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Introducción
El análisis realizado por Susan Sontag en esta obra se basa en una investigación acerca del
lenguaje que rodea a la enfermedad del cáncer, sirviéndole de contrapartida y permitiéndole la
comparación el utilizado para la tuberculosis. Llegando a la conclusión de que en ambos casos se ha
utilizado un lenguaje elíptico por pavor a la muerte, además de haber sido, ambas, identificadas con
la muerte misma. Para ello la autora recurre constantemente a la literatura, llevando a cabo un
magistral ensayo sobre el uso de las metáforas y la incidencia de dicho uso en la sociedad que se las
apropia.
La psicologización
La metáfora militar
En Menorca se decía que el difunto que ha padecido cáncer ha muerto de “un mal dolent”
(un mal malo), y lo siguen diciendo las abuelas, para evitar todo posible contacto con la
enfermedad, aún en las palabras, por desviar, no ya la posibilidad de contagio de la que nos habla
Susan Sontag, que también, sino el demonio de la presencia, la “aparición”: “no el cridem que
vindrá” (no lo llamemos que vendrá). Ahora se le llama más por su nombre, por corrección, pero
sigue llenándose la boca de sapos y serpientes para nombrarla, en muchos casos. Mi padre rehuye a
todo aquel que pueda poner en duda su integridad como persona, se recluye en casa, junto a sus
familiares, la nombra a veces (la enfermedad) como una exigencia de nuestro tiempo, como si
hubiera conseguido ganar una batalla, la nombra poco y nos mira triunfal, “ja, que os creíais que no
iba a ser capaz”. Salimos a pasear a veces, lo acompaño al mercado y veo como escruta a los
contertulios antes de acercarse, se pregunta si el increpado va a sentirse incómodo, si va a saber
responder amigablemente o sólo compasivamente. Me muevo en un mundo muy alejado de la
teoría, en una realidad muy de andar por casa, en la que se establece una clara diferencia entre
quienes han padecido la enfermedad (o algún familiar cercano) y quienes no la conocen más que de
oídas. Los primeros son simpáticos, comprensivos, alegres, es cierto que ven el cáncer como una
lucha que hay que ganar a través del estado de ánimo, sobretodo y por encima de todo el estado de
ánimo (lo dicen los médicos, las enfermeras, la psiconcóloga, los otros enfermos, los que se han
curado, los que están moribundos, lo decimos todos, lo digo yo que me desvivo porque el día de su
cumpleaños no sea visto como un día más y lo celebre). Los segundos compadecen, se alejan, miran
con temor. Tal vez es mi propia mirada la que hace esta distinción, puede ser que con mi
persistencia en buscar tendencias sociales en el comportamiento de la gente vea al que podríamos
llamar “rústico”, muchos de los amigos de mi padre lo son, como él mismo, temeroso de un no sé
qué capaz de pulular sobre sus cabezas insidioso, por suerte están las hermanas de mi padre y sus
maridos “gente de clase media con estudios” que toman el cáncer de forma más racional y tienen
esa actitud simpática de la que hablaba con anterioridad, así la farmacéutica que nos atiende
siempre, mantiene un porte de comandante imbatible, con la que se habla del tema como si fuera
nada más que una cuestión de medicamentos y, claro está, de ánimo, y está el padre de un amigo al
que el cáncer “lo hizo más humano”. Aquí, en esta pequeña isla, todo depende del ánimo, todo
depende de mi padre (y de su familia), y así los médicos se lavan las manos esquivando su
incapacidad, apartándola, no dejando que los demás la vean. He visto trifulcas contra algún médico,
hay momentos en los que me encantaría tenerlas, decirles que como son capaces de tratar a mi padre
en esa forma, como no le dedican el tiempo necesario sólo porque el disminuye ante los MÉDICOS
y no lo reclama, y pasa sin querer molestar, pero no me está permitido, tampoco me lo permito a mi
misma, guardo las formas, hay que mantener la compostura, no somos los únicos que pasamos por
esto, y además mi padre no me perdonaría que diera el espectáculo y mucho menos, tiene un
profundo temor a ello, que consiguiera que los médicos se enfadaran con él, que no le quisieran, que
no pusieran todo su empeño en salvarlo. Hemos decidido (mi madre y yo) que ya nunca lo
acompañe al médico, así no me enfado y puedo mantener ése estado de ánimo que nos va a salvar a
todos.
La psicologización de la enfermedad está en todas partes, es parte de la medicalización a la
que favorecen los inventores de los libros de autoayuda “tu puedes, todo depende de ti”, puesto que
ésta no depende sólo de la expansión de la medicina a cualquier situación de la vida cotidiana, sino
también del peso de las responsabilidades, puesto que todo puede ser visto desde la “mirada
médica” y tu eres el responsable de aplicártela, a mi padre se le acusó soterradamente de tener un
cáncer terrible por no haber acudido antes al médico “pero como lo dejo pasar Gabriel” (mi padre
no se llama Gabriel aunque lo ponga en su DNI, se llama Biel). Así los libros de autoayuda son una
nueva psicologización debida a la medicalización en los que la salud, la brillantez en todos los
aspectos, es lo normal y la enfermedad lo patológico, como si no se hubiera enfermado nunca antes,
o mejor dicho como si la enfermedad fuera el símbolo más claro del fracaso de la sociedad en la que
vivimos. Esos libros te permiten sentirte fascinado mientras los lees porque eres capaz de todo, pero
esa fascinación muere inmediatamente después por el sentimiento de culpa que te corroe por tu
incapacidad, así que se siguen devorando libros de autoayuda “buena mierda” que dirían algunos.
Espero que a través de éste comentario haya quedado claro que el uso indiscriminado de las
metáforas del cáncer, tanto en su sentido militar, como en el mistificador atribuyen una cualidad a la
enfermedad totalmente negativa para el enfermo, además de servir como expiación para todos
aquellos que buscan en fenómenos paranormales los problemas de la sociedad. El desconocimiento
de una sola causa, como llegó a encontrarse en la tuberculosis la bacteria que la provocaba, y de la
cura de ésta, nos remiten a un universo plagado de imaginería fantástica, de ciencia ficción como
diría Susan Sontag, que impide el trato, no ya desde los individuos sino de la sociedad en su
conjunto, más humano al enfermo, además de permitirnos un alejamiento de la realidad de la
muerte y de la condición humana.
Bibliografía
SONTAG, SUSAN (1996) La enfermedad y sus metáforas/ El sida y sus metáforas, Alfaguara, Pensamiento
Taurus, Buenos Aires.
SHUMAN, ROBERT (1996) Vivir con una enfermedad crónica, Editorial Paidós, Buenos Aires, Robert
Shuman, consulta online (10-01-2011) [http://books.google.es/books ].