personal que
vinculó interesadamente a los caudillos más representativos de la política peruana con
Santa Cruz, y el comienzo de una lucha implacable que sostuvieron aquellos por más de
una década, postergando el desarrollo económico de sus países.
PRIMER GOBIERNO DE GAMARRA

El régimen gamarrista, que de acuerdo a la Constitución de 1828 se inició en 1829


y concluyó en 1833, se desarrolló en un ambiente de grave crisis económica y de
intranquilidad, en lo que toca a política interna e internacional.

En lo que respecta al primer aspecto, las guerras por la independencia habían


creado una retracción en las actividades agrícolas, mineras y ganaderas. La falta de
brazos—ya que muchos de quienes se dedicaban a estas actividades habían muerto en
los campos de batalla—causó un notable descenso en el volumen de la producción,
sobre todo en la costa, donde la mayoría de los trabajadores se dedicaban a la siembra
de plantas industriales, que como el algodón, la vida y la caña de azúcar, aportaban con
ingresos considerables por conceptos de derechos de exportación de los productos
manufacturados, como las telas y los licores.

En lo que corresponde a la actividad ganadera, la situación no fue menos crítica.


En los cuatro años que duró la guerra separatista, los ejércitos beligerantes habían
consumido una apreciable cantidad de ganado vacuno y ovino que se criaba en la zona
andina de los actuales departamentos de Lima, Ancash, Junín y Pasco. El ganado
caballar, que se usaba como medio de transporte, fue incorporado en los cuerpos de
caballería que se diezmó en los campos de batalla.

La minería, que ya había decaído en los últimos años de la administración


virreinal, entró en una etapa de paralización por la falta de brazos y de capitales.
Quienes trabajaban en ella habían muerto en la guerra y los propietarios de minas
-españoles en su mayoría- se vieron obligados a abandonar el país, lo que determinó que
muchas minas se "aguaran" Y el gobierno se encontraba imposibilitado de reflotarlas
por falta de dinero, pues esta operación era sumamente costosa. Se comprende que la.
baja en la producción de minerales, trajo como consecuencia una considerable
disminución en los ingresos fiscales por derechos de exportación.

Resulta obvio anotar que la crisis expuesta tuvo incidencias negativas en las
actividades comerciales a nivel interno e internacional, concentradas en el primer caso
en los centros mineros, donde otrora habían alcanzado gran desarrollo el arrieraje.
La crisis económica imperante más el permanente estado de inestabilidad política
en que se desarrolló el régimen, impidieron a Gamarra realizar una buena obra
administrativa. Pese a ello, dictó algunos dispositivos orientados a superar esa crisis.
Así, rehabilitó la Casa de Moneda, cuya dirección fue encomendada a Cayetano de
Vidaurre, por ley promulgada el 1° de junio de 1831; fueron creadas las casas de
moneda de Trujillo y Arequipa; se tomó medidas para regularizar el cobro de las
contribuciones, especialmente del ramo de patentes que no habían sido hecho efectivas
desde el año 1822; fue inaugurado el muelle del Callao y abierto al comercio marítimo
el puerto de Cerro Azul; se estableció la Dirección General de Aduanas; se creó el
departamento de Amazonas y se fundaron el Colegio Militar y el Ateneo de Lima, cuya
creación obedeció al propósito de estimular el desarrollo cultural del país. Para la
realización de estas tareas, Gamarra contó con la valiosa colaboración de sus ministros
José María de Pando, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Lorenzo Bazo, Juan José de Larrea
y Loredo, Andrés Martínez y Manuel del Río, personajes de gran figuración y versación
en las disciplinas del Derecho y la Economía.

Merece una mención especial el ensayo de descentralización administrativa que se


hizo por medio de las juntas departamentales, que habían sido creadas a través de la
Constitución de 1828. Lamentablemente, este ensayo no dio los resultados esperados
por la irresponsabilidad y la falta de preparación de sus, miembros, a lo que se sumó la
escasez de recursos económicos.

El viajero Angrad, gran captador de lo popular, recogió en Lima, en 1837, esta preciosa estampa tan llena de color y simpatía, que
nos muestra cómo se anunciaban por Lima los juegos de gallos, tan populares entonces (acuarela de la colección Leonce Angrad.
Cabinet des Estamps, Of. 32, Res, tomo II, lámina nº 72. Bibliothèque Nationale, París).

LA POLITICA INTERNA

Fueron varios los factores o motivos que contribuyeron a crear el ambiente de


inquietud en que se desarrolló el régimen de Gamarra. Cabe citar, entre otros, el carácter
autoritario que dio a su gobierno, la infracción de algunos dispositivos de la
Constitución, la mala aplicación de la ley de la reforma militar y la permanente amenaza
que significó para el Perú la política disociadora del presidente boliviano Santa Cruz.

Estos hechos determinaron que en el país se registraran alrededor de catorce


movimientos subversivos contra el régimen.

En agosto de 1830, se produjo el levantamiento del coronel Gregorio Escobedo en


el Cuzco, quien mandó apresar al prefecto del departamento, Juan Angel Bujanda,
juntamente con algunos de sus colaboradores. Este movimiento no tuvo éxito, pues fue
debelado a poco de haberse producido. El presidente Gamarra, enterado de su estallido,
emprendió viaje a la ciudad imperial, con el propósito de debelarlo. Pese a haberse
enterado de su fracaso en el trayecto, continuó viaje al lugar de su destino.

En horas de la noche del 16 de abril de 1831, efectivos del batallón Zepita


asaltaron la casa del vicepresidente, encargado de la presidencia, general Gutiérrez de la
'Fuente, quien huyó en paños menores por los techos de las casas contiguas a su
domicilio. Ayudado por un carpintero se dirigió al Callao, donde se refugió en un navío
surto en ese puerto. Los autores del atentado, justificaron su actitud manifestando que se
habían visto obligados a tomar esa determinación para poner término a los planes
subversivos que contra el presidente había trazado el vicepresidente, con el fin de
derrocarlo.

Se comentó, sin embargo, que aquel atentado se había realizado bajo la


instigación de doña Francisca Zubiaga, mujer de Gamarra, para vengarse del vicepresi-
dente quien por esos días había expedido una ley de excepción sobre la importación de
harina, perjudicando los intereses económicos de La Mariscala, vinculada a ese negocio.

En 1832, fueron puestos en prisión, acusados de conspirar contra el gobierno,


Ramón Castilla y el diputado José Félix Iguain. Castilla logró evadirse de la prisión.

En marzo del mismo año, fue apresado el capitán Felipe Rosell, acusado del
mismo delito. Su detención se debió a la delación involuntaria de Castilla, quien se en-
contraba preso en un navío en el Callao. Rosell, fue sometido a un proceso sumario y
sentenciado a la pena de fusilamiento, que se cumplió en la plaza mayor de Lima El
comportamiento del reo en el momento de la ejecución, fue valiente, pues dice de él
Santiago Távara, que marchó al patíbulo, como quien marcha a una parada militar.

La ejecución del capitán cusqueño, considerado como, uno de los más valientes y
leales subalternos de Gamarra, fue sentida y censurada. Castilla, a quien se culpó
indirectamente del apresamiento de Rosell, publicó un Manifiesto aclaratorio, acerca de
su participación en el caso.

El ministro de Gobierno, Manuel Lorenzo de Vidaurre, publicó un manifiesto,


censurando la actitud de los opositores al régimen, documento que terminaba con estas
palabras: "Ha de reinar el orden. Si fuera preciso, callarán las leyes para mantener las
leyes".

Otro hecho que conmovió a la opinión pública y, sobre todo, al periodismo, fue el
apaleamiento de que fue víctima el editor del periódico El Telégrafo de Lima, Juan
Calorio. Acusado de haber publicado una nota difamatoria contra La Mariscala, fue
detenido por un grupo de oficiales jóvenes, de quienes se decía obedecían órdenes de
aquella, quienes lo condujeron al Martinete, lugar donde fue duramente apaleado hasta
quedar malherido.

La oposición contra el régimen gamarrista fue capitalizada en la Cámara de


Diputados, por el representante liberal por Tacna, Francisco de Paula González Vigil,
quien lo acusó de infractor de la Constitución, en uso del Art. 22, del título IV de la
constitución vigente. Lo denunció por haber doblado el impuesto al papel sellado, por
haber disuelto la junta departamental de Lima y por haber expulsado del país al
ciudadano Jaramillo, sin previo proceso judicial. Al término de su acusación, expresó:
"Por lo que hace a mí habiéndome cabido la honra por no decir la desgracia, de presidir
la cámara en este día, y debiendo quedar por esto privado de sufragio conforme al
reglamento, me apresuro a emitir mi opinión en la tribuna para que sepa mi patria y
sepan también todos, los pueblos libres que cuando se trató de acusar al Ejecutivo por
haber infringido la Constitución, el diputado Vigil, dijo "Yo debo acusar, yo acuso".

La acusación contra Gamarra fue rechazada por 36 votos contra 22, pero trajo
como consecuencia acusaciones y detenciones. Así, el teniente coronel Felipe Santiago
Salaverry, quien pese a la prevención de sus amigos, había publicado un manifiesto
censurando los actos del gobierno, fue detenido y acusado de conspirador. Enviado al
norte, logró evadirse de la prisión y continúo en sus propósitos subversivos. El diputado
González Vigil, a quien el gobierno supuso involucrado en los planes de una
conspiración descubierta en Lima pocos días después de su discurso en el Congreso,
publicó un escrito negando tal imputación, que incluía estas palabras: "Entienda el
Presidente de la República que mi campo de batalla es la tribuna, y que fuera de ella soy
lo que siempre he sido, lo que debo ser, un ciudadano pacífico".

Finalmente, en junio de 1833, se sublevaron en Ayacucho los capitanes Deustua y


Flores, quienes dieron muerte a los coroneles Guillén y Gonzales. Un destacamento
militar a órdenes del general Bermúdez, derrotó a los facciosos en los Altos de
Pultunchara.

GAMARRA Y LA POLITICA INTERNACIONAL

Fueron los problemas surgidos con la República de Bolivia, los que más
preocuparon al presidente, relacionados concretamente., con la honda rivalidad política
que hubo entre Gamarra y Santa Cruz, que pugnaban por hacer realidad la unión del
Perú y Bolivia. Los problemas de límites y del pago de la deuda, que tenía pendiente el
gobierno de Bolivia al del Perú, por la ayuda indirecta prestada en favor de su
independencia fueron, en realidad, causas un tanto secundarias.

La crisis en las relaciones diplomáticas peruano-bolivianas, que se inició en el


momento en que se descubrieron los planes federalistas de Santa Cruz, se ahondó
cuando Gamarra lo acusó de estimular y alentar asonadas y levantamientos en el sur,
con el propósito de desestabilizar su régimen.

En lo que respecta a los límites que separaban a ambos países, no habían sido aún
definitivamente fijados. Terrenos de algunas comunidades de indígenas bolivianos,
sobrepasaban la línea fronteriza tradicional, que separaba a ambos países y ocurría lo
propio en lo que respecta al Perú. Se daba el caso de la propietaria boliviana Andrea de
la Banda, parte de cuya hacienda estaba dentro del territorio peruano.
La frontera era escenario, por otro lado, de frecuentes incidentes, protagonizados
por comerciantes y arrieros peruanos y bolivianos, que se movilizaban entre ambos
países por razones de sus actividades.

El gobierno del Perú, en su propósito de poner término a la crisis, acreditó ante el


gobierno la Bolivia una misión diplomática, presidida por Mariano Alejo Alvarez, a
quien se dio instrucciones para que negociara la suscripción de tratados de amistad y
comercio. Se le facultó también, para que pidiera explicaciones al gobierno de Bolivia,
por la intervención de Santa Cruz en la política doméstica del Perú, el año anterior o sea
en 1829.

El ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, Mariano Enrique Calvo, que


representaba a su gobierno, se mostró poco dispuesto a formalizar aquellos tratados y el
presidente Santa Cruz rechazó airado el pedido de las explicaciones, formulado por el
diplomático peruano, que lo consideró ofensivo; este incidente, más la pérdida de la
valija diplomática de Álvarez, por la que éste culpó a la cancillería boliviana,
precipitaron el fracaso de su misión. Tuvo también mucho que ver en esto, el carácter
irascible del ministro peruano y su falta de tino diplomático.

Fracasada la misión Alvarez, el gobierno peruano nombró otra, que presidió


Manuel Ferreyros. Gamarra, que para entonces se encontraba en el Cuzco, ciudad a la
que había viajado a raíz del levantamiento de Escobedo, acercó sus fuerzas a la frontera
e invitó a una entrevista a Santa Cruz, la misma que se realizó en el Desaguadero. A ella
asistieron, en calidad de observadores, Ferreyros y el ministro de Relaciones Exteriores,
Casimiro Olañeta, que había reemplazada a Calvo. Santa Cruz y Gamarra no llegaron a
nada concreto. El resultado de las conversaciones "informales", que habían tenido
Ferreyros y Olañeta fue publicado en el periódico paceño El Iris, hecho que el ministro
peruano consideró una indiscreción. Ambos ministros se trasladaron a Arequipa para
proseguir las conversaciones, pero aquí tampoco se llegó a un acuerdo, circunstancia
por la que se dieron por terminadas las negociaciones.

Gamarra viajó precipitadamente a Lima y, una vez aquí, pidió autorización al


Congreso para declararla guerra a Bolivia, pero este organismo decidió nombrar una
nueva misión diplomática, que presidió Pedro Antonio de La Torre, quien, con la
mediación del gobierno chileno, que nombró como su representante a Miguel Zañartu,
suscribió en Arequipa, en noviembre de 1831 los tratados de Paz, Amistad y Comercio.
El gobierno boliviano aceptó el tratado de Paz, Amistad, mas no el de comercio, por
considerarlo lesivo a sus intereses comerciales. La Torre tuvo que verse obligado a
viajar a Bolivia a negociar un nuevo tratado, que fue suscrito en 1832.

LA GUERRA CIVIL

Gamarra, próximo a cumplir su mandato, convocó a elecciones generales. El


Congreso no se reunió oportunamente y las elecciones no llegaron a realizarse, cir-
cunstancia por la que la Convención Nacional, manejada por Luna Pizarro, nombró
como presidente al mariscal Luis José de Orbegoso, quien asumió el poder el 21 de
diciembre de 1833.
La elección del nuevo presidente no fue del agrado de Gamarra, ni del grupo que
lo había apoyado en el poder y que continuaba controlando los organismos del poder, a
tal punto de que la figura del presidente era, en cierta forma, decorativa. Orbegoso, para
librarse de la presión del grupo "gamarrano", se refugió en los Castillos del Real Felipe
y desde allí comenzó a expedir decretos.

Este estado de cosas determinó que el 4 de enero de 1834 se pronunciara contra la


autoridad del presidente, el general Pedro Bermúdez, unce de los más caracterizados
colaboradores de Gamarra. El pueblo de Lima realizó manifestaciones multitudinarias
de protesta por aquel procedimiento anticonstitucional.

La guerra civil tuvo como escenario de desarrollo la sierra central y el primer


encuentro entre los ejércitos beligerantes se realizó en Huaylacucho, donde las tropas de
Bermúdez lograron derrotar a las de Orbegoso. Prosiguiendo las acciones, ambos
ejércitos tomaron posiciones de combate en Maquinhuayo. Refiere el general Echenique
en sus Memorias, que gracias a sus gestiones pacifistas no llegó a realizarse el combate
y los integrantes de ambos. ejércitos se dieron un abrazo fraterno, que puso término a la
guerra civil. Este episodio histórico se conoce en la historia, como el Abrazo de
Maquinhuayo.

Orbegoso retornó a Lima y Gamarra partió al exilio, refugiándose en Bolivia. La


Mariscala se dirigió a Arequipa, ciudad de la que continuó a Valparaíso, donde falleció
el año siguiente de su llegada.

GUERRA CONTRA SANTA CRUZ

La situación política no mejoró, pues el 4 de enero de 1835, se produjo el


levantamiento del general Salaverry, quien se proclamó jefe supremo de la República el
22 de febrero.

Cuando Gamarra se enteró del pronunciamiento de Salaverry, intentó regresar al


Perú, pero se lo impidió Santa Cruz, mandándolo aprehender en Oruro, ciudad en la que
ambos tuvieron una entrevista. Se acordó en ella, sobre la manera cómo debían actuar
en el Perú. Gamarra, sin contar con la autorización de Santa Cruz, cruzó la frontera el
20 de mayo de 1835 y ocupó, sucesivamente, las ciudades de Cuzco y Puno, donde
logró la adhesión de importantes guarniciones, entre ellas, las que comandaba Lopera.

Orbegoso, que ignoraba el pacto Gamarra-Santa Cruz y desesperado por la


presencia de aquel en el país, solicitó los auxilios del presidente boliviano, por
intermedio del general Anselmo Quiroz, quien negoció un convenio que se firmó el 15
de junio de 1835 y por el cual se acordó, que Santa Cruz pasaría al Perú, para
restablecer la paz; que el ejército boliviano traería su propia caja militar, que el gobierno
peruano se comprometía a pagar los gastos que ocasionase esa intervención militar y
que, una vez lograda la pacificación del país, el gobierno boliviano se comprometía a
garantizar la realización de una asamblea, que determinaría el futuro destino del país.
Santa Cruz, aún antes de cumplirse el plazo fijado para su entrada en el Perú,
cruzó la frontera al mando de un fuerte ejército. Cuando Gamarra se enteró del pacto
Orbegoso-Santa Cruz, se exasperó y se preparó para combatir a este último. Casi
simultáneamente se produjo el entendimiento entre Gamarra y Salaverry para enfren-
tarse al presidente boliviano.

El encuentro decisivo entre las tropas de Gamarra y las bolivianas, comandadas


por los generales Braun y Ballivián, se realizó en Yanacocha, el 11 de agosto de 1835
acción ésta en que fue derrotado Gamarra. La superioridad del material bélico, así como
del número de combatientes, fueron factores determinantes de la victoria del ejército
boliviano, que ocupó la ciudad del Cuzco, donde Santa Cruz hizo fusilar al coronel La
Torre.

Gamarra, que había logrado huir, recibió órdenes de Salaverry para dirigirse a
Lima, donde debía hacerse cargo del poder, interinamente. Impedido de asumir el go-
bierno, fue apresado y enviado a Costa Rica, el 10 de octubre de 1835, con un grupo de
sus colaboradores.

Los sucesos ocurridos en el Perú, a partir de lo expuesto, corresponden a los


antecedentes de la Confederación Perú-boliviana. Ausente Gamarra del país, quedaron
como únicos rivales Salaverry y Santa Cruz, pues la figura de Orbegoso pasó a un
segundo plano.

Salaverry, luego de adiestrar y organizar sus tropas en Bellavista, abrió campaña


al sur. Contaba entonces con 5,000 efectivos, contra 8,000 que tenía su adversario, los
mismos que estaban distribuidos entre Cusco, Ayacucho y Arequipa. Salaverry,
informado de que el jefe santacrucino Morán planeaba operar sobre Ayacucho y Jauja,
decidió atraerlo, para de ese modo interponerse entre las tropas de aquél y el grueso de
las fuerzas de Santa Cruz y atacarlas en detal, con la seguridad de derrotarlas; pero
Morán, informado sobre la estrategia trazada por Salaverry o por simple precaución no
cayó en el juego de su adversario, y retrocedió más allá de Ayacucho.

Salaverry, sin verse mayormente afectado por el fracaso de su plan, envió tres
expediciones hacia el interior, las que debían converger en Vítor. Dispersada la que di-
rigía Porras, sólo llegaron a su destino las que comandaban él y Fernandini. Las tropas
de Salaverry y Santa Cruz tomaron contacto, por primera vez, en las afueras de
Arequipa, donde sostuvieron un intenso tiroteo por espacio de varios días. En tanto
Santa Cruz concentraba sus tropas, la vanguardia boliviana, al mando del general José
Ballivián, intentó pasar el puente de Uchumayo, en arriesgada maniobra, el 4 de febrero
de 1836, no lográndolo, pero se ganó las felicitaciones de su adversario, que reconoció
su arrojo y valentía.

El júbilo que produjo esta victoria en las filas del ejército de Salaverry, originó el
nacimiento de la marcha denominada "La Salaverrina", que después se ha inmortalizado
con el nombre de "El Ataque de Uchumayo". Luego de realizada esta acción, ambos
ejércitos se desplazaron para ocupar la estratégica posición de los Altos de la Luna,
específicamente, el Cerro de Paucarpata. El aviso oportuno que recibió Santa Cruz,
sobre el movimiento que realizaba su adversario, determinó que aquél se le adelantara
en ocupar esa posición. El encuentro decisivo entre ambos ejércitos se realizó el 7 de
febrero de 1836 en Socabaya. Dando comienzo a la batalla, las tropas bolivianas bajaron
para contener el avance de la caballería peruana, que fue apoyada por la infantería, lo-
grando arrollar al enemigo, que luego reaccionó apoyado por un batallón de reserva,
comandado por el general Braun, que hizo retroceder a los peruanos. Salaverry hizo
esfuerzos sobrehumanos para contener el desbande de sus tropas, pero no pudo evitarlo.
La defección de un cuerpo que mandaba el general Mendiburu, desmoralizó totalmente
al ejército peruano, que huyó precipitadamente del campo.

Salaverry tomó el camino que conduce a la costa, donde debía unirse a su


escuadra, pero una patrulla apostada en la ruta, bajo el mando del general Miller, lo
apresó, junto con sus inmediatos colaboradores. Conducida a Arequipa, fue sometido a
un consejo de guerra que presidió Anglada, que lo condenó a la pena del fusilamiento,
que se cumplió en la plaza mayor de Arequipa, el 18 de febrero de 1836. También con
él, fueron pasados por las armas sus subalternos Fernandini Solar, Rivas, Cárdenas,
Carrillo, Valdivia, Moya y Picoaga.

LA CONFEDERACION PERUANO-BOLIVIANA

Ejecutado Salaverry, Santa Cruz tuvo el camino libre para establecer el sistema
que había sido la máxima obsesión de su carrera pública. Tenía ante sí, varias
alternativas, pues podía conformarse con anexar el puerto de Arica a Bolivia, como ya
se había intentado a través del tratado de federación y límites suscrito entre el Perú y
Bolivia el año 26; con segregar del Perú los departamentos de Cuzco, Puno y Arequipa,
para unirlos a Bolivia, como pretendió hacerlo en 1829 o fijar los límites entre ambas
repúblicas en el Apurímac, como ya lo había insinuado el Libertador en 1826.

Refiere el deán mercedario Juan Gualberto Valdivia, que cuando Santa Cruz,
consultó al educador José Joaquín de Mora, sobre la alternativa a elegir, éste le contestó:
“Todo o nada" y fue esta respuesta la que lo decidió a unir las dos repúblicas.

Hubo, lógicamente, al margen de esta decisión política, una serie de factores de


orden histórico, social y geográfico que avalaban en parte esa unión, pero no hubo
consenso entre los caudillos para determinar cuál de los dos países, integrantes del
sistema, podía detentar el poder hegemónico. Y es que, por otro lado, existía el an-
tecedente del acentuado nacionalismo de sus pobladores, que no permitía que uno de
ellos avasallara al otro.

Una de las primeras preocupaciones de Santa Cruz fue la de sentar las bases para
la estructuración del sistema y para ello convocó a una asamblea, que se reunió en el
pueblo de Sicuani el 19 de marzo de 1836. Asistieron a ella representantes de los
departamentos de Puno, Cusco y Arequipa, quienes proclamaron la creación del Estado
Sur-Peruano y designaron como protector de él a Santa Cruz.

Otra asamblea reunida en el pueblo boliviano de Tapacarí, en junio de 1836,


sancionó la anexión de Bolivia al Estado Sur-Peruano.
La creación del Estado Nor-Peruano no se hizo con la misma facilidad que los
anteriores. Los asambleístas, representantes de los departamentos de Lima, La Libertad,
Amazonas y Junín, que se reunieron en Huaura, se resistieron a esa creación y Santa
Cruz hubo de usar de la presión y la amenaza para lograr su propósito, que finalmente
se logró el 3 de agosto.

La asamblea de plenipotenciarios que se reunió en Tacna con la asistencia de tres


representantes por cada Estado, suscribió el 9 de mayo de 1837, el denominado Pacto de
Tacna, que consagró el establecimiento del sistema y nombró a Santa Cruz Supremo
Protector, por el término de diez años.

Andrés Santa Cruz

LA OPOSICION A LA CONFEDERACION

La Confederación tuvo dos enemigos irreconciliables: el gobierno chileno y los


emigrados peruanos. Se ha dicho que Chile se opuso a ella por razones comerciales y
también de equilibrio continental. La primera está relacionada a la rivalidad que hubo
entre los puertos del Callao y Valparaíso, en la época en que fueron declarados puertos
de depósito, por los gobiernos del Perú y Chile. En cuanto a la segunda, razón el
gobierno chileno consideró que la unión de los dos países significaba una seria amenaza
para su soberanía y su integridad territorial.

Y, en lo que respecta a los emigrados, eran muchos, entre civiles y militares, que
habían abandonado el país para no estar sometidos al dominio de Santa Cruz. La
mayoría de ellos, entre los que se contaba a Castilla, Vivanco, Martínez y a Placencia,
se había refugiado en Chile. Gamarra se encontraba en el Ecuador, país al que se había
trasladado de Costa Rica.

El gobierno chileno, en su propósito de destruir la Confederación, formó la


primera expedición restauradora, que fue puesta al mando del marino Blanco Encalada,
con quien colaboraron estrechamente los emigrados peruanos. Gamarra pidió ser
incorporado en ella, pero se lo impidió el ministro del Interior, Diego Portales, enemigo
jurado del Perú y de Gamarra.
El gobierno chileno buscó un pretexto para intervenir militarmente en la
Confederación y lo encontró en la expedición Freyre, que había organizado en el Perú el
general chileno Ramón Freyre, con la finalidad de derrocar al presidente Prieto, que
entonces gobernaba Chile.

El gobierno chileno culpó a Santa Cruz por el envío de esta expedición, que había
fracasado por la sublevación de su tripulación.

En vísperas de la partida de aquella expedición, con destino hacia el Perú, se


produjo una rebelión en Quillota, encabezada por el coronel Vidaurre, la misma que fue
debelada por Castilla. Superado este incidente, partió la primera expedición con destino
al Perú, en setiembre de 1837. Luego de desembarcar en Quilca se dirigió a Arequipa,
donde fue prácticamente cercada por el ejército confederado. Blanco Encalada, al verse
en una situación critica, se avino a negociar con Santa Cruz y como consecuencia de
ello, se firmó el tratado de Paucarpata, que fue rechazado por el gobierno chileno, que
organizó la segunda expedición, cuyo comando fue confiado al general Manuel Bulnes.
Desaparecido Portales, quien había sido asesinado en el motín de Quillota, no le fue
difícil a Gamarra, lograr su incorporación en ella.

La segunda expedición salió de Valparaíso, con destino al Perú, el 24 de julio de


1838 y estaba formada por 4,500 soldados. El comando, en antecedentes del fracaso de
la primera, que se debió al hecho de haber desembarcado en un territorio, cuyos
habitantes simpatizaban con la Confederación decidió hacerlo en Ancón.

Durante el viaje de la expedición se produjeron en el Perú acontecimientos


políticos, que sentaron las bases del futuro derrumbe de la Confederación. Don Ambro-
sio Taboada, subprefecto de Huaraz, mandó firmar actas que proclamaron la
independencia del Estado Nor-Peruano y este ejemplo fue seguido por Nieto y Orbe-
goso, quien se dirigió a Lima.

El ejército restaurador, que desembarcó en Ancón en agosto de 1838, ocupó luego


la capital. Bulnes entró en tratos con Orbegoso para lograr su adhesión, pero no se llegó
a un acuerdo y por el contrario éste decidió combatirlo. El encuentro decisivo entre las
tropas de Bulnes y Orbegoso se realizó en la Portada de Guía, el 21 de agosto, acción en
la que fue derrotado el ejército de este último, que sé refugió en el Callao.

Bulnes consideró innecesaria su presencia en la capital y se dirigió al norte. La


vanguardia de Santa Cruz llegó en el momento preciso en que los últimos efectivos del
ejército restaurador desocupaban Lima. El general Trinidad Morán sugirió atacarlos,
seguro de derrotarlos, pero Santa Cruz, contestó con estas palabras: "Mañana, Morán,
mañana".

Santa Cruz realizó gestiones diplomáticas con la finalidad de llegar a un


entendimiento con Bulnes, pero fracasó. El encuentro preliminar entre las fuerzas
restauradoras y las confederadas tuvo lugar el 6 de enero de 1839 en Buín, donde
Bulnes logró vencer a su adversario. Continuando las hostilidades, ambos ejércitos
tomaron posiciones a las orillas del riachuelo Ancash y el Cerro Pan de Azúcar.
Al promediar la batalla, la victoria pareció sonreír a Santa Cruz y Bulnes ordenó
la retirada de sus efectivos hacia el pueblo de San Miguel. Refiere el deán Valdivia, que
en ese momento, Castilla se encontró con los coroneles Sesé y Rivero, que se batían en
retirada y les ordenó resistir. Hizo lo propio con los efectivos que comandaban Gamarra
y Eléspuru y luego él se lanzó al ataque con el escuadrón Lanceros y el batallón
Santiago, forzando la posición de Santa Cruz por la quebrada, logrando así hacerlo
retroceder, operación que se hizo extensiva al resto del ejército confederado que fue
completamente derrotado.

Santa Cruz abandonó el campo de batalla dejando sus efectos personales en su


tienda de campaña y en cuatro, días, salvó la distancia que media entre Yungay y Lima.
En vista de la hostilidad con que fue recibido en Lima, se dirigió a Arequipa, para luego
continuar viaje a su patria, pero al enterarse que varios caudillos habían desconocido su
autoridad, desistió de viajar. El 20 de febrero expides sendos decretos, declarando
disuelta la Confederación y renunciando a su cargo de Supremo Protector de ella.

Al considerar peligrosa su permanencia en Arequipa, se dirigió a Islay, en


compañía de algunos de sus colaboradores y bajo la protección de la marinería de la fra-
gata inglesa Sammarang, emprendió viaje al exilio en el Ecuador.

Bandera de la Confederación peruano-boliviana

LA RESTAURACION Y EL SEGUNDO GOBIERNO DE GAMARRA

Gamarra había sido proclamado presidente provisional del Perú por un grupo de
vecinos, reunido en Lima, el 24 de agosto de 1838. Una de sus primeras medidas fue
convocar al Congreso, pero este organismo no pudo reunirse, porque gran parte del
territorio del sur, estaba ocupado por las tropas confederadas. La guerra no le permitió
después ocuparse de los asuntos políticos. Tampoco pudo convocar al Congreso en
Lima, porque estaba ocupada por las tropas restauradoras, por esta razón lo hizo en
Huancayo, donde se instaló solemnemente el 15 de agosto de 1839.

Uno de los primeros actos del Congreso fue ratificar en el cargo a Gamarra, y de
concederle títulos honoríficos. Declaró, luego, enemigo capital del Perú a Santa Cruz y
a Orbegoso, fuera de la ley. Dictó también medidas represivas para los colaboradores de
Santa Cruz. Se abocó, luego, a la elaboración de una nueva Constitución para el país.
La Constitución de Huancayo, elaborada en el término de 15 días, fue
definidamente conservadora e introdujo importantes reformas, con respecto a la Cons-
titución anterior. El mandato presidencial fue ampliado a seis años y fueron suprimidas
las vicepresidencias, así como las juntas departamentales por inoperantes. Fue creado el
Concejo de Estado, cuyos presidentes y vicepresidentes debían reemplazar al presidente
de la República, en los casos fijados por la misma Constitución. Fue aumentada la edad,
como requisito para postular a los cargos dé presidente, senador y diputado, hecho que
fue considerado como una medida hostil a la juventud. En antecedentes de lo que había
ocurrido con la Confederación, la nación no podía celebrar pactos con otros países.

El Congreso, por ley de 25 de noviembre de 1839, convocó a los colegios


electorales, para la elección constitucional de presidente de la República, realizados los
comicios, salió elegido Gamarra el 10 de julio de 1840. A poco de asumir su mandato, el
presidente tuvo que hacer frente a una serie de movimientos subversivos que estallaron
Cuzco, Ayacucho, Arequipa y Puno. Entre ellos el más importante fue el que encabezó
en Arequipa el general Manuel Ignacio de Vivanco, quien levantó las banderas de la
"Regeneración". Derrotado en las acciones de Cachamarca y Cuevillas, Vivanco se vio
obligado a marchar al exilio.

LA OBRA ADMINISTRATIVA DE GAMARRA

Una de las más importantes en el aspecto económico fue la implantación del


sistema de navegación a vapor por el naviero norteamericano William Wheelwright,
quien fundó en Londres la Pacific Steam Navegation Company, que inició sus
actividades en las costas del Pacífico con los barcos Perú y Chile. La implantación de
este sistema agilizó las operaciones de transporte de carga y pasajeros, que hasta
entonces se realizaba con barcos a vela, cuyo desplazamiento lento, estaba sujeto, en la
mayoría de los casos, a los caprichos de la naturaleza.

En el plano educacional, durante este régimen, fueron fundados el Colegio de


Nuestra Señora de Guadalupe, y el diario El Comercio de Lima. El colegio de Guadalu-
pe fue fundado por el comerciante y agricultor iqueño Domingo Elías y el español
Nicolás Rodrigo. Destinado originalmente a la enseñanza elemental, amplió después sus
servicios a la enseñanza secundaria. Fue contratado para dirigirlo el educador español
Sebastián Lorente.

El diario El Comercio fue fundado, en 1839, por el chileno Manuel Amunátegui.


Como su nombre lo indica fue destinado en principio a la difusión de informaciones de
carácter comercial, pero con el transcurso de los años brindó informaciones de las más
variada índole, a tal punto de haberse constituido en una valiosa fuente de conocimiento
de los sucesos ocurridos en el Perú republicano.

POLITICA INTERNACIONAL

Uno de los primeros problemas a los que tuvo que hacer frente el régimen de
Gamarra, fue el retiro de las fuerzas restauradoras chilenas. En principio no tuvo
mayores apremios por su solución, pues necesitaba de ellas para consolidar su posición
en el poder, pero una vez logrado esto, esa salida era imperiosa por razones de soberanía
nacional.

Solucionado en parte el pago de sueldos a ese ejército, inició viaje de retorno a su


país, a partir de junio de 1840. Por estos días, Gamarra propuso al gobierno chileno la
suscripción de un tratado de alianza, para neutralizar la acción disociadora que realizaba
Santa Cruz desde el exilio, dicho gobierno la aceptó, pero condicionándole a la
negociación de un tratado de comercio, de beneficio mutuo que no llegó a concretarse.

Posteriormente, arribó al Perú el ministro chileno Garrido, con instrucciones para


cobrar la deuda que tenía pendiente el gobierno peruano al de Chile, por los gastos
ocasionados por el envío de la segunda expedición restauradora. Esa deuda
correspondía a rancho, vestuario, sueldos, gratificaciones, pago de fletes por transporte
de carga de viajes de ida y vuelta y a la preparación y equipamiento de la primera
expedición restauradora, todo lo cual alcanzaba la elevada cifra de 725,000 pesos.

El 8 de julio de 1841 se firmó en Lima el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y


Navegación, entre los representantes diplomáticos Duarte Da-Ponte Ribeyro del Brasil y
Manuel Ferreyros del Perú. Al margen de los acuerdos que se tomaron para la
calificación de las embarcaciones comerciales de ambos países, así como la manera
cómo debían desarrollarse las correspondientes transacciones, se convino en lo que toca
a límites "Llevarla a cabo lo más pronto posible de acuerdo al uti possidetis de 1821",
con el compromiso de realizar cambios o compensaciones territoriales, de acuerdo a lo
convenido entre las partes. El día 9 del mismo mes y año, se firmó una Convención
Postal, con la participación de los mismos diplomáticos.

LA INVASION A BOLIVIA DE 1841

Al término de la Confederación, Gamarra no había renunciado a sus deseos de


anexar Bolivia al Perú, como no lo había hecho Santa Cruz, en lo que respecta al res-
tablecimiento de aquel sistema y en su intento de lograrlo, mantuvo correspondencia
con algunos amigos leales que aún le quedaban en La Paz e incluso envío a su país al
general ecuatoriano José Antonio Pallares, para que se entrevistara con aquellos.

En lo que respecta al Perú, existían evidencias que demostraban su intervención


en los asuntos doméstico) de la república del altiplano, así, en 1839 viajó, en misión
secreta a Bolivia, el coronel Arguedas, con instrucciones de hacer firmar actas pidiendo
la anexión de aquella República al Perú.

El presidente Gamarra dijo en el mensaje que dirigió al Congreso de Huancayo,


que había suficientes motivos que justificaban la intervención armada en Bolivia.

Mientras tanto en Bolivia se habían realizado sucesos políticos de especial


significación. El general Velasco, que había sido proclamado presidente constitucional
de su país, por el Congreso Constituyente, se solidarizó con los vencedores de Yungay,
confiscó los bienes de Santa Cruz y separó de sus cargos a quienes habían colaborado
con éste.

Las relaciones diplomáticas entre el Perú y Bolivia no habían sido regularizadas.


Gamarra exigió como condición previa para negociar la suscripción del tratado de paz,
la repatriación de los soldados peruanos, que habían sido conducidos a Bolivia y el pago
de 70,000 pesos por los gastos de guerra. El tratado preliminar de paz se firmó en el
Cuzco, el 14 de agosto de 1839, el mismo que fue rechazado por el gobierno boliviano.
Enterado éste de que el Perú se preparaba para hacerle la guerra, decidió negociar un
nuevo tratado que se firmó en Lima, el 19 de abril de 1840 y por el cual ambos go-
biernos se comprometieron a reducir sus fuerzas militares y el de Bolivia, luego de
desaprobar su intervención en la Confederación, se comprometió a devolver al Perú las
banderas y los prisioneros que tenía en su poder.

Mientras tanto, la situación política en Bolivia era crítica. Mariano Enrique Calvo,
amigo y colaborador de Canta Cruz, que a la sazón vivía en la Argentina, lanzó un
manifiesto dirigido al pueblo boliviano incitándolo a la revuelta. Como consecuencia de
ello, un grupo de representantes presentó a su cámara un pliego de censura al Ejecutivo,
pedido que no prosperó. A otros actos subversivos menores, se sumó el
pronunciamiento del general Sebastián Agreda, quien en complicidad con uno de los
edecanes del presidente Velasco, apresó a éste y proclamó presidente a Santa Cruz.

El 15 de junio de 1841, un motín popular que estalló en La Paz, proclamó


presidente a Mariano Enrique Calvo, quien finalmente se sometió a la autoridad de
Agreda. El general Ballivián, que se encontraba en el Perú, entró en tratos con Gamarra
para lograr su apoyo.

En tanto se preparaba para la guerra Gamarra, un motín que estalló en La Paz, el 2


de julio de 1841, proclamó presidente a Ballivián; dada la ausencia de éste, asumió el
poder interinamente, José María Serrano. En este momento, habían dos movimientos en
Bolivia, los de Calvo y Agreda, que representaban a Santa Cruz y el de Ballivián,
representado por Serrano.

Cuando estos caudillos advirtieron el peligro que para la soberanía y la integridad


territorial de su país significaba la invasión de Gamarra, dejaron de lado diferencias
políticas y se unieron para formar un frente coman de defensa ante el invasor. Gamarra,
enterado de la defección de Ballivián, intentó apresarlo, pero ya era demasiado tarde,
pues aquel. había cruzado la frontera de su país y, una vez allí, fue recibido
apoteósicamente.

Desde La Paz escribió Ballivián a Gamarra dándole cuenta de la tranquilidad que


reinaba en La Paz y le prometió que su administración sería "la más sólida garantía de
paz y amistad con el Perú". Esta carta no llegó a recibirla Gamarra, pues ya había
cruzado la frontera boliviana.

El presidente peruano al justificar la invasión expresó que se había visto obligado


a hacerlo para "interponerse entre un pueblo oprimido y un ejército servil y
mercenario", ya que la permanencia de Ballivián en el poder, no significaba una
garantía para la seguridad y tranquilidad del pueblo boliviano, sobre todo cuando Santa
Cruz conspiraba desde el exilio y que él ya no podía retroceder, porque el ejército
peruano no era un “postillón al cual se le puede hacer regresar en cualquiera hora y en
cualquier punto".

El desplazamiento del ejército peruano se realizó, en las primeras operaciones, sin


mayores dificultades, a tal punto de que, como en el año 28, recibió la ayuda de alguno,
pueblos que le suministraron víveres y recursos. Esto le permitió ocupar fácilmente La
Paz, ciudad a la que llegó el 19 de octubre de 1841. Pero, luego, tuvo que hacer frente a
la tenaz resistencia del pueblo boliviano.

El primer encuentro entre las tropas peruanas y bolivianas se realizó en la aldea de


Mecapaca, acción en la que aquellas obtuvieron una discreta victoria sobre estas
últimas. Gamarra, en un exceso de prodigalidad, premió a algunos jefes que se habían
distinguido en aquella batalla, hecho que trajo como consecuencia el resentimiento de
otros jefes, que se consideraron postergados.

El ejército peruano, hostilizado en La Paz, se desplazó hacia Viacha, de donde se


trasladó a la hacienda de Ingavi o Incahue.

LA BATALLA DE INGAVI Y LA MUERTE DE GAMARRA

En la víspera de la batalla, el ejército peruano tenía como comandante en jefe a


Castilla y como director de operaciones a Gamarra. En vista de que algunos jefes
mostraron su disconformidad con la designación de Castilla, Gamarra optó por
nombrarlo comandante de la caballería, en tanto que el general Miguel San Román, fue
designado comandante de la infantería.

Al amanecer del 18 de noviembre, los ejércitos dieron salvas y tocaron dianas.


Las tropas peruanas contaban con,23 jefes, 235 oficiales y 5,119 soldados, más 8 piezas
de artillería. El ejército boliviano tenía 40 jefes, 320 oficiales y 4,000 soldados, más 6
piezas de artillería.

El campo de batalla de Ingavi tiene una ligera pendiente ascendente hacia el sur.
Existían allí algunas chozas aisladas. Las tropas peruanas tomaron posiciones al lado de
la explanada, frente a la hacienda y las bolivianas, comandadas por Ballivián, se
colocaron entre los pantanos de Viacha y los cerros de Chonchocoro. La batalla se inició
muy de mañana, con el enfrentamiento de las guerrillas. Gamarra, había colocado la
caballería a la derecha e izquierda de su línea de ataque, teniendo en cada ala una
columna ligera de infantería, formada por los cazadores de los cuerpos que debían se-
cundar la acción de la caballería. La artillería fue intercalada entre las unidades de la
línea y quedaban de reserva los batallones Puno y Ayacucho. El ejército boliviano
adoptó una formación semejante.

Al iniciarse las acciones, Gamarra atacó la izquierda de Ballivián, pero las tropas
de éste ofrecieron tenaz resistencia, obligándolo a detenerse. A esta altura de las
operaciones, Castilla ordenó al jefe de los Coraceros, coronel Arróspide, que atacara la
derecha de las tropas bolivianas; para de este modo poder destruir las columnas del
ejército adversario, que presentaba el flanco abierto y por lo mismo vulnerable, pero
Arróspide se negó a cumplir la orden dada por Castilla.

Mientras tanto Gamarra, en el fragor del combate y en su obsesión de desbordar el


ala izquierda del adversario, atacó, alargando sus líneas y haciéndolas avanzar;
estrategia que causó cierto descontento en sus líneas, situación que aprovechó Ballivián,
para lanzar un ataque ordenado y masivo, estrellando prácticamente sus tropas sobre la
infantería peruana, que perdió fuerza para el ataque. En este momento, San Román, mal
interpretando una orden, sacó de la línea de ataque dos batallones, tomando el camino
que conduce a Viacha. Los bolivianos al advertir esta maniobra, redoblaron sus
esfuerzos para atacar a los peruanos.

La caballería peruana situada a la izquierda, engañada por la maniobra de San


Román, comenzó a abandonar el campo. La noticia de la muerte de Gamarra, que se
propagó rápidamente en el campo de batalla, desmoralizó a los efectivos de los
batallones Ayacucho, Punyán, Puno y Yungay, quienes a las voces de "el presidente ha
muerto", iniciaron la retirada que luego se generalizó en todas las líneas del ejército
peruano.

Castilla trató de restablecer el combate, pero sus esfuerzos fueron infructuosos y


cayó prisionero del enemigo. La situación de los peruanos fugitivos se tornó dramática,
pues se vieron impedidos de pasar el puente del Desaguadero, que había sido mandado
destruir por San Román, para cubrir su retirada. Esto dio lugar a que muchos soldados
peruanos fueran ultimados despiadadamente por los vencedores, no obstante haberse
rendido.

Entre las causas que motivaron la derrota del ejército peruano en Ingavi, cabe citar
la lentitud y confianza con que se movilizó ese ejército dentro de territorio boliviano.
Gamarra se engañó, pues pensó que el año 41 tendría la grata acogida que tuvo el año
28, en que el pueblo, interesado en la salida de Sucre, a quien consideraba un opresor, lo
ayudó incondicionalmente. Contribuyó también a esa derrota la desmoralización que
había cundido entre la oficialidad peruana, a raíz de los ascensos concedidos luego de la
acción de Mecapaca; el uso de los llamados fusiles hannoverianos por el ejército
boliviano, que al disparar un fuego graneado no visto antes en acciones similares, causó
pánico entre las tropas peruanas; la retirada de San Román y la muerte de Gamarra en
circunstancias aún no aclaradas.

Según la versión más aceptada, Gamarra murió por efecto de una bala disparada,
cuando se encontraba un tanto retirado del campo, en el momento en que cumplía con
una necesidad corporal. Refiere Alfredo González Prada en su libro Un crimen perfecto,
que muchos años después de realizada la batalla, un indio moribundo, residente en una
hacienda cañetana, mandó llamar a su padre, don Manuel, para confiarle un secreto de
que él había matado a Gamarra en Ingavi, para vengarse del ultraje de que había sido
víctima en un cuartel.

La muerte de Gamarra alejó para siempre a Bolivia del peligro que significaba su
presencia para su independencia y la seguridad de su territorio, pese a que quedaba
pendiente de solución la cuestión de límites, que tuvo una notoria gravitación en los
conflictos que habían tenido hasta entonces el Perú y Bolivia.

Victorioso el ejército boliviano, invadió el sur del Perú, bajo las órdenes de
Ballivián, Rodríguez Magariños y Lara. En tanto se realizaban pequeños encuentros y
escaramuzas, entre montoneras peruanas y el ejército invasor, se realizó una reunión en
Lima, con la participación de civiles y militares y se acordó en ella designar a un
ministro plenipotenciario, que negociara la paz, pero con la condición de que el ejército
boliviano abandonara el país en la brevedad posible y que el Perú no se viera afectado
en su integridad territorial.

El plenipotenciario designado fue Francisco Javier Mariátegui, quien partió al sur


en compañía de Lavalle. Ballivián nombró como su representante a Hilarión Fernández.
Los tres personajes se reunieron en el pequeño poblado de Vilque, el 9 de mayo de
1842. Las conversaciones no fueron del todo cordiales, pues menudearon las
acusaciones y recriminaciones por incidentes pasados. Mariátegui exigió del gobierno
de Bolivia el pago de los gastos ocasionados al gobierno del Perú por las campañas del
28 y del 41 y que mandase destruir la columna, que con inscripciones injuriosas al Perú
había mandado construir en el campo de Ingavi. Al no llegarse a un acuerdo en esta
oportunidad, se reunieron posteriormente en Acora, los representantes del Perú
Gutiérrez de La Fuente y Mariátegui y Ballivián y Olañeta de Bolivia, donde se fijaron
las bases para la suscripción del tratado de Paz, que se firmó en Puno, el 7 de junio de
1842. Por este tratado se convino, en líneas generales, en olvidar las diferencias
pasadas, el ejército boliviano se comprometía a desocupar territorio peruano y el pago
de indemnización por gastos de guerra se haría recíprocamente.

Muerte de Gamarra en campos de Ingavi. (Óleo anónimo donado al Museo Nacional de Historia de Lima por Juan N. Vargas
Quintanilla, el 10 de setiembre de 1906, según inventario. 0,97 x 0,67 m. sala La República).
APÉNDICE

NOTAS FINALES SOBRE EL MARISCAL GAMARRA

(TOMADO DE LA “HISTORIA DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ” DE JORGE BASADRE)

EFIGIE DE GAMARRA.

Colegial de San Buenaventura en el Cuzco, latinista versado que llevaba siempre


en el bolsillo una edición del sentencioso Horacio como maestro del corazón humano,
sin embargo había preferido la áspera universidad de la vida impura. Había llegado
desde muy lejos al trote de su caballito serrano a la capital altiva por largos caminos
circundados por campamentos. Un oculto ahorro vital infundíale el optimismo tan
necesario para ser conductor; pese a que desde muy temprano supo la verdad feroz de
las cosas. Era la suya una tenaz paciencia de obrero rural aunque a veces el milenario
recelo andino, lleno de agachadas, escondedor, sin entregarse nunca, decíase que
hallábase en él. Cuando conversaba solía inclinar la cabeza y miraba de soslayo como
un cazador que apunta. Se le tenía en la vida, en la política, en la guerra por lo que en la
pampa se llama un baqueano. La nariz aquilina de comando en su rostro lampiño y
desencajado de surcos cavados por los años, contrastaba con la quieta mirada de sus
ojos color tabaco. Bajo su piel acostumbrada a las recias tempestades de la acción fluía
la sangre fría, rara en los pueblos jóvenes, las setenta pulsaciones del pretor. Se le
aceptaba, aunque por mucho con un "¡Qué le vamos a hacer!" como un mal menor; pero
contemporáneos como Távara, Echenique y Mendiburu lo llaman sereno, prudente y
magnánimo aunque sabía, como el marino, utilizar el viento obedeciéndolo y
comprendía que la línea recta se tira en el mapa y en el papel blanco y no en el trazado
de los caminos ni en el curso de los ríos ni en el gobierno de los pueblos. Había sufrido
reiteradamente la prueba del poder y la contraprueba de la adversidad, muchas veces el
infortunio lo había dejado solitario; pero él no se había quedado sentado en la orilla de
la vida esperando la marea nueva sino que había ido a buscarla y más de una vez la
creó.
Y, sin embargo, a pesar de los rasgos más difundidos de su carácter, se lanzó
veterano ya, como un soldado bisoño, a la última aventura. Prefirió las vicisitudes de
una campaña cuando, hallábase rodeado de los encantos y de las seducciones del poder
y cuando la Patria no tenía ya nada más que darle. El frío de la meseta; el hambre
creciente, el aislamiento, comenzaron a azuzar en su campamento a los lobos de la
sedición. Llegado el instante decisivo no pretendió salvarse aunque pudo considerar que
su persona era una reserva sagrada. Tampoco intentó mendigar una limosna del
adversario. Fue como un naufragio y fue como si él estuviera en el puesto de mando. Se
irguió en medio del estruendo de los disparos dobles que mojaban de luz las pocas
bayonetas que se negaban a retirarse, para caer bajo un cielo que frecuentemente tiene
color de cobalto, en el frío de una planicie yerma, ocre y gris, formada de cascajo y
tierra de acarreo, donde apenas crece el ichu o paja de la cordillera, no lejos de unas
míseras chozas indígenas no más adornadas que su tienda de campaña. La muerte no le
llegó como el ocaso de un bello día sino traída por la tempestad y la tragedia de un
desastre nacional.
Había alcanzado una gran victoria a lograr deshacer la Confederación y al
deshacer, con ella, la vida política y el mensaje de su compañero y émulo, Santa Cruz.
Fue tremenda, en cambio, su derrota al querer un nuevo Estado imperialista peruano.
Ambos caudillos resultaron neutralizándose. Ingavi contrapesó a Yungay. Ni Santa Cruz
"bolivianizó" al Perú ni Gamarra "peruanizó" a Bolivia. Y así se precisó la bifurcación
de los destinos del Perú y de Bolivia que, a pesar de todos los discursos fraternales,
sigue hasta ahora.
Lo que pudiera llamarse la "directiva Gamarra" en la política peruana, es decir la
política anti-boliviana en eventual alianza con Chile, predominó en el Perú hasta que
vinieron el nacionalismo continental de 1866 y, más tarde, la "directiva Pardo", con
orientación tácitamente anti-gamarrista, de acercamiento a Bolivia y de alejamiento de
Chile.

EL CADÁVER Y LA CASACA DE GAMARRA.

Ballivián mandó erigir frente al campo de batalla una columna con una
inscripción altisonante que debía tener en su base el cadáver de Gamarra, profanado
después de la batalla. Se acordó en 1842 que esta inscripción fuese borrada. En cuanto a
la columna, los vecinos de Viacha la destruyeron en 1847, al ser depuesto Ballivián; y
los nuevos gobernantes, Belzú y Velasco, dispusieron que, después de los honores
fúnebres a los restos de Gamarra en la Catedral de La Paz, fueran enviados ellos a Lima.
De esto se tratará más adelante.
Una tradición, difundida en Bolivia afirma que el cadáver remitido en 1848 no fue
el de Gamarra sino el del sargento boliviano Garavito, pues aquél llegó a ser depositado
en la base de la columna por orden de Ballivián. Esta versión trata de insistir en que los
restos de Gamarra se quedaron en Bolivia. No se comprende con qué fin se habría
hecho tan macabra suplantación, convirtiendo en grotesca burla tanto el decreto que
erigió la columna corno su jactancioso letrero.
Al debate acerca del cadáver se junta el de la casaca o la "leva" de Gamarra.
Dícese que el dictador Melgarejo regaló esta prenda al diplomático peruano Mariano
Lino Cornejo, y que ella fue depositada en Lima, en el cuartel de Santa Catalina. De allí
la habría sacado un jefe chileno durante la ocupación iniciada en 1881 para dársela a la
familia Vargas Quintanilla, de donde la obtuvo don Alberto Gamarra. Un pleito se
produjo entre ambas familias, Gamarra y Vargas Quintanilla, acerca de la casaca, que
más tarde ha sido entregada al Centro de Estudios Histórico-Militares. Pero en el Museo
de La Paz se exhibió durante mucho tiempo la “leva” de Gamarra hasta que fue
sustraída por un residente peruano según ha narrado en un artículo sobre este asunto
José María Barreto, cuya información provino del tiempo del tiempo que sirvió en la
legación en aquella ciudad.

¿FUE LA MUERTE DE GAMARRA UN "CRIMEN PERFECTO"?


Modesto Basadre escribió en su artículo "Ingavi", publicado en La Patria de Lima
el 13 de noviembre de 1877: "No nos ocuparemos por ahora de los pormenores de esta
sangrienta y desastrosa batalla; los existen escritos, tomados los informes de fuentes
imparciales, recogidos de los labios de testigos presenciales y de personas
caracterizadas que se hallaron en ambos ejércitos. El generalísimo Gamarra murió en
esa funesta batalla; al lanzarse a contener personalmente el desbande de parte del
ejército recibió das balazos, uno sobre el testado derecho, otro tras la oreja del mismo
lado. El vicario, señor Armas, que se hallaba a su lado cuando cayó del caballo, no pudo
oírle proferir una sola palabra. Se lanzó a la muerte este viejo y valiente jefe al
contemplar la inmotivada dispersión de su ejército y se sacrificó para salvar, si salvar
era posible, el honor de su patria".
Juan B. Pérez y Soto, en unos párrafos transcritos por Benjamín Vicuña Mackenna
en el libro El Washington del Sur, se refirió también a la muerte de Gamarra en Ingavi,
aseverando que "fue un ¿castigo? de bala perdida a retaguardia". ¿Conocía la versión
dada por Modesto Basadre o se hizo eco de otras informaciones?
Juan Gualberto Valdivia en sus Memorias sobre las revoluciones de Arequipa dio
a conocer que la discordia minaba a los jefes peruanos antes de la batalla de Ingavi, y
que habíase proyectado una sublevación para quitarle a Castilla el corlando. "Tal
intención (agregó) llegó a noticia de Gamarra quien, al recibirla, dijo: "Será posible que
los peruanos, a presencia ya del enemigo, hagan revolución en tierra extraña. ¡Yo me
dejaré matar!". Más adelante Valdivia se limitó a narrar de la siguiente manera lo
ocurrido: "La batalla principió y continuó bastante rato con valor por ambas partes. Pero
cuando nuestra infantería se hallaba todavía en buen estado, San Román retiró del
campo de batalla dos batallones íntegros y algunas secciones de caballería y se puso en
retirada para el Perú. No se sabe ciertamente si esa retirada se emprendió antes o
después de la muerte de Gamarra; que la recibió en su puesto". Podría parecer que
Valdivia no hubiera querido dar mayores detalles acerca de la batalla.
Manuel de Mendiburu en sus memorias dice simplemente: "Volviendo yo donde
él (Gamarra) después de comunicar una de sus órdenes, le encontré muerto". Como
Valdivia, deja la impresión de que no quiere hablar mucho del asunto. En el epitafio en
latín puesto al lado del catafalco de Gamarra en las honras fúnebres hechas en la
Catedral, de Lima en enero de 1842 leíanse las siguientes palabras:

Cuando. Por Ultimo.


Colocándose. El. Primero Ante.
Las Filas. Inflamaba. A. Los.
Suyos Al. Combate. En. La.
Acción. De. Incahue Después.
De. Habérsele. Muerto. Dos.
Caballos En. Que. Estaba.
Montado Traspasado. De.
Heridas. Murió. Con. Gloria El.
18. De Noviembre. De. 1841.
A. La Edad. De. 56 Años. Y.
Días. 22.

Bartolomé Herrera, en su oración fúnebre en la Catedral de Lima, a la que alude


más adelante este mismo capítulo y para la cual recibió, según se dijo entonces, los
testimonios de algunos sobrevivientes, trató así el mismo tema: "Los cuerpos a quienes
la ira del Señor, valiéndose de los mismos pecados que iba a castigar, aportó, amalgamó,
confundió de modo que no podían disparar el fusil sin herirse unos a otros; circuidos por
todas partes del fuego enemigo, se habían desbandado. El lancero, el formidable lancero
del Perú, había, ¡oh vergüenza!, antes que todos huido. Dos batallones solos, semejantes
a los ochocientos valientes que, abandonados por sus compañeros', quedaron en el
campo con Judas Macabeo, resisten el empuje de cuatro mil soldados. ¿Quién los
anima? Un semblante encendido por la llamarada del corazón en que se habían reunido
y reconcentrado cuanto patriotismo y cuanto valor hay esparcido en el Perú, resplandece
entre ellos, representando la grandeza, la soberanía de la Nación"... "Gamarra no
ignoraba que la muerte era inevitable en la posición que defendía; pero era deber de él y
de los suyos sostener hasta el fin el honor de nuestras armas. La voz poderosa con que
la Patria manda, salió de su boca: "¡Aquí es preciso morir!" "Aquí es preciso morir",
repitió cada corazón... Más ¡ay! cayó también. El fuego de su corazón había vencido ya
dos veces a la muerte. Dos veces se había levantado del sepulcro: para animar de nuevo
a sus soldados con el aire sublime de la eternidad, maravillosamente unido al exaltado
interés que inspira al hombre del tiempo la vista de la patria amenazada. Más las iras de
Dios se habían en esta parte llenado... era ya en el momento en ese día de horrible pena
y de luz clarísimas para los peruanos, de acabar de advertirles que la felicidad debe
esperarse del poder y la misericordia del Señor, no de un brazo: y ese brazo cayó
deshecho y cayó la ignominia sobre la frente del Perú".
La necrología de Gamarra publicada en El Comercio, el 3 de enero de 1842, con
motivo de las honras efectuadas en la Catedral de Lima, expresó lo siguiente: "...
Dispuso el cielo en su cólera que ese bravo e impertérrito veterano, menospreciando su
existencia se lanzar con temerario arrojo en medio de los más inminentes peligros y
hallara la muerte en las primeras filas, en donde presentara el pecho como un banco a
los violentos fuegos del enemigo. Muertos uno tras otros dos caballos y heridos el
tercero, parece que los golpes y contusiones que sufrió en las reiteradas caídas reno-
varan su coraje y le hicieron olvidar del todo la obligación de conservar la vida para su
patria y no prodigarla... Parece que las huestes enemigas y que todas sus armas se
convirtiesen contra él solo y que la fortuna se complaciera en presenciar el nuevo y
sublime espectáculo de un combate entre un solo hombre y la guerra. Por fin una y otra
bala atravesaron el pecho y el cráneo del hábil y esforzado Capitán, del esclarecido
Magistrado, del Grande Hombre del Perú. Así el plomo de los bárbaros y envidiosos
enemigos acertó a destruir a un tiempo los dos centros de una vida tan preciosa,
destrozando sacrílegamente una cabeza que sólo pensaba en la patria y un corazón que
sólo latía por ella".
Castilla consignó en el parte ya mencionado que redactara en Palca Grande, las
siguientes palabras: "El Generalísimo Gamarra no ha muerto por resultado de la grave
herida que recibió en la parte interior del hombro derecho; y a la distancia de cincuenta
pasos de la línea, un segundo balazo en el cuello del mismo lado, pues el general
Ballivián, su favorecido en la época de la proscripción en el Perú, fue el que le
arrancó el último estambre de su vida, que si no se la quiso salvar, al menos se le pudo y
debió dilatar por medio de la cirugía".
Según un artículo del general José Luis Salmón publicado en 1843 contaba el
general José Manuel Pereyra (combatiente en Ingavi como subteniente en el batallón
Punyán) que, después de haber recibido una primera herida, Gamarra fue atendido por
los tenientes Francisco Diez Canseco y Manuel Sauri, quienes lo desmontaron del
caballo y le improvisaron un asiento con mochilas. Sentado allí Gamarra habría recibido
una segunda y mortal herida.
Hacia 1873 un moribundo en una hacienda de la costa, confió a Manuel González
Prada un secreto sensacional: él, soldado peruano, asesinó a Gamarra en Ingavi como
venganza por maltratos de cuartel. El dato, oralmente transmitido por don Manuel, fue
recogido de manera incidental en la biografía de la "Mariscala" por Abraham
Valdelomar en 1915 y en la del mismo gran panfletario, por Luis Alberto Sánchez; pero
mereció los honores de un libro especial publicado por Alfredo González Prada en 1943
bajo el título de Un Crimen Perfecto.
A favor de la tesis del asesinato no hay sino la confesión de un hombre cuyo
nombre se ignora, hecha más de treinta años después del acontecimiento.
El autor del presente libro la refutó en 1945. Después de examinar el asunto más
cuidadosamente, considera que en el estado actual de los conocimientos cabe llegar, con
objetividad, sólo a las siguientes conclusiones: 1°) Gamarra, inmediatamente antes de la
batalla o al ver lo ocurrido en la primera fase de ella, estuvo resuelto a morir y no
intentó siquiera abandonar el campo; 2°) La información de que fue herido al tratar de
contener la dispersión parece la más probable; 3°) No hay sino el testimonio de una sola
persona en el sentido de que un soldado vengativo aprovechó de la oportunidad para
asesinarlo; 4°) Es verosímil la versión de Castilla de que Gamarra fue ultimado por
mano boliviana (después de señalar los sitios exactos de los dos balazos que coinciden
con los que presenta la casaca actualmente conservada en el Centro de Estudios
Histórico-Militares).

EL "LLAMADO AL ORDEN" DE HERRERA

Solemnes fueron las exequias al Presidente Gamarra, hechas en la ciudad de Lima


en la Catedral, el 4 de enero de 1842. "En la rústica Plaza de Armas, los clarines
destemplados; sobre la ciudad, sollozos de bronce, los tañidos de los templos; en todas
las indumentarias, luto; en todas las almas, amargura". Desde el púlpito en aquella
ceremonia el párroco del humilde pueblo de Lurín llamado Bartolomé Herrera, no habló
mendaz-mente de la vida del hombre que esta recibiendo la caricia sarcástica de los
homenajes póstumos. "Hablaré de su muerte, castigo nuestro", dijo. Describió
admirablemente la batalla desastrosa y pintó al Presidente expirante circundado de
polvo, volviéndose al Perú y diciendo, en el lenguaje .rápido del corazón: "Patria, muero
por ti. Si tienes ofensas de qué reconvenirme, ve cómo las expío. Mi sangre derramada
por tu seguridad y por tu gloria y los últimos latidos de mí pecho, claman ¡Patria,
perdón!". Pero el propósito de esta oración fúnebre era atacar la causa del desastre. Y
por eso preguntó: "¿Dónde se ha perdido esa impresión (no digo el envilecimiento
reprobado por Dios antes que por el mundo) sino una impresión seria y profunda que
producían, las autoridades en que se apoyaba el secreto del orden, de que la nueva
generación sólo tiene idea por lo que le refieren? ¿Dónde está el respeto que
recíprocamente se guardaban estas autoridades. Por largo tiempo, ¿qué se ha respetado
entre nosotros? Casi todos, lo diré en este día de dolor y de verdad, han combatido a
toda autoridad; y todas las autoridades han combatido entre sí; porque el respeto ha
caído en ridículo"...
Y en otro párrafo exclamó: "¿Y qué podré decir yo, señores, que nos consuele?
Veintiún años hemos vivido abandonados a unos mismos pecados. No han sido parte a
volvemos al camino de, orden las continuas amenazas del Señor. Quiso al fin
castigamos; y para que el dolor y la vergüenza nos fueran más sensibles escogió el
brazo sir vigor, el miserable brazo de Bolivia. ¿Qué podré decir que nos consuele? El
espíritu secreto de partido había usurpado el amor a la patria; y la patria que sólo es
visible para los corazones que le presentan el tributo de su amor, no existía para
muchos. El hábito de no obedecer las instituciones ni la autoridad pública estaba
inveterado. Una parte de las tropas desobedeció pues, a sus jefes; careció de entusiasmo
para defender la patria; no la vio y volvió caras ¿a presencia de quién? de soldados
bolivianos. ¿Qué podré decir que nos consuele?". Ingavi era un castigo. Debía ser una
expiación. "Que la sangre del Generalísimo Presidente nos recuerde siempre hasta
dónde puede conducir a las naciones el abandono de sus hijos".
SCG
2009

Yo amo a Flor María C. C.

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