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Ministerio del Amor de Jesus

EL ESPÍRITU SANTO, MI COMPAÑERO

La obra del Espíritu Santo, la última lluvia, la cual comenzó a principios de 1900,
hoy se ha extendido por todo el mundo como un incendio, sin tener en cuenta
denominación. Al vivir en la era del Espíritu Santo, se nos da el mensaje de
salvación y conocimiento, y vivimos una vida de fe por medio de Él. No
podemos poner suficiente énfasis en la importancia que tiene el Espíritu Santo
en nuestras vidas cristianas. Dios me reveló la importancia estratégica de tener
comunión constante con el Espíritu Santo.

Los apóstoles tomaron al Espíritu Santo como a su compañero principal. En su


junta de comité ejecutivo de Jerusalén, se mencionaba primero con toda
claridad al Espíritu Santo: “Hechos 15:28 Porque ha parecido bien al Espíritu
Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas
necesarias:”, en lugar de “a nosotros y al Espíritu Santo”.

Los apóstoles estaban muy concientes de la persona del Espíritu Santo y lo


tomaban como su Compañero principal. Esta fue una nueva revelación para mi
vida. Con humildad oré: “Querido Espíritu Santo, perdóname. Todo este tiempo
has estado conmigo, pero te he descuidado, apenado y deprimido. No te he
tratado de la manera adecuada, como a una persona. No supe valorarte y te he
tratado como una experiencia. Ese ha sido mi gran error. Desde ahora, te invito
a mi vida, quiero que seas mi Pastor y mi Compañero principal. Desde este
momento no iré a ninguna parte sin ti Espíritu Santo. Te doy la bienvenida. De
ti dependo. Voy a trabajar bajo tu unción”.

Como ayuda para reconocer a este invisible Espíritu Santo, todas las mañanas,
al despertar digo: “Buen día, Espíritu Santo. Que hermoso día. Trabajemos
juntos hoy y seré tu vasija. Tú y yo juntos traeremos a Jesucristo a esta
generación desfalleciente”.

Cuando abro mi Biblia digo: “Querido Espíritu Santo, ilumina mi mente e inspira
mi corazón. Dame tus pensamientos para que los pueda predicar. Tú y yo
podemos ponernos de acuerdo para llevar el mensaje de Jesucristo a las
personas”.

Antes de dirigirme al púlpito, digo: “Vamos, Espíritu Santo. Ve adelante, por


favor”. Ya en la plataforma digo: que el Espíritu Santo este delante de mí”. A su
debido momento, digo: Espíritu Santo, es hora de predicar. Vamos. No puedo
dar este mensaje sin ti. Espíritu Santo, hasta tienes la prioridad para dar el
testimonio de Jesús, vamos adelante”. Parado en el púlpito, pido
desesperadamente: “Querido Espíritu del Señor, úngeme”. Durante el sermón,
puedo sentir la unción del Espíritu Santo. Después de dar el mensaje, me

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siento y digo: “Espíritu Santo, gracias. Has hecho un trabajo maravilloso. En
realidad te agradezco”.

Con toda intención, digo esas palabras día tras día y hasta ahora se ha
convertido en algo natural para mí. De esa manera estoy en profundo
compañerismo con el Espíritu Santo.

¿Alguna vez se ha parado en lo alto de una montaña a observar lo pequeño


que se ve todo abajo? Cuando uno se encuentra con el Espíritu Santo en
persona, casi de inmediato se da cuenta de que está mirando los problemas de
la vida desde otro punto de vista. Los ve de la misma manera que el Espíritu
Santo porque Él está al mando. Cuando desarrolle esa íntima comunicación
con Él, las cosas serán diferentes en su ministerio.

Les digo que una cosa es tener al Espíritu Santo en el corazón, pero sentirse
lleno de Él es algo diferente. La plenitud del Espíritu Santo es un desborde, una
saturación de la presencia del Espíritu Santo que habita en nosotros después
de nuestra regeneración. La regeneración significa recibir la vida eterna por
haber reconocido a Jesús como Salvador, mientras que la plenitud del Espíritu
Santo es la experiencia de recibir la autoridad de Dios para uno que ha vuelto a
nacer.

Es cierto que por medio de la regeneración nos aseguramos de recibir la


salvación, aunque no estemos llenos del Espíritu Santo. Pero sin recibir la
plenitud del Espíritu Santo, nuestra vida de fe se vuelve débil y no tiene poder.

Tomado de: “Historias del crecimiento de mi iglesia – Dr David Yonggi Cho.

ERRORES Y PECADOS QUE LES PODRIAN ACARREAR LA RUINA


Sólo erraríamos el blanco si nos volviéramos descuidados, negligentes,
perezosos o pecadores, por no mantenernos alerta y avanzando
constantemente en la cresta de la poderosa ola de Dios y entristeciéramos y
apagáramos al Espíritu Santo. Estos errores y pecados nos podrían hacer
tropezar y caer de la veloz tabla de la Revolución de Dios, para terminar
envueltos en la ciénaga y la confusión que hay debajo de la peligrosa e
inmensa ola. Como hemos dicho tantas veces: "¡Nunca se está tan cerca del
abismo como en el borde!" Si no andas con cuidado, cuanto más alto vueles,
más dura será la caída.

Puede que algunos de los siguientes problemas vayan a determinar tu futuro:


manifestar falta de amor a las ovejas, a tus pastores, a tus compañeros, o
incluso a tu pareja, y lo que es peor, falta de amor a Dios y a las almas
perdidas, así como a los bebés espirituales, a los débiles y a los impedidos
físicamente, al no velar por su salud, bienestar y buen estado espiritual. Tener
un comportamiento irresponsable en cuanto a la sexualidad, el lenguaje soez,
la mentira, el robo, el descuido para evitar los accidentes, el mal uso del dinero,
las cosas materiales, las malas relaciones con los hijos, el personal de la
empresa, el descuido de las obligaciones, la oración, los casos de urgencia, la
correspondencia, el mal uso del tiempo libre, o incluso el teléfono. Cualquiera

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de esas cosas podría provocar tu caída. "¡El que piensa estar firme, mire que
no caiga!" ¿Eres un buen administrador? "¡Porque al que tiene le será dado, y
al que no tiene, aun lo que cree tener le será quitado!" "¡Por tanto, velad y orad
para que no entréis en tentación!" "Lo que digo a vosotros, digo a todos:
¡Velad!"
1Cor.10:12; Mat.25:29; Mar.13:33, 37.

Tomado de: Una maravillosa ola mundial de testificación – David Brand Berg

TU ROSTRO RESPLANDECERÁ
Recordarás que cuando Moisés vio la gloria y la presencia de Dios en el Monte
Sinaí, al descender, su rostro resplandecía como una luz. Nadie podía siquiera
mirarlo (Éxodo 34: 29-30). Cuando tú también tengas un encuentro con la
presencia del Señor, será obvio. Puede que hasta se note en tu rostro, y no hay
duda de que se notará en tu conducta. Tu rostro anunciará a aquellos a tu
alrededor: “Soy diferente. He estado en la presencia del Dios todopoderoso”.

En lo que antes tenías conciencia propia, con poca o ninguna conciencia de


Dios –- y manifestándose solamente lo tuyo --- perderás esa autoconciencia,
obtendrás conciencia de Dios, y manifestarás el fruto de Dios.

Adán nos provee una buena ilustración. Cuando perdió la conciencia de Dios y
fue desprovisto de la presencia y la gloria que lo había vestido, se llenó de
conciencia propia. Entonces dijo: “Tuve miedo”. En ese momento comenzó a
huir de Dios, su Amigo, el Creador del cielo y de la tierra.

El primer resultado de la conciencia propia es el temor, y el primer resultado de


la conciencia de Dios es la valentía. Cuando nos volvemos consientes de Dios,
ya no tenemos más que confiar en nosotros mismos y en nuestra propia fuerza,
sino que la presencia de Dios reside dentro de nosotros, y trae poder y
autoridad a nuestras vidas. Ya no tenemos que luchar nuestras batallas en
nuestra propia fortaleza, sino que valientemente podemos invocar al Dios
Todopoderoso por la autoridad del Espíritu.

Espero que comprendas. La presencia del Espíritu morará en tu espíritu,


mientras que la unción del Espíritu te saturará. Debes tener ambas para poder
mostrar a Cristo al mundo eficazmente, para ser Su testigo. Se requiere la
presencia para cambiarte a ti, mientras que es necesaria la unción para
comunicar la presencia al mundo fuera de ti.

Tomado de: “La Unción – Benny Hinn.

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